Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY lunes, 18 de julio de 2022
Indice:
El Papa: Usar los medios digitales con sentido crítico
Francisco reitera compromiso de tolerancia cero con los abusos
LA FE Y LOS MILAGROS : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del lunes: Jesús es el único camino de la salvación
“Que seáis niños que desean la Palabra de Dios” : San Josemaria
Algo grande y que sea amor (X): ¡Somos apóstoles! : José Manuel Antuña
Trabajo y contemplación : J. López.
En el torrente circulatorio de la sociedad
La ausencia de Dios genera soledad en los jóvenes : Acción Familia
Trabajo-diversión y trabajo-heroísmo
Un soplo de aire fresco : Juan Luis Selma
Ateísmo filosófico y religión progresista : Domingo Bianco Fernández
La aportación de la perspectiva cristiana en el actual momento educativo : Ramiro Pellitero
Enfermedades de transmisión sexual: ¿educamos en la afectividad? : Pilar Velilla Flores
Cinco consejos para planificar unas vacaciones en familia : Violeta Tejera
El mensaje : JD Mez Madrid
Se nota el empobrecimiento de las masas : Antonio García Fuentes
El Papa: Usar los medios digitales con sentido crítico
En su mensaje a los participantes en el Congreso mundial de “Signis”, que se celebrará del 15 al 18 de agosto en Seúl el Papa Francisco les pide: "Ayuden a las personas, sobre todo a los jóvenes, a desarrollar un sano sentido crítico, aprendiendo a distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal, y a apreciar la importancia de trabajar por la justicia, la concordia social y el respeto por la casa común"
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
En días "marcados por nuevos brotes de violencia y agresiones", es necesario promover la paz también en el mundo digital, a menudo lugar de "toxicidad, discursos de odio y noticias falsas". Es una misión a realizar en el mundo virtual, pero que tiene profundas repercusiones en la realidad de hoy, que el Papa Francisco confía a los participantes en el Congreso Mundial de Signis, la asociación católica mundial para la comunicación.
El encuentro programado del 15 al 18 de agosto en Seúl, Corea del Sur, "tierra – escribe el Papa en su mensaje en inglés – cuya historia de la evangelización demuestra el poder de la palabra impresa y el papel esencial de los laicos en la difusión del Evangelio". La referencia es a la historia terrenal, de hace 200 años, de San Andrés Kim y sus compañeros mártires: “Que su historia – desea Francisco – los confirme en sus esfuerzos por difundir el Evangelio de Jesucristo en el lenguaje de los medios de comunicación contemporáneos".
Los media digitales, poderosos medios de diálogo y comunión
No es un esfuerzo que deba subestimarse, señala el Papa: "La revolución de los media digitales de las últimas décadas ha demostrado ser un poderoso medio para promover la comunión y el diálogo dentro de nuestra familia humana’’.
“En efecto, durante los meses de bloqueo por la pandemia, hemos visto claramente cómo los media digitales pueden unirnos, no sólo difundiendo informaciones esenciales, sino también colmando la soledad del aislamiento y, en muchos casos, uniendo a familias enteras y comunidades eclesiásticas en la oración y en el culto”
Graves cuestiones éticas
Al mismo tiempo, el uso de los media digitales, en particular los social media, ha planteado una serie de "graves cuestiones éticas" que requieren "un juicio sabio y perspicaz por parte de los comunicadores y de todos aquellos que se preocupan por la autenticidad y la calidad de las relaciones humanas". A veces, de hecho, "los sitios de los media se han convertido en lugares de toxicidad, discursos de odio y fake news", escribe el Papa Francisco, que identifica esto como un verdadero desafío que debe afrontarse a través de "la educación en los media, el networking de los media católicos y el contraste a las mentiras y a la desinformación".
Educar a los jóvenes
Estos esfuerzos que los comunicadores de Signis están llamados a realizar reciben todo el apoyo del Papa – afirma Francisco – invitándolos a prestar especial atención a "la necesidad de ayudar a las personas, sobre todo a los jóvenes, a desarrollar un sano sentido crítico, aprendiendo a distinguir la verdad de la mentira, lo correcto de lo incorrecto, el bien del mal, y a apreciar la importancia de trabajar por la justicia, la concordia social y el respeto por nuestra casa común".
Inclusión digital
El Obispo de Roma no olvida tampoco "a las numerosas comunidades de nuestro mundo que siguen excluidas del espacio digital": también para ellas es necesario arremangarse, "haciendo de la inclusión digital una prioridad" para dar "una contribución significativa a la difusión de una cultura de la paz fundada sobre la verdad del Evangelio".
Escuchar con "el oído del corazón"
Al concluir, el Papa Francisco recuerda su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del 2022, centrado en la escucha como "primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación". Una escucha que debe hacerse con "el oído del corazón". Es precisamente este "apostolado de la escucha" el que pertenece a los comunicadores católicos, escribe el Pontífice:
“La comunicación, en efecto, no es sólo una profesión, sino un servicio al diálogo y a la comprensión entre los individuos y las comunidades más amplias, en la búsqueda de una convivencia serena y pacífica”
El camino sinodal
La escucha, afirma finalmente Francisco, es también "esencial" para el camino sinodal emprendido por toda la Iglesia en los últimos años. "Escucharnos recíprocamente" y "crecer en la conciencia de participar en una comunión que nos precede y nos incluye", es el deseo del Papa. De este modo – asegura – será posible "crear una Iglesia cada vez más 'sinfónica', cuya unidad se exprese en una polifonía armónica y sagrada".
Francisco reitera compromiso de tolerancia cero con los abusos
El Papa recibió en audiencia a los participantes en los Capítulos Generales de la Orden de la Madre de Dios, de la Orden Basiliana de San Josafat y de la Congregación de la Misión, a quienes dirigió un extenso discurso en el que, entre otros, abordó dos temas de actualidad: la guerra en Ucrania y la lucha contra la pederastia.
Vatican News
Romper el “ayuno” de julio (ndr: por las habituales vacaciones de verano): esto fue lo que hizo el Obispo de Roma en la mañana del jueves 14 de julio, como lo dijo él mismo, para encontrarse con los participantes en los Capítulos Generales de tres congregaciones religiosas en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. Se trata de Orden de la Madre de Dios, la Orden Basiliana de San Josafat y la Congregación de la Misión.
Francisco devolvió los saludos de los tres superiores y les agradeció la presentación de las trayectorias y perspectivas de sus respectivos Institutos. “También yo deseo, en primer lugar, expresarles la gratitud de la Iglesia por el testimonio que dan como personas consagradas y por la actividad apostólica que desarrollan allí donde están presentes”, les manifestó.
Luego, recordó que, en estos días, las tres familias religiosas se dedican a trabajar en el Capítulo General. Precisó que los clérigos de la Madre de Dios y los sacerdotes de la Misión están llegando al final de estos espacios, mientras que los basilianos “no han hecho más que empezar”, acotó. El Papa extendió sus mejores deseos a los que han sido elegidos para el servicio del gobierno y se unió a su gratitud por los que han terminado.
El Capítulo, tiempo del discernimiento comunitario
Tras el “período de distanciamiento forzado por la pandemia”, así lo describió el Pontífice, consideró que “esto también debería ayudarles a no dar por sentado el hecho de poder encontrarse, de poder mirarse a los ojos y, sobre todo, de poder rezar juntos, escuchar la Palabra juntos y compartir la Eucaristía”.
Citando un pasaje del Evangelio según San Juan, capítulo 15, versículo 5 (“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Si no permanecen en mí, no pueden dar fruto”), Francisco aseveró que “los miembros del Capítulo tienen esta experiencia de primera mano, pero espiritualmente se transmite a todos los hermanos, a toda la familia religiosa, mucho más allá de lo que podemos conocer y experimentar”.
Refiriéndose a la instancia del Capítulo como propicia para el discernimiento, el Sucesor de Pedro sostvo que, “con la ayuda del Espíritu Santo, tratamos de ver si hemos sido fieles al carisma y hasta qué punto, en lo que el Espíritu nos impulsa a seguir adelante y en lo que, en cambio, nos pide que cambiemos”.
La evangelización
Francisco también aprovechó la ocasión para reiterar “el criterio de la evangelización”, al que calificó como “esencial” en el discernimiento. Explicó que, “cuando nos cuestionamos sobre nuestra fidelidad creativa al carisma original, debemos preguntarnos si nuestro modo de interpretarlo y ponerlo en práctica es ‘evangelizador’, es decir, si las opciones que hacemos –en cuanto a contenidos, métodos, instrumentos, estilo de vida- están orientadas al testimonio y al anuncio del Evangelio”.
Ampliando su reflexión, el Papa aclaró que “los carismas, como enseña San Pablo, son todos para la edificación de la Iglesia, y como la Iglesia no es un fin en sí misma, sino que su finalidad es evangelizar, se deduce que todos los carismas, sin excepción, pueden y deben cooperar en la evangelización. Y esto hay que tenerlo bien presente a la hora de discernir”.
Prosiguió diciendo que, “teniendo en cuenta este principio, no es necesario detenerse en teorías abstractas, sino que es mejor aprender de los santos: en su caso, San Juan Leonardi, San Josafat y San Vicente de Paúl”. En concreto, Francisco se detuvo en el aspecto de su diversidad, pues, según él, estos santos muestran lo que significa ser “evangelizadores con el Espíritu”, es decir, “evangelizadores que rezan y trabajan”.
Retomando el punto 262 de la Evangelii gaudium, el Sucesor de Pedro afirmó que “desde el punto de vista de la evangelización, no sirven las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y las prácticas sociales y pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón”.
Por una fraternidad libre y una alegría real
A su vez, el Santo Padre habló sobre cómo, “en el crisol de las relaciones, donde se tamizan nuestros corazones y donde, con el compromiso de cada uno, puede tomar forma un hermoso testimonio de hermanos”. “No una cursilería, no una concordia de fachada, no una homogeneidad aplanada por la personalidad del superior o de algún líder. No. Una fraternidad libre, con gusto por la diversidad y en busca de una armonía cada vez más evangélica. Como en una orquesta con muchos instrumentos, donde lo esencial no es la habilidad de los solistas, sino la capacidad de cada uno de ellos de escuchar a todos los demás para crear la mejor armonía posible”, aseguró.
Según Francisco, “de ahí viene la alegría. Una alegría real, no formal, no una sonrisa artificial. La alegría de ser de Cristo y estar juntos, con nuestras limitaciones y nuestros pecados”, la alegría "de ser perdonados por Dios y de compartir este perdón con nuestros hermanos y hermanas", "la alegría que no se puede ocultar, ¡brilla!".
"Toda la Iglesia está cerca de ustedes"
Antes de concluir su alocución con los habituales saludos y la bendición, el Papa Francisco se explayó sobre dos cruciales temas de actualidad: extendió un pensamiento especial a los basilianos ucranianos, "en en este momento de dolor, en este momento de martirio de vuestra patria".
"Me gustaría decirles que estoy cerca de ustedes, toda la Iglesia está cerca, todos ustedes. Los acompañamos como podemos en su dolor", manifestó el Pontífice.
El Papa manifestó que a menudo piensa que "uno de los mayores peligros actuales es olvidar el drama de Ucrania". "Uno se acostumbra, se acostumbra... y luego no es tan importante y se habla". Comentó que, en los últimos días, vio en el periódico que las noticias sobre el conflicto estaban en la página 9: "No es un problema de interés, no está bien esto, no está bien", subrayó.
Por eso, renovó su cercanía con el pueblo ucraniano: "Por eso estamos cerca de ustedes y todos tenemos que mirarlos porque están en el martirio ahora mismo. Están en el martirio. Y les deseo que el Señor tenga compasión de ustedes y que de otro modo esté cerca de ustedes con la paz y el don de la paz".
Tolerancia cero con los abusos
El segundo asunto que el Pontífice abordó fue el flagelo de los abusos a menores cometidos por clérigos. "Por favor, recuerden bien esto: tolerancia cero en los abusos a menores o personas en discapacidad, tolerancia cero. Por favor, no escondan esta realidad. Nosotros somos religiosos, somos sacerdotes para llevar a la gente hacia Jesús, no para 'comer' a la gente con nuestra concupiscencia. Y el abusador destruye, 'come', al abusado con su concupiscencia. Tolerancia cero", enfatizó.
Francisco exhortó a "no tener vergüenza de denunciar: 'Este hizo esto, este otro...'", "Te acompaño, eres un pecador, "Te acompaño, eres un enfermo, pero tengo que proteger a los demás", dijo el Papa.
"Por favor, les solicito esto, tolerancia cero. No se resuelve esto con una mudanza (ndr: traslado de comunidad): 'Ah, en este continente, lo mando al otro continente...' No", instó el Pontífice.
— Necesidad de buenas disposiciones para recibir el mensaje de Jesús.
— Querer conocer la verdad.
— Limpiar el corazón para ver claro. Dejarse ayudar en momentos de oscuridad.
I. Leemos en el Evangelio de la Misa1 que se acercaron a Jesús algunos escribas y fariseos para pedirle un nuevo milagro que definitivamente les mostrase que Él era el Mesías esperado; querían que Jesús confirmara con espectáculo lo que predicaba con sencillez. Pero el Señor les contesta anunciando el misterio de su muerte y de su Resurrección, sirviéndose de la figura de Jonás: no se dará otro prodigio que el del Profeta Jonás. Con estas palabras muestra que su Resurrección gloriosa al tercer día (tantos cuantos estuvo el Profeta en el vientre de la ballena) es la prueba decisiva del carácter divino de su Persona, de su misión y de su doctrina2.
Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive, y sus habitantes hicieron penitencia por la predicación del Profeta3. Jerusalén, sin embargo, no quiere reconocer a Jesús, de quien Jonás era solo figura e imagen. También nos dice Jesús cómo la reina del mediodía, la reina de Saba, visitó a Salomón4 y quedó maravillada de la sabiduría que Dios había infundido al rey de Israel. Jesús está prefigurado también en Salomón, en quien la tradición veía al hombre sabio por excelencia. El reproche de Jesús cobra más fuerza con el ejemplo de estos paganos convertidos, y termina diciendo: aquí hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. Ese algo más en realidad es infinitamente más, pero Jesús, quizá pensando en sí mismo y con una cariñosa ironía, prefiere suavizar esa inconmensurable diferencia entre Él y los que lo habían prefigurado, que eran como sombra y signo del que había de venir5.
Jesús no hará en esta ocasión más milagros y no dará más señales. No están dispuestos a creer, y no creerán por muchas palabras que les hable y por muchas señales que les muestre. A pesar del valor apologético que tienen los milagros, si no hay buenas disposiciones, hasta los mayores prodigios pueden ser mal interpretados. Lo que se recibe, ad modum recipientis recipitur: las cosas que se reciben toman la forma del recipiente que las contiene, reza el viejo adagio. San Juan nos dice en su Evangelio que algunos, aunque habían visto muchos milagros, no creían en Él6. El milagro es solo una ayuda a la razón humana para creer, pero si faltan buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, solo verá oscuridad, aunque tenga delante la más clara de las luces.
Nosotros pedimos a Jesús en esta oración que nos dé un corazón bueno para verle a Él en medio de nuestros días y de nuestros quehaceres, y una mente sin prejuicios para comprender a nuestros hermanos los hombres, para jamás juzgar mal de ninguno de ellos.
II. Para oír la verdad de Cristo, es necesario escucharle, acercarse a Él con una disposición interna limpia, estar abiertos con sinceridad de corazón a la palabra divina.
Carecían de buenas disposiciones aquellos fariseos que piden al ciego de nacimiento, a quien ha curado Jesús, una nueva explicación del milagro: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Y la respuesta del ciego descubre que los prejuicios de aquellos hombres les impiden entender la verdad; quizá oyen, pero no escuchan. Él replicó: os lo he dicho ya y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez?7.
Lo mismo ocurre con Pilato: oye a Jesús estas palabras: He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Entonces le preguntó el procurador romano: ¿Qué es la verdad? Y como no estaba dispuesto a escuchar, dicho esto volvió a salir donde los judíos8. Se vuelve de espaldas, sin dejar tiempo a una respuesta que en el fondo no le interesaba. A Pilato no le interesa la verdad; quiere averiguar el modo de salir de aquel asunto, que le resulta oneroso, incómodo.
Si estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos muy diversos, nos dará abundancia y sobreabundancia de señales para seguir fieles en el camino que hemos emprendido. Tendremos la alegría de poder contemplarle en lo que nos rodea: en la naturaleza misma, en la que ha dejado huellas para que le veamos como Creador; en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad... La historia de cada hombre está llena de señales. Muchas veces, la luz para verle la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas, en los consejos de la dirección espiritual.
Muchos fariseos no cambiaron, no se convirtieron al Mesías a pesar de tenerle tan cerca y de ser espectadores de muchos de sus milagros, por su falta de buenas disposiciones: su orgullo los dejó ciegos para lo esencial. Incluso llegaron a decir: expulsa a los demonios por arte del príncipe de los demonios9. Muchos hombres se encuentran hoy también como ciegos para lo sobrenatural por su soberbia, por su empeño en no rectificar su juicio cargado de suspicacias, por su apegamiento a las cosas de aquí abajo, por su desmedido deseo de confort y de bienestar, por su hedonismo y sensualidad. «Oí hablar a unos conocidos de sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena de la vida interior...
»—Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural»10.
III. Aquí hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. ¡Está el mismo Cristo a nuestro lado! Llama al interior del hombre –a su inteligencia y a su corazón–, no como un extraño, sino como la persona que nos ama, que desea comunicar sus sentimientos y hasta su propia vida, que quiere dar solución divina a aquello que nos preocupa o incluso nos atenaza.
Pero, de la misma manera que en las ondas sonoras se dan interferencias que impiden una buena sintonía, se pueden presentar obstáculos en el campo de la fe. En ocasiones, puede darse la oscuridad en personas que llevan años siguiendo a Cristo y que se quedan, culpablemente o no, desconcertadas y como perdidas, sin ver la alegría y la belleza de la entrega. En esos casos, se hacen precisas unas preguntas hechas con sinceridad en la intimidad del alma: ¿verdaderamente deseo ver?, ¿estoy plenamente dispuesto a querer ver, a afirmar al menos que existe una serie de razones y de sucesos que descubren la presencia de Dios en mi vida?, ¿me dejo ayudar?, ¿expongo mi situación con claridad?, ¿desvelo mi intimidad, sin hacer teorías, sin maquillajes, sin paliativos?
Junto a la soberbia, que es el principal obstáculo, se pueden presentar otras dificultades: el ambiente ávido de confort, que tiende a rechazar de plano lo que suponga sacrificio y cruz, y que puede tender sutiles lazos cargados de razones humanas contrarias a lo que Dios pide en ese momento: un camino lleno de alegría, pero más arduo y empinado que el de un ambiente cargado de hedonismo. Se precisará entonces un esfuerzo, hablar con valentía en la dirección espiritual y luchar decididamente para desprenderse de toda rémora, de pasiones que tiran hacia el polvo de la tierra; es necesario purificar el corazón de amores desordenados para llenarlo del amor verdadero que Cristo ofrece, pues difícilmente podrá apreciar la luz quien tiene la mirada turbia.
La pereza y la comodidad son otros tantos obstáculos que se pueden interponer en el camino hacia Dios. Como todo amor auténtico, la fe y la vocación conllevan entrega de la persona, que al amor nunca le parece suficiente. La pereza y la comodidad tienden a señalar un límite, a defender unos derechos mezquinos, que entorpecen y retrasan la respuesta definitiva para esa fe amorosa.
Alguna vez, el Señor puede ocultarse a nuestra vista, para que le busquemos con más amor, para que crezcamos en humildad, dejándonos llevar por quien Dios ha puesto a nuestro lado para realizar esa misión. Siempre, sin fallar nunca, se acaba descubriendo el rostro amable de Cristo, con más claridad que antes, con más amor.
La palabra fe tiene en su raíz un matiz que viene a significar dejarse llevar por otra persona que es más fuerte que nosotros, confiar en otro que nos presta su ayuda11. Confiamos fundamentalmente en Dios, pero también Él quiere que nos apoyemos en esas personas que ha puesto a nuestro lado para que nos ayuden a ver. Dios da frecuentemente luz a través de otros.
El Señor pasa a nuestro lado con las suficientes referencias para verle y seguirle. El sacramento de la Confesión será, de manera habitual, un medio excelente para ver a Dios con más claridad en nosotros y en quienes nos rodean. Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar la mirada y el corazón para poder interpretar acertadamente los acontecimientos de cada día, descubriendo a Dios en ellos.
Creo, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero, pero haz que espere con más confianza; te amo, pero haz que te ame con más fuego12.
1 Mt 12, 38-42. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc. — 3 Jon 3, 6-9. — 4 1 Rey 10, 1-10. — 5 Cfr. Sagrada Biblia, ibídem. — 6 Jn 12, 37. — 7 Jn 9, 26-27. — 8 Jn 18, 38. — 9 Mt 9, 34 — 10 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 510. — 11 Cfr. J Dhetlly, Diccionario bíblico, Herder, Barcelona 1970, voz FE, p. 445 ss. — 12 Misal Romano, Acción de gracias para después de la Misa: oración del Papa Clemente XI.
Evangelio del lunes: Jesús es el único camino de la salvación
Comentario del lunes de la 16.ª semana del tiempo ordinario. “Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás.” No son necesarios signos y prodigios especiales para que la persona sincera responda generosamente a la invitación de Nuestro Señor a seguirle.
18/07/2022
Evangelio (Mt 12, 38-42)
Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a él: -Maestro, queremos ver de ti una señal. Él les respondió: -Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que 'estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches', así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán: porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás. La reina del Sur se levantará contra esta generación en el Juicio y la condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón.
Comentario
Nuestro Señor sabe que la petición de los escribas y fariseos es insincera y carente de buena fe. Con su petición formal quieren poner a prueba a Jesús, y probablemente están dispuestos a atribuir a Beelzebul (como lo habían hecho poco antes, cf. Mt 12,24) cualquier milagro que pueda realizar. Así que Él rechaza firmemente su petición.
A continuación, se refiere a una “señal de Jonás”. Esta señal opera en varios niveles. En concreto, como dice el Evangelio, los tres días y las tres noches de Jonás en el vientre de la ballena, son un signo del intervalo entre la muerte y la resurrección de Nuestro Señor. Esta interpretación se apoya también en el signo paralelo del templo reconstruido en tres días. Cuando el mismo grupo de personas le había preguntado: “¿Qué signo nos das para hacer esto?” Jesús respondió: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2,17-22).
Pero hay otros puntos claros de comparación con Jonás, y probablemente Jesús se refería a ellos también. Más ampliamente, toda la misión de Jonás es un signo: el sacrificio voluntario de su vida para salvar a sus compañeros, su huida milagrosa de la muerte y el éxito maravilloso de su predicación en Nínive. Todo ello tiene su paralelo en la muerte redentora de Nuestro Señor, su resurrección y el posterior éxito del Evangelio.
Los escribas y fariseos, educados en las Escrituras, también podían entender la advertencia de las palabras de Nuestro Señor: “Daos cuenta que aquí hay algo más que Jonás”. Se obstinaban en rechazar el mensaje de Jesús. Sin embargo, los ninivitas se habían arrepentido cuando fueron confrontados con el mensaje de Jonás, “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida”. Así pues, si los escribas y fariseos seguían despreciando el mensaje de Nuestro Señor, también se enfrentarían al desastre, y –parece añadir– que le ocurrirá a esta generación.
En cuanto a nosotros, todo el pasaje es una exhortación a volvernos a Nuestro Señor y aceptar sus enseñanzas, pues son el verdadero y único camino de salvación.
“Que seáis niños que desean la Palabra de Dios”
Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios –Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en tranvía por ejemplo: “Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche”, en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo.
18 de julio
Esta “bobería” no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo: –¿Cuánto me quieres? ¡Dilo! –Y el pequeñín silabea: ¡Mu-chos mi-llo-nes! (Camino, 897)
En la vida interior, nos conviene a todos ser quasi modo geniti infantes, como esos pequeñines, que parecen de goma, que disfrutan hasta con sus trastazos porque enseguida se ponen de pie y continúan sus correteos; y porque tampoco les falta –cuando resulta preciso– el consuelo de sus padres.
Si procuramos portarnos como ellos, los trompicones y fracasos –por lo demás inevitables– en la vida interior no desembocarán nunca en amargura. Reaccionaremos con dolor pero sin desánimo, y con una sonrisa que brota, como agua limpia, de la alegría de nuestra condición de hijos de ese Amor, de esa grandeza, de esa sabiduría infinita, de esa misericordia, que es nuestro Padre. He aprendido, durante mis años de servicio al Señor, a ser hijo pequeño de Dios. Y esto os pido a vosotros: que seáis quasi modo geniti infantes, niños que desean la palabra de Dios, el pan de Dios, el alimento de Dios, la fortaleza de Dios, para conducirnos en adelante como hombres cristianos. (Amigos de Dios, 146)
Algo grande y que sea amor (X): ¡Somos apóstoles!
Para un cristiano el apostolado no es simplemente un encargo que supone ciertas horas; ni siquiera un trabajo importante: es una necesidad que brota de un corazón que se ha hecho «un solo cuerpo y un solo espíritu» con el Señor.
11/06/2019
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Cafarnaúm es el lugar donde comienza la aventura apostólica que Jesús inauguró en el mundo. Sabemos que al menos cuatro de los doce Apóstoles eran pescadores en esa ciudad. «Estaban junto a la barca vieja y junto a las redes rotas, remendándolas. El Señor les dijo que le siguieran; y ellos, “statim” —inmediatamente, “relictis omnibus” —abandonando todas las cosas, ¡todo!, le siguieron...»[1].
Jesús llama a aquellos primeros con unas palabras en las que delinea un plan que cambiará para siempre el curso de la historia: «Seguidme, y haré que vengáis a ser pescadores de hombres» (Mc 1,16-17). No les detalla más. Seguirán siendo pescadores, pero a partir de ahora pescarán otro tipo de «peces». Conocerán otros «mares», pero no han de perder lo que han aprendido con su trabajo. Vendrán días con viento favorable y pesca abundante, pero habrá también jornadas poco vistosas, sin pesca alguna, o con una pesca tan escasa que tendrán la sensación de volver a la orilla con las manos vacías. Pero lo decisivo no será el volumen de la pesca, o lo que los hombres juzguen como un éxito o como un fracaso; lo que importa es lo que van a ser. Desde el principio, Jesús quiere que caigan en la cuenta de su nueva identidad, porque no les convoca solo para hacer algo —una tarea bonita, algo extraordinario— sino para ser alguien que cumple una misión: ser «pescadores de hombres».
«Todo lo hago por el Evangelio»
Responder a la llamada de Dios reconfigura nuestra identidad: «Es una visión nueva de la vida», decía san Josemaría. Saber que el mismo Jesús nos invita a participar en su misión enciende en cada uno el deseo de «dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio». De ese modo, poco a poco, «la vocación nos lleva —sin darnos cuenta— a tomar una posición en la vida, que mantendremos con ilusión y alegría hasta en el trance de la muerte. Es un fenómeno que comunica al trabajo un sentido de misión»[2]. Y esa tarea, que nos hace felices, va modelando nuestro modo de ser, de actuar, de ver el mundo.
Mons. Ocáriz lo ha recordado con palabras expresivas: «no hacemos apostolado, ¡somos apóstoles!»[3]. La misión apostólica no ocupa un tiempo o unos aspectos determinados de nuestra vida personal, sino que afecta a todo: tiene un alcance de 360 grados. San Josemaría lo recordaba desde el inicio a las personas de la Obra: «No olvidéis hijos míos, que no somos almas que se unen a otras almas, para hacer una cosa buena. Esto es mucho... pero es poco. Somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo»[4].
LA VOCACIÓN ES UNA LLAMADA DEL SEÑOR PARA 'SER ALGUIEN'
«¡Ay de mí si no evangelizara!», escribe san Pablo (cfr. 1 Co 9,16-23): es algo que le sale de lo más hondo del alma. Para él, ese impulso de amor es una invitación y un deber: «Si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, pues es un deber que me incumbe». Por eso, la única recompensa que busca consiste en «predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente», porque se siente «siervo de todos para ganar a cuantos más pueda». A menudo abre su corazón: él es el último entre los apóstoles; indigno y sin méritos, pero es apóstol. Por eso, no hay para él circunstancia que no sea apostólica, hasta poder afirmar: «todo lo hago por el Evangelio». Esa es su carta de presentación, y así quiere ser considerado: «Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol por vocación, designado para el Evangelio» (Rm 1,1).
De modo análogo, para un cristiano el apostolado no es simplemente «un encargo», o una actividad que supone ciertas horas diarias; ni siquiera «un trabajo importante»: es una necesidad que brota de un corazón que se ha hecho «un solo cuerpo y un solo espíritu»[5] en Jesús, con toda su Iglesia. Ser apóstol «no es y no puede ser un título honorífico, sino que empeña concretamente y también dramáticamente toda la existencia del sujeto interesado»[6]. Algunas veces necesitaremos que nos alienten; otras buscaremos consejo para acertar en nuestro esfuerzo por evangelizar; pero, en todo caso, sabemos que nuestra llamada es un don de Dios, y por eso le pedimos que el apostolado mane de nuestro corazón como salta el agua de la fuente (cfr. Jn 4,14).
Sal, luz y fermento del mundo
Para explicar a sus discípulos el papel que iban a desarrollar en el mundo, el Señor se servía a menudo de parábolas. «Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo», les dice en una ocasión (cfr. Mt 5,13-14). Otra vez, les habla de la levadura: de cómo siendo poca hace fermentar toda la masa (cfr. Mt 5,33). Porque así han de ser los apóstoles de Jesús: sal que alegra, luz que orienta, levadura que hace crecer la masa. Y así es como vio san Josemaría el apostolado de sus hijas y de sus hijos: «Tienes la llamada de Dios a un camino concreto: meterte en todas las encrucijadas del mundo, estando tú metido en Dios. Y ser levadura, ser sal, ser luz del mundo. Para iluminar, para dar sabor, para fermentar, para acrecentar»[7].
Los fieles del Opus Dei, como tantos otros cristianos corrientes, desarrollan su apostolado en medio del mundo, con naturalidad y discreción. Aunque a veces eso se haya prestado a incomprensiones, de hecho simplemente procuran hacer realidad en su vida estas parábolas del Señor. La sal, en efecto, no se ve, si se mezcla bien con la comida, sin hacer grumos; da gracia a los alimentos, que sin ella pueden quedar insípidos, aunque sean de buena calidad. Lo mismo sucede con la levadura: da volumen al pan, sin hacerse notar. La luz, a su vez, se coloca «en alto para que alumbre a todos», siempre «delante de la gente» (Mt 5,15-16); pero no centra la atención en sí misma, sino en aquello que ilumina. Un cristiano está a gusto con los demás, compartiendo ilusiones y proyectos. Más aún, «debemos sentirnos incómodos, cuando no estamos —sal y luz de Cristo— en medio de la gente»[8]. Esa apertura, además, supone relacionarse también con quienes no piensan como nosotros, con la disposición serena de dejar en los corazones la garra de Dios[9], del modo que Él mismo nos sugiera: a veces rezando por ellos una sencilla oración, otras con una palabra, o un gesto amable…
La eficacia apostólica de una vida no se puede contabilizar. Muchos frutos quedan en la sombra, y no llegaremos a conocerlos en esta vida. Lo que podemos poner de nuestra parte es un deseo, siempre renovado, de vivir muy unidos al Señor. «Andar por la vida como apóstoles: con luz de Dios, con sal de Dios. Sin miedo, con naturalidad, pero con tal vida interior, con tal unión con el Señor, que alumbremos, que evitemos la corrupción y las sombras»[10]. Dios mismo hará fecundas nuestras fatigas y no nos perderemos pensando en nuestra fragilidad o en las dificultades externas: que si el lago es demasiado grande, que si las multitudes apenas nos entienden, que si han empezado a criticarnos, que si el camino es pesado, que si no puedo remar contra esta tormenta...
Con motor propio
Repasando la lista de los doce Apóstoles, llama la atención lo distintos que son, a veces con personalidades muy marcadas. Lo mismo sucede al pensar en los santos y santas canonizados por la Iglesia. Y lo mismo, cuando repasamos las vidas de mucha gente corriente que sigue al Señor con una entrega discreta pero constante. Todos distintos, y al mismo tiempo, todos apóstoles, fieles, enamorados del Señor.
Al entregarnos a Dios no echamos a perder nuestra propia riqueza; al contrario, porque «cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia (...) será seguramente algo que te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque lo que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será justo a tu medida, a la medida de tu vida entera»[11]. Por eso quien se decide a seguir al Señor percibe, a la vuelta de los años, cómo la gracia, acompañada del trabajo personal, transforma incluso su carácter, de modo que le resulta más fácil amar y servir a todos. Esto no es fruto de la imposición voluntarista de un ideal de perfección. Más bien, es el influjo y la pasión que produce Jesucristo en la vida del apóstol.
Al poco de su elección como Prelado, preguntaron a D. Javier Echevarría si había tenido una vida propia: «¿Usted ha podido ser usted?». Su respuesta conmueve: son las palabras de alguien que mira atrás, sobre la propia vida, y ve lo que Dios ha hecho en ella. «Sí que he tenido mi propia vida. Yo nunca hubiera soñado realizar mi vida de un modo tan ambicioso. Viviendo a mi aire, yo hubiese tenido unos horizontes muchísimo más estrechos, unos vuelos más cortos (…). Yo, como hombre de mi tiempo, como cristiano y como sacerdote, soy una persona ambiciosamente realizada. Y tengo el corazón mundializado, gracias a haber vivido con dos hombres [San Josemaría y el beato Álvaro] de espíritu grandioso, cristianamente grandioso »[12].
Quien es enviado por Cristo y deja que sea Él quien lleve el timón de su vida no puede olvidar que Él espera una respuesta profundamente libre. Libre, en primer lugar, de egoísmos, de nuestra soberbia y de nuestro afán de brillar. Pero libre también para poner a su servicio todos nuestros talentos, nuestra iniciativa, nuestra creatividad. Por eso, decía san Josemaría que «una de las más evidentes características del espíritu del Opus Dei es su amor a la libertad y a la comprensión»[13].
A la vez, esa libertad de espíritu no consiste en «actuar conforme a los propios caprichos y en resistencia a cualquier norma»[14], como si todo lo que no viene de nosotros fuera una imposición de la que liberarse. Más bien, se trata de obrar con el mismo Espíritu que movía a Jesús: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). Si el apostolado se considerase una «actividad» más, se correría el riesgo de sentirse cohibido por las indicaciones de quienes coordinan las iniciativas apostólicas. En cambio, quien se siente enviado por Cristo disfruta con la ayuda y el impulso que Dios transmite a través de sus múltiples instrumentos. Vivir con libertad de espíritu es dejar que sea el Espíritu Santo quien nos conforme y nos guíe, sirviéndose también de quienes Él ha puesto a nuestro lado.
La libertad de espíritu lleva a actuar «con motor propio» ante una u otra necesidad de la misión apostólica; con motor propio, es decir, no con una aceptación pasiva, sino con la convicción de que eso es lo que el Señor nos pide en ese momento, porque eso es lo que corresponde al apóstol que somos. Así continuamente, en las pequeñas circunstancias de nuestro día a día, podemos notar la fresca brisa del Espíritu, que nos empuja «mar adentro» (Lc 5,4), para continuar con Él la encantadora historia del Amor de Dios por nosotros.
Si nuestra misión fuera «hacer apostolado» podríamos dejarla de lado a causa de un trabajo absorbente o de una enfermedad, o cabría tener «vacaciones» apostólicas. Sin embargo, «¡somos apóstoles!»: ¡es nuestra vida! Por eso, sería un contrasentido salir a la calle y dejar en la habitación el afán evangelizador. Ciertamente, la misión supondrá a menudo esfuerzo, y exigirá de nuestra parte valentía para vencer nuestros miedos. Sin embargo, esas resistencias interiores no deben inquietarnos, porque el Espíritu Santo hace que crezca, en el corazón de quienes le son dóciles, una auténtica espontaneidad y creatividad apostólica: a medida que uno se identifica con nuestra misión, todo se vuelve ocasión de apostolado.
Se adquiere la «conciencia de estar en un puesto avanzado, de centinela»[15], que lleva a permanecer «en vigilia de amor, tenso, sin dormir, trabajando con empeño»[16]. Una vigilia que es de amor, y que por tanto no significa ansiedad o nerviosismo. Tenemos en nuestras manos una labor que nos ilusiona, que nos hace felices y que comunica a nuestro alrededor felicidad. Trabajamos en la viña del Señor y estamos seguros de que la labor es suya. Si alguna vez se filtrara en el alma una cierta falta de paz, una tensión excesiva, será el momento de acercarse a Él para decirle: lo hago por Ti, ayúdame a trabajar con calma y con la certeza de que todo lo haces Tú.
Luz divina que da calor
Cuando, en la parábola de los invitados a las bodas, el padre de familia se entera de que algunos de los convidados se han excusado, ordena a su criado que traiga «a los pobres, a los tullidos, a los ciegos y a los cojos» (Lc 14,21). La sala queda bastante concurrida, pero quedan aún sitios libres. Entonces, dice a su criado: «Sal a los caminos y a los cercados y obliga a entrar, para que se llene mi casa (Lc 14,23). «Obliga a entrar», compelle intrare: hasta ese punto llega la intensidad de su deseo.
La orden es tajante, porque la llamada a la salvación es universal. San Josemaría lo entendía así: «No es como un empujón material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo, que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo de sacrificios, que sabéis ofrecer; la sonrisa, que os viene a la boca, porque sois hijos de Dios: filiación, que os llena de una serena felicidad —aunque en vuestra vida, a veces, no falten contradicciones—, que los demás ven y envidian. Añadid, a todo esto, vuestro garbo y vuestra simpatía humana, y tendremos el contenido del compelle intrare»[17]. No se trata, pues, de coaccionar a nadie: es una combinación, inédita cada vez, de oración y amistad, de testimonio y sacrificio generoso… una alegría que se comparte, una simpatía que invita con libertad.
Dios actúa «por atracción»[18], espoleando a las almas con la alegría y el encanto de la vida de los cristianos. Por eso el apostolado es amor que se desborda. Un corazón que sabe amar sabe atraer: «nosotros atraemos a todos con el corazón —decía san Josemaría—. Por eso, para todos pido un corazón muy grande: si amamos a las almas, las atraeremos»[19]. En efecto, nada atrae tanto como el amor auténtico, especialmente en un tiempo en que muchas personas no han conocido el calor del Amor de Dios. La amistad verdadera es de hecho el «modo de hacer apostolado que San Josemaría encontró en los relatos evangélicos»[20]: Felipe atrajo a Bartolomé; Andrés a Pedro; y debían ser buenos amigos los que llevaron hasta Jesús a aquel paralítico que no podía moverse de su camilla.
«En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor»[21]. Tener amigos exige asiduidad, contacto personal; ejemplo y lealtad sincera; disposición a ayudar, a sostenerse mutuamente; escucha y empatía: capacidad de hacerse cargo de las necesidades del otro. La amistad no es un instrumento para el apostolado, sino que el apostolado mismo es, en su entraña, amistad: gratuidad, ganas de vivir la vida con los demás. Por supuesto, deseamos que nuestros amigos se acerquen al Señor, pero dispuestos a que eso suceda como y cuando Dios quiera. Aunque es lógico que un apóstol busque buenos resultados en su labor, y que valore la relación entre sus esfuerzos y la influencia que tiene en los demás, nunca puede olvidar que los apóstoles siguieron con Jesús incluso cuando casi todos se fueron (cfr. Jn 6,66-69); ya vendrían, con el tiempo, los frutos (cfr. Hch 2,37-41).
En una ocasión, un joven preguntó a San Josemaría: «Padre ¿qué debemos hacer para que piten[22] muchos?». San Josemaría le contestó enseguida: «Mucha oración, amistad leal y respeto a la libertad». Al joven la respuesta le supo a poco. Añadió: «Y eso ¿no es ir demasiado despacio, Padre?». «No, porque la vocación es sobrenatural», respondió san Josemaría, alargando cada sílaba. «Bastó un segundo para pasar de Saulo a Pablo. Después, tres días de oración, y se convirtió en un apasionado apóstol de Jesucristo»[23].
Es Dios quien llama y el Espíritu Santo quien mueve el corazón. El apóstol acompaña a sus amigos con oración y sacrificio, sin impacientarse al recibir un «no» a sus sugerencias, ni enfadarse cuando alguien no se deja ayudar. Un verdadero amigo se apoya en las fortalezas para ayudar a crecer, y evita muchas veces los reproches sobre las decisiones ajenas; sabe cuándo es necesario callar, y cuando es necesario «volver a la carga» de un modo distinto, sin hacerse cargante, sin reprochar: desde la confianza y el compromiso con lo mejor de cada uno, de cada una. Así hace Dios, y así quiere que hagan sus hijos.
Sin hacernos pesados, manteniendo la sonrisa en el rostro, podremos insinuar unas palabras al oído, como hacía el Señor. Y, continuamente, mantendremos vivo el deseo de que muchas personas le conozcan: «Tú y yo, hijos de Dios, cuando vemos a la gente, tenemos que pensar en las almas: he aquí un alma —hemos de decirnos— que hay que ayudar; un alma que hay que comprender; un alma con la que hay que convivir; un alma que hay que salvar»[24].
José Manuel Antuña
[1] San Josemaría, Forja, n. 356.
[2] San Josemaría, Carta 9-I-1932, n. 9.
[3] F. Ocáriz, Carta, 14-II-2017, n. 9.
[4] Instrucción 19-III-1934, n. 27 (la cursiva es del original), citado en Camino, edición crítico-histórica, nota al n. 942.
[5] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[6] Benedicto XVI, Audiencia, 10-IX-2008.
[7] San Josemaría, Notas de una meditación de abril de 1955, en Obras 1956, XI, p. 9 (AGP, biblioteca, P03).
[8] San Josemaría, A solas con Dios, n. 273 (AGP, Biblioteca, P10).
[9] Cfr. D. Javier, Homilía, 5-IX-2010 (Romana, n. 51, Julio-Diciembre 2010, p. 339).
[10] Forja, n. 969.
[11] Francisco, Ex. ap. Christus vivit (25-III-2019), n. 287.
[12] Entrevista de P. Urbano a D. Javier, Época, 20-IV-1994, citada en A. Sánchez León, En la tierra como en el cielo, Madrid, Rialp 2019, pp. 349-350.
[13] San Josemaría, Carta 31-V-1954, n. 22.
[14] F. Ocáriz, Carta, 9-I-2018, n. 5.
[15] San Josemaría, Carta 31-V-1954, n. 16.
[16] Ibidem.
[17] San Josemaría, Carta 24-X-1942, n. 9; cfr. Amigos de Dios, n. 37.
[18] Benedicto XVI, Homilía, 13-V-2007; Francisco, Homilía, 3-V-2018.
[19] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 10-V-1967 en Crónica 1967, p. 605 (AGP, biblioteca, P01).
[20] F. Ocáriz,, Carta, 14-II-17, n. 9.
[21] Forja, n. 565.
[22] En el lenguaje coloquial del Madrid de mediados de siglo pasado, “pitar” significaba funcionar bien. San Josemaría usaba el término para referirse al hecho de que una persona pidiera la Admisión en el Opus Dei. Desde entonces ha quedado en la Obra como un modo familiar de hablar.
[23] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 24-IV-1967, en Crónica 1967, p. 506 (AGP, biblioteca, P01).
[24] San Josemaría, Meditación del 25-II-1963, en Crónica 1964, IX, p. 69 (AGP, biblioteca, P01).
Ser contemplativos es disfrutar de la mirada de Dios. Por eso, quien se sabe acompañado por Él a lo largo del día, ve con otros ojos las ocupaciones en que se empeña. Texto editorial sobre el trabajo.
10/09/2015
Quisiera que hoy, en nuestra meditación, nos persuadiésemos definitivamente de la necesidad de disponernos a ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo, con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. Si pretendemos seguir lealmente los pasos del Maestro, ése es el único camino[1].
Para quienes estamos llamados por Dios a santificarnos en medio del mundo, convertir el trabajo en oración y tener alma contemplativa, es el único camino, porque o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca[2].
Conviene que meditemos despacio esta enseñanza capital de San Josemaría. En este texto consideraremos qué es la contemplación; en otras ocasiones nos detendremos en ahondar en la vida contemplativa en el trabajo y en las actividades de la vida ordinaria.
COMO EN NAZARET, COMO LOS PRIMEROS CRISTIANOS
El descubrimiento de Dios en lo ordinario de cada día, da al propio quehacer su valor último y su plenitud de sentido. La vida oculta de Jesús en Nazaret, los años intensos de trabajo y de oración, en los que Jesucristo llevó una vida corriente —como la nuestra, si queremos—, divina y humana a la vez[3], muestran que la tarea profesional, la atención a la familia y las relaciones sociales no son obstáculo para orar siempre[4], sino ocasión y medio para una vida intensa de trato con Dios, hasta que llega un momento en el que es imposible establecer una diferencia entre trabajo y contemplación.
Por esta senda de la contemplación en la vida ordinaria, siguiendo las huellas del Maestro, discurrió la vida de los primeros cristianos: «cuando pasea, conversa, descansa, trabaja o lee, el creyente ora»[5], escribía un autor del siglo II. Años más tarde San Gregorio Magno atestigua, como un ideal hecho realidad en numerosos fieles, que «la gracia de la contemplación no se da sí a los grandes y no a los pequeños; sino que muchos grandes la reciben, y también muchos pequeños; y tanto entre los que viven retirados como entre las personas casadas. Luego, si no hay estado alguno entre los fieles que quede excluido de la gracia de la contemplación, el que guarda interiormente el corazón puede ser ilustrado con esa gracia»[6].
El Magisterio de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, ha recordado muchas veces esta doctrina, tan importante para quienes tenemos la misión de llevar a Cristo a todas partes y transformar el mundo con el espíritu cristiano. «Las actividades diarias se presentan como un precioso medio de unión con Cristo, pudiendo convertirse en materia de santificación, terreno de ejercicio de las virtudes, diálogo de amor que se realiza en las obras. El espíritu de oración transforma el trabajo y así resulta posible estar en contemplación de Dios, aun permaneciendo en las ocupaciones más variadas»[7].
LA CONTEMPLACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS
Enseña el Catecismo que «la contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "visión beatífica"»[8]. De esa contemplación plena de Dios, propia del Cielo, podemos tener un cierto anticipo en esta tierra, una incoación imperfecta[9] que, aunque sea de orden diverso a la visión, es ya una verdadera contemplación de Dios, así como la gracia, siendo de distinto orden que la gloria, es, no obstante, una verdadera participación en la naturaleza divina. Ahora vemos como en un espejo, oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido[10], escribe San Pablo.
Esa contemplación de Dios como en un espejo, durante la vida presente, es posible gracias a las virtudes teologales: a la fe y a la esperanza vivas, informadas por la caridad. La fe, unida a la esperanza y vivificada por la caridad, «nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo»[11].
La contemplación es un conocimiento amoroso y gozoso de Dios y de sus designios manifestados en las criaturas, en la Revelación sobrenatural, y plenamente en la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo nuestro Señor. «Ciencia de amor»[12], la llama San Juan de la Cruz. La contemplación es un claro conocimiento de la verdad, alcanzado no por un proceso de razonamiento sino por una intensa caridad[13].
La oración mental es un diálogo con Dios. Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" —¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!"[14]. En la vida espiritual, este trato con Dios tiende a simplificarse conforme aumenta el amor filial, lleno de confianza. Sucede entonces que, con frecuencia, ya no son necesarias las palabras para orar, ni las exteriores ni las interiores. Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira![15].
Esto es la contemplación, un modo de orar activo pero sin palabras, intenso y sereno, profundo y sencillo. Un don que Dios concede a quienes le buscan con sinceridad, ponen toda el alma en el cumplimiento de su Voluntad, con obras, y tratan de moverse en su presencia. Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio[16]. Esto puede suceder, como enseña San Josemaría, no sólo en los ratos dedicados expresamente a la oración, sino también mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio[17].
BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo inhabitan en el alma en gracia[18]: somos templos de Dios[19]. Se quedan cortas las palabras para expresar la riqueza del misterio de la Vida de la Santísima Trinidad en nosotros: el Padre que eternamente engendra al Hijo, y que con el Hijo espira al Espíritu Santo, vínculo de Amor subsistente. Por la gracia de Dios, tomamos parte en esa Vida como hijos. El Paráclito nos une al Hijo que ha asumido la naturaleza humana para hacernos partícipes de la naturaleza divina: al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (...) a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abbá, Padre!»[20]. Y en esta unión con el Hijo no estamos solos sino que formamos un cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, al que todos los hombres están llamados a incorporarse como miembros vivos y a ser, como los apóstoles, instrumentos para atraer a otros, participando en el sacerdocio de Cristo[21].
La vida contemplativa es la vida propia de los hijos de Dios, vida de intimidad con las Personas Divinas y desbordante de afán apostólico. El Paráclito infunde en nosotros la caridad que nos permite alcanzar un conocimiento de Dios que sin la caridad es imposible, pues el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor[22]. Quien más le ama mejor le conoce, ya que ese amor —la caridad sobrenatural— es una participación en la infinita caridad que es el Espíritu Santo[23], que todo lo escruta, hasta las profundidades de Dios. Pues ¿quién sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios[24].
Ese Amor, con mayúscula, instaura en la vida del alma una estrecha familiaridad con las Personas Divinas, y un entendimiento de Dios más agudo, más rápido, certero y espontáneo, en profunda sintonía con el Corazón de Cristo[25]. También en el plano humano quienes se aman se comprenden con más facilidad, y por eso San Josemaría recurre a esa experiencia para transmitir de algún modo lo que es la contemplación de Dios; por ejemplo, decía que en su tierra a veces se decía: ¡mira cómo le contempla!; y explicaba cómo ese modo de decir se refería a una madre que tenía a su hijo en brazos, a un novio que miraba a su novia, a la mujer que velaba al marido. Pues así debemos contemplar al Señor.
Pero toda realidad humana, por hermosa que sea, se queda en una sombra de la contemplación que Dios concede a las almas fieles. Si ya la caridad sobrenatural supera en altura, en calidad y en fuerza cualquier amor simplemente humano, ¿qué decir de los Dones del Espíritu Santo, que nos permiten dejarnos llevar dócilmente por Él? Con el crecimiento de estos Dones —Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor filial— crece la connaturalidad o la familiaridad con Dios y se despliega todo el colorido de la vida contemplativa.
En especial, por el Don de Sabiduría —el primero y mayor de los Dones del Espíritu Santo[26]— se nos otorga no sólo conocer y asentir a las verdades reveladas acerca de Dios y de las criaturas, como es propio de la fe, sino saborear esas verdades, conocerlas con «un cierto sabor de Dios»[27]. La Sabiduría —sapientia— es una sapida scientia: un ciencia que se gusta. Gracias a este Don no sólo se cree en el Amor de Dios, sino que se sabe de un modo nuevo[28]. Es un saber al que sólo se llega con santidad: y hay almas oscuras, ignoradas, profundamente humildes, sacrificadas, santas, con un sentido sobrenatural maravilloso: Yo te glorifico, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos[29]. Con el Don de Sabiduría la vida contemplativa se adentra en las profundidades de Dios[30]. En este sentido San Josemaría nos invita a meditar un texto de San Pablo, en el que se nos propone todo un programa de vida contemplativa —conocimiento y amor, oración y vida— (...): que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura y la grandeza, la altura y la profundidad del misterio; y conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento, para que os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3,17-19)[31].
Hemos de implorar al Espíritu Santo el Don de Sabiduría junto con los demás Dones, su séquito inseparable. Son los regalos del Amor divino, las joyas que el Paráclito entrega a quienes quieren amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
POR LA SENDA DE LA CONTEMPLACIÓN
Cuanto mayor es la caridad, más intensa es la familiaridad con Dios en la que surge la contemplación. Hasta la caridad más débil, como la de quien se limita a no pecar gravemente pero no busca cumplir en todo la Voluntad de Dios, establece una cierta conformidad con la Voluntad divina. Sin embargo, un amor que no busca amar más, que no tiene el fervor de la piedad, se parece más a la cortesía formal de un extraño que al afecto de un hijo. Quien se conformara con eso en su relación con Dios, no pasaría de un conocimiento de las verdades reveladas insípido y pasajero, porque quien se contenta con oír la palabra, sin ponerla en práctica, es semejante a un hombre que contempla la figura de su rostro en su espejo: se mira, se va, e inmediatamente se olvida de cómo era[32].
Muy distinto es el caso de quien desea sinceramente identificar en todo su voluntad con la Voluntad de Dios y, con la ayuda de la gracia, pone los medios: la oración mental y vocal, la participación en los Sacramentos —la Confesión frecuente y la Eucaristía—, el trabajo y el cumplimiento fiel de los propios deberes, la búsqueda de la presencia de Dios a lo largo de día: el cuidado del plan de vida espiritual junto con una intensa formación cristiana.
El ambiente actual de la sociedad conduce a muchos a vivir volcados hacia fuera, con una permanente ansia de poseer esto o aquello, de ir de aquí para allá, de ver y mirar, de moverse, de distraerse con futilidades, quizá con el intento de olvidar su vacío interior, la pérdida del sentido trascendente de la vida humana. A quienes hemos descubierto la llamada divina a la santidad y al apostolado, nos debe suceder lo contrario. Cuanta más actividad exterior, más vida para adentro, más recogimiento interior, buscando el diálogo con Dios presente en el alma en gracia y mortificando los afanes de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida[33]. Para contemplar a Dios es preciso limpiar el corazón. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios[34].
Pidamos a Nuestra Madre Santa María que nos obtenga del Espíritu Santo el don de ser contemplativos en medio del mundo, don que sobreabundó en su vida santísima.
Texto de: J. López.
[1] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 238.
[2] San Josemaría, Conversaciones, n. 114.
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 56.
[4] Lc 18, 1.
[5] Clemente de Alejandría, Stromata, 7, 7.
[6] San Gregorio Magno, In Ezechielem homiliae, 2, 5, 19.
[7] Juan Pablo II, Discurso al Congreso «La grandeza de la vida ordinaria», en el centenario del nacimiento del Beato Josemaría, 12-I-2002, n. 2.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1028.
[9] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 12, a. 2, c; y II-II, q. 4, a.1; q. 180, a. 5, c.
[10] 1 Cor 12, 12. Cfr. 2 Cor 5, 7; 1 Jn 3, 2.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 163.
[12] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, cap. 18, n. 5.
[13] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 180, a. 1, c y a.3, ad 1.
[14] San Josemaría, Camino, n. 91.
[15] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 307.
[16] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 296.
[17] Ibidem.
[18] Cfr. Jn 14, 23.
[19] Cfr. 1 Cor 3, 16; 2 Cor 6, 16.
[20] Gal 4, 4-6.
[21] Cfr. 1 Cor 12, 12-13, 27; Ef 2, 19-22; 4, 4.
[22] 1 Jn 4, 9.
[23] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 24, a. 7, c. In Epist. ad Rom., c. 5, lect. 1.
[24] 1 Cor 2, 10-11.
[25] Cfr. Mt 11, 27.
[26] Cfr. Juan Pablo II, Alocución 9-IV-1989.
[27] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 45, a. 2, ad 1.
[28] Cfr. Rm 8, 5.
[29] Mt 11, 25.
[30] 1 Cor 1, 10.
[31] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 163.
[32] St 1, 23-24.
[33] 1 Jn 2, 16.
[34] Mt 5, 8.
En el torrente circulatorio de la sociedad
Supernumerarias y supernumerarios: el rostro más frecuente del Opus Dei.
07/07/2022
Corre el año 61. Han pasado apenas tres décadas desde que Jesús subió al cielo, después de haber confiado a sus discípulos la vertiginosa misión de llevar la alegría del Evangelio hasta el último rincón de la tierra. Tras muchas peripecias, Pablo ha llegado finalmente a Roma, donde es acogido por la incipiente comunidad cristiana. «Permaneció allí un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando todo lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad» (Hch 28,30-31). Con estas palabras se cierra el libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos gustaría que san Lucas hubiese continuado su relato, narrándonos las aventuras de aquellos primeros años de expansión de la joven Iglesia. Pero comprendemos que el evangelista había realizado ya dos grandes gestas: buscar y organizar el material disponible sobre la vida de Jesús, incluida su infancia; y hacer lo mismo con las hazañas de algunos de los primeros apóstoles. Además, aunque san Lucas hubiese querido seguir escribiendo, ¿cómo se podría narrar la historia de la Iglesia desde ese momento?
Como los primeros cristianos
Seguir y relatar la vida de algunas pocas personas es una empresa posible. Pero la difusión que experimenta la fe cristiana en las décadas sucesivas hasta llenar todas «las ciudades, las islas, los poblados, las villas, las aldeas, el ejército, el palacio, el senado, el foro»[1]… ¿Quién puede contar una historia así? A mediados del siglo II, puede escribir Justino que «no hay raza alguna del hombre, llámense bárbaros o griegos, o con otros nombres cualesquiera entre los que no se ofrezca por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre»[2]. ¿Cómo contar este proceso? Sería necesario relatar la vida de cada una de esa infinidad de personas corrientes que encarnaron la fe en Jesucristo y la difundieron a su alrededor, uno a uno, hasta transmitirla a la generación siguiente, formando una larga cadena que llega hasta nosotros.
Con todo, podemos hacernos una cierta idea de aquella revolución callada gracias a las cartas que recoge el Nuevo Testamento, a los escritos de los Padres de la Iglesia, a las actas de los mártires y a las noticias que dan autores no cristianos de la época. Todo este material nos permite vislumbrar la aventura cotidiana de aquellas primeras comunidades, tan parecidas a las nuestras. En ellas, la fe, la esperanza y la caridad se entremezclan con cobardías, traiciones y desalientos; el heroísmo con la mezquindad, la santidad con el pecado. Son los hilos de esas historias los que utiliza la misericordia de Dios para ir entretejiendo la vida de la Iglesia. «Él toma nuestros triunfos y fracasos y teje hermosos tapices»[3].
Solo Dios puede llevar las cuentas de esta historia porque él «conoce lo que hay dentro de cada uno» (Jn 2,25). Podemos dirigirle las palabras del salmista: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno (…). Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi ser aún informe, todos mis días estaban escritos en tu libro» (Sal 139,13-16). Cuando estemos en su presencia y podamos finalmente leer ese gran libro de la historia que Dios va escribiendo, nos maravillaremos ante la vida de tantas personas santas que han dejado obrar al Espíritu Santo en sus vidas. Para dar cauce a ese afán de llevar la alegría del Evangelio a todos, decía san Josemaría en una ocasión: «Yo no tengo otra receta para ser eficaz que la que tenían los primeros cristianos (…). En la vida espiritual tenemos los mismos medios. No hay posibilidad de adelantar. La misma receta: ¡santidad personal!»[4].
La «verdadera historia» de la Obra
En este relato de fidelidad a Dios en medio de las personales debilidades, se inserta, por querer divino, el Opus Dei, que es una «partecica de la Iglesia»[5]. Por eso, quienes intentan contar la historia de la Obra, encuentran esta misma dificultad. «Ocurre con el Opus Dei lo que pasa con un iceberg. Muchas veces se ve la punta, es decir, un aspecto institucional, corporativo o la acción de un individuo con dimensión pública; en cambio, no se percibe la base: la inmensa mayoría de personas que llevan una vida común (…). Hombres y mujeres corrientes que, en su gran mayoría, ni son ni serán noticia: familiares, colegas de trabajo y vecinos que llevan una vida ordinaria y realizan la acción evangelizadora de la Iglesia de forma tan capilar como inadvertida (…). La actividad apostólica de estas personas supera cualquier relación de iniciativas y es incontable, un verdadero “mar sin orillas” que remite a la transmisión de la fe entre los primeros cristianos.
»Gira en torno a la amistad, al codo con codo, al tú a tú entre dos amigos que se aprecian y comparten ilusiones, proyectos y penas en la oficina, en el bar del pueblo después de las faenas del campo, en un programa televisado con una cena, al acabar un partido de pádel, esperando junto con otros padres y madres a que salgan los niños del colegio, en la parada de taxis, en la sala de enfermeras del hospital durante unos minutos de descanso… En el amplio panorama del trato mutuo, un amigo descubre a otro la grandeza y la alegría de saberse hijo de Dios y hermano de los demás hombres»[6]. En estos encuentros de amistad, uno a uno, en lugares y momentos inesperados, es donde se escribe la verdadera historia de la Obra. La lucha por la santidad en las circunstancias más variadas está llamada a percibirse en cualquier persona llamada al Opus Dei, con independencia de la especificidad de su vocación, pero quizás de manera particular en la vida de los supernumerarios. Ellos son «la mayor parte de los fieles del Opus Dei»[7], por lo que constituyen su rostro más frecuente: manifiestan una gran «movilización de santidad»[8] en el mundo, sostenida y dinamizada por los demás fieles de esta familia.
Durante los primeros años empezaron siendo más los numerarios debido, entre otras razones, a la necesidad que tenía san Josemaría de apoyarse en personas que tuvieran la misión específica de disponerse, junto a él, a encender y a mantener viva la llama de la Obra a través de la formación y el gobierno. De esa manera el Opus Dei pudo dar sus primeros pasos en todo el mundo, abriendo un camino querido por Dios para una multitud de personas de toda condición. Al mismo tiempo, san Josemaría reconoció desde el principio la llamada al matrimonio en muchas personas que se acercaban a él, y tenía también para ellos el mismo mensaje de santidad. Por eso, ¡qué gozo tan grande experimentó cuando pudo abrir la puerta en la Obra a los primeros supernumerarios! Estaban allí desde su fundación, pero todavía no había un cauce jurídico para acogerlos en una institución de la Iglesia, con igual importancia que los demás miembros.
San Josemaría nunca dejó de transmitir el mensaje del Opus Dei a personas que no estaban llamadas al celibato. Hasta que finalmente encontró la solución durante un viaje a Milán en enero de 1948. Al regresar a Roma escribió entusiasmado: «Habrá grandes y hermosas sorpresas. ¡Qué bueno es el Señor! (…). Se abre para la Obra un panorama apostólico inmenso (…). ¡Qué ancho y qué hondo es el cauce que se presenta!»[9]. Se hacía realidad así aquel anhelo que el Señor manifestó el 2 de octubre de 1928: que muchas personas, de todas las condiciones, también personas que siguen o desean seguir un camino matrimonial, acogieran la invitación de Dios a santificarse en medio del mundo y llenarlo de su luz, encarnando el espíritu del Opus Dei.
El Opus Dei es cada persona del Opus Dei
«Entre los supernumerarios –escribía san Josemaría, pocos años después de recibir a los tres primeros– hay toda la gama de las condiciones sociales, de profesiones y de oficios. Todas las circunstancias y las situaciones de la vida son santificadas por esos hijos míos, hombres y mujeres, que dentro de su estado y de su situación en el mundo, se dedican a buscar la perfección cristiana con plenitud de vocación»[10]. Plenitud de vocación: eso es lo que el fundador tuvo claro desde el principio. Todo supernumerario está llamado a disponerse para que cada momento de su vida –la familia, el trabajo, el descanso, la vida social– sea obra de Dios; está llamado a contemplar a Dios en todas las cosas y a responder con audacia a su llamada, «más loco por Él que María Magdalena, más que Teresa y Teresita..., más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y Javier»[11]. La santidad a la que están llamados los fieles de la Obra, célibes y casados, es la misma que la de aquellos grandes santos; todos están invitados a encarnar la totalidad de la vocación al Opus Dei, no solamente una parte. Por eso, cada supernumeraria y cada supernumerario pueden hacer suyas aquellas palabras de la beata Guadalupe: «La Obra soy yo misma y no podría ya ser de otra manera. ¡Qué alegría me da sentir esto tan claro y siempre, desde el primer día y cada vez más!»[12].
Esta realidad gozosa ilumina a partes iguales la aventura y la responsabilidad de los supernumerarios: de la misma manera en la que aquel trabajador de la parábola de Jesús recibió los bienes de su señor para que negociara con ellos (cfr. Mt 25,14), quienes reciben esta llamada tienen en sus manos un regalo de Dios para el mundo. No son colaboradores de una tarea que hacen otros. «Esto debería entusiasmar y alentar a cada uno para darlo todo, para crecer hacia ese proyecto único e irrepetible que Dios ha querido para él desde toda la eternidad»[13]. El Prelado del Opus Dei, en su carta sobre la vocación a la Obra, señala que la llamada de los supernumerarios «no se limita a vivir unas prácticas de piedad, asistir a unos medios de formación y participar en alguna actividad apostólica, sino que abarca toda vuestra vida, porque todo en vuestra vida puede ser encuentro con Dios y apostolado. Hacer el Opus Dei es hacerlo en la propia vida y, por la comunión de los santos, colaborar a realizarlo en todo el mundo. O, como nos recordaba en frase gráfica nuestro fundador, hacer el Opus Dei siendo cada uno Opus Dei»[14].
Esto se puede ver, por ejemplo, en la vida de Aurora Nieto, la primera mujer que se incorporó a la Obra como supernumeraria. Era «una joven viuda con tres hijos pequeños, que vivía en Salamanca. Había estudiado Magisterio y estaba pluriempleada para sacar su familia adelante (…). Tenía un deseo callado (…) de hacer apostolado con gente joven, con gente universitaria en medio del mundo (…). Temía que sus obligaciones familiares y económicas lo imposibilitaran, pero [san Josemaría] le aseguró que [en el Opus Dei] había sitio para ella»[15]. Aurora, en conversación con una numeraria amiga suya, relataba así su encuentro con el fundador: «Me dijo el modo cómo, yo desde casa y sin desatender a mis hijos, podía ser admitida y pertenecer a la Obra. Me parece mentira y aunque la idea de estar lejos de vosotras y fuera de las casas [de los centros] me da algo de pena y hasta algo de miedo de no acomodarme bien al espíritu peculiar que el Padre quiere, pero confío en que él sabe y no ha visto en ello inconveniente»[16].
San Josemaría no veía inconveniente porque el espíritu del Opus Dei está precisamente para vivificar el mundo, fuera de las casas, para servir a la Iglesia en las calles, en los hogares de cada uno y cada una, en las reuniones sociales, en el trabajo... «Una vez más afirmo que la vocación al Opus Dei es una vocación contemplativa, de almas que están en medio de la calle por amor de Cristo, haciendo de la calle la celda, pero en un continuo coloquio»[17]. Desde aquellos primeros momentos de su vocación, Aurora comprendió que «el Opus Dei dependía de ella en Salamanca»[18].
La familia y las estructuras sociales
A san Josemaría le ilusionaba mucho la primera convivencia de supernumerarios, así que la siguió muy de cerca. Participó en ella dedicando mucho tiempo a la predicación y habló con cada uno de los participantes, en los que quedaron grabadas a fuego aquellas jornadas. Les habló una y otra vez del espíritu del Opus Dei, dejando claro que el Señor les llamaba a cada uno de ellos a hacerlo vida con la misma plenitud con que lo hacía su fundador. Uno de los participantes, Ángel Santos, recordaba que el mensaje era «santificar al mundo desde dentro con los medios de nuestra vida interior y del cumplimiento de nuestros deberes corrientes de cristianos; ser contemplativos, con naturalidad, en medio de nuestros afanes cotidianos; hacer un apostolado de confidencia, (…) convertir nuestras casas en hogares luminosos y alegres. Y todo con estricta responsabilidad individual –sin aspiraciones representativas, sin tendencias clericales– característica de un laicado maduro»[19].
En los supernumerarios resplandece particularmente la misión de ser sal y levadura que se disuelven en el mundo para, siendo una misma cosa con la masa, sin diferenciarse en nada de ella, dar sabor y consistencia. San Josemaría veía el Opus Dei como una «inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad»[20]. De esta manera, siendo la misma sangre del mundo, su misión consistirá en llenar del espíritu del Evangelio las estructuras sociales; hacer de este mundo un lugar mejor, cada uno desde su pequeño o grande terreno. Al ser el trabajo la actividad a la que una supernumeraria o un supernumerario dedica buena parte de su tiempo, es lógico que gran parte de sus anhelos sean llevar todo el bien posible a aquella profesión, llenarla con la actualidad de Jesucristo, encontrar a Dios en aquel servicio hecho con todo el esmero posible. Por eso, será común que estén a la vanguardia de su ámbito profesional, frecuentando el futuro, empujados por la creatividad del Espíritu Santo.
Al mismo tiempo, para las supernumerarias y los supernumerarios que han recibido la llamada al matrimonio, su familia, con o sin hijos, será el corazón que bombea sangre nueva, el primer campo en donde desplegar la ilusión por ser santos. «La vocación en la Obra como supernumerario se desarrolla en primer lugar en el ámbito familiar (…) –recordaba el Prelado del Opus Dei–. Esta es la herencia que dejáis a la sociedad»[21]. De entre los numerosos caminos que vamos tomando en la vida, san Juan Pablo II señala que «la familia es el primero y el más importante»[22]. Gran parte del futuro de la sociedad se fragua en la formación recibida durante aquellos años de convivencia familiar, tanto en lo que se refiere a la educación en la fe, como al desarrollo de las virtudes necesarias para ser una persona que contribuya al bien de todos. Se trata del núcleo en el que germinan los cambios de futuro en todos los campos: en el ámbito laboral, en la corresponsabilidad dentro del hogar, en el cuidado de los más débiles, en el ámbito educativo, etc. Este servicio, aunque discreto, es quizás el de mayor impacto social. «La familia es el lugar del encuentro, del compartir, del salir de sí mismos para acoger a los otros y estar cerca de ellos. Es el primer lugar donde se aprende a amar»[23].
«Además, estáis llamados a influir positivamente en otras familias –continuaba mons. Fernando Ocáriz, al hablar sobre la vocación de los supernumerarios–. En particular, ayudando a que su vida familiar tenga un sentido cristiano y preparando a la juventud para el matrimonio, para que muchos jóvenes se ilusionen y estén en condiciones de formar otros hogares cristianos, de los que puedan surgir también las numerosas vocaciones al celibato apostólico que Dios quiera. También los solteros y los viudos –y, naturalmente, los matrimonios sin hijos– podéis ver en la familia un primer apostolado, pues siempre tendréis, de un modo u otro, un ambiente familiar que cuidar»[24].
***
La vocación de supernumerario es una manifestación de la madurez del laicado, cuya hora ha sonado en la Iglesia con particular fuerza en el último siglo. Cuando san Josemaría y el beato Álvaro llegaron a Roma para buscar un cauce jurídico para la Obra, les dijeron que llegaban con un siglo de antelación, particularmente cuando plantearon la vocación de los supernumerarios. Mucho se ha avanzado desde entonces en la comprensión de la vocación del laico, pero encarnar esta maravilla sigue siendo un desafío, una misión entusiasmante. La vocación al Opus Dei es una gracia muy grande de Dios para contribuir a esta misión en la Iglesia, como testimonia la vida de tantos fieles supernumerarios y supernumerarias de la Obra. De algunos de ellos se ha iniciado el proceso para reconocer la santidad de su vida; de la inmensa mayoría muy posiblemente no se iniciará, pero ni un solo gesto de esa fidelidad cotidiana al amor de Dios escapa a nuestro Padre del cielo. Son hazañas que no recogerá ninguna página de papel ni digital, pero sí el único libro que cuenta, ese que va escribiendo Dios y del que nadie las podrá borrar. Y quienes las presencien agradecerán cada día al Señor, como hacemos nosotros, «la fidelidad de tantas mujeres y de tantos hombres que nos han precedido en el camino y nos han dejado un testimonio precioso»[25].
[1] Tertuliano, Apologético, 37.
[2] San Justino, Diálogo con Trifón, 117.
[3] Francisco, Christus vivit, n. 198.
[4] San Josemaría, Notas tomadas de la predicación oral, 29-II-1964.
[5] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[6] José Luis González Gullón – John F. Coverdale, Historia del Opus Dei, Madrid, Rialp 2021, pp. 594-595.
[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 23.
[8] Cfr. san Josemaría, Surco, n. 962.
[9] San Josemaría, Cartas 18-I-1948, 29-I-1948 y 4-II-1948. Citado en Luis Cano, “Los primeros supernumerarios del Opus Dei”, Studia et Documenta, vol. 12, 2018, pp. 256-257.
[10] San Josemaría, Cartas 29, n. 10.
[11] San Josemaría, Camino, n. 402.
[12] Beata Guadalupe Ortiz de Landázuri, Carta 28-V-1959, en Letras a un santo, 2018, p. 112.
[13] Francisco, Gaudete et exsultate, n. 13.
[14] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 25.
[15] Inmaculada Alva – Mercedes Montero, El hecho inesperado, Rialp, Madrid 2021, pp. 194-195.
[16] Ibíd., p. 195.
[17] San Josemaría, Homilía, 26-X-1960.
[18] Inmaculada Alva – Mercedes Montero, El hecho inesperado, p. 195.
[19] Luis Cano, “Los primeros supernumerarios del Opus Dei”, p. 274.
[20] San Josemaría, Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra, n. 42.
[21] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 24.
[22] San Juan Pablo II, Carta a las familias, 2-II-1994.
[23] Francisco, Homilía, 25-VI-2022.
[24] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 24.
[25] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 5.
La ausencia de Dios genera soledad en los jóvenes
Amplios e influyentes sectores de nuestra sociedad, afrontan su futuro personal y social como si Dios no existiese y no hubiese intervenido para nada en la historia humana. La consecuencia de esta “cerrazón inmanentista es la soledad del hombre: sin Dios se queda solo”
El Cardenal Antonio María Rouco Varela, ex-Arzobispo de Madrid, afirmó tiempo atrás, que ante una sociedad de espaldas a Dios, los jóvenes
“sienten más vertiginosamente esa soledad existencial que les rompe y desanima por dentro y los pierde por fuera”.
Juan Donoso Cortés
El Papa Juan Pablo II no dudó en hablar de la «apostasía silenciosa” de los europeos; el Papa Benedicto XVI, del triunfo del relativismo ético; los obispos españoles, de la secularización interna de la Iglesia.
El Arzobispo explicó que
«las jóvenes generaciones son las que sufren en sus vidas más fuertemente el impacto de esa corriente de pensamiento, de cultura y de vida, radicalmente laicista, que vuelve a caracterizar a amplios e influyentes sectores de nuestra sociedad, que no tienen reparos en afrontar su futuro personal y el futuro de la historia común como si Dios no existiese y no hubiese intervenido para nada en la historia humana». La consecuencia de esta “cerrazón inmanentista es la soledad del hombre: sin Dios se queda solo”, precisó el Cardenal». Madrid, 05 Dic. 06 (ACI)
Estas afirmaciones nos llevan a citar un trecho brillante de la obra del famoso polemista Juan Donoso Cortés (1809-1853), quien ya se preocupaba de este fenómeno y sus efectos en su “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”.
«Al compás mismo con que se disminuye la fe, se disminuyen las verdades en el mundo; y por esa causa la sociedad que vuelve la espalda a Dios ve ennegrecerse de súbito, con aterradora oscuridad, todos sus horizontes. Por esta razón, la religión ha sido considerada por todos los hombres y en todos los tiempos como el fundamento indestructible de las sociedades humanas (…)
«Según Jenofonte (sobre Sócrates), las ciudades y naciones más piadosas han sido siempre las más duraderas y más sabias”. Plutarco afirma que es cosa más fácil fundar una ciudad en el aire que constituir una sociedad sin la creencia en los dioses”. Rousseau, en el Contrato social (1.4 c.8), observa que jamás se fundó Estado ninguno sin que la religión le sirviese de fundamento. Voltaire dice (Tratado de la tolerancia c.20) que «allí donde hay una sociedad, la religión es de todo punto necesaria”.
Todas las legislaciones de los pueblos antiguos descansan en el temor de los dioses. Polibio declara que ese santo temor es todavía más necesario que en los otros en los pueblos libres.
«Entre los pueblos de la antigüedad, el romano fue el más grande, cabalmente porque fue el más religioso. Como César hubiera pronunciado un día en pleno Senado ciertas palabras contra la existencia de los dioses, luego al punto Catón y Cicerón se levantaron de sus sillas para acusar al mozo irreverente de haber pronunciado una palabra funesta a la República.
Las ciudades y naciones más piadosas han sido siempre las más duraderas y más sabias
«Cuéntase de Fabricio, capitán romano, que, como oyese al filósofo Cineas mofarse de la divinidad en presencia de Pirro, pronunció estas palabras memorables: ‘Plegue a los dioses que nuestros enemigos sigan esta doctrina cuando estén en guerra con la República'».
El abandono de los Mandamientos y la desintegración de la familia
«La disminución de la fe, que produce la disminución de la verdad, no lleva consigo forzosamente la disminución, sino el extravío de la inteligencia humana. Misericordioso y justo a un tiempo mismo, Dios niega a las inteligencias culpables la verdad, pero no les niega la vida; las condena al error, mas no a la muerte.
«Por eso, todos hemos visto pasar delante de nuestros ojos esos siglos de prodigiosa incredulidad y de altísima cultura, que han dejado en pos de sí un surco, menos luminoso que inflamado, en la prolongación de los tiempos, y que han resplandecido con una luz fosfórica en la Historia.
«Poned, sin embargo, en ellos vuestros ojos; miradlos una vez y otra vez, y veréis que sus resplandores son incendios y que no iluminan sino porque relampaguean. Cualquiera diría que su iluminación procede de la explosión súbita de materias de suyo oscuras, pero inflamables, más bien que de las purísimas regiones donde se engendra aquella luz apacible, dilatada suavemente en las bóvedas del cielo, con soberano pincel, por un pintor soberano”.
Trabajo-diversión y trabajo-heroísmo
Una visión del trabajo evidentemente mentirosa, muy en voga en los años ’60. Todo trabajo exige esfuerzo. Y el esfuerzo cansa, pesa y desgasta.
Nuestra época tiene un horror fundamental a todo sufrimiento, lo que conduce a ocultar el dolor y presentar el Universo como un paraíso de delicias.
Fisonomías totalmente distendidas. Sonrisas en todos los labios.
Actitudes que expresan un alto grado de bienestar físico y psíquico. Los trajes en colores grises claros y discretos refuerzan esa impresión.
¿Que hacen estos jóvenes?Si estuviesen en un salón de té o en un salón “cursi”, su actitud no sería diferente. Pero ¿que es esta mesa? ¿Juegan en ella algún nuevo y extraño juego que les da tanta y tan distendida distracción? Lejos de esto. Son obreros que trabajan en una fábrica…
Esta visión del trabajo es evidentemente mentirosa. Todo trabajo exige esfuerzo. Y el esfuerzo cansa, pesa y desgasta. Ahora bien, en esta fotografía precisamente las ideas de cansancio, peso y desgaste están enteramente eliminadas. Se diría que no existió el Pecado Original, y que el sudor “ese terrible símbolo del esfuerzo penoso” no es inherente al trabajo.
Claro está que en circunstancias especiales la actividad profesional puede ser sumamente apacible y distendida. Pero esas circunstancias son efímeras. Por poco que el trabajo se prolongue o se repita, el cansancio y la impresión penosa de lucha comienzan a aparecer.
Que un diseñador haya resuelto presentar bajo esa falsa luz el trabajo, no es cosa de mayor monta. Lo importante está en que su diseño es expresión típica de una tendencia muy generalizada en nuestra época: un horror fundamental a todo sufrimiento que conduce a ocultar el dolor y presentar el Universo como un paraíso de delicias.
Entender la angustia del hombre contemporáneo
El dolor sería principalmente producto subjetivo de la mente. Si el hombre sonriese delante de todo habría eliminado el sufrimiento, si no totalmente, al menos en grandísima medida.
De ahí viene la famosa frase: aunque se quiebre la pierna, continúe sonriendo.
Es esta concepción de la vida, fútil, falsa, que engaña sólo a los tontos, lo que la fotografía expresa. Ella se resume en dos palabras: neopaganismo naturalista.
* * *
Rostro alargado, trazos finos y firmes, la mirada penetrante y decidida, sosteniendo con vigor varonil un gran remo, este pescador vasco tiene una ruda profesión en que su alma se modeló y dignificó.
Subyacente a la fisonomía de este trabajador y al ambiente que ella trae consigo, está toda una concepción católica del trabajo y del dolor
En todo el sentido de la palabra él es un hombre. Un hombre que tiene la altanería caballeresca de un verdadero cristiano, de un católico auténtico.
Toda su personalidad está marcada por el esfuerzo, por la lucha, por el riesgo. Se ve que innumerables veces enfrentó los furores o las traiciones del océano y los dominó. Y que está totalmente dispuesto a una serie incontable de otras empresas audaces.
Subyacente a la fisonomía de este trabajador y al ambiente que ella trae consigo, está toda una concepción católica del trabajo y del dolor.
El sufrimiento existe. Pero es un don admirable de Dios para que el hombre, auxiliado por la gracia temple y eleve su personalidad. San Francisco de Sales llamaba al sufrimiento el octavo sacramento.
Ocultar el dolor es esconder uno de los más nobles e importantes aspectos de la existencia. Si se analiza bien la vida, se verá que casi toda o toda la belleza que ella contiene resulta de un dolor nítidamente previsto y noblemente soportado hasta el final.
¿Que sería de este pescador sin las grandes luchas de su existencia? ¿No son ellas su genuina y rutilante gloria?
Es obvio que sin el auxilio de la gracia, el hombre no puede soportar rectamente y en su totalidad los esfuerzos y sacrificios de mil géneros que la vida impone.
Pero cuando el alma corresponde a la gracia, ella es capaz de esa gran y gloriosa conformidad con el dolor. De ahí la concepción católica del trabajo en que precisamente lo que este tiene intrínsecamente de más bello está en ser penoso.
Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 05 Junio 2022
Es bonito ver que hay otro modo de entender la vida y comprobar lo atractiva que es
Aprovechando la feria he pasado unos días en la sierra de Cazorla en un campamento con chavales. El contacto con la naturaleza, el fresquito y sobre todo el comportamiento de los chicos ha sido como un soplo de aire fresco. He comprobado que un buen ambiente y educación llenan el huerto de buenos frutos. Los chicos han hecho deporte, excursiones, juegos…, pero también han colaborado en el orden y la limpieza, en el servicio del comedor. Se han preocupado de los demás. Han rezado el rosario y asistido a misa. Han tenido charlas de formación en virtudes y temas culturales. Lo han pasado en grande. Eso sí, los monitores, que eran estupendos, se han volcado. Es bonito ver que hay otro modo de entender la vida y, mejor todavía, comprobar lo atractiva que es: llena los corazones y entusiasma.
Esta actividad la organiza la Asociación Juvenil Trassierra, que junto a otros clubes juveniles nacieron por inspiración de san Josemaría para apoyar a las familias en el empleo del tiempo libre de sus hijos. Miles de chicos y chicas acuden semanalmente a estas asociaciones para disfrutar de actividades deportivas, lúdicas, culturales y de formación cristiana.
El viernes por la tarde se incorporaron una docena de padres de los chicos. La estrecha convivencia de chavales, monitores y padres facilitó momentos entrañables y fue muy formativa. La larga excursión del sábado por el recién nacido Guadalquivir, en la que no faltaron los baños en las frías pozas, fue una buena demostración de reciedumbre y compañerismo. Una ocasión formidable para admirar la naturaleza y respetarla.
Estamos en Pentecostés y me viene a la mente la canción de Mocedades: “Toda mi esperanza, eres tú, eres tú / Como lluvia fresca en mis manos / Como fuerte brisa, eres tú, eres tú / Así, así, eres tú”. Cada vez estoy más convencido del poder transformador del amor frente a las múltiples reivindicaciones en las que nos perdemos. Hay otro modo de ver la vida, de enfocarla que es “como lluvia fresca”, como “fuerte brisa” cuando se opta por el amor verdadero.
Estoy leyendo el libro Presente, de Alessandro D’Avenia. Un profesor invidente se hace cargo de una clase especialmente difícil. Hablando con Patricia, la bedel que conoce a todos, le pregunta si los chicos tienen arreglo. La respuesta es: “hay que quererlos más de lo que son capaces de quererse ellos mismos”. Sabio consejo que el Espíritu Santo pone en boca de Patricia. Es el amor quien transforma, la piedra filosofal que cura todas las heridas.
Al hablar de la venida del Espíritu Santo, que es el Amor, es un clásico referirse a los dones y frutos que nos regala. Los dones, según Isaías, son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Los frutos son más numerosos, doce: la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la longanimidad, la bondad, la benignidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, la continencia y la castidad. Vivir enamorados, llenos del amor que procede de Dios, nos hace felices y especialmente amables a lo demás. Cuando aceptamos estos dones y frutos del Amor brillamos de un modo especial.
Ver las cosas con sabiduría es un soplo de aire fresco. Dice san Josemaría: “Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida”. Este nos ayuda a conocer la realidad de las cosas, de los acontecimientos. No se queda en las apariencias. El que lo posee no se deja engañar, no cae en el desaliento o el desánimo.
“Conócete a ti mismo” reza el aforismo del templo de Apolo en Delfos. Es la primera consecuencia de la sabiduría. El sabio construye un relato de su vida, sabe explicarse quién es, de dónde viene y a dónde irá. Conoce y ama al mundo que sabe que es bueno y viene de Dios. Se siente hijo de Dios. Reconoce la grandeza del que tiene delante. Hace proyectos y sueña. Siembra porque sabe que recogerá.
“Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios”. Sigue afirmando san Josemaría, que también nos dice: “Amad a la Tercera Persona de la Trinidad Beatísima: escuchad en la intimidad de vuestro ser las mociones divinas −esos alientos, esos reproches−, caminad por la tierra dentro de la luz derramada en vuestra alma: y el Dios de la esperanza nos colmará de toda suerte de paz, para que esa esperanza crezca en nosotros siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo”.
Juan Luis Selma
Ateísmo filosófico y religión progresista
Escrito por Domingo Bianco Fernández
Publicado: 18 Junio 2022
1. Hegel o la critica religiosa de la religion
Comenzar por un esquemático recordatorio de la crítica hegeliana de la religión tiene, un interés superior al meramente histórico, puesto que abandonar el cobijo idealista le está resultando al pensamiento actual mucho más difícil de lo que se cree.
Si los hombres aceptan someterse a Dios como a su Amo absoluto y entregan de ese modo su libertad es, enseñaba Hegel, por miedo a la muerte y como precio por el consuelo de soñar una vida en el Bien eterno. Los hombres no nos veremos libres de amos humanos o del Amo divino mientras no aceptemos resueltamente el hecho inexorable y definitivo de nuestra propia muerte.
Pero Hegel no detuvo su filosofía en el análisis de ésta que él llama «conciencia desgraciada», sino que en su sistema dialéctico general integró «lo negativo» como un momento esencial, como el motor que impulsa la historia humana hacia el fin positivo del Espíritu absoluto. El propio Hegel sostiene expresamente que la síntesis de lo particular y de lo universal que Cristo representaba en cuanto Dios (universal) hecho carne (particular) debe efectuarse, aunque no después de la muerte, sino ahora y por nuestra acción; no en la trascendencia fantástica de lo sobrenatural, sino en la inmanencia. del Concepto que se encarna en el Estado moderno, en cuanto cónciliador que la justa organización social (lo universal) y de la libertad de los individuos y grupos particulares.
Al traducir a conceptos las representaciones imaginativas de la religión, la crítica idealista proyecta la infinidad divina sobre el plano de una estatolatría monista. El Espíritu absoluto, la idea de la idea (Noesis noeseós), la síntesis superadora de acción y pensamiento, de realidad y concepto, de naturaleza y espíritu, de vida y muerte, los alcanzaría la Historia en una Razón absoluto manifestada como Razón de Estado.
La crítica idealista de la religión se convierte así, como decía Feuerbach antes de Marx, en un sucedáneo de la religión, en una soteriología intramundana, en la última astucia de la razón para consolar a los hombres de su condición indigente.
2. Marx o el idealismo subyacente a una filosofía de la praxis
Es bien sabido que Marx entiende por religión la ideología segregada por un organismo enfermo. En un mundo material que separa al hombre de sí mismo y le impide realizarse, el hombre proyecta su realización al cielo imaginario de la religión y crea la idea de un Dios creador de todo, incluído el hombre. Al producir la idea de Dios, el hombre se rebaja a considerarse producto de su producto.
Desde Fichte hasta los neohegelianos de izquierda, todo el idealismo alemán ha concebido al hombre como productor en la aceptación más radical: en la de libertad creadora, y ha rechazado apasionadamente la heteronomía del hombre. La producción humana no podría venir determinada por ninguna instancia superior, declaraban los idealistas, porque cualquier idea de un orden divino o sobrenatural es, como tal idea, un producto humano Max Stirner, el último y más radical neohegeliano, escribió El único y su propiedad para proclamar la absoluta soberanía del yo humano y prevenir el riesgo de que el individuo paralice, al objetivarse en su creatura, el dinamismo activo y creador que constituye la verdadera vida.
¿Dice lo mismo la crítica marxiana? En absoluto. Las ideas de Stirner y demás familia idealista le parecen «fantasías inocentes y pueriles». ¿Por qué? Porque no se libera a los hombres sólo por descargarles de sus fantasmas cerebrales. Eso sería tan ridículo, dice Marx, como suponer que para no caer en el vacío baste quitarse de la cabeza la idea de gravedad. .
No es sólo el pensamiento lo que está por liberar, porque no hay otro pensamiento que el de los individuos de carne y hueso y si éstos no son libres en la realidad tampoco lo será su pensamiento.
La ideología (por ejemplo, la religión o la economía política) es el mundo al revés puesto que convierte a los productos (Dios o el capital, respectivamente) en productore del productor (el hombre), pero lo que pone cabeza abaJo el mundo de la ideología no es ningún error de pensamiento, sino el vuelco histórico por el que el producto material del trabajo, convertido en capital, se expropia la producción misma, transformando al trabajo en mercancía. El fetichismo religioso es un reflejo del fetichismo de la mercancía que expresa, a su vez, la inversión de la relación productor-producto en el orden prácticomaterial.
La crítica marxiana del idealismo no se funda en una filosofía de la historia; lo que ya era el idealismo hegeliano, sino en una filoso/fa de la praxis que obliga a trascender incluso los planteamientos históricos y el concepto de historia:
«La primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se encuentren, para hacer historia, en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, cobijarse bajo techo, vestirse y algunas cosas más (... ). La producción de la vida material es una condición fundamental de toda historia que lo mismo hoy que hace miles de años necesita cumplirse todos los días y a todas horas simplemente para asegurar la vida de los hombres (...). La satisfacción de esta primera necesidad (...) conduce a nuevas necesidades y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico» (1).
Nunca desarrolló Marx esta filosofía de la práctica que La ideología alemana y las Tesis sobre Feuerbach anuncian. Pero hasta sus escritos finales, el último fundamento de la ciencia marxiana, del «materialismo histórico» entero, es la filosofía que afirma la irreductible prioridad de un orden práctico cuyo núcleo de exigencias es anterior a la historia, invariable y fijo. Todavía el escrito de 1880 contra el economista Wagner insiste en la primicia de esa Praxis que es el terreno originario de la verdad del conocimiento y del lenguaje:
«Los hombres no comienzan de ningún modo por encontrarse a sí mismos en una relación teórica con las cosas del mundo exterior sino, a ejemplo de codo animal comienzan por comer, beber, etc., es decir, comienzan por comportarse activamente y apoderarse de ciertas cosas por la acción, satisfaciendo así sus necesidades. Más tarde, designarán esas cosas mediante un lenguaje según les aparece en función de su experiencia práctica» (2)
No niega Marx que la validez lógica y metodológica de cualquier construcción teórica guarde un valor autónomo, mensurable por criterios meramente especulativos, pero sí sostiene que la verdad objetiva del conocimiento, es decir, de toda teoría que sea más que tautoló gica, sólo puede probarse en y por la práctica (Tesis 2 sobre Feuerbach). La teoría jamás podrá reducir la heterogeneidad de sus fundamentos práctico-materiales y es en la pretensión contraria en lo que radica el carácter ilusorio del idealismo.
¿Cómo es posible que hayan caído en el vacío cien años de insistencia en lo definitivamente inconmensurable de los dos órdenes y continúe hoy generalizada la creencia de los intelectuales en un acercamiento asintótico del orden teórico al orden real? ¿Por qué el idealismo resurge una y otra vez con la misma fuerza, como si fuese inmune a la crítica? ¿No se topa aquí con una dificultad inherente a la índole misma del pensamiento en su espontáneo ejercicio de la reflexión?. En efecto, criticar al idealismo equivale a pedir a la razón que se acepte heterónoma y esto es lo mismo que exigir a la razón que sospeche de la evidencia que al reflexionar se ofrece así misma. En la fascinación de la autoconciencia, el pensamiento, «que no se ve venir, que se ve ser» (según la expresión certera del poeta), olvida o rechaza su dependencia para con lo inconsciente material de que resulta. Como decía Meyerson, «la razón no tiene más que un medio de explicar lo que no viene de ella y es reducirlo a la nada» (3).
Reconocer la primacía de la práctica exigía una reforma tan completa y enérgica del entendimiento filosófico-histórico que ni Marx ni nadie hubiera podido recti ficar de un golpe toda la carga de su formación idealista: ideas, creencias, expectativas y postulados. La consiguiente diplop fa filosófica marxista vamos a examinarla, para empezar, en posiciones idealistas de Engels y Lenin, señaladas por diversos autores marxistas, para remontar después al origen de esas inconsecuencias en el pensamiento de Marx.
(Sea dicho entre paréntesis, los marxólogos tendrían un inagotable tema de estudio en la degradación que el marxismo padece desde su fundador a los epígonos, degradación que, obviamente, no se detiene en Engels y Lenin. Los fundadores del socialismo español, por ejemplo, aprendieron marxismo en las simplificaciones francesas -que sacaban de quicio a Marx y le llevaban a exclamar repetidamente: «yo no soy marxista»- de Guesde y Lafargue, autor este último de un libro cuyo título, «El derecho a la pereza», había de resultar premonitorio para tantos dirigentes dispuestos a casi todo menos a leer El Capital. Luis Araquistáin creía elogiar a Marx afirmando:
«El marxismo es lo más opuesto a la ciencia». Y el más grande intelectual del socialismo español, Julián Besteiro ensalzaba la posición filosófica de Marx calificándolo de idealista: «El marxismo es una posición idealista (... ) que ve la luz de las ideas y no otra luz cualquiera... » (4). Como en el socialismo español, éstos que ponían a Marx cabeza abajo, Araquistáin y Besteiro eran, a su vez, los maestros, calcúlese la comprensión que discípulos y militantes rasos demostrarán hacia el que quiere simplemente poner a Marx de pie, sobre todo si tenemos en cuenta que, a medida que desciende el nivel teórico, suele aumentar la virulencia del dogmatismo).
Pues bien, Engels concibe la unidad de la naturaleza y el espíritu en un sistema monista que constituye, como el de Hegel, un «espiritualismo de la sustancia». Es Gustavo Bueno quien establece la comparación en sus Ensayos materialistas, y de esto a compárarlo con un teólogo no hay más que un paso. En efecto, Engels interpreta la unidad teleológica del Universo como una construcción progresiva del espíritu a partir de la naturaleza, es decir, de un modo extraordinariamente similar a Teilhard de Chardin, para quien la evolución natural es un camino de convergencia hacia la concordia universal, cristocéntrica, del «punto Omega» (5).
Si Gustavo Bueno acierta y Engels fue un precursor de Teilhard, ¿cómo negar que el cristianismo sea compatible con el marxismo? Así lo quieren demostrar en un reciente documento sobre Fe cristiana y materialista marxista los teólogos José María Díez-Alegría y Reyes Mate, junto a Carlos Jiménez de Parga y José Luis Fernández, confirmando las conocidas posiciones de García Salve Comín, Miret Magdalena y tantos otros. Con el debido respeto a las personas hay que decir que llevan al límite la confusión. Porque la compatibilidad no es la del cristianismo con el materialismo marxista, como ellos pretenden, sino con los componentes idealistas del progresismo marxista que son precisamente incompatibles con el materialismo de cualquier filosofía de la praxis. Con el anterior y con lo que sigue creo dar cumplida razón de por qué la pretensión de los cristianos marxistas es filosóficamente disparatada, pero también de por qué ese equívoco tiene una larga vida por delante.
Sobre el idealismo de Engels y Lenin ya era revelador, sin más, que ambos designaran a todo lo real material con el término kantiano de «cosa en sí» e incluso lo declarasen absolutamente reductible a conocimiento. Proyectaban así el orden de la praxis al plano de la objetividad y dejaban de consideralo heterogéneo. Entre el fenómeno y la cosa en sí -escribía Lenin glosando a Engels- no hay otra diferencia que la de lo conocido frente a lo que aún no lo es (6). Cierto que, a diferencia de Hegel, Engels y Lenin no consideran ya realizado el saber absoluto con ellos mismos, sino que remiten al infinito desarrollo de la ciencia Ia identidad de los dos ordenes, material e ideal. Pero ¿quién es el teólogo que no ha remitido al infinito la unidad suprema? Que el infinito se entienda en acto o en potencia no modifica el idealismo de la posición. Si todo lo que existe será objeto de concepto, la filosofía de Engels y Lenin es un idealismo conjugado en tiempo futuro, un especie de idealismo diferido que postula, como todo idealismo, la realización de una Razón absoluta en una teleología histórica orientada hacia un polo positivo superador de injusticias, contradicciones y conflictos y reductor del Mal. Es esta pseudo-teología lo que funciona como encubierto fundamento de la llamada ideología «progresista», la cual apoya así su declarada voluntad racionalista en representaciones imaginativas que no dan expresión más que al orden pre-racional del sentimiento. Un progresismo cuasi-religioso, es decir, pre-científico y pre-filosófico no es un progresismo, sino una nueva figura del oscurantismo y de la reacción. Desde la atalaya de 130 años transcurridos no puede resultarnos más certera la advertencia que dirigió Proudhon a Marx en carta de 17 de mayo de 1846:
«No nos hagamos los jefes de una nueva intolerancia, no nos convirtamos en apóstoles de una nueva religión, aunque ésta fuese la religión de la razón» (7).
Hoy son los «eurocomunistas» quienes denuncian desde dentro la condición eclesial o cuasi-religiosa del movimiento marxista. Por ejemplo, Santiago Carrillo, quien declaraba el 30 de junio de 1976 en la Conferencia de PC europeos celebrada en Berlín:
«Era como si los comunistas tuviéramos una nueva Iglesia con nuestros mártires y nuestros profetas; durante años, Moscú ha sido nuestra Roma. Nosotros hablábamos de la gran revolución de Octubre como de nuestra Navidad. Era nuestro período de infancia» (8).
Carrillo se expresaba en tiempo pasado porque en las autocríticas es casi inevitable. Y efectivamente, entre tantos signos del pasado, cómo olvidar la insistencia machacona de Stalin en afirmar que la edificación del socialismo es, por encima de todo, una cuestión de Fe; o aquel estigma con que se fulminaba a los militantes arrepentidos, el mismo que se empleaba contra los sacerdotes que volvían al siglo: «renegados». Pero cómo ignorar además, entre tantos signos del presente, que el PCUS sigue declarando el marxismo-leninismo «doctrina inmortal e invencible», lo que vale como una muy correcta definición de Dogma; o que los tribunales de justicia soviéticos continúan condenando las ofensas a Lenin o a la Revolución como «blasfemias» y «sacrilegios» (9).
¿Este presente es únicamente el de la URSS? Si los dirigentes latinos reconocen su error anterior ¿no es innecesario insistir desde el punto de vista filosófico? No lo creo. Supongamos que el eurocomunismo desea sinceramente la renuncia al espíritu religioso. Supongamos incluso que la renuncia a la «dictadura del proletariado» no quede neutralizada, anulada por la conversación del «centralismo democrático». ¿Se habría superado por eso el idealísmo marxista? Porque si el idealismo sigue en pie, no se podrá evitar que los militantes continúen hablando y actuando como hombres de Iglesia.
Sólo cabe una respuesta: es imposible superar un error que no se ha reconocido, que ni siquiera parece barruntarse, y que podría formularse así:
Cuando Marx afirma, contra todo fetichismo, la autonomía del hombre de carne y hueso, prejuzga a renglón seguido una autoidentidad humana expresable en razón científica, con lo que su posición materialista bascula hacia el hombre el postulado de una autonomía de la Razón que contradice precisamente la primacía materialista del orden práctico. Es verdad que la no-heteronomía del orden práctico excluye la heteronomía de la Razón para con cualquier presunta realidad trascendente o sobrenatural por ella ideada, pero está implicando otra heteronomía distinta: la de la Razón con respecto a la Praxis misma. Aquí radica, a mi juicio, la fuente de las inconsecuencias y contradicciones marxistas.
Si ésta fuese una opinión personal, poco podría contar para un movimiento como el marxista en el que, justo por lo que tiene de cuasi-religioso, se concede una importancia decisiva a los argumentos de autoridad. Resulta por eso poco menos que obligada la estrategia de expresarse con palabras cargadas de más autoridad que las propias.
Por ejemplo las de G. Gottier en su libro sobre El ateísmo del joven Marx, donde muestra cómo el término de «alienación» que Marx recibe de Hegel, lo había tomado éste de la Epístola paulina a los Filipenses en la traducción de Lutero. San Pablo escribía (Flp 2, 6-9):
«Cristo, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios; antes bien, se vació de sí mismo (se anonadó) tomando la condición de esclavo (...) y una vez reconocido como hombre se humilló, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le ha elevado a lo más alto y le ha gratificado con el nombre que está por encima de todo nombre para que ante él doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Cristo es Señor...».
La palabra «Kenosis » dice en griego el acto por el que Cristo se aniquila y asume la humanidad hasta la muerte y sólo así reconquista la positividad absoluta. Este esquema de la kenosis pasa al idealismo alemán como esquema dialéctico (afirmación, negación, negación de la negación) a través de la traducción que del esquema de la kenosis propuso Lutero utilizando el término Entaüsserung: alienación (10).
Hegel esperaba que el Estado moderno efectuase la síntesis de lo particular y de lo universal representada en la figura del Dios hecho carne. Para Marx, en cambio, es el proletariado el que debe llegar como la persona de Cristo hasta el fondo del sacrificio y de la negación de sí mismo para poder así, y por eso, elevarse hasta su plena y soberana realización. Es la misma síntesis religiosa de lo particular y de lo universal la que Marx declara realizable en esa clase social que «por ser la pérdida total del hombre sólo puede ganarse así misma mediante la recuperación total de hombre» (11).
Una crítica idealista de la religión se yuxtapone a la crítica materialista en los escritos de Marx, íncluído El Capital, donde escribe:
«El reflejo religioso sólo desaparecerá para siempre cuando las condiciones de la vida diaria representen para los hombres relaciones claras y racionales entre sí y con respecto a la naturaleza» (12).
«Bien largo me lo fiáis», podrían comentar hoy los dirigentes del Este. Si la religión no desaparecerá hasta que la vida diaria se vuelva racionalmente transparente, hay religión para rato. Esa imagen marxiana de un futuro hombre racional que, al realizarse plenamente, ni siquiera necesitará soñar por las noches, no era un concepto científico, sino precisamente un sueño, el del «hombre total», a la vez cazador, pescador, intelectual, gobernante, obrero y campesino, individuo desarrollado en su totalidad y capaz de hacer frente a las exigencias más diversificadas del trabajo (13). Que el hombre total sea el símbolo de lo que nos falta no basta para legitimar científicamente esa expectativa ni la que lleva aparejada de una abolición de la división social del trabajo en tareas de mando y tareas de ejecución, en manual e intelectual, vexata quaestio que los teóricos marxistas hacen lo posible por soslayar.
Excepción honrosa, Leszek Kolakowski acaba de hacer frente a ese tabú para revelar en profundidad el idealismo que subyace a la expectativa marxiana de unidad entre la sociedad política y la sociedad civil, expectativa que no es sino otro aspecto de la creencia en el «hombre total» y que Kolakowski caracteriza como «mito de la autoidentidad humana» (14).
El ateísmo de la filosofía de la praxis coexiste en Marx con una soteriología intramundana que pone toda su fe y su esperanza en una sociedad futura en la que no sólo quedará curada la escisión entre las funciones sociales y personales, políticas y privadas, sino también la división entre el sujeto y el objeto del proceso histórico (las relaciones sociales serán transparentes, los individuos asociados controlarán sus procesos vitales, etc.), la división entre los deseos y los deberes e incluso, concluye profundamente el ex-profesor de la Universidad de Varsovia, la división entre la esencia y la existencia.
Contra los enemigos de esa ideal sociedad positiva sin opresores ni oprimidos, en la que «manarán a caño libre las fuentes de la riqueza colectiva» y se habrán superado la injusticia y el crimen, y en nombre de esa definitiva victoria sobre el Mal, Marx justificaba incondicionalmente el terrorismo revolucionario (véase el Neue Rheinische Zeitung de 7 de noviembre de 1848 y 18 de mayo de 1849) y Stalin recomendaba a su policía, desde 1937, la aplicación sistemática de la tortura. ¿No eran medidas consecuentes? ¿La Iglesia no se permitía acaso torturar y tostar herejes porque aun los tormentos más atroces no eran nada en comparación con la salvación eterna que sólo la propia Iglesia administraba? Si la voz de la Iglesia era la palabra de Dios, el hereje, como el ateo, no podía ser sólo un hombre equivocado; tenía que ser o un loco a quien encerrar o un pecador enemigo de Dios al que se eliminaba para que no siguiera conspirando contra los planes divinos. En estricto paralelo, si una organización política expresa el conjunto de intereses reales de los trabajadores, los disidentes, aún cuando subjetivamente pueden equivocarse de buena fe, no pueden ser, objetivamente considerados, más que cómplices de los explotadores y enemigos del pueblo, es decir, alimañas a las que exterminar sin más argumentaciones, porque su misma inhumanidad les excluye de merecer trato humano. En ambos casos, tanto para el cristiano como para el militante progresista, ser o no ser hombre viene a medirse, no como unas exigencias y una actividad prácticas no por una individualidad de carne y hueso y entendimientó, no por la praxis, sino por la adecuación o inadecuación a un patrón ideal absoluto.
Con la praxis revolucionaria, eso sí, los testarudos hechos acaban trastrocando el contenido de la Idea, pero su valor absoluto persiste y esto es lo único que cuenta. En la imaginación de Marx, la libertad consistía en convertir al Estado en un órgano completamente subordinado a la sociedad. Pero cuando las previsiones de extinción del Estado no se confirman en la práctica, basta permutar sujeto y predicado para seguir aspirando a la unidad. Quiero decir que entre subordinar el Estado a la sociedad civil o someter la sociedad civil al Estado ninguna organización marxista señala otra cosa que diferencias accidentales. Esto hace concluir a Kolakowski que la expectativa marxiana del hombre unificado tenía que en gendrar, por fuerza, un crecimiento canceroso de la burocracia, a cuyo dictado cuasiomnipotente queda sometida cualquier posible iniciativa o espontaneidad de la sociedad civil. En el postulado de unidad entre sociedad civil y sociedad política, el profesor polaco encuentra ya prefigurados los trazos del Estado totalitario.
Ninguna formación social se atribuyó en la historia, a excepción de la Iglesia y de los ejércitos en guerra, una justificación tan absoluta de sus actos como el Estado del proletariado, porque ninguna se había fijado una finalidad tan absoluta. Trotsky lo declaraba sin ambages:
«Ninguna organización social, excepto el ejército, se ha considerado nunca justificada para subordinar a los ciudadanos a ella misma en tal medida y a controlarlos por su voluntad hasta tal grado (...) como el Estado de la dictadura del proletariado se considera justificado a hacer y hace (...). Pues no tenemos otro camino hacia el socialismo que la regulación autoritaria de las fuerzas y los recursos económicos del país (...) conforme al plan general del Estado» (15).
Comenta Kolakowski que en este discurso anunciaba Trotsky un socialismo concebido como un campo de concentración permanente y justificaba esa promesa por la necesidad de someter la sociedad civil al plan y a los intereses generales del Estado. En la estatolatría que diera plasmación histórica a la Idea absoluta de Hegel se ha cerrado así el círculo del idealismo marxista.
* * *
Los que más necesitan enterarse de algo suelen ser los menos dispuestos. El viento que mueven las palabras del profesor polaco, o las del ambicioso estudio de Michel Henry (16), las de Sartre, Gustavo Bueno, el último Lukács (17) y las de tantos otros que han confirmado a Kolakowski, hará vibrar muy pocos tímpanos de militantes. No resulta arriesgado pronosticar que las expectativas soteriológicas de Marx se conservarán tan intactas como hasta el presente. Las puertas de la burguesía no prevalecerán contra ellas. Y por lo mismo, muchos cristianos desilusionados en su fe seguirán viendo en la futura sociedad pintada por Marx, y literalmente hablando, el «cielo» abierto.
Ahí está, como muestra, desde hace dieciséis años, la Crítica de la razón dialéctica y sus destinatarios se encuentran hoy tan necesitados de su enseñanza como se encontraban entonces. Todos los esfuerzos de sus Questions de méthode iban encaminados a mostrar cómo el idealismo marxista había llegado a perder el sentido de lo que es un hombre y el interés por analizar los acontecimientos reales. No se podrá reconquistar al hombre en el interior del marxismo, advertía Sartre, sin restablecer la irreductibilidad de la praxis humana a la teoría, la primacía de la existencia sobre la esencia y la imposibilidad de su unidad. Cuando Marx escribe que «la concepción materialista del mundo significa simplemente la concepción de la naturaleza tal como es, sin ninguna adición exterior», Marx se toma a sí mismo por una mirada objetiva que contemplaría la naturaleza tal como ella es absolutamente. Ignora así que el experimentador forma parte del sistema experimental y en consecuencia, señala Sartre, recae en el postulado idealista del saber absoluto (18).
* * *
Ciertamente, no es la «autoridad» lo que merece discutirse en los autores expuestos, sino los argumentos racionales. La reflexión filosófica, que siempre fue en gran medida ocupación solitaria, no debe proponerse reforzar las convicciones de nadie, ni siqtiiera las opiniones de la mayoría, sino contribuir a la educación de esa mayoría y, cada vez que haga falta, contribuir a la educación de los educadores. Resulta que la palabra alemana «Praxis», además de «práctica», significa «clientela» o « parroquia» y desgraciadamente cabe preguntarse si no es en esta segunda acepción como la entiende la mayoría de sus cultivadores.
Conviene tener muy presente la fina advertencia de Paul Feyerabend; «los argumentos racionales van bien solamente con la gente racional y una apelación a la argumentación racional es por lo tanto discriminatoria» (19). Dirigir argumentos racionales contra alguna religión es arriesgarse a ser respondido con menos contraargumentos racionales que anatemas, descalificaciones morales y demás desahogos de la agresividad. Está en la fuerza de las cosas que los que apoyan sus convicciones en el sentimiento reduzcan todo el contenido de los argumentos a la alternativa «el que no está conmigo está contra mí». Pese a todo, no cabe en este punto otro modelo de conducta que el declarado en el prólogo a El Capital:
«En cuanto a los prejuicios de la llamada opinión pública, a la que jamás he hecho concesiones, seguiré ateniéndome al lema del gran florentino: Segui il tuo corso e lascia dir le genti!».
Añadiré una precisión final a este largo apartado. La exposición tenía que centrarse en los aspectos filosóficomaterialista e ideológico-idealista del marxismo, y apenas ha quedado aludida su dimensión científica. Como la expresión «socialismo científico» induce fácilmente a confusión, conviene recordar que el asp cto científico de la obra marxiana se reduce a la crítica de la Economía política, que Marx declaraba a su vez abierta, como toda ciencia, a la crítica. ¿Por qué sino por espíritu científico se negó Marx a presentar un proyecto articulado de la futura sociedad socialista que no hubiera podido ser más utópico? La expresión «socialismo científico» no significa que se posea un saber científico sobre la sociedad futura, sino la voluntad de no ser utópico.
Otra cosa es que Marx no pudiera evitar una previa representación del socialismo basada en las expectativas utópicas que hemos examinado, acerca de una ciencia absoluta, de una sociedad racionalmente transparente y de un mítico «hombre total» presuntamente superador de la división del trabajo (técnica y social) y de la división de las sociedades civil y política.
Que Marx no cobrase conciencia del idealismo de esos postulados resulta explicable porque nunca desa rrolló la filosofía de la práctica, cuyo embrión sí contenía una crítica consecuente de la región. Aunque aquí no es posible ni siquiera esbozar esos desarrollos, sí puede intentarse la transposición del problema a los términos más asequibles y mejor conocidos de la filosofía tradicional, con el propósito de plantear la cuestión de fondo del ateísmo.
3. Un existencialismo teista: el neotomismo
Comprender la heterogeneidad entre teoría y práctica encierra la misma dificultad que la filosofía cristiana encontraba en pensar la distinción real de esencia y existencia.
Para Tomás de Aquino, el esse es aliud que el id quod est. Entiennt Gilsoh puso de manifiesto la falta de claridad de ese planteamiento. Al no disponer siquiera de un lenguaje adecuado, el Aquinate se vió obligado a un doble uso de los términos «potencia» y «acto» que le llevó a sinsentidos como el de afirmar que «en cierto modo» (quodammodo) el acto es potencia. En efecto:
y el Deus absconditus está demasiado manifiesto si todavía se le llama Deus.
En el mismo mundo al revés del platonismo, que empezó desalojando la inicial carga existencial de la prote ousía aristotélica, el que induce a los teólogos a concebir la existencia como Entendimiento infinito a renglón seguido de haberla declarado inconcebible, el que culmi na en Hegel, y el que somete la Praxis marxiana, apenas declarada su primacía, a las idealizaciones y paradigmas
De modo que la forma, qué es acto último en el orden de la ousía, resulta ser potencia en el orden de la entidad (20).
Se topa con los límites del lenguaje cuando se intenta superar el idealismo... aunque sólo sea a escala de inmanencia mundana. Para el tomismo, el esse no es objeto de concepto; «nunca lo repetiremos bastante» advertía Descocqs, el esse no es pensable. Porque el esse trasciende la esencia, trasciende también el concepto.
La inflexión clave del tomismo y su genial astucia estaba en bautizar a la existencia misma con el nombre de Dios-Entendimiento infinito. Como la esencia de Dios es existir, la heterogeneidad o distinción real entre esencia y existencia resulta valer solamente a nivel de las creaturas y de su débil y parásita realidad. A nivel de realidad verdadera y última, la del infinito divino, se cancela la heterogeneidad y se identifican esencia y existencia. Todo estudiante de filosofía sabe que esta identidad de Dios de lo idéntico (la Idea) y lo no-idéntico (la Realidad existente) es el eje de la Teología cristiana, que el idealismo hegeliano secularizó.
Considero inapelable esta sentencia de Gilson: «Una ciencia del existir es una noción contradictoria», pero me pregunto por qué una teología del existir sería una noción menos contradictoria. Era también Gilson el que escribía:
«Todo lo que posee realmente la existencia es a fin de cuentas algo individual. Ahora bien, la ciencia no llega directamente más que a lo universal. Es, pues, inevitable que ni aun la metafísica llegue, salvo indirectamente, a esos actos particulares de existir de los que decíamos que son lo que hay de más real en la realidad» (21).
De acuerdo, la existencia no se deja conceptualizar. Pero ¿acaso puede llegar a proclamarse la identidad de la existencia con la esencia de un ser personal e infinito sin «conceptualizar?» Una teología sin conceptualización sería una teología sin logos, sin discurso, sin saber. Afirmaría la existencia como lo absoluto sin ninguna racionalización y, en pura consecuencia, debería renunciar incluso a la palabra «Dios», tan inevitablemente cargada de connotaciones conceptuales. La llamada «Teología negativa» es aún demasiado positiva si se considera Teología, y el Deus absconditus está demasiado manifiesto si todavía se le llama Deus.
En el mismo mundo al revés del platonismo, que empezó desalojando la inicial carga existencial de la prote ousía aristotélica, el que induce a los teólogos a concebir la existencia como Entendimiento infinito a renglón seguido de haberla declarado inconcebible, el que culmina en Hegel, y el que somete la Praxis marxiana, apenas declarada su primacía, a las idealizaciones y paradigmas del «hombre total», es decir, al topos uranós de un futuro imaginario.
4. Una filosofia de la contingencia: el existencialismo ateo
Los tomistas han sabido siempre que es en el problema de la existencia donde se decide la cuestión del ateísmo. Ahora bien, es el existencialismo la corriente filosófica que ha centrado su reflexión en la primacía de una existencia irreductible a la esencia, es decir, en la primacía de una existencia sin atributos.
Su «ateísmo consecuente» lo fundaba Sartre, precísamente, en que la existencia es inconcebible, en que no cabe ciencia ni teoría alguna de la existencia:
«El mundo de las explicaciones y de las razones no es el de la existencia. Un círculo no es absurdo, se explica muy bien. Pero un círculo no existe. La existencia bruta está por debajo de cualquier explicación. La existencia no es la necesidad sino, al contrario, es la posición de la contingencia como fundamento absoluto. Ningún ser necesario puede explicar la existencia. La contingencia de lo existente no es una apariencia que alguna doctrina pudiera disipar. La contingencia es lo absoluto, la gratuidad perfecta» (22).
La misma convicción impulsó de principio a fin la reflexión de Merleau-Ponty:
«La contingencia del mundo no ha de ser entendida como un ser menor o como una laguna en el tejido del ser necesario, como una amenaza a la racionalidad ni como un problema que resolver lo antes posible por el descubrimiento de alguna necesidad más profunda. Esta es una contingencia óntica que se da en el interior del mundo. Pero la contingencia ontológica, la del mundo mismo, al ser radical es, por el contrario, la que funda de una vez por todas nuestra idea de la verdad» (23).
Si dijéramos que la contingencia es un problema, habría que precisar que el problema es más profundo que cualquiera de sus soluciones, porque la inteligibilidad de éstas está en función de la existencia y supone intacto su problema.
La filosofía marxiana de la praxis era también forzosamente atea en la medida en que sostenía igualmente la primacía de la existencia y su irreductibilidad al plano del conocimiento, si bien Marx no pasaba de un salto desde el orden de la autoconciencia o del para-sí al orden de la existencia bruta y absurda del en-sí, como Sartre tiende a hacer, sino que se centra en un orden situado entre ambos extremos, a saber, en el orden de las necesidades naturales y en el de la acción encaminada a satisfacerlas. El hambre, el deseo sexual, el trabajo no son significaciones de una conciencia, pero tampoco se confunden con la masa innominable de lo en-sí, porque orientan. Entre la Teoría y el Vértigo está esa orientación, más profunda que la historia, que cada individuo encuentra ya en su propia organización corporal. Que las determinaciones, no teóricas sino normativas, de la praxis y de sus puntos fijos, transhistóricos, hayan sido lamentablemente descuidadas por la historia del marxismo desde Marx ha terminado reduciendo el criterio materialista de la práctica a un mero formalismo que está vaciando no sólo la estrategia política, sino la moral y aún la teoría marxista de cualquier sujección a contenidos precisos y definidos (24).
5. El desarrollo del pensamiento ateo: Nietzsche
En la crítica del idealismo y de la teología que Marx no hizo más que esbozar fué donde concentró Nietzsche los esfuerzos de su filosofía de la praxis. «Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo», decía, como Marx. De la diversidad, sin posible Aufhebung, de los intereses de los deseos y de las contrapuestas y parciales voluntades de poder nace el conflicto de las interpretaciones, tan irreductible como aquella diversidad.
Por eso juzga Nietzsche indecidible el conflicto de las clases y de sus respectivas morales del poder y del resentimiento. O el conflicto de los sexos, que el Psiconálisis confirmará bien a su pesar cuando las mujeres, incluso psicoanalistas, rechazan sistemáticamente la interpretación freudiana de la sexualidad femenina (la «envidia del pene») como absurdamente falocéntrica ¿Como sería posible una verdad en sí de la diferencia sexual, una verdad del hombre o de la mujer en si que no viniera de la experiencia interesada y parcial de un hombre o de una mujer? La verdad en sí de la mujer o del hombre no existen, subrayaba recientemente Jacques Derrida, hablando de Nietzsche (25), porque toda teoría resulta de un parti-pris, de una parcelación de las experiencias sin posible síntesis superadora, como tampoco la tiene la instalación existencial que les sirve de base. Las interpretaciones de la existencia o del mundo son siempre juez y parte, irreductibles entre sí y, en su pretensión universalizadora, absolutamente indecidibles. ¿Cómo resultarían desinteresadas las interpretaciones si son los intereses los que funcionan como órganos de visión? No era otro el problema de fondo en la Genealogía de la moral:
«A partir de ahora, señores filósofos, guardémonos de los tentáculos de conceptos contradictorios como «razón pura», «espiritualidad absoluta», «conocimiento de sí mismo»: en esos conceptos se nos pide siempre que pensemos un ojo que de ninguna manera puede ser pensando, un ojo carente en absoluto de roda orientación, en el cual deberían estar entorpecidas y ausentes las fuerzas activas e interpretativas, que son, sin embargo, las que hacen que ver sea ver algo» (26).
No hace falta ser partidario de Nietzsche, ni minimizar las graves ambigüedades antidemocráticas que no escamotea el problema de lo «negativo», que no reduce el mal a mera privación, que no levanta un nuevo altar a la unidad suprema apenas derruídos los anteriores. En la bienpensante Historia de la Filosofía, Nietzsche es una excepción. Para él, la contradicción no es un estado pasajero, ni dice que el hombre actual esté alienado o enfermo. Dice que «el hombres ES el animal enfermo» y justamente «porque es el único animal que sabe decir NO» esto es, porque él mismo consiste en la negatividad y en la contradicción. La Gran Salud y el Superhombre no son símbolos de una superación de la tragedia humana, sino de una vida que asume la contradicción y la ambivalencia en una declarada voluntad de lo efímero (eterno retorno). En ese pensamiento de la no-identidad consigo mismo, según comenta hoy Bernard Pautrat (27), el instante y la cosa se dispersan infinitamente en la suma puntual pero nunca totalmente enumerable de simulacros de identidad sin modelo asignable para siempre.
Cuando Nietzsche postula un pensamiento que vaya más allá del Bien y del Mal efectúa uno de los raros es fuerzos históricos por superar la oposición maniquea entre un Bien monolítico y un Mal unitario. «El que no es hombre de una sola virtud es batalla y campo de batalla de virtudes», escribe. También el bioo se opone al bien o la virtud a la virtud, incluso en el mismo individuo, en función de una pluralidad de contextos y fines que ni siquiera sería plenamente enumerable. Por eso, los dioses griegos que encamaban los diversos valores no podían por menos que disputar y oponerse. Nietzsche nos revela el fondo de su pensamiento y el del ateísmo filosófico cuando escribe que para la antigüedad griega el monoteísmo no hubiera significado sino el más absoluto ateísmo: el nihilismo.
«Los viejos dioses hace ya mucho tiempo que se acabaron. ¡Y, en verdad, tuvieron un buen y alegre final de dioses!
No encontraron la muerte en un «crepúsculo» -ésa es la mentira que se cuenta. Al contrario, ¡se murieron de risa!.
Esto ocurrió cuando la palabra más atea de todas fué pronunciada por un dios mismo, -la palabra: «¡Existe un único Dios! ¡No tendrás otros dioses junto a mí!» - Un viejo dios huraño, un dios celoso se excedió hasta ese punto. Y todos los dioses rieron entonces, se bambolearon en sus asientos y gritaron: «¿No consiste la divinidad precisamente en que existen dioses, pero no dios?». El que tenga oídos, que me oiga» (28).
6. Conclusión
Una de las funciones de la filosofía, y quizá la más importante, ha sido, desde Sócrates, ayudarnos a reconocer que no sabemos. Contra los consuelos de la religión y los maniqueísmos ideológicos, la filosofía nos impide olvidar que la tragedia humana es tan irreductible como los enigmas del mundo y de la persona.
Quienes se tengan a sí mismos por materialistas en el sentido de la filosofía de la práctica, que ciertamente no es el sentido vulgar del materialismo, sólo por inconsecuencia pueden desconocer el policentrismo de la Verdad y de los intereses, que podrá ser destruído o repri mido, pero que no se dejará integrar en ninguna síntesis superadora.
Las derivaciones políticas de una filosofía de la praxis no podrían abordarse en los límites de este trabajo, pero habrán de ser en todo caso consecuentes con la pluralidad irreductible de los centros de verdad -y de poder- y con las libertades que garantizan su despliegue y su limitación mutua. Se me permitirá también aquí remitir a los pasos medidos y rigurosos por los que Gustavo Bueno alcanza esta conclusión:
«El materialismo de la Verdad es la afirmación de una pluralidad de verdá.dey (partes extra partes) contrapuestas entre sí muchas efe ellas -y, por tanto-, carentes de interés o incluso peligrosas para la propia vida del hombre en una situación determinada. El materialismo de la Verdad no es otra cosa sino la aplicación de la tesis de la inconmensurabilidad de las partes de la Realidad al universo de verdades; por tanto, la negación del Monismo de la Verdad y, en consecuencia, la evidencia práctica de la necesidad de seleccionar verdades según crite rios no «especulativos». (29).
La radical sospecha hacia Dios y hacia el Estado legada por Nietzsche se despierta a partir de una sospecha más profunda contra la vieja fe filosófica en la uni dad de los trancendeniales: Ser, Uno, Bien, Verdad, Belleza. El intento de encerrar una realidad heterogénea y sobredeterminada en la Verdad de un discurso que pretende enunciarse en nombre de un Bien absoluto, presente o futuro, tiende en pura ctmsecuencia a convertirse en dictado del Estado absoluto, «el más frío de todos los monstruos fríos».
La alternativa filosófica no se plantea ya como opción entre la teleología de totalización racional o la dispersión nihilista-esquizofrénica. Ninguna grandiosa doctrina ni organización suprema conciliarán definitivamente lo universal y lo particular. Por el contrario, tanto más precaria será la fórmula del compromiso político cuanta más realidad sepa acogér en el equilibrio sobredeterminado de contextos y centros de interés y deseo. Ninguna doctrina se necesita como base de sustentación o tendencia conciliadora de las plurales posiciones de in terpretación sino, como decía el Herzog de Saul Bellw, «una buena síntesis de cuatro perr as», y que ciertamente muy poco necesitará tener de especulativa: la de las normas ético-jurídicas que proclamen imperativos incondicionales e intangibles todos los orientados a garantizar la preservación de la integridad y personal, la de cada individuo de carne y hueso, como base permanente y transhistórica sobre la que podrán después preferirse unas u otras fórmulas de convivencia en proporción decidible a nivel de consensus.
Domingo Bianco Fernández, dialnet.unirioja.es/
Notas:
(1) Carlos Marx y Federico Eogels, La ideologiá alemana, Ed. Pueblos Uoidos-Grijalbo, Barcelona 1974, p. 28. (los sijbtayados son míos).
(2) Karl Marx, Ot11vre1 ed. Pléiade, París, t. II.
(3) E. Meyerson, La deducción relativista, art. 186. Cit. por E. Gilson El ser y la esencia, Desdée de Brouwer, Buenos Aires 1951. lema.
(4) Cf. E. Lamo, Filosofía y política en Julián Besteiro, Ed. Cuadernos para el diálogo, Madrid 1973, pp. 185, 194 y 235.
(5) G. Buena, Ensayos materialistas, Ed. Tauros, Madrid 1972, pp. 124 a 126.·
(6) Lénine, Oeuvres, t. 14, Matérialisme et Empiriocritic Snu, Ed. s c s. París. Ed. n langues étrangéres-Moscou, p. 104: «Il n y a, il ne peuc y avoir aucuoe d1fference de pnncipe entre le
Phénomene ec la hose en soi. II n'y a de différence qu'emre ce qui ese connu et ce qui ne l'esr
pas encore.
(7) Cf. M. Rubel, Chronologie, en Marx, Oeuvres, Pléiade, I, p. LXIX
(8) Cf. Le Monde de I de julio de 1976.
(9) Cf. por ejemplo L'af/aire Siniavski-Daniel, Christia? Bourgois éditeur! París 1967, J:P· 71, 72, 128: fosuJcar el nombre sagrado de Lerun -dice el Juez- es una blasfemia y un sacrilegio.
(10) G. Cottier, L'atheisme d:, je,me Marx, Vrin, París 1950, p. 28. f. también Michel Henry, Marx, t.J, Gallimard, París 1976, pp. 120 a 161.
(11) Marx, En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Higel, en La Sagrada Familía) y otros escritos, Grijalbo, México 1962, p. 14.
(12) El Capital, 1, F.C.E., México, p. 44.
(13) Ibid. p. 408.
(14) L. Kolakowki, El mito de la autoidentidad humana, Cuadernos Teorema, Universidad de Valencia 1976.
(15) Ibid. pp. 20 y 21.
(16) M.Henry, Marx, 2 vols., Ed. Gallimard, París 1976.
(17) Gyorgy Lukács, Sofjenitsyne, Gallimard, col. ldées, París 1970.
(18) Sartre, CritiqNe de la raison dialectique, Gallimard, París 1960, pp. 30-31 y 58-59.
(19) Paul K. Feyerabend, Conía el método, Ariel, Barcelona 1974, p. 155
(20) Cf. E. Gilson, op. cit., p. 100.
(21) Ibid. p. 109.
(22) Sartre, La nausée, Gallimard, Parí;, pp. 161 ss.
(23) M. Merleau-Ponty, Fenomenr,k,gtá de la percepcÚn, F.C.E., México 1957, p. 437.
(24) Cf. Domingo !rala, Las relaciones de producción socialistas, Ed. Fernando Torres Col. lnterdisciplinar, Valencia 1975.
(25) Cf. Nietzscheaujourd'hui, col. 10/18, París 1973, t. 1, p. 268.
(26) Genealogía de la moral, Alianza Ed., Madrid 1972, pp. 138 s.
(27) Cf. Nietzsche aujourd'hui, I, p. 17.
(28) Así habló Zaratustra, Alianza Ed., Madrid 1972, p. 256.
(29) G. Bueno, Ensayos materialistas, p. 146.
La aportación de la perspectiva cristiana en el actual momento educativo
Escrito por Ramiro Pellitero
Publicado: 19 Junio 2022
1. Algunos desafíos educativos actuales
Hoy se pide por todas partes un proyecto educativo caracterizado por la interculturalidad, la interdisciplinariedad y la solidaridad, forzadas en cierto sentido por la globalización y por las crisis a las que nos enfrentamos (antropológica, ecológica, económica, sanitaria, etc.). Tener en cuenta ese marco es necesario para educar en general, y lo es también para la educación de la fe.
Avanzar en una educación con esas tres características reclama ante todo un fortalecimiento de la identidad de las personas en relación con su propia cultura. Precisan asimismo del respeto a la identidad de las ciencias humanas y sociales en relación con su propia naturaleza y método. Al mismo tiempo, hoy la religión requiere enseñarse desde el humanismo cristiano; es decir, desde una visión cristiana del hombre o desde una antropología cristiana [1].
En esa antropología se relacionan íntimamente la racionalidad, la experiencia (con sus aspectos afectivos) y la dimensión social de la persona (con sus aspectos familiares, socioculturales y eclesiales).
Detengámonos en las tres características apuntadas –interculturalidad, interdisciplinariedad y solidaridad– y en la cultura digital.
La interculturalidad viene pedida por el respeto al bien común y la promoción humana. El ambiente pluri-religioso no significa renunciar al anuncio del Evangelio, o caer en el relativismo, en el sincretismo o en el indiferentismo.
Por ello se nos invita a estar atentos, entre nosotros, por una parte, al relativismo que conlleva pasividad ante las necesidades, razones y valores de los demás; por otra parte, a una actitud de mera asimilación, que hoy se advierte ante los inmigrantes que proceden de otras culturas, a quienes se soporta en nombre de la mentalidad occidental consumista con pretensiones universalistas [2]. Además, la educación de la fe pide evitar la mentalidad fundamentalista y rigorista, y también la puramente defensiva.
En cuanto a la interdisciplinariedad, requiere mucho ejercicio; para empezar, en la mente de los educadores.
Como método para desarrollar, en la práctica, la relación entre fe y razón y entre fe y cultura en una institución de inspiración católica, hace conveniente, en efecto, una educación de tipo interdisciplinar [3], tanto en la justicia a la realidad, como en la investigación y también en la dinámica misma de la tarea educativa. Se busca así una educación integral –o quizá mejor una pedagogía de la integración personal– abierta a la trascendencia. Esta tarea pide, por un lado, un exquisito respeto a la identidad y método de cada disciplina escolar y académica: y al mismo tiempo, una coherencia con la identidad y método propios de la enseñanza propiamente religiosa (enseñanza escolar de la religión).
“Como disciplina escolar, es necesario que la enseñanza de la religión católica presente la misma exigencia de sistematización y rigor que las demás disciplinas (…). Es necesario que sus objetivos se realicen según la finalidad propia de la institución escolar. Respecto a las otras disciplinas, la enseñanza de la religión católica está llamada a madurar la disposición a un diálogo respetuoso y abierto, especialmente en este tiempo en que las posiciones se confrontan fácilmente hasta llegar a violentos encuentros ideológicos. ‘De modo que a través de la religión puede pasar el testimonio-mensaje de un humanismo integral, alimentado por la propia identidad y por la valorización de sus grandes tradiciones, como la fe, el respeto de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural, de la familia, de la comunidad, de la educación y del trabajo: son ocasiones e instrumentos que no son de clausura sino de apertura y diálogo con todos, y con todo lo que conduce al bien y al a verdad. El diálogo sigue siendo la única solución posible, incluso frente a la negación de los religioso, del ateísmo y el agnosticismo” [4].
La enseñanza de la religión –que no es una ciencia interdisciplinar, pero pide tener en cuenta la interdisciplinariedad– ha de hacerse, decíamos, desde el humanismo cristiano.
Esto significa que esa enseñanza debe presentarse no solo como un derecho –lo es, en cuanto forma parte del derecho de la libertad religiosa que tienen los padres a la hora de escoger la educación que desean para sus hijos [5]–; sino también como una oferta cultural más rica.
Quizá valga la pena insistir en el “estilo” de la educación católica, que pide un clima de diálogo, de respeto, participación y colaboración con las familias para desarrollar el proyecto educativo. No se debe plantear la enseñanza de la religión como “catequesis” (dirigida a la práctica de la vida cristiana), sino como información reflexiva en el contexto del diálogo intercultural.
Esto no quiere decir que la enseñanza de la religión se oponga a la catequesis o la rechace. Más bien se trata de dos modalidades complementarias de lo que en la época de los Padres comenzó a llamarse catequesis en sentido amplio, es decir educación de la fe [6].
En el sentido actual, la catequesis o educación en la fe tiene su lugar propio en la comunidad cristiana: en las familias y en las parroquias; y también puede realizarse sin duda en las escuelas, accediendo a los deseos de las familias o de los alumnos que lo deseen, pero fuera de las clases de religión. En todo caso, al igual que la enseñanza religiosa escolar, la catequesis requiere hoy una profunda renovación e inculturación [7].
Vengamos ya a la cuestión que nos interesa: ¿cuál sería la contribución de la educación cristiana y católica en este marco? Si lo católico significa universalidad y plenitud, la educación de inspiración católica se sitúa en la línea de una propuesta de vida plena; con un horizonte de universalidad, capaz de promover el diálogo y establecer puentes, que conduzca a la unión entre la verdad y el amor, y facilite la reciprocidad del bien como fuente de civilización y verdadera humanización.
Esta aportación se traduce en la claridad y fuerza con que el espíritu cristiano puede ayudar frente a todo instinto egoísta de violencia y de guerra [8].
Pero no se trata de una “plenitud” que sería simplemente continuidad hasta lo más alto posible de lo humano. Lo cristiano significa siempre a la vez novedad: la novedad que trae Cristo como clave del sentido de la vida, del mundo y de la historia.
Así, el mensaje del Evangelio, centro de nuestro mensaje educativo, presenta a Dios como Ser en relación, puro acto de amor. De ahí se deduce, para los cristianos, el desafío, que hoy se hace necesario con frecuencia, de ir contra corriente hasta dar la vida por el otro, cuando se ven violadas la justicia y la verdad [9].
Todo ello no ha de presentarse de modo meramente teórico o general, sino también para la vida cotidiana y ordinaria.
Es, en efecto, la vida ordinaria el “lugar” donde debe conjugarse la fidelidad a la propia identidad católica con la creatividad –la fidelidad auténtica es siempre dinámica– que hoy necesita nuestra situación cultural [10]. La forma de llevar esto a cabo variará necesariamente dependiendo de los países.
En los países de mayoría católica, esto requerirá una atención especial a las familias afectadas por el secularismo (el vivir como si Dios no existiera). En los países de minoría católica, debemos manifestar capacidad de testimonio y diálogo, sin caer en el relativismo. Hay que tener en cuenta que la dimensión trascendente de cada cultura –es decir, aquella dimensión que mejor puede abrir una cultura a otras culturas– es su orientación al misterio de Dios, y está representada por la religión [11].
Abordemos en tercer lugar la solidaridad. De ella se ocupa un documento de trabajo de la Congregación para la educación católica fechado en abril de 2017 [12]. En el texto se subrayan los aspectos educativos del clamor por la solidaridad que el papa Francisco viene recogiendo en nuestro tiempo.
Así por ejemplo, afirma el sucesor de Pedro:
“Es necesario tener presente que los modelos de pensamiento influyen realmente sobre los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no se preocupa además por difundir un nuevo modelo respecto al ser humano, a la vida, a la sociedad y a las relaciones con la naturaleza” [13].
Como ya señalaba Benedicto XVI, la cuestión social, que hoy es una cuestión antropológica, requiere la función educativa al servicio de un nuevo humanismo. Ahora bien, ¿qué significa “humanizar la educación”? He aquí algunas respuestas [14]:
– transformarla en un proceso en el que cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas y por tanto su vocación, contribuyendo así a la vocación de la propia comunidad humana;
– poner a la persona en el centro real de la educación, en un marco de relaciones que constituyan una comunidad social viva, unida por un destino común;
– actualizar el pacto educativo entre las generaciones, sobre todo a partir de la familia, pues “la buena educación de la familia es la columna vertebral del humanismo” (Francisco); y, desde ahí, impulsar el espíritu de servicio y de confianza mutua en la reciprocidad de los deberes, que debería caracterizar el cuerpo social;
– no limitarse, por tanto, a enseñar y aprender, sino proponerse “vivir, estudiar y actuar en relación a las razones del humanismo solidario”; impulsar, por tanto, lugares y ocasiones de encuentro, cauces para romper la exclusividad “extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad, comunión, y conduce a compartir” (Francisco).
Humanizar la educación supone, en definitiva, situarla en la línea de un humanismo integral, de la cultura del diálogo y de la siembra de la esperanza, tal como los entiende la perspectiva cristiana [15].
En esa perspectiva, el humanismo solidario se educa por los caminos del diálogo (ético e interreligioso), de la globalización de la esperanza (en el amplio horizonte trazado con realismo por el amor cristiano), de una verdadera inclusión (lo que requiere una cultura basada en la ética intergeneracional), de redes de cooperación e investigación, de intercambios y de servicios en el campo educativo (coordinados en lo posible desde la universidad), que cuenten con la cooperación de los cuerpos sociales intermedios y se muevan en una perspectiva de subsidiariedad a nivel nacional e internacional [16].
¿Qué supone esto en la práctica? Para una institución educativa de inspiración católica, los criterios expuestos en los párrafos anteriores deberían llevar a algunas resoluciones que se formulan aquí como propuestas:
– La formación prioritaria de directivos y docentes (tanto de religión como de otras materias, tanto de las ciencias como de las humanidades);
– La promoción de la investigación de campo en este terreno, con vistas a la integración de los alumnos en la encrucijada cultural y pluri-religiosa, al diálogo y la interacción educativa, y a la formación para el reconocimiento del “otro” desde la propia identidad;
– y todo ello, aunando coherencia, esfuerzo y correspondencia a la gracia de Dios.
Concretamente para los directivos, se propone “el propio y continuo esfuerzo por corresponder cada vez mejor con el pensamiento y la vida a los ideales que se enuncian con palabras” [17].
Para los educadores, esto plantea también la necesidad de la formación permanente, tanto en el ámbito intelectual como en el espiritual y personal, recordando que “la coherencia es un esfuerzo, pero sobre todo es un don y una gracia” [18].
Hoy todo ello ha de tener en cuenta nuestra cultura digital. Benedicto XVI explicó en 2011 que las tecnologías de la comunicación (internet, redes sociales, etc.) deben ser consideradas ante todo como una ocasión para profundizar en el modo de ser y de conocer que tenemos las personas. No solo conocemos por medio de conceptos sino también, y más profundamente, por medio de símbolos e imágenes, que implican todas las esferas de la persona. Y por ello pueden contribuir a establecer relaciones entre nosotros. Por eso también las nuevas tecnologías son una oportunidad, en segundo lugar, para profundizar más en la fe [19].
En consecuencia, sostenía el papa Ratzinger, es responsabilidad de los cristianos el conocer estas tecnologías para comunicar la fe.
Esto supone, en primer lugar, una reflexión y una actuación educativa en relación con la cultura digital. En efecto lo digital puede enriquecer la capacidad cognitiva de persona, ayudar a la memoria, facilitar el diálogo y el intercambio de la información. (Son patentes los servicios que la tecnología digital ha prestado durante la pandemia del Covid-19).
Pero al mismo tiempo el ambiente digital es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia. Puede distorsionar la visión de la realidad, influir en el descuido de la vida interior, llevar al cinismo, a la deshumanización y al encierro en uno mismo. La cultura digital puede reducir el (sano) espíritu crítico. Al exigir una capacidad más intuitiva y emotiva que analítica y un lenguaje más narrativo que argumentativo, si se polariza en extremo sin tener en cuenta la necesidad de la reflexión y el diálogo, puede fomentar el individualismo y el relativismo. En relación con la religión, el ambiente digital puede favorecer una pseudo-religión universal que pide sus propias creencias, ritos y conductas, no siempre equilibradas antropológica y éticamente [20].
Por consiguiente, la cultura digital necesita ser analizada, asumida en lo que tiene de positivo y a la vez criticada con vistas a su humanización, completándola con los elementos de los que puede carecer: el contacto con la realidad “no virtual”, la pertenencia comunitaria, la limitación del lenguaje, etc. En relación con la educación de la fe, a lo anterior se podrían añadir otros aspectos esenciales, como el acompañamiento espiritual, la experiencia (también “sensorial”) de la liturgia, la interacción con los demás dentro de la comunidad eclesial, las obras de misericordia, la vida ordinaria y el trabajo como “lugares” para descubrir a Dios y contribuir a la evangelización y al mismo tiempo mejorar el mundo.
En definitiva, la cultura digital debe ser vista y enfocada como un medio para la humanización y no como un fin en sí misma. Y por eso requiere ser ante todo humanizada.
De esta manera podremos aspirar, como proponía el papa Benedicto, a evangelizar esta “nueva cultura”, de modo similar a cómo anteriormente hemos evangelizado otras culturas, purificándolas de lo que sea incompatible con la fe y la moral cristianas. Todo ello implica una formación adecuada, especialmente para las familias, los niños y los jóvenes.
2. Desde la antropología y la ética: educar para la realidad
Como estamos viendo, la aportación pedagógica cristiana se apoya en una educación humana integrada en el ser de la persona, en el conjunto de sus elementos y dimensiones y en relación con su entorno; pero no se queda ahí, sino que educa la persona en relación a su actuar, facilitando el despliegue ordenado y vital de sus dinamismos operativos: espirituales, físicos y psíquicos [21]. En esta línea dice Karol Wojtyla que “la persona se integra en el proceso de la acción” [22].
Cabe imaginar la persona en medio del mundo como un edificio vivo que se apoya en tres pilares interconectados, más aún, un tanto interiores uno al otro: la racionalidad (que corresponde a su espíritu, y por tanto a su inteligencia, voluntad y libertad), la afectividad (que tiene que ver sobre todo con la corporalidad, los sentidos externos e internos, las emociones, las pasiones, lo que llamamos experiencia, etc.) y la dimensión social (donde destacaríamos lo que tiene que ver con las tradiciones, la comunicación, el lenguaje, la cultura y el sentido del trabajo, la historia, etc. y especialmente el contexto familiar y eclesial de la educación).
Una forma tradicional de nombrar esos tres pilares sería: cabeza, corazón y manos. Este simbolismo expresa que la persona debe vivir de modo armónico y manifestarse en la coherencia de su pensar, sentir y actuar. De hecho, es frecuente que falte la deseable armonía entre esas tres dimensiones. Incluso es posible que alguno de esos pilares se convierta en un “poder autónomo” sometiendo a los otros dos, o que suceda lo contrario: que uno de los pilares falle como soporte de la persona, y ello obligue a los otros a sustituirle, cosa que harán muy defectuosamente [23].
Este edificio tiene, además, en su techo, una ventana abierta a la trascendencia, es decir, a la dimensión de infinitud y eternidad que posee la persona, al horizonte que lleva al Absoluto que los creyentes llamamos Dios. Entendemos que sin esa ventana, no es posible que la persona sea plenamente persona y viva como tal. La razón —y no solo la fe— puede descubrir la existencia de un Ser supremo que dota de sentido a la historia y a todo lo que acaece en el mundo.
Además de esas cuatro dimensiones [24], deberíamos poder dibujar, en nuestro esquema o mapa, dos estructuras más. En primer lugar, una multitud de poros hacia el mundo exterior por los que entra continuamente información hacia esos pilares, información que luego se va distribuyendo y gestionando.
A propósito de esos “poros” viene bien aquí la frase de Sófocles, cuando dice que el hombre es panta poros aporon. Lo que puede traducirse: el hombre está abierto a todas las cosas, pero también cerrado. Esto puede significar también que, de por sí, el hombre necesita a la vez estar abierto a todo y cerrarse de vez en cuando en torno a sí mismo, para no disolverse en lo que le rodea (R. Guardini). O que el hombre, libremente, puede abrirse más o menos, y también cerrarse más o menos (L. Polo). Y todo ello tiene consecuencias.
Un último detalle en nuestro mapa sería situar, entre esos pilares, toda una serie de canales o puentes por los que discurre una multitud de elementos, que se intercomunican en todas las direcciones a través del centro personal.
A cualquiera se le ocurre que, si por cualquier causa, se interrumpe la apertura de esos poros o la comunicación entre esos puentes, las consecuencias para la persona y para los demás pueden ser muy variadas y casi siempre negativas. Pensemos por un momento lo que supondría dejar de recibir y emitir comunicación con el entorno, o encerrarse en alguno de esos pilares en detrimento de la comunicación con los otros; por ejemplo, atrancarse en los límites de la propia razón sin atender a los afectos o al contrario; o aislarse de los demás o, por el contrario, encontrarse en medio de la multitud pero incapaz de reconocerse uno mismo o de encontrar alguna respuesta ante preguntas como cuál es mi identidad, mi origen o mi destino.
Volvamos de nuevo a nuestro esquema o mapa antropológico. No sería difícil adjudicar, siempre de modo esquemático, a cada uno de esas cuatro dimensiones de la persona (los tres pilares y la ventana en el techo), respectivamente uno de los grandes “valores” objetivos del ser creado, que la filosofía clásica denomina “trascendentales”: la verdad, la belleza, el bien y la unidad [25]. Conviene recordar que también estas son dimensiones esenciales “mutuamente interiores”, es decir, que se encuentran como metidas cada una en las demás. En principio, la racionalidad busca la verdad; la afectividad se extasía ante la auténtica belleza; la apertura a los demás lleva a descubrir y practicar el bien; y en Dios –únicamente en Dios en último término– se encuentra la unidad que entre nosotros solo puede ser, en el mejor de los casos, alcanzada de un modo incoado [26].
Veamos algunas repercusiones que esto puede tener en la educación ética –o quizá bastaría decir en la educación–, pues no se trata solamente de tener en cuenta lo que la persona es, sino cómo “debe” ser y por tanto cómo cabe educarla para que, a través de su actuar, se configure a sí misma en relación con los demás, con el mundo y con Dios.
Recorramos de nuevo los tres pilares, pensando ahora en la acción humana. En ética se considera que –a pesar de algunas corrientes actuales que desprecian todo tipo de orientaciones y reglas–, las sociedades humanas mínimamente organizadas se rigen por algunas reglas o normas éticas que son fruto de la experiencia racional de la humanidad.
En efecto, la sociedad está necesitada de “indicadores” para ayudar a las personas a “verdadear” sus acciones, abriéndolas, desde la búsqueda de la verdad, al bien y la belleza, tanto en el plano individual como en el social. La ética pide, porque lo pide la razón humana, una educación en las normas morales. Por eso podemos situarlas en nuestro primer pilar.
En el segundo pilar, el correspondiente a la afectividad y donde hemos destacado el anhelo por la belleza, podríamos subrayar ahora la igualmente necesaria educación en los valores o en los deseos, que no son lo mismo pero están relacionados entre sí (según afirman autores como R. Spaemann y J. Ratzinger). ¿Cómo pasar de los “gustos” y los “deseos” a los “valores”, es decir a los contenidos valiosos de la realidad?
En el tercer pilar, ahí donde la persona se abre a los demás y descubre que la mejor manera de relacionarse con ellos es hacerles el bien (cosa que también le perfecciona a uno mismo), podemos poner las virtudes, distintas de los valores.
Las virtudes son el fruto de la personalización, libremente y perseverantemente buscada, de los valores. Una educación en las virtudes [27]es tan necesaria como una educación en las normas y una educación en los valores. Y atención, porque no sirve una de estas cosas aislada de las otras.
Aún nos falta nombrar los frutos que, para una educación ética, se siguen de la búsqueda de la unidad por la “ventana de la trascendencia”, situada en el techo de nuestro edificio personal. Digámoslos de modo concreto: la educación, cuando mantiene abierta la ventana a la trascendencia, conduce a la sabiduría. Y solo la persona que posee la sabiduría puede gestionar adecuadamente las habilidades o “competencias” individuales o sociales, de las que hoy tanto se habla.
Esto lo enseñan, con matices diversos, tanto la tradición filosófica clásica –y no solo la occidental– como la bíblica. Las dos hablan de la importancia de enseñar la contemplación de la realidad, la capacidad de discernimiento del bien y del mal en las acciones y, por decirlo más sencillamente, el espíritu de servicio con el que las personas –y sobre todo los creyentes– debemos actuar en la sociedad y en el mundo.
Así tenemos que nuestro esquema inicial, que parecía bastante simple, ha ido enriqueciéndose –y complicándose– con contenidos antropológicos y éticos de gran calado para la educación.
Además, a las disfunciones ya señaladas (la supremacía aislada de alguno de los “pilares” de la persona, o, por el contrario, su fallo más o menos total, o los problemas de comunicación entre ellos o con el exterior) habría que añadir todavía las múltiples tensiones y problemas que se dan en la maduración personal y que han de tenerse en cuenta en la educación de la fe [28].
Hagamos una rápida enumeración, sin ánimo de exhaustividad, de causas o factores posibles (reales) de esas tensiones y problemas:
– Las configuraciones personales son de hecho muy distintas, sea por la personalidad concreta (en su carácter y temperamento), por la educación recibida, o por la genética de la que es portadora.
– Las posiciones intelectuales y morales de las personas también les llevan a diversos planteamientos a la hora de conectar el pensamiento y la vida. Esta diversidad en algunos casos puede llevar no solo a distintos acentos, sino a verdaderos enfrentamientos de las estructuras personales que de por sí no deberían estar enfrentadas: así se originan actitudes como el racionalismo y el voluntarismo, el sentimentalismo y el colectivismo, el fideísmo o el fundamentalismo. Estos fenómenos pueden desembocar en la negación (teórica y práctica) de los “valores” trascendentales. Y así se provocan otras actitudes como las típicas del relativismo radical, de la indiferencia moral, del nihilismo o del terrorismo.
– Por si fuera poco, están siempre las culturas, con sus valoraciones y presiones, que, si bien no anulan la libertad personal, la influyen de hecho en no poca medida, para bien o para mal.
¿Qué hacer ante semejante complejidad –aquí solamente apuntada– en la educación y también, por tanto, en la educación de la fe?
De momento y para finalizar este segundo apartado, nos podemos apoyar en la propuesta del papa en su exhortación Evangelii gaudium: que nuestra educación se sitúe al servicio de la realidad [29]. Y la realidad personal tiene que ver con lo que en antropología y ética se denomina a veces trayectoria [30]; es decir, con el trazado del tiempo en las personas. Esto tiene su traducción en la educación:
– En relación con el pasado: tanto las personas como las sociedades necesitamos poseer una memoria histórica suficientemente clara. Esto pide descubrir y fortalecer las propias raíces, es decir la identidad personal. Y lleva no solo al cultivo de la memoria sobre uno mismo, sino también al estudio de la historia, y a la presentación de “modelos” que se proponen en el terreno de las actitudes: solo consideramos héroes aquellos que, a nivel universal o local, han servido a los demás. Entre ellos están los santos que vivieron la fe con todas sus consecuencias.
A propósito de la “memoria”, en este sentido profundo relacionado con las propias raíces y por tanto con la identidad personal, Francisco se ha referido a la película “Rapsodia de agosto” [31]. En ella se representa el diálogo de una abuela japonesa con sus nietos, cuando les presenta la memoria de su pueblo, mostrando cómo los acontecimientos construyen nuestra existencia y cómo ella misma sigue saliendo valientemente al encuentro de esa memoria.
– En relación con el presente: aquí se sitúa el redescubrimiento actual –respecto a la educación– de la atención y del asombro, del mirar, del escuchar y del tocar la realidad. En este contexto debemos escuchar también “el clamor de los pobres” [32]. Así lo indica Francisco en su Exhortación Evangelii gaudiium:
“El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia” [33].
No solo por eso pero también por eso, hemos de redescubrir el espíritu de servicio a todos, las obras de misericordia y el cuidado de la Tierra [34].
Para todo ello necesitamos, primero los educadores y después nuestros alumnos, cultivar el discernimiento: no todo vale lo mismo en la realidad y, por tanto, en la educación. También hay una “jerarquía de valores” en la educación y sin duda su centro es el amor.
– En relación con el futuro: Francisco habla de mantener la capacidad de soñar, primero en nosotros, padres y madres, educadores, profesores, catequistas; soñar en nuestra propia vida como una aventura fascinante. Una capacidad que no deberíamos “dejarnos robar”, para poder enseñar a mantener esa misma capacidad de soñar en los otros, de proponer “ideales” nobles y justos a los jóvenes. Y esto tiene que ver con la utopía, que en cristiano se corresponde y se perfecciona con la esperanza [35].
3. Enseñanza, comunicación y anuncio de la fe
Finalmente, sobre la base del trasfondo antropológico y ético que pide el análisis del presente marco cultural, podemos hacer algunas propuestas, ahora en directa relación con la educación de la fe.
– Diferencia entre Enseñanza escolar de la Religión (información reflexiva en el contexto de la educación interdisciplinar) y catequesis (educación dirigida a la iniciación y madurez de la vida cristiana) [36].
– Necesidad de un contexto de antropología cristiana (que se prolongue en la formación ética o moral) para educar la fe: el camino de la auténtica belleza lleva a descubrir y vivir la libertad cristiana, tan lejos del relativismo como del fundamentalismo. Es así como podemos contribuir, desde la educación en las universidades y escuelas de inspiración católica, a la evangelización de las culturas.
– Atención al sentido cristiano de la vida, en un ambiente en el que muchos de nuestros contemporáneos pasan del consumismo al nihilismo. No debemos sucumbir ante la marginalización de la religión planeada por el laicismo.
– Anuncio del amor salvífico de Dios manifestado en Cristo, Palabra de Dios hecha carne y plenitud de la Revelación. Este anuncio ha de llevarse a cabo desde la coherencia de la propia vida (testimonio, sobre todo de los educadores) mientras respondemos a la llamada que Dios nos hace a la santidad, centrada en el amor a Dios y al prójimo. Es el camino de la gratuidad, pues visto con ojos cristianos todo es gracia.
– Otras actitudes que hemos de fomentar en nosotros mismos, educadores: pasión por educar, diálogo, escucha y paciencia, acogida y acompañamiento [37], siguiendo el modelo del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús [38]. En resumen: fe vivida, pasión educativa y competencia profesional.
– Formación del profesorado (no exclusivamente el de religión, sino también el de humanidades, ciencias, etc.), especialmente en aquellas materias y cuestiones que se relacionan con la fe, y con medios concretos a corto, medio y largo plazo.
Queda en el aire la pregunta que cada uno podría intentar responder: ¿Qué universidad o qué colegio queremos? Y el horizonte de una respuesta: una universidad o un colegio que aprenda, para enseñar, la belleza de la fe como propuesta de una vida plena.
Ramiro Pellitero, researchgate.net/
Notas:
[1] Cf. Juan Luis LORDA, Antropología cristiana: del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II (Madrid: Palabra, 2004). Acerca de algunos factores que han contribuido a forjar la situación educativa en relación con la praxis eclesial, se nos permita remitir a nuestro texto “Praxis ekelzjalna jakozcie wiary”, en Teologia i Czlowiek (Torun) 24 (2013) 4, 17-31.
2 Cf. Congregación para la Educación Católica, Educar para el diálogo intercultural en la escuela católica. Vivir juntos para una civilización del amor, 28-X-2013, nn. 22-25.
3 “Es sin duda positivo y prometedor el redescubrimiento actual del principio de la interdisciplinariedad (cf. Evangelii Gaudium, n. 134). No solo en su forma “débil”, de simple multidisciplinariedad (...); sino también en su forma “fuerte”, de transdisciplinariedad, como ubicación y maduración de todo el saber en el espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que brota de la Revelación de Dios” (Francisco, Const. Ap. Veritatis gaudium, 29-I-2018, n, 4).
4 Educar para el diálogo intercultural…, 72.
5 Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, Directorio para la catequesis (23-III-2020), n. 316.
6 En esta perspectiva general, vid. Ramiro Pellitero, “La catequesis en el siglo XXI”, en la obra dirigida juntamente con Javier Sesé, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea (Pamplona: Eunsa, 2008), 181-208.
7 Cf. Sergio Lanza, “La catequesis, instrumento de la nueva evangelización”, en Antonio Cañizares – Manuel Del Campo (eds.), Evangelización, catequesis, catequistas (Madrid: Edice, 1999), 235-263.
8 Cf. Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal: nueva perspectiva sobre la ley natural, 2009, n. 51.
9 Cf. Educar para el diálogo intercultural, n. 52.
[1]0 Cf. Ramiro Pellitero, “La vida cristiana ordinaria como lugar teológico. Teología, fe vivida y acción eclesial a la luz de san Josemaría”, en Pont. Univ. della Santa Croce, San Josemaría e il pensiero teologico (Roma: EDUSC, 2015), 219-230.
[1]1 Cf. Educar para el diálogo intercultural, Introducción.
[1]2 Educar para el humanismo solidario. Para construir una civilización del amor 50 años después de la “Populorum progressio”, Ciudad del Vaticano 2017.
[1]3 Enc. Laudato si’ (24-V-2015), n. 215.
[1]4 Cf. Educar para el humanismo solidario, nn. 8-10.
[1]5 Cf. Francisco, Discurso a la Congregación para la Educación Católica, 9-II-2017.
[1]6 Cf. Educar para el humanismo solidario, nn. 11 ss.
[1]7 Cf. Educar para el diálogo intercultural, n. 80.
[1]8 Francisco, Discurso a la plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 13-II-2014.
[1]9 Cf. Discurso al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, 28-II-2011.
20 Sobre la cultura digital en relación con la antropología y la ética, y también con la educación de la fe, cf. Directorio para la catequesis, nn. 213-217, 359-372.
2[1] Para la discusión sobre el término “integración” en el ámbito educativo, cf. Carlos Beltramo, Apasionados por amar al mundo (Pamplona: Eunsa, 2018), primera parte, 19-63. En perspectiva psicológica puede verse el modelo que presentan Craig S. Titus, Paul. C. Vitz, William J. Nordling, “Meta-model of the Person” (Draft March 19, 2018), en la web de la Divine Mercy University (divinemercy.edu), accedido el 6-VIII-2019.
22 Karol Wojtyla, Persona y acción (Madrid: Palabra, 1986), 223.
23 Algunas consecuencias para la educación las describe, en la perspectiva del protestantismo evangélico, Dennis P. Hollinger, Head, Heart and Hands (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2005).
24 Racionalidad, afectividad, dimensión social y apertura a la trascendencia podrían ponerse en relación con los cuatro pilares de la educación en los términos del informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jaques Delors: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser. Cf. La educación encierra un tesoro (Madrid: Santillana, 1996), concretamente el cap. 4, 95-109.
25 Cf. Alice M. Ramos, “Los trascendentales del ser”, en Philosohica: Enciclopedia filosófica online, (www.philosophica.info, accedido 3-II-2020).
26 El trasfondo filosófico-teológico de la educación de la fe desemboca en la importancia del testimonio, tanto en el educador como en el educando. En su estudio sobre las fuentes del pensamiento del papa Francisco, al tratar de la influencia de Alberto Methol Ferré, escribe Massimo Borghesi: “Solo la “atracción”, la ‘atracción cristiana’, de un cristianismo vivido como expresión visible de la unidad de los trascendentales (bello-bueno-verdadero) puede asumir la belleza, (...) y referirlo a su verdad. Methol identificaba aquí, en el testimonio, la vía del cristianismo en el mundo contemporáneo. Una vía plenamente compartida por la sensibilidad y por la concepción de Jorge Mario Bergoglio” [Massimo Borghesi, Jorge Mario Bergoglio: Una biografía intelectual (Madrid: Encuentro, 2018), 227; ver también 287 ss.].
27 Cf. Romano Guardini, Tugenden: Meditationen über gestalten sittlichen lebens (Würzburg: Werkbund Verlag, 1963), publicado en castellano bajo el título “Una ética para nuestro tiempo”, como segunda parte en el volumen La esencia del cristianismo (Madrid: Cristiandad, 2006), 107 ss.
28 Cf. Wenceslado Vial, Madurez psicológica y espiritual (Madrid: Palabra, 2016).
29 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24-XI-2013) sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, n. 233.
30 Cf. Julián Marías, Tratado de lo mejor (Madrid: Alianza Editorial, 1995), 77-82.
3[1] Cf. Hachi gatsu no kyòshikyoku, A. Kurosawa, 1991.
32 Cf. Pr 21, 13; Jb 34, 28.
33 Evangelii gaudium, 193.
34 Cf. Enc. Laudato si’, capítulo VI, en relación con la “educación y espiritualidad ecológica”.
35 Sobre la memoria, el discernimiento y la utopía como dimensiones en la educación, cf. Francisco, Discurso a la Pontificia Comisión para América Latina, 28-II-2014.
36 Cf. Directorio para la catequesis, nn. 311-318.
37 Cf. Evangelii gaudium, nn. 171-173.
38 Cf. Lc 24, 13-35.
Enfermedades de transmisión sexual: ¿educamos en la afectividad?
Hay males que se pueden evitar si formamos a los jóvenes en el amor. Y es que existe otro método que evita las infecciones con una efectividad del cien por cien.
El Observatorio de salud femenina Bloom acaba de publicar un estudio médico sobre el crecimiento del número de casos de ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) en mujeres entre los años 2012 y 2019. El estudio está impulsado por Dexeus Mujer y Fundación Puigvert.
El estudio llega, entre otros aspectos, a la conclusión de que «un 70,26% de las encuestadas reconoce haber recibido una educación sexual deficiente”. Otro dato relevante: Los casos de infecciones de transmisión sexual han aumentado un 1000% en España en los últimos siete años.
La noticia me dio que pensar. En ella, expertos ginecólogos y de la salud llamaban a la concienciación de la población joven recordando que el uso del preservativo es necesario para no contagiarse. El texto destaca además el poliamor (más parejas), prácticas antinaturales que se alejan mucho de una verdadera relación sexual (sexo oral) y la juventud de sus practicantes (menores antes de contraer matrimonio).
Sin embargo, en ningún párrafo he leído acerca de las actitudes más saludables, ecológicas y valiosas que existen como son la virtud de la castidad, la fidelidad de uno con una para siempre y la espera hasta el sí quiero.
¿Acaso no estamos impartiendo una educación sexual incompleta precisamente porque nos olvidamos de explicar lo esencial acerca del amor?
¿Por qué es habitual que nadie se refiera a estos valores? ¿Por qué tanta grima a la verdad? ¿Acaso no estamos impartiendo una educación sexual incompleta precisamente porque nos olvidamos de explicar lo esencial acerca del amor?
Para educar no hay que llegar tarde sino a tiempo
¿Vender un condón a una pareja evita que estas infecciones se propaguen? ¿Tener controles periódicos esquiva estas enfermedades? ¿No estamos llegando tarde?
Para un contagio de una enfermedad sexual hay unos pasos. Existe un antes, un durante y un después. Y me da la sensación de que en esta sociedad en la que vivimos nos centramos siempre en educar el durante (a golpe de preservativo) y el después (con los controles y pruebas). Sin embargo, nos olvidamos del antes. Antes nos sitúa en el momento de tener o no una relación sexual. Los seres humanos no somos animales, sino personas con inteligencia y voluntad y por tanto nos podemos abstener de tener relaciones sexuales especialmente si sabemos que eso va a comprometer nuestra salud o, lo que es más grave, la salud de otros.
El error más común: pensar que esto no va conmigo
Entre las líneas del estudio de la plataforma Bloom destaca la apreciación de una profesional de la salud en la que advierte de la inconsciencia e ingenuidad de estos jóvenes con el falso convencimiento de que ellos no se van a contagiar.
Algunas de estas enfermedades pican, otras duelen y otras tantas son silenciosas. Algunos de sus síntomas son dolor, hinchazón, protuberancias raras, sarpullidos o lastimaduras, picazón y/o sensación de ardor, dolor o ardor al orinar, flujo vaginal de olor, color o textura diferente a lo habitual, sangrados y un largo etcétera.
Las Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) más comunes como la gonorrea o la clamidia pueden ser curadas con antibióticos y no son peligrosas si se tratan de inmediato. Pero otras como el herpes o el VIH pueden causar graves problemas de salud, especialmente sin tratamiento.
En el análisis se habla mucho de las mujeres, pero también los hombres pueden comprometer su fertilidad. Y no sólo eso, también pueden padecer cáncer.
En el caso de la mujer ocurre lo mismo: lesiones en el útero, en las trompas de falopio u ovarios. Como también procesos inflamatorios que requieren cirugía o que terminan desarrollando un tumor.
Por tanto, el problema es más serio de lo que parece. Debemos tomar consciencia y actuar en consecuencia.
¿El preservativo es la única solución?
Es cierto que existe el preservativo para evitar el contagio. Pero su efectividad se encuentra en un 90%. Esto significa que hay un 10% de posibilidades de contraer la enfermedad.
Hoy quiero hablarte de otro método que tiene una efectividad del 100% y 0 posibilidad de contagio. Y no pasa por no tener relaciones, sino en tenerlas un hombre y una mujer, exclusivamente, que se han comprometido a quererse para siempre mediante el sacramento del Matrimonio y que se guardan fidelidad. Esta es la garantía del 100%.
¿Existen parejas fieles?
¿Existen parejas así? No sólo existen sino que es posible. Vale la pena un estilo de vida saludable en materia sexual.
Ya conoces el dicho: “Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca”.
Pilar Velilla Flores
Cinco consejos para planificar unas vacaciones en familia
Mucho más que descanso y diversión, las vacaciones pueden ser un momento clave para la cohesión de toda la familia. Te damos consejos para que así sea
Queda poco para el verano, es tiempo de planear las vacaciones: pensar el destino, las fechas, las cosas que queremos hacer en estos días de relax o con quién vamos a reencontrarnos son preguntas habituales en este tiempo.
Pero ¿has pensado cómo puedes sacarlas el máximo partido haciendo de este tiempo tan deseado algo más que descanso y diversión? Aquí van algunas ideas.
1 PLANÉALAS CON TIEMPO
Conviene empezar a pensar qué queremos hacer en verano con el tiempo suficiente para planificarlo sin prisas y asegurarnos que hay sitio donde queremos ir.
Algo que nos permitirá investigar qué podemos encontrar en nuestro destino y planificar qué excursiones queremos hacer y qué podemos visitar en el lugar al que queremos ir.
Descubrir nuevas rutas, si ya conocemos la zona, o planificar la visita de un sitio nuevo que vamos a conocer. Organizar esto con varias semanas de antelación nos permitirá también sacar entradas de lugares que visitar para luego no quedarnos sin ellas.
2 PIENSA EN LOS DEMÁS
Es bueno tener en cuenta las necesidades y los gustos de los demás. Ponernos en el lugar del otro para hacerle también agradable su tiempo de descanso. Lo bueno es compartirlo y disfrutar haciendo que todos nosotros nos gusta más.
Debemos preguntar a nuestra familia, a los niños o a nuestros amigos qué quieren hacer en esos días de descanso merecido tras un duro curso escolar o laboral. Intentar llegar a un punto de encuentro sería lo mejor para que todos podamos disfrutar.
Para ello todos debemos ceder en algo para hacer feliz al que tenemos al lado.
3 EXCURSIONES CULTURALES Y RELIGIOSAS
Los días libres son siempre una buena ocasión para conocer cosas nuevas, aprender y vivir nuevas experiencias. Es un buena ocasión para organizar una salida cultural que nos enseñe el origen y la historia del sitio que visitamos y que nos permita conocer un poquito más de la zona y sus gentes.
También es, sin duda, una gran oportunidad para visitar una ermita, un santuario o una Iglesia o Catedral cercana. Allí podremos, no solo contemplar su belleza, sino agradecer a Dios la oportunidad de disfrutar de unos días de descanso en compañía de los nuestros.
Y pedir por una intención concreta de cara al nuevo curso que comenzaremos cuando acaben nuestras vacaciones.
4 DEDICAR UN TIEMPO CADA DÍA AL SEÑOR
No olvidemos dedicar a Dios todos los días un rato ahora que tenemos más tiempo y que la excusa del estrés y las prisas diarias no sirven. Descansar y, descansar en Dios; escucharle y hablar con Él tienen que ser prioridad en este tiempo más calmado a lo largo en nuestro año.
Tener un orden dentro del disfrute y del descanso también viene bien. Así, además de ir a la playa o a la piscina podremos tener tiempo para hacer todas esas cosas que no podemos hacer a diario: leer un libro, dibujar, pintar, pasear o mirar tranquilamente un paisaje.
Terminar aquellas manualidades que se nos han quedado a medias o pensar en nuevos proyectos.
5 LA FAMILIA, LA PRIORIDAD
Las vacaciones son también tiempo de familia, tiempo de reencuentro. Ver a los que hace tiempo que no vemos pero también reencontrarnos con nosotros y con los que tenemos al lado.
Es muy buen momento para hablar con nuestra mujer o marido, con los niños. Escucharles, pasar más tiempo con ellos y profundizar en lo que necesitan o les gusta hacer en vacaciones.
Es momento de sentarnos a jugar en familia a un juego de mesa o de ayudarles a descubrir sus aficiones y compartirlas con ellos. De hacer lo que más les gusta y demostrarles que también se disfruta con las pequeñas cosas que, por el ritmo de vida, pasan desapercibidas el resto del año.
En definitiva, disfrutar del tiempo y de la calidad del tiempo que tenemos cuando estamos de vacaciones agradeciendo al Señor por ello y buscando el fruto que nos dará la vuelta después de disfrutar, descansar y compartir.
Por Violeta Tejera
Creo que es muy importante tener en cuenta que con el mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, sino de hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo el que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano. Cabe recordar que tenemos un buen número de santos que dedicaron su vida a entregarse por completo al hermano necesitado. Ante los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se práctica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. Ojalá que la última Jornada Mundial se haya convertido en una oportunidad de gracia para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y plantearnos si la pobreza de Jesucristo (su libertad y confianza total en el Padre) es nuestra fiel compañera de vida.
JD Mez Madrid
Se nota el empobrecimiento de las masas
Hoy cuando escribo es quince de Julio, viernes; y con ”el infierno climático que sufre España y otros países del sur de Europa; siendo además unas fechas cruciales, en que las masas (que podían y aún pueden) se trasladan a los lugares de “veraneo”, principalmente a las playas españolas, por sus climas y sobre todo por sus precios bajos, que fueron y siguen siendo, la base de lo que se llamó “milagro del turismo en España”, que no lo fue tal, puesto que reitero, se basaba y aún se basa, en esos bajos precios; la buena atención y buen trato que se le sigue prestando al turista y también a la inmensa riqueza gastronómica de España incluida la enorme variedad de vinos y cervezas; vuelvo a insistir; todo ello suministrado a precios, que fuera de las fronteras hispanas, son prohibitivos para esas masas trabajadoras, que aún con empleos fijos y cobrando la nómina mensual, o “las clases medias”; aquí en España, podían pasar “su mes de vacaciones como unos nuevos ricos circunstanciales”… “Me huelo que todo eso se está acabando o se va a acabar a no tardar mucho”; por un sistema de una “globalización”, que se ha traducido, en una “concentración de dinero en unas minorías, incluidos los sistemas políticos que encontraron en ello, una forma de recaudar fondos inmensos, vía impuestos, que han terminado por exprimir, a la “res pública”, como ni imaginar pudimos y hoy lo sabemos, pero “los grilletes”, en que nos atenazan, “esas fuerzas ocultas en connivencia con las políticas, que son meros sicarios de ese poder oculto, al que denominan, “los mercados, el gran capital, o vete a saber el nombre que habrá que asignarle a tan brutal y exprimidor sistema, que por cargarse, se ha cargado hasta lo mejor que tenemos el mono humano, y que se significa con una sola palabra, “ILUSIÓN”; hoy desaparecida de este perro mundo, que hoy, es “mucho más perro que en el pasado y a la vista está, con esa situación global que empeora cada vez más”.
Sí, no es solo el canalla de Vladímir Putin, con su ataque a Ucrania, que ha desencadenado todo lo demás”; Putin ha contagiado o ya estaba previsto secretamente, todo lo demás que va ocurriendo, puesto que ya digo y reitero, no es sólo el nuevo dueño de Rusia, el que se está enriqueciendo de forma inaudita, sino también, otra “infinidad de putines”, que criticando al ruso, aprovechan lo que este ha logrado, para cada cual hacer sus negocios, que deben ser inmensos, veamos algo y profundicemos.
Observemos que no sólo han subido los hidrocarburos, gases y demás “combustibles”, incluidos los valores o desvalores de monedas, hasta ayer mismo seguras, y que van siendo bajadas de su poder, para beneficio de otras, tal y como ocurre hoy con el euro, que ha perdido un valor considerable y “nadie explica el porqué de ello”.
No es sólo la subida de esas materias primas vitales para sostener, “la vida moderna que habíamos alcanzado”; es que al amparo de esas subidas, los brutales impuestos que les añaden los gobiernos (que los incluyen incluso en el consumo del agua de los hogares y su consumo humano), paralelamente agudizan esas subidas; por tanto no son sólo, las multinacionales las que se benefician de ello, sino los gobiernos (todos) que han encontrado una forma, que se les presenta, “de bóbilis-bóbilis” y que la aprovechan, como en España, que hoy recauda ingentes cantidades con esos nuevos impuestos aumentados, cuyo monto al final se “lo gasta en pitos y flautas”, puesto que la brutal deuda pública sigue creciendo, “sobre las costillas de unos indefensos habitantes que sólo nos dejan el recurso del pataleo”, soportar la creciente pobreza o empobrecimiento y en el que se llegará cada vez más a una indigencia, que ya es notable aquí, y de la que se viene hablando, pero sin profundizar en los motivos y menos en las posibles soluciones que debieran ser posibles, para volver a una “normalidad soportable”.
¿Pero por qué y sobre qué base me hace reflexionar como lo hago? Pues porque me encuentro hoy en un lugar, de afluencia masiva de “veraneantes gastadores de dinero en el pasado y que hoy no los veo por ninguna parte”; ya que estoy en una pedanía “famosa”, de la costa del Málaga, cual es Torre del Mar, y el ambiente que veo, es totalmente diferente al del año pasado y no digamos de muchos años anteriores; “aquí no corre el dinero como era habitual; y los negocios, se ven tristes en demasía, a como debiera ser un viernes quince de julio en este lugar”; por todo ello, cuando transcurran este mes y el de agosto, me temo que la caída va a ser enorme, a medida que vaya entrando el otoño y no digamos el invierno. Se nota que la gente dispone de mucho menos dinero, del que necesitaría para mantener un gasto, “alegre de verano y veraneo”, que ya digo y reitero, yo hoy no lo veo, viendo la afluencia de consumidores veraniegos, en los habituales establecimientos, que por vivir aquí en mi casa de “la playa”, hace ya más de cincuenta años que visito, “estos arenales” y he visto todo su brutal desarrollo desde un principio… “eso sí, el ayuntamiento no para de cargar impuestos y ya nos cobra, uno especial por pisar nuestro coche la acera que da acceso a la cochera que posees y por la que te cobran un alto impuesto como inmueble… y hoy al llegar a esta pedanía, observo que el insaciable ayuntamiento también ha acotado la principal arteria, como “zona azul”, para cobrarte simplemente por aparcar en lugares donde antes podías hacerlo gratuitamente; o sea que todo el sistema político, lo que crea es impuestos y con ellos, nuevos parásitos, puesto que este sistema fiscal no crea riqueza alguna y a la vista está, la situación “global” de ruina y desilusiones, lo que destruirá no solo su economías sino a sí mismo; y nos lo dicen ya el aumento de suicidios en España y en otras partes de ese mundo, que aún se dice… DESARROLLADO.
Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)
NOTAS ANEXAS:
El 43% de los españoles cambia de planes o cancela las vacaciones por el alza de los precios
El virus inflacionista serpentea y contamina todos los sectores. Desde los combustibles a la alimentación pasando por el alojamiento, los servicios, el transporte y el ocio, el índice de precios al consumo superior ya a un 10% dispara los presupuestos reservados para el periodo veraniego y fuerza a los ciudadanos a revisar cuentas y repensar actividades.
Un 42,6% de los españoles admite ya haber modificado sus planes de verano a la vista de la subida de los precios. Así, algunos -7,6%- han optado por cambiar el destino que tenían previsto por otro más asequible o han reducido los días de ocio -18,8%- que pensaban disfrutar para así rebajar la factura final, e incluso hay quienes han optado directamente -16,2%- por cancelar las vacaciones. Apenas uno de cada cinco asegura mantener sus planes intactos y prácticamente uno de cada tres explica no haber hecho cambio alguno porque no había previsto nada para las vacaciones. (Recorte de prensa)
MIS DEDUCCIONES:
Es el efecto de lo que nos dijeron GLOBALIZACIÓN; El verdadero gobierno de este planeta son: LA AVARICIA, EL EGOÍSMO Y LA AUSENCIA DE ESCRÚPULOS Y RESPONSABILIDADES VERDADERAMENTE SOCIALES; el dinero o capitalismo mundial (sean de la ideología que dicen sean, puesto que la única que padecen es el ATESORAMIENTO DE DINERO) unidos en unos intereses comunes, dominando igualmente la tecnología modernísima que son los que la poseen; el resto, nosotros, no podemos librarnos de esas NUEVAS CADENAS QUE NOS VAN ESCLAVIZANDO PASO A PASO Y SIN COMPASIÓN ALGUNA; los políticos son meros comparsas, puesto que en general, los pagan "ellos" y es por lo que solo habrá las leyes que nos van imponiendo... quien lea mis artículos, puede comprobar que lo vengo anunciando hace ya muchos años: AGF www.jaen-ciudad.es (aquí más)
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