Indice:
El Papa: La fe no es un paquete de ideas sino un camino a seguir
Se necesita el Evangelio, incluso en el viejo y cansado Occidente
El Papa a los niños y jóvenes: no pierdan el gusto por el deporte por pasión
MI PAZ OS DEJO : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del martes: la fe como fuente de paz
“Magnificat anima mea Dominum!” : San Josemaria
¿Por qué Mayo es el mes de la Virgen María?
El prelado del Opus Dei en Sevilla: crecer en amistad, crecer por la amistad
Retiro de mayo #DesdeCasa (2023)
La familia que come unida permanece unida: doctora de Harvard lo muestra con 9 beneficios y consejos
Creados desde y para el amor : Martín Gelabert Ballester
El aborto es siempre un crimen. ¿Por qué? : Profesor José Joaquín Ugarte
Contra los valores éticos : Miguel Ángel Quintana Paz
“Los jóvenes en mi país son de esos que hacen lío» : Marta Santín
El Papa afirma que es un error crear embriones probeta y luego eliminarlos : Maria José Atienza
Defendamos la vida, una y otra vez : María Fernanda Mandolini
Diluye intencionadamente la naturaleza de la unidad familiar: Jesús Domingo Martínez
La eutanasia : José Morales Martín
Son ataques directos a lo más natural : Juan García.
Pendiente resbaladiza : Jesús D Mez Madrid
¿Cómo aprenden los niños? Así funciona su cerebro y así lo puedes potenciar : Mª José Calvo
"No nos dejemos abrumar por el presente, sino sigamos a Cristo, que es el camino hacia la felicidad". A la hora del Regina Caeli el Papa Francisco recordó las palabras del Evangelio del día e indicó la brújula para llegar al lugar preparado por Dios para nosotros: amar a Jesús, creer en Él, imitarlo con gestos de cercanía y misericordia hacia los demás
Vatican News
Cuando el miedo atenaza la garganta, cuando se está agotado por la enfermedad, por el dolor de la pérdida de un ser querido, o turbado por las tormentas de la vida, cuando se experimenta el cansancio y el fracaso, a menudo se emprende el camino equivocado, se buscan recetas inútiles, se encierra uno en la soledad incapaz de afrontar ese mal que parece más grande y más fuerte que todo. En cambio, hay un Camino y es Cristo.
A la hora del Regina Caeli, mirando la Plaza de San Pedro llena de fieles y peregrinos, y a los ojos del mundo entero, el Santo Padre se hizo eco de aquel "no tengan miedo" que Jesús dirige a los discípulos poco antes de su muerte. Palabras tranquilizadoras – dijo – que imprimen en los corazones perdidos, certeza y esperanza. En efecto, prosiguió diciendo Francisco:
“Él no los está abandonando, sino que va a preparar un lugar para ellos y los va a guiar hacia aquella meta. De este modo, el Señor nos indica hoy a todos nosotros el maravilloso lugar al que debemos ir y, al mismo tiempo, nos dice cómo ir hasta allí, mostrándonos el camino que debemos recorrer”
Jesús – agregó el Santo Padre al comentar el Evangelio de hoy – va a preparar un lugar, "una casa", la del Padre, donde hay espacio para todos, donde todos son acogidos, amados y consolados por el calor de un abrazo. Él no se separó de nosotros, sino que nos abrió el camino anticipando el destino final: el encuentro con Dios.
“Entonces, cuando experimentemos cansancio, desconcierto e incluso fracaso, recordemos hacia dónde se dirige nuestra vida. No debemos perder de vista la meta, incluso si hoy corremos el riesgo de olvidarlo, de olvidar las preguntas finales, las importantes: ¿Adónde vamos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Por qué vale la pena vivir?”
“Sin estas preguntas sólo exprimimos la vida en el presente, pensamos que debemos disfrutarla lo máximo posible y terminamos por vivir al día, sin un objetivo, sin una finalidad. Nuestra patria, en cambio, está en el cielo (cf. Fil 3, 20), ¡no olvidemos la grandeza y la belleza de la meta!”.
“He aquí la brújula para alcanzar el Cielo: amar a Jesús, el camino, convirtiéndose en señales de su amor en la tierra, dijo el Obispo de Roma.
“Hermanos y hermanas, vivamos el presente, tomemos con nuestra mano, tomemos con la mano el presente, pero no nos dejemos arrasar por él; miremos hacia arriba, miremos al Cielo, recordemos la meta, pensemos que estamos llamados a la eternidad, al encuentro con Dios. Y, desde el cielo al corazón, renovemos hoy la elección de Jesús, la elección de amarlo y de caminar detrás de Él. Que la Virgen María, que siguiendo a Jesús ya llegó a la meta, sostenga nuestra esperanza”
Se necesita el Evangelio, incluso en el viejo y cansado Occidente
Al recibir a los miembros de la Congregación de los Espiritanos, con motivo del 175 aniversario de su refundación, el Papa los animó a continuar su misión de "evangelizar a los pobres, aceptando las misiones donde nadie quiere ir". Y recomendó: "Ante los urgentes desafíos actuales de interculturalidad e inclusión, miren a cada uno con los ojos de Jesús, que desea encontrarse con todos"
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Ante todo, anunciar el Evangelio. Porque también hoy, en un mundo en el que "el desafío de la interculturalidad y de la inclusión está vivo y es urgente", dentro y fuera de la Iglesia, "hay muchos hombres y mujeres que siguen necesitando el Evangelio". Y "no sólo en las llamadas 'tierras de misión', sino también en el viejo y cansado Occidente".
Lo dijo el Papa Francisco al reunirse con los llamados Espiritanos, la Congregación del Espíritu Santo bajo la protección del Inmaculado Corazón de María nacida, y de hecho renacida, de la fusión de dos institutos religiosos: la Congregación del Espíritu Santo (establecida en 1703) y la Sociedad del Sagrado Corazón de María (de 1841). 175 años después de la "refundación", el Santo Padre recibió a sus miembros en el palacio apostólico con quienes bromeó acerca de la escasa presencia de mujeres:
“Queridos hermanos y hermanas, pero no veo ninguna, ¿dónde están?”
Los orígenes de la Congregación
El Pontífice se detuvo en la historia de la primera fundación y en los valores fundamentales que están en la base del carisma de los Espiritanos:
“Valentía, apertura y abandono a la acción del Espíritu para que haga una cosa nueva”
Asimismo recordó la figura de Claude-François Poullart des Plac, el joven diácono fundador de la Congregación del Espíritu Santo quien, junto con doce compañeros del seminario, "impulsado por el Espíritu, se lanzó valientemente a una aventura inesperada”.
“Renunció a la perspectiva de un futuro tranquilo – podría haber sido un buen sacerdote de familia acomodada – por una misión aún por descubrir, exponiéndose a sacrificios, incomprensiones y oposiciones, con una salud muy frágil que lo llevaría a una muerte prematura, antes de poder ver su sueño plenamente realizado”
Muchos imprevistos y obstáculos, destacó el Papa, pero su "docilidad a la acción del Espíritu" transforma todo en un "sí" valiente, gracias al cual "Dios inicia cada vez algo nuevo en él, y a través de él también en los demás". Es decir, todos aquellos hermanos que continúan su obra "dispuestos a responder a los nuevos signos de los tiempos", de ahí el servicio a los seminaristas pobres, las misiones populares, el anuncio ad gentes en diversas partes del mundo, "sin dejarse atemorizar ni siquiera por la persecución religiosa desatada por la Revolución Francesa".
Volver al juego
Una historia "bella y rica", señaló el Papa, de la que recordó "otro momento especial, en el que todo vuelve a ponerse en juego": la segunda fundación, en 1848, con la unión con la Sociedad del Sagrado Corazón de María por obra del Venerable François Libermann, también todos ellos misioneros, pero con una historia diferente. Fue necesario entonces "superar miedos y celos", dijo Francisco, pero "los hermanos de las dos familias aceptaron el reto, uniendo sus fuerzas y compartiendo lo que tenían en un nuevo comienzo".
De hecho, después de más de un siglo y medio, los frutos pueden verse, empezando por la amplia presencia de la Congregación en 60 países de los cinco continentes, con unos 2.600 religiosos y la implicación de muchos laicos.
“Gracias a su disponibilidad a cambiar y a su perseverancia, han permanecido fieles al espíritu de sus orígenes: evangelizar a los pobres, aceptar las misiones donde nadie quiere ir, dando preferencia al servicio de los más abandonados, respetar a los pueblos y las culturas, formar al clero y a los laicos locales para el desarrollo humano integral, y todo ello en fraternidad y sencillez de vida y en asiduidad de oración”
Oración, coraje y libertad interior
Sobre todo el Papa evidenció la oración, distanciándose del texto escrito: "Es importante: rezar, no dejar la oración y no sólo la oración formal, bla, bla, bla... ¡rezar! Rezar en serio!". Igualmente es importante no renunciar a la "valentía" y a la "libertad interior", que hay que cultivar y hacer "un rasgo vivo de su apostolado", sobre todo en este mundo tan necesitado del anuncio del Evangelio.
“Miren a cada uno con los ojos de Jesús, que quiere encontrarse con todos, ¡con todos! No lo olvidéis, ¡a todos, a todos! haciéndose especialmente cercano a los más pobres, tocándolos con sus manos, fijando su mirada en ellos”
Dejarse guiar por el Espíritu
A partir de aquí, una última recomendación para dejarse guiar por el "soplo fresco y vital" del Espíritu, el "verdadero protagonista" de toda misión:
“Dejen que Él los ilumine, los oriente, los impulse donde quiere, sin poner condiciones, sin excluir a nadie, porque es Él quien sabe lo que se necesita en cada época y en cada momento”
El Papa a los niños y jóvenes: no pierdan el gusto por el deporte por pasión
El primer Simposio Internacional de Tenis y Pádel, programado hasta el 7 de mayo en el Foro Itálico, se inauguró con una audiencia en el Vaticano. Para el Papa, "el agonismo es bueno si no le quita la dimensión lúdica". Cuando el deporte pierde su gratuidad "se convierte en un oficio".
Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano
Las palabras del Papa Francisco resuenan en el Aula Pablo VI entre los rostros de profesores, niños y jóvenes llegados de más de 30 países para participar en el primer Simposio Internacional de Tenis y Pádel. Un evento, programado para los días 6 y 7 de mayo en el Foro Itálico, promovido por el Instituto Superior de Formación "Roberto Lombardi" y la Federación Italiana de Tenis y Pádel. El eje sobre el que están llamados a reflexionar los ponentes de todo el mundo está vinculado, en particular, a la dimensión formativa. Refiriéndose a este aspecto crucial, subrayó que lo más importante es el vínculo entre el juego y la educación.
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"El tenis es un juego, el pádel es un juego, y su fuerza educativa reside precisamente en la dinámica del juego. No te dejes robar el placer de hacer deporte por pasión, por diversión y disfrute. Y esta es la gratuidad, el espíritu de gratuidad con el que debemos jugar. La competitividad es buena si no nos quita esta dimensión lúdica. Si, por el contrario, prevalece la dinámica de la competición, ésta desencadena diversas formas de egoísmo que acaban por arruinar el deporte, de modo que ya no es educativo, sino todo lo contrario".
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Sin el espíritu amateur, el deporte se convierte en un oficio
Una cosa que nunca debe perderse, recuerda el Papa, es el amateurismo:
“Cuando el deporte se hace por otros intereses, no por la gratuidad de los aficionados, pierde, pierde la belleza, pierde esa dimensión sinfónica del deporte: se convierte en un oficio. Tengan siempre esto en mente: que mi tenis, que mi pádel, sean siempre amateur, aficionados, no pierdan esa dimensión.”
Recorrer el camino de la educación
En su discurso, Francisco establece una comparación entre los valores del deporte y su función educativa. Y subraya que la dimensión educativa no puede separarse de la práctica deportiva:
“El entrenador de tenis o de pádel, de hecho, no es sólo un técnico, sino también y yo diría que sobre todo un "educador". Por eso te animo a que sigas por este camino educativo, y te propongo una sencilla reflexión, que creo que se desprende de la práctica de tu deporte: el buen juego surge de una correcta dinámica de ataque y defensa. Y lo mismo ocurre en un camino educativo: se trata de vincular bien el riesgo y la prudencia.”
Equilibrio entre riesgo y prudencia
El deporte, como el entrenamiento, requiere siempre un equilibrio entre momentos de riesgo y prudencia. Un buen jugador de tenis o de pádel -explica Francesco- no puede limitarse a atacar:
“No puede arriesgarse siempre, también debe saber defenderse. Y hay cualidades para el ataque y cualidades para la defensa, ambas deben ejercitarse. Un maestro que concentra toda su enseñanza en el ataque, o a la inversa, en la defensa, deja a su alumno "descubierto" en el otro aspecto. Es interesante desarrollar esta comparación y encontrar las similitudes con la educación del carácter.”
Crecer no significa evitar todos los imprevistos
Por ello, el Pontífice insta a dosificar bien el riesgo y la prudencia. "Arriesgarse", dice el Papa, "significa, por ejemplo, permitir que el niño viva una experiencia nueva" que le ayude a crecer:
“El riesgo debe ser siempre proporcionado y acompañado. El niño debe sentirse libre y, al mismo tiempo, no abandonado. Los padres o educadores que, para proteger al niño, le hacen evitar todo imprevisto o resolver todos sus problemas, no le hacen crecer. Esto no es prudencia, es una mezcla de miedo a la realidad y egoísmo posesivo hacia el niño. No es bueno.”
Entrenar la resistencia
El riesgo debe ser proporcionado y la verdadera prudencia, añade el Papa, "es siempre una actitud positiva, nunca negativa":
“La defensa, por así decirlo, es otra forma de atacar. Por eso, la prudencia en la educación es indispensable para evaluar bien las situaciones, en relación con el potencial del niño y de la niña. En particular, el educador debe entrenar en la resistencia, en no rendirse, en intentar responder a esos golpes que parecen inexpugnables y que, sin embargo, con prontitud y agilidad, se pueden recuperar, de modo que el otro jugador quede desconcertado, porque no se lo esperaba.”
Las palabras finales de Francisco son una exhortación a seguir adelante, "manteniendo bien unidos el riesgo y la prudencia, el ataque y la defensa".
— El Señor comunica Su paz a los discípulos.
— La paz verdadera es fruto del Espíritu Santo. Misión de pacificar el mundo, comenzando por nuestra propia alma, la familia, el lugar de trabajo...
— Sembradores de paz y de alegría.
I. El Evangelio de la Misa recoge una de aquellas promesas que Jesús hizo a sus discípulos más íntimos en la Última Cena, y que se verían realizadas después de la Resurrección: La paz os dejo, mi paz os doy; no la doy yo como la da el mundo1. Y más adelante, en la misma Cena, les repetirá: Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo2. Ahora, después de la Resurrección, Jesús se presenta delante de ellos y les dice: Pax vobis!, la paz sea con vosotros3. Pondría el Señor el acento entrañable de otras ocasiones. Y con este saludo amigable quedaron disipados el temor y la vergüenza que pesaban sobre los Apóstoles por haberse comportado con cobardía durante la Pasión. De esta forma –a través del saludo, de su expresión acogedora– se ha vuelto a crear el ambiente de intimidad en el que Jesús les comunica su propia paz.
Desear la paz era la forma usual de saludo entre los hebreos. Y ese mismo saludo lo siguieron usando los Apóstoles, según vemos por sus cartas4, y los primeros cristianos, como han dejado constancia en muchas inscripciones. La Iglesia lo utiliza en la liturgia en determinadas ocasiones; por ejemplo, antes de la Comunión el celebrante desea a los presentes la paz, condición para participar dignamente del Santo Sacrificio5. Pax Domini, la Paz del Señor.
A lo largo de los siglos los cristianos supieron poner una intención más honda en las mismas fórmulas de saludo, impregnándolas de sentido sobrenatural, que calaron hondamente en el pueblo y han sido durante generaciones vehículo para hacer el bien y signo externo de una sociedad que tenía el corazón cristiano. En nuestros días parece que se va perdiendo esa huella de Dios en el saludo habitual. Sin embargo, nos puede ser de gran utilidad para la propia vida interior poner un especial empeño en mantener y vivificar el sentido cristiano del saludo y de las despedidas; eso contribuirá a mantener la presencia de Dios en nuestras vidas.
Si nos acostumbramos, por ejemplo, a saludar al Ángel Custodio de la persona con quien nos encontramos, podremos con facilidad y sencillez dar mayor elevación al trato con los demás. Será consecuencia de la presencia de Dios que llevamos en el alma. No perdamos el sentido sobrenatural en lo habitual de cada día: «Y les dijo: Paz a vosotros. Nos debería dar vergüenza –decía San Gregorio Nacianceno– prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a dejar este mundo»6. Sea cual sea nuestro saludo habitual, siempre puede ser motivo para vivir mejor la fraternidad con los demás, para rezar por aquellas personas y darles paz y alegría, como hizo el Señor con sus discípulos.
«En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre (Lc 1, 44) (...). El sobresalto de alegría que sintió Isabel, subraya el don que puede encerrarse en un simple saludo cuando parte de un corazón lleno de Dios. ¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra amable!»7.
II. El saludo ordinario del pueblo hebreo recobra en boca del Señor su sentido más profundo, pues la paz era uno de los dones mesiánicos por excelencia8. Con frecuencia despedía a quienes había hecho algún bien con estas palabras: Vete en paz9. A los discípulos les encarga una misión de paz. En la casa en que entréis decid primero: paz a esta casa10.
El desear la paz a los demás, el promoverla a nuestro alrededor es un gran bien humano, y cuando está animado por la caridad es también un gran bien sobrenatural. El tener paz en nuestra alma –condición para poder comunicarla– es señal cierta de que Dios está cerca de nosotros; es además un fruto del Espíritu Santo11. San Pablo exhortaba con frecuencia a los primeros cristianos a vivir con paz y alegría: alegraos (...), vivid en paz y el Dios de la caridad estará con vosotros12.
La paz verdadera es fruto de la santidad, del amor a Dios, de la lucha que supone el no dejar que se apague este amor por nuestras tendencias desordenadas y por nuestros pecados. Cuando se ama a Dios, el alma se convierte en un árbol bueno que se da a conocer por sus frutos. Las acciones que lleva a cabo revelan la presencia del Paráclito y, en cuanto causan un gozo espiritual, se llaman frutos del Espíritu Santo13. Uno de estos frutos es la paz de Dios que supera todo conocimiento14, la misma que Jesucristo deseó a los Apóstoles y a los cristianos de todos los tiempos. «Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy..., la paz os dejo..., la paz sea con vosotros..., y esto, en medio de la tribulación»15.
La paz verdadera es la «tranquilidad en el orden»16; orden entre Dios y nosotros, orden entre nosotros y los demás. Si mantenemos ese orden tendremos paz y podremos comunicarla. El orden con Dios supone el deseo firme de desterrar de nuestra vida todo pecado, y el de poner a Cristo como centro de nuestra existencia. El orden con los demás lleva en primer lugar a vivir esmeradamente las relaciones de justicia (en las obras, en las palabras, en los juicios), pues la paz es obra de la justicia17. Y más allá de la justicia, la misericordia, que nos moverá en tantas ocasiones a ayudar, a consolar, a sostener a quienes lo necesitan. «Donde hay amor a la justicia, donde existe respeto a la dignidad de la persona humana, donde no se busca el propio capricho o la propia utilidad, sino el servicio a Dios y a los hombres, allí se encuentra la paz»18.
El Señor nos ha dejado la misión de pacificar la tierra, comenzando por poner paz en nuestra alma, en la familia, en el lugar donde trabajamos... Contribuiremos eficazmente a que cesen rencores y discordias, a crear un clima de colaboración y de entendimiento mutuo. La paz en una familia, en una comunidad del tipo que sea, no consiste en la mera ausencia de riñas y de disputas, lo que en ocasiones podría ser solo un signo de indiferencia mutua. La paz consiste en la armonía que lleva a colaborar en proyectos y en intereses comunes; la paz verdadera lleva a preocuparnos de los demás, de sus proyectos, de sus intereses, de sus penas.
El Señor desea que fomentemos en nuestro corazón grandes deseos de paz y de concordia en medio de este mundo que parece alejarse cada vez más de esta paz, porque los hombres en ocasiones no quieren tener a Dios en su corazón. A nosotros los cristianos nos pide que dejemos paz y alegría allí por donde pasemos.
III. Cristo es nuestra paz19. Desde hace veinte siglos nos repite: la paz os dejo, mi paz os doy. Nos lo dice a cada uno para que con nuestra vida lo pregonemos por todo el mundo, por ese mundo, quizá pequeño, en el que cada día se desenvuelve nuestra existencia.
La vida de los primeros cristianos ayudó a muchos a encontrar el sentido de su existencia. Llevaron la paz a la familia y a la sociedad en la que se desenvolvía su vida. En muchas inscripciones de aquella época se puede encontrar el saludo con que invocaban y se deseaban la paz. Esta paz, que es de Dios, permanecerá en la tierra mientras haya hombres de buena voluntad20. Una buena parte de nuestro apostolado consistirá en llevar la serenidad y la alegría a las personas que nos rodean; con más urgencia cuanto mayor sea la inquietud y la tristeza que encontremos a nuestro paso. «Deber de cada cristiano es llevar la paz y la felicidad por los distintos ambientes de la tierra, en una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y podridos, y los levante hacia Él»21.
Los demás deberían recordar a cada cristiano como a un hombre, a una mujer, que –aunque tuvo sufrimientos y pruebas como los demás– ofreció al mundo una imagen sonriente y sacrificada, amable y serena, porque vivió como un hijo de Dios. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy: «Que nadie lea tristeza ni dolor en tu cara, cuando difundes por el ambiente del mundo el aroma de tu sacrificio: los hijos de Dios han de ser siempre sembradores de paz y de alegría»22. Esto solo es posible cuando somos conscientes de nuestra filiación divina.
El sabernos hijos de Dios nos dará paz firme, no sujeta a los vaivenes del sentimiento o de los incidentes de cada día, serenidad y firmeza, que tanto necesitamos. Mantener esta disposición abierta y amigable ante los demás nos incitará a luchar seriamente contra las posibles antipatías, que tienen su fundamento en una visión poco sobrenatural de las personas; contra las asperezas del carácter, que quitan la paz del ambiente y que indican falta de mortificación; contra el egoísmo; contra la comodidad..., que son obstáculos serios para la amistad y para el apostolado.
El deseo sincero de paz que el Señor pone en nuestro corazón nos debe llevar a evitar absolutamente todo aquello que causa división y desasosiego: los juicios negativos sobre los demás, las murmuraciones, las críticas, las quejas.
Acudamos a la Virgen, nuestra Madre, para no perder nunca la alegría y serenidad. «Santa María es –así la invoca la Iglesia– la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: “Regina pacis, ora pro nobis!” –Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?...–. Te sorprenderás de su inmediata eficacia»23.
1 Jn 14, 27. — 2 Jn 16, 33. — 3 Jn 20, 19-21. — 4 Cfr 1 Pdr 1, 3; Rom 1, 7. — 5 Cfr. Mt 5, 23. — 6 San Gregorio Nacianceno, en Catena Aurea, vol. VI, p. 545. — 7 Juan Pablo II, Hom. Roma, 11-II-1981. — 8 Cfr. Is 9, 7; Miq 5, 5. — 9 Cfr. Lc 7, 50; 8, 48. — 10 Lc 10, 5. — 11 Gal 5, 22. — 12 2 Cor 13, 11. — 13 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 70, a. 1. — 14 Flp 4, 7. — 15 San Josemaría Escrivá, Cfr. Camino, n. 258. — 16 San Agustín, La Ciudad de Dios, 19, 13, 1. — 17 Is 32, 17. — 18 A. del Portillo, Homilía, 30-III-1985. — 19 Ef 2, 14. — 20 Lc 2, 14. — 21 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 92. — 22 Ibídem, n. 59. — 23 Ibídem, n. 874.
Evangelio del martes: la fe como fuente de paz
Comentario del martes de la 5.ª semana de Pascua. “La paz os dejo, mi paz os doy”. La fe no es un optimismo dulzón, es auténtica fuente de paz: es tomarse en serio las consecuencias de la Cruz del Señor.
09/05/2023
Evangelio (Jn 14, 27-31a)
“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó”.
Comentario
Todos los días, en la Santa Misa, escuchamos estas palabras que el sacerdote le dirige directamente a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que en ese momento ya se ha hecho presente en la Hostia Consagrada: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles, la paz os dejo, mi paz os doy, no tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”.
Esas palabras, con las que estamos tan familiarizados, nos pueden ayudar a profundizar en el sentido de lo que el Señor quiere transmitirle a sus apóstoles, y con ellos, también a nosotros.
Jesús quiere ayudarnos a entender que la fe es una profunda fuente de paz. Pero también quiere dejarnos claro que la fe no es pensar que todo va a salir bien: de hecho, pocas horas después el Señor estará colgado del madero de la Cruz.
Jesús lo que quiere es que confiemos en que Él es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Juan 1, 9). Pero creer en la luz implica asumir la existencia de la oscuridad. Por eso, la fe no es pensar que todo es color de rosa, no es un optimismo dulzón: es tomarse en serio las consecuencias de la Cruz del Señor y no perder de vista que ahí está la respuesta a todas nuestras preguntas y perplejidades.
Por eso, cuando escuchamos esas palabras de la Santa Misa, podemos aprovechar para preguntarnos: ¿cómo es mi fe, esa fe que le pido al Señor que mire en lugar de mis pecados? Afortunadamente, no es una petición individual: le pedimos al Señor que mire la fe de su Iglesia. Y la fe de la Iglesia se nutre fundamentalmente de la Eucaristía, de los sacramentos, de la oración personal y comunitaria.
El Señor se dirigió a los apóstoles con estas palabras: “Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis”. A nosotros nos pide fe en algo que ya ocurrió, pero que sigue iluminando todas las realidades humanas con la misma fuerza del primer día.
Por eso, cuando nuestra fe flaquee y en consecuencia nos falte la paz, podemos acudir a María, Maestra de fe y Reina de la Paz, para que recordemos que Cristo no nos quiere dar algo que pertenece a este mundo: nos quiere hacer partícipes del amor con el que se aman las Personas de la Santísima Trinidad.
“Magnificat anima mea Dominum!”
¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría –«Magnificat anima mea Dominum!» –y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado. ¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con Él y de tenerlo. (Surco, 95)
9 de mayo
Nuestra fe no es una carga, ni una limitación. ¡Qué pobre idea de la verdad cristiana manifestaría quien razonase así! Al decidirnos por Dios, no perdemos nada, lo ganamos todo: quien a costa de su alma conserva su vida, la perderá; y quien perdiere su vida por amor mío, la volverá a hallar (Mt X, 39.).
Hemos sacado la carta que gana, el primer premio. Cuando algo nos impida ver esto con claridad, examinemos el interior de nuestra alma: quizá exista poca fe, poco trato personal con Dios, poca vida de oración. Hemos de rogar al Señor –a través de su Madre y Madre nuestra– que nos aumente su amor, que nos conceda probar la dulzura de su presencia; porque sólo cuando se ama se llega a la libertad más plena: la de no querer abandonar nunca, por toda la eternidad, el objeto de nuestros amores. (Amigos de Dios, 38)
¿Por qué Mayo es el mes de la Virgen María?
¿Por qué el mes de mayo?
La primavera y la historia son dos motivos por los que en mayo se honra a María, aunque el motivo de celebrar a Nuestra Madre va más allá
María es la única mujer de toda la historia de la humanidad a la que Dios permitió nacer sin pecado original, la madre de Cristo y siempre Virgen, que fue asunta al cielo en cuerpo y alma. Tenemos 30 días por delante en este mes de mayo para dedicarlos especialmente a Nuestra Madre. Pero, ¿por qué el mes de mayo es el mes de la Virgen María? Si la Iglesia está celebrando laResurrección de Jesús, ¿por qué se rinde homenaje también a María en este mes?
Esta tradición lleva dos siglos en vigor y coincide con el comienzo de la primavera y el destierro del invierno. El “triunfo de la vida” que simboliza la primavera es uno de los motivos por los que se sitúa en mayo el mes de la Virgen, Madre de la Vida, de Jesús.
Además, la presencia de este homenaje particular a María se corresponde con otorgar un sentido cristiano a este mes y en esta estación. La Grecia y la Roma clásicas también celebraban la llegada de la primavera. Lo hacían con festividades, oraciones y flores para Artemisa y Flora, ambas consideradas diosas de la fertilidad.
Esta tradición dio un vuelco en el siglo XII y cambió de página en el calendario. Nació la fiesta de “La devoción de los treinta días a María”, que tenía lugar entre la segunda quincena de agosto y la primera de septiembre.
Dedicarle un mes exclusivo a la Virgen es una idea del siglo XVII. En esta época volvió a incluirse un culto especial a María en el mes de mayo, que es el que ha llegado hasta la actualidad.
La primavera y el mes de mayo presentan una naturaleza verde, en flor, con buen tiempo. Ese reflejo de la belleza de la naturaleza también hablan de María, de su belleza y de su virtud.
La celebración de este mes de mayo es más que una tradición entre los cristianos, es un homenaje y una acción de gracias hacia quien es Nuestra Madre. Como “regalos” para Ella, se suelen hacer muchas cosas. Entre ellas, el rezo del Rosario, las ofrendas florales o la meditación de sus dogmas son algunas ideas con las que honrar a María en este mes de mayo.
El prelado del Opus Dei en Sevilla: crecer en amistad, crecer por la amistad
Del 4 al 8 de mayo, Mons. Fernando Ocáriz saludó, recibió, visitó, conversó y alentó a varios miles de personas. Abordó públicamente toda clase de inquietudes de jóvenes y mayores, encauzándolas hacia el amor de Dios y hacia la amistad personal profunda, que sana de tú a tú los corazones y que estimula el crecimiento de la Iglesia por la caridad.
08/05/2023
Como acostumbran tantos fieles devotos sevillanos, el prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, puso al amparo de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, al llegar en la tarde del 4 de mayo, toda la actividad que desplegaría hasta el 8 de mayo en la capital andaluza. E hizo lo propio a la mañana siguiente en la Catedral de Sevilla ante la imagen de la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad y de su archidiócesis, antes de saludar al arzobispo Mons. José Ángel Saiz Meneses.
Llenarse de esperanza en el apostolado
Mons. Ocáriz alentó a sus interlocutores a un esperanzador apostolado. Lo hizo tanto en las múltiples recepciones a colectivos educativos, sociales, directivos o familiares, como en los tres encuentros que celebró con varios cientos de familias, que sumaban más de dos mil quinientas personas cada vez, andaluzas y extremeñas, en el auditorio Cartuja Center Site de Sevilla.
Escuchó con interés las iniciativas apostólicas personales de un grupo de profesoras de universidad con quienes se reunió en el Colegio Mayor Alborán: un seminario sobre la “Economía de Francisco”, una asignatura sobre fe y razón para universitarias, el impulso de una Hermandad Universitaria en Córdoba…
Se reunió con una representación de toda la comunidad educativa del Grupo Attendis, con veinte colegios en las principales ciudades del sur, que celebra su 50 aniversario en Andalucía y Extremadura, para alentarles a secundar el lema de su encuentro: “Revivir el origen para proyectar el futuro”. Y, como deseaban reeditar con el prelado el impulso de san Josemaría a las primeras familias promotoras e iniciadoras de los colegios, Mons. Ocáriz les invitó a “valorar que cada persona vale toda la sangre de Cristo y, por tanto, por salvar a un alma, por ayudar a una persona, merece la pena cualquier esfuerzo”.
A Ana, jerezana y maestra de educación física en la escuela pública, le animó a “querer a la gente de verdad, sin miedo”. A Rosario, abuela de Pedro Ballester, numerario joven fallecido en Manchester en 2018 por un cáncer, sugirió contar a los nietos su sabia experiencia de la vida. A la letrada Beatriz, que cultivara la amistad con sus colegas de profesión. A Teresa y Antonio, matrimonio joven, que aprovechen el potencial de las redes sociales para hacer el bien. Y a María, médico forense, que batalle con prudencia, con valentía y con la cercanía de la amistad los desafíos de la llamada “cultura de la muerte”.
Conciliar es priorizar a la familia
María y Fran, que trabajan en el sector de la moda, le preguntaron cómo conciliar trabajo y familia y D. Fernando les explicó que “conciliar es priorizar la familia, es priorizar la caridad, y es establecer una jerarquía de valores con un orden flexible, al que someterse voluntariamente cada uno en beneficio de la propia familia”.
A Goico, que trabaja en una agencia por las mañanas y que por las tardes invierte su tiempo en la secretaría ejecutiva de un colegio mayor universitario, le recomendó buscar también la conciliación “haciendo de tu trabajo, en casa y en la empresa, una ocasión de encuentro con Cristo”.
Con Luis, director de un centro educativo, habló públicamente del valor de la ejemplaridad en casa: “el ejemplo de sobriedad, explicó, habéis de darlo los propios padres, con la moderación en los gastos, en la diversión, en la comida… Y todo ello sin dar lecciones, sino con el ejemplo y transmitiendo con alegría una experiencia y explicando por qué vale la pena”.
Lo mejor para cada uno es la voluntad de Dios
Isa, numeraria auxiliar, le preguntó sobre la vocación. Después de explicar que la vocación es un don de Dios, D. Fernando añadió que es importante entender cómo el fenómeno vocacional en la Obra es el mismo para todos: “toda vocación al Opus Dei está fundamentada en los mismos pilares: la santificación del trabajo, la filiación divina, la centralidad de la Eucaristía, el amor a la libertad, el afán apostólico…. Es la misma vocación porque tenemos también los mismos medios: la oración, el plan de vida, los círculos, los retiros… Y tenemos todos también la misma misión: la de llevar este mundo a Dios, ir transformando el mundo en algo grato a Dios: eso es abrir los caminos divinos de la tierra, que decía san Josemaría, mediante la capacidad que Dios nos da para santificar el trabajo.”
Miguel, supernumerario desde hacía más de treinta años, le manifestó su alegría por tantas realidades y movimientos nuevos, expresión de la vitalidad de la Iglesia, y le dijo que su vocación al Opus Dei llenaba y comprometía con totalidad su vida; la pregunta versó sobre cómo valorar y aprovechar los medios de formación que la Obra ofrece para ayudar a ser santos en medio del mundo. El Prelado le contestó que en los medios de formación no escuchará quizá ya algo novedoso, pero lo relevante es la actitud de examen personal y de deseo de mejorar en aquello que escuchaba, pidiendo luces y fuerzas al Espíritu Santo; y, D. Fernando le comentó también que hay muchos caminos para seguir a Jesucristo y lo verdaderamente significativo es que cada uno siga el camino para el que Dios le llama.
Es posible sufrir y ser feliz
“Cuando nos cueste ver, cuando nos cueste entender, que Dios es realmente el camino, la verdad y la vida, pensemos que el amor se manifiesta en la Cruz”, afirmó D. Fernando al comienzo de una de las tertulias que abarrotaron, por tres veces en dos días, el auditorio de la Isla de la Cartuja en Sevilla.
Y añadió que, ante las dificultades objetivas del ambiente, hemos de pensar que “precisamente por eso el Señor cuenta más con cada una y cada uno, y nos da más gracia para olvidarnos de nosotros y preocuparnos más por los demás, fórmula que es de tal eficacia, añadió parafraseando a san Josemaría, que el Señor lo premia con una humildad llena de alegría”.
El prelado del Opus Dei también señaló la importancia de estar felices a pesar de las dificultades porque, aunque parezca contradictorio, se puede ser feliz con el dolor y el sufrimiento. Esto es algo, explicó, “que se puede palpar en la vida de san Josemaría: en sus últimos años tenía problemas de salud física y un enorme sufrimiento por la crisis en la Iglesia, y sin embargo los que estábamos con él lo veíamos contento, feliz, con buen humor. No es que hiciera un esfuerzo especial con nosotros, sino que estaba contento sufriendo, algo que sólo es posible en unión con Jesucristo”.
El miedo no es cristiano
David contó con orgullo su alegría por la vocación de sus hijos, y pidió a D. Fernando su ayuda para explicarse bien ante otros padres: “transmite tu experiencia —le aconsejó—, respeta su libertad, y trata de explicar que no hay que tener miedo al Señor, porque el miedo no es cristiano”.
Asimismo, en uno de los encuentros con jóvenes, D. Fernando explicó que “el celibato ciertamente supone el sacrificio de renunciar al matrimonio, pero es importante saber que no es una novela rosa, que el matrimonio es duro, que existen las dificultades y que, por eso, Dios ha querido un sacramento para el matrimonio, porque un matrimonio santo requiere mucho esfuerzo y mucha gracia de Dios”.
D. Fernando animó a los jóvenes a tener apertura y generosidad ante la vocación, sea al celibato o al matrimonio, “porque en ambos casos hace falta mucho amor, entrega, generosidad y espíritu de sacrificio. Lo importante es que cada uno siga el camino para el que Dios le ha llamado, que es además, donde más feliz va a ser”.
Ambiente de familia
A pesar del numeroso público presente en la sala, se advertía un ambiente de familia provocado por la presencia del prelado del Opus Dei, a quien familiarmente se le llama Padre.
Paco y Pepe amenizaron varias tertulias cantando la Salve Rociera; lo propio hizo en otro de los encuentros el grupo “Sones de Altair”, que cantó sevillanas para amenizar el tiempo de espera al Padre y uno de los momentos de descanso de la tertulia; un grupo de chicas cantaron y bailaron sevillanas; Ana y Sofía regalaron al Padre un cajón flamenco con la Virgen del Rocío, el logo de su club juvenil y un buen puñado de mensajes y cartas de familias, niños y niñas; y una joven cantó una canción propia, escrita por ella, con el título “Manejar el viento”.
En ese mismo encuentro con jóvenes sonó la 6ª sinfonía de Beethoven, que era la que escuchó D. Fernando cuando decidió hacerse de la Obra, y él recordó ese momento ante las jóvenes. Estaba pasando el verano en casa de su hermano en Cádiz. Allí se decidió mientras escuchaba música, aunque confesó que “realmente no fue por la música…”. Un poco después, propusieron a D. Fernando un divertido juego de preguntas sobre san Josemaría en Sevilla, para el que pidió la ayuda del público.
Larissa contó a Don Fernando que ha trabajado en varias agencias de noticias católicas, donde comprobó la universalidad de la Iglesia y la importancia de la unidad con el Papa. Le dio al Padre las gracias por contar con todos para la preparación del Congreso General convocado para adecuar los Estatutos de la Obra a las peticiones del Santo Padre y le transmitió que han rezado y siguen rezando por esta intención “hasta que usted nos diga, Padre”. Igualmente pidió al prelado del Opus Dei que cuando vuelva a ver al Papa le recuerde que en la Obra rezamos por él. Como ella sabe que cuando le dicen que rezan por él, Francisco pregunta bromeando “¿a favor o en contra?”, le ha dicho al Prelado que, por supuesto, le confirme que “nosotros siempre rezamos a favor”.
Mons. Ocáriz en todos los encuentros públicos pidió oraciones por el Papa y por la Iglesia, “hay que rezar mucho por el Papa, como él mismo lo pide, porque es el vicario de Cristo y porque lleva un peso enorme sobre sus hombros”.
Retiro de mayo #DesdeCasa (2023)
Esta guía es una ayuda para hacer por tu cuenta el retiro mensual, allí dónde te encuentres, especialmente en caso de dificultad de asistir en el oratorio o iglesia donde habitualmente nos reunimos para orar.
01/05/2023
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1. Introducción. Dóciles al Espíritu Santo, acompañados por María
2. Meditación I. Pentecostés: docilidad al Espíritu Santo.
3. Meditación II. María, Madre de Dios y Madre nuestra.
4. Charla.
5. Lectura espiritual.
6. Examen de conciencia.
Retiro de mayo #DesdeCasa (2023) from Opus Dei
Introducción. Dóciles al Espíritu Santo, acompañados por María
A veces también nosotros pensamos que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente vemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones, nuestras amarguras, nuestra desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”, “las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día” porque “no hay certeza del mañana”. (…) A veces simplemente hemos experimentado la fatiga de llevar adelante la cotidianidad, cansados de exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte. Otras veces, nos hemos sentido impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan las relaciones (…). De ese modo, por estas u otras situaciones —cada uno sabe cuáles son las propias—, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros “por qué”.
En cambio, las mujeres en Pascua no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que (…) llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v. 6). Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allí lo verán (cf. v. 7). Nos preguntamos hoy: ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas. Por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Y por otra parte —y esto es muy bonito—, significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. (…).
Esto es lo que realiza la Pascua del Señor: nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia. (…) Para resurgir, para recomenzar, para retomar el camino, necesitamos volver siempre a Galilea; no al encuentro de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, a la memoria concreta y palpitante del primer encuentro con Él. Sí, para caminar debemos recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria. Y esta es la invitación: ¡recuerda y camina! Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina.
Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la persona más importante de tu vida. No es un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación. Cada uno sabe dónde está la propia Galilea, cada uno de nosotros conoce dónde tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo cambió todo. (…) Volvamos a Galilea, a la Galilea del primer amor. Que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, ¡y resurjamos a una vida nueva!
Papa Francisco, Homilía en la Vigilia Pascual, 8 de abril de 2023.
Primera meditación
Opción 1. Meditación: Pentecostés: docilidad al Espíritu Santo.
Opción 2. La oración de san Josemaría al Espíritu Santo.
Segunda meditación
Opción 1. Meditación: María, Madre de Dios y Madre nuestra.
Opción 2. Homilía. Madre de Dios, madre nuestra, de san Josemaría (Audio y texto).
Charla. El camino de la oración: un diálogo de amor con Dios.
Tipos de oración. El aprendizaje de la oración. ¿Cuándo sé que estoy “sintonizando” con Dios? Meditación del Evangelio. Saberse acompañado por Dios. Atesorar sus inspiraciones, luces y afectos, propósitos y peticiones.
Lectura
Papa Francisco, catequesis sobre los dones del Espíritu Santo; y audiencia sobre los frutos de la acción del Espíritu Santo.
Examen de conciencia
Acto de presencia de Dios
1. «María se levantó y marchó deprisa a la montaña» (Lc 1, 39). La Virgen, estando embarazada, no dudó en ponerse en camino para ir a visitar a su prima santa Isabel. ¿Procuro yo también anticiparme, ayudando en casa y haciendo los favores o servicios que los demás necesitan? ¿Soy flexible para cambiar mis planes cuando las personas o las circunstancias lo requieren?
2. La Virgen es Madre del amor hermoso. ¿Alimento el amor a mi cónyuge con detalles de cariño, ternura, atención, escucha, arreglo personal, etc.? ¿Procuro hacerle la vida agradable?
3. Al amparo de la Virgen, ¿pido con la fe de un padre cristiano que mis hijos o los hijos de los demás descubran el atractivo de Jesucristo? ¿Me alegraría que se entregasen plenamente a él, si es su vocación?
4. «No basta saber que ella es Madre, considerarla de este modo, hablar así de ella. Es tu Madre y tú eres su hijo; te quiere como si fueras el hijo único suyo en este mundo» (Amigos de Dios, n. 293). ¿Procuro tratar a María con la confianza de un hijo pequeño necesitado de cariño y seguridad?
5. «¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad...» (Oración compuesta por san Josemaría en 1932, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Rialp, p. 167). ¿Cuento con la ayuda del Espíritu Santo para descubrir en qué puedo parecerme más a Cristo? ¿Cómo sus inspiraciones me van ayudando a mejorar mi carácter y así tratar cada vez mejor a todos los que están a mi alrededor?
6. «A mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás» (Sal 73, 23-24). ¿Cómo me dejo acompañar en la dirección espiritual? Al meditar con el Señor los consejos que recibo, ¿procuro descubrir aquello a lo que me invita?
7. «El viento sopla donde quiere», le dice Jesús a Nicodemo (Jn 3, 8) ¿Procuro aprender, como Nicodemo, que Dios puede hablarme a través de los demás y de lo que me sucede en mi día?
Acto de contrición
La familia que come unida permanece unida: doctora de Harvard lo muestra con 9 beneficios y consejos
La doctora de Harvard Anne Fishel enumera algunos beneficios de comer en familia: Mejora la salud, reduce la depresión, aumenta el rendimiento académico incluso previene contra el consumo de drogas.
Tras 20 años de experiencia como investigadora y profesora en Harvard, la psicóloga Anne Fishel ha demostrado los asombrosos beneficios de comer en familia.
Según muestran varios estudios, cuando los miembros de la familia comen todos juntos de manera regular mejora el rendimiento académico de los hijos, mejora la relación familiar, se previene el consumo de drogas y se reduce el riesgo de depresión.
Son solo algunas de las ventajas que enumera la fundadora de Family Dinner Project para potenciar este hábito.
A lo largo de dos décadas, Fishel ha estudiado y realizado decenas de estudios que confirman los abundantes beneficios de algo tan sencillo como comer en familia. Y sin embargo, cada vez menos familias lo ponen en práctica.
En España, de las 5 comidas diarias, entre semana solo el 37% de las familias cenan juntas. La cifra se reduce a un 24% para el desayuno y a un 15% para las comidas. (Datos sobre comidas entre semana, de una encuesta a 1.300 familias en 2014).
La profesora Fishel impulsa desde hace años el proyecto de cenas familiares. Ya lo han puesto en práctica miles de familias de manera presencial, y más de 2 millones de personas desarrollan sus ideas a través de la web.
Explica - entrevistada por Jill Anderson - que los beneficios de cenar en familia son enormes, y además están ratificados por la ciencia.
"Es un hábito excelente para la salud física y mental, el rendimiento académico y en términos de nutrición", afirma.
"También se asocian con tasas más bajas de depresión, ansiedad, abuso de sustancias, menos embarazos tempranos en la adolescencias, mejor autoestima", añade.
Su forma de comprobarlo es sencilla. Desde hace años, Family Dinner Project organiza cenas comunitarias con familias en centros y escuelas. Tras el evento y su puesta en práctica en los hogares, el equipo del programa hace un seguimiento y documenta los resultados, consejos y prácticas.
Muchas de ellas están documentadas en el libro Eat, Laugh, Talk, The Family Dinner Playbook (Come, ríe y habla: el divertido libro de las cenas en familia).
Puedes adquirir aquí en inglés el libro de Family Dinner Project sobre consejos y recetas para mejorar tu vida y tu familia a través de las comidas.
1º) No todo tiene que ser perfecto
Fishel explica que el objetivo de que las familias coman o cenen juntas no debe ser tanto la sofisticación culinaria como la unidad familiar. "No todo tiene que ser perfecto. El ingrediente secreto no tiene nada que ver con la comida. ¿Es agradable? ¿Los niños se sienten escuchados cuando hablan? ¿Hay buen ambiente en la mesa? Estas son las cosas importantes", explica.
2º) Ni tampoco tienen por qué estar todos
"Cuando un padre y un hijo cenan juntos también puede ser una cena familiar, y si luego el que falta llega más tarde a casa, el hijo al menos pudo cenar con uno de sus padres", explica. Sin embargo, invita a que cuando la familia no pueda reunirse al completo para cenar, lo intenten en el desayuno, donde suele ser más fácil que en las comidas.
3º ) Las cenas en familia reducen el estrés
La doctora Fishel admite que puede parecer contradictorio debido a la carga de trabajo que implica planificar, comprar, cocinar y limpiar las cenas familiares.
"Investigaciones recientes han demostrado que los padres que comen con sus hijos con frecuencia están menos estresados que los padres que no dan prioridad a las cenas familiares. También informan menos síntomas depresivos y una mejor autoestima", añade.
4º) Cenar en familia mejora el matrimonio
"Ese impacto positivo en el estrés y el bienestar personal también puede extenderse a una mayor satisfacción con su cónyuge", afirma. El beneficio se traslada "incluso a los nuevos padres, un grupo de personas especialmente estresado. Cuando estáis agotado por cuidar a los pequeños, es más probable que comer juntos ayude a tu relación que la perjudique".
Anne Fishel, impulsora de Family Dinner Project, ayuda a millones de personas a mejorar su vida y la de su familia a través de las cenas y comidas compartidas.
5º) El mito del adolescente solitario
Preguntada por la imagen del adolescente contrario a pasar tiempo en familia, Fishel lo niega rotundamente. De hecho, explica que "cuando se les da la opción o se les pregunta en una encuesta si preferirían comer con sus padres en lugar de solos, el 80% escoge a la familia".
"Los adolescentes saben que es el mejor momento del día para pasar con sus padres, y lo necesitan. Son los que más se benefician de la cena en familia en torno a la reducción de comportamientos de alto riesgo en ese rango de edad", añade.
6º) Mejora el rendimiento académico
"Los niños en edad preescolar acceden a un vocabulario en el que las palabras poco comunes se multiplican por 10 para su nivel. Muchas de esas palabras no las captan en los libros de dibujos o el patio, y aprenden antes y con más facilidad a leer", explica refiriendo a un estudio de Harvard de Snow y Beals. En primaria y secundaria, asegura que los jóvenes que comen en familia "obtienen mejores calificaciones, con un efecto de mayor impacto incluso que hacer los deberes".
7º) Empezar poco a poco
Fishel es consciente de que para muchas familias no es fácil asumir este hábito, menos de la noche a la mañana. "Yo empezaría por comprometerme a ello una vez a la semana. Después preguntaría que les gustaría cambiar si pudiesen elegir: ¿Probar una nueva comida? ¿Hacerlo más divertido? ¿Interesarse más por el día a día de cada uno? ¿Hablamos de las noticias o de cómo somos como familia, cuál es la nuestra y por qué la valoramos?", plantea.
8º) ¿Fuera móviles? Depende
"Esa es una opción que muchas familias toman para tener un tiempo sin tecnología. Otras deciden que puede haber un teléfono si es para compartir algo con la familia, una foto que hiciste o un mensaje divertido. Eso está bien", comenta. "Incluso a veces las familias admiten usarlos para resolver debates y preguntas curiosas".
9º) No buscar imposibles
En otra conversación Fishel explica que las cenas en familia no deben buscar hacerlo como se podía hacer en 1950: "Enfatizamos la importancia de compartir las labores de cocina, y en lugar de concentrarnos en cocinar una comida gourmet perfecta, debemos centrarnos en lo que sucede en la mesa, en divertirnos y en tener una conversación interesante".
Artículo de hemeroteca publicado en Religión en Libertad el 18 de diciembre de 2021.
Escrito por Martín Gelabert Ballester
Siguiendo la línea habitual de sus intervenciones, Benedicto XVI se ha centrado, en su primera encíclica [1], en lo más esencial de la fe cristiana: «quién es Dios y quienes somos nosotros» (2a). En efecto, el amor define lo que Dios es y lo que es el cristiano: Dios es amor (1Jn 4, 16), y cristiano es «el que ama», el que ama a Dios (1Jn 4, 7) y el que ama a su hermano (1Jn 2, 10); y al amar realiza el ser imagen de Dios.
Ahora bien, definir «lo cristiano» (el Dios revelado en Jesucristo y la persona cristiana) por el amor plantea, al menos, dos dificultades. Una se refiere a la ambigüedad de la palabra amor: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de amor? La otra dificultad es debida a que el amor es una realidad antropológica, antes de ser una realidad religiosa y, por tanto, el cristianismo no puede pretender tener la exclusiva del amor. Surge entonces la pregunta de si el concepto antropológico de amor y el cristiano son iguales, distintos, contrarios, contradictorios o compatibles.
1. El amor, una realidad plurivalente
La encíclica comienza notando la primera de las dificultades a las que acabo de aludir: «El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes» (2a). Para ejemplarizarlo el Papa habla del «amplio campo semántico de la palabra amor» (a los padres, a la patria, a la profesión, etc.). Podemos añadir también el amplio campo ideológico. En efecto, el significado del amor puede ir de lo sexual a lo espiritual, de lo interesado a lo desinteresado, de la codicia a la caridad. En suma, con la palabra amor designamos actitudes y comportamientos no sólo bien distintos, sino, a veces, incluso incompatibles (amor al dinero, amor al pobre). El amor abarca un campo tan amplio como el que va del interés al desinterés. De ahí que según cuál sea la idea que uno se hace del amor, puede considerar que la idea que otros tienen es o bien una profanación, o bien una mistificación irreal del amor.
Benedicto XVI precisa que «en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer» (2b). Este amor hay que calificarlo de interpersonal y es el que verdaderamente nos interesa. En este amor intervienen todas las dimensiones de la persona y en él «se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor» (2b). Surge entonces la pregunta de si todos estos tipos de amor se unifican en uno sólo o si estamos hablando de realidades totalmente diferentes. La pregunta orienta ya hacia la respuesta que interesa al Papa: hay diferentes tipos y especies de amor. Si se absolutizan pueden resultar incompatibles. Pero también pueden y deben integrarse, sobre todo en el amor interpersonal y en el amor del ser humano a Dios, para realizar la plenitud y belleza del amor. Dejamos aquí indicada esta cuestión para retomarla más adelante.
2. El amor, dimensión antropológica fundamental
El amor define al cristiano. En realidad, el amor, sobre todo el interpersonal, es la esencia de lo humano. El ser humano es un ser hecho para el amor. La fe cristiana ratifica esta dimensión fundamental de la existencia que es el amor, y le da su sentido más auténtico.
El amor no aparece en un momento dado de la existencia. El amor nace con nosotros. Todos nacemos como seres hechos para el amor. La prueba de que nacemos para el amor está en la necesidad que todos tenemos de superar la soledad. La necesidad del amor nace del sentimiento innato de separación y del deseo de superarlo mediante una experiencia de unión. Dicho de una forma muy sencilla: todos sentimos que nos falta algo, no sabemos el qué, pero buscamos eso que nos falta. El niño, en cuanto deja el seno materno, siente su falta, y por eso busca la piel y los pechos de la madre. Todos, en muchos momentos de la vida, aún estando rodeados de gente, sentimos una angustiosa sensación de soledad. Y, para huir de ella, buscamos esa mano amiga que nos haga sentir acompañados. Nos falta, como dice la sabiduría popular, nuestra «media naranja».
Yo mismo he escrito algunas páginas sobre este asunto [2], y ha sido grande mi alegría al leer las observaciones de Benedicto XVI al respecto. El Papa se refiere al mito de los andróginos, contado por Platón y al texto del Génesis sobre la creación del varón y la mujer (11). Según cuenta Platón (en su obra El banquete), antaño nuestra naturaleza no era como ahora, sino muy diferente. Nuestros antepasados eran dobles (cuatro manos, cuatro piernas, dos órganos reproductores, dos rostros, aunque una sola cabeza para el conjunto de estos dos rostros opuestos el uno al otro) y poseían una unidad perfecta de la que ahora carecemos. La dualidad genital explica que hubiera tres géneros en la especie humana: los varones (que tenían dos sexos de hombre), las mujeres (que tenían dos sexos de mujer) y los andróginos que poseían un sexo de hombre y otro de mujer. Todos ellos poseían una valentía y una fuerza tan excepcionales que intentaron escalar al cielo para luchar contra los dioses. Zeus, para castigarlos, decidió cortarles en dos, de arriba abajo. Esto significó el fin de la plenitud, de la unidad, de la felicidad. Desde entonces cada individuo no tiene más remedio que buscar su mitad, expresión que hay que tomar al pié de la letra: antes «formábamos un todo completo…, antes éramos un solo ser»; pero hemos sido «separados de nosotros mismos buscando sin descanso ese todo que éramos»; «el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor», que es por añadidura lo que nos hace felices. Lo interesante del mito platónico es que expresa de manera gráfica esa necesidad imperiosa que todos tenemos del otro, pues sólo otro «tú» puede colmar nuestra radical soledad y equilibrar nuestro yo.
Otra historia, la de Adán y Eva, también manifiesta esta necesidad de superar la soledad mediante el encuentro con otro ser, igual y diferente al mismo tiempo. Es importante eso de «igual y diferente». A propósito de ello quisiera ofrecer una curiosa observación que hace Tomás de Aquino. No se refiere para nada a Platón, pero se diría que está pensada como una respuesta al mito que acabamos de narrar. Observa Tomás de Aquino que en Gn 1, 27 se lee «los creó macho y hembra», y comenta: «dice en plural los para evitar el que se entienda que ambos sexos se daban en un solo individuo» [3]. El amor se da entre dos seres distintos, iguales y diferentes. Iguales, porque sin la igualdad el otro sería un objeto, una cosa para mi servicio. Diferentes, porque sin la diferencia, en el otro sólo encontraría un reflejo de mí mismo. En cualquiera de los dos casos, la soledad no sería superada. En realidad, la androginia humana, no como metáfora, sino en sentido estricto, es la destrucción del amor. El deseo del otro no se traduce en necesidad de identificarme con él, sino en comunicarle este deseo sin buscar que desaparezca en mi misma identidad. Desear al otro es desear que el otro sea verdaderamente otro.
Pero sigamos con la historia de Adán y Eva. En los inicios de la humanidad, después de haber preparado un jardín frondoso para que la vida fuera posible y gratificante, Dios creó a un ser humano para que lo habitara. Apareció Adán. Pero muy pronto Adán noto que le faltaba algo esencial. Se encontraba solo. Se paseaba por el universo y admiraba su belleza. Pero las plantas, los animales, las estrellas, no hablaban su misma lengua. No podía comunicarse con ellos. Dios se dio cuenta: Adán no estaba bien, un hombre solo no es una buena creación: «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2, 18). Entonces de «una de las costillas» del hombre, Dios «formó una mujer» (Gn 2, 21-22). De modo que la mujer «ha salido del hombre». Por eso hay en el uno y la otra una tendencia innata a ser de nuevo «una sola carne» (Gn 2, 23-24) por el amor, en la distinción, la diferencia y el respeto a la alteridad. Aparece también en esta historia lo que ya hemos encontrado en el mito anterior: el hombre ha perdido una parte de sí mismo y no se encontrará a sí mismo hasta que no encuentre lo perdido.
La parte perdida ―o mejor, lo que el varón necesita para sentirse completo― es la mujer, que Dios presenta ante Adán para que, si aprende a amarla, encuentre lo que busca, se sienta colmado, su soledad se convierta en compañía del otro igual y diferente. Digo bien si Adán aprende a amarla. Porque la prueba de que el amor es un aprendizaje, que exige tiempo y paciencia, se encuentra en la primera dificultad que tuvieron que superar Adán y Eva. Después de enfrentarse con Dios, en vez de pedirse perdón el uno al otro por haberse incitado mutuamente contra Dios, o de tratar el uno de defender al otro, como se defienden los que se quieren, se enfrentaron entre ellos, manifestando un amor poco sólido, inmaduro y egoísta: el hombre acusó a la mujer, y la mujer no quiso responsabilizarse de lo ocurrido (Gn 3, 12-13). La consecuencia de este enfrentamiento la expresa el libro del Génesis (Gn 3, 16) con una frase tajante, dicha por Dios a la mujer: «él te dominará». El dominio sustituye al vivir para el otro.
Ambas historias, la de Platón y la del Génesis, coinciden en lo fundamental, a saber, la necesidad que tenemos los humanos de superar la soledad. Porque estamos hechos para amar. Hasta el punto de que el ser humano permanece para sí mismo un misterio incomprensible si no se encuentra con el amor [4]. Interesa, pues, introducir ya la verdadera razón teológica de por qué el ser humano está hecho para amar. Esta razón última, que la fe nos descubre, es que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor.
3. Imagen de Dios, que es Amor
En el libro del Génesis encontramos la clave de comprensión (desde la fe) de lo que es todo ser humano: un ser con una dignidad sin igual, porque ha sido creado a imagen de Dios (Gn 1, 27).
Esto significa que para comprender a fondo lo que es el ser humano hay que saber algo del modelo a partir del cual ha sido creado, o sea, de Dios. Antes y después de su elevación al Pontificado, el Papa ha insistido en que el Dios cristiano es Razón y Amor. El Logos (término griego que significa palabra y razón) entra en la definición del Dios cristiano. Dios como Logos ha creado la razón y al mismo tiempo crea por amor. Así, Dios no es compatible con fundamentalismos, supersticiones y arbitrariedades. En su encíclica el Papa insiste en la segunda de las características fundamentales del Dios cristiano, a saber, el Amor. Con esta característica nos encontramos ante una «nueva imagen de Dios» (son palabras del Papa, en 9a), necesaria para comprender quién es el ser humano. Aquí «nueva» hay que entenderlo en relación a la imagen que ofrecen de Dios otras concepciones religiosas y filosóficas de la antigüedad. Y también nueva (añado yo), o al menos original, en relación a la que ofrecen otras religiones: para el Islam, Dios es Señor y no Amor. Veamos esta «nueva imagen de Dios».
3.1. Dios es amor
No cabe una definición de Dios. Dios es indefinible. Todo intento de definirlo lo empequeñece. Por eso, cuando la revelación, sobre todo la del Nuevo Testamento, y más en concreto los escritos joánicos, parece que ofrece definiciones de Dios («Dios es espíritu»: Jn 4, 24; «Dios es luz»: 1Jn 1, 5) se trata de fórmulas que ponen de relieve un valor esencial de Dios.
La «definición» de Dios como Amor (1Jn 4, 8.16) es reconocida como la mejor y más apropiada, porque este valor que pone de relieve es determinante de todo lo que es y hace Dios. Dios y el amor son inseparables y se califican el uno al otro. Aquí no se dice que en Dios hay amor, sino Dios es amor. El ser de Dios es irrevocablemente definido como amor. Y de la misma forma que «Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna» (1Jn 1, 5), Dios es amor y en él no hay nada más que amor, sin ningún asomo de no-amor. El amor no es una actividad más de Dios entre otras (Dios crea, juzga, gobierna, etc.). Es la razón de ser, el motivo de todo lo que hace, lo que connota toda su actividad y todas sus relaciones. El amor se identifica con su ser. Todo su ser es ser amor.
Sólo el amor le ocupa [5]. No es algo suyo, es Dios mismo, su substancia, de tal modo que es imposible que Dios no ame. Como muy bien dice San Bernardo en su Carta sobre la caridad a los hermanos de la Cartuja, si la caridad no fuera la misma substancia divina, sino una cualidad o accidente, «sería decir que en Dios hay algo que no es Dios».
¿Cómo llegó el autor de la primera carta de Juan a esta «definición»? No especulando sobre la naturaleza divina, sino contemplando las manifestaciones de Dios a través de la historia, sobre todo en la persona y vida de Jesús: «en esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que Dios envió al mundo a su Hijo único» (1Jn 4, 9). Ya a lo largo del Antiguo Testamento, Dios se manifestó como la bondad misma, que socorre a los suyos en la aflicción y que perdona a cuantos se arrepienten. Pero en Jesús, el amor del Padre se manifestó con una generosidad inigualable: en Cristo, Dios ama a sus enemigos, llega a decir Rm 5, 10. Los escritos atribuidos al apóstol Juan descubren quién es Dios en función del misterio de Cristo, puesto que el Padre y el Hijo son una sola cosa (Jn 10, 30), y viendo al Hijo se ve y se conoce al Padre (Jn 8, 19; Jn 14, 7.9). Así, pues, «el discípulo que Jesús amaba», habiendo comprendido todo el amor que existía en el corazón de Cristo (Jn 13, 1), manifestado en su muerte (cfr. Jn 15, 13), ha concluido que en Dios existía un amor idéntico al que él había descubierto en Jesús. Por eso afirma sin dudar: «Dios es Amor».
3.2. Un amor apasionado y gratuito
¿Cómo es el amor de Dios? ¿Cómo describirlo en nuestros términos humanos? Para responder a esta pregunta seguimos de cerca la encíclica papal, pues ella nos reserva una sorpresa al describir el cómo de ese amor.
El Dios bíblico manifiesta en primer lugar su amor por su Palabra creadora. El hecho mismo de crear manifiesta que quiere a la criatura. Al contrario de lo que ocurre con la divinidad aristotélica, que «no necesita nada y no ama, sólo es amada», el Dios bíblico «ama personalmente». Para calificar humanamente un amor incalificable, Benedicto XVI no duda en recurrir al término eros usado por el Pseudo Dionisio [6]. Se indica así que el amor de Dios es un amor apasionado, que brota de lo más profundo de sus entrañas y le impulsa, le mueve a salir de sí mismo, como si no pudiera estar sin el hombre (9a); se diría que es un amor «que se impone». Los profetas Oseas y Ezequiel han descrito esa pasión de Dios con imágenes eróticas audaces, la del noviazgo y la del matrimonio (9b). Ahora bien, nota el Papa, el Pseudo Dionisio califica a la vez a Dios como agapé. Pues si el amor de Dios es apasionado, no por eso es necesitado, es totalmente desinteresado, gratuito y, por este motivo «es un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia» (10a). En efecto, la justicia exige castigar al pecador. Pero en Dios, su amor va más allá de la justicia: «la misericordia se siente superior al juicio» [7] llega a decir la carta de Santiago (St 2, 13). En suma, en el Antiguo Testamento, el Creador de todas las cosas «es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor». Esta concepción bíblica podría traducirse filosóficamente diciendo que «el eros es sumamente ennoblecido, pero también tan purificado que se funde con el agapé» (10b).
El Nuevo Testamento prolonga esta concepción ya insinuada en el Antiguo: Cristo da carne y sangre a los dos conceptos de eros y agapé, manifestando un Dios que va tras la oveja perdida, y se comporta como un padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza. En la cruz de Cristo «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo» (12). Este acto de entrega de Jesús se perpetúa en la Eucaristía (13). Se entiende así que «el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros» (14).
4. La imagen del ser humano
4.1. Un amor «agápico» que integra el amor «erótico»
Relacionada esencialmente con la imagen de Dios encontramos en la Biblia la imagen del hombre, como ser para el amor, creado a imagen de Dios. Ya hemos visto que el ser humano ha sido creado para el amor. Las pregunta que ahora nos hacemos es: ¿cómo es el amor humano y cristiano a imagen del amor de Dios? Si el amor de Dios es una conjunción de eros y agapé, lo mismo ocurrirá en el amor humano. Esta relación de eros y agapé es, posiblemente, lo que más ha llamado la atención en la encíclica. El Papa la plantea a partir de la siguiente dificultad: el cristianismo, ¿ha destruido verdaderamente el eros? (4a). Dicho de otro modo: el amor cristiano ¿es acaso un amor frío, en el que los sentimientos, la sensibilidad y la pasión están ausentes, un amor que en realidad no es amor sino obediencia? ¿Cómo es el amor humano y cristiano a imagen del amor de Dios? De hecho el Nuevo Testamento ha relegado la palabra eros, para calificar al amor cristiano, y privilegiado, casi de forma exclusiva el novedoso vocablo agapé. En realidad, el agapé (amor desinteresado) no anula el eros (amor apasionado), sino que lo integra, purificándolo. Lo que antes hemos dicho a propósito de Dios (calificado a la vez de eros y agapé) se realiza en el cristiano.
Para comprender la asunción del eros por el agapé, hay que recordar que en el ser humano coexisten íntima e inseparablemente una dimensión corporal y otra anímica o espiritual. El hombre es él mismo en la unidad íntima de ambas dimensiones. «El desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación». Si el hombre quiere ser sólo espíritu y rechaza la carne, ambos, espíritu y cuerpo pierden su dignidad. Al contrario, si repudia el espíritu para considerar el cuerpo como su realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Pues «ni la carne ni el espíritu aman». Es «la persona la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte cuerpo y alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el eros puede madurar hasta su verdadera grandeza» (5b).
El Papa reconoce que puede haber algo de cierto en el reproche que se hace al cristianismo de ser adversario de la corporeidad. Pero no es menos cierto que hoy el eros se degrada en puro sexo (olvidando que las dimensiones sensibles y sensuales, corporales de la persona, son más que encuentro genital), se convierte en mercancía, en objeto. Sin embargo, el sexo sólo encuentra su más auténtico sentido como expresión de amor. Entonces es humano y humanizador. El cuerpo que exaltan muchos de nuestros contemporáneos (joven, estilizado, bello, etc.), es un cuerpo para el consumo. Hay que respetar todos los cuerpos, todos sin excepción. Cuando así ocurre el eros empieza a purificarse, supera el egoísmo y puede nacer el amor que se ocupa y preocupa por el otro. El amor que no se busca sólo a sí mismo, sino que ansía el bien del amado.
No puede contraponerse, por tanto, el eros, como amor mundano, y el agapé, como amor fundado en la fe. El agapé está profundamente enraizado en lo humano y lo mundano, y no puede desvincularse «de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana» (7b). Y el eros, al vivirse en el contexto del amor que busca el bien del otro, trabaja por la felicidad del otro y desea «ser para» el otro. Así, el momento del agapé se inserta en el eros inicial. Por otra parte, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente de un amor oblativo y desinteresado. «No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don» (7b). Eso es incluso cierto en el terreno estrictamente sobrenatural: el hombre sólo puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cfr. Jn 7, 37-38), si bebe siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cfr. Jn 19, 34). En resumen, el amor es una única realidad, si bien con diversas dimensiones; según los casos, una u otra puede destacar más. Pero nunca pueden separarse completamente la una de la otra. Cuando se separan se produce una forma mermada o una caricatura del amor (8).
4.2. El amor como mandamiento
En el texto papal encontramos esta pregunta: ¿se puede mandar el amor? (16). ¿Por qué la escritura judeo-cristiana dice que el amor es un mandamiento?
¿No es más bien un sentimiento? De nuevo la relación entre eros y agapé puede iluminar esta cuestión. Pues el sentimiento no agota la totalidad del amor. Tampoco la atracción inicial (eros). Mientras los sentimientos van y vienen y la atracción desaparece, el mandamiento da estabilidad al amor.
El amor como sentimiento es muy restrictivo. Los que «no me caen bien» no pueden ser objeto de mi amor. Sin embargo, el evangelio habla de un amor universal. Si es universal tiene que ser posible amar a los que no me gustan. Ahora bien, si el amor es un gusto, una sensación agradable y placentera, está claro que no puedo amar a quien no me gusta. El amor como sentimiento es limitado. Tampoco es constante ni duradero, ni siquiera es fácil, como lo prueba la gran cantidad de divorcios y separaciones. En el amor como sentimiento deja de ser verdad eso de que el amor todo lo puede.
La comprensión del amor como sentimiento es insuficiente. En realidad, el amor (incluso a niveles humanos) es una actitud, resultado de una capacidad que exige aprendizaje. Si el amor es una capacidad, la cuestión ya no es encontrar alguien que me ame o que me guste, sino poner en práctica mi capacidad de amar. Más que una cuestión de objeto, el amor es una actitud, una orientación del carácter, un ejercitar una facultad, una expresión de mi vida. Cierto, cuando yo amo, puede entonces ocurrir la maravilla de despertar en el otro el amor, y de ser también yo amado. Hay un lazo muy estrecho entre el desarrollo de la capacidad de amar y el desarrollo del objeto del amor. Así ocurre, en el caso ideal, en el amor de la madre por su hijo. El niño es ante todo objeto de un amor gratuito. Él es, en primer lugar, amado. Y amado incondicionalmente. Poco a poco, este amor primero e incondicional, despierta en el niño la capacidad de amar, de responder a su vez a este amor. Y de pasar de una primera etapa en la que la madre es absolutamente necesaria, a una etapa más madura en la que el niño trata de complacer a su madre y de «ganarse» su amor.
El evangelio va más allá del amor como sentimiento y como actitud. Habla del amor como mandamiento. Ya hemos dicho que el mandamiento da estabilidad y permanencia al amor. Pero entender el amor como mandamiento plantea alguna dificultad. El sentimiento es espontáneo, las actitudes son libres, el mandamiento es obligado. ¿Podemos hacer del amor una obligación? Entonces, ¿por qué es mandamiento? Porque amor y mandamiento son lo mismo. El mandamiento es expresión de la voluntad de Dios. Y el amor es unión de voluntades, consiste en hacer la voluntad del amado, pues los amantes tratan de complacerse el uno al otro. Cuando el amor es codicioso la voluntad ajena se opone a la propia. Pero hay un amor en el que se realiza el milagro de que la voluntad propia coincide con la ajena. Si dos seres humanos se aman, ¿no se repiten constantemente el uno al otro: «se hará como tú quieras»? Cuando se trata del amor del ser humano por Dios, el complacer a Dios se traduce en conformidad con la Voluntad divina, en la búsqueda constante de lo que place a Dios, en definitiva, en cumplir la voluntad de Dios: «el amor a Dios consiste en guardar sus mandamientos» (1Jn 5, 3; Jn 14, 15). Si uno mi voluntad a la de Dios, entonces puedo amar a la persona que no me agrada, porque esa persona es amada por Dios: «su amigo es mi amigo» (18).
5. La imagen de la Iglesia
Tras haber tratado del amor como lo que define a Dios y lo que define a la persona, la Encíclica trata de la Iglesia como comunidad de amor. El amor es, pues, la nota distintiva de la Iglesia. Pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia, situándose al mismo nivel que el anuncio de la Palabra de Dios o la celebración de los Sacramentos (25a). La Iglesia es la comunidad de aquellos que aman a Dios y que aman a los hermanos. Y toda su actividad es expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano (19).
Al ser la Iglesia una comunidad de personas, el amor de y en la Iglesia precisa de una organización. Benedicto XVI cita Hch 2, 44-45. En este texto se describe el ideal de vida de la primitiva comunidad: lo compartían todo, los bienes, las oraciones, la eucaristía, la enseñanza de la Palabra. El Papa nota que «a medida que la Iglesia se extendía, resultaba imposible mantener esta forma radical de comunión material» (20). Me pregunto si, al menos en su intención y en su deber ser, la vida consagrada no ha sido y no es el modo de mantener «esta forma radical de comunión». Si es así, entonces, la vida religiosa es necesaria en la Iglesia, como estímulo y recuerdo permanente de lo que ella debe ser.
Ahora bien, si la Iglesia es una comunidad de amor, el amor no la encierra en sí misma, supera los límites de la Iglesia (25b), se abre a todos los seres humanos. De ahí la importancia y la necesidad de la acción caritativa de la Iglesia. A propósito de esta actividad caritativa, la Encíclica aprovecha para clarificar algunos problemas relacionados con ella.
5.1. Justicia y caridad
Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia: los pobres no necesitan obras de caridad, sino justicia. Las llamadas obras de caridad serían el modo que tienen los ricos de eludir la justicia y acallar su conciencia. El Papa reconoce la parte de verdad que hay en esta argumentación, pero denuncia también sus errores. Nota también el Papa que con la aparición de la sociedad industrial, la cuestión decisiva es la de la relación entre capital y trabajo (26). Sin duda, la doctrina social de la Iglesia se ha ocupado de esta cuestión, pero ―y esta es una observación importante― sus «orientaciones se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo» (27). La Iglesia no tiene ella sola la palabra en estas cuestiones.
La relación entre el compromiso necesario por la justicia y el servicio de la caridad precisa tener en cuenta dos situaciones de hecho:
a) La búsqueda de una sociedad justa es tarea principal de la política y, por tanto, de los Estados. Esto implica, por parte de la Iglesia, el reconocimiento de la autonomía de las realidades temporales (28 a 1). Sin duda, la Iglesia tiene el derecho de entrar en el debate de qué es la justicia, argumentando «desde la razón y el derecho natural» (28 a 4; 28 a 5), porque esto es una cuestión ética, pero no pretende con eso abrogarse «un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento» (28 a 3). «No es tarea de la Iglesia que ella misma haga valer políticamente su doctrina». Su tarea es servir a la formación de las conciencias (28 a 4). He aquí unas orientaciones lúcidas, que merecerían una profundización teniendo en cuenta la situación política de cada país.
b) Incluso en la sociedad más justa, el amor siempre es y será necesario. Ningún orden estatal hace superfluo el servicio del amor. Porque el amor llega a donde no puede llegar la justicia, llega a lo más personal y entrañable, llega a este lugar en donde el ser humano necesita sentirse personalmente comprendido y acogido. El hombre no sólo vive de pan (Mt 4, 4) (28b).
5.2. La actividad caritativa propia de la Iglesia
La Iglesia tiene sus propias organizaciones caritativas (29a), que deben utilizar todos los medios que ofrece la técnica para el servicio del prójimo y la solidaridad (30 a 1 y 30 a 2), y colaborar con otras organizaciones que tienen fines similares a los suyos (30b 1 y 30b 2).
De este modo la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana. De ahí la importancia de que la acción caritativa de la Iglesia sea cada vez más fuerte y esplendorosa. Resulta, pues, pertinente la pregunta: ¿cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial? (31):
a) La caridad cristiana es ante todo la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: hambre, enfermedad, etc. Esto requiere, por una parte, competencia y formación profesional; y, por otra «formación del corazón», o capacidad de humanidad y atención cordial (31a).
b) La actividad caritativa de la Iglesia es independiente de partidos e ideologías. No está al servicio de estrategias políticas (31b). Puede ocurrir que, a veces, la estrategia política no responda a las necesidades inmediatas, buscando mantener una situación de desamparo para obtener réditos políticos de esos que están desamparados.
a) La caridad no ha de ser un medio de proselitismo. El amor es gratuito. Por eso, la Iglesia, al ejercer la caridad, no trata de imponer su fe a los demás, aunque tampoco la oculta (31c).
En este contexto recuerda el Papa que el obispo es el primer responsable de la caridad. Esta es su primera tarea. Sería importante que todos lo notasen. En su ordenación episcopal promete expresamente ser acogedor y misericordioso con los más pobres (32). Más adelante, el Papa propone como modelo de caridad a un monje-obispo, Martín de Tours (40), uno de los santos con más Iglesias dedicadas en Europa. La mayoría sólo conocen de él que compartió su capa con un pobre. Pocos saben que era criticado porque se ocupaba de los más necesitados, mientras los otros obispos banqueteaban con el Emperador.
Finalmente, el Papa hace una serie de consideraciones sobre aquellos que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia. A ellos les apremia el amor de Cristo (2Co 5, 4) (33). Su modo de servir les hace humildes. No adoptan una posición de superioridad ante el otro, a ejemplo de Cristo que en la cruz ocupó el último puesto en el mundo (35). Su servicio encuentra el mejor estímulo y apoyo en la oración, en el contacto vivo con Cristo (36 y 37).
6. El corazón de la fe cristiana
Como afirma la encíclica de Benedicto XVI, la caridad es el corazón de toda la vida cristiana. Eso significa que la caridad mueve toda la actividad del cristiano y que, en la vida cristiana, donde hay amor, todo vale; y donde no hay amor, nada sirve. En este sentido, la Encíclica papal recuerda un texto bien significativo: «podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve» (1Co 13, 3). El amor no es una simple actividad filantrópica, ni es un precepto más al lado de los otros preceptos. Es una participación en la vida divina que hace cristianas todas las actitudes, lo que procura a todos los actos su bondad fundamental, al orientarlos a su verdadero fin, que es Dios.
Esta primera encíclica de Benedicto XVI ha apuntado, como suele ser habitual en este Papa, a lo fundamental. Por eso, esta encíclica tiene aplicaciones en todos los ámbitos de la vida, y sirve de inspiración para todos los estados de vida cristiana: el matrimonio, la soltería, el celibato, la virginidad por el Reino de los cielos, etc. Se puede notar la importancia de que el Magisterio de la Iglesia haya aclarado que el amor cristiano lejos de destruir el amor humano (con sus dimensiones sensuales incluidas), lo integra, lo purifica, lo eleva, y sobre él se construye. Pero más allá de su oportunidad y del gran interés de esta reflexión sobre la relación del eros y del agapé, esta encíclica tiene un valor permanente, al menos en su intención fundamental: confesar quién es Dios (Dios es Amor), afirmar quién es cristiano (el que ama), y manifestar lo que da sentido y valor a toda la actividad del cristiano, tanto a nivel individual (en todas las dimensiones y aspectos de su vida), como a nivel socio-eclesial.
7. Algunas sorpresas
El apartado anterior bien pudiera ser conclusivo. Pero, a modo de apéndice, quisiera añadir algunas sorpresas que depara la encíclica.
La aparición de un filósofo como Nietzsche en un texto del Magisterio solemne de la Iglesia es algo totalmente nuevo, nunca visto hasta ahora. Sin duda el Papa lo hace para discrepar de él. Pero eso no impide que reconozca que el filósofo alemán expresa una apreciación muy difundida a la que la Iglesia debe ser sensible, a saber, si la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, no convierte en amargo lo más hermoso de la vida (3).
Otra sorpresa es la reivindicación de la memoria de Juliano el Apóstata. Un pagano es presentado como estímulo para que los cristianos vivan más intensamente la caridad (24).
Junto con esta reivindicación de una figura pagana, el Papa reconoce que en la crítica marxista a la acción caritativa de la Iglesia hay «algo de verdad» (26). Sobre esto último hace una especie de confesión de culpas y señala que los errores son quizás explicables porque «los representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba (en la sociedad industrial del s. XIX) de un modo nuevo» (27).
Finalmente, indica que «no es tarea de la Iglesia el que ella misma haga valer políticamente su doctrina» (28 a 4). Más aún, que «la sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política» (28 a 5). La Iglesia, añade, «es una de estas (soy yo quien subraya) fuerzas vivas que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio» (28 b).
He ahí una muestra de elementos que muchos no esperaban de este Papa, que ofrecen un estilo nuevo de pronunciarse en el Magisterio, y que dan prueba del sentido crítico, así como de la calidad intelectual y humana de Benedicto XVI.
Martín Gelabert Ballester en https://dialnet.unirioja.es/
Notas:
1 BENEDICTO XVI, Deus caritas est. En adelante, cuando dentro de mi texto aparezca un paréntesis con un número, se trata de una referencia al número de esta encíclica.
2 Cfr. M. GELABERT: Vivir en el amor. San Pablo, Madrid 2005, 11-15, en donde me refiero con cierta amplitud al mito de los andróginos y al relato bíblico del Génesis sobre la creación del ser humano.
3 Suma de Teología, I, 93, 4, ad 1.
4 Cfr. JUAN PABLO II, Redemptor Hominis, 10
5 JUAN DE LA CRUZ pone en boca de la Esposa unas palabras que también podría decir el Esposo: «ya no guardo ganado,/ni ya tengo otro oficio,/que ya sólo en amar es mi ejercicio» (Cántico espiritual, estrofa 28).
6 Para el Pseudo Dionisio «eros es un término más digno de Dios que agapé» (De divinis nominibus IV, 12). Para este autor la palabra eros expresaría la intimidad y el ardor del amor. La palabra agapé sería apropiada para designar el amor al prójimo; mientras que el eros tendría la ventaja de expresar con más fuerza las prerrogativas del amor divino. Cfr. mi libro Para encontrar a Dios. Vida teologal, San Esteban-Edibesa, Salamanca-Madrid, 2002, 210-211. Allí hago notar, dando las referencias adecuadas, que la fórmula del Pseudo Dionisio es asumida por Tomás de Aquino.
7 Al respecto, M. GELABERT, «La misericordia se siente superior al juicio», en Teología Espiritual, 2000, 280.
El aborto es siempre un crimen. ¿Por qué?
Ante la discusión de un proyecto de ley que autoriza el aborto en los casos de peligro de la vida de la madre, de violación y de inviabilidad del nascituro, queremos mostrar que siempre, y también en estas tres hipótesis, el aborto es intrínsecamente malo, porque atropella el derecho a la vida del embrión o feto, haciendo ver I°) que este es persona humana desde la concepción, y II°) que el darle muerte en estos casos es directamente un homicidio, que no puede nunca justificarse.
I.- El nascituro es persona humana desde la concepción. Esto es lo primero que hay que demostrar, o subrayar, porque los que propician el proyecto de ley en referencia -nos parece- no pueden verlo así: nadie, obviamente, autorizaría dar muerte a un niño ya nacido para evitar males ajenos, o por malformaciones.
Pues bien, el nascituro es persona humana desde la concepción. Y es que desde entonces, hay un individuo biológico hombre. Ello, porque desde que se reúnen en una sola célula, el huevo o cigoto, los veintitrés cromosomas paternos y los veintitrés maternos, y se constituye así el llamado código genético o genoma del embrión, este cuenta con toda la información que le permite desarrollarse, y llevar adelante su ciclo vital hasta la clausura del mismo con la muerte. Cada cromosoma tiene múltiples genes, y cada gen produce, combinando los aminoácidos que están en el citoplasma, una determinada proteína. Las proteínas son las substancias básicas con que se construye y funciona el organismo de un viviente.
El conjunto de todos los genes es el código genético, y cada especie viviente tiene el suyo propio, y dentro de cada especie, cada individuo tiene un genoma distinto, que junto con darle las características de la especie, le da también las de su individualidad. Desde la concepción, el ser humano tiene la capacidad de construir sus órganos y llegar a ser un feto con sus órganos fundamentales ya formados, y luego un adulto.
Para quienes reducen todo a la biología, esto bastaría para hacer inviolable la vida del nascituro desde la concepción. Los que como Aristóteles y tantos otros piensan que en el hombre hay un principio vital o alma espiritual, es decir, con una actividad distinta de las corporales, cual es la del entendimiento (Aristóteles, Generación de los Animales, 736), esa alma, que es el acto primero de un cuerpo natural orgánico (Aristóteles, Del Alma, 412), tiene que estar desde la concepción, porque es el principio vital, y ahora no cabe duda de que la vida humana comienza con la concepción.
El entendimiento que el hombre tiene, y los animales irracionales no, y las plantas tampoco, permite a aquel hacerse con las formas o esencias de las cosas del mundo exterior: que en cuanto internalizadas en la mente se llaman ideas.
Por ellas el hombre conoce lo que las cosas son y no su mera apariencia sensible -como los animales-, y porque tiene entendimiento, el hombre posee las cosas intelectualmente, y se posee a sí mismo, se conoce a sí mismo, y tiene una interioridad, una subjetividad, un ser para sí, una autodestinación, y puede dirigir sus actos, siendo libre. Por el entendimiento el hombre es persona: substancia individual de naturaleza racional, y porque el hombre se posee a sí mismo mediante su conocimiento intelectual y su voluntad libre, puede poseer cosas exteriores, y tener derechos, y es así sujeto de derechos, persona también desde el punto de vista jurídico, y no objeto de derecho como las cosas.
Esto lleva a que nadie pueda tener derecho sobre otro ser humano, y por lo tanto nadie -ni siquiera él mismo- pueda disponer de su vida.
Si por ser persona y no cosa, tiene el hombre derecho a la vida, y si el nascituro es persona humana desde la concepción, es desde la concepción, entonces, que el hombre tiene derecho a la vida.
Y no cabe sostener que el ser humano carece de derecho a la vida en sus primeros tiempos, porque carece del substrato neural de la sensibilidad, y por ello no puede tener el conocimiento intelectual, que parte del conocimiento que procuran los sentidos corporales; porque el nascituro tiene el poder de formar su sistema nervioso, que le permitirá llevar una vida psíquica, y entonces ya está en él eso que con la vida psíquica se ha de manifestar.
II.- En los tres casos del proyecto hay directamente un homicidio; lo hay en el de la inviabilidad fetal: se quita la vida a un inocente porque resulta molesto; y en el de la violación, lo mismo; y en el caso de necesidad de salvar la vida de la madre -a menos que el aborto sea efecto no buscado de un remedio o tratamiento indispensable contra una enfermedad o dolencia del organismo de la madre-, se dará muerte a un inocente para salvar la vida de la madre; pero ese inocente no puede ser mirado como injusto agresor, ni siquiera involuntario, porque él no está ahí, ni es peligro para la madre, por actividad o iniciativa propias.
«Toda la charlatanería sobre ‘valores éticos’ puede abocar, en unos casos, a relativistas morales; en otros, a meros moralistas y en otros, a fanáticos»
Todos tenemos un pasado. Y no me importa confesar el mío. Durante 17 años, di clases de Ética en la Universidad.
Ser profesor de Ética conlleva múltiples inconveniencias. Está acreditado, por ejemplo, que tales docentes no nos portamos con más moralidad que los demás, sino incluso somos un poco más inmorales. Los expertos en Ética telefonean menos a sus madres que el común de los mortales, verbigracia. O roban hasta un 50% más de sus libros en bibliotecas.
La hipocresía es otro defecto que nos aqueja: aunque, de media, los especialistas en Ética recomiendan a la gente donar un 7 % de sus ingresos, luego, en la práctica, ellos suelen dedicar tan solo un 4% de su sueldo a tan caritativos fines. Se diría que todos estos estudios corroboran, con un siglo de retraso, al menos la primera parte de lo que Oscar Wilde ya detectó: «Un hombre que moraliza es, casi siempre, un hipócrita; y una mujer que moraliza es, invariablemente, fea».
Haber impartido la asignatura de Ética acarrea también secuelas. En mi caso, no es improbable que amables interesados se pongan en contacto con un servidor para solicitarle alguna conferencia, o algún texto, sobre «valores éticos». «Señor Quintana Paz, ¿podría venir a darnos una conferencia sobre la ‘educación en valores’, si es tan amable?». «Miguel Ángel, ¿te apetece acercarte a hablar a mis alumnos acerca de los valores que importan más?». «No te preocupes de la remuneración por esas charlas, por cierto; como sabemos que criticoneas a los profesores hipócritas, nos ocuparemos nosotros mismos de donar toda tu retribución a alguna ONG».
Es en esas situaciones cuando percibo la necesidad de un artículo como este. Pues lo que voy a intentar explicar aquí es que, en contra de lo que piensa mucha gente, no hay nada especialmente bueno en defender «valores éticos». De hecho, tales «valores» suelen ser un caballo de Troya de cosas que, si nos detuviésemos a reflexionarlas, pronto captaríamos que no nos gustan tanto.
Eso sí, despejemos malentendidos desde el inicio: desconfiar, o netamente repudiar, los valores éticos, no significa desdeñar también la ética. Este no es un artículo en defensa de la inmoralidad, tampoco a favor de la amoralidad, sino en pro de una moralidad mejor.
«Cuánto mejor sería que las escuelas retomasen la costumbre de educar en virtudes»
Así, al despachar aquí las usuales monsergas de hoy día sobre los valores éticos (o «valores morales», o «constitucionales», o «progresistas»…), nuestro propósito no es quedarnos sin instrumental ético alguno; sino recabar un arsenal mejor. ¿Cuál? No seremos muy originales. (La «originalidad» no es un valor ético absoluto). En realidad, queremos solo recuperar lo que había antes de que las peroratas sobre valores proliferaran. Hace dos mil, hace quinientos, hace trescientos años nadie hablaba en ética de «valores». Hablaban del bien y del mal; de la virtud y del vicio; de principios y de medios. Eso es lo que conviene retomar.
¿Se ha fijado usted, amigo lector, en lo poco que se habla ya de las virtudes? Acude usted al colegio de sus hijos y le explican que allí propugnan una educación «en valores». «¿Qué valores?», sería legítimo que les replicase usted, «¿Cristianos?, ¿humanistas?, ¿satánicos?, ¿bursátiles?». ¡Hay tantos valores como colorines en la pizarra! Cuánto mejor sería que las escuelas retomasen la costumbre de educar en virtudes. Por ejemplo, en las cardinales (justicia, fortaleza, templanza, prudencia). O en las dianoéticas (sabiduría, entendimiento, ciencia, arte, prudencia de nuevo). Y también, claro, en las cristianas, si se trata de un centro que se denomine tal: fe, esperanza y caridad. Todos sabríamos a qué atenernos.
Tampoco se habla ya mucho de la búsqueda del bien, o de educar para distinguir el bien y el mal. ¡Suena tan tajante! ¡Cómo nos atrevemos a decir que hay cosas, sin más, buenas o malas! ¿No resulta un tanto fascista? La cháchara sobre valores parece mucho más tolerante: «Estas son las cosas que yo valoro, esas serán las tuyas; si mañana las cosas cambian, bien podríamos los dos cambiar de valores, al fin y al cabo bastaría con revalorar». (Quien valora siempre puede revisar las valoraciones, como sabe cualquier tasador). Con esto hemos apuntado ya hacia varias de las taras que exhibe la palabrería sobre los «valores éticos»; pero organicémoslas un tanto para poder combatir mejor tal faramalla:
1. Los valores tienden a ser subjetivos
Todos conocemos el mito de la caverna platónico. Según él, ascendemos desde la oscuridad por un camino tortuoso hasta que contemplamos el Bien mismo, el sol que ilumina todo con justicia. Mientras estamos atrapados en el fondo de la cueva, empero, solo vemos imágenes vacilantes, opiniones, ficciones.
A Platón, por tanto, no le importaba lo más mínimo lo que «valoramos» o «dejamos de valorar»: si estamos presos de las mentiras, nuestras valoraciones pintarán bien poco; cuando captemos el Bien mismo, lo importante es eso, que es bueno, no que lo estemos valorando nosotros más.
Con todas sus diferencias, Aristóteles, Séneca, Boecio, Santo Tomás o Leibniz conservarán sus ojos fijos también en la pregunta sobre qué es lo bueno. Ellos y otros muchos nos enseñarán cómo ir, desde las mentiras, hasta el verdadero bien.
Es solo más tarde, a partir de Immanuel Kant, que se producirá un curioso giro en el pensamiento occidental. Giro luego completado en otros dos filósofos alemanes: Max Scheler y Nicolai Hartmann. Para ellos, el bien dejará ya de ser una cosa que está ahí afuera en el mundo, real como los pájaros, el viento o la luz (con todas las diferencias que, también entre estos, hay).
Si no hay bien alguno en el mundo, ¿significa eso que no tiene mucho sentido la ética? Tal será la conclusión que extraiga, a fines del siglo XIX, Nietzsche. Pero Scheler o Hartmann se resistirán a ella, y postularán algo que les salve del precipicio nietzscheano. «De acuerdo», nos dirán, «no ‘existe’ el bien ahí afuera; pero hay otro campo de lo real (diferente a las cosas del mundo) donde sí ‘hay’ valores». Esos valores los captamos, nos aclarará Scheler, mediante «sentimientos intencionales», en vez de mediante la razón, como pensaba Platón y el resto de pensadores citados: por eso es importante «valorar». Toda la relevancia que daba el pensamiento antiguo a entender el mundo y la vida, ha pasado ahora a fijarse en cómo valoramos nosotros las cosas menos o más.
«Nadie ha logrado dar un listado de ‘valores éticos’ válido para todos»
De hecho, la idea de valor, si no venía de los grandes maestros del pasado, ¿desde dónde llegaba a esos autores como Scheler o Hartmann, que los pusieron en el centro de la moral? Basta aguzar la vista para detectar qué disciplina venía ya trabajando, tiempo atrás, la idea de «valor»: la economía. También para ella los valores no suelen estar en las cosas mismas: un vaso de agua no «vale» de por sí ni 20 céntimos ni 10 euros, sino que valdrá lo primero (o incluso menos) si te lo ofrezco junto a una fuente, mientras que costará lo segundo (o incluso más) si te lo vendo en medio de un desierto y padeces una sed descomunal. Tampoco mi casa (que yo pueblo de recuerdos) vale lo mismo para mí que para ti, recién llegado. Cualquier niño descubre, como el economista, que los valores, pues, tienen mucho de mudable al final.
Por eso los valores éticos, al no residir en las cosas mismas, sino en nuestros «sentimientos valorativos», se parecen a los valores bursátiles: pueden subir o bajar su apreciación según el momento. Pueden hacerlo incluso sin mucha conexión con ninguna realidad. Ya predijo La Celestina que las cosas «tanto valen cuanto cuestan», y ese coste varía de un vecino a otro. Los expertos en ética, claro está, intentarán resistirse a esta conclusión sobre los «valores éticos» que ellos patrocinan; pero la realidad les desmiente: nadie ha logrado dar un listado de «valores éticos» válido para todos. No debería extrañarnos, si es en algo tan lábil como los «sentimientos” (valorativos) donde intenta residir su legitimidad. Un «valor» es siempre «valor para alguien».
He aquí un buen motivo, pues, para desconfiar de una ética basada en «valores»: parece solo una estación de paso antes de que ese tren de pensamiento nos lleve a su conclusión lógica, el relativismo entre tus valores, mis valores o los de más allá. Dicho de otro modo: cuando basamos nuestra ética en «valores» la cosa se parece mucho a no tener ninguna ética fija, y esto se parece a no tener ninguna ética al final. Nietzsche estaría contento. Sin embargo, las escuelas que intentan «educar en valores» acaso no deberían estarlo tanto.
2. Los valores se quedan en lo teórico
Otro rasgo de la ética antes de que Kant la alejara de los bienes del mundo, y cundiera luego la moda esta de los valores, es que no se limitaba a decirnos qué cosas eran buenas o malas. Iba mucho más allá: intentaba acostumbrarnos a elegir las primeras y a ir abandonando las segundas. Ese hábito de ir haciendo lo bueno se llamaba virtud; el contrario, el de cultivar lo destructivo, se llamaba vicio. ¿Para qué, si no, aprender ética, sino para hacernos mejores personas?, se preguntará Aristóteles. ¿Para qué conocer el bien, sino porque así podremos mejor alcanzarlo, «como los arqueros cuando conocen su blanco»?, nos inquirirá.
Hoy, sin embargo, cuando una escuela nos promete que «enseñará valores», hemos de resignarnos a tomarle la palabra: adiestrará a nuestros hijos en eso, en saber qué tiene que apreciar, valorar, ensalzar, y qué no. Nuestro niño sabrá que ante algunas cosas (tolerancia, paz, medioambiente, resiliencia, empatía, cosmopolitismo…) deberá poner buena cara; mientras que ante otras (contundencia, fuerza, entereza, patria…) su cara habrá de expresar menos entusiasmo, o incluso algo de asquito.
«Si el único hábito que se enseña es el de ‘valorar’ (bien o mal), la ética se queda en ‘hablar de ética'»
Ahora bien, si la escuela no se propone enseñar hábitos virtuosos, si no adiestra para que lo bueno se haya hecho carne de la carne de nuestro hijo, no podremos pedirle luego peras a ese olmo. Si el único hábito que se enseña es el de «valorar» (bien o mal), la ética se queda en «hablar de ética»: nuestros jóvenes sabrán mucho de moralina; o de exhibir su propia superioridad moral (para que los demás los valoren mucho). Habrán dado toda la razón a Nietzsche: porque una moral que se queda en eso tiene bastante poco de interés ya.
Este es, pues, un segundo motivo para ir abandonando la ética de los valores, e ir tornando a la de las virtudes: ir acallando bocas de predicadores de moralismo. E ir logrando que la ética vuelva a ser como un entrenamiento en el gimnasio de la vida: algo que solo cuenta si vas acostumbrándote a levantar, con tus propios brazos, las pesas de la prudencia, las mancuernas de la justicia, las halteras de la templanza, y así acrecientas tu fortaleza moral. Quien dedica el rato a hacerse selfis, en vez de ejercitar pectorales, ha entendido mal el sentido de esa palestra. Pierde el tiempo y algún día lo lamentará.
3. La tiranía de los valores
Pese su reivindicación de los valores, ya Hartmann se dio cuenta de algo en lo que luego Carl Schmitt insistirá: cuando captamos un valor moral supremo, es tanto el aprecio que le profesaremos, que tenderemos a despreciar por completo no solo su contravalor, sino cualquier otro valor rival.
Todos lo hemos vivido. Mi amiga Puri un buen día capta el valor de lo sagrado; desde entonces, desprecia belicosa toda paciencia con quienes aún no lo saben estimar. Mi amigo Justo descubre un buen día la excelencia suma de la justicia; desde entonces, se revuelve enfurecido contra quien ensalce la clemencia o la magnanimidad. Hay jóvenes que, tras vestir como unos zarrapastrosos, se topan un buen día con la hermosura de la elegancia; desde entonces, se vuelven intransigentes ante cualquier ascetismo en el vestir o cualquier fealdad personal.
Nuestro Unamuno ya habló de esta «tiranía de las ideas», que él reputaba el más despreciable despotismo de todos. Como ya hemos dicho, además, que los valores se captan solo según el sentimiento de cada uno (un valor es siempre «un valor para alguien»), esta tiranía de los valores se convierte en una lucha emocional entre los partidarios de unos valores u otros. No se usarán quizá palos ni piedras, pero sí los medios de comunicación o el adoctrinamiento educativo para lograr lo único alcanzable cuando la ética va de «valores»: conseguir que salgan más partidarios de «mis» valores que los del contrario. La ética se ha transformado así en una batalla por engatusar.
«La sinceridad camina entre la mentira y la desfachatez; el coraje, entre la cobardía y la temeridad»
¿Hay alternativa a esta forma de ver las cosas? Si volvemos de nuevo a las viejas virtudes, Aristóteles nos recordará que todas ellas se hallan en medio de dos vicios. La sinceridad camina entre la mentira y la desfachatez; el coraje, entre la cobardía y la temeridad. Así pues, no tiene sentido dejarse llevar, tiranizado, por ningún extremo, sino que la ética consistirá en acostumbrarse a hallar equilibrios.
No debemos dejar que ningún sentimiento (ni siquiera sobre lo buena que es la sinceridad, o la valentía, o la pureza, o la justicia) nos embargue. Pues entonces casi seguro que acabaremos pasándonos de frenada, llevados por ese entusiasmo irracional. Y nuestra sinceridad se tornará en descaro; nuestro coraje, en imprudencia; nuestra pureza, en mojigatería; nuestra justicia, en frialdad. En suma: extremada, cualquier virtud nuestra se convertirá en un vicio. La persona moral, más que un esprínter, es un funambulista. No importa la velocidad ni la energía; importa llegar, entre asechanzas de caída por un lado u otro, al final del camino. A la meta. ¿Cuál? Esa donde estás tú mismo, en tu mejor versión.
Concluyamos: hemos visto que toda la charlatanería sobre «valores éticos» puede abocar, en algunos los casos, a relativistas morales; en otros, a meros moralistas; en otros casos más, a fanáticos, o a seductores empeñados en embelesar a los demás. Son motivos suficientes para ir abandonando esa farfolla y recuperar, con los viejos sabios (Aristóteles, Séneca, Santo Tomás), una educación centrada en lo bueno y virtuoso. Aunque a menudo zumbón (como en la anterior cita que de él hemos aducido), Oscar Wilde también lo tenía claro. Y por eso nos recomendó, antes de alimentar a los hambrientos o dar vestido a los harapientos, nutrir y vestir nuestra propia alma. Con virtudes. Y lo otro se nos dará, se les dará, por añadidura a los demás.
Miguel Ángel Quintana Paz en theobjective.com
“Los jóvenes en mi país son de esos que hacen lío»
Carlos Alberto Bracho tiene 36 años, es de la diócesis de Cabimas, (Venezuela) y estudia en el Seminario Internacional Bidasoa gracias a una beca de la Fundación CARF. Cuando le comentó al rector del seminario en Venezuela sobre su vocación tenía 27 años y pensó: “es muy tarde para comenzar este camino”. Sin embargo, para Dios no hay tiempo, a unos llama antes y a otros después.
Una cosa es importante: decirle sí al Señor
Siendo profesional, impartiendo clases de Bachillerato, Carlos se dio cuenta de que faltaba algo en su vida. “Él no dejaba de insistir y al final, con miedo, dije que sí a Dios y es la mayor aventura que Dios me ha concedido”, afirma este seminarista de la Iglesia de Venezuela.
El rector del seminario de esta diócesis de la Iglesia de Venezuela, que tenía 33 años y ya llevaba 8 años de sacerdote, le respondió: “Dale gracias a Dios que te ha permitido vivir, graduarte, trabajar, tener experiencia del mundo y darte cuenta de que una cosa es importante, decirle que sí al Señor”. Carlos es licenciado en Educación y, antes de ingresar en el seminario, fue profesor de bachillerato de asignaturas como Matemáticas, Física y Dibujo Técnico.
En esta entrevista nos cuenta su vocación, la influencia de su familia y la evangelización de la Iglesia de Venezuela. En Bidasoa actualmente residen diez seminaristas de cuatros diócesis de Venezuela: (Margarita, El Vigía-San Carlos, Punto Fijo y Cabimas).
“Te apoyaremos en lo que quieras hacer”
— Muchas gracias, Carlos por compartir con nosotros tu testimonio. Me cuentas que tu familia te apoyó en tu decisión de dejarlo todo para ser sacerdote.
Soy el segundo de tres hermanos. Mi padre, Carlos, es contador público y profesor universitario jubilado y mi madre, Edith, oficinista en un instituto universitario, está ya jubilada. Cuando les comenté que dejaba todo y que iba a comenzar mi proceso en el seminario me apoyaron. Gracias a Dios, mis padres siempre han querido vernos a mis hermanos y a mí felices, aunque temían un poco que me estuviera equivocando. Mi papá solo me dijo: “Si es una decisión tuya y eso es lo que quieres para tu vida, ten en cuenta que aquí estaremos para apoyarte siempre en lo que quieras hacer”.
— Y, además, desde que eres seminarista, tus padres han aumentado sus prácticas de piedad.
En ese momento mis padres no asistían con frecuencia a Misa, solo iban en ocasiones puntuales. Pero al entrar en el seminario, comenzaron a participar con mayor frecuencia de la Santa Misa y hoy lo siguen haciendo. Puedo decir que el Señor me prepara para que sea sacerdote, ocupa mi lugar en el espacio que he dejado en mi hogar y va mostrando su amor a quienes con amor han dado un hijo a la Iglesia de Venezuela.
— La fe de tu abuela y su ejemplo, también te ha influido mucho en tu discernimiento vocacional.
Pienso que mi abuela Aida fue el segundo instrumento de Dios para que conociera sus caminos. Nunca me obligó a ir con ella a la Iglesia, pero de pequeño veía como se iba sola y me preocupaba. Así que empecé a acompañarla, sin saber que esa fue una forma que Dios me estaba mostrando el camino para que descubriera su Amor.
La relación de abuela y nieto fue creciendo, porque los días que ella no podía ir por salud, al verme entusiasmado me decía: Carlos Alberto si quieres ir ve, vamos juntos que ahora soy yo la que quiero acompañarte. Gracias a acompañar a mi abuela a Misa, un grupo de jóvenes me invitaron a formar parte de su grupo y así fui poco a poco descubriendo lo maravilloso que es servir al Señor.
El sacerdote del siglo XXI
— Tienes 36 años, has trabajado como profesor, conoces las inquietudes de los jóvenes. ¿Cómo tiene que ser, en tu opinión, el sacerdote del siglo XXI para servir al Señor en esta época?
Tengo que decir que cada uno de los tres párrocos que he conocido, desde mi primera comunión en 1998 hasta 2014, cuando entré al seminario, han sido claves en mi proceso vocacional. Ellos han sido unos padres que me han enseñado, educado, corregido y acompañado con toda la caridad del mundo en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de la diócesis de Cabimas, de la Iglesia de Venezuela. Me dieron mucho ejemplo. Por eso creo que un sacerdote debe ser alguien que sabiendo que no es perfecto, pide a Dios todos los días la gracia de ser su instrumento. Que enseñe al pueblo la correcta doctrina de la Iglesia, que eduque sobre la verdad revelada, que corrija en los momentos que es necesario con la única finalidad de que demos lo mejor de nosotros a Dios, que acompañe en cada experiencia y que en sus acciones nunca falte la oración como vínculo directo entre el hombre y Dios.
Y también que sea capaz de ayudar a discernir y sea ejemplo de hombre feliz, alegre, que demuestre con acciones que dejarlo todo por el Señor es una gran decisión de vida.
— ¿Cómo fueron tus primeros años en el seminario de Venezuela?
En Venezuela pude cursar un año propedéutico en el seminario El Buen Pastor, en mi diócesis de la Iglesia de Venezuela, y luego 3 años en el Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino en la arquidiócesis vecina. Cada uno de los años ha marcado mi vida. Guardo grandes recuerdos, momentos de dificultades que fueron superadas, de aprendizajes y ejemplos de sacerdotes que, con sus acciones, mostraban que el Señor nos llama cada día. En cada uno de esos años no faltaba muestras de que el Señor quería algo de mí siendo quien soy.
Tan grande ha sido Dios que me ha sacado de mi país hasta otro continente para que siga mi proceso de formación. La realidad de mi país para nadie es un secreto, hacer todo lo posible para venirme implicaba pensar que sería imposible, aunque no faltaron esos momentos de desesperanza. Pero Dios siempre muestra su bondad y milagrosamente cumplí y conseguí toda la documentación necesaria en poco tiempo. Esto me lleva a estar convencido de que Dios quería que continuara en el Seminario Internacional Bidasoa, donde en cada instante puedo ver la catolicidad de la Iglesia, compartir con hermanos de muchos lugares del mundo, ayudarnos, aconsejarnos, explicarles detalles que me ha tocado aprender a mí y descubrir juntos que eso es la Iglesia.
La delicada situación de su país
— Venezuela sigue pasando por una situación delicada, aunque quizás ahora con más libertad que nuestros hermanos nicaragüenses. ¿Es difícil ser católico en Venezuela?
La dificultad nunca va a desaparecer en la Iglesia de Venezuela, ni en Nicaragua, ni en ningún lugar del mundo, es parte de la vida del ser humano. Pero sobre toda dificultad reina el Amor, que conduce a que aprendamos a mantenernos firmes en la adversidad y en la prosperidad. En toda la historia de la Salvación, hasta nuestros días, siempre han existido dificultades que son superadas por los hombres con la ayuda de Dios.
Aunque es difícil ser católico en Venezuela, motiva el hecho de ver que las parroquias están llenas de adultos, jóvenes y niños que tienen sed de Dios, que descubren en Él la fuerza para continuar, que en momentos puntuales, en medio de peligros, salen a la calle a compartir la palabra de Dios, cumpliendo el mandato misionero, con la única finalidad de que, por medio de ellos, otros puedan descubrir el amor de Dios.
Todo esto me motiva a seguir preparándome para volver, ayudar y apoyar a mi país, siendo instrumento de Dios para que llegue a los lugares donde hoy aún no ha podido llegar.
Los jóvenes de la Iglesia de Venezuela
— ¿Cómo son los jóvenes en Venezuela? ¿Cómo transmitirles la fe católica con tanta secularización e influencia del protestantismo?
Los jóvenes son de esos que hacen lío, en el buen sentido de la palabra, que una vez que descubren que la Iglesia de Venezuela es un lugar donde pueden crecer, aprender y amar, los lleva a inventarse medios de evangelización coherentes con lo que pide la Iglesia para llamar a las personas al encuentro con Dios.
Muchos de estos jóvenes han salido del país por necesidades económicas, pero, asombrosamente, la generación de relevo se evidencia. Aquellos que eran niños cuando me vine a España, ahora son adolescentes dispuestos a darlo todo por Dios, siguiendo el ejemplo de aquellos que veían cuando eran niños.
No estamos libres de secularización y protestantismo, pero a pesar de ello, Dios sigue llamando. Se siguen integrando jóvenes y ellos invitan a otros jóvenes. A pesar de tantos problemas, Dios se sigue manifestando e invitando a llevar su amor a cada rincón de cada una de las diócesis de la Iglesia de Venezuela.
Marta Santín
Periodista especializada en información religiosa.
El Papa afirma que es un error crear embriones probeta y luego eliminarlos
El Papa ha dirigido un mensaje a los participantes del Congreso "La Revolución Billings. 70 años después, del conocimiento de la fertilidad y la medicina personalizada" que reúne a cientos de personas en la Universidad del Sacro Cuore.
Maria José Atienza·28 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
Siete décadas después de que los doctores John y Evelyn Billings diera a conocer su método natural de reconocimiento de la fertilidad, este método sigue siendo “oportuno y estimulante”. Son palabras del Papa Francisco en el mensaje que ha dirigido a los profesores de métodos naturales, médicos, psicólogos, estudiantes y otras personas que, durante los días 28 y 29 de abril, se han dado cita en Roma en un congreso.
Unas jornadas para continuar profundizando en temas médico-científicos, el valor del conocimiento, la realidad preocupante del descenso de la natalidad e infertilidad de la pareja, así como en propuestas y experiencias sobre formación y diálogo intercultural e interreligioso.
Actualidad del método Billings
En el mensaje que les ha dirigido, el Papa subraya que el método Billings “podría haber parecido anticuado y menos fiable en comparación con la pretendida inmediatez y seguridad de las intervenciones farmacológicas. Sin embargo, de hecho, su método ha seguido resultando oportuno y estimulante, ya que ha llevado a reflexionar seriamente sobre una serie de ámbitos esenciales. Entre ellos, la necesidad de educar en el valor del cuerpo humano, una visión integrada e integral de la sexualidad humana, la capacidad de apreciar la fecundidad del amor incluso cuando no es fértil, la construcción de una cultura que acoja la vida y las formas de afrontar el problema del colapso demográfico”.
El Papa ha puesto en valor “la inseparable conexión entre los significados unitivo y procreador del acto conyugal”, eje central de la encíclica Humanae vitae y ha afirmado que “cuando estos dos significados se afirman conscientemente, la generosidad del amor nace y se fortalece en los corazones de los cónyuges, disponiéndolos a acoger una nueva vida. Sin esto, la experiencia de la sexualidad se empobrece, se reduce a sensaciones que pronto se vuelven autorreferenciales”.
No a las “formas alternativas” de tener un hijo
“El método Billings junto con otros similares, representa uno de los medios más adecuados para realizar responsablemente el deseo de ser padres” continúa el Papa en el mensaje en el que el pontífice añade que “aunque es apropiado legítimo deseo de concebir con los conocimientos científicos más avanzados y las tecnologías que pueden mejorar la fertilidad, es erróneo crear embriones de probeta y luego eliminarlos, comerciar con gametos y recurrir a la práctica de la maternidad subrogada”.
Valor pastoral del conocimiento de la fertilidad
El Papa ha alabado el trabajo del Centro de Estudios e Investigación para la Regulación Natural de la Fertilidad, presente desde 1976 en la Universidad Católica del Sacro Cuore, destacando el valor pastoral del conocimiento de la fertilidad y de los métodos naturales “ya que ayuda a las parejas a ser más conscientes de su vocación matrimonial y a dar testimonio de los valores evangélicos de la sexualidad humana”.
Además ha resaltado la necesidad de una verdadera educación en la sexualidad a los jóvenes y matrimonios “volviendo de nuevo al gran libro de la naturaleza, aprendiendo a respetar el valor del cuerpo y la generación de la vida, con vistas a auténticas experiencias de amor conyugal”.
Defendamos la vida, una y otra vez
María Fernanda Mandolini
Así como Chesterton decía que: “La respuesta a cualquiera que hable de ‘exceso de población’ es preguntarle si él mismo es parte de ese exceso de población, o si no lo es, cómo sabe que no lo es.”
También habría que suscitar la reflexión de los legisladores de diversos países del mundo cuyas manos han permitido leyes cada vez más permisivas respecto al aborto, preguntándoles: si les hubiera gustado que sus buenas madres, hicieran con ellos lo que su siniestro aval posibilita para millones de niños que no verán jamás un amanecer, que no recibirán jamás una caricia, que no conocerán el día ni la noche, no sabrán que es el sueño y la vigilia. No se asombrarán con “el viento en los sauces”, ni el olor a tierra mojada después de cada lluvia, ni la fragancia de la hierba fresca tras el rocío de cada amanecer. En fin, la lista de la negación que les hacemos a todas esas criaturas de las que truncamos sus vidas- por acción u omisión- se hace interminable…
Lo que nos está pasando es un holocausto que –por cobardía- no se define como tal, una catástrofe que se niega –con callada apatía-, una tragedia que disimulamos –con desparpajo-, una calamidad que no evitamos, un infortunio que se cierne sobre nosotros sin que advirtamos hasta qué punto debemos implicarnos…
Lo jurídico y lo moral es inseparable y hay leyes que no pueden pasarnos desapercibidas. Afirmaba el Cardenal Antonio Cañizares“ ¿qué sentido tiene hablar de la defensa de los hombres, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un ser humano inocente y débil, o se llega incluso a facilitar los medios o servicios públicos o privados, para destruir vidas humanas e indefensas iguales en dignidad a otros seres humanos, quizá no inocentes y que se pueden defender por sí mismos?”
“…la vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios, que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y entrevé al adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el ‘libro de la vida’” (Evangelium Vitae, 61).
Pueden declarar las Leyes que quieran (validarlas o no mediante la Constitución de países –al menos, nominalmente soberanos-), pero si éstas no responden al Orden natural no dejan de ser inicuas, perversas; violatorias del orden jurídico y ético-moral.
Estamos asistiendo al sometimiento de la razón, estamos siendo arrastrados al fracaso y pérdida de humanidad. ¿Por parte de quiénes?, pueden tener muchos rostros: globalismo, Agenda 2030, filántropos artífices del Nuevo Orden Mundial, pseudo progresistas… Lo cierto es que el mal puede tomar el rostro que quiera, pero poco podrá hacer si el Bien sigue vivo y operante con la decisión de nuestro corazón e inteligencia, con el compromiso de nuestra Fe, con la certeza de nuestra Esperanza, en la medida en que ardamos en la Caridad. Puesto que muchos de los que abrazan el principio de trascendencia, llevan a cabo diariamente meritorias hazañas en favor de la mujer con un embarazo no deseado, tratando de evitar que tragedias personales se constituyan en tragedias colectivas.
Me tomo la atribución de compartirles un extracto del Soliloquio del Niño por Nacer escrito por el magistral Antonio Caponnetto:
“Antes de que nacieras ya te había elegido” Jeremías 1,5.
Soy un cuerpo y un alma, soy vida que agradece,
soy la brizna unitiva, la fiel intrepidez,
del esposo fecundo, de la mujer fructuosa,
gestación renovada, constante gravidez.
Sepan los cegadores del ser y de la savia,
quienes podan las vidas con atroces guadañas,
que por cada existencia cercenada y herida
se alzarán en defensa las maternas entrañas.
Las de siempre, perpetuas, del ayer o el mañana.
No están solas, batallan con su Jefe, el Ungido,
los varones atentos a la voz de lo siglos:
“Antes de que nacieras ya te había elegido”.
Diluye intencionadamente la naturaleza de la unidad familiar
Lo que en realidad hace el nuevo anteproyecto de ley de familias, al convertir 11 situaciones particulares en objeto de protección. La familia, lejos de ser reconocida como un sujeto social fuerte, creativo y con capacidad de cohesionar la vida social, es vista como un agregado de intereses individuales y particulares. Desde esta perspectiva, la familia es vista como consumidora de servicios públicos y transferencias económicas. Y no solo eso, sino que se difumina su naturaleza, convirtiendo la convivencia entre muchos, con independencia de los vínculos y los compromisos, en una realidad familiar.
A la familia se pertenece y en la familia se educan vínculos de identidad y se fomentan deberes participativos y de compromiso. La Ley Belarra diluye intencionadamente la naturaleza de la unidad familiar. El anteproyecto puede sufrir cambios, pero difícilmente cambiará ya su estructura y su intención de fondo.
Jesús Domingo Martínez
Con el telón de fondo de la innecesaria moción de censura, han pasado sin apenas eco mediático dos preocupantes sentencias del Tribunal Constitucional, que han avalado en los últimos días la llamada ley Celáa (Educación) y la ley de eutanasia. Ambas merecen un análisis detenido, pero especialmente la última. En vigor desde junio de 2021, la ley fue aprobada sin consenso ni debate alguno y está suscitando una oposición notable en médicos y demás agentes sanitarios, a los que apunta directamente como ejecutores, de lo que sutilmente la Ley llama una y otra vez “ayudar a morir”.
Hemos conocido que en algunos lugares que tienen el dudoso honor de ser pioneros en esta forma particularmente cruel de cultura de la muerte, el debate se ha precipitado por una alarmante pendiente resbaladiza. En Países Bajos las cifras de muertes por eutanasia no dejan de crecer y tienen encima de la mesa debates como el de autorizarla a mayores de 75 años, sin más razón que la de que se han cansado de vivir.
José Morales Martín
Son ataques directos a lo más natural
Hay que reconocer, que en principio, la Iglesia siempre se ha preocupado de la naturaleza. “Esta relación mutua entre alma y Creación, entre religión y cuidado del mundo, es universal -dice Pedro Urbano-, no entiende de fronteras ni de épocas, va directa al corazón de las personas, y por eso mismo ayuda tanto al sosiego del espíritu”.. Y desde siglos atrás nos encontramos con el amor por la creación manifestado en las enseñanzas de los santos. Como en el “Cántico de las creaturas” de San Francisco de Asís:
La Sagrada Escritura nos conduce a encontrar a Dios en la Creación, con todas sus consecuencias. “Reflejan por eso un sentido muy vivo de la fuerza contemplativa que se desprende de la Creación, a la vez que comparan la ciencia natural con la ciencia que nace de la palabra de Dios, es decir, con la teología. Porque, como explican estos autores, el don de Dios se percibe por la fe a través de muchas vías, en lo creado y en lo sanado, en la vida natural y en la espiritual”.
Quizá lo que no es tan habitual entre muchos ecologistas es advertir que la creación está al servicio del hombre. Entonces ¿cómo es posible que se admita como lo más “natural” el aborto? Cuidamos la naturaleza y destruimos lo más importante de esa naturaleza que es el hombre. ¿Cómo es posible defender lo natural y permitir el cambio de sexo de una persona? ¿Hay algo más antinatural? Perversidades que no se admitirían nunca con los animales se aprueban en nuestras legislaciones con las personas. Hay que decir bien alto que son ataques directos a lo más natural, que es el hombre.
Juan García.
Hemos conocido que en algunos lugares que tienen el dudoso honor de ser pioneros en esta forma particularmente cruel de cultura de la muerte, aplicación de la ley de eutanasia, el debate se ha precipitado por una alarmante pendiente resbaladiza. En Países Bajos las cifras de muertes por eutanasia no dejan de crecer y tienen encima de la mesa debates como el de autorizarla a mayores de 75 años, sin más razón que la de que se han cansado de vivir. Ahora acabamos de conocer que el Gobierno canadiense está sopesando si extender la eutanasia a los niños y a los enfermos mentales. Hace solo 7 años, cuando se consiguió la aprobación de la Ley en ese país, se aseguró que solo se aplicaría a personas adultas gravemente enfermas. Ojalá que dentro de unos años, en España no nos tengamos que lamentar de lo mismo, pero esta es la cruda realidad de lo que se conoce como “pendiente resbaladiza”, porque o se respeta toda la vida y la vida de todos, desde su inicio en la concepción hasta su fin natural, o nos vemos abocados al consenso sobre quién merece y quién no merece vivir, lo que acaba irremediablemente en decisiones cada vez más irracionales y arbitrarias.
Jesús D Mez Madrid
¿Cómo aprenden los niños? Así funciona su cerebro y así lo puedes potenciar
Por Mª José Calvo para LaFamilia.info
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¿Cómo aprenden los niños? ¿Cómo potenciar su desarrollo? ¿Qué podemos hacer los padres en esas primeras etapas tan decisivas para el aprendizaje?
En esta nueva entrega la especialista Mª José Calvo, médico de familia, nos explica cómo aprenden los niños. Ella señala "se trata de dejar que los niños puedan admirarse de las cosas, permitir su curiosidad perceptiva por lo que le rodea, que es la que abre las ´puertas´ de la atención, dejar volar la imaginación y la creatividad, darles pequeños encargos dese muy pequeños, enseñándoles lo que está bien o mal, según su edad, y guiados por unos valores nobles, basados en principios universales que no pasan de moda. Los que tratamos de vivir".
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Asimismo, los niños aprenden respetando sus ritmos naturales, esos periodos de crecimiento, y dándoles libertad de acción con cierta autonomía… Y siempre, guiados por el sentimiento de saberse queridos. Pero ojo, no basta con quererlos: se tienen que sentir queridos para desarrollarse bien. Lo cual no significa darles caprichos o sobreprotegerlos, sino cariño, dedicación, tiempo con ellos, compartir lo que llevamos en el corazón.
"Ojo: no basta con quererlos: se tienen que sentir queridos para desarrollarse bien"
Hemos visto que la mejor edad para el aprendizaje es hasta los 6-8 años. Y luego hasta el pico de la pubertad y adolescencia. Lo que más le gusta a un niño es moverse libremente y experimentar. Cuantas más oportunidades tenga de conocimiento perceptivo experiencial, mejor.
Cuantos más sentidos emplee mejor conocerá el mundo que le rodea y mejor desarrollará sus capacidades, gracias a esa fase motora y sensitiva de la maduración cerebral. Los sentidos son como las “ventanas” por las que contactamos con el mundo: lo conocemos, y lo podemos comprender. A partir de ahí construirá ideas mas abstractas, que engarzadas, darán lugar al razonamiento más lógico, entorno a los 7 años.
"Los sentidos son como las “ventanas” por las que contactamos con el mundo. Cuantos más sentidos emplee mejor conocerá el mundo que le rodea"
Un pensamiento del doctor Santiago Ramón y Cajal: “Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de neuronas adormecidas. Es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo, e infundirles nobles y elevadas inquietudes.” No quedarse en la inmediatez de adquirir solo unas habilidades concretas, sino elevar las miras, poner inquietudes nobles en ellos por mejorar el entorno…
Al hilo, una idea de María Montessori: “Sembrad en los niños ideas buenas aunque no las entiendan; los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento, y hacerlas florecer en su corazón.”
También es la edad ideal para enseñarles hábitos saludables, aprovechando esos momentos en los cuales es muy fácil adquirir unas funciones y unos valores humanos.
Disfrutar de la buena música, que pone en marcha todo el cerebro, de contemplar la naturaleza, del placer de jugar, de leer cuentos, y de adquirir valores humanos como el orden, la sinceridad, la empatía, la amistad, el valor del esfuerzo, la generosidad, la responsabilidad… y en definitiva ¡pensar en los demás!
Y es imprescindible la relación con otras personas, no solo de la familia, sino también con amigos, porque una persona es más enriquecedora que cualquier juguete, y muchísimo más que una “pantalla”.
Siempre, insisto, sabiéndose muy queridos. El cariño que les demos es el artífice de su buen desarrollo, base de su afectividad, de su autoestima y personalidad. No solo de cada uno de los padres, sino del trato cariñoso de ellos entre sí, origen de su vida y por tanto de su desarrollo. Y lo que le permitirá aprender a querer a los demás, algo imprescindible para lograr su plenitud personal y una vida lograda.
El juego: básico para el aprendizaje
Por otra parte, desde que nace el juego es muy importante en su vida. Todo lo aprende por vía afectiva, a través de las emociones, mediante el juego. Para él todo es juego, o se transforma en juego: aprende jugando, juega aprendiendo, juega con su madre, con su mirada, con su sonrisa… disfruta jugando. Para él, la vida es juego, y mediante él aprende todas las cosas.
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Además, el juego estimula el desarrollo cerebral, la imaginación y la creatividad... Por ejemplo, mediante el juego simbólico el niño aprende muchas habilidades, relaciona distintas cosas en su cerebro, aprende por distintas vías sensoriales, motoras, de integración… También aprende a pensar y resolver problemas y dificultades, a tener empatía con otras personas, a regular emociones, acepta unas reglas... etc. Para un niño es vital jugar: es su vida.
Es importante que vaya siendo autónomo cuanto antes, adquiriendo habilidades y destrezas, y relacionándose. Pero no es bueno querer adelantar etapas, pues su cerebro no estará preparado. Para todo requiere unos tiempos atencionales tranquilos, sosegados, a su ritmo.
Ojo con las pantallas
Por eso cuidar las pantallas, especialmente en las primeras etapas en las que su cerebro está por formar. Porque en ellas todo sucede de forma demasiado rápida, y el exceso puede entorpecer su buen desarrollo. Interfiere con el propio pensamiento, rompe con su memoria, su concentración, anula la empatía, base del aprendizaje y la relación con los demás. Todo cuidado es poco; más tarde habrá que guiarles en ello.
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Cuando es un poco mayor, va aprendiendo cosas nuevas, y para ello necesita interiorizarlo y asentarlo sobre lo que ya sabe, porque lo relaciona con ello y establece un vínculo emocional con cada cosa. Si no, no puede aprender. Y los padres, o el maestro, van dando estructuras sobre las cuales construir lo que puede aprender. Por eso, las primeras etapas son cruciales, y cuanto más se sabe es más fácil aprender algo nuevo.
Y es preciso que le ilusione, que le motive, para que pueda asimilarlo porque disfruta. La motivación da un aporte extra de glucosa, el alimento del cerebro, que le posibilita trabajar mejor, a gusto. Cuanto más complejo, mayor necesidad de la emoción y del placer de aprender. Por eso es importante tener en cuenta esos momentos que facilitan dicho aprendizaje. Es todo un arte saber enseñar, conectar con los sentimientos del niño…, emocionarse con ello, y que disfrute aprendiendo. Un arte que se puede aprender y mejorar con el cariño.
*Colaboración de Mª José Calvo para LaFamilia.info. Médico de familia por la Universidad de Navarra y Orientadora familiar y conyugal por IPAO, y a través del ICE de la Universidad de Navarra. Colaboradora habitual en la revista “Hacer Familia” sobre temas de pareja. optimistaseducando.blogspot.com.co