Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 05 de agosto de 2023
Indice:
El Papa en la Ceremonia de acogida: "ninguno es cristiano por casualidad”
El Papa a representantes de caridad: “el amor concreto es ese que se ensucia las manos”
Francisco en el Vía Crucis de la JMJ: Hay que correr el riesgo de amar
SANTA MARÍA DE LAS NIEVES* : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: perderlo todo por el amor
“Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles” : San Josemaria
«No tengan miedo, sino coraje porque Dios acoge a todos»
El reino de Dios y su justicia: la justicia (II)
Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres
El Prelado, en Filipinas: formarse en la fe para amar a Jesús
La Transfiguración del Señor en el monte Tabor
Javier Pastor, el sacerdote más joven de España : Marta Santín
Vida, neurociencia e inmortalidad. : Jose Luis Velayos
DIOS TE ESPERA, SIEMPRE : Alfredo Obarrio
Ancianos y jóvenes : Ana Teresa López de Llergo
Síndrome del impostor : Lucía Legorreta
La Inteligencia Artificial al servicio de la eugenesia : Julio Tudela, Ester Bosch
Fuente de conflictos : Jesús Martínez Madrid
La libertad religiosa en el mundo : Domingo Martínez Madrid
Neurociencia y conciencia : Jesús D Mez Madrid
Sin tiempos de silencio : Jesús Domingo Martínez
PsychoCath: la JMJ como punto de encuentro de psicólogos católicos : Maria José Atienza
El Papa en la Ceremonia de acogida: "ninguno es cristiano por casualidad”
Francisco se reúne con los jóvenes de todo el mundo congregados en el Parque Eduardo VII de Lisboa con motivo de la Ceremonia de Acogida. Al igual que un padre con sus hijos, el Papa les ha dado varios consejos para no dejarse estafar por las ilusiones del mundo digital y les ha recordado que en la Iglesia hay espacio para "todos" y que Dios nos ama "como somos, sin maquillaje".
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
“Es Jesús quien los ha llamado, ¡agradezcámosle a Él!”. Con estas palabras el Papa Francisco ha recibido a los jóvenes que se han dado cita en el Parque Eduardo VII de Lisboa con motivo de la Ceremonia de Acogida de la Jornada Mundial de la Juventud 2023. Francisco además de agradecerles el “simpático alboroto que hacen” y esperar “poderse contagiar de su alegría”, les recuerda que “no están aquí por casualidad”: “El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. Sí, Él los ha llamado por sus nombres”.
El Papa hace hincapié en este “Llamados por sus nombres”: “ninguno es cristiano por casualidad, todos hemos sido llamados por nuestro nombre” dice el Papa, explicando que “al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, de las sombras y de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados, porque somos amados” explica el Papa a los jóvenes participantes de la JMJ y puntualiza: “Chicos y chicas, somo amados como somos sin maquillaje, ¿entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros”.
Atentos a las ilusiones del mundo virtual
Como un padre, Francisco da un consejo a los jóvenes que han ido a encontrarse con él en Lisboa: “Quisiera que veas una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias, pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado”. Por ello, Francisco les aconseja “estar atentos a las ilusiones de lo virtual, porque muchas realidades que nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello que son: cosas vanas, pompas de jabón, superfluas, cosas que no sirven y que nos dejan vacíos por dentro”. En cambio, les recuerda, “Jesús no es así; él confía en ti, confía en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos y ese es Jesús”.
¿Cuál es el punto de partida de la JMJ?
En esta Jornada Mundial de la Juventud, el Papa espera que “sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados tal como somos”. “Este – dice – es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo de la vida”. Por ello, Francisco les recuerda que a pesar de aquello que a veces ven sus ojos, empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones, deben ayudarse entre ellos a reconocer esta realidad esencial: “recordar que somos valiosos a los ojos de Dios y somos amados como somos, no como quisiéramos ser”.
“Quiero ser claro con ustedes: en la Iglesia hay espacio para todos”
Haciendo referencia a las cartas que le han enviado algunos jóvenes, en el que comparten al Papa algunos de sus miedos de no ser aceptados, Francisco les expresa un mensaje claro: “en la Iglesia hay espacio para todos, en la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más, hay espacio para todos, así como somos, todos. Y esa es la Iglesia la madre de todos” e insiste: “El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; nos lo muestra Jesús en la cruz. Él no cierra la puerta, sino que invita a entrar; no aleja, sino que acoge”.
La vida nos va dando las respuestas
Francisco asegura que cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro y pide a los jóvenes llevar, esos interrogantes “en el dialogo común entre nosotros y cuando rezamos delante de Dios”, porque a esas preguntas “con la vida se van haciendo respuestas y solamente tenemos que esperarlas”. “Dios – sigue afirmando – ama por sorpresa: no está programado, el amor de Dios es sorpresa y siempre sorprende, siempre nos mantiene alertas y nos sorprende”.
Estamos amortizados por el amor de Dios
Por último, el Papa pide a los chicos y chicas presentes que “confien porque Dios es padre y es padre que nos quiere y nos ama, esto no es muy fácil y para esto tenemos una gran ayuda la madre del Señor, ella es nuestra madre también” asegura. Destaca su pensamiento final: “No tengan miedo, tengan coraje, vayan adelante sabiendo que estamos amortizados por el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama”.
El Papa a representantes de caridad: “el amor concreto es ese que se ensucia las manos”
“¿Cuándo le doy la mano a una persona necesitada, a un enfermo, a un marginado, después de darle la mano hago así enseguida (gesto de limpiarse las manos) para que no se me contagie? Esta y otras preguntas son las que ha hecho esta mañana el Papa a algunos representantes de la caridad en Lisboa.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
Esta mañana el Papa Francisco ha iniciado su jornada en Lisboa confesando a algunos jóvenes en la Plaza del Imperio para después encontrarse con los representantes de algunos centros de asistencia y caridad de Lisboa: “La caridad es el origen y la meta del camino cristiano, y vuestra presencia, realidad concreta de “amor en acción”, nos ayuda a no olvidar la ruta, el sentido de lo que hacemos” les ha dicho el Papa. A raíz de los testimonios de algunos de los representantes, el Papa se ha centrado en tres aspectos: hacer el bien juntos, actuar concretamente y estar cerca de los más frágiles.
Hacer el bien juntos
El Papa ha hecho referencia al testimonio de uno de ellos que ha hablado de lo importante que es que uno no se debe dejar “definir” por la enfermedad, sino hacerla parte viva del aporte que nosotros damos al conjunto, a la comunidad. “Es verdad – dice el Papa – no debemos dejarnos “definir” por la enfermedad, o por los problemas, porque no somos una enfermedad o un problema. Cada uno de nosotros es un don, un don único —con sus límites—, un don valioso y sagrado para Dios, para la comunidad cristiana y para la comunidad humana”.
Actuar concretamente
Después, el Santo Padre se ha referido a otro testimonio, en este caso el de don Francisco, que citando a san Juan XXIII ha dicho que “la Iglesia no es un museo de arqueología”. “Algunos la piensan así, pero no es – dice el Papa – es la antigua fuente del pueblo que suministra el agua a las generaciones actuales igual que a las generaciones pasadas”.
El Papa hoy te pregunta: ¿le tienes asco a la pobreza?
Francisco se ha detenido también en la importancia de entender que no existe el amor abstracto: “No existe el amor platónico, está en órbita, pero no está en la realidad” asegura y subraya que “el amor concreto es ese que se ensucia las manos”.
Después, destaca su batalla de preguntas para hacer reflexionar sobre la caridad: “cada uno de nosotros se puede preguntar: el amor que yo siento hacia todos los de aquí, ¿lo que siento hacia los demás es concreto o abstracto?” “¿yo cuando le doy la mano a una persona necesitada, a un enfermo, a un marginado después de darle la mano hago así enseguida (hace un gesto de limpiarse las manos) para que no se me contagie?” “¿le tengo asco a la pobreza, a la pobreza de los demás?”, “¿busco siempre la vida destilada, esa que existe en mi fantasía, pero no existe en realidad?".
Francisco recuerda que hay muchas vidas “destiladas inútiles que pasan por la vida sin dejar huella, porque su vida no tiene peso” pero – aclara – “aquí tenemos una realidad que deja huella, una realidad de tantos años que está dejando una huella que es de inspiración a los demás”. “No podría existir una Jornada Mundial de la Juventud sin tener en cuenta esta realidad, porque esto también es juventud en el sentido que ustedes generan vida nueva continuamente” ha puntualizado.
La caridad como fuente de inspiración
Por último, agradece la “conducta” de los representantes de la caridad, pues gracias a su compromiso y a ensuciarse las manos por tocar la realidad y la miseria de los demás “están generando inspiración” pero también “vida”.
Francisco en el Vía Crucis de la JMJ: Hay que correr el riesgo de amar
Uno de los momentos más emotivos de la Jornada Mundial de la Juventud: los jóvenes de todas partes buscan contagiarse por la dimensión de este Amor totalmente generoso, tan entregado que llega hasta dar la vida por la vida de los demás.
Sebastián Sansón – Vatican News
Caminar con Jesús: es lo que hicieron los más de 800.000 peregrinos de la JMJ Lisboa 2023 que participaron del Via Crucis en el Parque Eduardo VII este viernes 4 de agosto.
Revive los momentos más emocionantes del Vía Crucis en la JMJ
En su discurso improvisado, pronunciado antes del rito, el Pontífice resaltó el concepto de “camino” con Jesús y recordó que el Señor, cuando estuvo entre nosotros, caminó, “curando a los enfermos, atendiendo a los pobres, haciendo justicia, caminó predicando, enseñándonos”. “Jesús camina, pero el camino que más está grabado en nuestro corazón es el camino del Calvario, el camino de la Cruz”, añadió el Papa.
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Los temas en la meditación, que tocan las heridas de la humanidad, son la soledad, los abusos, la guerra y la casa común. (Vatican Media)
“El camino de Jesús es Dios que sale de sí mismo, sale de sí mismo para caminar entre nosotros”, dijo el Santo Padre, quien meditó sobre el versículo “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (cf. Jn. 1, 14).
04/08/2023El Viacrucis en la JMJ: “Un diálogo con Jesús”
Los jóvenes y el Papa Francisco meditan en un diálogo con Jesús sobre las heridas de la humanidad. Padre João Golão: “El camino de Jesús desde sus heridas hasta su muerte”.
Jesús empieza este Camino por mí
El Sucesor de Pedro acotó que “la Cruz que acompaña cada Jornada Mundial de la Juventud es el ícono, es la figura de este camino”. Y prosiguió su alocución afirmando:
“La Cruz es el sentido más grande del amor más grande, ese amor con que Jesús quiere abrazar nuestra vida. ¿Nuestra? Sí, pero la tuya, la tuya, la tuya, la de cada uno de nosotros. Jesús camina por mí. Lo tenemos que decir todos. Jesús empieza este camino por mí, para dar su vida por mí. Y nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos, el que da la vida por los demás. No se olviden esto. Nadie tiene más amor que el que da la vida, y esto lo enseñó Jesús. Por eso, cuando miramos el Crucificado, que es tan doloroso, una cosa tan dura, vemos la belleza del amor que da su vida por cada uno de nosotros”.
04/08/2023Las fragilidades del mundo clamarán desde el Vía Crucis de la JMJ
Jóvenes de 22 países darán vida al Camino de la Cruz junto al Papa Francisco, contemplando los dolores contemporáneos que resuenan en sus corazones. Entre ellos, los problemas de ...
Abramos ventanas del alma
Posteriormente, el Papa citó la frase de una persona “muy creyente” que le tocó el corazón: “Señor, por tu inefable agonía, puedo creer en el amor”. Francisco insistió en que Jesús camina, pero espera nuestra compañía, espera abrir ventanas del alma de cada uno de nosotros. En este sentido, Bergoglio clamó: “¡Qué feas son las almas cerradas, que siembran para adentro, sonríen para adentro! No tienen sentido”.
“Jesús camina y espera con su amor, espera con su ternura, darnos consuelo, enjugar nuestra alma”.
Tras el rezo del Vía Crucis, el Papa impartió la bendición a todos los jóvenes. (Vatican Media)
Llorar con Cristo
El Pontífice propuso a los jóvenes que cada uno se respondiera a sí mismo las siguientes preguntas: "¿Yo lloro de vez en cuando? ¿Hay cosas en la vida que me hacen llorar?".
"Todos en la vida hemos llorado, y lloramos todavía. Y ahí está Jesús con nosotros, Él llora con nosotros, porque nos acompaña en la oscuridad que nos lleva al llanto".
Francisco invitó a los jóvenes a realizar un momento de silencio para que los chicos le dijeran a Jesús por qué lloran en la vida.
"Esta es la juventud del Papa", aclamaban en coro los peregrinos mientras el Papa recorría las calles aledañas al Parque Eduardo VII. (Vatican Media)
El riesgo de amar
Por último, puntualizó que Jesús, con su ternura, enjuga nuestras lágrimas escondidas:
"Jesús espera colmar, con su cercanía, nuestra soledad. ¡Qué tristes son los momentos de soledad! Él está ahí, Él quiere colmar esa soledad. Jesús quiere colmar nuestro miedo, tu miedo, mi miedo, esos miedos oscuros los quiere colmar con su consolación, y Él espera a empujarnos, a abrazar el riesgo de amar. Porque ustedes lo saben, lo saben mejor que yo: amar es riesgoso. Hay que correr el riesgo de amar. Es un riesgo, pero vale la pena correrlo, y Él nos acompaña en esto. Siempre nos acompaña. Siempre camina. Siempre, a lo largo de la vida, está junto a nosotros".
Y en un segundo y último momento de introspección, el Obispo de Roma animó a los asistentes a pensar en el propio sufrimiento, en la propia miseria, en las propias ansiedades, sin tener miedo, pero sin perder de vista las ganas de que el alma vuelva a sonreír.
"Y Jesús camina a la Cruz, muere en la Cruz para que nuestra alma pueda sonreír. Amén", finalizó.
04/08/2023El Papa a representantes de caridad: “el amor concreto es ese que se ensucia las manos”
“¿Cuándo le doy la mano a una persona necesitada, a un enfermo, a un marginado, después de darl
Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor
Memoria libre
— Origen del templo dedicado a Santa María Madre de Dios, en Roma.
— Madre de Dios y Madre Nuestra.
— María es el Acueducto por el que nos llegan todas las gracias.
I. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, la iglesia más antigua consagrada en Occidente a la Virgen María, donde han tenido lugar tantos acontecimientos de la historia de la Iglesia. Esta Basílica mariana guarda una estrecha relación con la definición dogmática de la Maternidad divina de María, proclamada en el Concilio de Éfeso. Bajo esta advocación se levantó este templo en el siglo iv, sobre otro ya existente, poco tiempo después de terminado el Concilio. El pueblo de la ciudad de Éfeso celebró con enorme entusiasmo la declaración dogmática de esta verdad, que, por otra parte, creía desde siempre. Esta alegría se extendió a toda la Iglesia, y en Roma se levantó con todo fervor bajo esta advocación una grandiosa Basílica. Ese júbilo nos llega a nosotros también en la fiesta de hoy, en la que debernos alabar a Santa María como Madre de Dios, y también como Madre nuestra.
Según una piadosa leyenda, un patricio romano, llamado Juan, de común acuerdo con su esposa, determinó consagrar su hacienda a honrar a la Madre de Dios, pero sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo. Al mismo tiempo tuvo un sueño, y también el Papa, por el que supo que la Virgen deseaba que se edificara un hermoso templo en su honor en el monte Esquilino, que apareció cubierto de nieve, cosa insólita, el día 5 de agosto. Aunque la leyenda es posterior a la edificación de la Basílica, ha servido para que la fiesta de hoy se conozca en muchos lugares como de la Virgen de las Nieves, y para que muchos amantes de las cumbres la tengan como Patrona.
En Roma, desde tiempo inmemorial, el pueblo fiel honra a Nuestra Madre en este templo bajo la advocación de Salus Populi Romani. Allí acuden a pedir favores y gracias, como al lugar en el que son escuchados siempre. El Papa Juan Pablo II también visitó a Nuestra Señora en este templo romano, poco tiempo después de su elección al Pontificado. «María decía entonces el Papa está llamada a llevar a todos al Redentor. A dar testimonio de Él, aun sin palabras, solo con el amor, en el que se manifiesta la índole de madre. A acercar incluso a quienes oponen más resistencia, para los que es más difícil creer en el amor (...). Está llamada para acercar a todos, es decir, a cada uno, a su Hijo». Y a sus pies hacía esta dedicación de toda su vida y de todos sus afanes a la Madre de Dios, que nosotros imitándole filialmente- podemos hacer nuestra: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia (Soy todo tuyo, y todas mis cosas tuyas son. Sé Tú mi guía en todo)»1. Con su protección iremos bien seguros.
II. El misterio de la Encarnación ha permitido a la Iglesia penetrar y esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo encarnado. En este profundizar tuvo particular importancia el Concilio de Éfeso (a. 431)2. Cuenta San Cirilo cómo la proclamación de este dogma mariano conmovió a todos los cristianos de Éfeso, y nos conmueve a nosotros ahora cuando meditamos que la Madre de Dios es también Madre nuestra. Describía así este Padre de la Iglesia aquellos acontecimientos: «todo el pueblo de la ciudad de Éfeso, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, permaneció ansioso en espera de la resolución... Cuando se supo que el autor de las blasfemias (Nestorio) había sido depuesto, todos a una comenzamos a glorificar a Dios y a aclamar al Sínodo, porque había caído el enemigo de la fe.
»Apenas salidos de la iglesia, fuimos acompañados con antorchas a nuestras casas. Era de noche: toda la ciudad estaba alegre e iluminada»3. ¡Cómo vibraban por su fe aquellos cristianos de los primeros tiempos! ¡Cómo debemos vibrar nosotros!
El mismo San Cirilo, en una homilía pronunciada en aquel Concilio, alaba de esta forma la Maternidad de Nuestra Señora: «Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana... Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe...»4. Por «ser Madre de Dios, tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa del bien infinito que es Dios. Y en esa línea no puede imaginarse una dignidad mayor, como no puede imaginarse cosa mayor que Dios»5, afirma Santo Tomás de Aquino. Está por encima de todos los ángeles y de todos los santos. Después de la Humanidad Santísima de su Hijo, es el reflejo más puro de la gloria de Dios. En Ella brilla como en ninguna otra criatura la participación de los dones divinos: la Sabiduría, la Belleza, la Bondad... Nada manchado hay en Ella. Es el esplendor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad6.
No dejemos hoy de recordarle muchas veces esa Maternidad divina, de la que proceden todas las gracias, virtudes y perfecciones que la adornan y embellecen: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... No nos dejes de tu mano, cuida de nosotros como las madres protegen a sus hijos más débiles y necesitados.
III. San Bernardo afirma que Santa María es para nosotros el acueducto por el que nos llegan todas las gracias que cada día necesitamos. A Ella debemos acudir siempre, «porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María»7, y de modo particular cuando nos encontremos más débiles, en las dificultades, en las tentaciones..., y tanto en las necesidades del alma como en las del cuerpo.
En el Calvario, junto a su Hijo, culminó la maternidad espiritual de María. Cuando todos desertan la Virgen se encuentra junto a la cruz de Jesús8, en perfecta conformidad con la voluntad divina, sufriendo y padeciendo con su Hijo, corredimiendo. Ella «no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»9. Esta maternidad de la Virgen perdura sin cesar, y ahora, en el Cielo, «no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna»10.
Hemos de agradecer mucho a Dios que nos haya querido dar una Madre a quien acudir en la Vida de la gracia. Y que esta haya sido su propia Madre. María es Madre nuestra no solo porque nos ama como una madre, o porque hace sus veces. La maternidad espiritual de Nuestra Señora es muy superior, más efectiva que cualquier maternidad legal o de afecto. Es Madre porque realmente nos ha engendrado en el orden sobrenatural. Si se nos ha dado poder de llegar a ser hijos de Dios, de participar en la naturaleza divina11. es gracias a la acción redentora de Cristo, que nos hace semejantes a Él. Pero ese influjo pasa a través de María. Y así del mismo modo que Dios Padre tiene un solo Hijo según la naturaleza, e innumerables según la gracia, por María, Madre de Cristo, hemos llegado a ser hijos de Dios. De su mano recibimos todo el alimento espiritual, la defensa contra los enemigos, el consuelo en medio de las aflicciones.
Para Nuestra Madre del Cielo «jamás dejamos de ser pequeños, porque Ella nos abre el camino hacia el Reino de los Cielos, que será dado a los que se hacen niños (cfr. Mt 19, 14). De Nuestra Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola, hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos.
»Descubrimos así como si las recitáramos por vez primera el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la Iglesia. ¿Qué son el Ave María y el Ángelus sino alabanzas encendidas a la Maternidad divina? Y en el Santo Rosario (...) pasan por nuestra cabeza y por nuestro corazón los misterios de la conducta admirable de María, que son los mismos misterios fundamentales de la fe (...).
»En las fiestas de Nuestra Señora no escatimemos las muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón pidiéndole lo que necesitemos, agradeciéndole su solicitud maternal y constante, encomendándole las personas que estimamos. Pero, si pretendemos comportarnos como hijos, todos los días serán ocasión propicia de amor a María, como lo son todos los días para los que se quieren de verdad»12.
A Ella le decimos hoy con un antiguo himno de la Iglesia: monstra te esse matrem!, muestra que eres Madre y, que por ti nos atienda el que tomó sangre en tus venas para redimirnos13.
1 Juan Pablo II, Homilía en Santa María la Mayor, 8-XII-1978. — 2 ídem, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 4. — 3 San Cirilo de Alejandría, Epístolas, 24. — 4 ídem, Encomio en honor de Santa María Madre de Dios. — 5 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 25, a. 6, ad 3. — 6 Cfr. Sab 7, 25-26 — 7 San Bernardo, Sermón en la Natividad de Santa María, 4-7. — 8 Jn 19, 25. — 9 Conc. vat. II, Const. Lumen gentium, 56 — 10 Cfr. Ibídem, 62. — 11 Cfr. 2 Pdr 1, 4. — 12 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Rialp, 4.ª ed., Madrid 1978, 290-291. — 13 Himno Ave Maris Stella.
Después de la proclamación del dogma de la Maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso (año 431), el Papa Sixto III consagró en Roma una Basílica en honor de la Virgen, llamada después Santa María la Mayor. Es la iglesia más antigua dedicada a Nuestra Señora.
La fiesta de hoy también es conocida como Nuestra Señora de las Nieves, debido a una antigua leyenda que cuenta cómo un matrimonio romano, que pedía a la Virgen luz acerca del modo de emplear su fortuna, recibió en sueños el deseo de Santa María de que se le erigiera un templo precisamente donde apareciera cubierto de nieve el monte Esquilino. Esto ocurrió en la noche del 4 al 5 de agosto. Al día siguiente, de modo sorprendente, se encontró cubierto de nieve un solar donde hoy se levanta la Basílica.
Evangelio del sábado: perderlo todo por el amor
Comentario del sábado de la 17.ª semana del tiempo ordinario. “El rey se entristeció (...). Y mandó decapitar a Juan en la cárcel”. El amor verdadero, profundo y fecundo, es aquél que está dispuesto a donarse por entero, perder la vida por las personas amadas, en defensa de la Verdad.
05/08/2023
Evangelio (Mt 14, 1-12)
En aquel entonces oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús, y les dijo a sus cortesanos: —Éste es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él esos poderes.
Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y aunque quería matarlo, tenía miedo del pueblo porque lo consideraban un profeta.
El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y le gustó tanto a Herodes, que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: —Dame aquí, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales ordenó dársela. Y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron su cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre. Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo muerto, lo enterraron y fueron a dar la noticia a Jesús.
Comentario:
Jesucristo recibe la noticia de la muerte de Juan el Bautista de labios de sus discípulos. Saben de lo mucho que se querían y no dudan en ir a contárselo, quizá para encontrar también un poco de consuelo.
¡Con cuánto dolor escucharía Jesucristo el relato de la muerte de su pariente y amigo! ¡Con qué ternura consolaría los corazones atribulados de aquellos discípulos, amigos de Juan! ¡Cómo les animaría en esos momentos hablándoles de la grandeza de aquel hombre! Un hombre que no dudó en perder la cabeza por Jesús.
La defensa de la verdad, la que nos hace libres, la que no es negociable, la enemiga de los falsos compromisos que buscan salvar el pellejo, nos lleva a perder la cabeza.
Las palabras de Juan iluminaban a los hombres y mujeres de su tiempo, incluso al propio Herodes. Se dirigían al fondo de sus corazones y allí sembraban la semilla de la verdad, del bien, de la justicia, del amor. Eran palabras capaces de sacar a la luz ese fragmento de humanidad que, aunque sepultado por una montaña de mentiras, habita en el corazón de todo hombre.
Herodes se había ido deslizando por un camino sin retorno, condenándose a una vida esteril, infeliz, encerrado en sí mismo, en su egoísmo. Juan le habla al corazón, quiere sacarlo de la cárcel en la que está enjaulado.
Con su propia vida le quiere mostrar cómo el amor verdadero, profundo y fecundo, es aquél que está dispuesto a donarse por entero, perder la vida por las personas amadas, perder la cabeza por ellas.
Es la “inquietud de amor” que busca “siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva incluso a las lágrimas”; que “impulsa a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifiesta su necesidad”[1].
Con nuestro amor inquieto, lleno de detalles concretos, amando desde el Corazón de Jesucristo, estamos recordando a los demás cómo es el amor de Dios por ellos, cuál es su verdad más profunda: son hijos amados de Dios Padre. No tenemos que tener miedo a perder la cabeza en esos detalles de amor.
[1] Papa Francisco, Homilía del 28 de agosto de 2013.
“Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles”
El mundo nos espera. ¡Sí!, amamos apasionadamente este mundo porque Dios así nos lo ha enseñado: «sic Deus dilexit mundum...» –así Dios amó al mundo; y porque es el lugar de nuestro campo de batalla –una hermosísima guerra de caridad–, para que todos alcancemos la paz que Cristo ha venido a instaurar. (Surco, 290)
5 de agosto
Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gen 1, 7 y ss.). Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios.
Por el contrario, debéis comprender ahora –con una nueva claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (...).
No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo(Conversaciones, 114).
«No tengan miedo, sino coraje porque Dios acoge a todos»
Intervenciones y homilías íntegras de los actos del Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa 2023. Actualizado el 4 de agosto a las 16:30.
04/08/2023
Especial Jornada Mundial de la Juventud: Un kit con todo lo que necesitas para preparar y vivir mejor la JMJ, tanto si viajas a Lisboa, como si la sigues desde casa.
Miércoles,2 de agosto de 2023
Jueves, 3 de agosto de 2023
—Encuentro con los jóvenes universitarios en la Universidad Católica Portuguesa.
—Encuentro con los jóvenes de Scholas Occurrentes en la Sede de Scholas Occurrentes de Cascais.
—Ceremonia de acogida en el Parque Eduardo VII.
Viernes, 4 de agosto de 2023
—Vía Crucis con los jóvenes en el Parque Eduardo VII.
Sábado, 5 de agosto de 2023
—Rezo del Rosario con los jóvenes enfermos en la Capilla de las Apariciones del Santuario de Nuestra Señora de Fátima.
—Vigilia con los jóvenes en el Parque Tejo.
Domingo, 6 de agosto de 2023
—Santa Misa para la Jornada Mundial de la Juventud en el Parque Tejo. Ángelus.
—Encuentro con los voluntarios de la JMJ en el Paseo marítimo de Algés.
Jornada Mundial de la Juventud, 2 de agosto de 2023
Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el Centro Cultural de Belém
Señor Presidente de la República,
señor Presidente de la Asamblea de la República,
señor Primer Ministro,
miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
autoridades, representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura,
señoras y señores:
Saludo cordialmente a todos ustedes y agradezco al señor Presidente la bienvenida y las cordiales palabras que me ha dirigido —es muy acogedor el Presidente, ¡gracias! Me siento contento de estar en Lisboa, ciudad de encuentro que abraza diferentes pueblos y culturas, y que en estos días se vuelve todavía más universal; se transforma, de alguna manera, en la capital del mundo, la capital del futuro, porque los jóvenes son el futuro. Esto se ajusta bien a su carácter multiétnico y multicultural ―pienso en el barrio Mouraria, donde viven en armonía personas provenientes de más de sesenta países―, y descubre el rasgo cosmopolita de Portugal, que ahonda sus raíces en el deseo de abrirse al mundo y explorarlo, navegando hacia horizontes nuevos y más amplios.
No lejos de este lugar, en Cabo da Roca, hay un monumento con una lápida que lleva esculpida una frase de un gran poeta de esta ciudad: «Aqui… onde a terra se acaba e o mar começa» (L. Vaz de Camões, Os Lusíadas, III, 20). Durante siglos se creyó que allí terminaba el mundo, y en cierto modo es verdad; estamos en el fin del mundo porque este país limita con el océano, que delimita los continentes. Lisboa lleva el abrazo y la fragancia de este océano, por eso también yo me uno a este canto que aman los portugueses: «Lisboa tem cheiro de flores e de mar» (A. Rodrigues, Cheira bem, cheira a Lisboa, 1972). Un mar que es mucho más que un elemento paisajístico, es una vocación impresa en el alma de cada portugués: «mar sonoro, mar sem fundo, mar sem fin» como lo llamó una de vuestras poetisas (S. de Mello Breyner Andresen, Mar sonoro). Frente al océano, los portugueses reflexionan sobre los inmensos espacios del alma y el sentido de la vida en el mundo. Y yo también, dejándome llevar por la imagen del océano, quisiera compartir algunos pensamientos.
Según la mitología clásica, Océano es hijo del cielo (Urano); su inmensidad mueve a los mortales a mirar hacia lo alto y a elevarse hacia el infinito. Pero Océano también es hijo de la tierra (Gea) que abraza, invitándonos, de esta manera, a arropar con la ternura a todo el mundo habitado. Es así, el océano no une solamente pueblos y países, sino también tierras y continentes; por eso Lisboa, ciudad del océano, nos recuerda la importancia del conjunto, el valor de las fronteras como zonas de contacto, no como barreras que separan. Sabemos que los grandes problemas de hoy en día son globales, pero a menudo experimentamos nuestra insuficiencia a la hora de responder a ellos, precisamente porque cuando nos enfrentamos a problemas comunes el mundo está dividido, o al menos no lo suficientemente cohesionado, incapaz de crear un único frente contra lo que nos perjudica a todos. Parece que las injusticias planetarias, las guerras, las crisis climáticas y migratorias corren más rápido que la capacidad, y a menudo la voluntad, de afrontar juntos estos retos.
Lisboa puede sugerirnos un cambio de ritmo. Aquí, en el 2007, se firmó el homónimo Tratado de reforma de la Unión Europea. Este afirma que «la Unión tiene como finalidad promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos» (Tratado de Lisboa por el que se modifican el Tratado de la Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, art. 1,4/2.1); pero va más allá, al afirmar que «en sus relaciones con el resto del mundo […] contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos» (art. 1,4/2.5). No son sólo palabras, sino hitos fundamentales para el camino de la comunidad europea, esculpidos en la memoria de esta ciudad. Este es el espíritu del conjunto, animado por el sueño europeo de un multilateralismo más amplio que el mero contexto occidental.
Según una etimología controvertida, el nombre de Europa derivaría de una palabra que indicaba la dirección hacia el oeste. Sin embargo, lo cierto es que Lisboa es la capital más occidental de Europa continental. Recuerda, por tanto, la necesidad de abrir vías de encuentro más amplias, como ya lo hace Portugal, especialmente en países de otros continentes que comparten la misma lengua. Espero que la Jornada Mundial de la Juventud sea, para el “viejo continente” —podemos decir el “anciano” continente—, un impulso de apertura universal, es decir, un impulso de apertura que lo haga más joven. Porque el mundo necesita a Europa, a la verdadera Europa; necesita de su papel de constructora de puentes y de paz en su parte oriental, en el Mediterráneo, en África y en Oriente Medio. De ese modo, Europa podrá aportar, dentro del escenario internacional, su originalidad específica, esbozada en el siglo pasado cuando, desde el crisol de los conflictos mundiales, encendió la chispa de la reconciliación, haciendo posible el sueño de construir el mañana con el enemigo de ayer, de abrir caminos de diálogo, itinerarios de inclusión, desarrollando una diplomacia de paz que apague los conflictos y alivie las tensiones, capaz de captar los más tenues signos de distensión y de leer entre las líneas más torcidas.
En el océano de la historia, estamos navegando en circunstancias críticas y tempestuosas, y percibimos la falta de rumbos valientes hacia la paz. Mirando con cariño sincero a Europa, en el espíritu de diálogo que la caracteriza, nos saldría espontáneo preguntarle: ¿hacia dónde navegas, si no ofreces procesos de paz, caminos creativos para poner fin a la guerra en Ucrania y a tantos conflictos que ensangrientan el mundo? Y de nuevo, ampliando el campo: ¿qué camino sigues, Occidente? Tu tecnología, que ha marcado el progreso y globalizado el mundo, por sí sola no es suficiente; menos aún las armas más sofisticadas, que no representan inversiones de futuro, sino el empobrecimiento del verdadero capital humano, el de la educación, la sanidad, el estado de bienestar. Es preocupante cuando uno lee que en muchos lugares se invierte continuamente en armamento, en lugar de hacerlo en el futuro de los hijos. Y esto es verdad. Me decía el ecónomo, hace algunos días, que la mejor rentabilidad de las inversiones está en la fabricación de armas. Se invierte más en las armas que en el futuro de los hijos. Sueño con una Europa, corazón de Occidente, que utilice su ingenio para apagar focos de guerra y encender luces de esperanza; una Europa que sepa reencontrar su alma joven, soñando con la grandeza del conjunto y yendo más allá de las necesidades de lo inmediato; una Europa que incluya a los pueblos y a las personas con su propia cultura, sin perseguir teorías ni colonizaciones ideológicas. Y esto nos ayudará a pensar en los sueños de los padres fundadores de la Unión europea, ¡ellos soñaban en grande!
El océano, inmensa extensión de agua, recuerda los orígenes de la vida. En el mundo desarrollado de hoy, paradójicamente, se ha convertido en una prioridad la defensa de la vida humana, puesta en peligro por las derivas utilitaristas que la usan y la desechan: la cultura del descarte de la vida. Pienso en tantos niños no nacidos y ancianos abandonados a su suerte; en la dificultad por acoger, proteger, promover e integrar a los que vienen de lejos y llaman a las puertas; en la soledad de muchas familias que luchan por traer al mundo y criar a sus hijos. También aquí se podría decir: ¿hacia dónde navegan, Europa y Occidente, con el descarte de los ancianos, los muros de alambre espigado, las tragedias en el mar y las cunas vacías? ¿Hacia dónde navegan? ¿Hacia dónde van si, ante el dolor de vivir, ofrecen remedios superficiales y equivocados, como el fácil acceso a la muerte, una solución de conveniencia que parece dulce, pero que en realidad es más amarga que las aguas del mar? Y pienso en tantas leyes rebuscadas sobre la eutanasia.
Lisboa, abrazada por el océano, nos da, sin embargo, motivos de esperanza, es ciudad de la esperanza. Un océano de jóvenes está inundando esta acogedora ciudad; y quisiera agradecer el gran trabajo y el generoso compromiso de Portugal para acoger un evento tan complejo de gestionar, pero fecundo en esperanza. Como se dice por estos lares: «Junto a la juventud, uno no envejece». Jóvenes de todo el mundo, que cultivan deseos de unidad, de paz y de fraternidad, jóvenes que sueñan nos desafían a hacer realidad sus sueños de bien. No están en las calles para gritar de rabia, sino para compartir la esperanza del Evangelio, la esperanza de la vida. Y si desde muchos sectores se respira hoy un clima de protesta e insatisfacción, terreno fértil para el populismo y las teorías conspirativas, la Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad para construir juntos. Reaviva el deseo de crear novedad, de hacerse a la mar y navegar juntos hacia el futuro. Me vienen a la mente unas palabras audaces de Pessoa: «Navegar es preciso; vivir no es preciso […]; lo que es necesario es crear» (Navegar é preciso). Pongámonos a trabajar, pues, con creatividad para construir juntos. Imagino tres laboratorios de esperanza en los que todos podemos trabajar juntos: el medio ambiente, el futuro y la fraternidad.
El medio ambiente. Portugal comparte con Europa muchos esfuerzos ejemplares para la protección de la creación. Pero el problema global sigue siendo extremadamente grave: los océanos se están calentando y sus profundidades sacan a la superficie la fealdad con la que hemos contaminado nuestra casa común. Estamos convirtiendo las grandes reservas de vida en vertederos de plástico. El océano nos recuerda que la vida humana está llamada a armonizarse con un entorno más grande que nosotros, que hay que cuidar, hay que cuidar con esmero, pensando en las generaciones más jóvenes. ¿Cómo podemos decir que creemos en los jóvenes, si no les damos un espacio sano para construir el futuro?
El segundo laboratorio es el futuro. Y el futuro son los jóvenes. Pero hay muchos factores que los desaniman, como la falta de trabajo, los ritmos frenéticos en los que están inmersos, el aumento del coste de la vida, la dificultad para encontrar vivienda y, lo que es aún más preocupante, el miedo a formar una familia y traer hijos al mundo. En Europa y, más en general, en Occidente, asistimos a una triste fase descendente de la curva demográfica. El progreso parece ser una cuestión de avances técnicos y de comodidades individuales, mientras que el futuro exige contrarrestar la disminución de la natalidad y el declive de las ganas de vivir. La buena política puede hacer mucho en este sentido, puede ser generadora de esperanza. No está llamada a detentar el poder, sino a dar a la gente la posibilidad de esperar. Está llamada, hoy más que nunca, a corregir los desequilibrios económicos de un mercado que produce riqueza, pero no la distribuye, empobreciendo a los individuos de recursos y certezas. Está llamada a redescubrirse como generadora de vida y de cuidado, a invertir con clarividencia en el futuro, en las familias y en los hijos, a promover alianzas intergeneracionales, en las que no se borre el pasado de un plumazo, sino que se fomenten los vínculos entre jóvenes y mayores. Esto lo debemos retomar: el diálogo entre jóvenes y mayores. A esto se refiere el sentimiento portugués de la saudade, que expresa una nostalgia, un deseo de bien ausente, que sólo renace en contacto con las propias raíces. Los jóvenes deben encontrar sus propias raíces en los ancianos. En este sentido es importante la educación, que no sólo puede impartir nociones técnicas para progresar económicamente, sino que está destinada a entrar en una historia, a transmitir una tradición, a valorar la necesidad religiosa del hombre y a fomentar la amistad social.
El último laboratorio de esperanza es la fraternidad, que nosotros cristianos aprendemos de Nuestro Señor Jesucristo. En muchas partes de Portugal, el sentido de vecindario y solidaridad están muy vivos. Sin embargo, en el contexto general de una globalización que nos acerca, pero sin darnos proximidad fraterna, todos estamos llamados a cultivar el sentido de la comunidad, empezando por la búsqueda de quienes viven a nuestro lado. Porque, como señaló Saramago, «lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda y es preciso andar mucho para alcanzar lo que está cerca» (Todos os nomes, 1997). ¡Qué hermoso es redescubrirnos como hermanos y hermanas, trabajar por el bien común, dejando atrás contrastes y diferencias de puntos de vista! También aquí tenemos a los jóvenes que, con su grito de paz y su deseo de vivir, nos llevan a derribar las rígidas barreras de pertenencia erigidas en nombre de opiniones y creencias diferentes. He sabido que aquí hay muchos jóvenes que cultivan el deseo de hacerse prójimos; pienso en la iniciativa Missão País, que lleva a miles de chicos y chicas a vivir en el espíritu del Evangelio experiencias de solidaridad misionera en zonas periféricas, especialmente en aldeas del interior del país, donde visitan a muchos ancianos que están solos, y esto es una “unción” para la juventud. Quisiera agradecer y animar, junto a las muchas personas de la sociedad portuguesa que se preocupan por los demás, a la Iglesia local, que hace tanto bien, sin protagonismos.
Hermanos y hermanas, sintámonos todos llamados, fraternalmente, a dar esperanza al mundo en que vivimos y a este magnífico país. Deus abençoe Portugal!
Vísperas con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas, seminaristas y agentes pastorales en el Monasterio de los Jerónimos
Queridos hermanos obispos,
queridos sacerdotes, diáconos, consagradas, consagrados, seminaristas,
queridos agentes pastorales, hermanos y hermanas: Boa tarde!
Me siento feliz de estar entre ustedes para vivir junto a tantos jóvenes la Jornada Mundial de la Juventud, pero también para compartir vuestro camino eclesial, vuestros cansancios y esperanzas. Agradezco a Mons. José Ornelas Carvalho las palabras que me ha dirigido; deseo rezar con ustedes para que, como ha dicho, podamos ser, junto con los jóvenes, audaces en abrazar "el sueño de Dios y encontrar caminos para una participación alegre, generosa y transformadora, para la Iglesia y la humanidad". Y esto no es chiste, es un programa.
Me rodea la belleza de este país, tierra de paso entre el pasado y el futuro, lugar de antiguas tradiciones y de grandes cambios, adornado por valles exuberantes, playas doradas que se asoman a la hermosura sin límites del océano, que bordea Portugal. Esto me evoca el entorno de la llamada de Jesús a los primeros discípulos, a orillas del mar de Galilea. Quisiera detenerme en esta llamada, que pone de manifiesto lo que acabamos de escuchar en la Lectura breve de Vísperas: el Señor nos ha salvado, nos ha llamado no por nuestras obras, sino por su gracia (cf. 2 Tm 1,9). Esto sucedió en la vida de los primeros discípulos cuando Jesús, pasando, «vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban lavando las redes» (Lc 5,2). Entonces Jesús subió a la barca de Simón y, después de haber hablado a la multitud, cambió la vida de aquellos pescadores invitándolos a remar mar adentro y a echar las redes. Vemos inmediatamente un contraste: por una parte, los pescadores bajan de la barca para lavar las redes, es decir, para limpiarlas, conservarlas bien y volver a casa; por otra parte, Jesús sube a la barca e invita a echar de nuevo las redes para la pesca. Resaltan las diferencias: los discípulos bajan, Jesús sube; ellos quieren guardar las redes, Él quiere que se echen nuevamente al mar para la pesca.
En primer lugar, están los pescadores que bajan de la barca para lavar las redes. Esta es la escena que se presenta ante los ojos de Jesús y Él se detiene precisamente allí. Hacía poco que había comenzado su predicación en la sinagoga de Nazaret, pero sus compatriotas lo habían empujado fuera de la ciudad e incluso habían intentado matarlo (cf. Lc 4,28-30). Entonces Él salió del lugar sagrado y comenzó a predicar la Palabra entre la gente, en las calles donde las mujeres y los hombres de su tiempo se afanaban cada día. A Cristo lo que le interesa es llevar la cercanía de Dios, precisamente a los lugares y las situaciones donde las personas viven, luchan, esperan, a veces teniendo entre las manos fracasos y frustraciones, justamente como esos pescadores que durante la noche no habían sacado nada. Jesús mira con ternura a Simón y a sus compañeros que, cansados y amargados, lavan sus redes, realizando un gesto repetitivo, automático, pero también lleno de fatiga y resignación: no quedaba más que volver a casa con las manos vacías.
A veces, en nuestro camino eclesial, podemos experimentar un cansancio similar. Cansancio. Alguien decía: "Temo al cansancio de los buenos". Un cansancio cuando nos parece que entre las manos sólo tenemos redes vacías. Es un sentimiento bastante difundido en los países de antigua tradición cristiana, afectados por muchos cambios sociales y culturales, y cada vez más marcados por el secularismo, por la indiferencia hacia Dios y por un creciente distanciamiento de la práctica de la fe. Y aquí está el peligro que entra la mundanidad. Y esto a menudo se acentúa por la desilusión o la rabia que algunos alimentan en relación a la Iglesia, en algunos casos por nuestro mal testimonio y por los escándalos que han desfigurado su rostro, y que llaman a una purificación humilde, constante, partiendo del grito de dolor de las víctimas, que siempre han de ser acogidas y escuchadas. Pero, cuando uno se siente desanimado —y cada uno de ustedes piense en qué momento han sentido el desánimo—, el riesgo es bajar de la barca y quedar atrapado en las redes de la resignación y del pesimismo. En cambio, confiemos en que Jesús continúa tendiendo la mano, sosteniendo a su amada Esposa. Llevemos al Señor nuestras fatigas y nuestras lágrimas, para poder afrontar las situaciones pastorales y espirituales, dialogando entre nosotros con apertura de corazón para experimentar nuevos caminos a seguir. Cuando estamos desanimados, conscientes o no del todo conscientes, nos "jubilamos", nos "jubilamos" del celo apostólico, lo vamos perdiendo, y nos transformamos en "funcionarios de lo sagrado". Es muy triste cuando una persona que ha consagrado su vida a Dios se transforma en "funcionario", en mero administrador de las cosas. Es muy triste.
En efecto, apenas los apóstoles bajan a lavar los instrumentos utilizados, Jesús sube a la barca y luego los invita a echar nuevamente las redes. En el momento del desánimo, momento de la "jubilación", dejemos que Jesús suba a la barca de nuevo, con la ilusión del primer tiempo, esa ilusión que debe ser revivida, reconquistada, re-editada. Él viene a buscarnos en nuestras soledades, en nuestras crisis, para ayudarnos a recomenzar. La espiritualidad del recomienzo. No le tengan miedo. Así es la vida: caer y recomenzar, aburrirse y recibir de nuevo la alegría. Recibir esa mano de Jesús. También hoy pasa por las orillas de la existencia para reavivar la esperanza y decirnos también a nosotros, como a Simón y a los otros: «Navega mar adentro y echen las redes» (Lc 5,4). Y cuando se pierde la ilusión, nos salen mil justificativos para no echar las redes, pero sobre todo esa resignación amarga, que es como un gusano que corroe el alma. Hermanos y hermanas, lo que vivimos es ciertamente un tiempo difícil, lo sabemos, pero el Señor hoy pregunta a esta Iglesia: "¿Quieres bajar de la barca y hundirte en la desilusión, o dejarme subir y permitir que sea una vez más la novedad de mi Palabra la que lleve el timón? A ti, sacerdote, consagrado, consagrada, obispo: ¿te conformas sólo con el pasado que tienes detrás o te atreves a echar nuevamente con entusiasmo las redes para la pesca?". Esto es lo que nos pide el Señor: que reavivemos la inquietud por el Evangelio.
Cuando uno se va acostumbrando y se va aburriendo y la misión se transforma en una especie de "empleo", es el momento de dejar lugar a esa segunda llamada de Jesús, que nos llama de nuevo, siempre. Nos llama para hacernos caminar, nos llama para rehacernos.No le tengan miedo a esa segunda llamada de Jesús. No es ilusión, es Él que vuelve a golpear la puerta. Y podemos decir que esta es la inquietud "buena", cuando nos dejamos seducir por la segunda llamada de Jesús, esa es la inquietud buena, que la inmensidad del océano les entrega a ustedes portugueses: ir más allá de la orilla, no para conquistar el mundo —ni para pescar bacalaos—, sino para animarlo con la consolación y la alegría del Evangelio. En esta óptica se pueden leer las palabras de uno de sus grandes misioneros, el Padre António Vieira, llamado "Paiaçu", padre grande. Él decía que Dios les ha dado una pequeña tierra para nacer; pero, haciéndolos asomarse al océano, les ha dado el mundo entero para morir: «Para nacer, poca tierra; para morir, toda la tierra; para nacer, Portugal; para morir, el mundo» (A. Vieira, Homilías, Vol. III, Tomo VII, Porto 1959, p. 69). Echar de nuevo las redes y abrazar al mundo con la esperanza del Evangelio: ¡a esto estamos llamados! No es tiempo de detenerse, no es tiempo de rendirse, no es tiempo de amarrar la barca en tierra o de mirar atrás; no tenemos que evadir este tiempo porque nos da miedo y refugiarnos en formas y estilos del pasado. No, este es el tiempo de gracia que el Señor nos da para aventurarnos en el mar de la evangelización y de la misión.
Pero, para poder hacerlo, también necesitamos tomar decisiones. Quisiera indicarles tres decisiones, inspiradas en el Evangelio.
En primer lugar, navegar mar adentro. Esa magnanimidad. ¡No sean pusilánimes! Navegar mar adentro, para echar nuevamente las redes al mar, es necesario dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que tantas veces nos asaltan frente a las dificultades. Tristeza dulzona, cinismo irónico. Examinemos la conciencia sobre esto. Recuperar la ilusión, pero en una segunda edición de la ilusión, la ilusión ya madura, la ilusión que viene de fracaso o aburrimiento. No es fácil recuperar la ilusión adulta. Es necesario hacerlo para pasar del derrotismo a la fe, como Simón que, aun habiendo trabajado en vano toda la noche, afirmó: «Si tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5). Pero, para confiar cada día en el Señor y en su Palabra, no son suficientes las palabras, se necesita mucha oración. Yo quisiera aquí hacer una pregunta, pero cada uno se la responde adentro: ¿cómo rezo yo? ¿Como un loro, bla, bla, bla, o durmiendo la siesta adelante del Sagrario porque no sé cómo hablar con el Señor? ¿Rezo? ¿Cómo rezo? Sólo en adoración, sólo ante el Señor se recuperan el gusto y la pasión por la evangelización. Y curiosamente, la oración de adoración la hemos perdido; y todos, sacerdotes, obispos, consagradas, consagrados, tienen que recuperarla, ese estar en silencio delante del Señor. La Madre Teresa, metida en tantas cosas de la vida, nunca dejó la adoración, aun en los momentos en que su fe tambaleaba y se preguntaba si era todo verdad o no. Momento de la oscuridad, que también lo pasó Teresita del Niño Jesús. Entonces, en la oración se supera la tentación de llevar adelante una "pastoral de la nostalgia y de los lamentos". En un convento había una monja —esto es histórico— que se lamentaba de todo, y no sé qué nombre tenía, pero las monjas le cambiaron el nombre y la llamaban "Sor Lamentela". ¡Cuántas veces nuestras impotencias, nuestras desilusiones las transformamos en lamentelas! Y dejando esas lamentelas, se toma otra vez la fuerza para navegar mar adentro, sin ideologías, sin mundanidad. La mundanidad espiritual que se nos mete y de la cual se engendra el clericalismo. Clericalismo no solo de los curas: los laicos clericalizados son peores que los curas. Ese clericalismo que nos arruina. Y como decía un gran maestro espiritual, esa mundanidad espiritual —que provoca el clericalismo— es uno de los males más graves que puede suceder a la Iglesia. Superar esas dificultades sin ideologías, sin mundanidad, animados por un único deseo: que el Evangelio llegue a todos. Ustedes tienen muchos ejemplos en este camino y, visto que estamos rodeados de jóvenes, quisiera recordar a un joven de Lisboa, san Juan de Brito, era un muchacho de aquí, que hace siglos, en medio de muchas dificultades, se fue para la India y empezó a hablar y a vestirse del mismo modo de los que encontraba con tal de anunciar a Jesús. También nosotros estamos llamados a sumergir nuestras redes en el tiempo en que vivimos, a dialogar con todos, a hacer comprensible el Evangelio, aun cuando para hacerlo podamos correr el riesgo de alguna tormenta. Como los jóvenes que vienen aquí de todo el mundo para desafiar las olas gigantes, también nosotros vayamos mar adentro sin miedo; no tengamos miedo de afrontar el mar abierto, porque en medio de la tormenta y de los vientos contrarios, Jesús viene y viene a nuestro encuentro y nos dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman» (Mt 14,27). ¿Cuántas veces hemos tenido esa experiencia? Cada uno se contesta adentro. Y si no la hemos tenido, es porque algo falló durante la tormenta.
Una segunda decisión: llevar adelante juntos la pastoral, todos juntos. En el texto Jesús confía a Pedro la tarea de navegar mar adentro, pero después habla en plural, diciendo «echen las redes» (Lc 5,4). Pedro guía la barca, pero en la barca están todos y todos están llamados a echar las redes. Todos. Y cuando recogen una gran cantidad de peces, no creen que pudieran hacerlo solos, no administran el don como posesión y propiedad privada, sino que —dice el Evangelio— «hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos» (Lc 5,7). Y así llenaron dos barcas de peces. Uno significa soledad, cerrazón, pretensión de autosuficiencia, dos significa relación. La Iglesia es sinodal, es comunión, ayuda recíproca, camino común. A esto tiende el Sínodo en curso, que tendrá su primer momento asambleario en el próximo mes de octubre. En la barca de la Iglesia tiene que haber lugar para todos: todos los bautizados están llamados a subir en ella y a echar las redes, comprometiéndose personalmente en el anuncio del Evangelio. Y no olviden esta palabra: todos, todos, todos. A mí me toca mucho el corazón cuando tengo que decir como abrir perspectivas apostólicas, aquel pasaje del Evangelio en el que no van a la fiesta de bodas del hijo y está todo preparado. ¿Y qué dice el señor, el señor de la fiesta qué dice? "Vayan a los confines y traigan a todos, todos, todos, todos: sanos, enfermos, chicos y grandes, buenos y pecadores. Todos". Que la Iglesia no sea una aduana para seleccionar a quienes entran y no. Todos, cada uno con su vida a cuestas, con sus pecados, pero como está, delante de Dios, como está, delante de la vida… Todos. Todos. No pongamos aduanas en la Iglesia. Todos. Y es un gran desafío, especialmente en los contextos en que los sacerdotes y los consagrados están cansados porque, mientras las exigencias pastorales aumentan, ellos son cada vez menos. Sin embargo, en esta situación podemos ver una ocasión para involucrar, con impulso fraterno y sana creatividad pastoral, a los laicos. Las redes de los primeros discípulos, entonces, se convierten en una imagen de la Iglesia, que es una "red de relaciones" humanas, espirituales y pastorales. Si no hay diálogo, si no hay corresponsabilidad, si no hay participación, la Iglesia envejece. Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia —sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos—, nunca sin los otros, nunca sin el mundo. Sin mundanidad, eso sí, pero no sin el mundo. En la Iglesia nos ayudamos, nos sostenemos mutuamente y estamos llamados a difundir también fuera un clima constructivo de fraternidad. Por otra parte, san Pedro escribe que somos las piedras vivas empleadas para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 P 2,5). Quisiera agregar: ustedes, fieles portugueses, son también una "calçada", son las piedras valiosas de ese suelo acogedor y resplandeciente sobre el cual el Evangelio necesita caminar; ni una piedra puede faltar, de lo contrario se nota inmediatamente. ¡Esta es la Iglesia que, con la ayuda de Dios, estamos llamados a construir!
Por último, la tercera decisión: ser pescadores de hombres. No tengan miedo. Eso no es hacer proselitismo, es anunciar el Evangelio que provoca. En esta imagen tan linda de Jesús, ser pescadores de hombres, Jesús confía a los discípulos la misión de navegar en el mar del mundo. Con frecuencia el mar, en la Escritura, está asociado al lugar del mal y de las fuerzas desfavorables que los hombres no logran dominar. Por eso, pescar personas y sacarlas del agua significa ayudarlas a salir del abismo donde se habían hundido, salvarlas del mal que amenaza con ahogarlas, resucitarlas de toda forma de muerte. Pero esto sin proselitismo, sino con amor. Y una de las señales de algunos movimientos eclesiales que están andando mal es el proselitismo. Cuando un movimiento eclesial o una diócesis, o un obispo, o un cura, o una monja o un laico hace proselitismo, eso no es cristiano. Cristiano es invitar, acoger, ayudar, pero sin proselitismo. El Evangelio, en efecto, es un anuncio de vida en el mar de la muerte, de libertad en los torbellinos de la esclavitud, de luz en el abismo de las tinieblas. Como afirma san Ambrosio, «los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz» (Exp. Luc. IV, 68-79). Hay muchos abismos en la sociedad de hoy, también aquí en Portugal, en todas partes. Tenemos la sensación de que falta el entusiasmo, la valentía de soñar, la fuerza de afrontar los desafíos, la confianza en el futuro; y, mientras tanto, navegamos en la incertidumbre, en la precariedad, sobre todo económica, en la pobreza de amistad social, en la falta de esperanza. A nosotros, como Iglesia, se nos ha confiado la tarea de sumergirnos en las aguas de este mar echando la red del Evangelio, sin señalar con el dedo, sin acusar, sino llevando a las personas de nuestro tiempo una propuesta de vida, la de Jesús: llevar la acogida del Evangelio, invitarlos a la fiesta, a una sociedad multicultural; llevar la cercanía del Padre a las situaciones de precariedad, de pobreza que aumentan, sobre todo entre los jóvenes; llevar el amor de Cristo allí donde la familia es frágil y las relaciones están heridas; transmitir la alegría del Espíritu allí donde reinan la desmoralización y el fatalismo. Uno de vuestros poetas escribió: «Para llegar al infinito, y creo que se puede llegar allí, es preciso que tengamos un puerto, uno sólo, firme, y partir de él hacia lo Indefinido» (F. Pessoa, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247).¡Soñamos la Iglesia portuguesa como un "puerto seguro" para quienes afrontan las travesías, los naufragios y las tormentas de la vida!
Queridos hermanos y hermanas: a todos, laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, obispos, a todos, a todos: no tengan miedo, echen las redes. No vivan acusando "esto es pecado" esto aquí que no es pecado. Vengan todos, después hablamos, pero que sientan primero la invitación de Jesús y después viene el arrepentimiento, después viene esa cercanía de Jesús. Por favor, no conviertan a la Iglesia en una aduana: acá se entra, los justos, los que están bien, los que están bien casados y ahí afuera todos los demás. No. La Iglesia no es eso. Justos y pecadores, buenos y malos, todos, todos, todos. Y después, que el Señor nos ayude a arreglar ese asunto. Pero todos. Les agradezco de corazón, hermanos y hermanas, esta escucha —que por ahí fue aburrida—; les agradezco todo lo que hacen, el ejemplo, sobre todo el ejemplo escondido, y la constancia, ese levantarse todos los días para empezar de nuevo o para continuar lo empezado. Como dicen ustedes: Muito obrigado! Por lo que hacen… Y los encomiendo a la Virgen de Fátima, a la custodia del ángel de Portugal y a la protección de sus grandes santos; especialmente, aquí en Lisboa, de san Antonio, apóstol incansable —que se lo roban los de Padua—, predicador inspirado, discípulo del Evangelio atento a los males de la sociedad y lleno de compasión por los pobres; que San Antonio interceda por ustedes y les alcance la alegría de una nueva pesca milagrosa. Después me cuentan. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Jornada Mundial de la Juventud, 2 de agosto de 2023
Encuentro con los jóvenes universitarios en la Universidad Católica Portuguesa
Queridos hermanos y hermanas: Bom dia!
Gracias, señora Rectora, por sus palabras. Obrigado. Ha dicho que todos nos sentimos “peregrinos”. Es una hermosa palabra, cuyo significado merece ser reflexionado. Literalmente significa dejar de lado la rutina cotidiana y ponernos en camino con un propósito, moviéndonos “a través de los campos” o “más allá de los confines”, es decir, fuera de la propia zona de confort, hacia un horizonte de sentido. En el término “peregrino” vemos reflejada la conducta humana, porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen respuesta, [no tienen] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Es un proceso que un universitario comprende bien, porque así nace la ciencia. Y así crece también la búsqueda espiritual. Peregrino es caminar hacia una meta o buscando una meta. Siempre está el peligro de caminar en un laberinto, donde no hay meta. Tampoco hay salida. Desconfiemos de las fórmulas prefabricadas —son laberínticas—, desconfiemos de las respuestas que parecen estar al alcance de la mano, de esas respuestas sacadas de la manga como cartas de juego trucadas; desconfiemos de esas propuestas que parece que lo dan todo sin pedir nada. Desconfiemos. La desconfianza es un arma para poder caminar adelante y no seguir dando vueltas. Una de las parábolas de Jesús dice que el que encuentra la perla de gran valor es aquel que la busca con inteligencia y con espíritu de iniciativa, y lo da todo, arriesga todo lo que tiene para obtenerla (cf. Mt 13,45-46). Buscar y arriesgar: estos son los dos verbos. del peregrino. Buscar y arriesgar.
Pessoa dijo, de un modo atribulado pero acertado, que «estar insatisfecho es ser hombre» (O Quinto Império, en Mensagem). No debemos tener miedo de sentirnos inquietos, de pensar que lo que hemos hecho no basta. Estar insatisfechos —en este sentido y en su justa medida—, es un buen antídoto contra la presunción de autosuficiencia y contra el narcisismo. El carácter incompleto define nuestra condición de buscadores y peregrinos, como dice Jesús, “estamos en el mundo, pero no somos del mundo” (cf. Jn 17,16). Estamos caminando “hacia”. Estamos llamados a algo más, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro, com saudades do futuro! Y aquí, junto a las saudades de futuro no se olviden de mantener viva esa memoria del futuro. ¡No estamos enfermos, estamos vivos! Preocupémonos más bien cuando estamos dispuestos a sustituir el camino a recorrer por el detenernos en cualquier oasis —aunque esa comodidad sea un espejismo—; cuando sustituimos los rostros por las pantallas, lo real por lo virtual; cuando, en lugar de las preguntas que desgarran, preferimos las respuestas fáciles que anestesian; y las podemos encontrar en cualquier manual de trato social, de cómo comportarse bien. Las respuestas fáciles anestesian.
Amigos, permítanme decirles: busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Sean, por tanto, protagonistas de una “nueva coreografía” que coloque en el centro a la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida. Las palabras de la señora Rectora han sido inspiradoras para mí, en particular cuando ha dicho que “la universidad no existe para preservarse como institución, sino para responder con valentía a los desafíos del presente y del futuro”. La autopreservación es una tentación, es un reflejo condicionado del miedo, que hace mirar la existencia de un modo distorsionado. Si las semillas se preservaran a sí mismas, desperdiciarían completamente su potencia generadora y nos condenarían al hambre; si los inviernos se preservaran a sí mismos, no existiría la maravilla de la primavera. Tengan, por tanto, la valentía de sustituir los miedos por los sueños; sustituyan los miedos por los sueños, ¡no sean administradores de miedos, sino emprendedores de sueños!
Sería un desperdicio pensar en una universidad comprometida en formar a las nuevas generaciones sólo para perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo, en el que la instrucción superior es un privilegio para unos pocos. Si el conocimiento no es acogido como responsabilidad, se vuelve estéril. Si el que ha recibido una instrucción superior —que hoy, en Portugal y en el mundo, sigue siendo un privilegio— no se esfuerza por restituir algo de aquello con lo que ha sido beneficiado, en el fondo no ha comprendido lo que se le ha ofrecido. Me gusta pensar que en el Génesis las primeras preguntas que Dios hace al hombre son: «¿Dónde estás?» (3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (4,9). Nos hará bien preguntarnos, preguntémonos: ¿dónde estoy? ¿Estoy encerrado en mi burbuja o corro el riesgo de salir de mis seguridades para ser un cristiano practicante, un artesano de la justicia, un artesano de la belleza? Y también: ¿dónde está mi hermano? Experiencias de servicio fraterno como la Missão País, y tantas otras que nacen en el ámbito académico, deberían ser consideradas indispensables para quien pasa por la universidad. El título de estudio, en efecto, no puede ser visto sólo como una licencia para construir el bienestar personal, no, sino como un mandato para dedicarse a una sociedad más justa, una sociedad más inclusiva, es decir, más desarrollada. Me han dicho que una de vuestras grandes poetisas, Sophia de Mello Breyner Andresen, en una entrevista que es una especie de testamento, a la pregunta: “¿Qué le gustaría ver realizado en Portugal en este nuevo siglo?”, respondió sin vacilar: “Me gustaría que se realizase la justicia social, la disminución de las diferencias entre ricos y pobres” (Entrevista de Joaci Oliveira, en Cidade Nova, 3/2001). Les remito a ustedes esta pregunta. Ustedes, queridos estudiantes, peregrinos del saber, ¿qué quisieran ver realizado en Portugal y en el mundo? ¿Qué cambios, qué transformación? ¿Y de qué manera la universidad, sobre todo la católica, puede contribuir a esto?
Beatriz, Mahoor, Mariana, Tomás, les agradezco sus testimonios; tenían todos un tono de esperanza, una carga de entusiasmo realista, no había en ellos quejas ni tampoco ilusorias fugas hacia adelante. Ustedes quieren ser protagonistas, “protagonistas del cambio”, como ha dicho Mariana. Escuchándolos, he pensado en una frase que tal vez les es familiar, del escritor José de Almada Negreiros: «Soñé con un país donde todos llegaban a maestros» (A Invenção do Dia Claro). También este anciano que les habla —porque ya estoy viejo— sueña que vuestra generación sea una generación de maestros: maestros en humanidad, maestros en compasión, maestros en nuevas oportunidades para el planeta y sus habitantes, maestros de esperanza. Y maestros que defiendan la vida del planeta amenazada en este momento por una grave destrucción ecológica.
Como algunos de ustedes han evidenciado, debemos reconocer la urgencia dramática de hacernos cargo de la casa común. Sin embargo, esto no se puede hacer sin una conversión del corazón y un cambio en la visión antropológica que está en la base de la economía y de la política. No nos podemos conformar con simples medidas paliativas o con compromisos tímidos y ambiguos. En este caso, «los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe» (Carta enc. Laudato si’, 194). No olviden esto. Los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Se trata más bien de hacerse cargo de lo que, lamentablemente, sigue siendo postergado, es decir: la necesidad de redefinir lo que llamamos progreso y evolución. Porque, en nombre del progreso, se ha abierto el camino a una gran regresión. Estudien bien esto que les digo. En nombre del progreso, se ha abierto el camino hacia una gran regresión. Ustedes son la generación que puede vencer este desafío, tienen los instrumentos científicos y tecnológicos más avanzados, pero, por favor, no caigan en la trampa de visiones parciales. No olviden que necesitamos de una ecología integral; necesitamos escuchar el sufrimiento del planeta junto al de los pobres; necesitamos poner el drama de la desertificación en paralelo al de los refugiados, el tema de las migraciones junto al del descenso de la natalidad; necesitamos ocuparnos de la dimensión material de la vida dentro de una dimensión espiritual. No crear polarizaciones sino visiones de conjunto.
Gracias, Tomás, por haber dicho que “no es posible una auténtica ecología integral sin Dios”, que “no puede haber futuro en un mundo sin Dios”. Quisiera decirles que hagan creíble la fe a través de las decisiones. Porque si la fe no genera estilos de vida convincentes, no hace fermentar la masa del mundo. No basta con que un cristiano esté convencido, debe ser convincente. Nuestras acciones están llamadas a reflejar la belleza —a la vez alegre y radical— del Evangelio. Además, el cristianismo no puede plantearse como una fortaleza rodeada de muros, que alza sus bastiones frente al mundo. Por eso me pareció muy incisivo el testimonio de Beatriz, cuando dijo que precisamente “partiendo del ámbito de la cultura” se siente llamada a vivir las bienaventuranzas. En cada época, una de las tareas más importantes de los cristianos es recuperar el sentido de la encarnación. Sin la encarnación, el cristianismo se convierte en una ideología y la tentación de las ideologías cristianas, entre comillas, es muy actual; es la encarnación la que nos permite asombrarnos por la belleza que Cristo revela a través de cada hermano y hermana, de cada hombre y mujer.
A este propósito, es interesante que en la nueva cátedra dedicada a la “Economía de Francisco” ustedes hayan unido la figura de Clara. En efecto, la contribución femenina es indispensable. En el inconsciente colectivo cuántas veces está pensar que las mujeres son de segunda, son suplentes, no juegan de titulares. Y eso existe en el inconsciente colectivo. La contribución femenina es indispensable. Por lo demás, en la Biblia se ve cómo la economía de la familia está en buena parte en manos de la mujer. Ella, con su sabiduría, es la verdadera “regenta” de la casa, que no tiene como objetivo exclusivamente el beneficio, sino el cuidado, la convivencia, el bienestar físico y espiritual de todos, y además el poder compartir con los pobres y los forasteros. Y es apasionante emprender los estudios económicos desde esta perspectiva, con la intención de restituir a la economía la dignidad que le corresponde, para que no esté en manos del mercado salvaje y de la especulación.
La iniciativa del Pacto Educativo Global, y los siete principios que establecen su arquitectura, incluyen muchos de estos temas, desde el cuidado de la casa común hasta la plena participación de las mujeres, para llegar a la necesidad de encontrar nuevos modos de entender la economía, la política, el desarrollo y el progreso. Los invito a estudiar el Pacto Educativo Global, apasionarse por él. Uno de los puntos que trata es el de la educación en la acogida y la inclusión. Y no podemos fingir no haber oído las palabras de Jesús en el capítulo 25 de Mateo: «estaba de paso, y me alojaron» (v. 35). He seguido con emoción el testimonio de Mahoor, cuando ha evocado lo que significa vivir con “el sentimiento constante de la falta de un hogar, de una familia, de unos amigos […], de haber quedado sin casa, sin universidad, sin dinero […], cansada y exhausta y abatida por el dolor y las pérdidas”. Nos ha dicho que recuperó la esperanza porque algunos creyeron en el impacto transformador de la cultura del encuentro. Cada vez que alguien practica un gesto de hospitalidad, provoca una transformación.
Amigos, estoy muy contento de verlos como una comunidad educativa viva, abierta a la realidad, y conscientes de que el Evangelio no es un mero adorno, sino que anima las partes y el conjunto. Sé que vuestro itinerario comprende distintos ámbitos: el estudio, la amistad, el servicio social, la responsabilidad civil y política, el cuidado de la casa común y las expresiones artísticas. Ser una universidad católica quiere decir sobre todo esto: que cada elemento está en relación con el todo y que el todo se encuentra en las partes. De ese modo, mientras se adquieren las competencias científicas, se madura como personas, en el conocimiento de sí mismos y en el discernimiento del propio camino. Camino sí, laberinto no. Entonces, ¡adelante! Una tradición medieval cuenta que cuando los peregrinos del Camino de Santiago se cruzaban, uno saludaba al otro exclamando: “Ultreia”, y el otro respondía: “et Suseia”. Son expresiones de aliento para continuar la búsqueda y el riesgo de caminar, diciéndonos mutuamente: “¡Vamos, ánimo, sigue adelante!”. Y esto es lo que yo también deseo para todos ustedes con todo mi corazón. Gracias.
Encuentro con los jóvenes de Scholas Occurrentes en la Sede de Scholas Occurrentes de Cascais
Pregunta 1 (POR)
Bom dia! Scholas! Scholas! Scholas!
Quando me foi apresentado, não tive dúvidas em aceitar e abraçar porque é um espaço onde todos partilham as suas emoções e sentimentos. É um espaço onde cada um contribui com aquilo que tem, de valores éticos e morais para o bem estar da comunidade. Independentemente da sua religião ou origem. Sou guineense, da Guiné Bissau, e sou muçulmano. Mas sinto, sinto-me neste espaço. E, como sendo muçulmano, sinto obrigação e dever de me juntar e fazer parte deste movimento. Porque o que o islão também apela é a boa convivência entre as crenças, entre as diferentes crenças. E apela e zela pelo bem estar da comunidade. Apela para aquilo que devemos fazer, pelo cuidado que devemos ter com o próximo. E, por essa razão, gostaria de perguntar, o por que do Scholas ser um espaço onde todos se identificam e o por que de tanta diversidade para ter uma obra de arte? Obrigado.
Respuesta PAPA (ESP)
Scholas posibilita esto, que cada uno se sienta interpretado por el gran respeto, pero es un respeto no estático, dinámico, que pone en marcha para hacer cosas, para expresarse haciendo, como es esta pintura que, como me decía Del Corral, es una “Capilla Sixtina” pintada por ustedes.
(Aplausos)
Scholas te pone en marcha, Scholas te hace respetar al otro y escuchar al otro que tiene algo que decirte y escucharte a vos porque tenés algo que decirle. Scholas te muestra el camino hacia adelante y, si por ahí te quedás, te levanta y te hace ir adelante. Scholas es un encuentro, caminando. Todos, del país que seas, de la religión que seas, solo mirar adelante y caminar juntos. Y eso es constructivo como los tres kilómetros y medio de mural que ustedes han hecho para llegar acá.
(Aplausos)
Pregunta 2 (POR)
Eu queria seguir um pouco na direção da diversidade pra entrar no tema que foi a base dos nossos dois meses de trabalho que é o caos. Nós, enquanto grupo, e eu também individualmente, tivemos a oportunidade de visitar várias comunidades diferentes, várias pessoas diferentes, que são de religiões diferentes, são de culturas diferentes, e isso nos deu uma oportunidade grandiosa de aprofundar cada vez mais, não só dentro da própria pessoa, mas também de toda a comunidade que é descobrir o sentimento verdadeiro que elas tinham; as verdadeiras dores que elas sentiam; e, com isso, dar a oportunidade a elas de representarem tudo isso com uma pincelada, com uma linha no mural. Dar a oportunidade de se expressarem! E isso, querendo ou não, afeta a nós, toca o nosso coração, pra pensarmos: será que temos esse sentimento? Será que essas dores fazem parte de nós, do nosso convívio? Então, eu queria perguntar: o que seria da nossa existência sem o caos original? Obrigado.
Respuesta PAPA (ESP)
Vos decís “caos”. Está bien, es la crisis… ¿Sabés de dónde viene la palabra? Cuando se cosechaba el trigo, se va pasaba por una zaranda, se “cribaba”. Crisis – cribar. Y la crisis, en las personas, es eso: situaciones de la vida, acontecimientos, problemas orgánicos tuyos, o malhumor, o buen humor. Te hace cribar y vos tenés que elegir. Una vida sin crisis es una vida aséptica. ¿A vos te gusta tomar agua? ¿Te gusta? Si yo te doy agua destilada, vas a decir: “Es un asco”. Una vida sin crisis es como el agua destilada, no tiene sabor a nada, no sirve para nada, sino para guardarla en el ropero y cerrar la puerta.
Las crisis hay que asumirlas, hay que asumirlas y resolverlas, porque quedarse en la crisis tampoco es bueno porque es un suicidio continuo. Es como un estar girando y girando, ¿no? Las crisis hay que caminarlas, hay que asumirlas y raramente solo. Y eso también es importante en el grupo de Scholas: caminar juntos para enfrentar crisis juntos, resolver cosas juntos y seguir adelante, crecer juntos… Y bueno, ¡adelante! Aunque sea para comer una feijoada…
(Aplausos)
Pregunta 3 (POR)
Nestes dois últimos meses, trabalhamos muito para conseguir fazer o mural que viu lá fora. Mas, este mural, realmente representa o caos. O caos que, muitas vezes, quando o vivemos, e quando o vivemos de perto, não compreendemos e é uma grande confusão. Aparecem só linhas aleatórias. Mas, na verdade, é que chega um ponto em que nós nos distanciamos. E, nessa distância, começamos a conseguir ver formas, cores; começamos a conseguir ter um sentido neste caos, a conseguir a pensar mais do que aquilo que muitas vezes apenas vemos ou apenas sentimos, mas, sim, conseguimos expressá-lo. E, para mim, por exemplo, foi uma experiência muito grande porque também já vivi momentos de muito caos na minha vida – e acho que todos nós vivemos – e, a verdade é que, ao ouvir a história dos outros, estar verdadeiramente aberta para ouvir, para partilhar, para acolher todas estas pessoas que fizeram parte deste mural foi um privilégio para nós, acho que mais do que pra eles, pra nós que estamos aqui e facilitamos isso ter acontecido. E tudo isto porque buscamos esse sentido, e todos nós buscamos esse sentido profundo de perceber que é algo maior do que simplesmente estar aqui. E, então, queríamos perguntar-lhe […] enquanto passou, neste mural; o que sentiu, o que passou durante esta experiência até chegar aqui, ao coração, deste mural, e que realmente é simplesmente pra nós ou início ou o fim. Não sabemos.
E, antes de responder, queríamos também, em nome de todos, oferecer-lhe um pincel. Este pincel que representa todos nós.
Respuesta PAPA (ESP)
Es lindo lo que decís del caos. Había alguien que decía que la vida del hombre, nuestra vida humana, es hacer del caos un cosmos, o sea, de lo que no tiene sentido, de lo desordenado, lo caótico, hacer un cosmos, con sentido, abierto, invitador, complessivo. Yo no quiero ponerme acá catequista, ¿no?, pero si vemos la estructura del relato de la Creación, que es un relato mítico, ¿no es cierto? En el sentido verdadero de la palabra “mito”, porque “mito” es un modo de conocimiento. Entonces, usa esa historia, el que escribió el relato de la Creación. Entre paréntesis, eso se escribió mucho después que el pueblo judío tuvo la experiencia de su liberación. O sea, primero es toda la experiencia del éxodo del pueblo judío y después miran hacia atrás. ¿Y cómo empezó la historia? ¿Cómo se transformó el caos en cosmos? Y ahí está en un lenguaje poético cómo Dios, del caos un día hace la luz, otro día hace el hombre y va como creando cosas y transformando el caos en cosmos. Y en nuestra vida sucede lo mismo, eh: hay momentos de crisis -vuelvo a tomar la palabra-, que son caóticos, que vos no sabés dónde estás parado, y todos pasamos esos momentos, oscuros. Caos. Y ahí el trabajo personal de las personas que nos acompañan, de un grupo así, es transformar el cosmos. A mí me cuesta trabajo, en este caos de la Sixtina (risas), pensar que hay detrás un cosmos, porque el cosmos, ¿cuál es? Lo están armando ustedes en el mensaje que están llevando adelante, en el camino… No se olviden nunca esto: de un caos, transformar un cosmos. Y ese es el camino de cada uno, ¿no? Una vida que se queda en lo caótico es una vida fracasada y una vida que nunca sintió el caos es una vida destilada, todo perfecto, ¿no? Y las vidas destiladas no dan vida, se mueren en sí mismas. Es una vida que sintió la crisis como caos, que no entiende nada, y lentamente dentro de sí, y en la comunidad, fue transformando la vida personal o la vida relacional en un cosmos…Chapeau!
Una de las jóvenes de Scholas Ocurrentes, en español:
Muchas gracias, Papa Francisco, por tus palabras. Gracias.
Una joven en portugués: É uma alegria para nós concluir assim este caminho. Mas, apesar desta experiência terminar, gostaríamos de pensar que a obra realmente nunca termina. Por isso, hoje, vamos concluir, começando. E, assim, quando um caminho se fecha, um novo caminho se abre. Decidimos chamar este projeto 'Vida Entre Mundos'. De fato, todo o mural é uma experiência e uma expressão de vida que nasce do encontro de tantas realidades diferentes. Por isso, hoje, vamos dar um salto e reunir um mundo físico com um mundo virtual.
Una joven, en español: Vamos a pedirte, querido Francisco, que nos acompañes hasta la pared que tenés atrás, y nos regales la última pincelada de este mural, pero con un pincel muy particular, capaz de iniciar, al mismo tiempo, una misma obra virtual que va a conseguir reunir las diferentes comunidades de Scholas en todo el mundo.
José María del Corral [Presidente de Scholas Ocurrentes]: Papa, Papa Francisco, el video, el pincel este, virtual, del que hablaba Eugenia, es un arma para la paz. Parece una pistola porque vas a gatillar acá, pero, en vez de matar, con esta pincelada que vas a dar en la pared, también vas a estar dándola en el mundo virtual. En estos momentos, hay chicos de Scholas en Mozambique, que tienen puesto un artefacto, en Mozambique, en Tofo, para ver tu pincelada, que vas a hacer ahora, y seguirla en el mundo virtual, porque los jóvenes quieren que seas vos el que una el mundo físico con el mundo virtual para que el mundo virtual nunca deje de ser concreto y comprometido con la realidad.
(Aplausos)
Pintamos la pared.
PAPA: Este es el buen samaritano, y ninguno de nosotros está eximido de ser un buen samaritano. Es una obligación que todos tenemos. Cada uno tiene que buscarla en la vida, pero uno que termina su vida […] perdió como en la guerra. Resulta que el buen samaritano se encuentra a este tirado en el suelo, pero antes pasó un levita, pasó un sacerdote, y estaban apurados. No le dieron bolilla. Pero, además de que estaban apurados, no podían tocarlo porque había sangre […] Y, según la legislación de ese tiempo, el que tocaba la sangre quedaba impuro. No sé por cuánto tiempo se tenía que purificar, entonces eso le impedía cumplir sus deberes, no tocar… Morite, pero yo no te toco, impuro no me quedo. Morite, pero yo impuro no me quedo. No se olviden eso. ¡Cuántas veces puede pasar por nuestra mente: “Morite, pero yo impuro no me quedo”! ¡Cuántas veces se prefiere la “pureza ritual” a la cercanía humana! […] Los samaritanos, en la mentalidad de esa época, eran atorrantes, eran todos atorrantes y negociantes, no eran puros de mente, de corazón, eran marginados. Y este se para y lo ve y dice la historia que sintió compasión. “Morite, yo cuido mi pureza”. Sintió compasión. Les dejo la pregunta: ¿qué cosas a mí me hacen sentir compasión? ¿O vos tenés un corazón tan seco que ya no tiene compasión? Cada uno se responde. Y entonces, ¿qué sucede? Lo lleva a una posada y le consigue, en el hotel ahí, del pueblo ese, le consigue una pieza y le dice: “Mirá, yo voy a pasar dentro de tres días de vuelta”, le dice al hotelero. “Tomá, te pago esto y, si hace falta más, a la vuelta te lo pago”. Este atorrante era un buen pagador. Entonces, tenemos los ladrones que matan, el buen samaritano que lo cuida, el levita y el sacerdote que se van para no quedar impuros. Y Jesús dice: “En el Reino de los Cielos, este entra”, porque se movió a compasión. Piensen un poco en esta historia. ¿Dónde estoy yo acá? ¿Haciendo daño a la gente? ¿Dónde estoy yo acá? ¿Sacándole el cuerpo a las dificultades reales o me ensucio las manos? A veces, en la vida, hay que ensuciarse las manos para no ensuciar el corazón.
(Aplausos)
Una de las jóvenes, en español: Muchas gracias, querido Francisco, por tu regalo, una verdadera seña para seguir caminando juntos.
PAPA: Ahora les voy a dar la bendición, pero ustedes me prometen desearme bendición a mí después, y rezar y desear para que el Señor los bendiga.
(Bendición en portugués)
PAPA: Recen por mí, y el que de ustedes no reza porque no puede o porque no se siente, mándeme buena onda, eso sí…
(Aplausos)
Ceremonia de acogida en el Parque Eduardo VII
Queridos jóvenes: Boa tarde!
Bem-vindos! Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso estar juntos en Lisboa; fueron llamados por mí, por el Patriarca —a quien agradezco sus palabras—, por sus obispos, sacerdotes, catequistas, animadores. ¡Vamos a agradecerles a todos los que los llamaron y a todos los que trabajaron para posibilitar esta reunión, y lo hacemos con un fuerte aplauso! Pero, sobre todo, es Jesús quien los llamó, agradezcámosle a Jesús con otro fuerte aplauso.
Ustedes no están aquí por casualidad. El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. A todos nos llamó desde el comienzo de la vida. Él los llamó por sus nombres. Escuchamos la Palabra de Dios que nos llamó por sus nombres. Intenten imaginar estas palabras escritas en letras grandes; y después piensen que están escritas dentro de cada uno de ustedes, en sus corazones, como formando el título de tu vida, el sentido de lo que sos: has sido llamado por tu nombre: vos, vos, vos, vos, acá, todos nosotros, yo, todos fuimos llamados por nuestro nombre. No fuimos llamados automáticamente, fuimos llamados por el nombre. Pensemos esto: Jesús me llamó por mi nombre. Son palabras escritas en el corazón, y después pensemos que están escritas dentro de cada uno de nosotros, en nuestros corazones, y forman una especie del título de tu vida, el sentido de lo que somos, el sentido de lo que sos. Has sido llamado por tu nombre. Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad, todos fuimos llamados por nuestro nombre. Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de las sombras de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos amados. Hemos sido llamados porque somos amados. Es lindo. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar, para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única, original. Cada uno de nosotros es único y es original, y la belleza de todo esto no la podemos vislumbrar.
Queridos jóvenes: en esta Jornada Mundial de la Juventud, ayudémonos a reconocer esta realidad; que estos días sean ecos vibrantes de la llamada amorosa de Dios, porque somos valiosos a los ojos de Dios, a pesar de aquello que a veces ven nuestros ojos, a veces nuestros ojos están empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones. Que estos sean días en los que mi nombre, tu nombre, por medio de hermanos y hermanas de tantas lenguas, tantas naciones
—veíamos tantas banderas— que lo pronuncian amistosamente, resuena como una noticia única en la historia, porque único es el latido de Dios por ti. Que sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados como somos. No como quisiéramos ser, como somos ahora. Y este es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo el punto de partida de la vida. Chicos y chicas, somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros.
No es un modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Is 43,1; 2 Tm 1,9). Amigo, amiga, si Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un número. Es un rostro, es una cara, es un corazón. Quisiera que cada uno vea una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado. Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y prometen que llegarás a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Y estas son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello de lo que son: cosas vanas, pompas de jabón, cosas superfluas, cosas que no sirven y que nos dejan vacíos por dentro. Les digo una cosa: Jesús no es así, no es así; Él confía en ti, confía en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos, cada uno de ustedes le importa. Y ese es Jesús.
Y es por eso [que] nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los que son llamados; no somos la comunidad de los mejores, no, somos todos pecadores, pero somos llamados así como somos. Pensemos un poquito esto en el corazón: somos llamados como somos, con los problemas que tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar. Somos llamados como somos. Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser. Somos comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre.
Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: "Vayan y traigan a todos", jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos. "Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?". ¡Hay lugar para todos! Todos juntos, cada uno, en su lengua repita conmigo: Todos, todos, todos. No se oye, ¡otra vez! Todos. Todos. Todos. Y esa es la Iglesia, la Madre de todos. Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos. Es curioso: el Señor no sabe hacer esto [indica con el dedo], sino que hace esto [hace el gesto de abrazar]. Nos abraza a todos. Nos muestra a Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros.
Jesús nunca cierra la puerta, nunca, sino que te invita a entrar; entrá y ve. Jesús recibe, Jesús acoge. En estos días cada uno de nosotros transmite el lenguaje de amor de Jesús. Dios te ama, Dios te llama. ¡Qué lindo es esto! Dios me ama, Dios me llama. Quiere que esté cerca de Él.
También ustedes, esta tarde, me hicieron preguntas, muchas preguntas. Nunca se cansen de preguntar. No se cansen de preguntar. Hacer preguntas es bueno; es más, a menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece "inquieto" y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, a veces una especie de normalidad que anestesia el alma. Cada uno de nosotros tiene sus interrogantes dentro. Llevemos esos interrogantes con nosotros y llevemos en el diálogo común entre nosotros. Llevémoslos cuando rezamos delante de Dios. Esas preguntas que con la vida se van haciendo respuestas, que solamente tenemos que esperarlas. Y una cosa muy interesante: Dios ama por sorpresa. No está programado. El amor de Dios es sorpresa. Es sorpresa. Siempre sorprende. Siempre nos mantiene alertas y nos sorprende.
Queridos chicos y chicas, los invito a pensar esto tan hermoso: que Dios nos ama, Dios nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quisiera que seamos. ¡Como somos! Nos llama con los defectos que tenemos, con las limitaciones que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la vida. Dios nos llama así. Confíen, porque Dios es Padre y es Padre que nos quiere y Padre que nos ama. Esto no es muy fácil. Y para esto tenemos una gran ayuda, la Madre del Señor. Ella es nuestra Madre también, Ella es nuestra Madre.
Solamente era esto lo que les quería decir: no tengan miedo, tengan coraje, vayan adelante, sabiendo que estamos "amortizados" por el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama. Digámoslo juntos todos: Dios nos ama. Más fuerte, que no oigo. No se oye acá. Gracias. Adiós.
Viernes, 4 de agosto de 2023
Encuentro con los representantes de algunos centros de asistencia y caridad en el Centro Parroquial de Serafina
Queridos hermanos y hermanas: Bom dia!
Le agradezco al párroco sus palabras y los saludo a todos ustedes, en particular a los amigos del Centro Paroquial da Serafina, de la Casa Famiglia Ajuda de Berço y de la Asociación Acreditar. Y agradezco las palabras de ustedes que han mostrado el trabajo que se hace. Gracias. Es lindo estar juntos, en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud, mientras contemplamos a la Virgen que se levanta para ir a ayudar (cf. Lc 1,39). La caridad, de hecho, es el origen y la meta del camino cristiano, y la presencia de ustedes, realidad concreta de "amor en acción", nos ayuda a no olvidar la ruta, el sentido de lo que estamos haciendo siempre. Gracias por sus testimonios, de los que quisiera subrayar tres aspectos: hacer el bien juntos, actuar concretamente y estar cerca de los más frágiles. O sea, hacer el bien juntos, actuar concretamente —no sólo con ideas, sino concretamente— y estar cerca de los más frágiles.
Primero: hacer el bien juntos. "Juntos" es la palabra clave, que se ha repetido muchas veces en las intervenciones. Vivir, ayudar y amar juntos; jóvenes y adultos, sanos y enfermos, juntos. João nos ha dicho algo muy importante, que uno no se debe dejar "definir" por la enfermedad, sino hacerla parte viva del aporte que nosotros damos al conjunto de la comunidad. Es verdad, no debemos dejarnos "definir" por la enfermedad, o por los problemas, porque no somos nosotros una enfermedad, no somos un problema. Cada uno de nosotros es un regalo, es un don, un don único —con sus límites—, pero un don, un don valioso y sagrado para Dios, para la comunidad cristiana y para la comunidad humana. Entonces, así como somos, enriquezcamos el conjunto y dejémonos enriquecer por el conjunto.
Segundo: actuar concretamente. También esto es importante. Como nos ha recordado don Francisco, citando a san Juan XXIII, la Iglesia «no es un museo de arqueología —algunos la piensan así, pero no es—, es la antigua fuente del pueblo que suministra el agua a las generaciones actuales» (Homilía después de la Misa eslavo bizantina, 13 noviembre 1960) igual que a las futuras. La fuente sirve para apagar la sed de las personas que llegan, con el peso del viaje o de la vida. Y son concreción, por tanto, atención al "aquí y ahora", como ya están haciendo ustedes con un esmero en los detalles y un sentido práctico, hermosas virtudes típicas del pueblo portugués.
Cuando no se pierde tiempo en lamentarse de la realidad, sino que nos preocupamos por afrontar las necesidades concretas, con alegría y confianza en la Providencia, ocurren cosas maravillosas. Lo atestigua vuestra historia. Del cruce de miradas con un anciano en la calle nace un centro de caridad integral, como este en el que nos encontramos; de un desafío moral y social, la "campaña por la vida", nace una asociación que ayuda a las madres y a las familias que esperan un bebé, así como a niños, adolescentes y jóvenes en dificultad, para que, como nos ha dicho Sandra, encuentren un proyecto de vida seguro; de la experiencia de la enfermedad nace una comunidad de apoyo a quien afronta la batalla contra el cáncer, especialmente los niños, para que, como nos ha dicho João, "el progreso del tratamiento y una mejor calidad de vida sean para ellos una realidad". Gracias por todo lo que hacen. Con mansedumbre y amabilidad, sigan dejándose interpelar por la realidad, con sus pobrezas antiguas y nuevas, y respondan de manera concreta, con creatividad y valentía.
El tercer aspecto: estar cerca de los más frágiles. Todos somos frágiles y menesterosos, pero la mirada de compasión del Evangelio nos lleva a ver lo que le falta a quien más necesita. Y a servir a los pobres, los predilectos de Dios, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9), a los excluidos, los marginados, los descartados, los pequeños, los indefensos. Ellos son el tesoro de la Iglesia, son los preferidos de Dios. Y, entre ellos, recordemos que no debemos hacer distinciones. Para un cristiano, en efecto, no hay preferencias ante el necesitado que llama a nuestra puerta, ya sean connacionales o extranjeros, pertenecientes a un grupo o a otro, jóvenes o ancianos, simpáticos o antipáticos.
Y, a propósito de caridad, quisiera contarles ahora una historia, especialmente a ustedes los más pequeños, que puede que no la conozcan. Es la historia real de un joven portugués que vivió hace mucho tiempo. Se llamaba Juan Ciudad y habitaba en Montemor-o-Novo. Soñaba con una vida de aventuras y por eso, siendo un muchacho, se fue de casa buscando la felicidad. La encontró después de muchos años y peripecias, cuando halló a Jesús. Y se alegró tanto de ese descubrimiento que decidió incluso cambiarse el nombre y no llamarse más Juan Ciudad, sino Juan de Dios. E hizo una cosa audaz, fue a la ciudad y se puso a pedir limosna por la calle, diciendo a la gente: "Hermanos, haced bien a vosotros mismos". ¿Entienden? Pedía caridad, y a quienes le daban les decía que, ayudándolo a él, en realidad se ayudaban ante todo a ellos mismos. Es decir, explicaba que los gestos de amor son, en primer lugar, un don para el que los hace, antes incluso que para quien los recibe; porque todo lo que se acapara para uno mismo se perderá, mientras que lo que se da por amor no se desperdiciará nunca, sino que será nuestro tesoro en el cielo.
Por eso decía: "Hermanos, haced bien a vosotros mismos". Pero el amor no nos hará felices sólo cuando estemos en el cielo, sino que lo hace ya aquí en la tierra, porque dilata el corazón y nos permite abrazar el sentido de la existencia. Si queremos ser verdaderamente felices, aprendamos a trasformar todo en amor, ofreciendo a los demás nuestro trabajo y nuestro tiempo, pronunciando palabras y realizando gestos buenos; incluso con una sonrisa, con un abrazo, con la escucha, con una mirada. Queridos chicos, hermanos y hermanas, vivamos de ese modo. Todos podemos hacerlo y todos lo necesitamos, aquí y en cualquier parte del mundo.
¿Saben lo que le sucedió a Juan? Que no lo entendieron. Pensaban que estaba loco y lo encerraron en un manicomio. Pero él no se desmoralizó, porque el amor no se rinde, porque quien sigue a Jesús no pierde la paz ni se lamenta. Y precisamente allí, en el manicomio, llevando la cruz, llegó la inspiración de Dios. Juan se dio cuenta de las necesidades que tenían los enfermos y, cuando finalmente lo dejaron salir, después de algunos meses, comenzó a hacerse cargo de ellos con otros compañeros, fundando una orden religiosa: los Hermanos Hospitalarios. Pero algunos empezaron a llamarlos de otro modo, con las palabras que aquel joven repetía a todos, "Hermanos, haced bien". Nosotros en Roma los llamamos así: Fatebenefratelli. Qué hermoso nombre, qué enseñanza importante. Ayudar a los demás es un don para uno mismo y hace bien a todos.
Sí, amar es un don para todos. Recordemos que "o amor é um presente para todos!". Repitámoslo juntos: o amor é um presente para todos!
Amémonos así. Sigan haciendo de sus vidas un regalo de amor y de alegría. Les agradezco y los animo a todos, especialmente a los niños, a seguir adelante y a rezar por mí. Obrigado!
[Palabras espontáneas después de entregar el discurso]
Son muchas las cosas que quisiera decirles ahora, pero sucede que no me están funcionando los "reflectores". Y no puedo leer bien, y así que se los voy a dar para que lo hagan público esto después, y no forzar la vista y leer mal. Eso no se puede hacer.
Solamente quiero detenerme ya en algo que no está escrito, pero está en el espíritu del encuentro: lo concreto. No hay amor abstracto, no existe. El amor platónico está en órbita, no está en la realidad. El amor concreto, ese que se ensucia las manos, y cada uno de nosotros puede preguntar: ¿el amor que yo siento a todos los de aquí, lo que siento sobre los demás, es concreto o abstracto? Yo, cuando le doy la mano a una persona necesitada, a un enfermo, a un marginado, después de dar la mano, ¿hago así enseguida, para que no se me "contagie"? ¿Le tengo asco a la pobreza, a la pobreza de los demás? ¿Busco siempre la vida destilada, esa que existe en mi fantasía, pero no existe en la realidad? ¡Cuántas vidas destiladas, inútiles, que pasan por la vida sin dejar huella, porque su vida no tiene peso!
Y aquí tenemos una realidad que deja huella, una realidad de tantos años, que está dejando una huella que es de inspiración a los demás. No podría existir una Jornada Mundial de la Juventud sin tener en cuenta esta realidad, porque esto también es juventud, en el sentido de que ustedes generan vida nueva continuamente. Ustedes, con esta conducta de ustedes, con el compromiso de ustedes, con el ensuciarse las manos de ustedes por tocar la realidad y la miseria de los demás, están generando inspiración, están generando vida, y gracias por eso. Se los agradezco de todo corazón. ¡Sigan adelante y no se desanimen! Y si se desaniman, tomen un vaso de agua y sigan para adelante.
El reino de Dios y su justicia: la justicia (II)
Las relaciones más importantes de nuestra vida definen los deberes más importantes. La justicia nos dibuja una especie de mapa para no perderlos de vista. Editorial de la serie sobre virtudes “Muy humanos, muy divinos”.
01/08/2023FBOOK
La tarde avanza en la plaza del pueblo, y el amo de la viña encuentra aún a otros obreros sin ocupación. «Nadie nos ha contratado», le responden. El amo los manda a trabajar a su viña, aunque quede ya poco para que oscurezca (cfr. Mt 20,7). La convicción de que la justicia social depende concretamente de sus propias decisiones lleva al propietario de la viña a contratar a aquellos pobres hombres. Por culpa suya o no, habían perdido todo el día, y quizá careceían hasta de lo más indispensable para subsistir. Sobre todo, sufrirían por no sentirse útiles, lo cual supone una angustia existencial profunda. El amo de la viña, pues, no se limita a darles dinero, sino que les ayuda a dotar su vida de sentido. Jesús no propone una solución política, pero quiere subrayar que el «hambre y sed de justicia» (Mt 5,6) debe llevarnos a buscar soluciones creativas para los problemas sociales, y que nunca será una actitud cristiana centrarse exclusivamente en las cuestiones personales.
Calor de la caridad, solidez de la justicia
La misma justicia que nos lleva a reconocer a los demás en sus diferencias y, por tanto, a respetar todo lo que les pertenece (su vida, su buena fama, sus propiedades) requiere reflexionar sobre los elementos mínimos que son necesarios para una vida humana digna, y actuar en consecuencia. Si Dios nos regaló todos los bienes de la tierra para que los hombres y mujeres disfrutemos de la vida en comunidad, no puede dejarnos indiferentes que, mientras algunos gozan de vidas holgadas, otros se mueran de hambre o no puedan beneficiarse, por ejemplo, de una educación que les abriría las puertas a nuevas posibilidades.
«El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. (...) Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral»[1]. Los desafíos ecológicos, por ejemplo, no pueden abstraerse de una reflexión sobre la justicia. Más allá de la legítima opinión que se tenga sobre los distintos problemas y sus posibles soluciones, un cristiano siempre deberá sentirse responsable acerca del tipo de mundo que queremos dejar a las próximas generaciones.
El calor de nuestra caridad y la solidez de nuestra justicia nos darán los criterios y la fuerza necesaria para vivir de la mejor forma posible nuestras relaciones con los demás. Lógicamente, los vínculos de la caridad condicionan nuestros deberes de justicia y estas dos virtudes determinan muchas de las decisiones que tomamos cotidianamente: preocuparme por mi familia tiene prioridad sobre otras posibles iniciativas sociales. El «orden de la caridad»[2] en el que insistía san Josemaría es también un orden de la justicia: no sería justo en el trato con mi madre enferma si no encontrara tiempo para visitarla por estar ocupado con proyectos solidarios muy valiosos, pero que me impiden vivir mis deberes de hija o de hijo. Si la generosidad desmedida del propietario de la viña, preocupado de que muchos gozaran de un trabajo digno, le llevara a poner en riesgo la solvencia familiar, no sería del todo justo hacia los suyos.
Pero los vínculos de justicia también nos ayudan a afinar en la caridad. El amor hacia la propia familia y conocidos podría ser a veces desordenado y llevarnos a refugiarnos en nuestra vida privada, sin querer darnos cuenta de las necesidades de tantos hombres y mujeres a nuestro alrededor; también podría llevarnos a buscar siempre la ventaja para los nuestros, incluso dañando a terceros. Por eso nos hace bien observar la actitud del dueño de la viña: a pesar de que tenía una situación cómoda y placentera, en la que gozaba probablemente de abundantes riquezas, decide complicarse la vida; recorre varias veces las calles y ofrece a muchos obreros la oportunidad de recibir dinero por su trabajo. Así es el hambre de justicia de quienes siguen a Jesús, que los lleva a abandonar la propia comodidad.
Caridad y justicia, en fin, necesitan entrelazarse en una visión de la realidad regida por una conciencia viva de todo lo que en nuestra persona y en nuestra vida es relación. «La justicia que puede ser fundamento estable de la paz es la justicia de los hijos de Dios, la justicia vivificada por la caridad que ve hermanos en los demás, hijos del mismo Padre celestial»[3]. Nuestra santidad consiste, en buena medida, en descubrir que el otro forma parte de nuestra vida.
Relaciones y deberes
En la Escritura la palabra «justicia» tiene un significado mucho más rico que en su acepción actual. «La justicia no es una abstracción ni una utopía. En la Biblia, es el cumplimiento honesto y fiel de todo deber para con Dios, es hacer su voluntad»[4]. Cuando se afirma, por ejemplo, que san José era justo, se nos quiere dar a entender que era santo, es decir, que en cada situación hacía lo correcto. Una dimensión muy importante de todas las decisiones del santo Patriarca era la de sopesar sus deberes hacia el Señor y hacia las demás personas, especialmente hacia María, para ordenar las prioridades de su vida y de su corazón. La persona justa no es tanto quien se cree la medida de todas las cosas como quien se deja medir y organiza su vida según sus relaciones con los demás. «El justo vivirá de la fe» (Hb 10,38).
Al leer las obras de san Josemaría puede sorprendernos que, junto con pasajes en los que describe el amor y la entrega como rasgos distintivos de la vida cristiana, en muchas otras ocasiones afirme que la santidad consiste sencillamente en cumplir el deber de cada instante. «Nuestra vida —la de los cristianos— ha de ser así de vulgar: procurar hacer bien, todos los días, las mismas cosas que tenemos obligación de vivir; realizar en el mundo nuestra misión divina, cumpliendo el pequeño deber de cada instante»[5]. Que el concepto de «deber» goce de una posición tan destacada en sus escritos puede despertar cierto desconcierto en el lector o creyente contemporáneo. En efecto, convertir el ideal cristiano en el cumplimiento puntilloso de un cúmulo de mandamientos no solo es poco atractivo, sino que además puede terminar por causarnos agobio y tristeza. Si el cristianismo es la religión del amor y, por lo tanto, de la libertad, ¿por qué el énfasis de san Josemaría en una palabra aparentemente tan sobria y fría como «deber»? De hecho, a pesar de la extrañeza que nos causa el modo de comportarse del dueño de la viña, lo que despierta nuestra admiración hacia él es precisamente esa generosidad que va más allá de un simple sentido del deber.
Sin embargo, no comprenderíamos la profundidad del pensamiento de san Josemaría si creyéramos que su mensaje es tan solo un llamado frío y seco a cumplir los deberes de nuestra vida ordinaria. No es el cumplimiento en sí lo que nos acerca a Dios, sino el amor que nos lleva a realizar cada tarea de nuestro día con la mayor perfección posible. «La devoción sincera, el verdadero amor a Dios, lleva al trabajo, al cumplimiento —aunque cueste— del deber de cada día»[6]. Pero para que la caridad, que está llamada a ser el motor y el fin de todos nuestros actos, no pierda la tensión necesaria hacia lo que es importante en cada momento, necesitamos de la virtud de la justicia, que nos dibuja una especie de mapa con los hitos importantes para cada jornada. Su definición parte de este principio: todo deber se fundamenta en una relación. Las relaciones más importantes de nuestra vida definen los deberes más importantes.
El deber de cada instante
No pocos deberes de justicia son fruto y manifestación del amor, que demostramos viviéndolos con delicadeza. Cuidar a los propios hijos y dedicarles tiempo es un deber de justicia, que surge lógicamente del amor. Su cumplimiento muchas veces nos llenará de alegría, y ni siquiera tendremos que proponérnoslo; pero a veces podrá sentirse como un deber más pesado, porque colisiona con otras posibles actividades, o porque estamos especialmente cansados. Rendir en el trabajo es también un deber, no solo hacia nuestro jefe, sino también hacia nuestra familia y hacia la sociedad. Si recibimos un determinado sueldo por un tiempo y unos resultados determinados, es una cuestión de justicia esforzarnos por conseguirlos. Y, en definitiva, un cristiano que intenta transformar todos sus quehaceres en oración y en ocasión de amar a Dios y a los demás descubre posibilidades de servir en todas las circunstancias de su trabajo.
Por otra parte, a veces podría parecer que exigir para sí el respeto de ciertos derechos podría oponerse a la caridad. Sin embargo, san Josemaría siempre enseñó que una manifestación de la mentalidad laical —es decir, del sentido de pertenencia al mundo— consiste en exigir, con caridad y respeto, lo que nos corresponde. Luchar, por ejemplo, por un merecido aumento de sueldo o por que se respete una palabra empeñada no significa no saber perdonar o no contentarse con lo que se tiene, sino que consolida la práctica de la justicia en nuestro entorno y en la sociedad, en beneficio de todos. «Si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales, familiares, sociales..., sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes»[7].
Las relaciones de justicia se transforman, pues, en un camino muy concreto para hacer en cada instante lo correcto, es decir, lo justo. Preguntarnos cada día en la oración por nuestros deberes nos ayuda a enfocar nuestro amor en los vínculos concretos que conforman nuestra vida. También los obreros de la parábola, independientemente de la hora en la que fueron contratados y del acuerdo que establecieron con el amo de la viña, se esforzaron por cumplir con su deber y por obtener la recompensa prometida.
* * *
«A la caída de la tarde le dijo el amo de la viña a su administrador: “Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros”» (Mt 20,8). Dios está empeñado en que todos los hombres se salven, y desea también que todos gocemos de una vida terrena lo más digna posible. Esto nos lleva a cuidar con especial esmero cada uno de nuestros deberes, para hacer de este mundo un lugar más humano y más divino. A la vez, sabemos que la justicia plena solo se conseguirá al final de los tiempos y que está en las manos de Dios. «Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace»[8]. Sí, «los últimos serán primeros» (Mt 20,16). Quienes se ocupan «del Reino de Dios y de su justicia» (Mt 6,33) pueden gozarse en la justicia de Dios: «Por él perdí todas las cosas y las considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios por la fe» (Flp 3,8-9).
[1] Francisco, Fratelli tutti, n. 118.
[2] Cfr. San Josemaría, Cartas 4, n. 14; 6, n. 7.
[3] F. Ocáriz, «La herencia espiritual de Mons. Álvaro del Portillo», marzo 2014, opusdei.org.
[4] Francisco, Discurso, 25-II-2023.
[5] San Josemaría, Forja, n. 616.
[6] Forja, n. 733.
[7] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 169.
[8] Benedicto XVI, Spe salvi, n. 44.
Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres
Encontrar su centro en el amor de Dios es todo lo que necesita nuestra libertad para convertirnos en personas únicas, felices, que no se cambiarían por nadie.
04/05/2023
La fama de Jesús se extendía por Galilea. Era un maestro distinto a los demás: hablaba con autoridad, y su palabra impresionaba… incluso a los demonios. Tras predicar en distintos lugares, «fue a Nazaret, donde se había criado» (Lc 4,16). San Lucas coloca esta escena al inicio de la vida pública. El relato tiene tal densidad que se puede ver como un «evangelio dentro del evangelio»: en pocas líneas no solo se abre solemnemente la misión del Señor, sino que se sintetiza en cierto modo su vida entera[1]. Jesús va a la sinagoga y se pone en pie para hacer la lectura. Le entregan el rollo del profeta Isaías; «desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”». Enrolla entonces de nuevo el texto, y se sienta. «Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”» (Lc 4,17-21). Jesús presenta en términos inequívocos su condición de Mesías, y lo hace con un texto que pone en primer plano el don de la libertad. Eso es lo que él ha venido a darnos; ha venido a liberarnos del cautiverio y la opresión del pecado.
La libertad: los primeros cristianos eran conscientes de que este don se encontraba en el centro de su fe, y por eso san Pablo hará de él un tema constante de sus cartas. Jesús nos libera del peso del pecado y de la muerte, del destino ciego que gravaba sobre las religiones paganas, de las pasiones desordenadas y de todo lo que hace miserable la vida del ser humano sobre la tierra. Sin embargo, la libertad no es solamente un don, sino al mismo tiempo una tarea. Como escribe el apóstol de las gentes, «para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud» (Ga 5,1). Es preciso, pues, custodiar la libertad, vivir a la altura de este regalo, y no abandonarse de nuevo a la facilidad de la esclavitud. Los primeros cristianos tenían marcada a fuego esta convicción; pero ¿y nosotros? Muchos hemos sido bautizados cuando éramos unos recién nacidos. ¿Qué pueden significar para nosotros las palabras de Isaías que citó el Señor en Nazaret? ¿Y esa llamada a vivir en libertad, sin someternos, de la que habla san Pablo?
Si solo se tratara de poder elegir
Al hablar de libertad, a menudo pensamos en una simple condición, una cualidad de nuestras acciones: actúo con libertad cuando puedo hacer lo que quiero, sin que nadie me obligue o me coarte. Es la experiencia de libertad que tenemos cuando podemos elegir por nosotros mismos. Ante una pregunta como, por ejemplo: «¿Comerá tarta de chocolate o fruta?», parece más libre quien puede elegir cualquiera de los dos y elige lo que prefiere, por el motivo que considera más oportuno. Una persona diabética, en cambio, se ve obligada a pedir fruta. En este sentido preciso, es más libre quien puede elegir más: quien tiene más alternativas y menos elementos que la determinen en una dirección. Por eso tener dinero da una gran sensación de libertad: se abren muchas oportunidades que están vedadas a quien carece de él. También la ausencia de compromisos da una gran sensación de libertad, pues aparentemente no hay nada que dicte o restrinja las propias decisiones.
Desde luego, la ausencia de coerciones forma parte de la condición de libertad, pero no la agota. De hecho, algunos de los modelos de libertad que recorren la historia han vivido entre rejas. El ejemplo de Thomas More en la Torre de Londres es paradigmático. Desde el punto de vista de la capacidad de elección, no era libre en absoluto; y sin embargo… Lo mismo vale para personajes más recientes, o para los primeros mártires. Toda forma de persecución es un intento de acabar con la libertad, pero no hay modo meramente externo de lograrlo. Por eso, dice Jesús: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28). La libertad no es simplemente una condición, sino la capacidad de decidir —o de tomar partido por un tipo de conducta— en lo más íntimo de nuestro ser, más allá de lo que dicten las circunstancias en que nos movemos.
Por otra parte, la libertad que experimentamos en nuestras elecciones puntuales suele tener un alcance más bien reducido. Cuando pensamos en personas que han pasado a la historia por el modo en que han vivido su libertad, no es eso lo que suele destacar. Podemos repasar mentalmente el nombre de tres o cuatro personas —conocidas por todo el mundo o simplemente cercanas a nosotros— que tengamos por modelos de libertad. ¿Qué destaca en su vida? ¿Qué las convierte en modelos para nosotros? Seguramente no las admiramos porque hayan podido elegir siempre qué comida preferían, o porque, para poder cambiar de pareja cuando se les antojara, nunca se llegaran a casar. Se trata más bien de personas que se han liberado de todo lo que pudiera atarles, para entregarse plenamente a algo (una causa valiosa) o a alguien; para dar la vida entera. Y son ejemplos de libertad justamente porque llevan esa entrega hasta el final. Si Thomas More hubiera jurado fidelidad a Enrique VIII contra su conciencia, aunque lo hubiera hecho libremente, no habría pasado a la historia del mismo modo en que lo ha hecho. Si san Pablo, en lugar de esforzarse por dar a conocer a Cristo hasta dar la vida por él, hubiera decidido dejar su llamada y volver a establecerse como tejedor de tiendas, aunque lo hubiera hecho libremente, no nos parecería un modelo de libertad. De ahí que, para entender a fondo la libertad, sea necesario ir más allá de la simple capacidad de elegir.
Un tesoro por el que dar la vida
El Evangelio nos habla de una experiencia de libertad que consiste precisamente en renunciar a toda posibilidad de elección: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,44-46). Los personajes de estas breves parábolas lo dejan todo por algo que lo merece. Renuncian a elegir, se comprometen plenamente con algo, y no les parece que estén tirando su libertad, sino haciendo con ella lo mejor que pueden hacer. En realidad, esta es la experiencia de cualquier enamorado. No le importa no poder salir con otras personas: lo ha dado todo por aquella a la que ama; solo desea amarla y enamorarla más cada día. Y no le parece que así esté tirando su libertad: al contrario, entiende que no puede hacer nada mejor con su libertad que amar a esa persona, ese tesoro, esa perla valiosísima.
Ya solo esta consideración permite darse cuenta de que la libertad de elección, aun siendo una dimensión de la libertad, se ordena a otra más profunda: la que consiste en poder amar algo (o a alguien). Esta otra dimensión se podría denominar libertad de adhesión. Es la libertad que ponemos por obra al amar, y que permite comprender que «la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente»[2]. Al dar la vida entera, no se pierde libertad, sino que se vive con mayor intensidad: «en la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios»[3]. Cuando, tras una jornada intensa, solo nos queda un rato libre al final del día y, dándonos cuenta de que no hemos dedicado un tiempo todavía a la oración, decidimos hacer eso en vez de descansar viendo las noticias, estamos empleando nuestra libertad en un sentido que sostiene nuestra entrega; la clave que resuelve ese dilema sin plantearnos conflictos está, de nuevo, en el amor. Asimismo, la madre de familia, al atender, por amor, a un hijo enfermo que cambia sus planes, lo hace libérrimamente, y esa entrega le da una alegría que no obtendría haciendo lo que le apetecía o le convenía más en ese momento.
Pero aún podemos dar un paso más. Cuando abrazamos algo (o a alguien) con nuestra vida entera, ese amor nos va configurando, nos va haciendo ser cada vez más «nosotros mismos»: una persona única, con nombre y apellidos. Por ejemplo, Teresa de Calcuta. Imaginemos por un momento que le hubieran ofrecido un chalet para pasar apaciblemente sus últimos años de vida, y una ONG para ocuparse de los pobres a los que ella atendía. ¿Qué habría respondido? La libertad con la que vivía su vida no consistía en poder dejarlo todo e irse a descansar tranquilamente, sino precisamente en abrazar un bien —a Cristo, presente en los más pobres— con su vida entera y en despojarse, a su vez, de todo aquello que entorpeciera ese ideal.
En realidad, fácilmente podríamos encontrar ejemplos similares en la vida de otras muchas santas y santos. Lo que les movía en todo caso era el deseo de ser fieles al Amor al que habían entregado todo; responder a la llamada que los había enviado en medio del mundo, con una misión que iba dando forma a su vida. Podemos recordar, por ejemplo, lo que nuestro Padre escribía en 1932: «Dos caminos se presentan: que yo estudie, gane una cátedra y me haga sabio. Todo esto me gustaría y lo veo factible. Segundo: que sacrifique mi ambición, y aun el noble deseo de saber, conformándome con ser discreto, no ignorante. Mi camino es el segundo: Dios me quiere santo, y me quiere para su Obra»[4]. Esto es lo que se puede denominar libertad interior: la fuente que explica que mis acciones no responden ni al capricho de un momento, ni a mandatos externos, ni siquiera al frío valor objetivo de las cosas, sino a ese tesoro escondido por el que lo he dado todo: el Amor que ha venido a buscarme y me llama a seguirle. Desde esa llamada, mucho mejor que desde una serie de obligaciones externas, se entienden las locuras de los santos.
Lógicamente, obrar con libertad interior no significa que no haya cosas que nos cuesten. En el plano de nuestra vida ordinaria, el Padre ha recordado con frecuencia algo que san Josemaría solía decir: «no es lícito pensar que solo es posible hacer con alegría el trabajo que nos gusta»[5]. Glosando esta frase, ha escrito: «Se puede hacer con alegría —y no de mala gana— lo que cuesta, lo que no gusta, si se hace por y con amor y, por tanto, libremente»[6]. Se hace con plena libertad, porque se comprende que responde al amor que llevamos en el corazón. En otras palabras, quizá hoy no tengo muchas ganas, quizá no acabo de entender por qué tengo que hacer precisamente esto… pero lo hago porque sé que forma parte del amor que he abrazado con mi vida, y en esa misma medida soy capaz de amarlo. Cuando actúo de ese modo, no lo hago de manera automática o simplemente porque «hay que hacerlo», sino «por y con amor», con voluntariedad actual. Con el tiempo, lo que ahora hago a contrapelo, movido por el amor a quien he entregado mi vida, adquirirá su sentido más hondo. «Percibir la propia vocación como un don de Dios —y no como un simple entramado de obligaciones—, incluso cuando suframos, es también una manifestación de libertad de espíritu»[7].
La libertad como respuesta
En su concepción de la libertad, una parte importante de la cultura actual no logra, tantas veces, ver más allá de la capacidad de elegir en cada instante sin coerción ni determinación ninguna: parece que, si eso se pone en cuestión, la libertad se esfuma. Sin embargo, es un hecho que escoger una cosa significa muchas veces renunciar a otras; que querer no significa necesariamente poder, y que lo que nos parece un proyecto firme puede naufragar fácilmente. La antropología cristiana propone una relación mucho más armónica y serena con la libertad, desde el momento en que la comprende como un don y una llamada. Hemos sido «llamados a la libertad» (Ga 5,13); y no a una libertad amorfa o sin sentido, sino a «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La verdad de nuestra filiación divina es la que nos hace libres (cfr. Jn 8,31-32). Por eso, nuestra libertad no es una actividad espontánea, que brota sin saber de dónde ni hacia dónde. Nuestra libertad es, en su dimensión más honda, una respuesta al Amor que nos precede. De ahí que san Josemaría pudiera describir la vida interior, en lo que tiene de lucha, como un obrar «porque nos da la gana (…) corresponder a la gracia del Señor»[8]. Libremente abrazamos a quien «nos amó primero» (cfr. 1Jn 4,19), y procuramos, con todas nuestras fuerzas, corresponder a ese amor. Y esto, que puede parecer algo abstracto, tiene en realidad algunas consecuencias muy concretas. Por ejemplo, ante las distintas elecciones que realizamos cada día, podríamos preguntarnos: «esto voy a hacer, ¿a dónde me lleva?, ¿está en la línea del amor de Dios, de mi condición de hijo?».
Por otra parte, cuando vivimos la libertad como respuesta descubrimos que no hay motor más potente en nuestra vida que mantener viva la memoria del Amor que nos llama. También en el plano humano es así: no hay fuerza mayor, para cualquier persona, que la conciencia de ser amado. Como la enamorada que sabe que su amado cuenta con ella: «¡La voz de mi amado! Ya está aquí, ya viene saltando por los montes, brincando por los cerros (...). Vedle. Está detrás de nuestra tapia. Mira por las ventanas, atisba por las celosías. (...) ¡Levántate, ven, amada mía, hermosa mía, vente! Que ya pasó el invierno, las lluvias ya cesaron, se fueron» (Ct 2,8-11). Quien se sabe amado así por Dios, llamado a encender el mundo entero en su Amor, está dispuesto a lo que haga falta. Todo le parece poco en comparación con lo que ha recibido; se dirá, como algo evidente: «¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!»[9]. Darnos cuenta de que «Dios nos espera en cada persona (cfr. Mt 25,40), y que quiere hacerse presente en sus vidas también a través de nosotros, nos lleva a procurar dar a manos llenas lo que hemos recibido. Y en nuestras vidas, hijas e hijos míos, hemos recibido y recibimos mucho amor. Darlo a Dios y a los demás es el acto más propio de la libertad»[10].
No hay temor ni mandato externo que pueda mover un corazón como lo hace la fuerza de la libertad que se identifica con su Amor, hasta los detalles más pequeños. San Pablo lo decía con la convicción de quien lo ha vivido a fondo: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39). Lógicamente, para que el Amor de Dios tenga esa fuerza en nosotros, necesitamos cultivar una profunda intimidad con él, en primer lugar en la oración. Ahí, contemplando al Señor aprendemos el camino de la libertad, y ahí también abrimos nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo.
Que la verdadera libertad toma forma de respuesta, de un gran «sí», tiene que ver también con parte de la herencia que, en lo humano, san Josemaría quiso dejar a sus hijos: el buen humor[11]. No se trata simplemente de un rasgo de personalidad, sino de una auténtica fortaleza —virtus— de la libertad. Si la vida de los cristianos se fundamentara en una decisión ética, en la lucha por realizar una idea, casi todos terminarían en alguna forma de cansancio, de desánimo o de frustración. No todos, porque hay temperamentos más fuertes, que se sienten incluso estimulados al verse obligados a nadar contracorriente, pero sí casi todos. Sin embargo, la situación es muy distinta si la vida cristiana tiene su origen en el encuentro con una Persona que ha venido a buscarnos[12]. Este origen es el mismo que nos sostiene mientras buscamos la meta con todas nuestras fuerzas, por pocas que nos parezcan: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3,12). Es él quien nos alcanzó, él quien se fijó en nosotros, él quien ha creído en nosotros. Por eso, si palpamos nuestra pequeñez, nuestra miseria, el barro —humus— del que estamos hechos, nuestra respuesta será tan humilde como llena de humor: responderemos desde una mirada que, «más allá del simple carácter natural, permite ver el lado positivo ―y, si es el caso, divertido― de las cosas y de las situaciones»[13]. Claro que somos de barro; si en algún momento hemos intentado levantar el vuelo no es porque hayamos perdido eso de vista, sino porque hay Alguien que nos conoce mejor que nosotros mismos y que nos invita a dar ese paso.
Es muy hermoso —y tiene su gracia— el diálogo que entabla con el Señor el profeta Jeremías (Jr 1,5-8). Pocos profetas sufrieron tanto como él por hacer presente la palabra de Dios en medio de su pueblo. La iniciativa había sido de Dios: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones». Jeremías, por su parte, no parece percibir más que su propia inadecuación: «Yo repuse: —¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño». Pero Dios no se da por vencido: «No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene». ¿Cómo podrá ir adelante el profeta?, ¿cuál será su seguridad? ¿El mandato que ha recibido? Mucho más que eso: «—No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». A veces, el peor enemigo de nuestra libertad somos nosotros mismos, sobre todo cuando perdemos de vista el auténtico fundamento de nuestra existencia.
A fin de cuentas, lo sorprendente no es que seamos débiles y caigamos, sino que, siéndolo, sigamos levantándonos de nuevo; que siga habiendo lugar, en nuestro corazón, para soñar los sueños de Dios. Él cuenta con nuestra libertad y con nuestro barro. Es cuestión de mirarle más a él, y menos a nuestra incapacidad. La intimidad con Dios, la confianza en él: de ahí surgen la fuerza y la levedad que hacen falta para vivir en medio del mundo como hijos de Dios. «Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más, si no nos diéramos tanta importancia»[14].
[1] Cfr. J.M. Casciaro, «El Espíritu Santo en los evangelios sinópticos», en P. Rodríguez et al. (eds.), El Espíritu Santo y la Iglesia, Eunsa, Pamplona 1999, 65.
[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 31.
[3] Ibídem.
[4] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 678, cit. en Camino, edición crítico-histórica.
[5] San Josemaría, Carta 13, n. 106.
[6] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.
[7] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 7.
[8] San Josemaría, Carta 2, n. 45.
[9] San Josemaría, Camino, n. 420.
[10] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 4.
[11] Cfr. San Josemaría, Carta 24, n. 22.
[12] Cfr. Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 1.
[13] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.
[14] Benedicto XVI, Entrevista en Castelgandolfo, 5-VIII-2006.
El Prelado, en Filipinas: formarse en la fe para amar a Jesús
Monseñor Fernando Ocariz, prelado del Opus Dei, estará en Filipinas del 25 de julio al 5 de agosto.
31/07/2023
28 de julio, viernes
Mons. Ocariz visitó por la mañana a algunos fieles enfermos y ancianos de la Prelatura en sus casas. Antes celebró la Misa en una capilla dedicada a Santa María Stella Orientis.
27 de julio, jueves
Por la mañana, Mons. Ocáriz recibió a algunas familias en el centro de Nueva Manila. Las familias compartieron sus historias y le mostraron fotos, que él bendijo. Además, se reunió con 40 estudiantes de la escuela PAREF Southrige que estaban a punto de partir hacia Lisboa para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar del 1 al 6 de agosto. Vinieron con su equipamiento para la ocasión, y le regalaron una chaqueta al prelado. Éste les dijo que practicaran la fraternidad entre ellos y con las personas de otros países con las que iban a convivir durante esos días. Les recordó que seguramente encontrarían algunas dificultades en el camino y que podrían ofrecerlas por el Papa. A continuación, les dio la bendición para el viaje.
Por la tarde, el Prelado estuvo de nuevo en la Universidad de Asia y el Pacífico para una reunión con estudiantes varones y jóvenes profesionales que asisten a las actividades de formación en los centros del Opus Dei. Les dijo que las actividades formativas del Opus Dei no están para hacer a uno personalmente “perfecto”, sino para permitirnos amar más a Jesús. Respondiendo a sus preguntas, Mons. Ocáriz respondió a sus preguntas sobre temas relacionados con la amistad, el apostolado, la oración y el discernimiento vocacional.
26 de julio, miércoles
En la agenda del Prelado para este día, y para el inicio de su viaje apostólico a Filipinas, figuraba en primer lugar una peregrinación al Santuario Nacional de Nuestra Señora del Carmen, en Nueva Manila. Mons. Álvaro del Portillo hizo exactamente lo mismo en 1987, así como Mons. Javier Echevarría en 1998.
El Superior de los Padres Carmelitas le dio la bienvenida al Santuario. Mons. Ocáriz rezó el Rosario con Julio Diéguez, Vicario Regional del Opus Dei en Filipinas. Un pequeño grupo de fieles -que se encontraban en la iglesia esa mañana- les acompañó, pidiendo por los frutos apostólicos de este viaje.
Por la tarde, Mons. Ocáriz tuvo un encuentro con unas trescientas jóvenes estudiantes y profesionales reunidas en la Universidad de Asia y el Pacífico (UA&P), que asisten regularmente a las actividades de formación organizadas por los centros del Opus Dei en el país.
El Prelado les lanzó el reto de tomarse en serio la formación que reciben. “Es una responsabilidad gozosa, porque Dios cuenta con vosotras", les dijo. Y añadió: “Con la fuerza de vuestra oración y de vuestro trabajo, estáis haciendo mucho. En un mundo que a veces parece hostil a las cosas de Dios, id adelante, sin miedo". Hubo preguntas, anécdotas y cantos durante la reunión familiar, que duró 45 minutos.
25 de julio, martes
El Prelado fue recibido por Julio Diéguez, Vicario Regional del Opus Dei en Filipinas, y por algunas familias que acudieron a saludarle. Ronnie y Richelle presentaron a sus cinco hijos (foto), así como Paul y Denice. A continuación se trasladó a Nueva Manila, Quezon City, donde residirá estos días.
Está previsto que los días 26 y 27 de julio tenga encuentros especiales con estudiantes de la Universidad de Asia y el Pacífico (UA&P). También se reunirá con jóvenes que reciben formación en los centros del Opus Dei y que se preparan para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará del 1 al 6 de agosto en Lisboa (Portugal).
Mons. Ocariz también acudirá a visitar a enfermos y ancianos en diversos hogares de Manila. También conocerá dos centros de formación técnica impulsados por personas del Opus Dei, entre otros: Punlaan, situado en San Juan; y Dualtech, en Canlubang. Además, se reunirá con los responsables de los programas familiares Educhild y de las escuelas PAREF.
La tertulia general con familias filipinas será el domingo 30 de julio, a las 10.30 de la mañana, en el MOA Arena. Se esperan unas 9.000 personas.
A continuación, Mons. Ocariz volará a Cebú el 3 de agosto para estar con otras personas que reciben formación cristiana del Opus Dei. Visitará la Banilad School for Professional Development y el Center for Industrial Technology and Enterprise, escuelas técnicas para mujeres y hombres, respectivamente. Estos proyectos sociales han conseguido formar y dar empleo a jóvenes desfavorecidos de Bisayas y Mindanao.
El 5 de agosto, el Prelado volará primero a Indonesia, y después a Sydney y Nueva Zelanda.
La Transfiguración del Señor en el monte Tabor
El 6 de agosto celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. Ofrecemos varios textos sobre el origen de la festividad y materiales para orar.
03/08/2023
La solemnidad de la Transfiguración nace, probablemente, de la conmemoración anual de la dedicación de una basílica en honor a este misterio que se levantó en el Monte Tabor.
En el siglo IX la fiesta se introdujo en Occidente y más tarde, durante los siglos XI y XII, comenzó a celebrarse también en Roma, en la basílica vaticana. Fue incorporada al Calendario romano por el Papa Calixto III (1457) en agradecimiento por la victoria de las tropas cristianas frente a los turcos en la batalla de Belgrado, el 6 de agosto de 1456.
En el Oriente cristiano la Transfiguración de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es una de las solemnidades más grandes del año, junto con la Pascua, la Navidad y la Exaltación de la Santa Cruz. En ella se expresa toda la teología de la divinización mediante la gracia, de la naturaleza humana que, revistiéndose de Cristo, es iluminada por el esplendor de la gloria de Dios. Unidos a Jesús, señala el oficio de lecturas del rito romano, «brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen»[1]
Con Pedro, Santiago y Juan, en esta fiesta se nos invita a poner a Jesús en el centro de nuestra atención: «Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle»[2]. Hemos de oírlo, y dejar que su vida y enseñanzas divinicen nuestra vida ordinaria. Así rezaba san Josemaría: «Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad para que se lance fervorosamente a obedecerte»[3].
Escuchar al Señor con la disposición sincera de identificarse con Él nos lleva a aceptar el sacrificio. Jesús se transfigura «para quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz»[4], para ayudarles a sobrellevar los momentos oscuros de su Pasión. Cruz y gloria están íntimamente unidas. De hecho, se fijó el 6 de agosto como fiesta de la Transfiguración en relación a la Exaltación de la Santa Cruz: entre ambas celebraciones transcurren cuarenta días que, en algunas tradiciones, conforman como una segunda cuaresma. Así, la Iglesia bizantina vive este periodo como un tiempo de ayuno y de contemplación de la Cruz.
José Luis Gutiérrez
Extracto del texto: Las Fiestas del Señor durante el tiempo ordinario (II)
[1] Anastasio Sinaíta, Sermón en el día de la Transfiguración del Señor(Lectio altera del Oficio de lecturas de la Liturgia de las Horas del 6 de agosto).
[2] Mt 17, 5.
[3] San Josemaría, Santo Rosario, cuarto misterio de luz.
[4] Misal Romano, Prefacio de la Transfiguración del Señor.
Monte Tabor: basílica de la Transfiguración (de la serie "Huellas de nuestra fe").
Evangelio del día y comentario Meditación sobre esta fiesta
Evangelio de San Mateo en el que se relata la Transfiguración del Señor
Cuatro textos de san Josemaría sobre la Transfiguración del Señor
Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz (Mt 17,2). ¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!
Y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt 17, 5). Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad para que se lance fervorosamente a obedecerte.
“Vultum tuum, Domine, requiram” (Ps. 26, 8), buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara (I Cor. 13, 12). Sí, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Ps. 41,3)
Santo Rosario, Apéndice, 4º misterio de Luz
Nunca compartiré la opinión —aunque la respeto— de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles.
Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura.
Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará —insisto— a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas —luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional—, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios.
Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil sería abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡Todo por darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio.
Si te decides —sin rarezas, sin abandonar el mundo, en medio de tus ocupaciones habituales— a entrar por estos caminos de contemplación, enseguida te sentirás amigo del Maestro, con el divino encargo de abrir los senderos divinos de la tierra a la humanidad entera. Sí, con esa labor tuya contribuirás a que se extienda el reinado de Cristo en todos los continentes. Y se sucederán, una tras otra, las horas de trabajo ofrecidas por las lejanas naciones que nacen a la fe, por los pueblos de oriente impedidos bárbaramente de profesar con libertad sus creencias, por los países de antigua tradición cristiana donde parece que se ha oscurecido la luz del Evangelio y las almas se debaten en las sombras de la ignorancia... Entonces, ¡qué valor adquiere esa hora de trabajo!, ese continuar con el mismo empeño un rato más, unos minutos más, hasta rematar la tarea. Conviertes, de un modo práctico y sencillo, la contemplación en apostolado, como una necesidad imperiosa del corazón, que late al unísono con el dulcísimo y misericordioso Corazón de Jesús, Señor Nuestro.
Javier Pastor, el sacerdote más joven de España
Javier Pastor Marina es uno de los sacerdotes más jóvenes de España, por no decir el más joven. Tiene 24 años y para ser ordenado presbítero ha necesitado una dispensa del arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro.
Entró en el seminario con 17 años y acaba de recibir la ordenación sacerdotal el pasado 6 de mayo de 2023 en la catedral de la Almudena junto con otros doce compañeros. Pertenece al presbiterio de la diócesis de Madrid.
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«Dios me ha llamado joven por algo para ser sacerdote»
Su juventud y porte interpela, arrastra. Aunque Dios es el que cambia los corazones, la presencia, la juventud y nuestra forma de presentarnos es también muy importante en el siglo de la imagen:
«La juventud es un gran activo hoy en día, ciertamente. A la gente le entran las cosas por los ojos… Pero todo eso tiene un techo que se toca pronto, sobre todo cuando intentas ayudar a alguien a crecer en la fe. No dudo de que Dios me ha llamado joven por algo y se está sirviendo de ello. Pero más que la imagen de un cura joven, lo que descubro es la consecuencia de ser joven: no tener un corazón trasnochado por los afanes del mundo, sino fresco y con ganas de querer a todos sin excepción», transmite a la Fundación CARF.
Sus años en Bidasoa
Javier es uno de los miles de sacerdotes que la Fundación CARF coopera en su formación integral. Nada más terminar el bachillerato biosanitario, comenzó sus estudios al sacerdocio en el Seminario Internacional Bidasoa y allí permaneció tres años.
«La experiencia fue de auténtica familia. El inicio es muy peculiar porque coincides con casi cien personas de más de veinte países distintos. Pero recuerdo que los latinoamericanos me acogieron, a pesar de mis diecisiete añitos, con mucha normalidad. Poco a poco vas descubriendo el tesoro que es cada persona y su cultura», relata.
De su paso por Bidasoa agradece dos situaciones que le ayudaron en su vocación: «Tuve un formador santo, Juan Antonio Gil Tamayo, fallecido por cáncer de pulmón, que fue un ejemplo sacerdotal inolvidable. La relación con los formadores era muy estimulante. Y la Universidad de Navarra, con todas sus limitaciones, es un auténtico lujo. Tuve profesores de Filosofía muy preparados y la teología se estudiaba con mucho entusiasmo y frescura. Conseguían introducirnos en los grandes santos como Santo Tomás o los Padres de la Iglesia. Los profesores estaban siempre disponibles para reflexionar en común, recomendar lecturas, incluso hacer planes de ocio en los que las conversaciones sobre Dios eran auténtica teología», describe.
Javier considera que todos los alumnos que pasan por Bidasoa salen del seminario enamorados del sacerdocio, Jesús y la Virgen.
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En el seminario de Madrid
Tras estos tres años, continuó su formación presbiteral en el seminario Conciliar de Madrid, al que pertenece. Cuatro años, incluido el de diácono, «también apasionantes. Han sido los últimos antes de mi ordenación, por lo que en la formación uno ya no se anda con chiquitas y es más intensa».
La amistad con los otros seminaristas, especialmente los de su curso, es una de las mejores cosas de estos años en el seminario madrileño. «Ahí se forjan amistades que durante este tiempo que llevo fuera del seminario me han dado la vida. ¡Qué importantes es rodearse de buena gente que te quiera!», expresa.
Aunque echó de menos un poco más de actividad cultural durante estos años, agradece, sin embargo, cómo en el seminario han logrado la inserción en lo que será el futuro de su vida, con las prácticas en las parroquias los fines de semana.
Una diócesis con mucha fuerza espiritual y su ordenación
«Pero debo confesar que cualquier preparación se queda corta ante el reto al que nos enfrentamos al salir. Una cosa muy positiva es que tenemos la suerte de vivir en una diócesis con mucha fuerza espiritual y es impresionante percibirlo en los encuentros de jóvenes, carismas diversos, parroquias muy vivas, etc.».
Y tras estos siete años, llegó el gran día: su ordenación presbiteral (aunque el diaconado fue también muy bonito. Javier nos cuenta su experiencia:
«De la ordenación sacerdotal recuerdo muy vivamente la alegría de la gente que ha estado siempre acompañándonos. Nos ayuda a recordar lo importante que es recibir de Dios el regalo de la ordenación y, personalmente, si esa era la alegría de mis seres queridos, me ayudaba a imaginar cómo sería la alegría de Jesús al vernos aceptar una vocación tan importante».
Este fue el pensamiento que rumiaba en toda su ordenación: «Cuánta ilusión me hacía agradar a Jesús con todo esto. Y le pedía a Él y a su Madre que fuera fiel para siempre; jamás fallar a este compromiso de amor que no había hecho más que empezar».
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Un momento impactante
Un momento impactante y muy bonito fue la consagración de la ordenación. «Estábamos los ordenandos, los amigos de mi curso, rodeando el altar y concelebrando con el cardenal. Ver sus caras y pensar que habíamos nacido para esto, fue de lo más bonito que he vivido. Crecieron mucho más mis deseos de llevar a Jesús a todo el mundo, de traerle a la tierra para dar luz y paz».
Y después su primera Misa, que es también un momento muy emocionante. «De la primera misa recuerdo mi voz entrecortándose en las palabras de la consagración. Cuesta mucho explicar qué pasa por la cabeza del sacerdote en ese momento. Prácticamente se dicen las palabras de forma inconsciente, porque más que comprenderlas, las contemplas. Más que pronunciarlas, las escuchas. Ojalá ninguna rutina pueda apagar esta llama de amor viva».
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Un cura joven en el barrio de Vallecas
Y ¿cómo es la vida de un cura joven en el madrileño barrio de Vallecas? Javier está destinado en la unidad pastoral de la parroquia de El Buen Pastor y Nuestra Señora del Consuelo.
«El único recurso infalible para llegar a la gente es pedir a Dios con nombres y apellidos por la gente de mi parroquia y quererlos mucho, mejor incluso de lo que ellos esperan ser queridos. Aquí el reto no es que ellos sepan cómo querer a Jesús, sino que los sacerdotes sepamos cómo los quiere a ellos Jesús. Así no imponemos nuestros criterios y el pueblo de Dios se acerca verdaderamente a su Señor».
«Pero más allá de esto –continúa Javier– puedo decir algo de mi experiencia: el deporte me ha ayudado a ganar a la gente para Dios; compartir con los jóvenes diversiones, aficiones o incluso aprenderlas con ellos, hablar de la verdad del Evangelio sin engaños, pero con mucha paciencia y prudencia; promover la confesión y explicar bien los signos y momentos de la misa, para que no se aburran, sino que se llenen de afecto porque la conocen mejor… Con las personas más mayores debo reconocer que mi edad me hace casi todo el trabajo. Soy una mezcla entre su padre y su nieto. Basta una sonrisa, escuchar lo que cuenten y rezar juntos algún rosario».
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El sacerdote del siglo XXI
Y en una España tan secularizada y con escasez de vocaciones ¿cómo debe ser un sacerdote del siglo XXI, ¿cómo llegar a la gente, sobre todo a los jóvenes? Javier no cree que ser sacerdote hoy sea más difícil que en otras épocas.
«Yo temo mucho más el éxito que el fracaso. La gran virtud del Verbo de Dios es la humildad. Y los tiempos que corren son un buen caldo de cultivo para la humildad de los sacerdotes. Así cogeremos con más pureza los desafíos, las parroquias que reanimar y los corazones que sanar», expone.
Este joven sacerdote ha visto de primera mano el poder de las ideologías en los jóvenes del siglo XXI. «Es muy frustrante ver gente viviendo en la mentira y sufriendo porque no puede abrir los ojos. Pero también esto nos ayuda a poner la esperanza sólo en Dios y su Iglesia preciosamente confiada, no en una iglesia llena de obras de arte, edificios que no puede llenar y dignidades que ya nadie reconoce».
Agradecimientos a la Fundación CARF
Por último, agradece la labor de la Fundación CARF y sus benefactores: «El trabajo de la Fundación CARF es lo más parecido a la Eucaristía que conozco: pocos ven lo que realmente ocurre, el milagro es impresionante, pero cuesta el derramamiento de pequeñas gotas de sangre y sudor de un buen puñado de personas con un amor impresionante por Jesús y su Iglesia. Sólo la fe puede originar algo así».
Por esta razón, para él, colaborar con la formación de los sacerdotes es, sin embargo, la mejor inversión que uno puede realizar: se gana el cielo para sí mismo (como dice Jesús en Mt 10,42) e invierte en la mejor forma de hacer un mundo mejor ahogando el mal en abundancia de bien.
«Los sacerdotes debemos ser muy letrados, porque no sólo es que la mentira campe a sus anchas, sino que pocos creen ya en la verdad. Ya no basta con comunicar la verdad con homilías del montón, sino que es muy urgente una formación para comunicar la verdad de un modo atractivo, bonito y cercano«, concluye el sacerdote más joven de España.
Marta Santín, periodista especializada en información religiosa.
Vida, neurociencia e inmortalidad.
La vida es un proceso que tiene su principio en la fecundación (fertilización del óvulo por el espermatozoide), y que se desarrolla de forma progresiva, sin saltos cualitativos, terminando cuando el principio vital (llámese alma, forma, psique) deja de animar al componente material. Lo característico de la vida es, biológicamente, el movimiento (metabólico, mecánico, mental), movimiento coordinado, al unísono, mancomunado, de los componentes del sistema.
Desde antiguo, la simbología de la luz va ligada a la vida. En la Biblia se dice que Dios, al principio, dijo: “Hágase la luz”, antes de la creación del resto de criaturas. En la Pascua de Resurrección la Iglesia proclama la “Luz de Cristo”. Popularmente, se dice que cuando una persona nace “ve la luz”, su madre “le dio a luz”
En la Divina Comedia, el Dante describe el Paraíso como la posesión de la Luz, identificada con el ser de Dios, que no se termina nunca.
En muchas culturas la luz es también símbolo del bien y de la alegría, en contraposición a la muerte, a las tinieblas, a la tristeza, al mal.
El ser humano, desde su más temprana infancia, desea la inmortalidad. El animal atiende a lo próximo, a lo más material de la existencia, como alimentarse, defenderse de los peligros, reproducirse, entre otras funciones. Aunque naturalmente está aferrado a su propia vida, “le tiene sin cuidado” la vida eterna.
Desde siempre, hubo un deseo de inmortalidad. La Historia nos habla de la invención de elixires y pócimas para conseguir, ilusoriamente, la eterna juventud. Hoy día, las mujeres (y muchos hombres) quieren parecer siempre jóvenes; no escatiman gastos para ello. ¿Es en el fondo una manifestación del deseo de inmortalidad?
Pero el hombre desea una inmortalidad de verdad, no la de vivir en el recuerdo, en estatuas, en la imprenta. Quiere vivir eternamente y de forma personal. Es algo inscrito en su naturaleza; es absurda la aniquilación. Quiere “ver la luz” al final de sus días. Y al hablar de inmortalidad, surge el concepto de eternidad, del para siempre. La ciencia vislumbra (no puede demostrarlo fehacientemente) que la eternidad es posible. Y el ingrediente esencial es la fe. La fe explica muchas cosas.
Kurzweil afirmaba en 2012 que “en poco más de 30 años, los humanos serán capaces de cargar toda su mente a las computadoras y convertirse en un inmortal digital”. Decía que las diferencias entre la máquina y el hombre con el tiempo se irán difuminando. Pero la máquina es perecedera, pues los materiales que la componen se desgastan y finalmente se hacen inservibles. Algo similar (no igual) puede decirse del ser humano. Y el hombre podrá tener un corazón artificial, riñón artificial, ventilación mecánica, estar en coma, etc. pero su ser es humano, pues su alma seguirá siendo la de un hombre (por supuesto, un ciego, sordo, cojo, manco, mudo, enfermo, discapacitado, es un ser humano).
Otra utopía fue la de pretender mantener el cerebro eternamente joven. Otra, la del trasplante de cerebro, que más bien sería un trasplante de cabeza (o visto de otra forma, ¿trasplante de cuerpo?), hoy por hoy impracticable. Para llevarlo a cabo, además de las complicaciones técnicas que conllevaría, habría que matar a un ser humano. Lo mismo cabría pensar respecto a tratar de mantener un cerebro humano vivo, in vitro, que previamente tendría que ser extraído de una persona viva. Son todas ideas de ciencia ficción, tipo Frankestein.
Por otra parte, no tenemos una idea precisa del funcionamiento del cerebro (tanto de su “hardware” como de su “software”) y menos aún de lo que pueda ser la consciencia, lo que hace más problemático el asunto.
La Neurociencia, disciplina relativamente moderna, estudia los aspectos morfofuncionales relativos al sistema nervioso. Como son asuntos diversos, la Neurociencia es interdisciplinar, pues tiene que ver con la Anatomía, la Fisiología, la Bioquímica, la Neurología, la Psicología, etc. Disciplina compleja, pues su objetivo es intentar desentrañar los misterios del cerebro (y, bajo un punto de vista materialista, la supuesta emergencia de la mente).
Alfredo Obarrio
“Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres”. San Josemaría, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.
Como cristiano, una serie de preguntas nos golpea una y otra vez: ¿Dónde encontrar a Dios? A ese Dios que dicen, con impertinente insistencia, que se halla ausente, silente, inapetente, adormecido e insensible ante el dolor del ser humano. ¿Dónde está ese Dios que, si nos observa, no nos comprende; ese Dios que, si nos escucha, nada responde; ese Dios que, si nos ve sufrir, no nos reconforta; ese Dios que, si nos ve pecar, no nos sana de nuestras miserias; ese Dios que, si nos ve disfrutar, no se alegra de nuestro gozo? Preguntas que se escriben en el muro de la Historia, y que el hombre asumió, cuando aceptó la muerte de Dios como un hecho cierto e irrefutable. Así habló Zaratrustra, el mismo que condujo al hombre al extermino en los campos de concentración. No, Dios no había muerto. Quien se moría de inanición era el hombre que se negaba a creer en quien nos preserva de la guadaña del tiempo.
Son interrogantes que todos, en algún momento de nuestra frágil vida, nos hemos planteado. Unas veces nos ha llevado al desconsuelo; otras, las menos, a la duda más cegadora. Pero la vida, la vida de oración, de paciente entrega a Dios y a los hombres, nos ha hecho comprender que Él nunca nos abandona. Somos nosotros, hombres y mujeres formados de polvo y barro, quienes, en nuestra infinita soberbia, pensamos que Dios está a nuestro servicio. Asumimos que basta con un simple ruego o una oración apresurada para que el Hacedor incline su cabeza y se pliegue a todos nuestros deseos.
Así transcurre la vida de tantos y tantos cristianos. Seguramente, la mía no sea una excepción. Una vida de miserias y caídas nos rodea. Pero también de lucha y de entrega, de comprensión y arrepentimiento, de paciente espera y de búsqueda incansable por hallar la Verdad en quien te reconforta y te alienta, en quien te protege y te proyecta, en quien te mira y te acoge, en quien te acompaña y te consuela, en quien te escucha y te susurra, quedamente: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3, 20). Porque Él no solo está en la puerta y espera, sino que entra en nuestras vidas para darnos las respuestas que buscamos, para otorgarnos el consuelo que necesitamos, para iluminarnos en la oscuridad en la que vivimos, para concedernos su perdón y su gracia, y para comunicarnos que Él es la vida Eterna, una vida de Gracia y Perdón.
Cuando esta verdad se alberga en mi adormecida alma, Él me recuerda unas palabras que tenía olvidadas en algún estante de mi mente: “Tened confianza, soy Yo, no temáis... Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt. 14,27). En ese breve instante, el temor, como la fría angustia, desaparecen. Y en el olvido de mí mismo, le contemplo agradecido, tanto que en la ladera de mi corazón surge un lamento envuelto en un sincero interrogante: ¿Qué soy yo sin ti? Mi respuesta es sincera: ligereza, vanidad, egolatría, soberbia, impostura, fragilidad y falsedad.
Así es el hombre cuando se aparta de Dios: un ser que en su arrogancia juega a ser un nuevo Dios, un nuevo Prometeo, un nuevo Fausto capaz de romper las reglas de la vida, aquellas que prohíben comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque ese árbol está reservado a esa palabra que es Misterio y es Vida, Vida Eterna, la única que nos impide caer en el vacío y en la muerte, en esa muerte que no nos otorga la Vida Eterna, una eternidad que rechazamos cuando nos desprendemos de Aquél que nos llama y no nos abandona, porque “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Los años pasan y las vivencias, como las lecturas, se acumulan. De entre todas ellas, siempre me viene a la mente una máxima que pervive en el laberinto del tiempo: “no hay que suprimir el saber para dejar sitio a la fe”. No se equivocaba Kant, porque el Cristo muerte y resucitado, en palabras de san Josemaría, se encuentra “allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo”. Allí lo descubriremos siempre, aguardándonos, acogiéndonos, reconfortándonos y salvándonos. Si no lo vemos y lo sentimos en nuestra vida cotidiana, ya sea en ese amigo que te busca y te suplica, en ese alumno que se pierde y no se encuentra, en ese menesteroso que busca refugio y consuelo, o en ese hogar y en esa familia que te necesita, te comprende y te perdona, ¿dónde? Me contestarás: en los altares de una Iglesia, en un devocionario o en un simple escapulario. No lo niego, pero si no lo percibimos en los fragmentos que la vida nos aporta es porque ni tú ni yo lo hemos buscado nunca. Aun así, Él te espera –paciente– a que tú le abras la única puerta que debes abrir: la puerta de tu corazón. Prueba a abrirla, y verás como no te defraudará.
Los polos se atraen precisamente por la curiosidad natural de las personas para investigar cómo se puede vivir en la diferencia. Es un paso más de la capacidad de madurar y de investigar otros modos.
En las personas hay variadas diferencias, aunque en este caso el punto de comparación es la edad: la etapa del inicio de la vida y la del final de la vida. Los jóvenes lo hacen desde la curiosidad y la inexperiencia, si hay cariño para saber algo más de las experiencias de ese recorrido vital: cómo eran las actividades en tiempos pasados, recursos y mucho más.
Los ancianos pueden interesarse por los jóvenes para comparar cómo son ahora y cómo fueron ellos. También les pueden divertir las ocurrencias, el buen humor, la ingenuidad, el desenfado en el modo de vivir cuando no tienen aún grandes responsabilidades, o si las tienen admirar el modo de salir adelante y conseguir recursos o sacrificarse por ir dando pasos hacia sus metas.
Los jóvenes pueden interesarse en los estilos de vida del pasado o por algunos sucesos del pasado de los cuales pueden recabar algunas explicaciones incomprensibles para el presente. Aunque en ese momento no se lo planteen, más adelante pueden seguir esos ejemplos para preparar su futuro e incluso su ancianidad.
Dos sucesos recientes pueden ser fuente de inspiración para cultivar la intimidad y la amistad entre personas de grupos tan contrastantes. Una es la reciente conmemoración del día de los abuelos, el 26 de julio. La otra es el evento global de la Jornada Mundial de la Juventud los primeros días del mes de agosto en Lisboa.
Los ancianos pueden oscilar del pesimismo al optimismo. En el primer caso el trasfondo se puede deber a pensar que la vida se deteriora pues se han perdido tales y cuales costumbres, y ver una serie de conductas con una óptica muy negativa. El otro punto de vista puede partir del deseo de saber cómo se comporta la juventud, qué le interesa y sobre todo cómo se divierte, tal vez porque eso les ayuda a recordar como lo hicieron y cómo disfrutaron.
Sea cual sea el motivo de la relación, es innegable la ayude mutua entre estos dos sectores. En lo físico es indudable la inmensa oportunidad para los ancianos de resolver problemas de traslados, de gozar del resultado de algunos trabajos necesarios para ellos gracias a la agilidad y vigor de los jóvenes. Y los jóvenes invierten el tiempo en actividades solidarias y provechosas por las cuales se pueden sentir felices.
Desde luego los mayores han de cuidar la tendencia a regañar y a impacientarse con lo que pueden calificar de inmadurez, o lamentarse del deterioro que según su punto de vista se ha instalado en la manera de vivir contemporánea. Es bastante antipática la postura de comparar y ver el pasado cargado de bondades y el presente absurdamente deteriorado.
Una vez superada esa óptica poco amistosa, los ancianos han de sacar de sus recuerdos todos los logros realizados, cómo superaron contrariedades, cómo suplieron la falta de recursos con experimentación e inventiva, cómo empezaron una y otra vez hasta dar con la solución. La alegría de trasmitir a los jóvenes abre a la esperanza de que todo lo que han vivido se aprovechará y se aplicará.
Los jóvenes pueden partir de lo admirable de la creatividad humana que sin contar con muchos de los adelantos que facilitan tantas actividades del presente fueron resueltas en el pasado sorteando más dificultad, pero finalmente realizadas y seguramente, gracias a la creatividad humana, fueron plataforma para encontrar soluciones facilitadoras y ahora aplicadas como si siempre hubieran existido.
Los jóvenes al encontrarse con los ancianos y conocer detalles de la sociedad de aquellos tiempos pueden sentir la responsabilidad de custodiar y transmitir la memoria histórica tan necesaria para asumir las propias raíces y dar sentido a muchas costumbres. El Papa Francisco dice que la amistad con una persona anciana ayuda al joven a no reducir la vida al presente y a recordar que no todo depende de sus capacidades.
Por lo tanto, dos virtudes facilitadoras de estas relaciones son la paciencia del adulto hacia el joven ante la precipitación y la inmadurez, y la paciencia del joven con el adulto por la lentitud o porque puede ver el pasado superior al presente. La otra virtud es la alegría de contar mutuamente con compañía y con la capacidad de ayuda entre ellos, como es ver a ambas generaciones escucharse y divertirse.
La vida personal es un continuo presente, el pasado muchas veces se difumina y el futuro, aunque se planee, puede resultar un poco utópico. La proximidad con otras generaciones facilita una vivencia más cercana de esos tres momentos del tiempo. Conectarse con otras generaciones es muy enriquecedor pues, de alguna manera se hace más familiar el presente, el pasado y el futuro de los ancianos.
La actividad de la juventud después de experimentar la cercanía de la vida de los ancianos de la juventud después de experimentar la cercanía de la vida de los ancianos da más consistencia al presente al vincularse, de algún modo, con el presente de los mayores e impulsa a corresponder mejor, pues la experiencia vivida, a su vez, hará lo mismo con los más jóvenes que nos seguirán.
Dedicar una parte del tiempo a la relación con otras generaciones reduce el tiempo dedicado a la “realidad virtual”, aunque también puede dar oportunidad a los ancianos de recibir lecciones de la juventud para aprender a usar tales recursos.
La Jornada Mundial de los Abuelos y la de los jóvenes, hizo ver el Santo Padre, pretende “ser un pequeño pero precioso signo de esperanza”.
Me pareció extraño cuando escuché este término, y decidí investigar un poco sobre su significado, ya que resulta que siete de cada diez personas lo han sufrido alguna vez en su vida.
El término de Síndrome del impostor fue acuñado por los psicólogos clínicos Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978. Es un trastorno psicológico que hace dudar de las capacidades propias a quien lo padece.
La persona no reconocerá sus logros, tendrá un desgaste anímico y eventualmente verá afectada su productividad en el trabajo y su relación con los demás.
Te ha sucedido que a pesar de sacar buenas calificaciones, de ser elogiado por hacer algo bien o por tus logros profesionales, ¿Sientes que en el fondo eres un fraude y que todo ha sido a causa de un golpe de buena suerte o pura coincidencia? ¿Eres incapaz de reconocer realmente todos tus éxitos y te ves a ti mismo como un fraude ante los demás? Como si no fueras merecedor de estos logros.
Cuando alguien te hace un halago, ¿Crees que no es meritorio? ¿Piensas a menudo que no mereces la pareja o el trabajo que tienes?, ¿Dudas constantemente de ti y tus logros?, ¿Atribuyes tu éxito a la suerte y no a tus habilidades?.
No se trata de un simple caso de inseguridad, sino del llamado Síndrome del Impostor.
Los expertos afirman que existen diversas causas:
– dinámicas familiares durante la infancia (sentirse la oveja negra de la familia),
– estereotipos sexuales (presión de ser mamá y tener éxito profesional);
– diferencias salariales (sobretodo para la mujer),
– La percepción de éxito, fracaso y competencia (exigirse objetivos casi imposibles)
Comparto contigo algunos consejos para lidiar con este síndrome:
– Conoce los síntomas
– Busca ayuda si no puedes solo
– Distingue entre la humildad y el miedo.
– Deja ir tu perfeccionismo interior
– Se amable contigo mismo
– Enorgullécete de tus logros y éxitos.
– Di sí a nuevas oportunidades.
Recuerda, lo más importante es reconocer que vives esta situación, para después poder estar convencido de que tus logros y éxitos no son fruto de la suerte o la casualidad.
Que no estás defraudando a nadie y que puedes sentirte muy orgulloso de lo que has logrado. ¡Deja a un lado ese síndrome del impostor que no te permite disfrutar de la vida!
La Inteligencia Artificial al servicio de la eugenesia
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|4 julio, 2023|BIOÉTICA PRESS, Eugenesia, Informes
La incorporación de la IA a las técnicas de reproducción asistida para mejorar sus tasas de éxito implica profundizar en una práctica eugenésica de selección embrionaria. Esto es bioéticamente inaceptable si el embrión es considerado, porque lo es en realidad, un individuo de la especie humana.
En una entrevista publicada en La Razón, varios médicos del Instituto Bernabéu, clínica especializada en medicina reproductiva, explican en qué mejora la Inteligencia Artificial (IA) la elección de un embrión en los tratamientos de fecundación in vitro.
Según declara la Coordinadora de Embriología del centro, Leyre Herrero, el proceso empieza con la selección de los espermatozoides, la IA selecciona los que tienen mejor movilidad y no tienen defectos en cuello, cabeza o cola. En un proceso que antes era largo dado que se hacía a ojo, ahora basta con mirar al monitor, pues esta tecnología permite seleccionar tres de una muestra de cien casi instantáneamente.
Tras la fecundación de los ovocitos y la creación de los embriones, la IA ayuda a saber qué embriones tienen mayores probabilidades de implantación. La selección se realiza a través de un sistema que fotografía a los entre ocho y diez embriones que se cultivan como media por paciente. De esas fotos se generan vídeos, que antes era imposible visualizar en su totalidad, y que ahora la IA ofrece información sobre sus posibilidades de implantación.
Se ha pasado de un proceso en que una persona observaba en el microscopio tres momentos del cultivo de los embriones, a que la IA observe todo el proceso y analice las imágenes, aunque Herrero explica que “siempre hay un biólogo detrás para ver en qué se ha basado, por qué ha elegido este y si está de acuerdo o prefiere repetirlo”. “Te ayuda a elegir el mejor embrión con datos que hace años era inimaginable obtener”.
También afirma que “estamos haciendo estudios comparando los dos sistemas, con y sin ayuda de la IA. Todavía no lo ofrecemos a los pacientes como un método testado. Firman una autorización para que usemos esta tecnología. Y estamos viendo que aumenta los porcentajes de éxito del embarazo”. Y que con los avances de los últimos diez años “hemos pasado de un porcentaje de éxito del 30% implantando dos embriones al 60% con un solo embrión”.
El doctor Jorge Ten, que lleva tres años trabajando con IA, asevera que “la mejora de esta tecnología en los últimos meses nos facilita acortar tiempo y dar en la diana en casos complicados, por ejemplo, con mujeres mayores de 40 años”.
Herrero afirma que para poder utilizar la IA en fecundación, hay que desarrollar un buen algoritmo, ya que así se consigue la que IA haga tareas que antes eran de los médicos, lo que les permite tener tiempo para investigar.
Por su parte, el doctor Suñol afirma que la IA les permite personalizar el tratamiento y les aporta información muy útil en campos como la historia clínica del paciente y sus patologías previas. “Con esta información se puede mejorar el pronóstico y saber qué fármacos y dosis dar a los pacientes, además de acortar el proceso, dada la efectividad en la selección de embriones”, asevera.
Según Herrero, la IA ayudará a no generar falsas expectativas a las mujeres que desean quedarse embarazadas al tener un análisis más específico de sus problemas de infertilidad.
La clínica Bernabéu se ha especializado en casos difíciles. Acuden a ella mujeres de 137 nacionalidades a las que se les extrae el óvulo e implanta al embrión en tan sólo una semana. Según los doctores “los avances que la IA aporta a la fecundación hace unos años eran un sueño”.
Valoración bioética
La incorporación de la IA a las técnicas de reproducción asistida para mejorar sus tasas de éxito implica profundizar en una práctica eugenésica de selección embrionaria, bioéticamente inaceptable si el embrión es considerado, porque lo es en realidad, como un individuo de la especie humana. La parcial automatización informatizada del proceso de selección y descarte de embriones humanos en función de sus características, que se ofrece como un gran avance técnico, profundiza en la regresiva práctica de seleccionar a los fuertes en perjuicio de los débiles. Además, el perfeccionamiento de las técnicas de diagnóstico genético preimplantacional (DGP) que cada vez son más capaces de detectar pequeñas imperfecciones en el genoma de los embriones candidatos a ser implantados, muchas de las cuales no supondrán afectación fenotípica en ellos, está multiplicando el fenómeno de la selección eugenésica: más embriones producidos y más descartados para seleccionar a los “mejores”.
Las técnicas de selección eugenésica, asociadas a las técnicas de reproducción asistida y ahora potenciadas por la incorporación de la IA, suponen en todo caso un atentado contra la vida y la dignidad de los seres humanos en estado embrionario que son “devaluados” hasta su exterminio por existir competidores más “perfectos” que son preferidos a ellos.
Tras este avance científico se esconde un profundo retroceso de nuestra opulenta civilización, que retorna, de alguna manera, a los tiempos en los que los fuertes exterminaban a los débiles, en lugar de protegerlos.
Respetar la vida de todo ser humano, aún discapacitado o dependiente, verdadero indicador del progreso de una civilización, es en lo que los investigadores y clínicos deberían esforzarse en lograr. Esto sí sería un verdadero progreso científico, y no el que nos ocupa.
Julio Tudela
Ester Bosch
Si se busca la relación sexual como mero medio de placer, se pervierte la relación. Si la sexualidad no se vive correctamente puede ser fuente de frustración, de egoísmos y puede dar lugar a infidelidades, abusos sexuales, uso habitual de anticonceptivos, embarazos no deseados, rupturas de parejas y de matrimonios, abortos, etc. Es noticia diaria la violencia entre parejas, el pasado julio ha sido considerado como un mes de mayor número de mujeres asesinadas por su pareja o expareja. Por tanto no es indiferente el modo de vivir la sexualidad: nos puede dar muchas alegrías y hacernos mucho bien, o por el contrario un gran mal para uno mismo y para la pareja o la familia.
Las relaciones sexuales fuera del matrimonio no son manifestaciones legítimas de amor; prevalece el deseo de satisfacer del placer sexual. La pureza en el amor -tanto en el noviazgo como en el matrimonio- refuerza el verdadero amor y la fidelidad. La impureza deteriora el amor, lleva a confundir el deseo con el amor, favorece el egoísmo y pone en peligro la estabilidad del amor. Son datos comprobables en la vida diaria. Basta no querer cerrar los ojos y tener la sinceridad y la valentía de reconocer los propios errores.
Otra fuente de conflictos es caer en el error de ir contra nuestro propio cuerpo, como si la orientación sexual fuera una mera opción cultural desligada de la biología. Eso sería negar la evidencia, lo obvio, lo que en siglos y siglos de historia de la humanidad se ha vivido pacíficamente, independientemente de creencias y costumbres: el hombre nunca podrá ser mujer, y viceversa.
La inclinación sexual contraria al propio sexo son excepciones que no pueden justificar cambiar el sexo, porque objetivamente, biológicamente, no es posible cambiarlo por mucho tratamiento hormonal o quirúrgico que se apliquen. Solo se conseguirá una cierta "apariencia", como un disfraz, pero nada más, con la frustración consiguiente de no poder cambiar la naturaleza.
Esa no es la solución, no puede serlo. Si esas personas reconocieran lo anómalo de su inclinación, en no pocos casos provocada conscientemente, estarían en condiciones de poder reorientarla adecuadamente.
Jesús Martínez Madrid
La libertad religiosa en el mundo
El retroceso de la libertad religiosa en el mundo es una grave realidad, en el continente africano existe la gran preocupación, son los grupos yihadistas, especialmente en el Sahel, que de manera creciente sitúan a la población cristiana en su diana. En América Latina, el foco está puesto en Nicaragua, donde el gobierno autoritario de Daniel Ortega no tolera el posicionamiento de la Iglesia junto a quienes defienden los derechos humanos y la democracia. Pero en términos cuantitativos es Asia la que se lleva la palma. La situación empeora con respecto a 2021 en Arabia Saudí, India, Pakistán, Afganistán, Corea del Norte o China, con todo tipo de restricciones hacia los cristianos, señalados en ocasiones de forma específica en las leyes.
A estos cristianos no les queda otro recurso que la justicia y la presión internacional, motivo por el cual son tan importantes los informes que cada dos años publica Ayuda a la Iglesia Necesitada, que no solo lleva a cabo una admirable labor sosteniendo a estas comunidades discriminadas o perseguidas, sino que las hace visibles para el resto del mundo.
Domingo Martínez Madrid
No hay nada más evidente en la experiencia humana que la conciencia. Todos los días se despliega ante nosotros un mundo de objetos, colores, olores, sonidos, sabores, dolores, pensamientos y recuerdos. Entre esos fenómenos está el propio yo.
La autoconciencia es una de las fronteras del conocimiento, en concreto de la neurociencia. Cada semana aparecen nuevas propuestas teóricas dentro de este campo sin que se haya llegado a conclusión alguna.
La investigación neurocientífica de la conciencia se encuentra todavía en una fase temprana de desarrollo. Algunos científicos sostienen que es solo una ilusión, un reflejo intrascendente de la actividad del cerebro. Los no científicos pensamos que, al menos, e una realidad.
Jesús D Mez Madrid
En medio del ruido del mundo; en medio del clamor de las pantallas de los móviles, de los ordenadores, de la televisión; en medio del ajetreo del trabajo y de las relaciones sociales, el hombre necesita el silencio para vivir y para crecer, para desarrollarse y sobrevivir. Y no solamente el silencio exterior, que ahoga ruidos y rumores; al hombre le es todavía más urgente y apremiante disponer de sosegado silencio en el alma y en el espíritu, único camino para acallar tantos murmullos que se alzan desordenadamente en el interior de su propio ser.
Sin tiempos de silencio el hombre se desorienta en su caminar terreno; se desorienta, pierde el rumbo y apenas alcanza a sentir el latir de su corazón. Sus oídos se tornan incapaces de reaccionar ante el vuelo de una mariposa y de maravillarse en el mecerse d las olas del mar; y su alma permanece fría, sin vida, de frente a las suaves quejas del amor sacrificado.
Silencio de su cuerpo, silencio de la naturaleza que lo acoge, silencio de su alma, silencio de su espíritu. El hombre es un ser indigente de silencio. Sin silencio el hombre se ahoga; no alcanza a respirar hondo y llenar los pulmones del oxígeno que necesita para vivir y orientar su libertad.
Encontrar el silencio del cuerpo aun en la enfermedad es tarea difícil, no imposible. A veces, los dolores impiden la concentración; el mal obliga a prestar atención a la cura del cuerpo y puede forzar las potencias para que no sirvan al volar del espíritu.
Y si, sumergidos en el rumor de la enfermedad caemos en la tentación de la queja continua, del lamento, de la desesperación, el cuerpo termina arrastrando tras de sí al alma, que se engolfa en la visión horizontal sin osar volver su atención al Cielo. No siempre, sin embargo, es así; y todos conocemos personas que han sabido encontrar, también en medio de sufrimientos atroces, el silencio que ha abierto nuevos horizontes de amor a los demás, de amor a Dios.
Jesús Domingo Martínez
PsychoCath: la JMJ como punto de encuentro de psicólogos católicos
Lisboa acoge, dentro del marco de la Jornada Mundial de la Juventud y de múltiples actividades diferentes, un encuentro de estudiantes y jóvenes psicólogos de todo el mundo para reflexionar sobre la misión y los retos de la Psicología en el siglo XXI y compartir el reto de recristianizar el mundo de la Psicología.
Maria José Atienza·2 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
Foto: Dos jóvenes peregrinos de la JMJ.
Portugal vibra estos días con los cientos de miles de jóvenes que, de manera pacífica y alegre, han tomado sus calles y plazas en una singular marea de cantos, oraciones y convivencia. Es la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá su punto álgido el sábado y domingo con los actos centrales en los que estará presente el Papa Francisco que ya está en suelo portugués.
Pero además, este miércoles 2 de agosto, en el marco de esta Jornada Mundial de la Juventud se desarrolla un interesante encuentro: PsychoCath. Se trata de una iniciativa liderada por un grupo de jóvenes psicólogas, católicas que pretende ser un punto de partida para crear una red profesional de jóvenes psicólogos que compartan actividades o proyectos que se están realizando a nivel mundial.
Con ellas hemos hablado, desde Omnes para conocer este encuentro, sus objetivos y la importancia de cuidar el equilibrio psicológico y espiritual en un mundo marcado por el
¿Por qué nace y en qué consiste esta iniciativa de PsychoCath?
–PsychoCath nace en el III Encuentro de la Red de Psicoterapeutas de inspiración Católica que tuvo lugar el pasado 24 y 25 de marzo en Madrid. Comenzó con la propuesta del doctor Carlos Chiclana a la inquietud de algunas de las psicólogas jóvenes que asistimos al encuentro.
PsychoCath será un encuentro en la JMJ, pero también el comienzo de una red internacional de psicólogos católicos de todo el mundo. Permitirá establecer contacto con otros jóvenes psicólogos de diferentes países, crear comunidad y recordar nuestra misión como católicos.
Asimismo, será una plataforma en la que se podrá dar a conocer asociaciones, actividades o proyectos que se están realizando a nivel mundial y que contribuyan a nuestra formación tanto personal como profesional.
¿Por qué habéis elegido el marco de la JMJ ?
–La JMJ es la reunión más grande de jóvenes católicos a nivel mundial, lo cual encaja con lo que buscamos en PsychoCath: conocer y establecer vínculos con otros psicólogos católicos de todo el mundo, que están terminando sus estudios o empezando su vida laboral.
Además es un momento en el que el Papa nos recuerda la importancia de entregarnos al mundo desde nuestra vocación cristiana, y en el que tenemos que aprovechar para coger con más fuerza la responsabilidad de que somos psicólogos católicos.
La JMJ también es una experiencia de la Iglesia universal, propiciando un encuentro entre los pueblos del mundo, por lo que todos los jóvenes vamos con la predisposición de establecer puentes con personas de todos los países.
El objetivo no es tener una psique perfecta, sino contar con los recursos necesarios para no derrumbarnos en momentos de dificultad
Úrsula.Psicóloga y miembro de Psychocath
¿Qué puede aportar la visión y la fe cristiana al ejercicio de la Psicología?
–La manera de entender la vida y a la persona tiene un impacto muy grande en la manera de entender y ejercer la Psicología. Es fundamental que los psicólogos católicos partan y construyan su competencia profesional sobre una base sólida de antropología cristiana.
Un psicólogo católico mira a la persona teniendo en cuenta su dignidad intrínseca e incondicional, como hijo de Dios. Comprende que estamos creados por amor y para amar y desde este marco acompaña a las personas. Parte de que estamos llamados a realizarnos plenamente, a entregarnos a los demás, a vivir por algo grande, en lugar de buscar el mero bienestar y estabilidad de la persona.
Un psicólogo católico tiene una mirada amplia e integradora, es consciente de que su ciencia no puede pretender abarcar todo el misterio del ser humano, sino contribuir desde su humilde profesión. Por ello integra la dimensión espiritual en la vivencia de la persona, y conoce la importancia del vínculo con Dios, el sentido de vida, de la trascendencia, etc.
En una sociedad en la que aumentan las consultas y la asistencia a los profesionales, ¿cómo cuidar nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestra psique?
–En primer lugar, pensamos que es importante tomar conciencia de que somos una unidad, por lo que el tener una psicología sana forma parte de un modo de vida saludable en general. Esto es, dormir las horas necesarias, tener una buena alimentación, cultivar relaciones sociales satisfactorias, practicar deporte, etc.
En segundo lugar, conocerse a uno mismo para saber cómo reaccionamos en momentos de mayor estrés y vulnerabilidad. Darnos cuenta de qué modo nos afectan las cosas a cada uno y cómo solemos responder ante ello es clave a la hora de poder poner límites y protegernos respecto a las exigencias o cargas innecesarias que nos impone la sociedad o incluso nosotros mismos. Estos límites serían, por ejemplo, no trabajar más de una serie de horas, permitirnos desconectar, no atender más de una tarea a la vez…
Para conocerse es necesario tener tiempo para parar y reflexionar sobre nuestra vida y lo que realmente queremos, para poder dirigirnos después a metas que merezcan la pena y llenen de sentido nuestra existencia.
Así pues, el objetivo no es tener una psique perfecta, sino contar con los recursos necesarios para no derrumbarnos en momentos de dificultad y poder seguir adelante. Conocernos para saber regularnos y aprender a pedir ayuda antes de llegar al límite de nuestras fuerzas.
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