Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY lunes, 21 de noviembre de 2022
Indice:
Ángelus. El Papa pide a los jóvenes que cambien el mundo y no sean esclavos del móvil
El Papa en Asti: Jesús no es un rey con insignias, es rey con clavos y espinas
El Papa a Cumbre de Jueces en México: “Las prácticas dignas dignifican”
PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN* : Francisco Fernandez Carbajal
21 de noviembre: Presentación de la Virgen María en el Templo
Vida de María (III): Presentación de la Virgen : J.A. Loarte
“Es tiempo de esperanza” : San Josemaria
Como en una película: «Vivir de fe»
VIVIR CON LA ESPERANZA DEL CIELO… Y ASÍ TENER ÉXITO EN LA MUERTE : Alberto García-Mina Freire
La película ‘Jorge de Capadocia’ presenta la región histórica y la vida del santo
Aprender en la Misa a tratar a Dios : Juan José Silvestre Valor
La mentira. Un arte con historia : Rubén González Fernández
No vale el «aquí mando yo», hay que hablar y hacerles ver los riesgos que pueden encontrar
Sobre Jesucristo : Josefa Romo Garlito
La juventud española : José Morales Martín
Que cualquier criatura sea valorada y respetada : Jesús Martínez Madrid
Los neoabsolutismos : Juan García.
Las lágrimas del aborto : José Antonio García-Prieto Segura
Ángelus. El Papa pide a los jóvenes que cambien el mundo y no sean esclavos del móvil
Hoy, Solemnidad de Cristo Rey, día en que se celebra la Jornada Mundial de la Juventud 2022 a nivel diocesano, el Pontífice pide a los jóvenes de todo el mundo “levantarse y partir” y no quedarse quietos pensando en uno mismo, más bien tender la mano a quien lo necesita.
Mireia Bonilla – Vatican News
Este mediodía el Santo Padre ha mandado un mensaje a los jóvenes de todo el mundo con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud 2022 que se celebra a nivel diocesano: “levantarse y partir”, y que es, precisamente, el tema de la JMJ que está prevista en Lisboa el próximo verano 2023: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39).
Francisco, desde la Catedral de Asti, donde esta mañana ha celebrado la Santa Misa, ha agradecido a los jóvenes que han acudido a la catedral y les ha recordado que el secreto para mantenerse jóvenes está precisamente es esos dos verbos, levantarse y partir. “Levantarse y partir: no quedarse quietos pensando en uno mismo, desperdiciando la vida tras comodidades y últimas modas, sino mirar hacia lo alto, ponerse en camino, salir de los propios miedos para tender la mano a quien lo necesita” ha dicho el Papa. Además, ha puntualizado que hoy hacen falta jóvenes “realmente “transgresores”, no conformistas, que no sean esclavos del móvil, sino que cambien el mundo como María, llevando Jesús a los demás, cuidando a los demás, construyendo comunidades fraternas con los demás, realizando sueños de paz”.
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Llamamiento por la paz y pensamiento por los cristianos de Gaza
El Papa también ha aprovechado este momento para lanzar, una vez más, un llamamiento por la paz: “Nuestro tiempo está viviendo una carestía de paz, pensemos en los muchos lugares del mundo asolados por la guerra, en particular en la martirizada Ucrania. Esforcémonos y sigamos rezando por la paz”. También ha pedido oración por las víctimas de las familias del incendio que se dio en un campo de refugiados en Gaza, en Palestina, donde han muerto también muchos niños: "Que el señor reciba en el cielo a los que han perdido la vida y consuele a la población que ha sufrido por tantos años de conflicto" ha pedido el Papa. Por último, invocando a la Reina de la Paz, a la que está dedicada la catedral de Asti, el Santo Padre ha encomendado a las familias, los enfermos y cada uno de los presentes.
El Papa en Asti: Jesús no es un rey con insignias, es rey con clavos y espinas
En la Solemnidad de Cristo Rey del Universo y último domingo del año litúrgico, el Papa Francisco preside la Santa Misa desde la Catedral de Asti, ciudad italiana situada al norte del país, desde donde el padre de Su Santidad emigro hasta Argentina y a donde Francisco ha querido viajar este fin de semana para encontrarse con sus raíces.
Mireia Bonilla – Vatican News
El Santo Padre se encuentra en Asti, una pequeña ciudad italiana situada al norte del país, desde donde esta mañana ha presidido la Santa Misa, con mucha emoción, pues se trata de la ciudad desde la que partió su padre para emigrar a Argentina: “He venido a reencontrar el sabor de las raíces. Hoy el Evangelio nos lleva nuevamente a las raíces de la fe” ha afirmado el Papa frente a los fieles presentes.
Observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco
“Sobre la cruz aparece una sola frase: «Este es el rey de los judíos» (Lc 23,38). He aquí el título: rey. Pero observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco” ha aclarado el Pontífice. De hecho, ha pedido a los fieles presentes que intenten imaginar visualmente un rey: “Nos vendrá a la mente un hombre fuerte sentado en un trono con espléndidas insignias, un cetro en las manos y anillos brillantes en los dedos, mientras dirige a sus súbditos discursos solemnes. Esta es, más o menos, la imagen que tenemos en la mente” dice el Papa.
Pero, en cambio, mirando a Jesús, “vemos que Él es todo lo contrario”: “No está sentado en un cómodo trono, sino más bien colgado en un patíbulo. El Dios que «derribó a los poderosos de su trono» se comporta como siervo crucificado por los poderosos. Está adornado sólo con clavos y espinas, despojado de todo más rico en amor; desde el trono de la cruz ya no instruye a la multitud con palabras, ni levanta la mano para enseñar. Hace mucho más: en vez de apuntar el dedo contra alguien, extiende los brazos para todos. Así se manifiesta nuestro rey, con los brazos abiertos, a brasa aduerte”.
¿Qué rey festejamos hoy?
Francisco ha querido aclarar que rey festejamos hoy, pues celebramos un rey que “se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo” ha dicho el Papa, pero también un rey que “se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad, y subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios”.
“Este es nuestro rey – asegura Francisco – rey del universo, porque Él cruzó los más recónditos confines de lo humano; entró en la oscura inmensidad del odio y del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad”.
““No tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician””
En su homilía, Francisco también explica que Él no mira nuestra vida sólo un momento y ya, sino que permanece ahí, a brasa aduerte (a brazos abiertos), para decirnos en silencio que nada de lo nuestro le es ajeno, que quiere abrazarnos, volvernos a levantar y salvarnos, así como somos, con nuestra historia, con nuestras miserias y con nuestros pecados.
También ha asegurado que nos da la posibilidad de reinar en la vida "si te rindes ante la mansedumbre de su amor, que se propone pero no se impone; el amor de Dios no se impone jamás, a su amor que siempre te perdona, nosotros tantas veces nos cansamos de perdonar a las personas, les hacemos la cruz y hacemos la sepultura social, él no se cansa de perdonar jamás, jamás, siempre te vuelve a poner en pie, que siempre te restituye tu dignidad real". De hecho - puntualiza - “la salvación nos viene al dejarnos amar por Él, porque sólo así somos liberados de la esclavitud de nuestro yo, del miedo de estar solos, de pensar que no lo lograremos”.
Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la frase que Jesús pronuncia en el Evangelio de hoy: «Estarás conmigo en el paraíso». “Esto es lo que quiere decirnos Dios cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces entendemos que no tenemos un dios desconocido que está allá arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos consuelan y acarician” afirma el Papa.
El Papa nos pregunta hoy: ¿Somos espectadores o nos involucramos?
Hoy el Evangelio nos pone ante dos caminos. Frente a Jesús hay quien se queda de espectador y quien se involucra y depende de nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos.
Los espectadores son muchos, la mayoría. De hecho –dice el texto– «el pueblo permanecía allí y miraba». No era gente mala, muchos eran creyentes, pero al ver al Crucificado se quedan como espectadores. No dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo ven desde lejos, curiosos e indiferentes, sin interesarse verdaderamente, sin preguntarse qué podrían hacer. “Todos estos espectadores tienen en común una frase recurrente: “Si eres rey, ¡sálvate a ti mismo!”” recuerda el Papa.
“¿Eres capaz de mirar a los ojos de ese pobre que te pide limosna?, cuando le das limosna ¿le tocas la mano o le tiras la moneda? ¿eres capaz de tocar una miseria humana?”
La ola del mal
Pero, ese “Sálvate a ti mismo” es contagioso – dice el Papa – es “la ola del mal” que alcanza a casi todos. Y es aquí donde el Pontífice habla del “contagio letal de la indiferencia”, asegurando que "es una fea enfermedad" la indiferencia: "esto no me toca a mi, indiferencia frente a los enfermos, frente a los pobres, a los miserables de la tierra, a mí me gusta preguntar a la gente , sé que cada uno de vosotros da la limosna a los pobres, yo me pregunto: cuando tu das la limosna a los pobres ¿le miras a los ojos? ¿eres capaz de mirar a los ojos de ese pobre que te pide limosna?, cuando le das limosna ¿le tocas la mano o le tiras la moneda? ¿eres capaz de tocar una miseria humana?
Por tanto, insiste: "esa ola del mal que se propaga siempre así: comienza tomando distancia, mirando sin hacer nada, sin dar importancia, y luego se piensa sólo en los propios intereses y se acostumbra a mirar hacia otro lado. “Es un riesgo también para nuestra fe – dice el Papa – que se marchita si se queda en una teoría y no se hace práctica, si no hay compromiso, si no se da en primera persona, si no se arriesga. Entonces nos convertimos en cristianos superficiales, que dicen creer en Dios y querer la paz, pero que no rezan ni se preocupan por el prójimo”.
La ola del bien
Para el Papa, también está la ola benéfica del bien. “Entre los muchos espectadores, uno se involucra, el “buen ladrón”. Los otros se ríen del Señor. Él le habla y lo llama por su nombre, “Jesús”. Es así que un malhechor se convierte en el primer santo. Se acerca a Jesús por un instante y el Señor lo tiene consigo para siempre”.
Francisco ha explicado entonces que, el Evangelio habla del buen ladrón por nosotros, para invitarnos a vencer el mal, dejando de ser espectadores. “¿Por dónde comenzar?” pregunta – “por la confianza, por llamar a Dios por su nombre, tal como lo hizo el buen ladrón, que al final de la vida vuelve a encontrar la confianza valiente que caracteriza a los niños, que se fían, piden, insisten”.
Una mirada a nosotros mismos: ¿Hacemos algo?
Al final de su homilía, el Santo Padre nos hace reflexionar: “Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, a criticar, o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del “si” de las excusas a los “sí” de la oración y del servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, en el mundo, incluso en la Iglesia, pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?”.
El Papa a Cumbre de Jueces en México: “Las prácticas dignas dignifican”
En un video mensaje dirigido a la II Cumbre Internacional de Juzgadoras y Juzgadores por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana, el Santo Padre los exhortó a seguir practicando una justicia independiente y proba.
Johan Pacheco - Vatican News
“El compromiso que ustedes asumieron como defensores de la dignidad humana y de la legalidad sustantiva debe refundarse cotidianamente con discursos y prácticas”, dijo el Papa Francisco en un video mensaje dirigido a los participantes de la II Cumbre Internacional de Juzgadoras y Juzgadores por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana que se efectúa el 17 y 18 de noviembre en Tlaxcala, México.
“Los poderes institucionales legitimados por los pueblos y las leyes son los llamados a poner límites en la voracidad de las corporaciones y concentraciones económicas que degradan y descartan sin tregua. También para neutralizar proyectos políticos autoritarios y degradantes”, expresó en su mensaje el Pontífice.
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De igual manera, los exhortó a ejercer sus tareas desde una “justicia proba”, desde “el compromiso que ustedes asumieron como defensores de la dignidad humana y de la legalidad sustantiva debe refundarse cotidianamente con discursos y prácticas”. Que sea contraría, insistió el Papa, a “una justicia lejana encerrada en el positivismo situacional, una justicia adjetiva, una justicia vacía, es el caldo de cultivo para una sociedad anómica y egoísta”.
En esta Cumbre Internacional, el Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana incorporó a los representantes del Capítulo Mexicano, a quienes el Santo Padre pidió: “sean mejores juezas y jueces, de tal modo que puedan blindar la justicia que para muchos contextos seguramente reclama su pueblo”.
Finalmente, el Papa les recordó “que las prácticas dignas dignifican a los que las reciben y también a quienes la realizan. La bondad de las decisiones bendice a los que la promueven, la valentía de los jueces frente al poder de los injustos renueva la fe y la fuerza de los pueblos en sujeto. Nunca están solos los que luchan por el bien, gracias por lo que hacen”.
El Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y Doctrina Franciscana está constituido por profesionales de jurisprudencia de diversos países, y fue constituida en 2019 inspirada por las palabras del Papa Francisco durante la primera cumbre.
PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN*
Memoria
— El sentido de la fiesta. La entrega de María.
— Nuestra entrega. Correspondencia a la gracia.
— Imitar a Nuestra Señora. Renovar la entrega.
I. Nada sabemos de la vida de Nuestra Señora hasta el momento en que se le aparece el Arcángel para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios. Llena de gracia desde el primer momento de su Concepción Inmaculada, la existencia de María es completamente singular Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor único e irrepetible y a la vez fue una Niña normal, que llenó de gozo a todos cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María Niña. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de sus años primeros porque poco había que contar: todo transcurrió en la intimidad de su alma, y en un diálogo continuo con su Padre Dios, que esperaba, sin prisas, el momento inefable y único de la Encarnación. «¡Madre! ¿Por qué ocultaste los años de tu primera juventud? Luego vendrán los Evangelios apócrifos e inventarán mentiras; mentiras piadosas, sí, pero al fin y al cabo imágenes falsas de tu ser verdadero. Y nos dirán que vivías en el Templo, que los ángeles te traían de comer y hablaban contigo... Y así te alejan de nosotros»1, ¡cuando estás tan cerca de nuestro vivir cotidiano!
La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el Evangelio, sino en una antigua tradición. La Iglesia no ha querido aceptar las narraciones apócrifas que suponían a Nuestra Madre en el Templo, desde la edad de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad. Pero sí acepta el núcleo esencial de la fiesta2, la dedicación que la Virgen hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde el primer instante de su concepción. Esta entrega plena de María a Dios conforme va creciendo sí que es real y ejemplar para nosotros, pues nos mueve a no reservarnos nada.
Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la Virgen a Dios y de su plena entrega a los planes divinos. Por esta plena pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al Ángel: no conozco varón3. Desvela delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio cobrará todo su valor, sin menguar la santidad de la unión conyugal, que Cristo mismo elevará a la dignidad de sacramento4.
Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar vocación recibida de Dios. «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh, Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto!
»No basta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo... ¡no basta!
»Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. Pero, me dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...
»Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora repíteselo: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como un imán maldito! Señora; Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.
»-Confía, que Ella te escucha»5.
II. La Virgen María ha sido la criatura que ha tenido la intimidad más grande con Dios, la que ha recibido más amor de Él, la llena de gracia6. Nunca negó a Dios nada, y su correspondencia a las gracias y mociones del Espíritu Santo fue siempre plena. De Ella debemos aprender a darnos por entero al Señor, con plenitud de correspondencia generosa, en el estado y en la vocación que Dios nos ha dado, en el quehacer concreto que tenemos encomendado en el mundo. Ella es el ejemplo a imitar. «Tal fue María -enseña a este respecto San Ambrosio, que su vida, por sí misma, es para todos una enseñanza». Y concluía: «Tened, pues, ante los ojos, pintadas como una imagen, la virginidad y la vida de la Bienaventurada Virgen, en la que se refleja como en un espejo el brillo de la pureza y la fuerza misma de la virtud»7.
Nuestra Madre Santa María correspondía y crecía en santidad y gracia. Habiendo estado llena de los dones divinos desde el primer instante, en la medida en que era fidelísima a las mociones que el Espíritu Santo le otorgaba, alcanzaba una nueva plenitud. Solo en Nuestro Señor no existió aumento o progreso de la gracia y de la caridad, porque Él tenía la plenitud absoluta en el momento de la Encarnación8; como enseña el II Concilio de Constantinopla, sería falsa y herética la afirmación: Jesucristo se hizo mejor por el progreso de las buenas obras9. María, por el contrario, fue creciendo en santidad en el curso de su vida terrena. Más aún, existió en su vida un progreso espiritual siempre creciente, que fue aumentando en la medida en que se acercaban los grandes acontecimientos de su vida aquí en la tierra: Encarnación de su Hijo, Corredención en el Calvario... Asunción a los Cielos.
Así ha ocurrido en el alma de los santos: cuanto más cerca van estando de Dios, más fieles son a las gracias recibidas y más rápidos caminan hacia Él. «Es el movimiento uniformemente acelerado, símbolo del progreso espiritual de la caridad en un alma que en nada se retrasa, y que camina cada vez más rápido hacia Dios cuanto más se le acerca, cuanto más es atraída por Él»10. Así ha de ser nuestra vida, pues el Señor nos llama a la santidad allí donde nos encontramos. Y serán precisamente las alegrías y las penas de la vida las que nos sirvan para ir cada vez más de prisa a Dios, correspondiendo a las gracias que recibimos. Las dificultades normales del trabajo, el trato con las personas que vemos todos los días, los pequeños servicios de la convivencia, las noticias que recibimos... han de ser motivos para amar cada día más al Señor. La Virgen nos invita hoy a no dejar nada escondido en el fondo del corazón que no sea de Dios por entero: «Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo»11, que cada día esté un poco más cerca de Ti. Dame esa prisa de los santos por crecer en tu Amor.
III. Nuestra Señora se dedicó por entero a Dios movida por el Espíritu Santo, y quizá lo hizo a esa edad en que los niños comienzan a tener uso de razón, que en Ella, llena de gracia, debió de ser de una particular luminosidad; o quizá desde siempre... sin que mediara ningún acto formal. «Sobrado conocido tenía afirma San Alfonso M.ª de Ligorio, la niña María, que Dios no acepta corazones divididos, sino que los quiere por completo consagrados a su amor en conformidad con el precepto divino: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (cfr. Dt 6, 5), por lo que, desde el momento en que empezó a vivir, comenzó a amar a Dios con todas sus fuerzas y se le entregó por completo»12. María siempre perteneció a Dios; y esta pertenencia cada vez debió de ser más consciente, con un amor que alcanzaba en toda ocasión y circunstancia una nueva plenitud.
Hoy puede ser una buena oportunidad todos los días lo son para que, meditando en esta fiesta de María, en la que se pone de manifiesto su completa dedicación al Señor, renovemos nosotros nuestra entrega a Dios en medio de los normales quehaceres cotidianos, en el lugar en el que nos ha puesto el Señor. Pero hemos de tener en cuenta que todo paso adelante en nuestra unión con Dios ha de pasar necesariamente por un trato más frecuente con el Espíritu Santo, Huésped de nuestra alma, a quien Nuestra Señora fue tan dócil a lo largo de su vida. Hoy, para pedir esta gracia, nos puede ayudar la oración que compuso para su devoción personal San Josemaría Escrivá: «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después... mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
»¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...»13.
Pidamos también a Nuestra Señora que haya mucha gente que, dócil al Espíritu Santo, se dé por entero al Señor, como Ella, desde su primera juventud.
1 S. Muñoz Iglesias, El Evangelio de María, Palabra, 2.ª ed., Madrid 1973, p. 22. — 2 Cfr. Pablo VI, Exhort. Apost. Marialis cultus, 2-II-1974, 8. — 3 Cfr. Lc 1, 34. — 4 Cfr. Conc. Vat. II. Const. Gaudium et spes, 48. — 5 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 994. — 6 Oración colecta de la Misa. — 7 San Ambrosio, Sobre las vírgenes, II, 2. — 8 Cfr. R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, p. 100. — 9 Cfr. Conc. Constantinopolitano II, Dz. 224. — 10 Ibídem, 103. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 31. — 12 San Alfonso M.ª de Ligorio, las glorias de María, II, 3. — 13 San Josemaría Escrivá, Postulación para su Causa de Beatificación y Canonización. Registro Histórico del fundador, 20172, p. 145.
En este día se recuerda la consagración de la iglesia de Santa María la Nueva, construida cerca del Templo de Jerusalén, para conmemorar la dedicación que la Virgen -según una piadosa tradición- hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada. En el siglo xiv se introdujo la fiesta en Occidente.
21 de noviembre: Presentación de la Virgen María en el Templo
Evangelio del 21 de noviembre, memoria de la Presentación de la Virgen María en el Templo y comentario al evangelio.
21/11/2022
Evangelio (Mt 12,46-50)
Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces:
— Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.
Pero él respondió al que se lo decía:
— ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
— Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Comentario
La memoria litúrgica de hoy recuerda una antigua y piadosa tradición basada sobre un relato del apócrifo "Protoevangelio de Santiago". Según cuenta ese texto, cuando la Virgen María era muy niña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de Jerusalén donde se quedaría durante un tiempo junto con otras niñas, para ser instruida en las tradiciones y en la piedad de Israel.
Puede sorprender que la Iglesia nos propone, en un día especialmente dedicado a María, un pasaje del Evangelio donde parece que Jesus la deje en segundo plano, como poco agradecido hacia su Madre: “¿Quién es mi madre?”.
Pero enseguida viene la respuesta: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. El Señor consigue dejarnos la más importante enseñanza y a la vez dirigir a María el mejor piropo que se le pudiera hacer: hacer la voluntad de Dios es la mejor manera de imitar a Jesucristo: Aquí vengo, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad (Heb 10,7).
Toda la vida del Señor y de María ha sido un hacer de su vida lo que Dios quería. Y de aquí la invitación de la Madre de Jesús a los hombres, que es todo un proyecto de vida: Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga (Jn 2,5). Y lo que quiere Dios de cada uno lo sabemos muy bien: ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1Ts 4,3). Cómo debe santificarse cada uno, esta es la tarea que nos toca descubrir día a día.
Vida de María (III): Presentación de la Virgen
El día 21 de noviembre celebramos la Presentación de la Virgen. María es ofrecida a Dios por sus padres, Joaquín y Ana, en el Templo de Jerusalén.
Giotto, La Presentación de María al templo, 1302-1305. Capilla Scrovegni, Padua.
20/11/2022
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►Evangelio del 21 de noviembre, memoria de la Presentación de la Virgen María en el Templo y comentario al evangelio.
► Vida de María (III): Textos del Magisterio, Padres, santos y poetas sobre la Presentación de la Virgen
► Libro electrónico “María, una vida junto a Jesús”
Fueron callados, como su humildad, los años de infancia de María Santísima. Nada nos dice la Sagrada Escritura. Los cristianos, sin embargo, deseaban conocer con más detalle la vida de María. Era una aspiración legítima. Y como los evangelios guardan silencio hasta el momento de la Anunciación, la piedad popular, inspirada en varios pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, elaboró pronto algunas narraciones sencillas que luego se recogerían en el arte, en la poesía y en la espiritualidad cristiana.
Uno de estos episodios, quizá el más representativo, es la Presentación de la Virgen. María es ofrecida a Dios por sus padres, Joaquín y Ana, en el Templo de Jerusalén; lo mismo que otra Ana, madre del profeta Samuel, ofreció a su hijo para el servicio de Dios en el tabernáculo donde se manifestaba su gloria (cfr. 1 Sam 1, 21-28); igual que, años después, María y José llevarían a Jesús recién nacido al Templo para presentarlo al Señor (cfr. Lc 2, 22-38).
COMO LOS EVANGELIOS GUARDAN SILENCIO HASTA EL MOMENTO DE LA ANUNCIACIÓN, LA PIEDAD POPULAR, INSPIRADA EN VARIOS PASAJES DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO, ELABORÓ PRONTO ALGUNAS NARRACIONES SENCILLAS
En rigor, no hay una historia de estos años de la Virgen, sino lo que la tradición nos ha ido transmitiendo.
El primer texto escrito que refiere este episodio —de él dependen los numerosos testimonios de la tradición posterior— es el Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II. Apócrifo significa que no pertenece al canon de los libros inspirados por Dios; pero esto no excluye que algunos de estos relatos tengan ciertos elementos verdaderos.
En efecto, despojado de los detalles posiblemente legendarios, la Iglesia incluyó este episodio en la liturgia: primero en Jerusalén, donde en el año 543 se dedicó la basílica de Santa María Nueva en recuerdo de la Presentación; en el siglo XIV, la fiesta pasó a Occidente, donde su conmemoración litúrgica se fijó el 21 de noviembre.
María en el Templo. Toda su belleza y su gracia —estaba llena de hermosura en el alma y en el cuerpo— eran para el Señor. Éste es el contenido teológico de la fiesta de la Presentación de la Virgen.
Y en este sentido la liturgia le aplica algunas frases de los libros sagrados: en el tabernáculo santo, en su presencia, le di culto, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada me dio descanso, y en Jerusalén está mi potestad. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad (Sir 24, 15-16).
Lo mismo que Jesús cuando fue presentado en el Templo, María continuaría viviendo con Joaquín y Ana una vida normal. Donde Ella estaba —sujeta a sus padres, creciendo hasta hacerse mujer—, allí estaba la llena de gracia (Lc 1, 28), con el corazón dispuesto para un servicio completo a Dios y a todos los hombres, por amor a Dios.
LA VIRGEN FUE MADURANDO ANTE DIOS Y ANTE LOS HOMBRES. NADIE NOTÓ NADA EXTRAORDINARIO EN SU COMPORTAMIENTO, AUNQUE, SIN DUDA, CAUTIVARÍA A QUIENES TENÍA ALREDEDOR, PORQUE LA SANTIDAD ATRAE SIEMPRE
La Virgen fue madurando ante Dios y ante los hombres. Nadie notó nada extraordinario en su comportamiento, aunque, sin duda, cautivaría a quienes tenía alrededor, porque la santidad atrae siempre; más aún en el caso de la Toda Santa.
Era una doncella sonriente, trabajadora, metida siempre en Dios, y a su lado todos se sentían a gusto. En sus ratos de oración, como buena conocedora de la Sagrada Escritura, repasaría una y otra vez las profecías que anunciaban el advenimiento del Salvador. Las haría vida suya, objeto de su reflexión, motivo de sus conversaciones. Esa riqueza interior se desbordaría luego en el Magnificat, el espléndido himno que pronunció al escuchar el saludo de su prima Isabel.
Todo en la Virgen María estaba orientado hacia la Santísima Humanidad de Jesucristo, el verdadero Templo de Dios. La fiesta de su Presentación expresa esa pertenencia exclusiva de Nuestra Señora a Dios, la completa dedicación de su alma y de su cuerpo al misterio de la salvación, que es el misterio del acercamiento del Creador a la criatura.
Como cedro del Líbano crecí, como ciprés de los montes del Hermón. Crecí como palmera en Engadí, como jardín de rosas en Jericó, como noble olivo en la planicie, como plátano crecido junto al agua en las plazas (Sir 24, 17-19). Santa María hizo que en torno suyo floreciera el amor a Dios. Lo llevó a cabo sin ser notada, porque sus obras eran cosas de todos los días, cosas pequeñas llenas de amor.
La voz del Magisterio
«La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se refiere de modo directo únicamente al primer instante de la existencia de María, a partir del cual fue inmune de toda mancha de la culpa original. El Magisterio pontificio quiso definir así sólo la verdad que había sido objeto de controversias a lo largo de los siglos: la preservación del pecado original , sin preocuparse de definir la santidad permanente de la Virgen Madre del Señor».
«Esa verdad pertenece ya al sentir común del pueblo cristiano, que sostiene que María, libre del pecado original, fue preservada también de todo pecado actual y la santidad inicial le fue concedida para que colmara su existencia entera».
«La Iglesia ha reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o imperfección moral. El Concilio de Trento expresa esa convicción afirmando que nadie "puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales, si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia" (DS 1573). También el cristiano transformado y renovado por la gracia tiene la posibilidad de pecar. En efecto, la gracia no preserva de todo pecado durante el entero curso de la vida, salvo que, como afirma el Concilio de Trento, un privilegio especial asegure esa inmunidad del pecado. Y eso es lo que aconteció en María».
«El Concilio tridentino no quiso definir este privilegio, pero declaró que la Iglesia lo afirma con vigor: tenet , es decir, lo mantiene con firmeza. Se trata de una opción que, lejos de incluir esa verdad entre las creencias piadosas o las opiniones de devoción, confirma su carácter de doctrina sólida, bien presente en la fe del pueblo de Dios. Por lo demás, esa convicción se funda en la gracia que el ángel atribuye a María en el momento de la Anunciación. Al llamarla "llena de gracia" — kejaritoméne —, el ángel reconoce en Ella a la mujer dotada de una perfección permanente y de una plenitud de santidad, sin sombra de culpa ni de imperfección moral o espiritual».
«El privilegio especial que Dios otorgó a la Toda Santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre Ella y Dios».
«Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad».
Juan Pablo II, Catequesis mariana (Discurso en la audiencia general, 19-VI-1996).
La voz de los Padres y escritores antiguos
«Los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: "Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame y rechace nuestra ofrenda". Y Ana respondió: "Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos". Y Joaquín repuso: "Esperemos"».
«Cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: "Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor". Ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. El Sumo Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: "El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel"».
«E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó».
«Sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel».
Protoevangelio de Santiago, VII-VIII (Escrito apócrifo del siglo II).
***
«Cuando superó la edad de la lactancia y cumplió tres años, sus bienaventurados padres la llevaron al templo de Dios y la consagraron como ofrenda, según la promesa que habían hecho antes de su nacimiento. La condujeron con gloria y honor, como era justo; muchas vírgenes la precedían y la acompañaban con lámparas encendidas, como había preanunciado un día el rey profeta [David], antepasado de la Virgen inmaculada, diciendo: Sus jóvenes compañeras la llevarán hasta el rey, sus amigos se la ofrecerán ( Sal 44 [45] 15). El profeta había dicho esto con anterioridad, a propósito de la presentación en el templo y de las vírgenes que precedían y acompañaban».
«Sin embargo, esta profecía no concierne solamente a aquellas vígenes, sino que se refiere también a las almas vírgenes que siguieron sus pasos, almas que el profeta ha llamado "sus amigos". Aunque todos sean inferiores a Ella en la amistad y en la semejanza, sin embargo, por gracia y bondad de su Hijo, el Señor, las almas de los santos son llamadas "amigos suyos"; por otra parte, el mismo Señor y Creador del universo no ha considerado indigno llamar "hermanos" a los que le son gratos y le imitan. En realidad, todas las almas de los justos que llegarán a ser "amigos suyos" mediante el ejercicio de la santidad, gozarán de su ayuda y estarán espiritualmente unidas al Señor su Hijo, y serán introducidas en el celestial Santo de los Santos».
Vida de María, atribuida a San Máximo el Confesor (siglo VII)
La voz de los santos
«No hubo ni habrá jamás un ofrecimiento hecho por una criatura, ni más grande ni más perfecto que el que hizo la niña María a Dios cuando se presentó en el Templo para ofrecerle, no incienso ni cabritillas, ni monedas de oro, sino a sí misma del todo y por entero, en perfecto holocausto, consagrándose como víctima perpetua en su honor. Muy bien comprendió la voz del Señor que la llamaba a dedicarse toda entera a su amor, con aquellas palabras: Levántate, apresúrate, amiga mía... y ven ( Ct 2, 10). Por eso quería su Señor que se dedicara del todo a amarlo y complacerlo: Oye, hija mía, mira, inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa paterna ( Sal 44, 14). Y Ella, al instante, siguió la llamada de Dios».
«Por amor a esta niña privilegiada aceleró el Redentor su venida al mundo. Precisamente porque no se juzgaba digna de ser la esclava de la Madre de Dios, fue la elegida para ser tal madre. Con el aroma de sus virtudes y con sus poderosas plegarias atrajo a su seno virginal al Hijo de Dios. Por eso la llamó tortolita su divino Esposo: Se ha oído en nuestra tierra la voz de la tórtola ( Ct 2, 12); no sólo porque Ella, al igual que la tórtola, amó siempre la soledad, viviendo en este mundo como en un desierto, sino porque como la tortolita que siempre va gimiendo por la campiña, María siempre suspiraba compadeciendo las miserias del mundo perdido y pidiendo a Dios que otorgara la redención para todos. Con cuánto más fervor que los profetas repetía Ella cuando estaba en el templo las súplicas y los suspiros de los mismos para que mandara al Redentor: Envía, Señor, al Cordero dominador de la tierra ( Is 15, 1). Destilad, cielos, vuestro rocío y que las nubes lluevan al Justo ( Is 45, 8). Oh si rasgaras los cielos y descendieras! ( Is 44, 1)».
«En una palabra, Ella era el objeto de las complacencias de Dios, al contemplar a esta virgencita aspirando siempre a la más encumbrada perfección como columna de incienso rica por el aroma de todas las virtudes, como la describe el Espíritu Santo: ¿Quién es ésta que va subiendo por el desierto como una columna de humo hecha de la mirra y del incienso y de toda especie de aromas? ( Ct 3, 6). En verdad, dice Sofronio, era esta doncella el jardín de las delicias del Señor donde se encontraban toda suerte de flores y todos los aromas de las virtudes. Por eso, afirma San Juan Crisóstomo, Dios eligió a María por su Madre, porque no encontró en la tierra una virgen más santa ni más perfecta que María, ni lugar más digno para habitar que su seno sacrosanto. San Bernardo dice de modo semejante: no hubo en la tierra sitio más digno que el seno virginal. San Antonino afirma que la bienaventurada Virgen, para ser elegida y destinada a la dignidad de Madre de Dios, tenía que poseer una perfección tan grande y consumada que superara totalmente a la perfección de todas las demás criaturas: la suprema perfección de la gracia es estar preparada para concebir al Hijo de Dios».
«Como la santa niña María se ofreció a Dios en el templo con prontitud y por entero, así nosotros en este día presentémonos a María sin demora y sin reserva y roguémosle que ella nos ofrezca a Dios, el cual no nos rehusará viendo que somos ofrecidos por las manos de la que fue el templo viviente del Espíritu Santo, las delicias de su Señor y la elegida como Madre del Verbo eterno. Y esperemos toda clase de bienes de esta excelsa y muy agradecida Señora que recompensa con gran amor los obsequios que recibe de sus devotos».
San Alfonso María de Ligorio (s. XVII), Las glorias de María, Parte II, Discurso III.
***
«Desde hace casi treinta años ha puesto Dios en mi corazón el ansia de hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u oficio, esta doctrina: que la vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección cristiana. Considerémoslo una vez más, contemplando la vida de María».
«No olvidemos que la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor de Dios!»
«Porque eso es lo que explica la vida de María: su amor. Un amor llevado hasta el extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de estar allí, donde la quiere Dios, y cumpliendo con esmero la voluntad divina. Eso es lo que hace que el más pequeño gesto suyo, no sea nunca banal, sino que se manifieste lleno de contenido. María, Nuestra Madre, es para nosotros ejemplo y camino. Hemos de procurar ser como Ella, en las circunstancias concretas en las que Dios ha querido que vivamos».
San Josemaría Escrivá de Balaguer (s. XX), Es Cristo que pasa, n. 148.
La voz de los poetas
Virgen, pura azucena, lirio en valle,
cándida y limpiamente concebida;
Virgen, donde se mide el sin medida,
preciosa cinta a su divino talle.
Jardín donde no hay flor que no se halle
de las virtudes de que estáis vestida;
árbol en cuya planta esclarecida,
la sierpe antigua para siempre calle.
Si Dios se cifra en Vos, ¿qué puede hallarse
para excelencia vuestra, si ésta excede
tanto que a Dios no deja de alargarse?
Cuando Él puede, y Vos sois, aquí se quede,
que como Dios no puede mejorarse,
así de madre mejorar no puede.
Lope de Vega (siglos XVI-XVII), Pastores de Belén, III.
***
Venid, alba, venid; ved el lucero
de miel, casi morena, que trasmana
un rubor silencioso de milgrana
en copa de granado placentero;
la frente como sal en el estero,
y la mano amiga como luz cercana,
y el labio en que despunta la mañana
con sonrisa de almendro tempranero.
¡Venid, alma, venid; y el mundo sea
heno que cobra resplandor y brío
en su mirar de alondra transparente,
aurora donde el cielo se recrea,
¡aurora Tú que fuiste como un río,
y Dios puso la mano en la corriente!
Luis Rosales (siglo XX), Retablo de Navidad.
J.A. Loarte
“Es tiempo de esperanza, y vivo de este tesoro. No es una frase, Padre –me dices–, es una realidad”. Entonces..., el mundo entero, todos los valores humanos que te atraen con una fuerza enorme –amistad, arte, ciencia, filosofía, teología, deporte, naturaleza, cultura, almas...–, todo eso deposítalo en la esperanza: en la esperanza de Cristo. (Surco, 293)
21 de noviembre
Allí donde nos encontremos, nos exhorta el Señor: ¡vela! Alimentemos en nuestras conciencias, ante esa petición de Dios, los deseos esperanzados de santidad, con obras. Dame, hijo mío, tu corazón, nos sugiere al oído. Déjate de construir castillos con la fantasía, decídete a abrir tu alma a Dios, pues exclusivamente en el Señor hallarás fundamento real para tu esperanza y para hacer el bien a los demás. Cuando no se lucha consigo mismo, cuando no se rechazan terminantemente los enemigos que están dentro de la ciudadela interior -el orgullo, la envidia, la concupiscencia de la carne y de los ojos, la autosuficiencia, la alocada avidez de libertinaje-, cuando no existe esa pelea interior, los más nobles ideales se agostan como la flor del heno, que al salir el sol ardiente, se seca la hierba, cae la flor, y se acaba su vistosa hermosura. Después, en el menor resquicio brotarán el desaliento y la tristeza, como una planta dañina e invasora.
No se conforma Jesús con un asentimiento titubeante. Pretende, tiene derecho a que caminemos con entereza, sin concesiones ante las dificultades. Exige pasos firmes, concretos; pues, de ordinario, los propósitos generales sirven para poco. Esos propósitos tan poco delineados me parecen ilusiones falaces, que intentan acallar las llamadas divinas que percibe el corazón; fuegos fatuos, que no queman ni dan calor, y que desaparecen con la misma fugacidad con que han surgido.
Por eso, me convenceré de que tus intenciones para alcanzar la meta son sinceras, si te veo marchar con determinación. Obra el bien, revisando tus actitudes ordinarias ante la ocupación de cada instante; practica la justicia, precisamente en los ámbitos que frecuentas, aunque te dobles por la fatiga; fomenta la felicidad de los que te rodean, sirviendo a los otros con alegría en el lugar de tu trabajo, con esfuerzo para acabarlo con la mayor perfección posible, con tu comprensión, con tu sonrisa, con tu actitud cristiana. Y todo, por Dios, con el pensamiento en su gloria, con la mirada alta, anhelando la Patria definitiva, que sólo ese fin merece la pena. (Amigos de Dios, 211)
Como en una película: «Vivir de fe»
En la multiplicación de los panes y los peces, Jesús invita a los apóstoles a no vivir según sus propios cálculos humanos, sino confiando en el don divino.
03/11/2022
La noticia de la muerte de Juan el Bautista había afectado hondamente al Señor. Él había venido a liberarnos del pecado, que había marcado profundamente la naturaleza humana que él quiso hacer propia. Pero precisamente porque, excepto en el pecado, asumió esa naturaleza hasta sus últimas consecuencias, no le dejó indiferente esta nueva experiencia de la maldad que cabe en el corazón humano. Experimentó el impulso de retirarse a un lugar tranquilo, donde pudiera rezar y meditar con paz (cfr. Mt 14,13).
Sin embargo, «al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella» (Mt 14,15). Pasó el resto de la jornada ocupándose de aquellas gentes, de sus almas y de sus cuerpos: les enseñó muchas cosas y curó a los enfermos. El Señor no provocó esa situación, su intención era simplemente meditar y descansar. Pero su corazón sacerdotal no dejó escapar una oportunidad inesperada de atender a los demás.
Desproporción
La gente llevaba varias horas escuchando las enseñanzas del Maestro. Entre los discípulos comenzaba a correr una sensación de inquietud: ¿qué sucedería cuando esta multitud se diera cuenta de que no tenía tiempo de alcanzar un lugar en donde proveerse de alimentos? Quizá el entusiasmo de ahora se transformaría en desánimo o incluso en enfado. Por eso, se acercaron discretamente a Jesús y le advirtieron: «Este es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos» (Mt 14, 15). La actitud de los apóstoles está llena de sentido común: «Estas personas tienen una necesidad y hay que darles la oportunidad de satisfacerla antes de que sea demasiado tarde». Pero seguramente no se esperaban la respuesta del Señor: «No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer» (Mt 14,16). O lo que es lo mismo: «Su problema también es vuestro problema, afrontadlo vosotros».
Los apóstoles no habían acudido a Jesús huyendo de su responsabilidad. No estaban intentando quitarse de encima una dificultad. Era, sencillamente, una tarea que les superaba de tal manera que ni se les había pasado por la cabeza que tuviera que ver con ellos. Por supuesto, se compadecían de aquellas gentes, pero ¿qué más podían hacer? Por eso, las palabras del Señor les dejarían desconcertados: «¿Nosotros? ¿Les tenemos que dar de comer nosotros? ¡Pero si incluso el jornal de doscientos días de trabajo resultaría una cantidad de pan irrisoria para tal multitud!».
El Maestro, sin embargo, no cedió. Quiso que cargasen este problema sobre sus hombros:
–¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo.
Los apóstoles reconocieron la insuficiencia de sus medios:
–Tenemos cinco y dos peces.
–Traédmelos aquí.
Quizá los apóstoles se acordarían de esta conversación años más tarde, cuando se encontraban inmersos en la tarea de evangelización. También esa tarea sobrepasaba sus cualidades humanas. Pero del Señor habían aprendido a no dejarse vencer por la falta de medios: si solo tenían cinco panes y dos peces, con esto tendrían que afrontar el reto. Lo único que quiere Jesús es que dejemos a sus pies lo que tenemos, lo que podemos hacer, sin dejarnos abrumar por lo que no tenemos, por lo que supera nuestra capacidad.
«Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente» (Mt 14,19). Alcanzó para todos e incluso sobró tanto que se necesitaron doce cestos para contener los restos. «El milagro no se produce de la nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse un milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don»[1].
Superar el vértigo
No es fácil hacerse cargo de cómo se produjo el milagro. Probablemente nos resulta chocante pensar que el montón de panes y peces aumentase repentinamente y lo que era poco se hiciera sobreabundante, ante la admiración de todos. Otra posibilidad, menos espectacular, ayuda a percibir con mayor claridad una enseñanza que probablemente Cristo quería transmitir.
Pudo suceder que el Señor entregase a varios de los apóstoles una parte de los trozos de pan para que los repartieran entre la muchedumbre. Es fácil imaginarlos –quizá llenos de vergüenza– empezando a dar a las personas cercanas unos pedacitos minúsculos de pan y de pez con la intención de que alcanzase para el mayor número posible de personas. Es posible que el Señor tuviera que animar a alguno a ser magnánimo y dar a cada uno todo lo que necesitase.
Comenzaron, pues, a distribuir con generosidad aquellos panes y poco a poco se fueron dando cuenta del prodigio. En su cesta nunca aumentó considerablemente la cantidad de pan; siempre fue escaso y siempre daba la impresión de que alcanzaría para pocos más. Pero llegó para todos e incluso sobró. También el maná era imposible de acumular (cfr. Ex 16, 17-20): Dios quería que quienes recibían aquel alimento no perdiesen la conciencia de que era un don divino y se abandonasen en él, en lugar de buscar una seguridad meramente humana. Por eso quizá el Señor quiso que los apóstoles tuvieran una experiencia similar. «Jesús manifiesta su poder, pero no de forma espectacular, sino como señal de la caridad, de la generosidad de Dios Padre hacia sus hijos cansados y necesitados»[2].
Para aquellos de los presentes que fueron conscientes de lo sucedido, fue un motivo de sorpresa y de admiración. Para los apóstoles fue una clara lección de fe. Unos meses después, el Señor les iba a pedir que echaran sobre sus hombros la tarea de anunciar la buena nueva a millones de almas: «Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). Sin duda, iban a sentir que claramente les superaba: ¿quiénes eran ellos? ¿Qué podían hacer? ¿No sería más razonable proponerse metas que estuvieran a su alcance? Podrían entonces traer a su memoria lo que habían vivido. Podrían recordar que el Señor les pidió que hiciesen un recuento de sus medios; para él era lo mismo dar de comer a aquella multitud con cinco panes que hacerlo sin ningún pan, pero quiso enseñarles a poner todo de su parte. Podrían meditar que Jesús no permitió que la escasez de medios rebajase el objetivo que les había propuesto; que no se conformó con prestar una ayuda simbólica, que no resolviese el problema. Podrían recordar también que sus medios fueron siempre escasos... pero terminaron siendo suficientes. En definitiva, habrían aprendido que a la hora de difundir el Evangelio lo determinante no debían ser sus condiciones –que de todos modos debían examinar– sino las necesidades de las almas.
Los apóstoles se sintieron interpelados por la sed que Dios tiene de almas en todos los ambientes y ocupaciones. No dilataron el inicio de esta tarea hasta que dispusieran de todos los panes necesarios. Seguramente sintieron fuertemente la desproporción entre sus capacidades y lo que pensaron que el Señor les pedía. También nosotros podemos sentir un cierto vértigo, una sensación de impotencia o de inseguridad que no hemos de entender como una prueba de que nos falta fe. Al contrario, es quizá una demostración de que el amor de Dios nos impulsa más allá de lo que podemos imaginar. Como a los apóstoles, el Señor nos empuja más allá de nuestros pobres cálculos.
La fe con la que el Señor espera que actuemos, no consiste, pues, en la seguridad de que nuestras cualidades se multiplicarán. Consiste más bien en poner nuestros cinco panes al servicio de Dios, en actuar como si esos panes fueran suficientes, incluso si mientras lo hacemos seguimos sintiendo nuestra limitación. La vida de fe no se demuestra en los sentimientos, sino en las obras, también cuando aquellos parecen contradecir esas certezas fundamentales en las que se apoya todo nuestro actuar. «El optimismo cristiano no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien. Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios»[3].
La fe del cristiano no es la ingenuidad de quien no se hace cargo de las dificultades y confía, por eso, en que todo saldrá bien. La fe genera un optimismo «que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad», es decir, que se sostiene y se alimenta de la conciencia de que las cosas pueden ir mal y de hecho a veces irán mal, porque la libertad humana –la nuestra y la de los demás– no siempre querrá lo que Dios quiera. Es por eso «un optimismo que lleva (...) a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios», aun sabiendo que ni siquiera así tendremos certeza de que todo será favorable.
La fe no consiste en un sentimiento de confianza en la buena marcha de las cosas. Es más bien la seguridad de que, vayan como vayan, Dios está a mi lado y se servirá de ellas en mi favor, en favor de quienes me rodean y de la Iglesia entera. Dicho de otro modo: Dios no espera de mí que todo me salga bien, ni tampoco yo espero de Dios que si hago lo que debo todo evolucionará favorablemente. Dios espera que yo confíe en que Él nunca me abandona y por eso desea que yo ponga lo que está de mi parte para que las cosas vayan bien. Y yo tengo la certeza de que, haciendo lo que él quiere, estoy logrando el objetivo que realmente importa en mi vida, aunque aquello no siempre produzca un estado de cosas positivo. Habrá cosas que irán mal, pero seguiré el consejo de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien» (Rm 12, 21) y, por eso, a pesar de todo, el bien estará venciendo: omnia in bonum!
El Señor ha encomendado una gran misión a la Iglesia y a cada cristiano. Es lógico que sintamos que excede nuestras capacidades e incluso que, al pensar en ella, en ocasiones nos sintamos abrumados. Esta escena nos hará de nuevo conscientes de que el Señor espera que –como los apóstoles– nos impliquemos en la misión apostólica con todas nuestras capacidades. Y espera también que comencemos a hacer lo que podamos sin dejarnos dominar por la preocupación de si conseguiremos culminar la labor. La escasez de nuestros panes y peces no ha de impedir que hagamos lo que en cada momento esté en nuestras manos: Dios proveerá a lo que venga después. Así, aunque no nos sintamos seguros, estaremos de hecho viviendo de fe".
[1] Benedicto XVI, Ángelus, 29-VII-2012.
[2] Francisco, Ángelus, 2-VIII-2020.
[3] San Josemaría, Forja, n. 659.
VIVIR CON LA ESPERANZA DEL CIELO… Y ASÍ TENER ÉXITO EN LA MUERTE
Estamos en noviembre, mes de… muchos diríamos, de los difuntos, pero olvidaríamos lo más importante. Noviembre empieza con la gran festividad de todos los santos del Cielo, de esa inmensa multitud de hombres y mujeres que gozan sin fin la bienaventurada vida con Dios. Todos sufrieron la muerte, pero la afrontaron de cara, con la firme confianza en Cristo, su Salvador; fe de la que mana la esperanza alegre del encuentro amoroso para siempre con Él. “Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6, 23). Para mirar amistosamente a la muerte hay una condición ineludible, estar verdaderamente unidos a Jesús como hicieron los santos, ya que el premio es el mismo Dios en persona. Por eso tuvieron éxito en su muerte. “Jesús les tomó de la mano y les dijo: «Ven, ven conmigo, levántate». Allí terminará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida”[1]. Vivir eternamente en nuestro hogar, “la casa de mi Padre”, nos dice Jesús (Juan 14, 2).
Jesús nos prometió el Cielo en el Discurso de despedida en la Última Cena: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Juan 14, 1-3). Nos invita a recorrer el camino anclados en su amor fiel con la esperanza cierta del Cielo. Esta es la buena nueva, la gran noticia que revolucionó la existencia de los primeros cristianos: vivir el presente con la esperanza fiable de un futuro dichoso. Es la gran esperanza por la que merece vivir. Se lee de San Carlos Borromeo que vio un cuadro que mostraba a la muerte en forma de esqueleto con la guadaña en la mano, y exclamó: <¡No es así, no es así!>. Se dirigió al artista, que estaba terminando el cuadro: <Mira, quítale de las manos la guadaña y sustitúyela por una llave de oro. ¿No te acuerdas? Por la muerte entramos en posesión de bienes celestiales>. “El cristiano es el hombre que dice: <Yo tendré un buen fin>”[2]. Ese fin dichoso es la vida en Dios para siempre, el Paraíso.
Es una pena que nos roben lo más valioso que tenemos. ¿Qué distingue la muerte de un hombre de un animal? ¿Ambos tienen el mismo fin: desaparecer para siempre? La sabiduría nos dice que no, el espíritu humano anhela la inmortalidad. Al nacer somos candidatos de la eternidad. Para eso venimos al mundo. La vida en la tierra es tiempo de “renacer de lo alto” por don del Espíritu Santo y preparar el segundo nacimiento: nacer en el Cielo. “Debemos pensar en el Paraíso. La carta de nuestra vida la jugamos apuntando hacia el Paraíso. Esta certeza y esta esperanza no nos saca de nuestros empeños terrenos, sino los purifica y los intensifica, según se muestra en la vida de los santos”[3]. El Cielo es faro de la existencia, su potente luz permite no perder el rumbo y dirigirse a puerto, más en un mar en tempestad en la obscuridad de la noche.
Pero… hay mucho despistado
Cuentan que Chesterton era muy distraído. En un viaje en tren, cuando el revisor le pidió el billete no lo encontraba en ninguna parte. Buscaba en los bolsillos cada vez más nervioso. Al verle, el revisor le dijo: <no se preocupe que no le haré pagar un nuevo billete>. A lo que Chesterton contestó: <no es pagar lo que me inquieta, lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy>. Es lo que ocurre a muchos, no saben a dónde van, y andan desorientados, extraviados.
La sociedad pos cristiana no solo no admite ninguna vida futura sino que afirma que pensar en ella nos hace más débiles. No son pocos, según las estadísticas, los que piensan así. El sociólogo francés Lipovetsky daba los siguientes datos: “Solo el 18% de los franceses cree <totalmente> en el cielo y el 29% en la vida eterna; solo dice rezar habitualmente el 20%; la costumbre de rezar habitualmente en la franja de los 18-24 años ha bajado al 10%”, y concluía: “la sociedad hipermoderna es la que multiplica las ocasiones de experimentar decepción sin ofrecer ya dispositivos <institucionales> para remediarlos (se refería a la religión o creencias)”[4].
Un síntoma de este contagio entre los cristianos es la “moda” de no bautizar a los hijos. En la comparativa entre la Memoria Anual de Actividades de la Iglesia católica en España 2019 con la del 2011, los bautizos se han reducido en un 40% (aunque la natalidad bajó un 23% en ese periodo). Si no se contempla el Cielo como el gran regalo de Dios, del que nos hace participes y herederos en el Bautismo, es normal que unos padres no tengan especial interés en que su hijo no se lo pierda. Si no se gusta del Cielo en la tierra, desconocen aquello que le están privando. Si ser hijos amados de Dios no tiene valor, tampoco se imaginan el inmenso amor con que Dios mima a sus hijos colmándolos de bienes divinos. “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Timoteo 2, 11). Al sumergirnos en las aguas del bautismo (es decir, al morir con Cristo) y salir de esas aguas regeneradoras (al resucitar con Cristo), empieza a aplicársenos la Salvación obrada por Jesús: ni el demonio, ni el pecado, ni la muerte tienen ya pleno dominio sobre el bautizado. Desde el bautismo, la muerte es algo muy distinto, es “dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor” (2 Corintios 5,8).
El precio del Cielo, ¿se conoce?
Sí, fue tasado: toda la sangre de Cristo, el Hijo primogénito de Dios. Fue el pago que Dios hizo para abrirnos de nuevo las puertas del Cielo. Un precio incalculable, infinito, proporcional al que es el mayor bien posible para el hombre. Cuando Dios nos creó, su proyecto de amor fue que viviéramos con Él plenamente felices sin término. “La muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado: <Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza, más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen> (Sabiduría 2, 23-24)”[5]. El libro de la Sabiduría lo dice de modo tajante: “no fue Dios quien hizo la muerte” (Sabiduría 1, 13). La muerte es “el salario del pecado” (Romanos 6, 23). Y “nos habríamos librado de ella si no hubiéramos pecado”[6].
“Jesús revolucionó el sentido de la muerte”. Así se expresaba Benedicto XVI, y proseguía su razonamiento: “lo hizo con su enseñanza, pero sobre todo afrontando él mismo la muerte. <Al morir, destruyó la muerte>, repite la liturgia en el tiempo pascual. <Con el Espíritu que no podía morir, Cristo mató la muerte que mataba al hombre> (Melitón de Sardes, Sobre la Pascua, 66). En resumidas cuentas, nació para poder morir y así liberarnos de la esclavitud de la muerte”[7]. La muerte siendo un mal, “la más grande de las desgracias humanas, pues en ella se quita la vida” (Santo Tomás de Aquino), ha sido vencida y transformada por Cristo, en su Cruz y Resurrección. “Gustó la muerte para bien de todos” (Hebreos 2, 9) ya que en Cristo, Cabeza de la humanidad redimida, todos hemos vencido la tiranía del demonio y de la muerte.
Esta es nuestra fe, nuestra esperanza. San Pablo, encarándose con la muerte apoyado en la certeza de la Resurrección de Jesús, fundamento de la nuestra[8], decía: “pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicia de los que mueren (…) ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Corintios 15, 20, 55). La muerte ha perdido su veneno; Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Romanos 5, 19-21). Cristo convierte la muerte de callejón sin salida en portal que conduce a la Vida. Sí, para esto Jesús vino al mundo. “Realmente Él vino para que conozcamos la verdad. Para que podamos tocar a Dios. Para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida, la vida real, la que ya no está sometida a la muerte”[9], que disfrutaremos plenamente en el Cielo.
Lo mejor está por llegar
Cuando Leon Bloy[10] estaba a las puertas de la muerte, un discípulo y amigo le preguntó al oído: <¿Qué es lo que siente en estos momentos?. Él contestó: <¡Una inmensa curiosidad!>. Una respuesta genial y lógica. Intentaré satisfacer este deseo pero lo que exponga será siempre poco; por eso, por mucho que se diga, cuando lleguemos al Cielo nos llevaremos grandes sorpresas. El cardenal Luciani[11] contaba una historia[12], de una madre que fue encarcelada en una prisión sin ventanas. Allí dio a luz a un niño que nunca vio el sol. Cuando el niño tenía seis años, la madre, para que él se formara una idea del sol, le mostró el candil encendido del carcelero, y le dijo: <Mira, hijo mío, el sol es como el candil encendido, como esa llama; ilumina y calienta. ¡Pero es mucho mayor! ¡Mucho mayor!>. A continuación, Luciani concluía: “Es verdad que esta explicación resultaba pobre, pero era más que no saber nada. Cuando hablamos del Cielo, nos sucede algo parecido. Decimos poca cosa, pero siempre es preferible a callar”.
“El Paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El Paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito”[13]. “No es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo”[14]. Lógicamente, nuestra imaginación se ve superada… ya que “este misterio de comunión bienaventurada con Dios sobrepasa toda comprensión y toda representación”[15]; pero si hemos gustado a Dios, la fe, esperanza y caridad nos dan certeza de que esa intimidad total con Cristo, y en Cristo con la Santísima Trinidad, es fuente de un gozo, de una alegría y una felicidad inimaginables… imposible de expresar con palabras adecuadas, como san Pablo ya nos avisó: “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman” (1 Corintios 2, 9).
Ese júbilo será sin fin, ya no habrá nada ni nadie que pueda robarnos esa paz ni oscurecer esa luz. “Lo poseeremos todo y nada buscaremos” (san Agustín). Los santos “viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Juan 3, 2), cara a cara (cf. 1 Corintios 13, 12; Apocalipsis 22, 4)”[16]. Los muertos en el Señor no son muertos, sino que son los vivos para siempre. Como estímulo para anhelar el Cielo, san Juan recogerá, por mandato del Ángel, el jolgorio de la corte celestial celebrando esa fiesta eterna de alabanza y acción de gracias a Dios y a Cristo, el Cordero inmolado, vencedor del mal, “decían: «Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias (…) Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Apocalipsis 19, 6, 9).
Y en Dios, recibiremos mucho más…
A la felicidad completa de disfrutar de “esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, de esta comunión de vida y amor con ella”[17], en su misericordia ha querido que sus santos encuentren nuevos motivos de gozo. Provendrán de la visión y compañía de la Virgen, de san José, de los Ángeles, en particular de nuestro Ángel de la guarda, de todos los santos; y volveremos a reunirnos con aquellos que más quisimos y nos aguardan: cónyuge, hijos, nietos, padres, hermanos, parientes, amigos, todos esos que nos ayudaron de alguna forma a estar allí… gozaremos de la alegría y el amor plenos de la mejor reunión familiar que podamos imaginar.
Y encontraremos esos tesoros de los que habla Jesús (ref. Mateo 6, 20), que son nuestras buenas obras, nuestros arrepentimientos sinceros, los padecimientos sufridos, los detalles de caridad y servicio que hemos prodigado a los demás, en especial a los más necesitados… todo lo bueno que hayamos hecho por amor, porque a Dios no se les escapa nada que pueda premiar: nada se pierde.
Y no acaba con esto, ya que “en la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera”[18]. Están en familia, y por la Comunión de los Santos, siguen ocupándose de los que están en camino; y qué alegría cuando llegan nuevas almas al Cielo; y ven en Dios el progreso espiritual de las personas que quieren, a las que ayudan con su intercesión, y contemplan los frutos en el tiempo de sus trabajos en la tierra.
A esto se añadirá, después del Juicio Final, la posesión del propio cuerpo, resucitado y glorioso, para el que fue creada el alma. Y reinar con Cristo para siempre en el universo renovado donde “no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó” (Apocalipsis 21, 4).
Vivir en la tierra con la esperanza del Cielo
Hay una historia judaica que nos brinda luces: Fallece una persona muy rica pero muy miserable y está en la cola esperando ser juzgada. Al observar el procedimiento con aquellos que le preceden, empieza a sentir menos temor. Observa que el registro de los actos de caridad influye en gran medida sobre el decreto Divino; los regalos que uno hizo durante su vida pesan más que muchos pecados. Cuando llega su turno, dice: <Es cierto que tal vez no hice todo lo que debería haber hecho mientras estuve en la tierra, pero permítanme sacar mi chequera y firmar unas buenas sumas para cualquier institución importante que ustedes recomienden>. Entonces el juez le responde: <Aquí no admitimos cheques. Sólo aceptamos recibos>. La primera luz es que el tiempo disponible para preparar el Cielo expira con la muerte. Vivir es amar, pues por amor hemos sido creados, y para amar. Y cuando dejemos esta tierra será para amar más y para siempre. Amar y ser feliz van de la mano, y dependen de la decisión de cada uno. De ahí la importancia de vivir en la tierra con la esperanza del Cielo. No encontraremos razón superior que haga al hombre más responsable de su suerte y de los otros; bastaría conocer la vida de los santos. La esperanza del Cielo es fuente de luz y fuerza divinas para emplear la libertad con sentido, para pensar, elegir y actuar cabalmente. “Si optamos por Dios nos volvemos cada día más amados y si elegimos amar nos volvemos felices. Es así, porque la belleza de las decisiones depende del amor: no olvidar esto”[19], proponía el Papa. La vida será un sí constante a la invitación a ser feliz; también los noes, consecuencia de la debilidad, se convierten en síes con la contrición, avalada con volver a levantarse para amar de nuevo. Así, hasta el último día, en que el sí se hace definitivo y pleno con la muerte.
El relato judío resalta otra idea muy sabida, la de que: “A la tarde te examinarán en el amor”[20]. La fe nos enseña que “está establecido que los hombres mueran una sola vez, y que después tenga lugar el juicio” (Hebreos 9, 27). Dios nos preguntará: “¿Cuánto amaste?”. Es la síntesis del capítulo 25 de san Mateo. Y cada uno tendrá que responder. Si hemos amado seremos premiados con el Cielo para amar eternamente; si hemos amado, pero no suficientemente, nos purificaremos en el Purgatorio para prepararnos para amar plenamente; si hemos elegido rechazar el amor incluso en el último instante, iremos al Infierno, donde reina el odio sin término, para ya nunca amar más. “Si amo, para mí no habrá infierno”[21]. Sabemos la pregunta del examen final, si la tenemos preparada no hay lugar al temor. Y se prepara cada día: “cada mañana es una página en blanco que el cristiano comienza a escribir con obras de bien”[22]. Aprovechemos el hoy, que es el tiempo para aprender a “morir en el Señor”. “En realidad, el morir forma parte del vivir, y esto no sólo al final, sino, si se considera bien, en cada instante”[23]. Estamos llamados a ser hombres “cuya patria está en el cielo” (Filipenses 3, 20). Si del imaginario diario desaparece el cielo, no pondremos los medios para prepararlo.
Además, la vida cristiana va de “hacer, de la tierra, cielo”. San Juan Crisóstomo, al comentar el texto del Padrenuestro “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6, 10), escribe: “aun viviendo en la tierra, Dios quiere que nos esforcemos por llevar vida del cielo: <Es preciso que deseéis el cielo y los bienes del cielo; sin embargo, antes de llegar al cielo, yo os mando que hagáis, de la tierra, cielo; y que, aun viviendo en la tierra, todo lo hagáis y digáis como si ya estuvierais en el cielo>”[24]. Es una bella figura de lo que es la existencia cristiana. Seremos YA felices, pero TODAVÍA NO completamente.
En la cruz, Jesús revela el amor de Dios. Antes de entregar su vida, dijo: “¡Tengo sed!” (Juan 19, 28). Son palabras de amor que llaman a la puerta de nuestro corazón. Manifiestan la sed de Dios de que seamos felices y su dolor con la tristeza del hombre que se deja arrastrar por el mal. Si procuramos amar nuestras obras harán, de la tierra, cielo y saciaremos la sed de Dios y se llenará de contento. Los que hayan colaborado con Jesús en construir el cielo en la tierra entrarán en el paraíso. Lo que conlleva portarse así no será nunca un capricho de Dios, sino una exigencia de nuestra naturaleza humana para lograr su plenitud: amar cuesta… pero merece la pena. Seremos lo más felices posible y ayudaremos a los demás a serlo. Aseguramos el pasaporte para el Cielo con mayúscula. Esa es la sabiduría de los santos: “cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”[25]. La vida se llena de esperanza, en la promesa del Cielo y en que nunca nos faltará la ayuda de Dios para alcanzarlo, a pesar de nuestra fragilidad. El éxito en el momento de la muerte estará asegurado. Hagamos el propósito de no perdérnoslo, vale la pena… deseemos el Cielo, estar con quien sabemos nos ama para siempre.
[1] Francisco, Audiencia (18.X.2017).
[2] J. Piper-H. Raskop, El Mensaje Cristiano.
[3] San Juan Pablo II, Anécdotas y virtudes voz «Cielo» p. 81.
[4] Gilles Lipovetsky, “La sociedad de la decepción” (Anagrama 2008, 22-23).
[5] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1008.
[6] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes n.18.
[7] Benedicto XVI, Angelus (5.XI.2006).
[8] Pablo fue testigo de la Resurrección de Jesús; se le apareció en Damasco: “¿Quién eres? Soy Jesús, a quien tú persigues”.
[9] Benedicto XVI, Luz del mundo p. 191.
[10] Leon Bloy (1846-1917) fue uno de los grandes escritores modernos franceses. En su juventud tuvo una conversión religiosa.
[11] Fue elegido papa el 26.08.1978 como Juan Pablo I; fue beatificado el 4 de septiembre pasado.
[12] Recogida en Ilustrísimos señores, una compilación de 40 artículos en forma de carta a diversos personajes históricos y de ficción.
[13] Francisco, Audiencia (25.10.2017).
[14] San Juan Pablo II, Audiencia (21.07.1999).
[15] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1027.
[16] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1023.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1024.
[18] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1029.
[19] Francisco, homilía (22.11.2020).
[20] San Juan de la Cruz, dichos 64.
[21] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Forja n. 1047.
[22] Francisco, Audiencia (11.10.2017).
[23] Benedicto XVI, Angelus (5.XI.2006).
[24] San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Evangelio de san Mateo.
[25] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Forja n. 1005.
La película ‘Jorge de Capadocia’ presenta la región histórica y la vida del santo
Narra la vida de San Jorge
Se espera que la película “Jorge de Capadocia“, una figura religiosa que se cree que nació en Capadocia , aumente el interés en Capadocia de países especialmente latinoamericanos.
Algunas escenas de la película muestran la tortura que enfrentaron los primeros cristianos por orden del emperador romano Diocleciano en el siglo III y la lucha de un heroico soldado, Jorge. La película se rodó en varias zonas de Capadocia.
La película se estrenó el fin de semana en los distritos de Göreme, Nevşehir y se proyectará en muchos países de América Latina, incluidos Uruguay, Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá y Perú, con inglés, turco, portugués y español. traducciones y después de su estreno en Brasil.
Escenas de “George of Cappadocia”, desplegando la vida de St. George, Cappadocia, Türkiye, 24 de octubre de 2022. (Foto de AA)
El brasileño Alexandre Machafer Machado Ferreira, director y actor principal de la película, que asistió al estreno en Nevşehir, habló con el corresponsal de la Agencia Anadolu (AA), destacando las escenas importantes de la película, que tardó cerca de un año en rodarse en Brasil. registrado en Capadocia.
Expresando que el conocimiento de San Jorge y Capadocia aumentará después del lanzamiento de la película, Ferreira dijo: “Seremos los primeros ya que nadie ha contado esta historia en las películas antes. Hay una imagen de San Jorge que es fuerte y nunca pierde la fe. Fue una experiencia extraordinaria para nosotros rodar esta película en Capadocia. Porque es el lugar de nacimiento de San Jorge, una región integrada con ella”.
El estreno de la película “George of Cappadocia”, que narra la vida de St. George, Cappadocia, Türkiye, el 22 de octubre de 2022. (Foto de AA)
“Esta película generará interés para los brasileños y de todos los ámbitos de la vida para conocer Capadocia y ciertamente abrirá muchas puertas”, agregó.
El director de la compañía cinematográfica, Leandro Pires Bellini, enfatizó que cree que la película creará un puente cultural entre los dos países y dijo: “Aunque sea una producción internacional, tendrá un gran impacto en Brasil. También hará una gran contribución al turismo de Capadocia”.
La película se proyectará en más de 30 países.
Aprender en la Misa a tratar a Dios
Escrito por Juan José Silvestre Valor
Publicado: 17 Noviembre 2022
«La Trinidad se ha enamorado del hombre, elevado al orden de la gracia y hecho “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26) lo ha redimido del pecado —del pecado de Adán que sobre toda su descendencia recayó, y de los pecados personales de cada uno— y desea vivamente morar en el alma nuestra: “El que me ama observará mi doctrina y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos mansión dentro de él” (Jn 14, 23)» [1]. Estas palabras de una homilía de san Josemaría, fechada el Jueves Santo de 1960, reflejan su profunda compresión del misterio eucarístico como un derroche de amor de la Trinidad, que desea acercarse a los hombres.
Cada uno de nosotros está llamado a ser morada de Dios. Este sueño puede hacerse realidad, si nos transformamos en Cristo, si vivimos su vida [2] y nos hacemos una cosa con él. Esta identificación se realiza de modo singular gracias a la Eucaristía [3]. En la vida y enseñanzas de san Josemaría notamos una percepción de la fuerza transformadora de la Eucaristía, de la trascendencia de la Santa Misa para la existencia cristiana, como se refleja más adelante en la misma homilía: «Quizá, a veces nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana. La solución es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros» [4].
«Aprender en la Misa a tratar a Dios». Se expresa así el convencimiento de que los ritos litúrgicos en los que se desenvuelve la celebración eucarística tienen un valor pedagógico para los creyentes [5]. Resulta lógico verlo así, porque «es en la Misa donde se pone de manifiesto de modo diáfano que la respuesta a la entrega de Dios ha de ser la de un amor total, con todo el corazón, con todas las fuerzas, hasta dar la vida» [6]. En este artículo nos proponemos poner de relieve la aguda conciencia que tuvo san Josemaría acerca de la fuerza transformadora de la liturgia de la Santa Misa para los fieles corrientes. Son vastas sus enseñanzas al respecto, y aparecen con frecuencia en sus escritos. Por eso, en este trabajo hemos elegido centrar nuestra atención especialmente en la homilía «La Eucaristía, misterio de fe y de amor» [7] donde, al hilo de las distintas partes de la celebración eucarística, san Josemaría propone consecuencias para la vida espiritual de los cristianos.
1. El valor mistagógico del rito
El fundador del Opus Dei sugiere un modo concreto de asistir a las lecciones de la escuela de vida que es la Eucaristía: «Permitidme que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres» [8].
En cierto sentido se puede afirmar que san Josemaría se dispone a hablar a los fieles sobre la Misa, no de un modo discursivo, sino mistagógico, desde los ritos [9]. Es lógico que sea así pues la extensa y profunda realidad de los efectos espirituales de la Santa Misa no debe discurrir de modo autónomo e independiente de los textos y ritos que jalonan la celebración [10].
La atención al sentido de los ritos se ha hecho presente con frecuencia en el Magisterio de la Iglesia durante el siglo XX. Pío XII dice al respecto: «La liturgia no es una parte solo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos» [11]. Por el contrario, como recuerda la doctrina conciliar de la Constitución Sacrosanctum Concilium, en la liturgia, «obra por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno. Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En este ejercicio, los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» [12]. En esta misma línea, san Josemaría resaltó, desde los comienzos de su predicación, el potencial santificador del misterio del culto cristiano [13].
La liturgia es, por consiguiente, «el lugar privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios y con quien él envió, Jesucristo» [14]. Un encuentro que «se expresa como un diálogo, a través de acciones y palabras» [15], bajo los signos visibles que usa la sagrada liturgia, escogidos por Cristo o por la Iglesia, significando realidades divinas invisibles [16].
Así pues, las palabras y los gestos de la liturgia tienen una importancia particular que reclama la participación interior de los fieles, como se desprende del número 543 de Camino: «Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta. —Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?» [17]. Y comenta Arocena: «El texto refleja la sensibilidad mistagógica del autor: los signos del misterio de Cristo conducen a él. Vivida con autenticidad, la celebración constituye la mediación y, a la vez, la catequesis más elocuente de su misterio» [18].
2. La Misa, encuentro filial de amor
Este epígrafe presupone dos consideraciones fundamentales. De una parte, que la Santa Misa, como todo encuentro, es cosa de dos: Cristo realmente presente y los participantes en la celebración que, cristificados por la efusión del Espíritu Santo, nos reconocemos hijos de Dios, hijos en el Hijo con el derecho y el deber de presentarnos y ofrecernos con Cristo al Padre. Se trata de un encuentro especial: un encuentro de enamorados. Por eso, san Josemaría describía la Santa Misa como una «corriente trinitaria de amor» [19], a la que el cristiano procura sumarse con «un amor filial empapado de espíritu sacerdotal» [20].
En efecto, en la Eucaristía «se contiene verdadera, real y sustancialmente, el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero» [21]. Por eso “la fe nos pide que estemos ante la Eucaristía con la conciencia de estar ante el propio Cristo. Precisamente su presencia da a las demás dimensiones de la Eucaristía —convivial, de memorial de la Pascua, de anticipación escatológica— un significado que trasciende, con mucho, el de un mero simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, por medio del cual se realiza de forma suprema la promesa de Jesús de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo” [22].
Toda esta maravilla nos manifiesta la cercanía, la preocupación, el amor de Dios por los hombres. San Josemaría, recuerda el prelado del Opus Dei, «nos ha enseñado a asumir con plenitud la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, de manera que el Señor entre verdaderamente en nuestra vida y nosotros en la suya, que le miremos y le contemplemos —con los ojos de la fe— como a una persona realmente presente: nos ve, nos oye, nos espera, nos habla, se acerca y nos busca, se inmola por nosotros en la Santa Misa» [23].
Verdaderamente, en la Eucaristía el Señor nos muestra un amor que llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida [24]. Por eso, el santo de lo ordinario la comprendía como una locura de amor, y aplicaba incluso una comparación audaz: «Ningún enamorado dice que no tiene tiempo para estar junto al ser querido, o que tiene prisa. Nuestros padres no tenían problemas de tiempo para estar siempre juntos, porque estaban enamorados» [25]. Y continuaba aconsejando: «No os importe llevar los ejemplos del amor humano, noble y limpio, a las cosas de Dios. Si amamos al Señor con este corazón de carne —no poseemos otro—, no habrá prisa por terminar ese encuentro, esa cita amorosa con él» [26].
3. Acercarnos al encuentro de amor
Si la Eucaristía es un encuentro de amor, entonces la preparación interior es un aspecto importante. Incluso también la exterior, como señala el fundador del Opus Dei rememorando escenas de la infancia: «Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor» [27]. En Forja, esta preparación externa se convierte en una imagen de lo que sucede en el ámbito espiritual: «Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!: con adornos, luces, trajes nuevos... —Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has de tener, te contestaré: limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma» [28].
Al iniciar la Santa Misa, la conciencia de encontrarse en presencia de la Trinidad suscitaba en san Josemaría un amor y admiración que le llevaban a adentrarse con intensidad en la liturgia. Cada detalle cobraba un significado particular para él. Se dirigía al altar con alegría, «porque Dios está aquí. Es la alegría que, junto con el recogimiento y el amor, se manifiesta en el beso a la mesa del altar, símbolo de Cristo y recuerdo de los santos: un espacio pequeño, santificado, porque en esta ara se confecciona el Sacramento de la infinita eficacia» [29]. Por eso confesaba: «Yo beso apasionadamente el altar. Pienso que allí se renueva el Sacrificio del Calvario; y allí, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se vuelcan con la humanidad... Llenaos de deseos de amor, de reparación y de sacrificio. Él nos ha dado su Amor y amor con amor se paga. Que no me digan que Dios está lejos: está bien metido dentro de cada uno de nosotros» [30].
Ante ese encuentro con la grandeza y la bondad infinita de Dios, que tiene lugar en la liturgia, señalaba san Juan Pablo II, «la actitud apropiada no puede ser otra que una actitud impregnada de reverencia y sentido de estupor, que brota del saberse en la presencia de la majestad de Dios» [31]. Estamos ante Dios, llamados a ser sus hijos, convocados a su presencia mientras esperamos ser transformados en el Hijo por obra del Espíritu Santo. ¿No es lógico experimentar el deseo de examinar la propia vida, pedir el don de la conversión continua?
El rezo del Confiteor, prosigue el fundador del Opus Dei, «nos pone por delante nuestra indignidad; no el recuerdo abstracto de la culpa, sino la presencia, tan concreta, de nuestros pecados y de nuestras faltas. Por eso repetimos: Kyrie eleison, Christe eleison, Señor, ten piedad de nosotros; Cristo, ten piedad de nosotros. Si el perdón que necesitamos estuviera en relación con nuestros méritos, en este momento brotaría en el alma una tristeza amarga. Pero, por bondad divina, el perdón nos viene de la misericordia de Dios, al que ya ensalzamos —¡Gloria!—, porque tú solo eres santo, tú solo Señor, tú solo altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre» [32].
4. Entablar un diálogo de amor
Acaba la oración colecta, con las palabras que tanto le gustaba repetir a san Josemaría pues le recordaban que la Trinidad entera actúa en el santo Sacrificio del Altar: Por Jesucristo, Señor Nuestro, Hijo tuyo —nos dirigimos al Padre—que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Da comienzo a continuación la Liturgia de la Palabra en la que nos encontramos ante un verdadero discurso que espera y exige una respuesta. Este momento de la celebración posee, en efecto, un carácter de proclamación y de diálogo: Dios que habla a su pueblo y éste que responde y hace suya esta palabra divina por medio del silencio, del canto; se adhiere a ella profesando su fe en la professio fidei, y lleno de confianza acude con sus peticiones al Señor [33].
«Impresionaba mucho —recuerda el prelado del Opus Dei, testigo de tantas celebraciones eucarísticas del fundador— el tono con que leía los textos litúrgicos, con la nitidez propia de quien los pronuncia a la vez con la boca y con el corazón. Se metía tanto en estos textos, y concretamente en las lecturas, que —si asistían otras personas— no podía contenerse y, al término del Evangelio, exteriorizaba su sentimiento en una homilía» [34]. Vivía realmente, pues, las consideraciones que hacía sobre esta parte de la Santa Misa: «Oímos ahora la Palabra de la Escritura, la Epístola y el Evangelio, luces del Paráclito, que habla con voces humanas para que nuestra inteligencia sepa y contemple, para que la voluntad se robustezca y la acción se cumpla» [35]. Este cumplirse la acción no es otra cosa que «la dimensión performativa de la Palabra celebrada: la liturgia realiza la actualización perfecta de los textos bíblicos, y lo que la Palabra anuncia lo realiza el sacramento» [36].
«La primera exigencia para una buena celebración —enseña Benedicto XVI— es que el sacerdote entable realmente este coloquio. Al anunciar la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de la Santa Misa no son textos teatrales o algo semejante, sino que son plegarias, gracias a las cuales, juntamente con la asamblea, hablamos con Dios» [37].
Cabe afirmar que esta ruminatio es connatural a la compresión que san Josemaría tiene de los textos litúrgicos, y en especial de la Palabra de Dios proclamada en la Liturgia de la Palabra, que se convierte en oración y se proyecta sobre la vida. «Nada extraño, pues, que sus homilías y escritos recojan abundantes comentarios a la lex orandi, cuya vivacidad responde a la hondura bíblica y litúrgica de su experiencia celebrativa. En algunos pasajes, su estilo evoca la mistagogía de los Padres de la Iglesia» [38].
5. Encuentro de amor entre Cristo y su Iglesia
«Somos un solo pueblo que confiesa una sola fe, un Credo; un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» [39]. Estas palabras nos conducen a dar un paso más. La identificación con los sentimientos de Cristo supone una progresiva transformación en él por medio de la oración, pero ¿cómo aprender a rezar? La respuesta es clara: rezando con otros. En realidad no cabe separar a Dios Padre de su Pueblo: «Cada vez que clamamos y decimos: ¡Abba, Padre! es la Iglesia, toda la comunión de los hombres en oración, la que sostiene nuestra invocación, y nuestra invocación es invocación de la Iglesia» [40]. Solo Jesús puede decir «Padre mío». Todos los demás nos dirigimos a Dios como Padre, siempre en comunión con aquel nosotros que Jesús ha inaugurado, haciendo posible por el Bautismo que seamos hijos en el Hijo.
La liturgia misma nos muestra de modo palpable esta realidad. Cuando el sacerdote deja el ambón o la sede, para situarse en el altar —centro de la liturgia eucarística [41]—, todos se preparan de un modo más inmediato para la oración común, que sacerdote y pueblo dirigen al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo [42]. En esta parte de la celebración, el sacerdote habla al pueblo únicamente en los diálogos desde el altar [43], pues la acción sacrificial que tiene lugar en la liturgia eucarística no se dirige principalmente a la comunidad. Sacerdote y pueblo no oran uno hacia el otro, sino hacia el único Señor. De hecho, la orientación espiritual e interior de todos, del sacerdote —como representante de la Iglesia entera— y de los fieles, es versus Deum per Iesum Christum. Así entendemos mejor la exclamación de la Iglesia antigua: «Conversi ad Dominum» [44].
Concretamente, la posición de la cruz en el centro del altar indica la centralidad del crucifijo en la celebración eucarística y la orientación precisa que toda la asamblea está llamada a tener durante la liturgia eucarística: no nos miramos unos a otros, sino que miramos a aquél que ha nacido, muerto y resucitado por nosotros, el Salvador. En este marco se sitúa la disposición que san Josemaría escribía ya a inicios de 1935: «La Santa Cruz y el ara —completamente aislada la mesa del altar— ocupen el lugar sobresaliente» [45]. Es a Cristo, de quien toda salvación proviene, el sol que surge, a quien todos hemos de dirigir nuestra mirada, de quien hemos de recibir el don de la gracia [46]. Como señala con sencillez el Papa Francisco: «Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino» [47].
En la medida en que comprendamos esta estructura, en que asimilemos las palabras de la liturgia, entraremos en consonancia interior y estaremos con la Iglesia en coloquio con Dios. En la celebración de los sacramentos el sacerdote habla con Cristo y a través de él con el Dios trino, y reza así con y por los demás. Como señala san Josemaría: «Llevar a los hombres a la gloria eterna en el amor de Dios: ésa es nuestra aspiración fundamental al celebrar la Misa, como fue la de Cristo al entregar su vida en el Calvario» [48].
Si se puede afirmar sin temor a equivocarse que el cristiano, por la comunión de los santos, nunca está solo, en la liturgia esto se palpa continuamente. «Orate, fratres, —reza el sacerdote— porque este sacrificio es mío y vuestro, de toda la Iglesia Santa. Orad, hermanos, aunque seáis pocos los que os encontráis reunidos; aunque solo se halle materialmente presente nada más un cristiano, y aunque estuviese solo el celebrante: porque cualquier Misa es el holocausto universal, rescate de todas las tribus y lenguas y pueblos y naciones (Cfr. Ap 5, 9)» [49].
Ya en la Plegaria eucarística, esta universalidad adquiere su verdadera amplitud: «La tierra y el cielo se unen para entonar con los Ángeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplaudo y ensalzo con los Ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa Misa. Están adorando a la Trinidad. Como sé también que, de algún modo, interviene la Santísima Virgen, por la intima unión que tiene con la Trinidad Beatísima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre: Madre de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre» [50].
Se entiende así que el cristiano no puede rezar a Dios de modo auténtico si vive espiritualmente aislado de los demás, sin abrirse a los otros. «La fe cristiana nunca es mera relación subjetiva o personal—privada con Cristo y su palabra, sino que es totalmente concreta y eclesial» [51]. De ahí que ningún cristiano ora solo: le acompaña siempre el Espíritu Santo. Su oración es siempre a dúo y a coro: resuena siempre en ella la invocación de la Iglesia en la epíclesis continua a su Señor. Por eso «vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es éste un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos» [52].
Este sentido de la unidad informa toda la vida de cada fiel: «Nos hemos de esforzar, en nuestra vida interior y en el desarrollo de las virtudes cristianas, pensando en el bien de toda la Iglesia» [53]. La plegaria eucarística es un ejemplo elocuente de esta apertura del corazón hacia las intenciones de la Esposa de Cristo presente en toda la tierra: «Así se entra en el canon, con la confianza filial que llama a nuestro Padre Dios clementísimo. Le pedimos por la Iglesia y por todos en la Iglesia: por el Papa, por nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros. Y el católico, con corazón universal, ruega por todo el mundo, porque nada puede quedar excluido de su celo entusiasta» [54].
A lo largo de la plegaria eucarística se vuelve en diversos momentos a la petición, y a veces se acude a los santos, pidiendo su intercesión. «Para que la petición sea acogida, hacemos presente nuestro recuerdo y nuestra comunicación con la gloriosa siempre Virgen María y con un puñado de hombres, que siguieron los primeros a Cristo y murieron por él» [55]. Y con la intercesión, la petición: «Más peticiones: porque los hombres estamos casi siempre inclinados a pedir: por nuestros hermanos difuntos, por nosotros mismos. Aquí caben también todas nuestras infidelidades, nuestras miserias. La carga es mucha, pero él quiere llevarla por nosotros y con nosotros» [56].
Se acerca el instante de la Consagración. Se reitera aquí «la infinita locura divina dictada por el Amor» [57]. Estamos en el vértice de la plegaria eucarística, como señala la Instrucción General del Misal Romano: «Con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la Última Cena, cuando, bajo las especies de pan y vino, ofreció su Cuerpo y su Sangre, y se los dio a los apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio» [58].
El sacerdote junta las manos y pronuncia con claridad las palabras del Señor, tal y como lo requiere la naturaleza de las mismas [59]. Especialmente en este momento de la celebración, el sacerdote actúa in persona Christi, lo cual «quiere decir más que en nombre, o también, en vez de Cristo. In persona: es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie» [60]. Se trata para san Josemaría de una realidad diáfana: «Soy, por un lado, un fiel como los demás; pero soy, sobre todo, ¡Cristo en el Altar! Renuevo incruentamente el divino sacrificio del Calvario y consagro in persona Christi, representando realmente a Jesucristo, porque le presto mi cuerpo, y mi voz y mis manos, mi pobre corazón, tantas veces manchado, que quiero que él purifique» [61].
«Termina el canon con otra invocación a la Trinidad Santísima: per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso..., por Cristo, con Cristo y en Cristo, Amor nuestro, a ti, Padre Todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, te sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos» [62]. Recordamos de nuevo que estamos metidos en la corriente trinitaria de amor de Dios por los hombres que es la Eucaristía. El canon concluye dirigiendo a la Trinidad una oración de alabanza, «la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria» [63]. Si bien es cierto que toda la celebración eucarística es una magna acción de gracias dirigida a la Santísima Trinidad, sin embargo la doxología final de la plegaria eucarística resume y concentra la totalidad de esta alabanza.
A su vez, el gesto de elevar la patena y el cáliz pretende presentar al Padre, para ofrecérsela, la gran Víctima inmolada: Cristo, la expresión suprema del honor y de la gloria debidos a Dios. De hecho, la fórmula de la doxología final muestra que toda oración de alabanza «solo es posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él» [64].
En esta misma línea afirmaba san Josemaría: «En el Santo Sacrificio del altar, el sacerdote toma el Cuerpo de nuestro Dios y el Cáliz con su Sangre, y los levanta sobre todas las cosas de la tierra, diciendo: “Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso” —¡por mi Amor!, ¡con mi Amor!, ¡en mi Amor!— Únete a ese gesto. Más: incorpora esa realidad a tu vida» [65]. Las últimas palabras —«incorpora esa realidad a tu vida»—, nos animan a hacer efectivo este gesto a lo largo de la jornada [66], porque «corresponder a tanto amor exige de nosotros una total entrega, del cuerpo y el alma» [67].
6. La comunión: cuando el encuentro se hace adoración y unión
Parte esencial de la Misa es la Comunión. San Josemaría la recomendó frecuentemente en su predicación [68]. Ya en 1931, al señalar la praxis que deberían seguir los que se incorporasen al Opus Dei, escribió que «ordinariamente recibirán la Sagrada Comunión dentro de la Misa, porque ése es el sentir de la liturgia» [69]. De la misma época son también estas palabras: «La comunión dentro de la Misa es la regla, no la excepción. Intra Missam, con hostias ofrecidas y consagradas en la Misa. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Sacrificio unido al Sacramento. ¿Por qué separarlo sin causa razonable?» [70].
El rito de comunión tiene como finalidad que los fieles, debidamente dispuestos, reciban el Pan del cielo y el Cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo [71]. Facilitar este cometido es el objetivo de los tres momentos de preparación inmediata: el Padrenuestro, el gesto de paz y la acción simbólica de la fracción del pan.
San Josemaría se refiere al Padrenuestro diciéndonos: «Jesús es el Camino, el Mediador; en él todo; fuera de él, nada. En Cristo, enseñados por él, nos atrevemos a llamar Padre nuestro al Todopoderoso: el que hizo el cielo y la tierra es ese Padre entrañable que espera que volvamos a él continuamente, cada uno como un nuevo y constante hijo pródigo» [72]. Estas palabras nos introducen directamente en la realidad de la Comunión, que acrecienta nuestra unión con Cristo, nos une a él separándonos del pecado, y construye la Iglesia [73]. Unirnos a Cristo y por él a todos los hermanos; filiación en Cristo y fraternidad: son sentimientos que encontramos a lo largo de toda la celebración eucarística.
Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme, esta oración que precede a la comunión son señal de contrición, de un dolor de amor adorante que arroja luz sobre lo que sucede en ese momento: «No es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación solo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a aquel a quien recibimos. Precisamente así, y solo así, nos hacemos uno con él» [74]. Por eso, el fundador del Opus Dei propone un contraste gráfico: «Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?» [75].
Concluye la Santa Misa: «Con Cristo en el alma [...] la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos acompaña durante toda la jornada, en nuestra tarea sencilla y normal de santificar todas las nobles actividades humanas» [76]. Aranda glosa así esta consideración: «De una manera natural y espontánea, viene una y otra vez a la mente y a la pluma del autor la formulación de su doctrina fundamental, fruto de los dones fundacionales impresos por Dios en su alma: la llamada de todos los fieles cristianos a la santidad en su propio estado y circunstancias de vida, y en particular la vocación—misión de los fieles laicos de santificar todas las nobles actividades humanas. La califica de tarea sencilla y normal, puesto que no desborda los cauces de la vida profesional y social ordinaria, sino que ha de desenvolverse en el interior de los deberes y obligaciones de cada uno» [77].
La Santa Misa se proyecta, de algún modo, en la vida entera de los fieles. «Muy unidos a Jesús en la Eucaristía, lograremos una continua presencia de Dios, en medio de las ocupaciones ordinarias propias de la situación de cada uno en este peregrinar terreno, buscando al Señor en todo tiempo y en todas las cosas» [78]. Esta coherencia cristiana que reclaman las celebraciones litúrgicas ha sido recordada por el Papa Francisco: «Celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cfr. Rm 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura» [79].
Este breve recorrido que hemos hecho de la liturgia de la Santa Misa de la mano de san Josemaría nos ayuda a comprender por qué afirmaba que: «Asistiendo a la Santa Misa, aprenderéis a tratar a cada una de las Personas divinas» [80]. En la celebración, los fieles se pueden dirigir al Padre, en Cristo por la acción del Espíritu Santo: en este entrar en diálogo con las personas divinas, crece su vida cristiana. Un diálogo al que invita cada gesto y palabra propia del rito, que cobran así un significado especial. Nos vemos impulsados a cuidarlos con atención, con afán de seguir este camino de amor: «No ama a Cristo quien no ama la Santa Misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con devoción, con cariño. El amor hace a los enamorados finos, delicados; les descubre, para que los cuiden, detalles a veces mínimos pero que son siempre expresión de un corazón apasionado» [81].
Juan José Silvestre Valor, en romana.org/es
Notas:
[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa. Edición crítico-histórica (por Antonio Aranda), Rialp, Madrid, 2013, n. 84d.
[2] Cfr. Ga 2, 20.
[3] Acerca del modo en que san Josemaría comprendía esta identificación a través de la Eucaristía, cfr. Ángel García Ibáñez, “Eucaristía” en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2013, p. 463.
[4] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88b.
[5] En este aspecto se percibe una sintonía de fondo entre el pensamiento de san Josemaría y la enseñanza de Benedicto XVI: «¿Qué significa celebrar la Eucaristía de modo adecuado? Es encontrarnos con el Señor, que por nosotros se despoja de su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en la cruz y así se entrega a cada uno de nosotros. Es muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo a este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que Él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo. La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida». Benedicto XVI, Homilía en una ordenación sacerdotal, 7-V-2006.
[6] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría. Estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid, 2010, vol. I, p. 555.
[7] Como ya se ha dicho anteriormente, esta homilía se publicó en el libro Es Cristo que pasa; comprende los nn. 83-94. Sobre la historia de su redacción se pueden consultar las pp. 485-490 de la Edición crítico-histórica preparada por Antonio Aranda (vid. nota 1).
[8] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88c.
[9] Cfr. San Josemaría, Camino. Edición crítico-histórica (por Pedro Rodríguez), Rialp, Madrid, 20043, n. 529, nota 11, p. 678.
[10] Cfr. José Antonio Abad, “Liturgia y vida espiritual”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 757.
[11] Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei, en Heinrich Joseph Dominicus Denzinger—Peter Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona, 20002, n. 3843.
[12] Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilium, n. 7. La misma idea ha sido recogida en Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1070, 1089. Parece interesante notar que el texto latino dice: «Merito igitur Liturgia habetur veluti Iesu Christi sacerdotalis muneris exercitatio, in qua per signa sensibilia significatur et modo singulis proprio efficitur...» El antecedente de qua entendemos que es exercitatio y de este modo resulta claro que las acciones litúrgicas son ejercicio del sacerdocio de Cristo por medio de signos sensibles.
[13] Cfr. Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 747.
[14] San Juan Pablo II, Carta Apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 7.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1153.
[16] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilium, n. 33.
[17] San Josemaría, Camino, n. 543.
[18] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 749.
[19] Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, 85a.
[20] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, p. 556.
[21] Concilio de Trento, Decr. De SS. Eucharistia, can. 1: DH, 1651; Cfr. cap. 3: DH, 1641.
[22] San Juan Pablo II, Carta Apost. Mane nobiscum Domine, 7-X-2004, n. 18.
[23] Javier Echevarría, Carta 6-X-2004, n. 5.
[24] Cfr. San Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17-IX-2003, n. 11.
[25] San Josemaría, Notas tomadas en una reunión familiar, 6-I-1972.
[26] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, Palabra, Madrid, 1986, p. 75.
[27] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91c.
[28] San Josemaría, Forja, Rialp, Madrid, 1987, n. 834.
[29] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88d.
[30] Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, Rialp, Madrid, 2000, p. 226.
[31] San Juan Pablo II, Discurso a la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos, 21-IX-2001.
[32] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88d.
[33] Cfr. Misal Romano, “Instrucción General del Misal Romano”, n. 55. A partir de ahora IGMR.
[34] Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, p. 226.
[35] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89a.
[36] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 753.
[37] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con sacerdotes de la diócesis de Albano, 31-VIII-2006.
[38] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 748.
[39] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89a.
[40] Benedicto XVI, Audiencia general, 23-V-2012.
[41] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 73.
[42] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 78.
[43] Cfr. “Pregare ad Orientem versus”, Notitiae 322, vol. 29/5 (1993) 249.
[44] Efectivamente, «en la Iglesia antigua existía la costumbre de que el obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: Conversi ad Dominum —volveos ahora hacia el Señor—. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este, en la dirección por donde sale el sol como signo de Cristo que vuelve, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la cruz, para orientarse hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera». Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia pascual, 22-III-2008.
[45] San Josemaría, Instrucción 9-I-1935, n. 254, en AGP, serie A.3, 90-1-1; citado en Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 750.
[46] Benedicto XVI ha insistido en este punto. En 2002, el entonces cardenal Joseph Ratzinger señalaba que «la representación del sacerdote se realiza en el acto sacramental, en el que con respeto y estremecimiento se puede hablar y actuar en nombre de Cristo, pero esto no quiere decir que haya que mirar al sacerdote, como si él fuera en su figura física un icono de Cristo. Él debe intentar llegar a serlo por su vida, pero pertenece precisamente a ello que él, junto con los fieles, mire a Cristo para poder imitarlo. El traslado de la representación de Cristo a la forma física del sacerdote, que P. Farnés y otros nos ofrecen, lleva a la falsa divinización del sacerdote, de la que deberíamos liberarnos cuanto antes. No, cada vez me resulta más insoportable ver cómo la cruz se deja a un lado para que se pueda ver al sacerdote. El carácter esencial de la Iglesia como una procesión, como un caminar orante hacia el Señor, se oscurece así de una manera inadecuada». Joseph Ratzinger, “Respuesta del cardenal Joseph Ratzinger a Pere Farnés”, Phase 252 (2002) 511-512.
[47] Francisco, Audiencia general, 5-II-2014.
[48] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, 80.
[49] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89d.
[50] bíd. En otro momento, realiza una consideración similar, involucrando incluso a toda la creación en este movimiento de alabanza: «Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda, también hay allí pueblo. Siento junto a mí a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios —la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas—, dando gloria al Señor la Creación entera. Y especialmente, diré con palabras del Concilio Vaticano II, nos unimos en sumo grado al culto de la Iglesia celestial, comunicando y venerando sobre todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, de San José, de los santos Apóstoles y Mártires y de todos los santos”. San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, p. 75.
[51] Joseph Ratzinger, Convocados en el camino de la fe, Ed. Cristiandad, Madrid, 2004, p. 172.
[52] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88a.
[53] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 145b.
[54] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90a. Es la oración de intercesión que, en palabras del Papa Francisco, «nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás [...] Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño». FRANCISCO, Exh. apost. post. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 281.
[55] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90a.
[56] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90c.
[57] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90b.
[58] Misal Romano, IGMR, n. 79 d).
[59] El Papa Pablo VI sugirió, el 22 de enero de 1968, esta rúbrica sobre el modo de pronunciar las palabras del Señor (Cfr. Annibale Bugnini, La reforma de la liturgia (1948-1975), 408, nota 15). De este modo se «subraya la trascendencia del momento de la consagración, la expresividad y la diferencia de estas palabras sobre las restantes, como vértice que son de toda la plegaria eucarística e, incluso, de toda la celebración». Félix María Arocena, En el corazón de la liturgia. La celebración eucarística, Palabra, Madrid, 1999, p. 178.
[60] San Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24-II-1980, n. 8.
[61] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, p. 74.
[62] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90c.
[63] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2639.
[64] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1361.
[65] San Josemaría, Forja, n. 541.
[66] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, p. 557.
[67] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 87c.
[68] Cfr. José Antonio Abad, “Liturgia y vida espiritual”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, pp. 758-759.
[69] San Josemaría, Apuntes íntimos, Cuaderno V, n. 496, 23-XII-1931; citado en Camino. Edición crítico-histórica, comentario al n. 536, p. 687.
[70] Ibíd.
[71] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 80.
[72] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91a.
[73] «Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia», Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1396.
[74] Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22-XII-2005.
[75] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91b.
[76] Ibíd., n. 91d.
[77] San Josemaría, Es Cristo que pasa. Edición crítico-histórica, comentario al n. 91d, p. 512.
[78] San Josemaría, Carta 2-II-1945, n. 11, citada en Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, pp. 565-566.
[79] Francisco, Mensaje a los participantes en el Simposio “Sacrosanctum Concilium, Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial”, 18-II-2014.
[80] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91e.
[81] Ibíd., n. 92a.
La mentira. Un arte con historia
Escrito por Rubén González Fernández
Publicado: 14 Noviembre 2022
Mentiras prehistóricas: el pecado original. De los animales al hombre
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Dios había hecho. Y dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?” Respondió la mujer a la serpiente: “Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.” Replicó la serpiente a la mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.” Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió.
Gn 3, 1-6
El pecado original del hombre según la Biblia parece ser la soberbia, la estimación excesiva de sí mismo que tiene el homo sapiens. Es la tentación humana de ser como Dios la que le arrastra a morder la manzana del árbol prohibido. El pecado tendrá su castigo divino, del mismo modo que Dios castigará la soberbia del hombre cuando quiere escalar al cielo a través de la Torre de Babel. Sin embargo la soberbia del hombre en el pecado original está instrumentada por una mentira: La mentira de la serpiente.
¿Acaso no será ese el verdadero pecado original de la humanidad? No, dirán los puristas. Quién miente es la serpiente, no el hombre. Pero, ¿mienten los animales?
Sin duda muchos etólogos y primatólogos modernos estarían dispuestos a defender que los animales mienten. Los ejemplos son numerosos: desde reptiles que hinchan sus membranas para parecer más grandes y peligrosos, hasta monos que ocultan intenciones. Ahí está la estrategia zoológica del camuflaje. Sin embargo también se encuentran ejemplos de plantas que dan a entender lo que no es, también las plantas “engañan”, como esas orquídeas que se disfrazan del insecto-hembra para tentar la cópula del insecto-macho y así impregnarle de polen esperando que caiga nuevamente en el engaño de otra flor carnavalesca a la que se busca fecundar. Es así que algunos hablan de la Inteligencia Verde, pero lo cierto es que nadie defiende una psicología de la mentira para las estrategias de supervivencia de los seres clorofílicos.
No cabe duda que en el caso de los animales los engaños son más variados, y van desde el color blanco de un oso polar que se confunde con la nieve (no muy distinto a los casos de engaño vegetal) hasta las complejas estratagemas de los chimpancés. Por medio están las estrategias de caza de algunos depredadores como lobos y leonas. Se diría, por tomar algún ejemplo, que las leonas utilizan la estrategia del disimulo (ocultación de la verdad) cuando eluden los ojos de su víctima ocultándose tras la hierbas, y ésta ya es en apariencia una mentira, pues siguiendo los preceptos agustinianos, el engaño incluye la voluntad de la fiera de engañar a su presa.
Más mentira, por más compleja, parece la de los chimpancés, como una de las que se cita en el libro de Volker Sommer Elogio de la mentira: “Un macho dominante estaba comiendo plátanos recogidos de un lugar que ningún otro miembro del grupo conocía. En ese momento apareció otro chimpancé. El macho dejó el plátano en el suelo, se alejó unos pasos y miró los árboles con cara de no saber nada. El recién llegado siguió caminando un poco, pero cuando el otro ya no podía verlo, se escondió. En el instante en el que el primer macho quiso seguir comiendo, el segundo macho salió de su escondite, hizo huir al otro y devoró los plátanos.” Tal cosa tiene la complejidad de engañar al que engaña y es difícil despojar a tal treta del calificativo de mentira.
Tomando los ejemplos anteriores cabría preguntarse cuál es la verdad de una leona que evita los ojos de su presa, porque ¿cómo podemos reconocer su mentira sin saber cual es su verdad? ¿Cuál es el engaño? Tal cosa sería la práctica de una mentira si al evitar los ojos de la presa la leona ocultara la verdad de su presencia a la vista de su presa, pero tal cosa no parece que suceda, pues la leona no reconoce la visión en los ojos de otro animal por mucho que reconozca su importancia y la importancia de eludirlos para su estrategia predatoria. Es entonces el caso de que la leona no tiene voluntad de engañar sino de ocultarse para cazar que no sería lo mismo.
Y qué decir de esos monos inteligentes. Aunque la treta es mucho más enrevesada la pregunta es la misma, ¿cuáles son las verdades sobre las que se miente? Parece sorprendente que el mono fuerte que se acaba llevando el plátano necesite engañar para descubrir la mentira del oponente y tenga una absoluta incapacidad para obligar a confesar por la fuerza la verdad a su rival. ¿En qué momento busca el mono ganador desmontar la mentira? Parece que en ningún momento se propone tal, y se limita a descubrir la trama a través de los comportamientos del otro, y esto incluye interpretar el “mirar para otra parte” del mono débil como una clave según la cual si evita los ojos del otro finalmente éste le revelará la localización del fruto. Sin duda esto incluye una elaboración muy compleja, pero ni la verdad ni la mentira se revelan. Sencillamente parecería más lógico dominar la mentira con la fuerza si el chimpancé triunfador se sintiera engañado, y ésta es una artimaña que no encontramos en la literatura de los primates. Los chimpancés no tienen un tratamiento político para la mentira y la mentira es un acto que solo podrá darse sobre un fondo socio-político. Será la humanidad al construir la cultura objetiva y su reversible, la subjetiva, las que abrirán la puerta definitivamente al acto de mentir, pues el acto de mentir solo podemos entenderlo sobre un fondo de verdad construido ya desde la cultura antropológica y no desde las culturas animales.
Así pues la mentira considerada función humana se vislumbraría por fin como un arte prehistórico, por ejemplo, en el contexto de las técnicas de caza que intuimos utilizaban los primeros hombres. Las técnicas hoy llamadas de aguardo, trampeo o reclamo y rececho parecen haber sido ya ejecutadas por los primitivos y muestran características sin parangón en otras especies. Muestran la ocultación a la vista de la presa y no meramente la huida de sus ojos cuando el cazador se disfraza y de muchos modos o permanece horas oculto y es capaz de hacerlo en muchos lugares, muestran el conocimiento de la subjetividad al producir trampas o reclamos estandarizados que no se resienten en su estructura formal por un mal resultado, atribuyendo éste a los elementos subjetivos que están en juego: percepción operada por la presa, comportamientos inadecuados de los cazadores, etc. Los cazadores prehistóricos, suponemos, podrían conservar o reproducir la esencia de la mentira adaptándola a las diversas situaciones porque algunas cosas eran verdades incontestables siempre y en todo lugar, y para mentir solo habría que disimular la verdad (esconderse en su sombra) o simularla a los ojos subjetivos siempre ingenuos a ella.
Las actividades de subsistencia de la caza y la recolección y más adelante la economía de trueque de las primeras colonias humanas, sin embargo, nos obligarán a acotar los límites aun prehistóricos de un arte tosco que será ya clásico cuando aparezcan en escena la agricultura, la ganadería y sobre todo las ciudades y el dinero.
La mentira clásica: el canon de un arte
Con la ciudad, el dinero como valor de cambio, con el desarrollo de la escritura y la complejidad religiosa, las ficciones podrán tomar ya masa crítica. Las sociedades humanas serán ya propiamente políticas y bajo la institucionalización y generalización de la verdad como instrumento de relación entre los hombres, la mentira queda institucionalizada y podrá habitar ya todos los rincones y con amplias texturas. En los albores de la historia comienzan a cuajar seguramente todas las formas de mentir y por tanto podemos decir que se construye el canon de este arte clásico, recogido especialmente durante la etapa de la Grecia antigua, en sus mitos. Los parámetros de este arte remiten al otro mundo, al Olimpo de la Verdad.
La mentira es en la mitología griega casi un divertimento divino. Los inmortales dioses se mienten entre ellos, pero sobre todo, esto es lo relevante, a pesar de su divinidad y poder sobrehumano, mienten a los hombres constantemente. Toman formas animales para arrebatar o seducir a mujeres, tientan a los hombres ofreciéndoles capacidades que luego no dan, etc. No, los dioses no tienen poderes para dominar por la fuerza a los mortales, los dioses tienen poderes para poder mentirles. Al respecto es sumamente interesante el diálogo que mantiene Sócrates con Hipias el Menor (afamado sofista) donde se sostiene que miente el que puede, a los efectos, el que sabe la verdad, de muestra un botón donde Sócrates pone el saber astronómico como ejemplo:
Sócrates: —Luego también en astronomía, si alguien es mentiroso, el buen astrónomo lo será más; él es capaz de mentir; no el incapaz, pues es ignorante.
Hipias: —Así parece.
Sócrates: —Por tanto, también en astronomía la misma persona es mentirosa y veraz.
Hipias: —-Parece que sí.
El diálogo socrático en el Hipias el Menor de Platón muestra los fundamentos clásicos del canon de la mentira, del arte de mentir. Los dioses y aún los humanos más avanzados e inteligentes como Ulises pueden mentir porque saben jugar con la verdad. Sin duda son sabios, dejando aparte valoraciones morales: el que miente con arte es el que sabe la verdad, y el que miente sin la verdad, no tiene arte para mentir. Este es el caso de las bestias al que nos referíamos en el punto anterior, sus mentiras no tienen título porque no conocen la verdad.
Sin embargo la mentira como acto social, no puede prescindir de la nesciencia del que creyéndose poseedor de la verdad la ignora. La mentira tiene las patas cortas ante la verdad dominada por el otro, pero camina ligera en los bastos campos de la credulidad del engañado. Los dioses se divierten dándose un paseo por la caverna de Platón: el mundo de los mortales donde las percepciones son primariamente sombras de luz proyectada, sombras solo interpretadas por creencias sobre la verdad, no siendo la verdad misma. El dios Hermes muestra el perfil del problema de la ignorancia y del mito platónico. Hermes es el dios de las palabras, la elocuencia, la comunicación, el mensaje. Es el dios mediador entre inmorales y mortales. Y, ¿qué es la palabra, el mensaje? Es la sombra platónica proyectada sobre la conciencia humana, y si bien el contorno de la verdad es indudable en una proyección y en una palabra, la verdad en sí no se aparece, y es por eso que el dios mensajero (que transmite la verdad) es también el dios de la mentira, del engaño, del galanteo. Es el dios de la concordia, pero también el de los embusteros.
Por otra parte la dualidad clásica no solo se manifiesta en cuanto a la ontología de la inteligencia, también en cuanto a su axiología. Aún Aristóteles, incansable defensor de la verdad en su Ética, no dejará de reconocer en su Poética las virtudes pedagógicas o didácticas de lo inexacto, pues más allá de carácter falso de la mentira, no dejan de estar reconocidos en ella ciertos contenidos universales. El poeta, frente al historiador, usa la farsa por su carácter flexible para hacer entender lo que hay mas allá de los hechos ciertos. La verdad concreta de los hechos no transmite la verdad universal, pues la verdad habría de seguir siendo una con otros sucesos. La verdad universal es hija de la metáfora.
En todo, con la ciudad común, diría Aristóteles en su Política, se manifiesta lo propio, lo particular. La mentira prehistórica, quizás acotada como una estrategia del grupo o el clan, pasa a ser cuestión de gobierno personal o de gestión de uno mismo. Habrá quien tome el camino de la Ética (o la sinceridad) o el de la Poética (o la artimaña). Tal vez en un mundo enredado como el que desde entonces se ha construido, la virtud esté en su justo medio, pues la sinceridad exige artimañas para lograr éxitos y queda dicho que la artimaña no vive sin la verdad.
La verdad oscura: el hábito no hace al monje
Aunque el patrón de la mentira queda fijado ya en periodos anteriores, los contextos históricos perfilarán un estilo característico. El arte medieval podría caracterizarse por el férreo control de la verdad sobre la mentira. Quizá los dioses embriagados y juguetones de la época clásica necesitaban el látigo redentor del Dios cristiano. San Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino podrían verse como los azotadores. No obstante tanto uno como otro azotador no dejarán de reconocerle a la farsa su vivir inevitable, y el último casi hasta su virtud para ciertos casos; y es que la verdad beata no puede disimular la mentira oculta en los hábitos.
El rigor de la moral cristiana habrá de hacer su cruzada contra el pecado de mentir. La propia consolidación de la institución eclesiástica conlleva la persecución del hereje a través de su desenmascaramiento. La iglesia se previene contra el falso testimonio y la falsificación de la creencia. Se levantan primero las gruesas murallas románicas contra la mentira y después las apologéticas cumbres góticas de la verdad pero cada piedra habrá de tener sus sombras.
El mundo inestable de invasiones, de avances y repliegues, de fragmentación fronteriza... disuelve en gran medida el mundo urbano en Occidente. La vida se simplifica en cuanto a las relaciones de sociedad en un mundo rural y campesino, la mentira pierde matices y colorido a costa de una verdad elemental. Pero la Ciudad de Dios sigue levantada en cada aldea y los clérigos sostienen las verdades heredadas junto con las sospechas de infamia. San Agustín había acertado a desconfiar del hombre, que por su voluntad miente. A la luz ilustrada de la Iglesia flotan las manchas oscuras, porque la figura pecadora del farsante refleja de la del honesto cristiano (cristiano puede traducirse aquí casi por ciudadano, aunque viva en el campo o en una villa).
Con los tiempos viene una secularización de los hábitos, y los hábitos tienen su aprovechamiento tanto para el que se disfraza como para el que repara en la vanidad del que se los pone. La verdad ensalzada como virtud de esta época emociona la vanidad del hombre y la mentira saca tajada. Al efecto nos alecciona la famosa fábula del Cuervo y el Zorro en El Conde Lucanor de Don Juan Manuel (la mentira es una treta que se aprovecha de la vanidad de un hábito tomado por verdad):
Una vez halló el cuervo un gran pedazo de queso, y se subió a un árbol para poder comérselo más a gusto, sin recelo y sin estorbo de nadie. Y cuando así estaba, pasó el zorro por el pie del árbol, y apenas vio el queso que tenía el cuervo se puso a tramar el modo de quitárselo. Y, por ello, empezó a hablar de esta manera:
—«Don Cuervo, hace mucho tiempo que oí hablar de vos y de vuestra nobleza y apostura. Y aunque os he buscado, no ha sido voluntad de Dios ni ventura mía el que os hallara hasta este momento. Y para que veáis que no os lo digo por lisonja, enumeraré tanto las aposturas que en vos veo como aquellas cosas en que, según las gentes, no sois tan apuesto.
Todas las gentes piensan que el color de vuestro plumaje, ojos y pico, patas y uñas es negro. Y dado que las cosas negras no son tan apuestas como las de otro color, y vos sois enteramente negro, opinan las gentes que ello constituye mengua de vuestra apostura. No se dan cuenta de que se equivocan pensando así. Pues si vuestras plumas son negras, es tan negra y brillante su negrura, que se vuelve de azul índigo como las plumas del pavo real, la cual es el ave más hermosa del mundo. Y aunque vuestros ojos son negros, en cuanto ojos son más hermosos que ningunos otros ojos; pues la propiedad del ojo no es sino ver; y puesto que toda cosa negra conforta la vista, los negros son los mejores; y por ello son más alabados los ojos de la gacela, que son más negros que los de cualquier otro animal. De igual manera, vuestro pico y vuestras patas y uñas son más fuertes que las de ninguna otra ave de vuestro tamaño. Y en vuestro vuelo tenéis tanta ligereza, que no os estorba el viento contrario, por recio que sea, cosa que ninguna otra me puede hacer tan ligeramente como vos. Y tengo por seguro, puesto que Dios hace todas las cosas razonablemente, que no consentiría que, siendo vos tan excelente en todo, tuvieseis el defecto de no cantar mejor que otra ave cualquiera. Y pues Dios me ha concedido la merced de veros, y compruebo que hay en vos mejor bien del que nunca oí, si me dejaseis oír vuestro canto, me tendría bienaventurado para siempre».
Y cuando el cuervo vio de qué modo le alababa el raposo, y cómo le decía verdad en algunas cosas, pensó que se las decía en todas, e imaginó que era su amigo, sin sospechar que era para quitarle el queso que llevaba en el pico. Y en vista de las muchas y buenas razones que le había oído, y por los halagos y por los ruegos que le había hecho, abrió el pico para cantar. Por lo cual cayó el queso en tierra, lo tomó el zorro y se fue con él. Y así quedó engañado el cuervo, por creer que su apostura y gallardía eran mayores que las que tenía de verdad.
Y aun la mentira podría colarse revestida de virtud, como a veces se dice de El libro del Buen Amor de Juan Ruiz; algunos interpretan que el propio autor construye un manual del embuste carnavalesco haciéndolo pasar por un catálogo del pecado como si fuese el canto de un juglar que, con licencia para moralizar hablando de blasfemias, habla de moral para blasfemar. Sin capacidad para descubrir la intención del autor, la dialéctica entre la virtud y el deseo, la verdad y la mentira se muestran a cada verso. La ambigüedad del libro podría ser el conflicto del hombre medieval con capacidad de elegir entre caer en los deleites del pecado a través de las sombras de la virtud o la de prevenirse al desenfreno poniendo luz al pecado.
Pero en cualquier caso, durante el medievo la mentira es la verdad oscura de una virtud monumental. Es cuando la mentira empieza a ser virtud, en el renacer del hombre, que hay un cambio de estilo. El Decamerón ofrece una historia límite de las dos tendencias. En la novela primera se narra las trampas últimas de un hombre de mala vida que miente astutamente a un fraile antes de su muerte, siendo finalmente el pecador bendecido y tendido por santo y sirviendo de mediador espiritual para el pueblo. Y concluye el cuento que “(...) grandísima hemos de reconocer que es la benignidad de Dios para con nosotros, que no mira nuestro error sino la pureza de la fe, y al tomar nosotros de mediador a un enemigo suyo, creyéndolo amigo, nos escucha, como si a alguien verdaderamente santo recurriésemos como a mediador de su gracia.” El crepúsculo medieval, los albores del renacimiento.
Renacimiento de la mentira, ¿había muerto?
La falsedad que da lugar al descubrimiento de América sirve metafóricamente para argumentar el nuevo brillo del embuste. El viaje, que no hubiese tenido lugar sin los cálculos erróneos de Colón sobre la base de los de Tolomeo, parece como presagiar el nuevo elogio a la mentira que renacerá entonces.
La sociedad se decanta definitivamente por el urbanismo y la mentira resulta necesaria en este ambiente y se convierte en un arte nuevamente respetado. Tomando como medida al hombre, ha de reconocerse que es de su inteligencia mentir y, por tanto, digna de consideración.
Ejemplo de obra renacentista es El Príncipe de Maquiavelo. Auténtico tratado de filosofía política, la mentira es en El Príncipe una figura de contornos bien visibles, de claridad absoluta que responde a los patrones artísticos de la época. El elogio a la mentira está justificado sobre la base del realismo. Funciona y es necesaria. Así como ya Platón justificara en su República el engaño al pueblo por su propio bien, lo mismo Maquiavelo, que recomienda a su Príncipe una serie de artimañas para el buen gobierno. No se trata de mentir para engordar al gobernante, se trata de comprender la necesidad imprescindible de dominar este arte ante la realidad cambiante y las veleidades del vulgo.
(...) el príncipe prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe estar al cumplimiento de sus promesas, sino mientras no le pare el perjuicio, y en tanto que subsisten la circunstancias del tiempo en que se comprometió.
Ya me guardaría bien de dar tal precepto a los príncipes si todos los hombres fuesen buenos; pero como son malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe ser solo el príncipe exacto y celoso en el cumplimiento de la suya.
El realismo renacentista surge del pesimismo sobre la verdad. El realismo pesimista toca todas las capas sociales. En todas se torna como necesaria y habitual la mentira, y acaso los perseguidores de la digna verdad son los seres más perdidos. Al respecto aparece y más después en el barroco el personaje del antihéroe en la novela renacentista española y por supuesto en El Quijote en su protagonista principal. Personajes que, atados por la pretensión de valores verdaderos y eternos, están sumidos en la irrealidad y la locura. En este contexto los que malviven, aunque sea en la miseria, son los pícaros (renacentistas aunque se hable de ellos en tiempos postreros), acostumbrados al ir y venir de las cosas y las circunstancias. La realidad cotidiana plantea un escenario donde mentir es ley de vida, si bien es un arte difícil en el juego de engaños y contra-engaños. Al respecto, la archi-famosa escena de las uvas de El Lazarillo de Tormes plantea con la crudeza del realismo de la naturaleza contingente y provisional de la picaresca mundana. La mentira de Lázaro es tan cotidiana y está tan en la calle que hasta un ciego la ve de curtido que está él mismo en estas tretas (“¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos y callabas.”)
La mentira renacentista se caracteriza por la nitidez y hábito del mentir. La mentira adquiere la función de un plano general, un fondo, sobre el que transcurre la trama de la vida de las personas y personajes, y no cabe más que sumergirse en las turbias aguas para desenvolverse. Aún así una no hará sino introducir al personaje en otro charco, en un circuito indefinido donde unas mentiras se lavan con nuevas más gordas. Con el barroco la mentira habrá de depurarse hasta el punto en que permita nadar al tiempo que guardar la ropa.
La mentira compleja
Sin duda una sociedad cada vez más difícil y avisada sobre las artes diáfanas del engaño necesita formas más complicadas de engañar. Mientras que podríamos decir que la mentira renacentista se arregla para salvar las circunstancias, la mentira barroca consiste en arreglar las circunstancias para poder mentir. Ya no son personas o personajes que mienten episódicamente cada vez según convenga, son personas o personajes que trazan un plano equívoco donde poner los pilares para sostener sus mentiras a lo largo de todo un relato. El ascenso de la burguesía requiere la consolidación de máscaras sólidas y creíbles que garanticen sus ahorros.
La mentira pasa de ser el fondo vital reconocido en el renacimiento a ser el motivo sobresaliente del cuadro. La verdad se subordina para dar funcionalidad a la falsedad, limitada por la desconfianza durante la etapa anterior.
El personaje de Yago en Otelo representa fielmente esta complejidad. Yago, hombre codicioso que quiere ascender en el escalafón militar, halla los peldaños en la verdad, de la que trata de separarse poco para estafar la confianza amorosa que Otelo inicialmente deposita en Desdémona. Poco importa el amor sincero de ésta, porque el amor como cualquier cosa solo puede verse en algunas de sus partes aparentes. Yago procurará escoger las partes que más le interesen sin ser ninguna de ellas inventadas. Así, con la evidencia del sesgo, dirigirá astutamente la vista a Otelo y moldeará su personalidad hasta convertirlo en un celoso asesino. La mentira es un proyecto constante y coherente en Yago, un proyecto sólido, tanto que en su desenlace en la obra de Shakespeare muere de éxito. La mentira barroca no muere por tener las piernas cortas, muere por caminar demasiado, por su desmesura. Una nueva vuelta de tuerca en el modernismo romántico nos arroja a una estrategia de contención.
En esas tesituras Kant levanta su filosofía contra la mentira, contra toda forma de mentir. Es la resistencia de un “cura de la verdad” que en sus pretensiones idealistas acabará por engendrar a un hijo bastardo: Schopehauer, amigo de lo contrario. La mentira aún habrá de radicalizarse.
La mentira romántica: el baile de máscaras
La sociedad burguesa estalla con la revolución francesa. Adquiere especial importancia el concepto de plusvalía, no obstante presente ya desde los viejos tiempos. Las cosas definitivamente valen más de lo que verdaderamente son. La acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un alta capacidad para producir mercancías y la existencia de amplios grupos de población “liberada” del campo y de la propiedad, que les obliga a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, permite la explotación de la mano de obra con fin de abaratar los costes sin por ello necesariamente abaratar los precios. Este margen de ficción a costa del obrero repercute en un impulso a la mentira social, además de la económica. Descubrir que se puede vender por más de lo que vale, y a partir de entonces de forma generalizada y palpable, no puede ser inocuo para las mentalidades de entonces. El hombre está redescubierto desde del renacimiento y en estas fechas definitivamente sobrevalorado.
Las emociones humanas se tornan exageradas (incluso adulteradas sentimentalmente), y en su exageración muy cercanas a las virtudes puritanas, reveladas como una característica personal, como un elección de personas respetables muy dadas a la vanidad por su correcta manera de comportarse. Si ya desde el barroco se empiezan a construir verdaderas personalidades de ficción, ahora el carnaval es norma para todo el que mercadea, para todo el que posee, para todo el que tiene capital. Allá seguirán, con sus astucias, los pícaros y celestinas en las clases sociales más bajas. La careta personal, en cambio, es un arte refinado, signo de distinción, pero dificultoso y con avatares. Cierto es que si bien la careta se lleva dignamente, a todo momento está el “actor” en riesgo de desnudar la cara y enseñar las vergüenzas de su verdadero rostro. Yago está en riesgo de reconocerse finalmente ante el espejo público de los hipócritas, que no pasarán el descuido por miedo a reflejarse.
El giro del romanticismo es la vergüenza a la verdad, que a toda costa debe ser ocultada. La sociedad está montada sobre mentiras y su revelación destruye la estructura misma del alma enmascarada, destruye a la persona que lo es gracias a su antifaz. Las precauciones obligan al disimulo como técnica básica. Las fuerzas no se ponen en hacer eficaz la mentira con sofisticadas estrategias (signo barroco), sino en hacerla impermeable a la verdad. El personaje no se diseña para engañar, se diseña sobre todo para no ser descubierto.
El arte moderno y romántico se nos desvela en Las amistades peligrosas de Chordelos de Laclos, como genialmente ha sabido ver el psicólogo Marino Pérez en Ciudad, individuo y psicología. En la complicada trama de Laclos se suceden multitud de personajes, de sentimientos y pasiones a la vez distantes y linderas, multitud de argucias, de cotilleos, de intrigas, de secretos y evidencias; pero lo fundamental y original es el juego de espejos en el que consiste la Mentira sostenida en el libro, ideada por el personaje de la marquesa. Lo básico no es tanto mentir, las mentiras parciales son las mismas de siempre, lo original está en la construcción dramática de la historia dirigida por la marquesa, con intención de ir venciendo las resistencias de unas personas que se protegen en sus disfraces. Las tentaciones primarias son como verdades naturales disimuladas entre las ropas, pero que de un modo u otro han de mostrarse en algún momento. La mentira consiste en hacer perder la referencia del “correcto envoltorio” en que deben servirse las pasiones. Tal cosa es posible por la buena maña de la aristócrata, pero sobre la base de que cualquier envoltorio es distinto al contenido de lo envuelto.
La mentira romántica parte del reconocimiento por parte del artista de que el engañado a su vez engaña. En este sentido el mentiroso se dedica a confundir las referencias del engañador engañado tal que su representación resulte torpe e insegura y finalmente se descubra que interpreta haciéndose insoportable su degustación en el escenario social. Destruyéndolo como personaje quedará destruido como persona. El artista no puede mentir sin referencia a la verdad, y en el mundo romántico la manipulación consiste en hacer evidente la verdad manipulada por los otros sin acusar directamente, pues nadie está libre de pecado, ni puede salirse del escenario, ni desea prescindir de la utilidad de una buena interpretación.
El teatro y la obra seguirán ya en el mismísimo presente, pero dado el número de actores, personajes y guiones, la obra toma nuevas dimensiones.
La mentira en la vanguardia. La sofisticación delirante
La sociedad contemporánea nos descubre una nueva realidad económica: el producto- ficción, que cristaliza más que nunca en nuestros días. El producto no está ya sobreestimado, el producto es directamente falso, no tiene valor alguno por sí mismo. Es el trazo que nos dibuja Vicente Verdú en El estilo del mundo. Sin embargo la ficción del producto esconde una verdad casi irrenunciable, la de vivir a través de su consumo: vivir al hilo de una marca de vaqueros y de una lata de agua negra azucarada, pero vivir al fin y al cabo. Del capitalismo clásico donde unos cuantos acumulaban riquezas y la vendían, las comerciaban, pasamos a un capitalismo socializado, o lo que es lo mismo, a una sociedad consumo. El engorde de las carteras de la clase media supone una nueva posibilidad para el mercado que gana con el consumo de masas. La mayoría puede comprar y también, como corresponde, puede (necesita) vender y venderse. Esto tiene implicaciones evidentes en la vida de las gentes y en la condensación psicológica de sus personalidades. El “baile de máscaras” al que asistiría contemplativo y confuso un humilde operario en la etapa romántica, se convierte en un salón global en el que el ciudadano normal se ve forzado a coger el ritmo y a vestirse según corresponde. La vida es un show, el hombre un actor.
La generalización del producto-ficción como artículo de venta consagra definitivamente al envoltorio como decisivo, es más, el envoltorio es el producto y el contenido solamente una excusa. La funcionalidad de tal artimaña mercantil es la de hacer discurrir la trama de cada cual a través de la ficción para encontrarse con otro actor o actores en tramas tangenciales. Las relaciones interpersonales están tocadas completamente por la escena económica. Ya no unen los trabajos (ya de por sí atemporales) ni las desgracias (ahora individuales, psicológicas), une contingentemente la red de tramas en la que todos representan según las modas de estilo que se van imponiendo cada temporada. Porque el producto-ficción exige cantidad, el secreto del beneficio es precisamente ese. La optimización económica, alcanzado un punto en que resulta difícil o menos rentable conquistar nuevos mercados, se logra con una mayor tasa de venta resultado de acelerar (acortar) los tiempos de consumación. El éxito de una marca, vinculado al escaparate social del consumidor y al éxito que esa imagen puede tener para el individuo, renta en un cambio incesante de estilo, de línea, cambiando sin fatiga el aire o la expresión del consumidor, por más que interese que la marca y el individuo permanezcan constantes. El producto consiste en consumir al consumidor.
Con estos ingredientes el hombre contemporáneo está amenazado por la fragmentación personal, por la desrealización; es un actor en busca de un papel para comerse el día, pero que ha renunciado a interpretar el papel de su vida. El actor es preso de una aparente necesidad de sofisticación que le permita seguir una urdimbre complejísima, profunda, intensa... pero la obra (la verdad) es pobre, vulgar y obscena. El metrosexual, desfigurado de tanto perfilarse, es un personaje provisional que apenas puede desempeñar su papel una vez a terminado de acicalarse, pues de inmediato tiene que tomar el tren del día siguiente con nuevas pinturas. Y la verdad sigue siendo la misma para cada salida del sol, encontrarse con los demás, pero no parece posible sin las poses fingidas de unos aceites mutables y una metamorfosis continua. La pregunta “¿quién soy yo?” no está injustificada, pero incluso las respuestas disponibles son erráticas. El reencuentro con la identidad se vende en viajes a islas perdidas, en espectáculos cinematográficos, en el diván... lugares realmente diseñados para perderse y los trastornos psicológicos y psiquiátricos son epidemia, naturalmente.
La mentira de vanguardia es un cuadro abstracto y confuso. La ficción lo domina todo y la mentira, perdida casi la referencia de la verdad, es un arte que adquiere elementos de vulgaridad. La supervivencia social requiere más que nunca de la Mentira, con mayúsculas, porque casi consiste en inventarse una Verdad, porque la verdad clásica sobre la que se sustentaba la imagen o figuración representada en un cuadro ya no está referida en los contenidos pictóricos; la verdad ahora se reduce (como unidad mínima irrenunciable) a la estructura física (el lienzo, los pigmentos, el cuerpo biológico y las necesidades básicas). Si la verdad está en crisis, también lo está la mentira auténtica. La mentira de vanguardia es un subproducto, el autoengaño dramático (la enfermedad mental). El objetivo elemental ya no está tanto en el aprovechamiento de simular o disimular la verdad para robarle algo al otro, sino en poseer una verdad para uno mismo poseer algo.
La aventura contemporánea es la infructuosa de Alicia en el País de las Maravillas (y su complementaria Alicia frente al espejo) o la delirante de Neo en Matrix, ambos diluidos en un mundo cavernario de oscuras percepciones. Alicia, al introducirse en la madriguera y perseguir al conejo blanco descubre un mundo absurdo que pretende interpretar con lógica (Lewis Carroll era matemático). Alicia discute infatigable con los disparatados personajes que se va encontrando intentando comprenderles racionalmente. Por el contrario Neo descubre estar en un mundo irreal y su empeño más bien consiste en una incesante lucha por salirse al otro lado, más allá de las apariencias. Ambos, Alicia y Neo, reflejan la tensión neurótica y psicótica a la que invita el caos mundano. Alicia es una neurótica atrapada en el intento estéril de racionalización de las ficciones que se va encontrando, mientras que Neo es un psicótico que pretende desdoblar el mundo, que pretende superar la realidad-ficticia o la ficción-realidad en la que necesariamente tiene que moverse. Alicia opera como Miró, a brochazos, intentando descubrir una “buena forma”. Neo es un Kandinsky, un personaje iluminado por un plan geométricamente determinado, que habría de terminar loco de remate al descubrir que sin las ficciones generadas por Matrix no podría caminar hacia la verdad y que destruir Matrix es destruir el camino.
El autoengaño es la argucia delirante característica del sobrevivir en nuestros días. Es la búsqueda de una identidad consistente, que trascienda la articulación de cada cual en el mundo. El autoengaño opera, por tanto, un distanciamiento de la realidad y de la identidad personal para así escapar o evadirse de un funcionamiento irregular del entorno, para así evadirse irresponsablemente de la implicación que cada cual tiene al participar en la obra. Un papel adaptado al que no quiere interpretar, que sin embargo, paradójicamente le obliga a interpretar como figurante, y que también consume y es consumido por su papel mundano de enfermo o de espectador, de Don Nadie. Los figurantes también padecen las modas, las modas diagnósticas, las modas del espectáculo al que asisten. Y también pagan sus cheques.
Por tanto, y a modo de conclusión, la estrategia vital realmente inteligente puede que no sea otra que entender, asumir y sufrir/gozar (vivir) la verdad de la ficción. No cabe otra. Si acaso con la mesura o prudencia que sea posible para no vivir en la ficción, para no encasillarnos en un personaje absurdo, pero sin renunciar a cómo son las cosas y sin renunciar a nuestra identidad de pícaros que es la que en realidad nos caracteriza y a la que estamos un poco obligados.
Resumen
Este ensayo recorre la historia de la mentira. Un curioso e interesante itinerario por distintas épocas en las que el engaño, el disimulo y la verdad manipulada describen el devenir y la cotidianeidad de las sociedades humanas. Desde el principio, la mentira se convierte en un acto social, por tanto en una práctica que se transforma con las modas y circunstancias históricas. El ser humano necesita de la verdad y de la ficción para vivir. Lo difícil es saber distinguir una de otra sin perderse por el camino.
Rubén González Fernández, en redalyc.org/
No vale el «aquí mando yo», hay que hablar y hacerles ver los riesgos que pueden encontrar
Primeras salidas nocturnas de tu hijo adolescente: este decálogo te ayudará a planificarlas
La libertad y la autonomía son competencias que el adolescente debe construir progresivamente respetando las normas y los acuerdos alcanzados con sus padres. Para planificar las primeras salidas nocturnas del hijo adolescente la CONCAPA (Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y padres de Alumnos) propone el siguiente decálogo de actuaciones:
1. Partir de una posición de coherencia entre los padres
Independientemente de la situación de la pareja (incluida la circunstancia de que los progenitores se encuentren separados o divorciados), vosotros debéis adoptar una posición común y coherente antes de dar el paso de hablar con vuestro hijo o vuestra hija de sus primeras salidas nocturnas. En caso de desacuerdo, debéis alcanzar algún nivel de compromiso que os permita enviar un mensaje claro y consistente al adolescente.
En este asunto no caben las posturas ambiguas ni la inhibición porque son los padres, ambos padres, los que deben dar el permiso para salir de noche. Esto incluye también el resto de los aspectos a establecer en la preparación de esas primeras salidas.
La educación es una responsabilidad que debe ser asumida de forma conjunta y cooperativa por ambos progenitores y, en situaciones que exigen decisiones firmes como las que nos ocupan, es imprescindible que además sean coherentes.
2. Crear las condiciones más adecuadas para el diálogo
El peor error que se puede cometer consiste en ir posponiendo las decisiones para abordarlas unas horas o unos minutos antes de la salida. Ten la certeza de que esos mensajes de última hora (“¡No bebas!” “¡Vuelve pronto!”) no tienen ninguna utilidad e incluso pueden ser contraproducentes. Si queremos dialogar, es imprescindible plantearlo con suficiente antelación. Para ello, tienes que hacerle saber a tu hijo o hija de forma directa y explícita que es preciso hablar sobre este asunto: “Queremos hablar contigo sobre la salida que quieres hacer el próximo fin de semana”.
De igual modo, es muy importante elegir un buen momento para hablar, un momento en el que tanto padres como el adolescente estéis tranquilos, poco ocupados y dispongáis de tiempo suficiente para dialogar con serenidad. Podéis también proponerle que sea él quien proponga un día y una hora que os venga bien a todos. Otra opción interesante es la de establecer en la familia determinados momentos fijos a la semana para la comunicación. Esto permitiría que, con una frecuencia regular, todos los miembros podáis dialogar (una comida, un paseo, etc.) y, sin duda, sería un contexto idóneo para tratar el tema de las salidas nocturnas.
Por tanto, no debemos dejarlo todo a la improvisación sino facilitar el diálogo propiciando los momentos de encuentro para la comunicación y disponiendo del tiempo y las condiciones necesarias para hacerla posible.
3. Establecer una buena comunicación
Si de verdad deseáis gestionar de forma razonable y eficaz el reto que representan las primeras salidas de tu hijo, es fundamental debatirlo con calma para captar todo lo que él o ella quiere expresaros con sus palabras y su comportamiento. Ten en cuenta que, para comprender a un adolescente, hay que ir más allá del lenguaje verbal y prestar especial atención a lo que transmite con su lenguaje no verbal: miradas, posturas, gestos, emociones, silencios…
Además, cuida tu manera de hablar: haz preguntas abiertas y no preguntas cerradas donde sólo pueda contestar “sí” o “no” (por ejemplo “¿Qué piensas de ese lugar al que vais?” “¿Cuál es tu opinión sobre esa chica?”). Evita los discursos largos que pueden ser percibidos como moralizadores. Expón sinceramente tus preocupaciones utilizando el “yo”, porque así podrás expresar lo que piensas y sientes y tu hijo percibirá la autenticidad de tu exposición. Evita las descalificaciones, los reproches, y las acusaciones (“Ya se sabe lo desastre que eres”, “Tú eres un ingenuo”, “Temo que te metas en algún lío como siempre…”). Ten la seguridad de que un diálogo entre un acusador y un acusado está condenado al fracaso.
Manifiesta tu interés por las expectativas que el joven tiene en esa salida. Tu hijo necesita saber que su mundo, sus amigos y sus intereses son importantes para ti. Pregunta también acerca de los planes que conlleva la salida en sí procurando no ser demasiado indiscreto.
Exprésale claramente el comportamiento que esperas de él. Tómate el tiempo necesario para explicarle claramente sus peticiones y sus deseos y verifica que el mensaje ha sido comprendido tal y como tú quisiste transmitirlo. Es clave evitar confusiones y malentendidos.
En resumen, la comunicación conlleva una apertura al otro y un intercambio recíproco. Ambas partes debéis tener capacidad para expresas vuestras ideas, dudas y deseos y, a su vez, escuchar los del interlocutor. La escucha activa es una técnica que puede ser de gran utilidad.
4. Permanecer firmes ante un eventual chantaje emocional
Es frecuente que, si tu hijo o hija no obtiene de forma inmediata lo que desea -dejarle regresar a una determinada fiesta-, recurra al chantaje emocional: “Eres un mal padre (o madre)”, “Lo que pasa es que no tenéis confianza en mí” o la frase definitiva de “A los demás sí les dejan”. De ahí que uno de los principales retos a los que deberás enfrentarte es resistir el chantaje emocional que suponen este tipo de argumentos.
En primer lugar, es preciso que permanezcas firme en tus proposiciones y racionalices el tema. Para los adolescentes, la cuestión de la normalidad es importante; lo que ellos consideran “normal” tiene una gran influencia sobre sus opiniones y sus decisiones. Sin embargo, no siempre esa valoración de normalidad que les presentan tiene una base real; si profundizas un poco, comprobarás que “todos los demás” no son en ocasiones más que determinados amigos especialmente relevantes para él o ella.
De cualquier forma, aunque fuera cierto que otros padres lo autorizan, no debes sentirte cuestionado ni empujado a aceptar determinadas decisiones que no compartes. Las pautas educativas, las normas y los límites no tienen por qué ser los mismos en cada hogar. Tu hijo debe aprender que las reglas de juego pueden ser distintas en una u otra familia, además, recuerda que son los padres los responsables de tomar la disposición final. Vosotros debéis adoptar vuestras propias decisiones, procurar que sean equilibradas y ser consecuentes en su cumplimiento.
Resulta muy recomendable mantener cauces abiertos de comunicación con los padres de los amigos de tus hijos y tratar de establecer posibles alianzas y pautas compartidas de actuación con ellos. De este modo, si no se logran acuerdos plenos en cuanto a las condiciones de la salida, al menos pueden compartir información y reducir las disonancias entre los mensajes que se envían a los distintos miembros del grupo de adolescentes.
5. Desarrollo de las salidas: poner normas y límites
Un aspecto fundamental es conocer lo más posible el desarrollo de la salida. Para ello, plantea a tu adolescente que te cuente qué va a hacer. Si no tiene nada previsto -algo relativamente frecuente-, pregúntale sobre el lugar o lugares a los que va a ir y las personas con las que va a salir.
Puede que las informaciones que te dé no sean claras. En ese caso, pídele que sea preciso. Si, a pesar de todo, tienes dudas sobre el lugar y las condiciones de la salida, no dudes en hablar con los padres de sus amigos tras haber advertido, eso sí, a tu hijo o hija de tu intención de hacer ese contacto.
Tan importante como conocer las actividades que piensan realizar durante la salida es conocer el ambiente en el que se va a producir, porque de este modo podremos anticipar posibles situaciones de riesgo a las que nuestro hijo o hija va a estar expuesto. Toda la información recogida facilitará el proceso de negociación con tu hijo o hija acerca de las normas y límites necesarios para la salida. A partir de ahí, trata de que las reglas sean razonables, claras y seguras, y ten la suficiente flexibilidad para ir adaptándolas si fuera necesario.
Ten en cuenta que, aunque para tu hijo éste será la única y la mejor forma, no existe ninguna salida ni fiesta imprescindible ni irrepetible.
6. Negociar la hora de regreso a casa
La hora de regreso a casa es sin duda el más representativo de los conflictos que generan las primeras salidas nocturnas de los adolescentes en el hogar. De hecho, esta decisión centra muchas discusiones entre padres e hijos adolescentes; pero, como todas las cuestiones educativas, no admite soluciones simples. Comenzando porque la visión del mundo y de los hijos que tienen los padres constituye el principal punto de partida. Dicho de otro modo, el establecimiento de un horario más limitado o más amplio y la flexibilidad con que se administra no es más que uno de los indicadores que reflejan las pautas educativas que estás siguiendo con tu hijo o hija adolescente.
Cada familia tiene la potestad de establecer éste y otros límites relacionados con la educación de sus hijos en el ejercicio de sus competencias parentales. Pero hay tres premisas que conviene fijar:
- La primera premisa que debe quedar clara es la necesidad de que los padres, de forma negociada siempre que sea posible, establezcan horarios de regreso a casa. No pienses que inhibirse es más neutro o más democrático; al contrario, las ambivalencias y los silencios son otra forma de enviar mensajes a tu hijo, sólo que en este caso el mensaje será de permisividad y desinterés y perderás una ocasión extraordinaria de apoyarle en su proceso de autonomía.
- La segunda premisa es que los horarios, como cualquier otro límite, deben ser estables, sin que ello impida que puedan modificarse ante acontecimientos o circunstancias especiales.
- La tercera es que los horarios deben plantearse de modo progresivo y deben irse modulando en función de dos aspectos fundamentales: la edad y madurez del adolescente y el grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos en las salidas anteriores. Estaríamos hablando, pues, de una independencia por etapas.
En resumen, los horarios deben ser razonables, negociados con los hijos siempre que sea posible, adaptados a la edad, las características de cada adolescente y otras circunstancias objetivas (nivel de seguridad de la zona por la que va a moverse durante la salida, existencia o no de transporte público, época vacacional o de estudio, etc.). Además, deben ser progresivos en función de su maduración y el cumplimiento de sus compromisos.
Llegados a este punto, no podemos dejar sin respuesta algunas de las cuestiones que constantemente plantean los adolescentes a los padres para poner en evidencia lo arbitrario e incluso lo irracional de sus propuestas: “¿Qué voy a hacer a las 00h que no pueda hacer a las 18h?” o “¿Qué más dan las 23.30h que las 00h?”. Estas preguntas inciden directamente en el porqué de la existencia de los horarios, en la hora en la que se fija el regreso y en la razón de su estabilidad. Veamos algunos argumentos.
¿Por qué establecer límites horarios?
En primer lugar, la existencia de los horarios tiene que ver con la necesidad de establecer normas y límites. Estos están dirigidos, como se exponía en el punto anterior, a garantizar la seguridad, el autocontrol y el manejo de una vida saludable del menos. Y, en última instancia, bien gestionados contribuirán a mejorar la eficacia educativa de la disciplina en su proceso de socialización.
En efecto, los horarios fijados deben permitir compatibilizar la práctica de sus actividades de ocio con el mantenimiento de un estilo de vida saludable, de forma que se minimicen los riesgos a los que se pueden ver sometidos los adolescentes y se posibiliten el adecuado descanso y el desarrollo de sus obligaciones o aficiones (estudio, deporte…). Todo ello sin olvidar que las salidas nocturnas no deberían alterar la convivencia ni la dinámica familiar habitual (horarios del resto dela familia, comer todos juntos, etc.).
Aunque a veces pasen desapercibidos al ser comparados con las amenazas externas, no deberían ignorarse tampoco todos los aspectos que inciden en la salud del adolescente. Uno de los ejemplos más evidentes es el sueño. No olvidemos que están viviendo un proceso de maduración y un tiempo de sueño suficiente es la primera condición para el desarrollo físico y psicológico de los adolescentes. Un tiempo de sueño suficiente es muy importante para la salud, el crecimiento y la capacidad de aprender. Lamentablemente, no todas las familias dan la misma importancia a las necesidades de sueño de los adolescentes; pero debemos saber que un preadolescente de entre 12 y 13 años tiene unas necesidades de sueño de unas 9 o 10 horas y uno de 14 entre 8 y 9.
¿Por qué fijar una hora concreta y estable de regreso?
Abordemos, en segundo lugar, el asunto de la hora concreta de regreso y el porqué de su estabilidad. A menudo las familias piden disponer de una tabla de equivalencias entre las edades y las horas de regreso que sean de utilidad para todas las familias y todos los adolescentes y jóvenes. Pero establecer límites horarios adaptados a la edad no es una tarea sencilla y seguramente resultaría inviable. Es una decisión compleja sobre la que inciden numerosos factores que no pueden equipararse: desde los valores y modelos educativos de las familias hasta las edades y el grado de madurez de los adolescentes pasando por los tipos de población y las zonas de residencia.
Diferentes autores e instituciones han establecido valores indicativos, en función lógicamente de sus criterios propios y los de su entorno sociocultural. Todos estos valores se han visto superados por los datos reales de las estadísticas. Son precisamente estas estadísticas las que deberían obligar a muchos padres a reflexionar y revisar sus criterios educativos al respecto. Mírese como se mire, no es razonable que, como se exponía anteriormente, el 63,7% de los adolescentes de 14 años haya regresado a casa en su última salida después de las 00h y las 2h de la madrugada. Como tampoco lo es que a los 16 años un 57,9% regrese después de las 2h de la madrugada.
Por tanto, estos datos ponen en evidencia que muchos padres de nuestro país deberían replantearse seriamente este asunto y comenzar a negociar con su hijo o hija adolescente unas horas más racionales de regreso a casa. En esta negociación es fundamental que tengan en cuenta las propuestas del propio adolescente y los argumentos que esgrima para justificarlas, porque ahí encontrarán muchas claves de interés. Es cierto que una hora exacta no es fácil de determinar y debe estar abierta a revisión, pero no podemos subestimar su valor como referente educativo. Para lo mismo con los 15 o 30 minutos de retraso; podríamos coincidir en que esos minutos no tienen importancia en sí mismos, pero hay que recordar de nuevo que nos encontramos en un escenario de aprendizaje donde se trata de cumplir acuerdos y compromisos adquiridos. Lógicamente, si no fuera posible negociarlos, les correspondería a los padres definirlos.
Hay que insistir: todo lo expuesto no significa que la hora establecida no se pueda revisar y flexibilizar puntualmente en función de las circunstancias excepcionales. Pero el valor referencial intrínseco de la hora de regreso es importante y necesario para todos: para el adolescente, porque le da la posibilidad de administrar sus tiempos y aprender a regular su conducta más allá de sus deseos; para los padres, porque les permite también ordenar la vida familiar y les facilita su compleja labor de protectores y administradores de límites.
A medida que los hijos vayan cumpliendo sus compromisos y mostrando un mayor grado de responsabilidad, se podrán ir ampliando progresivamente los horarios hasta alcanzar aquel novel que se considere irrenunciable, puesto que lo que se pretende en última instancia es que los chicos se responsabilicen de sus propias acciones y decisiones.
7. Utilizar un medio de transporte seguro
Un tema que debes abordar con tu adolescente antes de una salida nocturna es sin duda el del transporte de regreso a casa. Ante todo, recuérdale que no debe subir bajo ninguna circunstancia al vehículo de un desconocido. Tampoco si el conductor ha bebido alcohol o consumido otras drogas. Lo más recomendable es utilizar un medio de transporte público (en algunas ciudades existen incluso medios de transporte público disponibles las noches de los fines de semana).
Otra estrategia, cada vez más extendida si va con familiares o amigos que disponen ya de permiso de conducir, es lo que se denomina el “conductor designado” o “conductor alternativo” que consiste en que un miembro del grupo se compromete a no ingerir alcohol ni ningún otro tipo de sustancia tóxica para garantizar la seguridad del resto del grupo.
En caso de que surjan dificultades imprevistas para organizar el traslado de regreso, indícale que te llame para que puedas intervenir de algún modo o salir a buscarle. Si finalmente deciden que pase la noche en casa de un amigo, comprueba con un adulto responsable dónde y en qué condiciones pasará la noche.
En términos generales, el móvil es un instrumento de gran utilidad para gestionar cualquier imprevisto que pueda surgir en la noche por lo que debes recomendar a tu hijo o hija que lo mantenga encendido y que no dude en hacer uso de él siempre que lo precise.
8. Negociar normas claras en relación con el alcohol y el dinero
Cada vez más adolescentes y jóvenes se emborrachan durante el fin de semana. El consumo de alcohol, y más aún si se hace de forma compulsiva hasta la embriaguez, es muy perjudicial para los adolescentes; como padre o madre estás obligado a usar tu influencia para incidir sobre el comportamiento de tu hijo adolescente en materia de consumo de alcohol y a prohibir su consumo. Habla con tu hijo sobre las consecuencias de la ingesta de alcohol.
Al igual que en los demás puntos de este decálogo, debes negociar con tu hijo o hija las reglas relativas al consumo de alcohol durante sus salidas de fin de semana, partiendo de un hecho incuestionable: en nuestro país la ley prohíbe la venta y el consumo de alcohol a menores de 18 años. De igual modo, todos los expertos de la OMS y demás organismos oficiales consideran que en menores de 18 años cualquier consumo de alcohol, por pequeño que sea, resulta siempre desaconsejable.
Otro aspecto que puede ser objeto de negociación de cara a las salidas de fin de semana es el que se refiere a la disponibilidad del dinero de bolsillo. Los niños y los adolescentes aprenden a administrar el dinero sólo si pueden disponer de pequeñas cantidades con carácter regular. Aunque en nuestro país no es una costumbre mayoritaria -un reciente estudio apunta a que el 62% de los adolescentes no recibe asignación mensual ni semanal-, los expertos consideran útil dar una paga sin asociarla con condiciones. Administrar esa cantidad fija semanal o mensual con la cual debe afrontar gastos diversos (salidas, pequeñas compras, transportes…) les facilita también la asunción de responsabilidades. Evidentemente, la cantidad se debe corresponder con el presupuesto familiar y debe adaptarse a la edad y las aptitudes del adolescente para hacer un uso adecuado del dinero.
9. Transmitir información sobre los riesgos
El noveno punto de este decálogo incide en la necesidad de transmisión de información acerca de los riesgos que entraña el consumo de alcohol y otras drogas así como las circunstancias en que éste se produce. En este sentido, los padres deben ser realistas y modestos. No está en sus manos suprimir totalmente los riesgos, aunque sí trabajar para crear un contexto susceptible de disminuirlos: dándoles informaciones que les ayudarán a hacer elecciones acertadas, favoreciendo la adquisición de competencias que les permitirán mejorar su comportamiento y ayudándoles a tomar conciencia de las consecuencias de sus decisiones personales. Una vez más hay que recordar que se trata de una tarea educativa que requiere un trabajo a medio y largo plazo.
10. Finalmente, abordar el problema como una cuestión de confianza
La síntesis de todos los puntos anteriores podría ser que tu hijo adolescente necesita tener personas alrededor en quienes confiar, que le quieran incondicionalmente aunque se equivoque o se salte las normas, que le pongan límites para que aprenda a evitar peligros o amenazas, que le sirvan de modelo en su comportamiento, que deseen que aprenda a desenvolverse solo para ayudarle a crecer; personas con las que comunicarse para contarles todo aquello que le asusta o le inquieta, para reconocer sus emociones y expresarlas con la seguridad de encontrar apoyo. Ante el problema que suscitan las salidas nocturnas de fin de semana, todas estas consideraciones son válidas.
En cuanto a tu tarea como padre o madre, la hemos resumido en una búsqueda constante de equilibrio entre las legítimas aspiraciones de autonomía de los adolescentes y las no menos legítimas obligaciones de proteger y cuidar a los hijos que tenéis los padres. Este equilibrio se ha sustentado fundamentalmente en el pilar de la negociación considerando que esta técnica educativa está tan lejos de la imposición como de la claudicación. Por tanto, negociar supone eliminar de nuestro vocabulario ese “¡Aquí no se habla más!”, pero sin que eso suponga renunciar a establecer unas reglas que consideramos ineludibles para su seguridad.
Ahora bien, dicho todo lo anterior, la clave para abordar adecuadamente el tema que nos ocupa es tratarlo como lo que es: una cuestión de confianza.
De quien más se ha escrito y se habla es Jesucristo. Nadie más amado ni con un amor de mayor calidad e intensidad que el suyo. Como Dios que es, nos ha tenido en su mente divina desde antes de la creación del mundo. Conmovedor: Dios es esencialmente Amor. Nos quiere a cada uno como si no hubiera nadie más. Soy madre de familia y comparo su amor con el cariño maternal: nosotras queremos a cada hijo como si fuera único, y a ninguno discriminamos.
La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, o sea, el Hijo de Dios, se encarnó para poder ofrecerse, como Hombre, por el hombre, y nos dio, también, ejemplo de vida. Se trata de Jesucristo, nacido de María, la siempre Virgen. Se ofreció hasta el martirio multiplicado, para que, en donde abundó el pecado abundara su gracia. ¡Cuántas personas se convierten en la contemplación serena de la Pasión y Muerte del Salvador…! Santa Teresa fue una de ellas. La abulense tenía fe, pero lánguida. Cuando contempló a Jesucristo en una imagen de su Pasión Redentora, se enamoró de Él y su vida dio un vuelco. El amor a Jesucristo no es sentimentalismo banal. De quienes se enamoran de la Humanidad de Jesús, brotan frutos de paz, de esperanza, de caridad y entrega desinteresada al prójimo, sin menoscabo por categorías humanas (edad, salud, riquezas..., raza, nación). Caridad es como se llama el amor a Dios, y de él brotan obras sociales de misericordia. Las grandes obras sociales de la Humanidad ( Cáritas; Manos Unidas; Humanae Vitae...; Cruz Roja, del cristiano Henry Dunant) son iniciativas de cristianos.
Josefa Romo Garlito
La llegada al Congreso del proyecto de presupuestos para el año 2023 ha abierto, durante breves horas, un debate sobre la relación entre generaciones en España. El aumento considerable del gasto en pensiones, a pesar de la subida de las cotizaciones a la Seguridad Social, ha puesto otra vez en evidencia que los que ahora son jóvenes, tendrán en los años venideros una deuda pública relevante sobre sus espaldas.
Hace algo más de cuarenta años, cuando la democracia volvió a España, nuestro país se caracterizaba por las múltiples oportunidades que tenían los jóvenes. Oportunidades políticas, económicas y sociales. Ahora tenemos una tasa de paro juvenil que duplica la europea. Los jóvenes son ahora más pobres que hace dos décadas. En Estados Unidos es un escándalo que cuatro de cada diez jóvenes sigan viviendo con sus padres a los 29 años por razones económicas. En España solo pueden emanciparse en esa edad poco más del uno por ciento.
José Morales Martín
Que cualquier criatura sea valorada y respetada
Algunas corrientes, basándose en la condición de seres sintientes, afirman que los animales tienen los mismos derechos que los seres humanos, por lo que deberíamos respetar su vida del mismo modo que respetamos la de una persona. Según esta mentalidad, los animales no humanos son "personas en sentido amplio" y por eso tienen derechos.
La experiencia nos ofrece una diferencia radical: no podemos identificar en los animales autorreflexión, conciencia, responsabilidad ni libertad. Por eso no pueden ser sujetos de derechos en un sentido estricto. Por otra parte, no es necesario apelar a los derechos para establecer que cualquier criatura sea valorada y respetada en la medida que le corresponda.
Jesús Martínez Madrid
Cuando cayó el Muro de Berlín, se celebró en occidente la muerte del absoluto marxista. Era la gran victoria del pensamiento postmoderno, a la que su unió la idolatría del sistema democrático, sintetizada en el fin de la historia profetizado por el politólogo americano Francis Fukiyama.
Pero pienso que es forzoso reconocer que no se calibró bien la realidad profunda del absoluto islamista, ni la capacidad de resistencia del neosocialismo de las Américas, mezcla de populismo y marxismo, amparada y bendecida por la teología de la liberación. Se mantuvo en occidente un izquierdismo acrítico que apoyaría cualquier manifestación anticapitalista y antisistema, como el que configuró en Cataluña la gauche divine, más artística que política, pero con vocación de difundir una visión ácrata de la vida que ocultaba su profundo origen burgués.
El izquierdismo urbano, de salón, ha incorporado los principales ingredientes del ecologismo, acentuando exigencias radicales: por ejemplo, en sus propuestas de alimentación o en su guerra al coche. Pueden hacer más limpio el aire de las ciudades, pero obligarán a una nueva emigración, quizá más contaminante, ante el cierre de cultivos y fincas agropecuarias.
Juan García.
Las lágrimas del aborto
Escrito por José Antonio García-Prieto Segura
Valentía para mirar de frente a la verdad, purificándola de adherencias contaminantes que nublan la razón, como las ideologías contrarias a la dignidad de la persona
No es un título sensiblero ni retórico pretendiendo llamar la atención; hablo de lágrimas que he visto en el rostro de una mujer, hace muy pocos días, motivadas por el arrepentimiento de un aborto, ocurrido tiempo atrás. Las he visto, justamente, la víspera de conocerse la sentencia de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, revocando el fallo de esa misma Corte por el que, en 1973, se abrieron las puertas al aborto legal. Fue el caso Roe vs. Wade; en síntesis, ocurrió esto:
Norma McCorvey -conocida en el caso, como Jane Roe – solicitaba el derecho a abortar porque decía haber sido violada. Demandó a Henry Wade, abogado del distrito de Texas para evitar que aplicase una ley que allí prohibía el aborto. Contemporáneamente surgió un caso similar de otra mujer -Sandra Cano- en el estado de Georgia. En enero de 1973, la Corte resolvió los dos casos a favor de las demandantes; anuló esas leyes en los dos distritos, y se produjo el efecto dominó: se revocaron leyes similares en el entero país. Sonó el pistoletazo de salida para, en virtud de un falso derecho, poder suprimir la vida naciente en el seno materno. Ahora, queda revocado con la nueva sentencia del pasado 24 de junio.
Al día siguiente, la Conferencia Episcopal del país emitió una “Declaración” que, entre otras cosas, dice: “Durante casi cincuenta años, Estados Unidos ha impuesto una ley injusta permitiendo que algunos decidan si otros pueden vivir o morir; esta política ha tenido como consecuencia la muerte de decenas de millones de niños no nacidos, generaciones a las que se les negó el derecho incluso a nacer.”
Las referencias a este hecho incendian en estos días las redes sociales En mi caso, solo me impulsa a escribir dar testimonio del dolor y las lágrimas que he visto, como decía al principio, y hacer algunas reflexiones al respecto. Para empezar, el testimonio impactante de una sola mujer me ha llevado a pensar en los millones que habrán sufrido idéntica desgarradora tragedia. Pero no escribo solo, ni principalmente, desde el sentimiento, “desde el corazón” como quien dice; sino que lo haré desde el vínculo cabeza y corazón estrechamente unidos, y más aún si lo que está en juego es la verdad y dignidad de la persona, como en el caso del ”problema aborto”, porque toca lo más esencial y originario de la existencia humana: la propia vida singular.
Muchos aspectos confluyen en esta penosa realidad, imposibles de abordarlos aquí; pero es evidente que el punto de partida y lo crucial para una decisión justa, gira en torno a la valoración que hagamos de la nueva vida originada en el seno materno. Una valoración verdadera debe contar con el aporte científico de la medicina y biología por un lado, y con la luz de nuestra inteligencia aplicada al hecho concreto, por otro. A estas alturas de la ciencia, no hay argumentos para negar que es una nueva vida la que aparece en el momento en que los gametos masculino y femenino se fusionan. Y toda mediana inteligencia comprenderá que aquella nueva realidad biológica del cigoto, desarrollándose, es la misma que, como persona, verá la luz de este mundo si no se le arrebata su vida. Esta verdad unida al principio ético de que toda vida humana es sagrada y no hay razones válidas para que nadie se arrogue el derecho de suprimirla, hace que el aborto se presente como lo que realmente es: eliminar la vida de un ser personal.
No hace falta ser creyente para aceptar esas verdades que aporta el sentido común y están en los fundamentos de todo comportamiento ético. Pero si recurrimos a instancias más elevadas, no harán sino fortalecer desde una perspectiva superior lo que nuestra razón ya ha alcanzado con sus propias luces. Y diremos que nuestra vida es un don de Dios ofrecido a través de nuestros padres.
Con todo, la gravedad moral del aborto se oscureció tanto que Juan Pablo II lo denunció en su Encíclica El Evangelio de la vida, de 1995: “Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño” (J. Pablo II, Enc. El Evangelio de la vida, n. 58).
Valentía para mirar de frente a la verdad, purificándola de adherencias contaminantes que nublan la razón, como las ideologías contrarias a la dignidad de la persona. Entonces, sin esos velos, la inteligencia, el lenguaje de la cabeza nos dice que quitar la vida a un ser humano inocente no puede reconocerse como un derecho. Es lo que han hecho ahora los magistrados de la Corte Suprema al revocar un derecho que no era tal. Han sido valientes en la autocrítica a su institución, y ¡ojalá les sigan muchos otros valientes en este lado del Atlántico!
Y con el lenguaje de la cabeza, el del corazón, igualmente purificado, en este caso, de presiones de parte y de posibles consejos engañosos. Entonces, el corazón habla con lágrimas de arrepentimiento, prueba inequívoca de reconocer que la verdad estaba y estará siempre de parte de la vida. Dos lenguajes con una sola voz.
Se ha dicho que en toda guerra la primera víctima es la verdad. En esta guerra desatada contra la vida naciente, Roe, es decir Norma McCorvey, la demandante del derecho al aborto, lo pedía -según señalé- alegando una violación como causa de su embarazo. Años más tarde admitió haber mentido y pidió a la Corte Suprema que anulara aquel fallo. Sandra, la demandante en el estado de Georgia, pidió igualmente la revocación del fallo. No fueron escuchadas, pero sus corazones hablaron al fin con el lenguaje de la verdad; ignoro si lo harían también con el de las lágrimas.
Me siento movido a rezar por ellas y concluir haciendo mías estas palabras de la Declaración de los Obispos americanos: “Nuestros primeros pensamientos están con los niños cuyas vidas han sido arrebatadas desde 1973. Lamentamos su pérdida y encomendamos sus almas a Dios, que los amó desde antes de todas las edades y los amará por toda la eternidad. Nuestros corazones también están con cada mujer y hombre que ha sufrido gravemente por el aborto; rezamos por su curación y prometemos nuestra compasión y apoyo continuos. Como Iglesia, debemos servir a quienes enfrentan embarazos difíciles y rodearlos de amor”.
José Antonio García-Prieto Segura
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