Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 02 de julio de 2022
Indice:
“Maestros de la ternura”: El proyecto vital del Papa para los ancianos
“De la crisis no se sale solo, se sale arriesgando y tomando al otro de la mano”
El Papa: el diálogo interreligioso un signo providencial para la paz y fraternidad
CARTA APOSTÓLICA : FRANCISCO
EL VINO NUEVO : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: la alegría, el tiempo de Jesús
“¿Cómo quieres que te oigan?” : San Josemaria
Viaje del Prelado a Galicia, Castilla y León y Asturias
La vida de Jesús, una conversación siempre abierta
Necesidad de la formación litúrgica : Ramiro Pellitero
Para evitar una vida gris. Un alimento que sacia : José Martínez Colín.
Nos jugamos la vida. Consolación : Josefa Romo
Un triste aniversario: 172 pacientes han muerto el último año víctimas de la eutanasia en España. : Julio Tudela
La concepción jerárquica y cristiana de la vida : Plinio Corrêa de Oliveira
Supervivientes del terrorismo en España: los heridos de ETA : María Jiménez
Aterricemos los "5 pasos a la Santidad" del papa Francisco en nuestra familia : Silvia del Valle Márquez.
“Lo de Ceuta, Melilla, Méjico, EE.UU. y otros” : Antonio García Fuentes
“Maestros de la ternura”: El proyecto vital del Papa para los ancianos
El Santo Padre invita a rezar para que la experiencia y sabiduría de los ancianos ayude a los jóvenes a mirar el futuro con esperanza. En sus intenciones para el mes de julio señala que los ancianos tienen “una gran responsabilidad hacia las nuevas generaciones”.
Vatican News
“Para la vejez hay muchos planes de asistencia, pero pocos proyectos de existencia”, subraya Francisco en el videomensaje con la intención de oración que confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa. Este mes, el Santo Padre pide “por los ancianos que representan las raíces y la memoria de un pueblo, para que su experiencia y sabiduría ayude a los más jóvenes a mirar hacia el futuro con esperanza y responsabilidad”. La intención coincide con la celebración de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que se celebrará el domingo 24 de julio tanto en Roma como en todas las diócesis del mundo.
Una generación numerosa
Hablando en primera persona de los ancianos, el Papa Francisco dice: “Nunca hemos sido tan numerosos en la historia de la humanidad, pero no sabemos bien cómo vivir esta nueva etapa de la vida”. En las últimas décadas, el número de personas mayores de 65 años no ha dejado de crecer. Este envejecimiento poblacional afecta especialmente a los países más desarrollados, donde el 25% de los mayores vive solo. “Para la vejez hay muchos planes de asistencia, pero pocos proyectos de existencia”, se lamenta el Papa en este vídeo, que ha contado con la colaboración del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y de la Fondazione Alberto Sordi.
Francisco: "Las personas mayores tenemos a menudo una sensibilidad especial para el cuidado, la reflexión y el afecto".
Una misión vital para los ancianos
En el contexto de un mundo con numerosas heridas, el Santo Padre señala un papel fundamental para la generación de los ancianos. “Las personas mayores tenemos a menudo una sensibilidad especial para el cuidado, la reflexión y el afecto. Somos, o podemos llegar a ser, maestros de la ternura,” dice el Papa. “Necesitamos, en este mundo acostumbrado a la guerra, ¡una verdadera revolución de la ternura! En eso tenemos una gran responsabilidad hacia las nuevas generaciones.”
Una Iglesia cerca de los ancianos
Sobre la misión de los ancianos en el mundo y en la Iglesia, ha hablado el Card. Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida: “El Santo Padre nos invita a tomar conciencia de la relevancia de los ancianos en la vida de las sociedades y de nuestras comunidades, y a hacerlo no de forma esporádica, sino estructural, con una pastoral ordinaria. Es decir, no se trata de perseguir una emergencia, sino de sentar las bases de una pastoral a largo plazo, que nos implicará durante décadas. Además de reafirmar la importancia de contrarrestar la cultura del descarte, el Papa también parece querer ofrecer puntos de referencia a quienes experimentan el desconcierto de descubrirse adelantados en años. Por eso ha querido establecer una Jornada Mundial que se celebre cada año y que marque el tiempo litúrgico: para decir que la Iglesia está cerca de los ancianos”.
El Papa: “Necesitamos, en este mundo acostumbrado a la guerra, ¡una verdadera revolución de la ternura! "
Faltan respuestas a las necesidades de los ancianos
Por su parte, Ciro Intino, Director de la Fondazione Alberto Sordi, remarca que “Nuestra sociedad está cada vez más envejecida, pero tiende a excluir y aislar a los ancianos, socavando su identidad y su papel social, sobre todo en las relaciones con las generaciones más jóvenes. Lamentablemente, faltan respuestas adecuadas a las necesidades asistenciales y existenciales de las personas mayores. Queda mucho camino por recorrer en materia de políticas sociales y sociomédicas dirigidas a las personas mayores, destinadas a limitar la condición de aislamiento a la que se ven abocadas demasiadas personas mayores en la actualidad. Las personas mayores son portadoras de sabiduría, conocimiento, cultura: valores inalienables que, a través del diálogo intergeneracional, contribuyen a garantizar el futuro de nuestra sociedad y de las comunidades a las que pertenecen. Para que esta dinámica virtuosa se haga realidad, deben activarse las sinergias entre las redes familiares, los amigos, los cuidadores y las estructuras sociales públicas, privadas y particulares. La Fondazione Alberto Sordi promueve estos caminos de la red: ofreciendo así razones para la esperanza”.
Recordemos a nuestros abuelos
El P. Frédéric Fornos S.J., Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, comentó a propósito de esta intención: “Recordemos nuestros abuelos o personas ancianas que nos han compartido, a partir de su propia experiencia de vida y de fe, su sabiduría y su esperanza. En los Evangelios, los ancianos Simeón y Ana, reconocen en el bebé que Maria y José presentan en el Templo, la esperanza de todo un pueblo. Son capaces de ver y escuchar lo que la gran mayoría, corriendo tras sus ocupaciones, no percibe. Como nos lo ha recordado Francisco en las catequesis sobre la vejez de estos tres últimos meses, la alianza entre las generaciones, entre los ancianos y los jóvenes, es una bendición para la sociedad. Recemos este mes por esta intención de oración del Papa”.
Intención de oración del Papa para el mes de Julio
“De la crisis no se sale solo, se sale arriesgando y tomando al otro de la mano”
Entrevista de la agencia Télam con el Papa Francisco
por Bernarda Llorente
Puertas afuera, el calor abrasador no parece desanimar a los miles de turistas que, a pleno sol, comparten largas filas para ingresar al Vaticano. A unos pocos metros, en Santa Marta, su abultada agenda se cumple paso a paso. Algún que otro movimiento parece anunciar que está por llegar. Francisco, su Santidad, el Papa argentino, uno de los líderes que hoy marca la agenda social y política del mundo, viene caminando con una sonrisa radiante. Se lo nota recuperado. Consciente de todas las transformaciones instrumentadas durante sus nueve años de papado y con una mirada a largo plazo acerca del futuro de la humanidad, de la fe y de la necesidad de respuestas nuevas. Al ingresar juntos al salón, en el que todo está dispuesto para una histórica entrevista con la Agencia Nacional de Noticias Télam, que transcurrirá durante una hora y media, sé que en esta tarde de junio estoy viviendo un momento excepcional y único.
"La Iglesia latinoamericana tiene una historia de cercanía al pueblo muy grande"
Francisco, usted fue una de las voces más importantes en un período de muchísima soledad y miedo en el mundo, durante la pandemia. Supo catalogarla como las limitaciones de un mundo en crisis en lo económico, social y político. Y en ese momento dijo una frase: “nunca se sale de igual de una crisis, se sale mejor o se sale peor”. ¿Cómo cree que estamos saliendo? ¿Hacia dónde nos dirigimos?
No me está gustando. En algunos sectores se ha crecido, pero en general no me gusta porque se ha vuelto selectivo. Fijate, el solo hecho de que África no tenga las vacunas o tenga las mínimas dosis quiere decir que la salvación de la enfermedad también fue dosificada por otros intereses. Que África esté tan necesitada de vacunas indica que algo no funcionó. Cuando digo que nunca se sale igual, es porque la crisis necesariamente te cambia. Más aún, las crisis son momentos de la vida donde uno da un paso adelante. Está la crisis de la adolescencia, la de la mayoría de edad, la de los 40. La vida te va marcando etapas con las crisis. Porque la crisis te pone en movimiento, te hace bailar. Y uno tiene que saber asumirlas, porque si no lo hacés las transformás en conflicto. Y el conflicto es algo cerrado, busca la solución dentro de sí y se destruye a sí mismo. En cambio, la crisis es necesariamente abierta, te hace crecer. Una de las cosas más serias en la vida es saber vivir una crisis, no con amargura. Bueno, ¿cómo vivimos la crisis? Cada uno lo hizo como pudo. Hubo héroes, puedo hablar de lo que acá tenía más cerca: los médicos, enfermeros, enfermeras, curas, monjas, laicos, laicas que realmente dieron la vida. Algunos murieron. Creo que en Italia murieron más de sesenta. Dar la vida por los demás es una de las cosas que apareció en esta crisis. Los curas también se portaron bien, en general, porque las iglesias estaban cerradas, pero llamaban por teléfono a la gente. Hubo curas jóvenes que les preguntaban a los viejitos qué necesitaban del mercado y les hacían las compras. O sea, las crisis te obligan a solidarizarte porque todos están en crisis. Y de ahí se crece.
Muchos pensaban que la pandemia había marcado límites: a la extrema desigualdad, a la despreocupación por el calentamiento global, al individualismo exacerbado, al mal funcionamiento de los sistemas políticos y de representación. Sin embargo, existen sectores que insisten en reconstruir las condiciones previas a la pandemia.
No podemos volver a la falsa seguridad de las estructuras políticas y económicas que teníamos antes. Así como digo que de la crisis no se sale igual, sino que se sale mejor o peor, también digo que de la crisis no se sale solo. O salimos todos o no sale ninguno. La pretensión que un solo grupo salga de la crisis, por ahí te puede dar una salvación, pero es una salvación parcial, económica, política o de ciertos sectores de poder. Pero no se sale totalmente. Quedás aprisionado por la opción de poder que hiciste. Lo transformaste en un negocio, por ejemplo, o culturalmente te fortaleciste en el momento de la crisis. Usar la crisis para el propio provecho es salir mal de la crisis y, sobre todo, es salir solo. De la crisis no se sale solo, se sale arriesgando y tomando la mano del otro. Si no lo hacés, no podés salir. Entonces, ahí está lo social de la crisis. Esta es una crisis de civilización. Y ocurre que la naturaleza también está en crisis. Recuerdo que hace unos años recibí a varios jefes de gobierno y de Estado de los países de la Polinesia. Y uno de ellos decía: “Nuestro país está pensando en comprar tierras en Samoa, porque dentro de 25 años quizás no existamos porque está creciendo mucho el mar”. No nos damos cuenta, pero hay un dicho español que nos tiene que hacer pensar: Dios perdona siempre. Quédense tranquilos que Dios perdona siempre y nosotros, los hombres, perdonamos de vez en cuando. Pero la naturaleza no perdona nunca. Se la cobra. Vos usas la naturaleza y se te viene encima. Un mundo recalentado también nos saca de la construcción de una sociedad justa, fraterna. Está la crisis, la pandemia y el Covid famoso. Cuando yo estudiaba, lo que más te causaban los virus “corona” era un resfrío. Pero luego fueron mutando y pasó lo que pasó. Es curiosísimo lo de la mutación de los virus, porque estamos ante una crisis viral, pero también una crisis mundial. Una crisis mundial en nuestra relación con el universo. No vivimos en armonía con la creación, con el universo. Y lo abofeteamos a cada rato. Usamos mal nuestras fuerzas. Hay gente que no se imagina el peligro que hoy vive la humanidad con este recalentamiento y manoseo de la naturaleza. Voy a contar una experiencia personal: en 2007 estaba en el equipo de redacción del Documento de Aparecida y entonces llegaban las propuestas de los brasileños hablando del cuidado de la naturaleza. “Pero estos brasileños, ¿qué tienen en la cabeza?”, me preguntaba en aquel momento, no entendía nada de esto. Pero me fui despertando de a poco y ahí me vino la inquietud de escribir algo. Con los años, cuando viajé a Estrasburgo el presidente François Hollande mandó a recibirme a su ministra de medioambiente, quien en aquel momento era Ségolène Royale. En un momento me preguntó: “¿Es verdad que usted está escribiendo algo sobre el ambiente?”. Cuando le dije que sí, me pidió: “Por favor, publíquelo antes de la Conferencia de París”. Entonces, me volví a reunir con los científicos que me dieron un borrador, después me junté con los teólogos que me entregaron otro borrador, y así salió el “Laudato si”. Fue una exigencia para crear la consciencia de que estamos abofeteando a la naturaleza. Y la naturaleza se la va a cobrar… Se la está cobrando.
En la encíclica “Laudato si” advierte que muchas veces se habla de ecología, pero separándola de las condiciones sociales y de desarrollo. ¿Cuáles serían esas nuevas reglas en términos económicos, sociales y políticos, en medio de lo que ha llamado una crisis de civilización y con una Tierra que, además, dice “no doy más”?
Está todo unido, es armónico. No podés pensar a la persona humana sin la naturaleza y no podés pensar a la naturaleza sin la persona humana. Es como aquel pasaje del Génesis: “Crezcan, multiplíquense y dominen la Tierra”. Dominar es entrar en armonía con la Tierra para hacerla fructificar. Y nosotros tenemos esa vocación. Hay una expresión de los aborígenes del Amazonas que me encanta: “el vivir bien”. Ellos tienen esa filosofía del vivir bien, que no tiene nada que ver con nuestro porteño “pasarla bien” ni con la “dolce vita” italiana. Para ellos se trata de vivir en armonía con la naturaleza. Acá hace falta una opción interior de las personas y los países. Una conversión, diríamos. Cuando me decían que “Laudato si” era una linda encíclica ambiental, les contestaba que no, que se trataba de “una encíclica social”. Porque no podemos separar lo social de lo ambiental. La vida de los hombres y las mujeres se desarrolla dentro de un ambiente. Me viene un dicho español, espero que no sea demasiado guarango, que dice “el que escupe al cielo, en la cara se le cae”. El maltrato a la naturaleza es un poco esto. La naturaleza se la cobra. Repito: la naturaleza no perdona nunca, pero no porque sea vengativa, sino porque ponemos en marcha procesos de degeneración que no están en armonía con nuestro ser. Hace unos años me quedé helado cuando vi la foto de un barco que había pasado por el Polo Norte por primera vez. ¡El Polo Norte navegable! ¿Qué quiere decir esto? Que los hielos se están destruyendo, se están disolviendo, por el calentamiento. Cuando se ven esas cosas, tenemos que frenarnos. Y son los jóvenes los que más lo perciben. Nosotros, los grandes, estamos mal acostumbrados, “no es para tanto” decimos o, simplemente, no entendemos.
JÓVENES, POLÍTICA Y DISCURSO DE ODIO
Los jóvenes, como señala, parecen tener una mayor conciencia ecológica, pero da la sensación que, muchas veces, es segmentada. Hoy se observa menor compromiso político, e incluso a la hora de votar la participación es muy baja entre los menores de 35 años. ¿Qué les diría a esos jóvenes? ¿Cómo ayudar a reconstruirles la esperanza?
Ahí tocaste un punto difícil, que es el descompromiso político de los jóvenes. ¿Por qué no se comprometen en política, por qué no se la juegan? Porque están como desanimados. Han visto -no digo todos, por Dios- situaciones de arreglos mafiosos y de corrupción. Cuando los jóvenes de un país ven, como se dice, que “se vende hasta a la madre” con tal de hacer un negocio, entonces baja la cultura política. Y por eso no quieren meterse en política. Y sin embargo los necesitamos porque son ellos los que tienen que plantear la salvación a las políticas universales. ¿Y por qué la salvación? Porque si no cambiamos de actitud con el ambiente, nos vamos todos al pozo. En diciembre tuvimos un encuentro científico-teológico sobre esta situación ambiental. Y recuerdo que el jefe de la Academia de Ciencia de Italia dijo: “si esto no cambia, mi nieta que nació ayer va a tener que vivir dentro de 30 años en un mundo inhabitable”. Por eso le digo a los jóvenes que no es solo la protesta, también deben buscar la manera de hacerse cargo de los procesos que nos ayuden a sobrevivir.
¿Considera que parte de la frustración de algunos jóvenes hace que sean seducidos por discursos de odio y opciones políticas extremas?
El proceso de un país, el proceso de desarrollo social, económico y político, necesita de una continua revaloración y un continuo choque con los otros. El mundo político es ese choque de ideas, de posiciones, que nos purifica y nos hace ir juntos adelante. Los jóvenes tienen que aprender esta ciencia de la política, de la convivencia, pero también de la lucha política que nos purifica de egoísmos y nos lleva adelante. Es importante ayudar a los jóvenes en ese compromiso socio-político y, también, a que no les vendan un buzón. Aunque hoy día, creo que la juventud está más avivada. En mis tiempos, no nos vendían un buzón, nos vendían el Correo Central. Hoy están más despiertos, son más vivos. Yo confío mucho en la juventud. “Sí, pero qué sé yo, no vienen a misa”, me dice por ahí un cura. Yo contesto que hay que ayudarlos a crecer y acompañarlos. Después, Dios le hablará a cada uno. Pero hay que dejarlos crecer. Si los jóvenes no son los protagonistas de la Historia, estamos fritos. Porque ellos son el presente y el futuro.
Hace unos días usted hablaba de la importancia del diálogo intergeneracional.
Sobre esto me quiero permitir una cosa que siempre me gusta destacar: tenemos que reinstaurar el diálogo de los jóvenes con los viejos. Los jóvenes necesitan dialogar con sus raíces y los viejos necesitan darse cuenta que dejan herencia. El joven cuando se encuentra con el abuelo o la abuela recibe savia, recibe cosas y se las lleva adelante. Y el viejo, cuando se encuentra con el nieto o la nieta, tiene esperanza. Bernárdez tiene un verso muy lindo, no sé de qué poema, que dice: “Todo lo que el árbol tiene de florido le viene de aquello que tiene soterrado”. No dice “las flores vienen de allá abajo”. No, las flores están arriba. Pero ese diálogo de arriba a abajo, de tomar de las raíces y llevar adelante, es el verdadero sentido de la tradición. También me impresionó una frase del compositor Gustav Mahler: “La tradición es la garantía del futuro”. No es una pieza de museo. Es aquello que te da vida, siempre y cuando te haga crecer. Otra cosa es el ir hacia atrás, eso es un conservadurismo malsano. “Porque siempre se hizo así, yo no me juego por un paso adelante”, razonan. Quizás esto necesite más explicación, pero voy a lo esencial del diálogo de los jóvenes con los viejos, porque de ahí se toma el verdadero sentido de la tradición. No es tradicionalismo. Es la tradición que te hace crecer, es la garantía del futuro.
LOS MALES DE LA ÉPOCA
Francisco, usted suele describir tres males de la época: el narcisismo, el desánimo y el pesimismo. ¿Cómo se los combate?
Esas tres cosas que nombraste - narcisismo, desánimo y pesimismo - entran en lo que se llama la psicología del espejo. Narciso, claro, miraba el espejo. Y ese mirarse no es mirar hacia adelante, sino volverse sobre sí mismo y estar continuamente lamiendo la propia llaga. Cuando, en realidad, lo que te hace crecer es la filosofía de la alteridad. Cuando no hay confrontación en la vida no se crece. Esas tres cosas que mencionaste son las del espejo: yo veo para mirarme a mí mismo y lamentarme. Recuerdo a una monja que vivía quejándose y en el convento la llamaban “Sor Lamentela”. Bueno, hay gente que se lamenta continuamente de los males de la época. Pero hay algo que ayuda mucho contra este narcisismo, desánimo y pesimismo, que es el sentido del humor. Es lo que más humaniza. Hay una oración muy linda de Santo Tomás Moro, que yo rezo todos los días desde hace más de 40 años, que empieza pidiendo “Dame, Señor, una buena digestión y también algo que digerir. Dame sentido del humor, que sepa apreciar un chiste”. El sentido del humor relativiza tanto y hace tanto bien. Eso va contra ese espíritu de pesimismo, de “lamentela”. Era Narciso, ¿no? Volver sobre el espejo. Narcisismo típico.
Hacia 2014 ya sostenía que el mundo estaba entrando en una Tercera Guerra Mundial y hoy la realidad no hace más que confirmar sus pronósticos. ¿La falta de diálogo y de escucha son un agravante en la situación actual?
La expresión que utilicé aquella vez fue “guerra mundial a pedacitos”. Esto de Ucrania lo vivimos de cerca y por eso nos alarmamos, pero pensemos en Ruanda hace 25 años, Siria desde hace 10, Líbano con sus luchas internas o Myanmar hoy mismo. Esto que vemos está sucediendo desde hace tiempo. Una guerra, lamentablemente, es una crueldad al día. En la guerra no se baila el minué, se mata. Y hay toda una estructura de venta de armas que lo favorece. Una persona que sabía de estadísticas me dijo, no me acuerdo bien los números, que, si durante un año no se fabricaran armas, no habría hambre en el mundo. Creo que llegó el momento de repensar el concepto de “guerra justa”. Puede haber una guerra justa, hay derecho a defenderse, pero como se usa hoy día ese concepto hay que repensarlo. Yo he declarado que el uso y la posesión de armas nucleares es inmoral. Resolver las cosas con una guerra es decirle no a la capacidad de diálogo, de ser constructivos, que tienen los hombres. Es muy importante esa capacidad de diálogo. Salgo de la guerra y voy al comportamiento común. Fijate cuando estás hablando con algunas personas y antes que termines, te interrumpen y te contestan. No sabemos escucharnos. No le permitimos al otro que diga lo suyo. Hay que escuchar. Escuchar lo que dice, recibir. Declaramos la guerra antes, es decir, cortamos el diálogo. Porque la guerra es esencialmente una falta de diálogo. Cuando en el 2014 fui a Redipuglia, por el centenario de la guerra de 1914, vi en el cementerio la edad de los muertos y lloré. Ese día lloré. Un 2 de noviembre, algunos años después, fui al cementerio de Anzio y cuando vi la edad de aquellos chicos muertos, también lloré. No me avergüenzo de decirlo. Qué crueldad. Y cuando se conmemoró el aniversario del desembarco en Normandía, pensaba en los 30.000 muchachos que quedaron sin vida en la playa. Abrían las barcas y “a bajar, a bajar”, les ordenaban mientras los nazis los esperaban. ¿Se justifica eso? Visitar los cementerios militares en Europa ayuda a caer en la cuenta de esto.
LA CRISIS DE LAS INSTITUCIONES
¿Acaso están fallando los organismos multilaterales ante estas guerras? ¿Es posible conseguir la paz a través de ellos? ¿Es factible buscar soluciones conjuntas?
Después de la Segunda Guerra Mundial hubo mucha esperanza en las Naciones Unidas. No quiero ofender, sé que hay gente muy buena que trabaja, pero en este punto no tiene poder para imponerse. Ayuda sí para evitar guerras y pienso en Chipre, donde hay tropas argentinas. Pero para parar una guerra, para resolver una situación de conflicto como la que estamos viviendo hoy en Europa, o como las que se vivieron en otros lugares del mundo, no tiene poder. Sin ofender. Es que la constitución que tiene no le da poder.
¿Han cambiado los poderes en el mundo? ¿Se modificó el peso de algunas instituciones?
Es una pregunta que no quiero universalizar mucho. Quiero decir así: hay instituciones beneméritas que están en crisis o, peor, que están en conflicto. Las que están en crisis me dan esperanzas de un posible progreso. Pero las que están en conflicto se involucran en resolver asuntos internos. En este momento hace falta valentía y creatividad. Sin esas dos cosas, no vamos a tener instituciones internacionales que puedan ayudarnos a superar estos conflictos tan graves, estas situaciones de muerte.
TIEMPO DE BALANCE
En 2023 se cumplen 10 años de su designación en el Vaticano, un aniversario ideal para trazar un balance. ¿Pudo cumplir todos sus objetivos? ¿Qué proyectos quedan pendientes?
Las cosas que hice no las inventé ni las soñé después de una noche de indigestión. Recogí todo lo que los cardenales habíamos dicho en las reuniones pre-cónclave, que debía hacer el próximo Papa. Entonces dijimos las cosas que había que cambiar, los puntos que había que tocar. Lo que puse en marcha fue eso que se pidió. No creo que haya habido nada original mío, sino poner en marcha lo que se pidió entre todos. Por ejemplo, en la parte de Reforma de la Curia terminó con la nueva Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, que después de 8 años y medio de trabajo y consulta se logró poner lo que habían pedido los cardenales, cambios que ya se iban poniendo en práctica. Hoy día hay una experiencia de tipo misionero. Praedicate Evangelium, es decir, “sean misioneros”. Prediquen la palabra de Dios. O sea, que lo esencial es salir. Curioso: en esas reuniones hubo un cardenal que dijo que en el texto del Apocalipsis Jesús dice: “estoy en la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré”. Él entonces dijo “Jesús sigue golpeando, pero para que lo dejemos salir, porque lo tenemos aprisionado”. Eso es lo que se pidió en esas reuniones de cardenales. Y cuando fui elegido, lo puse en marcha. A los pocos meses, se hicieron consultas hasta que se armó la nueva Constitución. Y mientras tanto se iban haciendo los cambios. O sea, no son ideas mías. Eso que quede claro. Son ideas de todo el Colegio Cardenalicio que pidió eso.
Pero hay una impronta suya, se observa una impronta de la iglesia latinoamericana…
Eso sí.
¿En qué posibilitó esa perspectiva los cambios que se están viendo hoy?
La Iglesia latinoamericana tiene una historia de cercanía al pueblo muy grande. Si tomamos las conferencias episcopales - la primera en Medellín, después Puebla, Santo Domingo y Aparecida - siempre fue en diálogo con el pueblo de Dios. Y eso ayudó mucho. Es una Iglesia popular, en el sentido real de la palabra. Es una Iglesia del pueblo de Dios, que se desnaturalizó cuando el pueblo no podía expresarse y terminó siendo una Iglesia de capataces de estancia, con los agentes pastorales que mandaban. El pueblo se fue expresando cada vez más en lo religioso y terminó siendo protagonista de su historia. Hay un filósofo argentino, Rodolfo Kush, que es el que mejor captó lo que es un pueblo. Como sé que me van a escuchar, recomiendo la lectura de Kush. Es uno de los grandes cerebros argentinos Tiene libros sobre la filosofía del pueblo. En parte, esto es lo que vivió la iglesia latinoamericana, aunque tuvo conatos de ideologización, como el instrumento de análisis marxista de la realidad para la Teología de la Liberación. Fue una instrumentalización ideológica, un camino de liberación - digamos así - de la iglesia popular latinoamericana. Pero una cosa son los pueblos y otra son los populismos.
LAS ENSEÑANZAS DE LAS PERIFERIAS
¿Cómo sería la diferencia entre ambos?
En Europa lo tengo que expresar continuamente. Acá tienen una experiencia de populismo muy triste. Hay un libro que salió ahora, “Síndrome 1933”, que muestra cómo se fue gestando el populismo de Hitler. Entonces, me gusta decir: no confundamos populismo con popularismo. Popularismo es cuando el pueblo lleva adelante sus cosas, expresa lo suyo en diálogo y es soberano. El populismo es una ideología que aglutina al pueblo, que se mete a reagruparlo en una dirección. Y acá cuando les hablás de fascismo y nazismo entienden en ese aspecto lo que es un populismo. La Iglesia latinoamericana tiene aspectos de sujeción ideológica en algunos casos. Los ha habido y los seguirá habiendo porque eso es una limitación humana. Pero es una Iglesia que pudo y puede expresar cada vez mejor su piedad popular, por ejemplo, su religiosidad y su organización popular. Cuando vos encontrás que a las patronales del Milagro de Salta te bajan los Misachicos desde 3 mil metros, hay ahí una entidad religiosa que no es superstición, porque se sienten identificados con eso. La Iglesia latinoamericana ha crecido mucho en esto. Y también es una Iglesia que supo cultivar las periferias, porque la verdadera realidad se ve desde allí.
¿Por qué la verdadera transformación viene de la periferia?
Me llamó la atención una conferencia que escuché de Amelia Podetti, una filósofa que ya falleció, en la que dijo: “Europa vio el Universo cuando Magallanes llegó al Sur”. O sea, desde la periferia más grande, se entendió a sí misma. La periferia nos hace entender el centro. Podrán estar de acuerdo o no, pero si vos querés saber lo que siente un pueblo, andá a la periferia. Las periferias existenciales, no sólo las sociales. Andá a los viejos jubilados, a los chicos, andá a los barrios, andá a las fábricas, a las universidades, andá donde se juega el día a día. Y ahí se muestra el pueblo. Los lugares donde el pueblo se puede expresar con mayor libertad. Para mí esto es clave. Una política desde el pueblo que no es populismo. Respetar los valores del pueblo, respetar el ritmo y la riqueza de un pueblo.
En los últimos años Latinoamérica comenzó a mostrar alternativas al neoliberalismo a partir de la construcción de proyectos populares e inclusivos. ¿Cómo ve a Latinoamérica como región?
Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región. Siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar, de imperialismos explotadores. Eso lo tienen todos los países. No quiero mencionarlos porque son tan obvios que todo el mundo los ve. El sueño de San Martín y Bolívar es una profecía, ese encuentro de todo el pueblo latinoamericano, más allá de la ideología, con la soberanía. Esto es lo que hay que trabajar para lograr la unidad latinoamericana. Donde cada pueblo se sienta a sí mismo con su identidad y, a la vez, necesitado de la identidad del otro. No es fácil.
Usted señala un camino a partir de ciertos principios políticos.
Ahí hay cuatro principios políticos que a mí me ayudan, no solo para esto sino incluso para resolver cosas de la Iglesia. Cuatro principios que son filosóficos, políticos o sociales, lo que quieras. Los voy a mencionar: “La realidad es superior a la idea”, o sea, cuando te vas por los idealismos, perdiste; es la realidad, tocar la realidad. “El todo es superior a la parte”, es decir, buscar siempre la unidad del todo. “La unidad es superior al conflicto”, o sea, cuando privilegiás los conflictos, dañás la unidad. “El tiempo es superior al espacio”, fijate que los imperialismos siempre buscan ocupar espacios y la grandeza de los pueblos es iniciar procesos. Estos cuatro principios siempre me ayudaron para entender a un país, a una cultura o a la Iglesia. Son principios humanos, de integración. Y hay otros principios que son más ideológicos, de desintegración. Pero reflexionar sobre esos cuatro principios ayuda mucho.
MANIPULACIÓN MEDIÁTICA
Usted sea, tal vez, la voz más importante en el mundo en términos de liderazgo social y político. ¿A veces siente que, desde su voz disonante, tiene la posibilidad de cambiar muchas cosas?
Que es disonante, algunas veces lo sentí. Creo que mi voz puede cambiar… pero no me la creo mucho porque te puede hacer daño eso. Yo digo lo que siento delante de Dios, delante de los demás, con honestidad y con el deseo de que sirva. No me preocupa tanto si va a cambiar o no va a cambiar cosas. Me cuadra más el decir las cosas y el ayudar a que se cambien solas. Creo que en el mundo existe, y en Latinoamérica en especial, una gran fuerza para cambiar las cosas con estos cuatro principios que recién dije. Y, es verdad, si hablo yo todos dicen “habló el Papa y dijo esto”. Pero también es cierto que te agarran una frase fuera de contexto y te hacen asegurar lo que no quisiste decir. O sea, hay que tener mucho cuidado. Por ejemplo, con la guerra hubo toda una disputa por una declaración que hice en una revista jesuita: dije “aquí no hay buenos ni malos” y expliqué por qué. Pero se tomó esa frase sola y dijeron “¡El Papa no condena a Putin!”. La realidad es que el estado de guerra es algo mucho más universal, más serio, y aquí no hay buenos ni malos. Todos estamos involucrados y eso es lo que tenemos que aprender.
El mundo se ha vuelto cada vez más desigual y eso se refleja también en los medios de comunicación que a partir de una gran concentración empresarial y de las plataformas digitales y redes sociales son cada vez más poderosas en términos de producción de discurso. En este contexto, ¿cuál cree que debería ser el papel de los medios?
Tomo el principio de “la realidad es superior a la idea”. Me viene a la mente un libro que escribió la filósofa Simone Paganini, una profesora de la Universidad de Aachen, donde habla de la comunicación y de las tensiones que existen entre el autor de un libro, el lector y la fuerza del propio libro. Ella plantea que tanto en la comunicación como en la lectura del libro se va desarrollando una tensión. Y eso en la comunicación es clave. Porque, de alguna manera, la comunicación tiene que entrar en una relación de sana tensión, que haga pensar al otro y lo lleve a responder. Si no existe esto, es sólo información. La comunicación humana - y habla de periodistas, comunicadores, lo que sea - tiene que entrar en la dinámica de esa tensión. Tenemos que ser muy conscientes que comunicar es involucrarnos. Y ser muy conscientes de la necesidad de involucrarnos bien. Por ejemplo, está la objetividad. Yo comunico una cosa y digo: “pasó esto, pienso esto”. Ahí me juego yo, y me abro a la respuesta del otro. Pero si yo comunico lo que pasó podándolo, y sin decir que lo estoy podando, soy deshonesto porque no comunico una verdad. No se puede comunicar objetivamente una verdad porque si la estoy comunicando yo, le voy a meter mi salsa. Por eso es importante distinguir “pasó esto y pienso que es esto”. Hoy, lamentablemente, el “pienso” lleva a deformar la realidad. Y esto es muy serio.
Usted en varias oportunidades ha hablado de los pecados de la comunicación.
Esto lo dije por primera vez en una conferencia realizada en Buenos Aires cuando era arzobispo. Se me ocurrió hablar de los cuatro pecados de la comunicación, del periodismo. Primero, la desinformación: decir lo que me conviene y callarme lo otro. No, decí todo, no podés desinformar. Segundo, la calumnia. Se inventan cosas y a veces destruyen a una persona con una comunicación. Tercero, la difamación, que no es calumnia, pero que es como traerle a una persona un pensamiento que tuvo en otra época y que ya cambió. Es como si a un adulto te trajeran los pañales sucios de cuando eras chiquito. Era chico, pensaba así. Cambió, ahora es así. Y para el cuarto pecado, usé la palabra técnica coprofilia, es decir, el amor a la caca, el amor a la porquería. O sea, buscar ensuciar, buscar el escándalo por el escándalo. Me acuerdo que el cardenal Antonio Quarracino decía: “Yo ese diario no lo leo, porque hago así y brota sangre”. Es el amor a lo sucio, a lo feo. Creo que un medio de comunicación tiene que estar atento a no caer en la desinformación, en la calumnia, en la difamación y en la coprofilia. Su valor es expresar la verdad. Digo la verdad, pero soy yo quien la expreso y le meto mi salsa. Pero dejo bien claro lo que es mi salsa y lo que es lo objetivo. Y la transmito. Aunque a veces en esa transmisión se pierde un poco la honestidad, entonces del boca a boca de la transmisión pasás a un primer paso con Caperucita escapándose del Lobo que se la quiere comer y terminás, después de la comunicación, en un banquete donde la abuela y Caperucita están comiéndose al Lobo. Hay que tener cuidado para que la comunicación no cambie la esencia de la realidad.
COMUNICACIÓN Y PODER
¿Qué valor le asigna a la comunicación?
La comunicación es algo sagrado. Es quizás de las cosas más lindas que tenga la persona humana. Comunicarse es divino y hay que saber hacerlo con honestidad y autenticidad. Sin agregar cosas de mi cosecha y no decirlo. “Pasó esto. Yo pienso que debe ser esto o interpreto lo otro”, pero que quede claro que sos vos. Hoy día los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad didáctica: enseñar honestidad a la gente, enseñar a comunicarse con el ejemplo, enseñar a la convivencia. Pero si vos tenés medios de comunicación que da la impresión que tienen una metralla en la mano para destruir a la gente - con la selección de la verdad, con la calumnia, con la difamación o con ensuciarlo - eso nunca hará crecer a un pueblo. Pido que los medios de comunicación tengan esa sana objetividad, lo que no quiere decir que sea agua destilada. Reitero: “el hecho es así y yo pienso así”. Y salís al ruedo, pero que quede claro lo que pensás. Eso es muy noble. Pero si vos hablás con el programa que te impone tal movimiento político, tal partido, sin decir que es eso, eso es innoble y no es de bien nacido. El comunicador, para ser buen comunicador, tiene que ser bien nacido.
Muchos medios al priorizar sus intereses dan paso a una agenda de la globalización de la indiferencia. Son los temas que los medios deciden visibilizar u ocultar por distintas razones.
Sí, cuando a veces pienso en algún medio que lamentablemente no cumple bien su misión, cuando pienso estas cosas de nuestra cultura en general, de la cultura mundial, que dañan a la misma sociedad, me viene a mí una frase de nuestra filosofía que parece pesimista, pero es la verdad: “Dale que va, todo es igual, que allá en el horno se vamo’ a encontrar”. Es decir, no interesa qué es la verdad o qué no lo es. No interesa que esta persona gane o pierda. Todo es igual. “Dale que va”. Cuando se da esa filosofía en los medios de comunicación es desastroso porque crea una cultura de la indiferencia, del conformismo y del relativismo que nos daña a todos.
Muchas veces se le asigna a la tecnología cierta vida propia, como responsable de males que se cometen más allá del uso que se hace. ¿Cómo recuperar el humanismo en este mundo tan tecnológico?
Mirá, un quirófano es un lugar donde la tecnología se usa al milímetro. Y, sin embargo, qué cuidado se tiene en una intervención quirúrgica a través de las nuevas tecnologías. Porque hay una vida de por medio que hay que cuidar. El criterio es este: que la tecnología siempre vea que está trabajando con vidas humanas. Hay que pensar en los quirófanos. Esa es la honestidad que tenemos que tener siempre, hasta en la comunicación. Hay vidas de por medio. No podemos hacer las cosas como si nada pasara.
LOS PASTORES DEL PUEBLO
Siempre fue un pastor, pero cómo transmitir esa Iglesia de pastores, esa Iglesia de la calle que le habla a los fieles. ¿Acaso hoy la fe es distinta? ¿El mundo tiene menos fe? ¿La fe se puede recuperar?
Me gusta hacer una distinción entre pastores de pueblo y clérigos de Estado. Clérigo de Estado es aquel de las cortes francesas, como Monsieur L’Abbé, y a veces los curas tenemos la tentación de noviar demasiado con los poderes y ese no es el camino. El verdadero camino es el pastoreo. Estar en medio de tu pueblo, delante de tu pueblo y detrás de tu pueblo. Estar en medio para olerlo bien, para conocerlo bien, porque a vos te sacaron de ahí. Estar delante de tu pueblo para a veces marcar el ritmo. Y estar detrás de tu pueblo para ayudar a los rezagados y para dejar que camine solo para ver para dónde tira, porque las ovejas a veces tienen la intuición de saber dónde está el pasto. El pastor es eso. Un pastor que esté solo delante del pueblo no va. Tiene que estar mezclado y participando de la vida de su pueblo. Si Dios te pone a pastorear es para que pastorées, no para que condenes. Dios vino acá para salvar, no para condenar. Eso lo dice San Pablo, no lo digo yo. Salvemos a la gente, no nos pongamos demasiado severos. A algunos no les va a gustar lo que voy a decir: hay un capitel de la Basilica de Vèzelay, no me acuerdo si es 900 o 1100. Vos sabés que, en aquella época medieval, la catequesis se hacía con las esculturas, con los capiteles. La gente los veía y aprendía. Y un capitel de Vèzelay que me tocó mucho es el de un Judas ahorcado, el diablo tirándolo para abajo y, del otro lado, un buen pastor que lo agarra y se lo lleva con una sonrisa irónica. Con eso le está enseñando al pueblo que Dios es más grande que tu pecado, que Dios es más grande que tu traición, que no te desesperes por las macanas que hiciste, que siempre hay alguien que te va a llevar sobre los hombros. Es la mejor catequesis sobre la persona de Dios, la misericordia de Dios. Porque la misericordia de Dios no es un regalo que te da, es él mismo. No puede ser de otra manera. Cuando presentamos a ese Dios severo, que todo es castigo, no es nuestro Dios. Nuestro Dios es el de la misericordia, de la paciencia, el Dios que no se cansa de perdonar. Ese es nuestro Dios. No el que, a veces, desfiguramos los curas.
Si la sociedad escucha a ese Dios y a ese pueblo que a veces no es escuchado, ¿considera que se podrá construir un discurso distinto, alternativo al discurso hegemónico?
Sí, por supuesto. La hegemonía nunca es saludable. Quisiera hablar de algo antes de terminar: en nuestra vida litúrgica, en el Evangelio, está la huida a Egipto. Jesús tiene que escaparse, su padre y su madre, porque Herodes lo quiere matar. Los Reyes Magos y toda esa historia. Entonces está la huida a Egipto, que tantas veces la pensamos como si fueran en carroza, tranquilos en un burrito. Resulta que, hace dos años, un pintor piamontés pensó en el drama de un papá siriano escapando con su hijo y dijo: “Ese es San José con el niño”. Lo que sufre ese hombre es lo que sufrió San José en esa época. Es ese cuadro que está ahí, que me lo regaló.
BERGOGLIO Y FRANCISCO
Más allá del orgullo de tener un Papa argentino, siempre pienso cómo se ve usted. ¿Cómo ve el Papa a Bergoglio y cómo Bergoglio vería a Francisco?
Bergoglio nunca se imaginó que iba a terminar aquí. Nunca. Yo vine al Vaticano con una valijita, con lo puesto y un poquito más. Más aún: dejé preparados en Buenos Aires los sermones para el Domingo de Ramos. Pensé: ningún Papa va a asumir el Domingo de Ramos, así que yo el sábado viajo de vuelta a casa. O sea, nunca me imaginé que iba a estar acá. Y cuando veo al Bergoglio de allá y toda su historia, las fotografías hablan. Es la historia de una vida que caminó con muchos dones de Dios, muchas fallas de mi parte, muchas posturas no tan universales. Uno va aprendiendo en la vida a ser universal, a ser caritativo, a ser menos malo. Yo creo que todas las personas son buenas. O sea, veo a un hombre que caminó, que tomó una senda, con altos y bajos, y tantos amigos lo ayudaron a seguir caminando. Mi vida no la caminé nunca solo. Siempre hubo hombres y mujeres, empezando por mis padres, mis hermanos, una vive todavía, que me han acompañado. No me imagino una persona solitaria, porque no lo soy. Una persona que caminó su vida, que estudió, que trabajó, que se metió a cura, que hizo lo que pudo. No se me ocurre pensarlo de otra manera.
¿Y cómo miraría Bergoglio al Papa?
No sé cómo lo miraría. Yo creo que en el fondo diría “¡Pobre tipo! ¡La que te tocó!” Pero no es tan trágico ser Papa. Uno puede ser un buen pastor.
Tal vez lo miraría como lo miramos todos: lo descubriría.
Sí, puede ser. Pero no se me ocurrió hacerme esa pregunta, meterme allá. Lo voy a pensar.
¿Siente que cambió mucho siendo Papa?
Algunos me dicen que afloraron cosas que estaban en germen en mi personalidad. Que me volví más misericordioso. En mi vida tuve períodos rígidos, que exigía demasiado. Después me di cuenta que por ese camino no se va, que hay que saber conducir. Es esa paternidad que tiene Dios. Hay una canción napolitana muy hermosa que describe lo que es un padre napolitano. Y dice “el padre sabe lo que te pasa a vos, pero se hace el que no sabe”. Ese saber esperar a los demás propio de un padre. Sabe lo que te está pasando, pero se las arregla para que vos solo vayas, él te está esperando como si nada sucediera. Es un poco lo que hoy criticaría de aquel Bergoglio que, en alguna etapa, no siempre, como obispo que fui un poco más benévolo. Pero en la etapa de jesuita fui muy severo. Y la vida es muy linda con el estilo de Dios, de saber esperar siempre. Saber, pero hacerte el tonto como que no sabés y dejarlo madurar. Es una de las sabidurías más lindas que nos da la vida.
Se lo ve muy bien, Francisco. ¿Tenemos Papa y Francisco para rato?
Que lo diga el de arriba.
El Papa: el diálogo interreligioso un signo providencial para la paz y fraternidad
“El diálogo como antídoto al extremismo, y como un signo providencial para la paz y la fraternidad”, son algunos de los temas contenidos en el texto preparado con los saludos del Santo Padre a los miembros de la Delegación del Comité Judío Internacional de Consultas Interreligiosas, el mismo que fue entregado al Cardenal Kurt Koch.
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Reforzando el diálogo podemos resistir el extremismo, que por desgracia es una patología que también puede manifestarse en las religiones. Pidamos al Señor que nos guíe cada vez más por este camino de diálogo y fraternidad”, lo escribe el Papa Francisco en sus saludos – entregado al Cardenal Kurt Kock, Presidente del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos – a los miembros de la Delegación del Comité Judío Internacional de Consultas Interreligiosas, a quienes no pudo recibir en audiencia esta mañana, debido al empeoramiento de dolor en la rodilla, tal como lo informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Promover y acompañar el diálogo interreligioso en todo el mundo
En sus saludos, el Santo Padre recordó que, “esta Organización se creó en 1970 con el objetivo de promover y acompañar el diálogo interreligioso en todo el mundo”. Es por ello, que este Comité reúne a muchas grandes organizaciones judías, especialmente con sede en los Estados Unidos de América. “Desde sus inicios – subrayó el Pontífice – está en contacto con la Comisión de Relaciones Religiosas con el Judaísmo de la Santa Sede, y junto a ella organiza regularmente conferencias conjuntas sobre temas de actualidad”. Asimismo, el Papa recordó la última vez que los saludó en la Audiencia General de mayo de 2019, con ocasión de su última reunión aquí en Roma.
Contrarrestar tendencias negativas de nuestras sociedades
El Papa Francisco en sus saludos también alentó a los miembros de este Comité a tener presente el tiempo que estamos viviendo, “tiempos turbulentos, donde es de gran importancia que los judíos y los cristianos se reúnan, y trabajen cada vez más juntos, para intentar contrarrestar ciertas tendencias negativas de nuestras sociedades occidentales: la idolatría del ego y del dinero; el individualismo exagerado; la cultura de la indiferencia y del descarte”. Juntos, afirmó el Papa, estamos llamados a dar testimonio del Dios de la misericordia y la justicia, que ama y cuida de las personas; y podemos hacerlo recurriendo a la herencia espiritual que en parte compartimos y que tenemos la responsabilidad de preservar y profundizar.
Luchar contra todas las formas de antisemitismo
Asimismo, el Santo Padre recordó que, nuestras tradiciones religiosas nos piden que abordemos los desacuerdos, las divergencias y los conflictos no de forma agresiva, sino sin prejuicios y con intenciones pacíficas, para encontrar puntos de convergencia aceptables para todos. En cualquier caso, el odio y la violencia son incompatibles con nuestra fe en el "Dios misericordioso y clemente, lento para la ira y abundante en amor y fidelidad". Judíos y cristianos, estamos llamados a comportarnos de manera que nos parezcamos lo más posible a nuestro Creador y Padre. Esto se hace muy difícil cuando somos objeto de abusos y persecuciones, como ha sucedido a menudo en la historia y desgraciadamente también sucede hoy. A este respecto, quisiera aprovechar la ocasión para reiterar el compromiso de la Iglesia católica de luchar contra todas las formas de antisemitismo, especialmente mediante una acción preventiva, es decir, en el plano educativo, tanto en las familias como en las comunidades parroquiales y las escuelas, y en las agrupaciones de laicos.
El diálogo camino para la paz y la fraternidad
Finalmente, en sus saludos el Papa Francisco precisa que “el diálogo interreligioso, es un signo de nuestro tiempo, un signo providencial, en el sentido de que es Dios mismo, en su sabio designio, quien inspira a los líderes religiosos y a tanta gente corriente a encontrarse y conocerse respetando las diferencias religiosas”. Este es un camino para que la fraternidad y la paz crezcan en el mundo. Reforzando el diálogo podemos resistir el extremismo, que por desgracia es una patología que también puede manifestarse en las religiones. El Santo Padre concluyó sus saludos pidiendo que “el Señor nos guíe cada vez más por este camino de diálogo y fraternidad. Que la bendición de Dios los acompañe y haga fructífera su labor al servicio del conocimiento y la colaboración mutua”.
DESIDERIO DESIDERAVI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS
Y A LOS DIÁCONOS,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA
DEL PUEBLO DE DIOS
Desiderio desideravi
hoc Pascha manducare vobiscum,
antequam patiar (Lc 22, 15)
- Queridos hermanos y hermanas:
con esta carta deseo llegar a todos –después de haber escrito a los obispos tras la publicación del Motu Proprio Traditionis custodes– para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión fundamental para la vida de la Iglesia. El tema es muy extenso y merece una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.
La Liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación
- “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer”(Lc 22,15) Las palabras de Jesús con las cuales inicia el relato de la última Cena son el medio por el que se nos da la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros.
- Pedro y Juan habían sido enviados a preparar lo necesario para poder comer la Pascua, pero, mirándolo bien, toda la creación, toda la historia –que finalmente estaba a punto de revelarse como historia de salvación– es una gran preparación de aquella Cena. Pedro y los demás están en esa mesa, inconscientes y, sin embargo, necesarios: todo don, para ser tal, debe tener alguien dispuesto a recibirlo. En este caso, la desproporción entre la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita y no puede dejar de sorprendernos. Sin embargo – por la misericordia del Señor – el don se confía a los Apóstoles para que sea llevado a todos los hombres.
- Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos: Él sabe que es el Cordero de esa Pascua, sabe que es la Pascua. Esta es la novedad absoluta de esa Cena, la única y verdadera novedad de la historia, que hace que esa Cena sea única y, por eso, “última”, irrepetible. Sin embargo, su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros, que era y sigue siendo su proyecto original, no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación(Ap 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre: por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta.
- El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero(Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura lavada en la Sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.
- Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.
- El contenido del Pan partido es la cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre. Si no hubiéramos tenido la última Cena, es decir, la anticipación ritual de su muerte, no habríamos podido comprender cómo la ejecución de su sentencia de muerte pudiera ser el acto de culto perfecto y agradable al Padre, el único y verdadero acto de culto. Unas horas más tarde, los Apóstoles habrían podido ver en la cruz de Jesús, si hubieran soportado su peso, lo que significaba “cuerpo entregado”, “sangre derramada”: y es de lo que hacemos memoria en cada Eucaristía. Cuando regresa, resucitado de entre los muertos, para partir el pan a los discípulos de Emaús y a los suyos, que habían vuelto a pescar peces y no hombres, en el lago de Galilea, ese gesto les abre sus ojos, los cura de la ceguera provocada por el horror de la cruz, haciéndolos capaces de “ver” al Resucitado, de creer en la Resurrección.
- Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra. Por eso, la Iglesia siempre ha custodiado, como su tesoro más precioso, el mandato del Señor: “haced esto en memoria mía”.
- Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente que no se trataba de una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” – más aún bajo la mirada de María, la Madre del Señor – ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos [1].
La Liturgia: lugar del encuentro con Cristo
- Aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia. Si la Resurrección fuera para nosotros un concepto, una idea, un pensamiento; si el Resucitado fuera para nosotros el recuerdo del recuerdo de otros, tan autorizados como los Apóstoles, si no se nos diera también la posibilidad de un verdadero encuentro con Él, sería como declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne. En cambio, la Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es.
- La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos. Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados. El Señor Jesús que inmolado, ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre[2], continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos. A través de la encarnación, es el modo concreto por el que nos ama; es el modo con el que sacia esa sed de nosotros que ha declarado en la cruz( Jn 19,28).
- Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. No es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo.
- El modo en que acontece es conmovedor. La plegaria de bendición del agua bautismal [3]nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo. Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2) para que contuviera en germen el poder de santificar; la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29); la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14); la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo, impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo, don del Espíritu inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros, y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros ( Jn 19,34). En esta agua fuimos sumergidos para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11).
La Iglesia: sacramento del Cuerpo de Cristo
- Como nos ha recordado el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 5) citando la Escritura, los Padres y la Liturgia –columnas de la verdadera Tradición– del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia[4]. El paralelismo entre el primer y el nuevo Adán es sorprendente: así como del costado del primer Adán, tras haber dejado caer un letargo sobre él, Dios formó a Eva, así del costado del nuevo Adán, dormido en el sueño de la muerte, nace la nueva Eva, la Iglesia. El estupor está en las palabras que, podríamos imaginar, el nuevo Adán hace suyas mirando a la Iglesia: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” ( Gén 2,23). Por haber creído en la Palabra y haber descendido en el agua del bautismo, nos hemos convertido en hueso de sus huesos, en carne de su carne.
- Sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios. De hecho, uno sólo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo.
El sentido teológico de la Liturgia
- Debemos al Concilio – y al movimiento litúrgico que lo ha precedido – el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia: los principios generales enunciados por la Sacrosanctum Concilium, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 11.14), “fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” ( Sacrosanctum Concilium, n. 14). Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea. La oración sacerdotal de Jesús en la última cena para que todos sean uno ( Jn17,21), juzga todas nuestras divisiones en torno al Pan partido, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad [5].
- He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la Exhortación Evangelii gaudium(nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan.
El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo “en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (Evangelii gaudium, n. 94).
El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a “un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Evangelii gaudium, n. 94).
Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia.
- Resulta evidente, en todo lo que he querido recordar anteriormente, que la Liturgia es, por su propia naturaleza, el antídoto más eficaz contra estos venenos. Evidentemente, hablo de la Liturgia en su sentido teológico y – ya lo afirmaba Pío XII – no como un ceremonial decorativo… o un mero conjunto de leyes y de preceptos…que ordena el cumplimiento de los ritos [6].
- Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice “yo” sino “nosotros”, y cualquier limitación a la amplitud de este “nosotros” es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan. Y lo hace, en coherencia con la acción de Dios, siguiendo el camino de la Encarnación, a través del lenguaje simbólico del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo.
Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana
- Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos. El inicio de cada celebración me recuerda quién soy, pidiéndome que confiese mi pecado e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas, que intercedan por mí ante el Señor: ciertamente no somos dignos de entrar en su casa, necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt8,8). No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14). La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético: es el don de la Pascua del Señor que, aceptado con docilidad, hace nueva nuestra vida. No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15).
- Sin embargo, tenemos que tener cuidado: para que el antídoto de la Liturgia sea eficaz, se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana. Me refiero, una vez más, a su significado teológico, como ha descrito admirablemente el n. 7 de la Sacrosanctum Concilium: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.
- El redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado.
- Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena.
Asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica
- Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?
- Cuando digo asombro ante el misterio pascual, no me refiero en absoluto a lo que, me parece, se quiere expresar con la vaga expresión “sentido del misterio”: a veces, entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está la de haberlo – se dice – eliminado de la celebración. El asombro del que hablo no es una especie de desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático, sino que es, por el contrario, admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los “misterios”, es decir, de los sacramentos. Sin embargo, sigue siendo cierto que la plenitud de la revelación tiene, en comparación con nuestra finitud humana, un exceso que nos trasciende y que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, cuando vuelva el Señor. Si el asombro es verdadero, no hay ningún riesgo de que no se perciba la alteridad de la presencia de Dios, incluso en la cercanía que la Encarnación ha querido. Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración.
- El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa.
La necesidad de una seria y vital formación litúrgica
- Es ésta, pues, la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno – no en todas las culturas del mismo modo – ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico.
- La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica.
- La Iglesia reunida en el Concilio ha querido confrontarse con la realidad de la modernidad, reafirmando su conciencia de ser sacramento de Cristo, luz de las gentes (Lumen Gentium), poniéndose a la escucha atenta de la palabra de Dios (Dei Verbum) y reconociendo como propios los gozos y las esperanzas(Gaudium et spes) de los hombres de hoy. Las grandes Constituciones conciliares son inseparables, y no es casualidad que esta única gran reflexión del Concilio Ecuménico – la más alta expresión de la sinodalidad de la Iglesia, de cuya riqueza estoy llamado a ser, con todos vosotros, custodio – haya partido de la Liturgia (Sacrosanctum Concilium).
- Concluyendo la segunda sesión del Concilio(4 de diciembre de 1963) san Pablo VI se expresaba así [7]:
«Por lo demás, no ha quedado sin fruto la ardua e intrincada discusión, puestos que uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero también por la excelencia intrínseca y por su importancia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada Liturgia, ha sido terminado y es hoy promulgado por Nos solemnemente. Nuestro espíritu exulta de gozo ante este resultado. Nos rendimos en esto el homenaje conforme a la escala de valores y deberes: Dios en el primer puesto; la oración, nuestra primera obligación; la Liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».
- En esta carta no puedo detenerme en la riqueza de cada una de las expresiones, que dejo a vuestra meditación. Si la Liturgia es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium, n. 10), comprendemos bien lo que está en juego en la cuestión litúrgica. Sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual. La problemática es, ante todo, eclesiológica. No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio – aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo – y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium, que expresa la realidad de la Liturgia en íntima conexión con la visión de la Iglesia descrita admirablemente por la Lumen Gentium. Por ello – como expliqué en la carta enviada a todos los Obispos – me sentí en el deber de afirmar que “los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandidel Rito Romano” (Motu Proprio Traditionis custodes, art. 1).
La no aceptación de la reforma, así como una comprensión superficial de la misma, nos distrae de la tarea de encontrar las respuestas a la pregunta que repito: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración? Necesitamos una formación litúrgica seria y vital.
- Volvamos de nuevo al Cenáculo de Jerusalén: en la mañana de Pentecostés nació la Iglesia, célula inicial de la nueva humanidad. Sólo la comunidad de hombres y mujeres reconciliados, porque han sido perdonados; vivos, porque Él está vivo; verdaderos, porque están habitados por el Espíritu de la verdad, puede abrir el angosto espacio del individualismo espiritual.
- Es la comunidad de Pentecostés la que puede partir el Pan con la certeza de que el Señor está vivo, resucitado de entre los muertos, presente con su palabra, con sus gestos, con la ofrenda de su Cuerpo y de su Sangre. Desde aquel momento, la celebración se convierte en el lugar privilegiado, no el único, del encuentro con Él. Sabemos que, sólo gracias a este encuentro, el hombre llega a ser plenamente hombre. Sólo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos.
- Aquí se plantea la cuestión decisiva de la formación litúrgica. Dice Guardini: “Así se perfila también la primera tarea práctica: sostenidos por esta transformación interior de nuestro tiempo, debemos aprender nuevamente a situarnos ante la relación religiosa como hombres en sentido pleno [8]. Esto es lo que hace posible la Liturgia, en esto es en lo que nos debemos formar. El propio Guardini no duda en afirmar que, sin formación litúrgica, “las reformas en el rito y en el texto no sirven de mucho” [9]. No pretendo ahora tratar exhaustivamente el riquísimo tema de la formación litúrgica: sólo quiero ofrecer algunos puntos de reflexión. Creo que podemos distinguir dos aspectos: la formación para la Liturgia y la formación desde la Liturgia. El primero está en función del segundo, que es esencial.
- Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha hecho mucho en este sentido, con valiosas aportaciones de muchos estudiosos e instituciones académicas. Sin embargo, es necesario difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia –ésta es la cuestión decisiva y fundante de todo conocimiento y de toda práctica litúrgica–, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico.
- Pienso en la normalidad de nuestras asambleas que se reúnen para celebrar la Eucaristía el día del Señor, domingo tras domingo, Pascua tras Pascua, en momentos concretos de la vida de las personas y de las comunidades, en diferentes edades de la vida: los ministros ordenados realizan una acción pastoral de primera importancia cuando llevan de la mano a los fieles bautizados para conducirlos a la repetida experiencia de la Pascua. Recordemos siempre que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, el sujeto celebrante, no sólo el sacerdote. El conocimiento que proviene del estudio es sólo el primer paso para poder entrar en el misterio celebrado. Es evidente que, para poder guiar a los hermanos y a las hermanas, los ministros que presiden la asamblea deben conocer el camino, tanto por haberlo estudiado en el mapa de la ciencia teológica, como por haberlo frecuentado en la práctica de una experiencia de fe viva, alimentada por la oración, ciertamente no sólo como un compromiso que cumplir. En el día de la ordenación, todo presbítero siente decir a su obispo: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» [10].
- La configuración del estudio de la Liturgia en los seminarios debe tener en cuenta también la extraordinaria capacidad que la celebración tiene en sí misma para ofrecer una visión orgánica del conocimiento teológico. Cada disciplina de la teología, desde su propia perspectiva, debe mostrar su íntima conexión con la Liturgia, en virtud de la cual se revela y realiza la unidad de la formación sacerdotal (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 16). Una configuración litúrgico-sapiencial de la formación teológica en los seminarios tendría ciertamente efectos positivos, también en la acción pastoral. No hay ningún aspecto de la vida eclesial que no encuentre su culmen y su fuente en ella. La pastoral de conjunto, orgánica, integrada, más que ser el resultado de la elaboración de complicados programas, es la consecuencia de situar la celebración eucarística dominical, fundamento de la comunión, en el centro de la vida de la comunidad. La comprensión teológica de la Liturgia no permite, de ninguna manera, entender estas palabras como si todo se redujera al aspecto cultual. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica, como no lo es un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio de la caridad, son como un metal que resuena o un címbalo que aturde (cfr. 1Cor13,1).
- Para los ministros y para todos los bautizados, la formación litúrgica, en su primera acepción, no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada uno, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro.
- Una última observación sobre los seminarios: además del estudio, deben ofrecer también la oportunidad de experimentar una celebración, no sólo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios, a la cual debe tender también el conocimiento teológico. Sólo la acción del Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios, que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que toca la vida. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio de amor.
- Esta última consideración nos lleva a reflexionar sobre el segundo significado con el que podemos entender la expresión “formación litúrgica”. Me refiero al ser formados, cada uno según su vocación, por la participación en la celebración litúrgica. Incluso el conocimiento del estudio que acabo de mencionar, para que no se convierta en racionalismo, debe estar en función de la puesta en práctica de la acción formativa de la Liturgia en cada creyente en Cristo.
- De cuanto hemos dicho sobre la naturaleza de la Liturgia, resulta evidente que el conocimiento del misterio de Cristo, cuestión decisiva para nuestra vida, no consiste en una asimilación mental de una idea, sino en una real implicación existencial con su persona. En este sentido, la Liturgia no tiene que ver con el “conocimiento”, y su finalidad no es primordialmente pedagógica (aunque tiene un gran valor pedagógico: cfr. Sacrosanctum Concilium,n. 33) sino que es la alabanza, la acción de gracias por la Pascua del Hijo, cuya fuerza salvadora llega a nuestra vida. La celebración tiene que ver con la realidad de nuestro ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros (cfr. Gál 4,19). La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él. Esta es la finalidad para la cual se ha dado el Espíritu, cuya acción es siempre y únicamente confeccionar el Cuerpo de Cristo. Es así con el pan eucarístico, es así para todo bautizado llamado a ser, cada vez más, lo que recibió como don en el bautismo, es decir, ser miembro del Cuerpo de Cristo. León Magno escribe: «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos» [11].
- Esta implicación existencial tiene lugar – en continuidad y coherencia con el método de la Encarnación – por vía sacramental. La Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz. Toda la creación es manifestación del amor de Dios: desde que ese mismo amor se ha manifestado en plenitud en la cruz de Jesús, toda la creación es atraída por Él. Es toda la creación la que es asumida para ser puesta al servicio del encuentro con el Verbo encarnado, crucificado, muerto, resucitado, ascendido al Padre. Así como canta la plegaria sobre el agua para la fuente bautismal, al igual que la del aceite para el sagrado crisma y las palabras de la presentación del pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.
- La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim6,16) o a la perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua: nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios. Ireneo, doctor unitatis, nos lo recuerda: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios a través de la creación da vida a todos los seres que viven en la tierra, ¡cuánto más la manifestación del Padre a través del Verbo es causa de vida para los que ven a Dios!» [12].
- Guardini escribe: «Con esto se delinea la primera tarea del trabajo de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de símbolos» [13]. Esta tarea concierne a todos, ministros ordenados y fieles. La tarea no es fácil, porque el hombre moderno es analfabeto, ya no sabe leer los símbolos, apenas conoce de su existencia. Esto también ocurre con el símbolo de nuestro cuerpo. Es un símbolo porque es la unión íntima del alma y el cuerpo, visibilidad del alma espiritual en el orden de lo corpóreo, y en ello consiste la unicidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser vivo. Nuestra apertura a lo trascendente, a Dios, es constitutiva: no reconocerla nos lleva inevitablemente a un no conocimiento, no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. No hay más que ver la forma paradójica en que se trata al cuerpo, o bien tratado casi obsesivamente en pos del mito de la eterna juventud, o bien reducido a una materialidad a la cual se le niega toda dignidad. El hecho es que no se puede dar valor al cuerpo sólo desde el cuerpo. Todo símbolo es a la vez poderoso y frágil: si no se respeta, si no se trata como lo que es, se rompe, pierde su fuerza, se vuelve insignificante.
Ya no tenemos la mirada de San Francisco, que miraba al sol –al que llamaba hermano porque así lo sentía –, lo veía bellu e radiante cum grande splendore y, lleno de asombro, cantaba: de te Altissimu, porta significatione. [14] Haber perdido la capacidad de comprender el valor simbólico del cuerpo y de toda criatura hace que el lenguaje simbólico de la Liturgia sea casi inaccesible para el hombre moderno. No se trata, sin embargo, de renunciar a ese lenguaje: no se puede renunciar a él porque es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo. Se trata más bien de recuperar la capacidad de plantear y comprender los símbolos de la Liturgia. No hay que desesperar, porque en el hombre esta dimensión, como acabo de decir, es constitutiva y, a pesar de los males del materialismo y del espiritualismo – ambos negación de la unidad cuerpo y alma –, está siempre dispuesta a reaparecer, como toda verdad.
- Entonces, la pregunta que nos hacemos es ¿cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo volver a saber leerlos para vivirlos? Sabemos muy bien que la celebración de los sacramentos es – por la gracia de Dios – eficaz en sí misma (ex opere operato), pero esto no garantiza una plena implicación de las personas sin un modo adecuado de situarse frente al lenguaje de la celebración. La lectura simbólica no es una cuestión de conocimiento mental, de adquisición de conceptos, sino una experiencia vital.
- Ante todo, debemos recuperar la confianza en la creación. Con esto quiero decir que las cosas – con las cuales “se hacen” los sacramentos – vienen de Dios, están orientadas a Él y han sido asumidas por Él, especialmente con la encarnación, para que pudieran convertirse en instrumentos de salvación, vehículos del Espíritu, canales de gracia. Aquí se advierte la distancia, tanto de la visión materialista, como espiritualista. Si las cosas creadas son parte irrenunciable de la acción sacramental que lleva a cabo nuestra salvación, debemos situarnos ante ellas con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida. Desde el principio, contienen la semilla de la gracia santificante de los sacramentos.
- Otra cuestión decisiva – reflexionando de nuevo sobre cómo nos forma la Liturgia – es la educación necesaria para adquirir la actitud interior, que nos permita situar y comprender los símbolos litúrgicos. Lo expreso de forma sencilla. Pienso en los padres y, más aún, en los abuelos, pero también en nuestros párrocos y catequistas. Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe. Quizás puede que no tengamos un vivo recuerdo de ello, pero podemos imaginar fácilmente el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas, como para apropiarse de cada instante de ese gesto, de todo el cuerpo: «En el nombre del Padre… y del Hijo… y del Espíritu Santo… Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto ya entregado, como si fuera un hábito que crecerá con él, vistiéndolo de la manera que sólo el Espíritu conoce. A partir de ese momento, ese gesto, su fuerza simbólica, nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, nos da forma, somos formados por él. No es necesario hablar demasiado, no es necesario haber entendido todo sobre ese gesto: es necesario ser pequeño, tanto al entregarlo, como al recibirlo. El resto es obra del Espíritu. Así hemos sido iniciados en el lenguaje simbólico. No podemos permitir que nos roben esta riqueza. A medida que crecemos, podemos tener más medios para comprender, pero siempre con la condición de seguir siendo pequeños.
Ars celebrandi
- Un modo para custodiar y para crecer en la comprensión vital de los símbolos de la Liturgia es, ciertamente, cuidar el arte de celebrar. Esta expresión también es objeto de diferentes interpretaciones. Se entiende más claramente teniendo en cuenta el sentido teológico de la Liturgia descrito en el número 7 de Sacrosanctum Concilium, al cual nos hemos referido varias veces. El ars celebrandino puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje – creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar.
- Como cualquier arte, requiere diferentes conocimientos.
En primer lugar, la comprensión del dinamismo que describe la Liturgia. El momento de la acción celebrativa es el lugar donde, a través del memorial, se hace presente el misterio pascual para que los bautizados, en virtud de su participación, puedan experimentarlo en su vida: sin esta comprensión, se cae fácilmente en el “exteriorismo” (más o menos refinado) y en el rubricismo (más o menos rígido).
Es necesario, pues, conocer cómo actúa el Espíritu Santo en cada celebración: el arte de celebrar debe estar en sintonía con la acción del Espíritu. Sólo así se librará de los subjetivismos, que son el resultado de la prevalencia de las sensibilidades individuales, y de los culturalismos, que son incorporaciones sin criterio de elementos culturales, que nada tienen que ver con un correcto proceso de inculturación.
Por último, es necesario conocer la dinámica del lenguaje simbólico, su peculiaridad, su eficacia.
- De estas breves observaciones se desprende que el arte de celebrar no se puede improvisar. Como cualquier arte, requiere una aplicación asidua. Un artesano sólo necesita la técnica; un artista, además de los conocimientos técnicos, no puede carecer de inspiración, que es una forma positiva de posesión: el verdadero artista no posee un arte, ni es poseído por él. Uno no aprende el arte de celebrar porque asista a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva (no juzgo las intenciones, veo los efectos). Toda herramienta puede ser útil, pero siempre debe estar sujeta a la naturaleza de la Liturgia y a la acción del Espíritu. Es necesaria una dedicación diligente a la celebración, dejando que la propia celebración nos transmita su arte. Guardini escribe: «Debemos darnos cuenta de lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa. Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella. Pero el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso» [15]. Así es como se aprende el arte de la celebración.
- Al hablar de este tema, podemos pensar que sólo concierne a los ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los bautizados. Pienso en todos los gestos y palabras que pertenecen a la asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh8,1), participa en la celebración. Realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo litúrgico: se trata más bien de una “disciplina” – en el sentido utilizado por Guardini – que, si se observa con autenticidad, nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos. No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo.
- Entre los gestos rituales que pertenecen a toda la asamblea, el silencio ocupa un lugar de absoluta importancia. Varias veces se prescribe expresamente en las rúbricas: toda la celebración eucarística está inmersa en el silencio que precede a su inicio y marca cada momento de su desarrollo ritual. En efecto, está presente en el acto penitencial; después de la invitación a la oración; en la Liturgia de la Palabra (antes de las lecturas, entre las lecturas y después de la homilía); en la plegaria eucarística; después de la comunión [16]. No es un refugio para esconderse en un aislamiento intimista, padeciendo la ritualidad como si fuera una distracción: tal silencio estaría en contradicción con la esencia misma de la celebración. El silencio litúrgico es mucho más: es el símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa, por lo que, a menudo, constituye la culminación de una secuencia ritual. Precisamente porque es un símbolo del Espíritu, tiene el poder de expresar su acción multiforme. Así, retomando los momentos que he recordado anteriormente, el silencio mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita la escucha de la Palabra y la oración; dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo; sugiere a cada uno, en la intimidad de la comunión, lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido. Por eso, estamos llamados a realizar con extremo cuidado el gesto simbólico del silencio: en él nos da forma el Espíritu.
- Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en nuestra vida. Permitidme explicarlo con un sencillo ejemplo. Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Arrodillarse debe hacerse también con arte, es decir, con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Si todo esto es cierto para este simple gesto, ¿cuánto más para la celebración de la Palabra? ¿Qué arte estamos llamados a aprender al proclamar la Palabra, al escucharla, al hacerla inspiración de nuestra oración, al hacer que se haga vida? Todo ello merece el máximo cuidado, no formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de la celebración expresada con “arte” forma la personalidad cristiana del individuo y de la comunidad.
- Si bien es cierto que el ars celebrandiconcierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia. He aquí una posible lista de actitudes que, aunque opuestas, caracterizan a la presidencia de forma ciertamente inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática. A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar. Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente.
- Se podría decir mucho sobre la importancia y el cuidado de la presidencia. En varias ocasiones me he detenido en la exigente tarea de la homilía [17]. Me limitaré ahora a algunas consideraciones más amplias, queriendo, de nuevo, reflexionar con vosotros sobre cómo somos formados por la Liturgia. Pienso en la normalidad de las Misas dominicales en nuestras comunidades: me refiero, pues, a los presbíteros, pero implícitamente a todos los ministros ordenados.
- El presbítero vive su participación propia durante la celebración en virtud del don recibido en el sacramento del Orden: esta tipología se expresa precisamente en la presidencia. Como todos los oficios que está llamado a desempeñar, éste no es, primariamente, una tarea asignada por la comunidad, sino la consecuencia de la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación, que le capacita para esta tarea. El presbítero también es formado al presidir la asamblea que celebra.
- Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium,n. 7). Este hecho da profundidad “sacramental” –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49).
- Cuando la primera comunidad parte el pan en obediencia al mandato del Señor, lo hace bajo la mirada de María, que acompaña los primeros pasos de la Iglesia: “perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch1,14). La Virgen Madre “supervisa” los gestos de su Hijo encomendados a los Apóstoles. Como ha conservado en su seno al Verbo hecho carne, después de acoger las palabras del ángel Gabriel, la Virgen conserva también ahora en el seno de la Iglesia aquellos gestos que conforman el cuerpo de su Hijo. El presbítero, que en virtud del don recibido por el sacramento del Orden repite esos gestos, es custodiado en las entrañas de la Virgen. ¿Necesitamos una norma que nos diga cómo comportarnos?
- Convertidos en instrumentos para que arda en la tierra el fuego de su amor, custodiados en las entrañas de María, Virgen hecha Iglesia (como cantaba san Francisco), los presbíteros se dejan modelar por el Espíritu que quiere llevar a término la obra que comenzó en su ordenación. La acción del Espíritu les ofrece la posibilidad de ejercer la presidencia de la asamblea eucarística con el temor de Pedro, consciente de su condición de pecador (cfr. Lc5,1-11), con la humildad fuerte del siervo sufriente (cfr. Is 42 ss), con el deseo de “ser comido””por el pueblo que se les confía en el ejercicio diario de su ministerio.
- La propia celebración educa a esta cualidad de la presidencia; repetimos, no es una adhesión mental, aunque toda nuestra mente, así como nuestra sensibilidad, estén implicadas en ella. El presbítero está, por tanto, formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos.
No se sienta en un trono [18], porque el Señor reina con la humildad de quien sirve.
No roba la centralidad del altar, signo de Cristo, de cuyo lado, traspasado en la cruz, brotó sangre y agua, inicio de los sacramentos de la Iglesia y centro de nuestra alabanza y acción de gracias [19].
Al acercarse al altar para la ofrenda, se enseña al presbítero la humildad y el arrepentimiento con las palabras: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro» [20].
No puede presumir de sí mismo por el ministerio que se le ha confiado, porque la Liturgia le invita a pedir ser purificado, con el signo del agua: «Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado» [21].
Las palabras que la Liturgia pone en sus labios tienen distintos significados, que requieren tonalidades específicas: por la importancia de estas palabras, se pide al presbítero un verdadero ars dicendi. Éstas dan forma a sus sentimientos interiores, ya sea en la súplica al Padre en nombre de la asamblea, como en la exhortación dirigida a la asamblea, así como en las aclamaciones junto con toda la asamblea.
Con la plegaria eucarística –en la que participan también todos los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones [22]– el que preside tiene la fuerza, en nombre de todo el pueblo santo, de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última cena, para que ese inmenso don se haga de nuevo presente en el altar. Participa en esa ofrenda con la ofrenda de sí mismo. El presbítero no puede hablar al Padre de la última cena sin participar en ella. No puede decir: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros», y no vivir el mismo deseo de ofrecer su propio cuerpo, su propia vida por el pueblo a él confiado. Esto es lo que ocurre en el ejercicio de su ministerio.
El presbítero es formado continuamente en la acción celebrativa por todo esto y mucho más.
* * *
- He querido ofrecer simplemente algunas reflexiones que ciertamente no agotan el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios. Pido a todos los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al pueblo santo de Dios a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana. Estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la Sacrosanctum Concilium, comprendiendo el íntimo vínculo entre la primera Constitución conciliar y todas las demás. Por eso, no podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma. Los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Œcumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad [23]. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano.
- Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación.
Toda esta riqueza no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento: estamos llamados a dejarnos formar con alegría y en comunión.
- Por eso, me gustaría dejaros una indicación más para proseguir en nuestro camino. Os invito a redescubrir el sentido del año litúrgicoy del día del Señor: también esto es una consigna del Concilio (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 102-111).
- A la luz de lo que hemos recordado anteriormente, entendemos que el año litúrgico es la posibilidad de crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, sumergiendo nuestra vida en el misterio de su Pascua, mientras esperamos su vuelta. Se trata de una verdadera formación continua. Nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Él mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo[24].
- En el correr del tiempo, renovado por la Pascua, cada ocho días la Iglesia celebra, en el domingo, el acontecimiento de la salvación. El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.
Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia. Se nos ha dado la Pascua, conservemos el deseo continuo que el Señor sigue teniendo de poder comerla con nosotros. Bajo la mirada de María, Madre de la Iglesia.
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, a 29 de junio, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, del año 2022, décimo de mi pontificado.
FRANCISCO
¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo
y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo,
se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa!
¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad:
que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios,
se humilla hasta el punto de esconderse,
para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!
Mirad, hermanos, la humildad de Dios
y derramad ante Él vuestros corazones;
humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él.
En conclusión:
nada de vosotros retengáis para vosotros mismos
a fin de enteros os reciba el que todo entero se os entrega.
San Francisco de Asís, Carta a toda la Orden II, 26-29
[1] Cfr. Leo Magnus, Sermo LXXIV: De ascensione Domini II, 1: “quod […] Redemptoris nostri conspicuum fuit, in sacramenta transivit”.
[2] Præfatio paschalis III, Missale Romanum (2008) p.367: “Qui immolátus iam non móritur, sed semper vivit occísus”.
[3] Cfr. Missale Romanum (2008) p. 532.
[4] Cfr. Augustinus, Enarrationes in psalmos. Ps. 138,2; Oratio post septimam lectionem, Vigilia Paschalis, Missale Romanum (2008) p. 359; Super oblata, Pro Ecclesia (B), Missale Romanum (2008) p. 1076.
[5] Cfr. Augustinus, In Ioannis Evangelium tractatus XXVI,13.
[6] Litteræ encyclicæ Mediator Dei (20 Novembris 1947) en AAS 39 (1947) 532.
[7] AAS 56 (1964) 34.
[8] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 43.
[9] R. Guardini, Der Kultakt und die gegenwärtige Aufgabe der Liturgischen Bildung (1964) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 14.
[10] De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum (1990) p. 95: «Agnosce quod ages, imitare quod tractabis, et vitam tuam mysterio dominicæ crucis conforma».
[11] Leo Magnus, Sermo XII: De Passione III, 7.
[12] Irenæus Lugdunensis, Adversus hæreses IV, 20, 7.
[13] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 36.
[14] Cantico delle Creature, Fonti Francescane, n. 263.
[15] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 99.
[16] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 45; 51; 54-56; 66; 71; 78; 84; 88; 271.
[17] Ver Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 Noviembre 2013), nn. 135-144.
[18] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, n. 310.
[19] Prex dedicationis en Ordo dedicationis ecclesiæ et altaris (1977) p. 102.
[20] Missale Romanum (2008) p. 515: “In spiritu humilitatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine; et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie, ut placeat tibi, Domine Deus”.
[21] Missale Romanum (2008) p. 515: “Lava me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me”.
[22] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 78-79.
[23] Cfr. Paulus VI, Constitutio apostolica Missale Romanum (3 Aprilis 1969) en AAS 61 (1969) 222.
[24] Missale Romanum (2008) p. 598: “… exspectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Iesu Christi”.
— Disponer el alma para recibir el don divino de la gracia; los odres nuevos.
— La contrición restaura y prepara para recibir nuevas gracias.
— La Confesión sacramental, medio para crecer en la vida interior.
I. Jesús enseñaba, y quienes le escuchaban le entendían bien. Todos los que oyeron por vez primera las palabras que recoge el Evangelio de la Misa sabían de remiendos en los vestidos, y todos también, acostumbrados a las faenas del campo, conocían lo que pasa cuando se echa el vino nuevo, sacado de la uva recién vendimiada, en los odres viejos. Con estas imágenes sencillas y bien conocidas enseñaba el Señor las verdades más profundas acerca del Reino que Él vino a traer a las almas: Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en los odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan1.
Jesús declara la necesidad de acoger su doctrina con un espíritu nuevo, joven, con deseos de renovación; pues de la misma manera que la fuerza de la fermentación del vino nuevo hace estallar los recipientes ya envejecidos, así también el mensaje que Cristo trae a la tierra tenía que romper todo conformismo, rutina y anquilosamiento. Los Apóstoles recordarían aquellos días junto a Jesús como el principio de su verdadera vida. No recibieron su predicación como una interpretación más de la Ley, sino como una vida nueva que surgía en ellos con ímpetu extraordinario y requería disposiciones nuevas.
Siempre que los hombres se han encontrado con Jesús a lo largo de estos veinte siglos, algo ha surgido en ellos, rompiendo actitudes viejas y gastadas. Ya el Profeta Ezequiel había anunciado2 que Dios otorgaría a los suyos otro corazón y les daría un espíritu nuevo. San Beda, al comentar este pasaje del Evangelio, explica3 cómo los Apóstoles serán transformados en Pentecostés y repletos a la vez del fervor del Espíritu Santo. Esto ocurrirá después en la Iglesia con cada uno de sus miembros, una vez recibido el Bautismo y la Confirmación. Estos nuevos odres, el alma limpia y purificada, deben estar siempre llenos; «pues vacíos, los carcome la polilla y la herrumbre; la gracia los conserva llenos»4.
El vino nuevo de la gracia necesita unas disposiciones en el alma constantemente renovadas: empeño por comenzar una y otra vez en el camino de la santidad, que es señal de juventud interior, de esa juventud que tienen los santos, las personas enamoradas de Dios. Disponemos el alma para recibir el don divino de la gracia cuando correspondemos a las mociones e insinuaciones del Espíritu Santo, pues nos preparan para recibir otras nuevas y, si no hemos sido del todo fieles, cuando acudimos al Señor pidiéndole que sane nuestra alma. «Quita, Señor Jesús –le pedimos con San Ambrosio–, la podredumbre de mis pecados. Mientras me tienes atado con los lazos del amor, sana lo que está enfermo (...). Yo he encontrado un médico, que vive en el Cielo y derrama su medicina sobre la tierra. Solo Él puede curar mis heridas, pues no tiene ninguna; solo Él puede quitar al corazón su dolor, al alma su palidez, pues Él conoce los secretos más recónditos»5.
Solo tu amor, Señor, puede preparar mi alma para recibir más amor.
II. El Espíritu Santo trae constantemente al alma un vino nuevo, la gracia santificante, que debe crecer más y más. Este «vino nuevo no envejece, pero los odres pueden envejecer. Una vez rotos se echan a la basura y el vino se pierde»6. Por eso es necesario restaurar continuamente el alma, rejuvenecerla, pues son muchas las faltas de amor, los pecados veniales quizá, que la indisponen para recibir más gracias y la envejecen. En esta vida sentiremos siempre las heridas del pecado: defectos del carácter que no se acaban de superar, llamadas de la gracia que no sabemos atender con generosidad, impaciencias, rutina en la vida de piedad, faltas de comprensión...
Es la contrición la que nos dispone para nuevas gracias, acrecienta la esperanza, evita la rutina, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. La contrición lleva consigo la aversión al pecado y la conversión a Cristo. Ese dolor de corazón no se identifica con el estado en que puede encontrarse el alma por los efectos desagradables de la falta (la ruptura de la paz familiar, la pérdida de una amistad...); ni siquiera consiste en el deseo de no haber hecho lo que se ha hecho...: es la decidida condena de una acción, la conversión hacia lo bueno, hacia la santidad de Dios manifestada en Cristo, es «la irrupción de una vida nueva en el alma»7, llena de amor al encontrarse otra vez con el Señor. Por eso no sabe arrepentirse, no se siente movido a la contrición, quien no relaciona sus pecados, los grandes y las pequeñas faltas, con el Señor.
Delante de Jesús, todas las acciones adquieren su verdadera dimensión; si nos quedáramos solos ante nuestras faltas, sin esa referencia a la Persona ofendida, probablemente justificaríamos y restaríamos importancia a las faltas y pecados, o bien nos llenaríamos de desaliento y de desesperanza ante tanto error y omisión. El Señor nos enseña a conocer la verdad de nuestra vida y, a pesar de tantos defectos y miserias, nos llena de paz y de deseo de ser mejores, de recomenzar de nuevo.
El alma humilde siente la necesidad de pedir a Dios perdón muchas veces al día. Cada vez que se aparta de lo que el Señor esperaba de ella ve la necesidad de volver como el hijo pródigo, con dolor verdadero: padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros8. Y el Señor, «que está cerca de los que tienen el corazón contrito»9, escuchará nuestra oración. Con esta contrición el alma se prepara continuamente para recibir el vino nuevo de la gracia.
III. El Señor, sabiendo que éramos frágiles, nos dejó el sacramento de la Penitencia, donde el alma no solo sale restablecida, sino que, si había perdido la gracia, surge con una vida nueva. A este sacramento debemos acudir con sinceridad plena, humilde, contrita, con deseos de reparar. Una Confesión bien hecha supone un examen profundo (profundo no quiere decir necesariamente largo, sobre todo si nos confesamos con frecuencia): si es posible, ante el Sagrario, y siempre en la presencia de Dios. En el examen de conciencia, el cristiano ve lo que Dios esperaba de su vida y lo que en realidad ha sido; la bondad o malicia de sus acciones, las omisiones, las ocasiones perdidas..., la intensidad de la falta cometida, el tiempo que se permaneció en ella antes de pedir perdón10.
El cristiano que desea tener una conciencia delicada, y para ello se confiesa con frecuencia, «no se contentará con una confesión simplemente válida, sino que aspirará a una confesión buena que ayude al alma eficazmente en su aspiración hacia Dios. Para que la confesión frecuente logre este fin, es menester tomar con toda seriedad este principio: sin arrepentimiento no hay perdón de los pecados. De aquí nace esta norma fundamental para el que se confiesa con frecuencia: no confesar ningún pecado venial del que uno no se haya arrepentido seria y sinceramente.
»Hay un arrepentimiento general. Es el dolor y la detestación de los pecados cometidos en toda la vida pasada. Ese arrepentimiento general es para la confesión frecuente de una importancia excepcional»11, pues ayuda a restañar las heridas que dejaron las flaquezas, purifica el alma y la hace crecer en el amor al Señor.
La sinceridad nos llevará siempre que sea necesario a descender a esos pequeños detalles que dan a conocer mejor nuestra flaqueza: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué motivo?, ¿cuánto tiempo?; evitando tanto el detalle insustancial y prolijo como la generalización, diciendo con sencillez y delicadeza lo que ha ocurrido, el verdadero estado del alma, huyendo de las divagaciones, como «no fui humilde», «tuve pereza», «he faltado a la caridad»..., cosas, por otra parte, aplicables casi siempre al común de los mortales. Al practicar la Confesión frecuente hemos de cuidar siempre que sea un acto personal en el que nosotros pedimos perdón al Señor de flaquezas muy concretas y reales, no de generalidades difusas.
Este sacramento de la misericordia es refugio seguro; allí se curan las heridas, se rejuvenece lo que ya estaba gastado y envejecido, y todos los extravíos, grandes y pequeños, se remedian. Porque la Confesión no solo es un juicio en el que las deudas son perdonadas, sino también medicina del alma.
La Confesión impersonal esconde con frecuencia un punto de soberbia y de amor propio que trata de enmascarar o justificar lo que humilla y deja, humanamente, en mal lugar. Quizá pueda ayudarnos, para hacer más personal este acto de la penitencia, cuidar hasta el modo de confesarnos: «yo me acuso de ...», pues no es este sacramento un relato de cosas sucedidas, sino autoacusación humilde y sencilla de nuestros errores y flaquezas ante Dios mismo, que nos perdonará a través del sacerdote y nos inundará con su gracia.
«¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.
»Luego, proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere?” —Señor, ¿qué quieres que haga?
»—Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam!” —¡te serviré sin condiciones!»12. Te serviré, Señor, como siempre has querido que lo haga: con sencillez, en medio de mi vida corriente, en lo ordinario de todos los días.
1 Mt 9, 16-17. — 2 Ez 36, 26. — 3 San Beda, Comentario al Evangelio de San Marcos, 2, 21-22. — 4 San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, 5, 26. — 5 Ibídem, 5, 27. — 6 G. Chevrot, El Evangelio al aire libre, Herder, Barcelona 1961, p. 111. — 7 Cfr. M. Schmaus, Teología dogmática, Rialp, 2ª ed., Madrid 1963, vol. VI, p. 562. — 8 Lc 15, 18-19. — 9 San Agustín Comentario al Evangelio de San Juan, 15, 25. — 10 Cfr. San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, II, 19. — 11 B. Baur, La confesión frecuente, Herder, Barcelona 1957, pp. 37-38. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 238.
Evangelio del sábado: la alegría, el tiempo de Jesús
Comentario del sábado de la 13.ª semana de tiempo ordinario. “Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo”. Aspiremos al encuentro definitivo con Jesús, en el que ya no habrá ayuno, porque viviremos con Él para siempre.
02/07/2022
Evangelio (Mt 9, 14-17)
Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces, ya ayunarán.
»Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces los odres revientan, y el vino se derrama, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan.
Comentario
En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña el verdadero sentido del ayuno. Nos enseña que el ayuno exterior debe ir acompañado de una recta actitud interior, apunta a la simplicidad de corazón.
La actitud crítica de los fariseos, aparentemente producto del celo por la ley, desvela, por un lado, falta de conocimiento del sentido de la ley y también una falta de rectitud de intención. Para esos fariseos, el ayuno tenía un valor absoluto en sí mismo. Ahora bien, ellos también modificaban esos ayunos en ocasiones especiales. Jesús les hace ver que el “esposo” está presente. El “esposo” es Él mismo. Él es el Mesías, Él va a desposar a la Iglesia. El ayuno tiene un sentido, un contexto de penitencia, y ahora, mientras él está con los discípulos, es tiempo de alegría.
Nuestras obras manifiestan lo que hay en nuestro corazón. Si vamos a misa y tenemos fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, llegamos a la hora, nos presentamos con elegancia, participamos activamente, nos comportamos con respeto. Las cosas grandes han de ser celebradas. También con banquetes que sean una auténtica acción de gracias a Dios, que ha hecho los alimentos para nosotros, y con los que ha querido decirnos que la vida del hombre es siempre un regalo de alguien que nos ama y es generoso.
El Papa Francisco predica el verdadero sentido del ayuno “La oración, la caridad y el ayuno son las principales vías que permiten a Dios intervenir en nuestras vidas y en la vida del mundo. Son las armas del espíritu” [1]
Pero si se tuerce la intención, pierde totalmente su sentido “Incluso la oración, la caridad y el ayuno pueden volverse autorreferenciales. En cada gesto, inclusive en el más bello, puede esconderse la carcoma de la autosatisfacción. Entonces el corazón no es completamente libre porque no busca el amor al Padre y a los hermanos, sino la aprobación humana, el aplauso de la gente, la propia gloria” [2]
El ayuno, práctica tradicional judía, es bueno, y los cristianos lo vivimos con ese buen espíritu, pero a lo que aspiramos es a un tiempo de alegría, en el que el ayuno haya perdido su sentido porque ya viviremos con Dios para siempre.
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[1] Francisco, Homilía, 2-III-2022.
[2] Idem
Corres el gran peligro de conformarte con vivir –o de pensar en que debes vivir– como un "niño bueno", que se aloja en una casa ordenada, sin problemas, y que no conoce más que la felicidad. Eso es una caricatura del hogar de Nazaret: Cristo, porque traía la felicidad y el orden, salió a propagar esos tesoros entre los hombres y mujeres de todos los tiempos. (Surco, 952)
2 de julio
Me parecen muy lógicas tus ansias de que la humanidad entera conozca a Cristo. Pero comienza con la responsabilidad de salvar las almas de los que contigo conviven, de santificar a cada uno de tus compañeros de trabajo o de estudio... –Esta es la principal misión que el Señor te ha encomendado. (Surco, 953)
Compórtate como si de ti, exclusivamente de ti, dependiera el ambiente del lugar donde trabajas: ambiente de laboriosidad, de alegría, de presencia de Dios y de visión sobrenatural.
–No entiendo tu abulia. Si tropiezas con un grupo de compañeros un poco difícil –que quizá ha llegado a ser difícil por tu abandono–, te desentiendes de ellos, escurres el bulto, y piensas que son un peso muerto, un lastre que se opone a tus ilusiones apostólicas, que no te entenderán...
–¿Cómo quieres que te oigan si, aparte de quererles y servirles con tu oración y mortificación, no les hablas?...
–¡Cuántas sorpresas te llevarás el día en que te decidas a tratar a uno, a otro, y a otro! Además, si no cambias, con razón podrán exclamar, señalándote con el dedo: «hominem non habeo!» –¡no tengo quien me ayude! (Surco, 954)
Viaje del Prelado a Galicia, Castilla y León y Asturias
El prelado del Opus Dei ha comenzado un viaje pastoral por Galicia, Castilla y León y Asturias, que le llevará, hasta el 7 de julio, a reunirse con fieles de la prelatura, cooperadores y otras personas que participan de los medios de formación.
02/07/2022E
El primer día, 1 de julio, el prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, ha participado en algunos encuentros en el Colegio Mayor La Estila, obra corporativa del Opus Dei en Santiago de Compostela. Saludó a directivos y padres de algunos colegios y a responsables y familias de las EFAs -Escuelas Familiares Agrarias- de Galicia (As Neves, Fonteboa y Piñeiral), a quienes agradeció vivamente su labor y los detalles que le ofrecieron.
El Prelado recibió a varios directivos de centros educativos
El estrado de la tertulia lucía un mural con dibujos santiagueses como la fachada de la catedral, la del hostal de los Reyes Católicos, la esquina y acera del propio Colegio Mayor, además del perfil de la imagen del apóstol Santiago. Se trataba, pese a la multitud, de una reunión familiar. El encuentro estuvo presentado por Adrianey. Mons. Ocáriz, meditando en la liturgia del día, animó a los asistentes a considerar la necesidad -”el hambre de Dios”- que tienen tantas personas.
A Arturo -periodista jubilado pero muy activo, que le contó diversas iniciativas de comunicación-, el Prelado le recordó que el espíritu joven se mantiene con proyectos y buscando la presencia de Dios en todo momento.
Giancarlo relató su historia a Mons. Fernando Ocáriz
Un joven que frecuenta el Colegio Mayor La Estila, Giancarlo, estudiante de medicina de origen venezolano, le contó al Prelado su historia: emigró a España con sus padres por las dificultades que vivían en su país. Decidió cursar la carrera en Santiago, a donde vino a vivir toda la familia. Contactó con La Estila y el ambiente humano le llevó a sacar un buen rendimiento en el estudio. Empezó a participar en las actividades que le ofrecía el Colegio y, con el tiempo, solicitó ser admitido como supernumerario del Opus Dei.
José Luis, un padre de familia que coordina las actividades de un club juvenil, le pidió consejo sobre qué medios podía poner para implicar más a otros padres. Don Fernando le recordó la importancia de la amistad profunda con todos ellos, sean cuales sean sus formas de pensar y sus actitudes. La amistad, dijo, lo arregla todo.
Adrianey presentando a Ovidio, un ganadero de una localidad gallega
En un momento determinado de la tertulia, Adrianey presentó a Ovidio, de Monterroso, que se dedica a la cría de ovejas y cabras. Hace pocos días ha sido galardonado con dos premios por los mejores ejemplares de raza gallega. Ovidio ofreció al Padre esos reconocimientos en medio del aplauso general.
Antes de terminar el encuentro, Mons. Ocáriz animó a todos a rezar mucho por el Papa y a seguir sus enseñanzas, porque la labor que tiene es muy dura y no le faltan incomprensiones.
La vida de Jesús, una conversación siempre abierta
El anuncio del Evangelio toma acentos distintos en cada momento histórico concreto. Contemplar algunas actitudes de Cristo nos puede ayudar en nuestra tarea.
01/05/2022
«¿A qué se parece el Reino de Dios y con qué lo compararé?» (Lc 13,18). Esta pregunta que Jesús se hace en voz alta, antes de relatar algunas parábolas, es probablemente algo más que un recurso retórico. Quizás refleje lo que él mismo consideraba en su interior con frecuencia, al menos cada vez que quería transmitir su mensaje en los distintos ambientes por los que se movía. Esta actitud puede resonar en nosotros, también en forma de pregunta: ¿cómo testimoniar el amor de Dios aquí y ahora? ¿Cuál es la mejor manera de compartir su luz en cada momento histórico particular, con unas personas concretas, que tienen su propia manera de ver la vida?
Si nos acercamos al Evangelio con esta clave, vemos, por ejemplo, que el Señor se interesa por la cultura que daba forma al mundo que le rodeaba: alguna vez utiliza una canción popular para remover las disposiciones de quienes le escuchaban (cfr. Mt 11,16-17), o toma pie de una noticia conocida por todos –la caída accidental de una torre, en la que murieron dieciocho personas– para ayudar a sus oyentes a perfilar mejor la idea que tenían de Dios (cfr. Lc 13,4). Cristo, además, está siempre abierto a todo tipo de preguntas, especialmente las de quienes parecen hostiles a su persona o a su predicación: su anuncio, que evade inteligentemente polémicas estériles, llega a colmar un vacío, una insatisfacción. Y esta apertura no cambia cuando sabe que las intenciones de quien pregunta no son demasiado honestas (cfr. Mt 22,15-22; Mc 12,13; Lc 20,20).
Por otro lado, en no pocas ocasiones, busca tiempos prolongados de intimidad para considerar lo que la otra persona está verdaderamente comprendiendo, como aquella noche con Nicodemo (cfr. Jn 3), el encuentro con la samaritana junto al pozo (cfr. Jn 4), con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35) o en tantos paseos con otros discípulos. Jesús sabe que, por un lado, está lo que ha predicado; pero, por otro, está lo que cada uno ha comprendido personalmente, encarnado en su historia concreta, su modo de vida, sus talentos y limitaciones.
Si la fe es «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona»[1], mirar con atención estas actitudes de Cristo puede ser un buen camino para comunicar mejor ese mismo encuentro que transforma nuestra vida. Porque «toda la vida de Jesús –decía san Josemaría– no es más que un maravilloso diálogo, hijos míos, una estupenda conversación con los hombres»[2].
Todo momento es único y bueno para Dios
Cada época está modelada por una cultura, unas convicciones compartidas, unos anhelos propios… y por eso la evangelización adquiere con el tiempo modos distintos. Benedicto XVI observaba que cuando los cristianos se preocupan por las consecuencias sociales de su fe, frecuentemente lo hacen «considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común». Sin embargo, continuaba, hoy «este presupuesto no solo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así»[3].
Benedicto XVI no se proponía transmitir una radiografía pesimista del presente, ya que para Dios no hay tiempos mejores ni peores. Simplemente arrojaba luz sobre esta nueva situación en la que anunciamos a Jesús: un momento en el que muchas personas no han escuchado hablar de su mensaje o consideran irrelevante lo que han oído; un momento en el que a muchos todavía nadie les ha llevado la Buena Noticia del amor de Dios. Esto supone la necesidad de afinar nuevamente los términos, de encontrar caminos adecuados para encender la imaginación y el corazón de quienes nos rodean. Es verdad que no es difícil identificar manifestaciones culturales o artísticas que han surgido de un espíritu cristiano, pero muchas veces estas permanecen aisladas, sin conexión con el gran evento que les dio vida o con los designios misericordiosos de Dios para cada persona. Una maravillosa obra de arte o la valorización de un derecho humano pueden resultar retazos bellos, pero inconexos, de un gran mensaje desconocido.
El hecho de que la fe no sea «un presupuesto obvio de la vida común» no hace sino más desafiante, e incluso más bonita, la tarea de compartir el Evangelio. Al no dar nada por sabido, somos nosotros los primeros que tendremos que descubrir la esencia de lo que nos trajo Jesús: descender hasta las raíces de esta nueva vida, apuntar hacia lo más importante. Por momentos, la situación será semejante a la de los primeros cristianos, que anunciaban una novedad destinada a llenar de esperanza los corazones y a colmar ese vacío que dejaban las corrientes del momento. Por eso, como Jesús, queremos encontrar la mejor manera para hablar sobre el Reino de Dios con quienes nos rodean. «Es hermoso –dice el Papa Francisco– ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz»[4].
El cristianismo pide un anuncio sinfónico
La carencia de ese «tejido cultural unitario» es algo que habitualmente no depende de la responsabilidad de las personas concretas. Es un punto de partida del que conviene tomar conciencia, porque para transmitir algunos aspectos particulares del mensaje evangélico –que pueden ser de carácter dogmático, moral, etc.– es necesario haber anunciado abundantemente el marco general que les da sentido, el corazón que les da vida. No es extraño que Jesús haya querido dejar claro, para que no hubiera confusiones, que el mandamiento al amor está por encima de todo lo demás (cfr. Mt 22,37-39). Solamente sobre esta base sus enseñanzas adquieren armonía, orden y comprensibilidad. Así sucede normalmente también cuando una persona quiere apreciar un cuadro: no se acerca para ver primero la esquina del lienzo, porque eso no permite percibir la composición en su conjunto, sino que la observa primero entera. De la misma manera, si el anuncio cristiano se redujera a uno o dos temas particulares, se correría el riesgo de no exponer nunca la obra auténtica, que da sentido integral y belleza a cada uno de sus elementos.
Por esto, la riqueza del cristianismo pide ser expresada a modo de sinfonía, haciendo resonar, al mismo tiempo, tanto los sonidos bajos que dan consistencia a la orquesta, como el virtuosismo de cada instrumento particular. Si una trompeta se lanza a sonar por encima de los violines o de la percusión que marca el ritmo, podrá quizás proponer una melodía comprensible para especialistas, pero sin duda no entusiasmará a la variada multitud que llena la sala. «Cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras»[5]. Con respecto a esta iluminación recíproca, y haciéndose eco del Concilio Vaticano II, el Papa ha subrayado que los distintos aspectos del anuncio cristiano no son todos iguales en importancia; no todos expresan con igual intensidad el corazón del Evangelio, el kerygma[6]: «En este núcleo fundamental lo que resplandece es el amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado»[7].
En esa misma dirección, san Juan Pablo II reconocía, en la pregunta del joven rico a Jesús sobre cómo alcanzar la vida eterna (cfr. Mt 19,16), algo distinto de una duda sobre las reglas a cumplir, o de una búsqueda de soluciones parciales. En la inquietud de este joven latía más bien «una pregunta de pleno significado para la vida»[8]. Lo que aquel joven manifestaba era su experiencia del «eco de la llamada de Dios»[9]. Así se termina de formar el gran marco, ese gran anuncio dentro del cual pueden ser plenamente comprensibles todas las demás verdades cristianas: el amor de un Dios misericordioso que, en Jesucristo, nos busca a todos. Los instrumentos aislados –uno u otro aspecto doctrinal concreto– solo se unirán a la melodía si todos los sonidos de la orquesta, especialmente los más importantes, se activan de manera sinfónica.
En definitiva, es importante recordar que, al dar testimonio de nuestra fe, cuenta más la música que la otra persona escucha, entiende e interioriza, que lo que nosotros pensamos haber dicho de una manera satisfactoria. «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?», pregunta Jesús. «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mt 16,13.15)». El Señor quiere cerciorarse, y sobre todo quiere que lo hagan sus discípulos, de cuánto camino han recorrido en el conocimiento de su Maestro.
Existe mucho terreno compartido
Cristo acaba de cruzar el Jordán, desde Galilea hasta Judea. Vuela como el viento la fama de su predicación y de los milagros que ha realizado, así que un grupo grande de gente no tarda en acudir a encontrarlo. Entre ellos, un buen número de fariseos, estudiosos de la ley. Uno le pregunta rápidamente sobre el divorcio. Jesús explica la indisolubilidad del matrimonio, recurriendo a las palabras del Génesis. Aunque no sabemos en qué medida les convence esa explicación, sí vemos que los propios discípulos, de entrada mejor dispuestos a acoger sus enseñanzas, se quedan desconcertados: «Si esa es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse» (Mt 19,10). Algo similar sucede cuando Cristo anuncia, esta vez a los saduceos, la resurrección futura de nuestro cuerpo, ante un retorcido caso hipotético que ellos le habían planteado, sirviéndose incluso de las palabras de Moisés (cfr. Mt 22,23-33).
En cada momento histórico existen también aspectos de las enseñanzas de la Iglesia que, por razones culturales, encuentran mayor dificultad para ser comprendidos. La solución no es hacer como si esas cuestiones no existieran, ya que eso manifestaría desentenderse de la felicidad de los demás; las enseñanzas de la Iglesia nos hacen bien y por eso las necesitamos. El verdadero servicio a los demás consistirá más bien en procurar hacerlas comprensibles; mostrar un camino transitable, progresivo, haciéndonos cargo de su situación. Para eso, puede ser bueno apoyarse en elementos que los demás ya comparten con el anuncio cristiano: construir sobre un terreno común. Así, en los dos casos anteriores, Jesús recurre a pasajes de la Escritura que sus interlocutores aceptan como revelados por Dios. También en nuestro tiempo, existen muchos aspectos del cristianismo que son ampliamente compartidos: el amor y la búsqueda de la verdad, la promoción de la libertad religiosa, la lucha contra todo tipo de esclavitud o pobreza, el impulso de la paz, el cuidado del medio ambiente, la especial atención a personas con alguna discapacidad, etc.
Cuantas más dificultades se encuentran en el anuncio, más se debe afirmar lo esencial del mensaje cristiano y más conviene promover las convicciones compartidas. La verdad se puede comparar a una piedra preciosa: hiere si la arrojamos a la cara del otro, pero si la colocamos con delicadeza en sus manos, compartiendo su tiempo y su espacio, podrá ejercer un atractivo divino. Por eso la amistad es el mejor contexto para la comunicación de la fe en un mundo plural y cambiante. En esos términos se planteaba su misión apostólica la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri; le ilusionaba «tender puentes y ofrecer su amistad a personas de todo tipo: gente alejada de la fe, gente de países muy distintos y de edades muy variadas»[10].
Transformar los conflictos en eslabones
«Dará órdenes a sus ángeles sobre ti para que te protejan y te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra» (Lc 4,11). Son palabras del salmo 91 que el demonio manipula para poner a prueba a Jesús en el desierto. Lo que busca el tentador es que el Señor sobrevuele los caminos terrenos mostrando su poder divino, sin someterse a las lógicas propias de lo histórico. Santo Tomás de Aquino ve en esta tentación la vanagloria que puede cruzarse en el recorrido de quienes ya han emprendido una senda cristiana[11]. ¿No es verdad que a veces quisiéramos no encontrar ninguna piedra en nuestro apostolado y que la Buena Noticia se transmitiera por todo el mundo como una especie de irresistible melodía angélica?
Sabemos bien que el cristianismo no se resume en una serie de conceptos, sino que consiste fundamentalmente en el encuentro con Jesús. Sin embargo, puede suceder que a veces tengamos la tentación de reducir la propuesta de ese encuentro a la satisfacción de una discusión vencedora, a tener siempre los mejores argumentos frente a las dudas de los demás. ¿De qué nos sirve «ganar» en una disputa si se pierde a la otra persona? En ese caso estaríamos de hecho pasando de largo frente al otro, como el levita y el sacerdote de la parábola, que pasaron al lado del que estaba herido en el camino (cfr. Lc 10,31-32). Ser buen samaritano supone en cambio «sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso»[12]. San Josemaría, durante el último año de su vida, solía repetir: «Dios ha derrochado mucha paciencia conmigo»[13]. Y en esa realidad encontraba la razón para ser muy paciente con los demás.
En este sentido, es importante también distinguir los contextos en los que conversamos. Una cosa es defender ciertos valores en un proceso legislativo o intervenir en debates sobre las políticas de un gobierno, pero otra muy distinta es querer compartir la alegría de la propia fe con un amigo. Sin embargo, las redes sociales han hecho que muchas veces se confundan los planos y el debate público termine invadiendo el terreno íntimo, en donde los desacuerdos deberían ser superados por el cariño mutuo. «El que recurre a la violencia para defender sus ideas –decía el fundador del Opus Dei– demuestra con eso mismo que carece de razón». Y concluía: «No discutáis»[14]. En situaciones de polarización –que es la enfermedad del sano y normal pluralismo– a veces convendrá abandonar el terreno que se ha convertido en un campo de batalla para, así, optar por fortalecer la relación antes que minarla tal vez para siempre. En un ambiente polarizado en el que no hay contacto abierto con quien piensa distinto, cuando desaparece la conversación, las legítimas diferencias pueden deslizarse poco a poco hacia un desprecio más o menos encubierto, o hacia una manifiesta descalificación. Todo ello es profundamente contrario al espíritu cristiano.
En una de las primeras ocasiones en la que Jesús anuncia que es el Mesías esperado por tanto tiempo, encuentra una dura oposición: «Todos en la sinagoga se llenaron de ira y se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarlo» (Lc 4,28-29). El clímax del conflicto llega aquí muy rápidamente, incluso con peligro de muerte. Jesús se da cuenta de que, en ese contexto, no tiene mucho margen para sumar algo positivo. Así que, sorprendentemente, decide marcharse en silencio, pasando por en medio de ellos. Muchas veces, como Cristo, lo mejor será optar por un silencio que dé paso a la obra del Espíritu Santo: la fuerza de Dios no es ruidosa, fructifica en silencio y a su tiempo.
Llenar nuestra comunicación con el Evangelio
No nos cansaremos de contemplar las respuestas de Jesús a quienes le abren el corazón, a quienes buscan en él luz y sosiego. A la mujer samaritana, por ejemplo, Jesús le anuncia el agua viva que calmará su sed más profunda (cfr. Jn 4,10). A Nicodemo, por su parte, le hace ver que para entrar al Reino de Dios tiene que nacer de nuevo, esta vez del Espíritu (cfr. Jn 3,5). Y a los discípulos de Emaús les explica cómo los profetas habían anunciado desde antiguo todo lo que tenía que pasar el Mesías (cfr. Lc 24,26-27). Es bueno darse cuenta de que en ninguno de estos casos se trata simplemente de una exposición sobre la fe. En los tres pasajes, junto a los aspectos doctrinales que Jesús expone, hay otras dimensiones de la verdad que esas conversaciones manifiestan, que quizás son menos perceptibles, pero igualmente importantes: la verdad sobre cuánto valora el Señor aquella relación personal; sobre quién es Jesucristo mismo y quiénes son verdaderamente ellos. Es la verdad del encuentro, la verdad como inspiración de un vínculo que está llamado a ser duradero.
Jesús no tiene prisa, no aleja a las personas: las recibe a cualquier hora y las acompaña en el camino. Jesús comunica mucho más que lo que dicen sus palabras: él hace, con su sola presencia, que cada uno se sienta hijo de Dios. Esta es la principal verdad que las personas se llevan tras un encuentro con él. Nuestro desafío es llenar todos los niveles de nuestro testimonio –el contenido de la fe, la relación de amistad y el despliegue mismo de nuestra personalidad– con el espíritu del Evangelio: «Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos»[15].
[1] Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.
[2] San Josemaría, Cartas 37, n. 7.
[3] Benedicto XVI, Porta fidei, n. 2.
[4] Francisco, Mensaje para la 50 jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2016.
[5] Francisco,Evangelii gaudium, n. 39.
[6] La palabra griega kerygma significa anuncio o proclamación. Se la utiliza como resumen del anuncio cristiano.
[7] Evangelii Gaudium, n. 36.
[8] San Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 7.
[9] Ibíd.
[10] Mons. Fernando Ocáriz, Homilía en la Misa de acción de gracias por su beatificación, 19-V-2019.
[11] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, III, c. 41, a. 4, r.
[12] Evangelii gaudium, n. 227.
[13] San Josemaría, Notas tomadas de una reunión familiar, 10-VII-1974.
[14] San Josemaría, Notas tomadas de una reunión familiar, 7-IV-1968.
[15] Francisco, Mensaje para la 50 jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2016.
Necesidad de la formación litúrgica Posted: 30 Jun 2022 11:18 AM PDT
La carta apostólica Desiderio desideravi (29-VI-2022), del Papa Francisco, subraya la necesidad de la formación litúrgica para todos los fieles, no solo para los laicos. La carta señala que la liturgia cristiana se entiende y se vive como encuentro con Cristo, sobre todo en la Eucaristía. Distingue el sentido de la liturgia con respecto a ciertas ideologías. Propone el asombro ante lo creado, como modo para redescubrir la belleza y el simbolismo de la liturgia, contando con la oración, la acción del Espíritu Santo y la realidad de la Iglesia.
La finalidad de la liturgia, cuyo centro es la celebración de los sacramentos y especialmente la Eucaristía, es la comunión de los cristianos con el cuerpo y la sangre de Cristo. Es el encuentro de cada uno y de la comunidad cristiana como un solo cuerpo y una sola familia, con el Señor. La liturgia, señala el Papa, garantiza la posibilidad del encuentro con Jesucristo en el “hoy” de nuestra vida, para trasformar todas nuestras actividades –el trabajo, las relaciones familiares, el esfuerzo por mejorar la sociedad ayudar a quien nos necesita– en luz y fuerza divinas. Esto es lo que Cristo ha querido en su última Cena. Esta es la finalidad de sus palabras: “Haced esto en memoria mía”. Desde entonces nos espera en la Eucaristía. Y la misión evangelizadora de la Iglesia no es otra cosa que la llamada para ese encuentro que Dios desea con todas las personas del mundo, encuentro que comienza en el bautismo. En varias ocasiones enuncia progresivamente los objetivos de este documento: “Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana” (n. 16); “Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana” (antes del n. 20); “(…) Reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y reconocer la importancia de un arte de la celebración que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación” (n. 62). Eucaristía e ideologías Además de la ignorancia sobre la liturgia –o una comprensión superficial y reductiva-, lamenta Francisco la instrumentalización de la Eucaristía al servicio de dos visiones ideológicas: un subjetivismo individualista que encierra al hombre en su propia razón y sentimientos, y un confiar solamente en las propias fuerzas (cf. Evangelii gaudium, 94). Para ambos venenos, que Francisco ha denunciado como variantes de un antropocentrismo disfrazado de verdad católica (cf. exhort. ap. Gaudete et exsultate, 35) propone aquí, como antídoto, la formación litúrgica. Respecto a lo primero, el veneno del individualismo (una variante de neo-gnosticismo), advierte: “La acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo” (n. 19), por medio de la Palabra de Dios y los signos sacramentales. Estos signos, siguiendo el camino de la Encarnación, están de acuerdo con el lenguaje del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo. Respecto a lo segundo, la presunción de salvarnos por nuestra cuenta (neo-pelagianismo), “la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe”. Quien nos salva es el Señor. Por eso la liturgia no tiene nada que ver con un “moralismo ascético”, es decir, la propuesta de buscar la santidad en primer lugar con nuestras fuerzas y nuestras luchas; sino con el deseo que tiene Jesús de darse para ser luz, alimento y fuerza de nuestra vida.
Teología, belleza, asombro Se detiene el Papa en el significado teológico de la liturgia, según el Concilio Vaticano II (cf. Const. Sacrosanctum concilium, 7) en relación con Cristo, su sacerdocio y el misterio pascual de su muerte y resurrección. En palabras de Francisco: “La liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo” (n. 21) (2) En cuanto a la belleza de la liturgia, advierte que no se trata de un “esteticismo ritual” (que se fijase sólo en los ritos exteriores). Pero se sitúa también lejos de la “dejadez banal”, de una “superficialidad ignorante”, y también de un “funcionalismo práctico” exagerado. “Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración”; pero aún esto no sería suficiente para una participación litúrgica plena. ¿Qué propone además Francisco? Ante todo “el asombro ante el misterio pascual”, es decir la actitud de quien aprecia la maravilla y el significado de lo que se celebra. Por eso es necesaria una “seria y vital formación litúrgica”. Como marco histórico, aduce que la posmodernidad ha heredado de la modernidad la tendencia al individualismo y al subjetivismo. En cambio, el Concilio Vaticano II ha situado en el primer puesto, no al hombre, sino a Dios, por medio de la oración y de la liturgia (la constitución sobre la liturgia fue la primera aprobada) (3). En palabras de san Pablo VI: “La liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo” (Conclusión de la segunda sesión del Concilio, 4-XII-1963). Iglesia y persona La liturgia, declara el Concilio, es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum concilium, 10). De ahí que, deduce Francisco, sería banal interpretar las tensiones que hoy se advierten en la interpretación de la liturgia, como simples divergencias de sensibilidades. En realidad, señala el Papa, la cuestión de fondo es eclesiológica; es decir, comprender que la liturgia es expresión de la Iglesia, como lo es el Concilio mismo. Por eso subraya que solo la Iglesia –comunidad de los que siguen a Cristo resucitado unidos en su cuerpo por el Espíritu Santo- vence “el angosto espacio del individualismo espiritual” (n. 32). En efecto, aquí se juega la realidad misma de lo que es ser persona en sentido pleno: un ser llamado a subsistir en sí mismo y madurar en relación con los demás. A este propósito añade el Papa con expresión que puede llamar justamente la atención: “Solo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos” (n. 33). Cabría preguntarse: ¿Es que fuera de la Iglesia la persona no encuentra su realización y su reconocimiento? Y cabría entonces responder: puede ser, más o menos; pero no plenamente, según la fe cristiana.
Formación para y desde la liturgia Así llegamos a la formación litúrgica en concreto. Y aquí Francisco toma la mano segura de Guardini (1) para proponer una “formación para la liturgia y la formación desde la liturgia” (n. 34) En primer lugar, formación "para" la liturgia. Esto incluye, señala el Papa, el conocimiento del sentido teológico de la liturgia, unido a la comprensión de los textos eucológicos (litúrgicos), los dinamismos rituales y su valor antropológico. El sentido teológico de la liturgia incluye el hecho de que quien celebra no es solo el sacerdote sino toda la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ese “sentido” de la liturgia requiere no solo estudio y explicación, sino también: la “experiencia de fe viva, alimentada por la oración” (n. 36); la conexión de todas y cada una de las disciplinas de la teología con la liturgia (atención a la formación sacerdotal); el situar la celebración eucarística dominical en el centro de la vida cristiana; vivir el anuncio de la fe o la evangelización como consecuencia de la celebración litúrgica; la formación (litúrgica) permanente para los ministros y todos los bautizados. En segundo lugar, formación "desde" la liturgia. Es decir, la formación que cada bautizado requiere para participar en la celebración, cuyo fin primero es la alabanza y acción de gracias a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, por la comunión eucarística, nos convertimos en aquello que comemos (San León Magno). Por medio de la liturgia, de sus gestos y sus signos, toda la creación es atraída por Cristo y puesta al servicio del amor y de la gloria del Padre. Así es, y así se confirma la enseñanza del libro del Génesis, hecha plena por la obra de Cristo: el hombre, toda su actividad, y su trabajo están al servicio del culto a Dios y del servicio, por amor a Dios, a todos los hombres. Por eso el hombre plenamente “vivo” es que conoce a Dios y vive según Él (San Ireneo). Es preciso, dice el Papa, redescubrir con asombro las cosas creadas, “con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida” (n. 46). Además, y en relación con lo que más arriba decía Francisco sobre los “dinamismos rituales y su valor antropológico”, subraya con Guardini la necesidad de que la formación litúrgica ayude a devolver al hombre la capacidad para comprender y vivir lo expresado en los símbolos. Para empezar, añade Francisco, el profundo y bello significado del propio cuerpo, al servicio del alma. Observa el sucesor de Pedro que, aunque actualmente se haya perdido el sentido del símbolo, no hay que renunciar a esa tarea porque el lenguaje simbólico es constitutivo del hombre y está al servicio de su trascendencia. La iniciación en el lenguaje simbólico de modo sencillo la pueden hacer los padres o los abuelos, los párrocos y los catequistas enseñando a hacer la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de la fe. En efecto, el lenguaje simbólico va más allá del conceptual y comienza más bien por la vía de la belleza, de la confianza y del afecto. Entre los signos litúrgicos destaca el Papa tres: el silencio, el arrodillarse, la Palabra. El silencio, donde está previsto en la liturgia, es símbolo de la presencia y acción del Espíritu Santo, que mueve al arrepentimiento y a la escucha, a la adoración y a la entrega generosa. El arrodillarse es manifestación de arrepentimiento, de humildad y agradecimiento, también de fe ante la presencia de Dios. La Palabra se proclama y se escucha, inspira la oración y se hace vida de la persona y de la comunidad. Además, Francisco invita a redescubrir el sentido el año litúrgico (en cuanto camino de formación, centrado en la Pascua, y configuración con Cristo) y del domingo, día del Señor (como regalo de Dios a su pueblo, medio de formación, luz e impulso para la comunión fraterna y el servicio). El papel de los ministros ¿Cuál es el papel de los ministros en la formación litúrgica? Ante todo, señala Francisco, cuidar el “arte de celebrar” (que no es ni una mera observancia de las rúbricas ni creatividad sin reglas) y explicar la primacía de la acción del Espíritu Santo(por delante de los subjetivismos o de los culturalismos, que conceden una prevalencia a sensibilidades individuales o incorporan sin criterios elementos culturales). También deben enseñar la dinámica del lenguaje simbólico, ya apuntada. Con Guardini, el Papa insiste en superar el individualismo y el subjetivismo por medio de una oración obediente a la Iglesia. De esta forma la misma “disciplina” de la Iglesia va formando nuestros sentimientos, actitudes y comportamientos en conformidad con lo que somos: un solo cuerpo, la Iglesia (4). Por lo que se refiere al modo de presidir las asambleas litúrgicas, Francisco advierte del riesgo de un “exagerado personalismo” de los ministros. Y señala la necesidad de que sean “presencia particular del Resucitado”. En todo caso el “arte de celebrar” se aprende en gran medida a partir de la oración y el contacto con el fuego del Espíritu Santo. El Espíritu es el modelador del ministro, para que presida adecuadamente la liturgia a la vez que va configurando su vida de acuerdo con lo que celebra. Concluye pidiendo que, ante la importancia de la comunión y la belleza de la liturgia, abandonemos las polémicas que nos dividen. En tres ocasiones se refiere a la carta apostólica “Traditionis custodes” (2021) sobre el uso de la reforma romana antes de la reforma de 1970. Afirma aquí haberla escrito “para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad” que desea restablecer en toda la Iglesia de Rito Romano (n. 61).
------------------ (1) Entre los libros de Romano Guardini referentes a la formación litúrgica cabe señalar: El espíritu de la liturgia (1918), Barcelona CPL 2000; Los signos sagrados (1922-1925), Ed. litúrgica española, Barcelona 1965; Formazione litúrgica (1923), Morcelliana, Brescia 2008. (2) Sobre el significado teológico de la liturgia, vid. también J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia: una introducción, Cristiandad, Madrid 2001; Benedicto XVI, Exhort. ap. Sacramentum caritatis (2007). (3) Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Vicesimus quintus annus (1988). (4) Sobre el papel educativo de la liturgia, cf. D. von Hildebrand, Liturgia y personalidad, Fax, Madrid 1966. En relación con la educación de la afectividad, cf. https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2018/10/liturgia-y-educacion-de-la-afectividad.html. |
Para evitar una vida gris. Un alimento que sacia
Escrito por José Martínez Colín.
Cuando el Señor da sentido a nuestra vida, nos sacia. Porque al calor de su presencia nuestra vida cambia: sin Él sería realmente una vida gris.
1) Para saber
Había una mala pensión para estudiantes, cuyo propietario no era afecto a la limpieza. No se barría y había mucha suciedad por todas partes. Alguien colocó un tapete junto a la puerta de entrada y un letrero que decía: “Favor de limpiarse los zapatos en el tapete”. Y uno de los estudiantes ingenioso le añadió: “Antes de salir”.
Al comenzar la Santa Misa se tiene el Rito de la Penitencia, que es como el tapete de entrada a la casa, donde pedimos perdón al Señor antes de participar en este Misterio.
Con motivo de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi, el papa Francisco recordó que Jesús había anunciado este misterio con el milagro de la multiplicación de los panes y peces, en que alimentó a una multitud y todos quedaron saciados. Hoy en día, Jesús sigue cuidando de nosotros, ofreciéndonos comer su Cuerpo para quedar saciados.
2) Para pensar
San Juan Bosco tenía una gran devoción a la Virgen, María Auxiliadora. Sucedió que el día de su fiesta celebró la Santa Misa en su honor. El templo estaba lleno, había unos seiscientos muchachos de los que él atendía. Cuando iba a dar la comunión, San Juan Bosco se dio cuenta que el sacristán había olvidado poner el gran copón con hostias en el altar. Buscó en el sagrario para buscar más Hostias, pero sólo encontró unas cuantas. Entonces se dirigió a la Virgen: “Madre, estos muchachos tienen ilusión de recibir el Cuerpo de tu Hijo. No los dejes ir en ayunas”. Y se puso a dar la comunión con las pocas del copón. Pudieron comulgar los seiscientos. El sacristán no lo podía creer, y al terminar la Misa le dice: “Pero, ¿cómo ha podido dar de comulgar a todos con tan pocas Hostias? ¡Es un gran milagro! ¡Y lo ha hecho usted!”
San Juan Bosco sin inmutarse de contestó: “¡Bah! Junto al milagro de la transubstanciación, en que el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo, el de la multiplicación de las Hostias es insignificante…, además, lo hizo María Auxiliadora”.
Cada día el Señor se multiplica en muchos miles de lugares para dar de comer y saciarnos. Pensemos con qué frecuencia vamos a la Eucaristía y con qué devoción lo hacemos.
3) Para vivir
Los discípulos distribuyeron el pan y «comieron todos hasta saciarse» (Lc 9,17). En la Eucaristía experimentamos la amorosa atención del Señor que nos alimenta y nos acompaña. Y desea que así como pidió a los Apóstoles que dieran de comer a los demás, así ahora nosotros demos de “comer” a quienes están hambrientos, no solo de comida, sino también hambre de compañía, de consuelo, de amistad, de buen humor, de atención, de ser evangelizados, dice el papa.
Es un alimento que sacia porque el Amor de Jesús es infinito, capaz de saciar todo deseo de amor: se hace nuestro compañero de viaje, entra en nuestras historias, visita nuestras soledades, dando de nuevo sentido y entusiasmo. Cuando el Señor da sentido a nuestra vida, nos sacia. Porque al calor de su presencia nuestra vida cambia: sin Él sería realmente una vida gris. El papa Francisco terminó pidiéndole a la Virgen María que nos enseñe a adorar a Jesús vivo en la Eucaristía y a compartirlo con los demás.
Nos jugamos la vida. Consolación
Hace escasos días, la Corte Suprema de Estados Unidos abolió el derecho - falso derecho - al aborto. Basado en la patraña, se cumplió el dicho: “ la mentira tiene las patas muy cortas”: No existe en la Constitución de los Estados Unidos el derecho al aborto. Tampoco existe en nuestra Constitución Española y esperamos que el Tribunal Constitucional acabe, ya, de expresarse también en este sentido: La VIDA DEL NASCITURUS ES UN DERECHO A PROTEGER.
Ni existe ni puede existir el derecho al aborto, porque no puede existir el derecho a matar a un inocente. Lo que sí existe es el hecho de matar impunemente a inocentes, debido a la perversión de la ley, a la perversión y degradación de corazones en elevados mandos de la política, guiados por intenciones e intereses altamente inmorales.
Previo a la gran manifestación de España contra el aborto en Madrid ( 26 de junio de 2022), salió la canción de una cantautora adolescente madrileña, hija y nieta de defensores de la vida y la verdad. Su abuela, emocionada, me la envió en seguida, y, ahora, se escucha en Internet (Desde aquí - #NosJugamosLaVida).
Me llega muy dentro: las imágenes, en mi imaginación las pongo yo, y ríos de lágrimas corren por mis mejillas. Mirar a bebés, contemplar a los niños, a los que siempre quise tanto como profesional de Educación como en mi familia …, y todos presentes siempre en mi oración… Se me rompe el alma cuando pienso en la realidad horrible del aborto. Son las fuerzas del mal, del satanismo suelto, quienes inducen a tanta maldad.
Maravillosa la canción llena de ternura del niño al que su madre le impidió nacer. “ Tengo en la cartera la familia que no formé. Tengo en la carpeta la carrera que no estudié. Tengo en las rodillas las heridas que nunca me haré. Tengo entre los brazos mil abrazos que no te daré. Deja de llorar, aquí se está genial y desde aquí te cuidaré. Deja de llorar que ya te perdoné. Deja de llorar que yo nunca te culpé, que me pongo en tu lugar, siempre te querré, mamá. Cuando llegues al Cielo, saldré corriendo a buscarte, te cubriré con los besos que no he podido darte (… ) Tenemos mucho tiempo para que pueda consolarte…Desde aquí te cuidaré…”
Josefa Romo
Un triste aniversario: 172 pacientes han muerto el último año víctimas de la eutanasia en España.
La muerte y el proceso que la precede es lo que, hasta la aprobación de la Ley de la Eutanasia en España, se esforzaban en evitar o retrasar, procurando a los pacientes la mejor calidad de vida posible en sus procesos de enfermedad incurable.
Pero desde hace un año, en España, algunos de los que hasta ahora trabajaban por la vida de sus pacientes, ayudándoles a sobrellevar con el menor sufrimiento posible las limitaciones de su enfermedad o vejez, es decir, dignificando sus vidas, han cambiado diametralmente el sentido de su praxis médica: ahora terminan con la vida de sus pacientes.
La profusión de eufemismos, aunque algunos se empeñen en desmentir que lo son, como los de “ayuda médica a morir”, “muerte dulce”, “muerte digna” u otros, ocultan en todo caso aquello que un sanitario nunca debe hacer: terminar con la vida del paciente tratando de justificarse bajo el amparo de posturas compasivas o liberadoras.
Debe insistirse, aunque otros lo nieguen, en que terminar deliberadamente con la vida de un paciente no es un acto médico. Ayudar médicamente a morir, lejos de procurar la muerte del paciente, es procurar el alivio de los síntomas asociados a la enfermedad cuando no es posible curar, limitando su sufrimiento y acompañando al enfermo dándole la ayuda que necesita. Es decir, cuidarle.
El verdadero drama de la muerte de 172 pacientes que, tras la aprobación de la ley de eutanasia han dejado de luchar por la vida, de comunicarse con sus seres queridos, de recibir la atención debida al enfermo, y, en resumen, lo que su dignidad exige: ser tratados con respeto, destreza y eficacia para ser aliviados de sus sufrimientos, es presentado ahora por muchos -basta leer algunos artículos periodísticos- como una dulce liberación de los que sufren y no quieren sufrir, y aquellos que practican la eutanasia, los médicos y sanitarios implicados, pretenden hacernos creer que han liberado a sus pacientes realizando un verdadero acto médico, que, sorprendentemente, consiste en eliminar al enfermo a su cuidado.
Muchos parecen preocupados por las cifras estadísticas de estas víctimas del sistema, como cuántas eutanasias se han practicado por comunidades autónomas, por edad, por tipo de enfermo… como si fuera este el dato importante, cuando cada paciente sobre el que se aplica la inyección letal que supone la eutanasia bajo el amparo legal, constituye el verdadero drama.
Y lo es en dos de cada tres solicitantes. Un tercio de ellos muere antes de su aplicación, o se arrepiente y quiere seguir viviendo, o se libra de ella porque quienes se arrogan el derecho de decidir quien vive y quien muere, los autores de la Ley y quienes se ocupan de su aplicación -las Comisiones de Garantía y Evaluación- estiman que en su caso no debe aplicársele.
De este modo parece establecerse una distinción entre las “vidas dignas e indignas de ser vividas”, por utilizar la terminología de la Alemania nazi de los años treinta del siglo pasado cuando comenzó con la aplicación institucional de la eutanasia a través de su tristemente famoso programa Aktion T4, que después fue utilizado en la “solución final” de exterminio de los judíos.
El final de la legalización de la eutanasia, tal como vemos en países con mayor recorrido como Bélgica u Holanda, es la laxitud en su aplicación, donde niños, enfermos mentales, discapacitados o personas cansadas de vivir pueden acceder a ser matados o matarse de forma legal.
El progreso está de parte de la vida. La decadencia de las civilizaciones es el fruto de la cultura homicida, que extermina a sus miembros más débiles. Como afirmaba Jerome Lejeune, la civilización espartana no ha legado nada a la humanidad quizá porque despeñaba a los niños que no parecían aptos para ser soldados, y, con ellos, probablemente estaba matando a sus poetas, artistas, arquitectos o sabios. Aquí lo hacemos con el aborto.
En este año, que sepamos, sigue sin extenderse la atención paliativa de calidad de modo que los pacientes que sufren, están deprimidos, angustiados, solos o desesperados, sean ayudados a lograr una vida digna, con cuidados, con control de sus síntomas, con atención psicológica y espiritual. También sus familias y cuidadores deben recibir esta ayuda de forma que puedan devolver a sus familiares el trato que merecen, en lugar de tratar de deshacerse ellos. Y, como consecuencia de esta dejación, 75.000 enfermos mueren con dolor en España cada año innecesariamente, ante la falta de estos cuidados.
La vida de un atleta o un eminente científico vale lo mismo que la de un paciente con ELA o afectado de demencia. La vida de un anciano o un paciente en fase incurable o terminal de su enfermedad tiene la misma dignidad que cuando rebosaba juventud y salud. Y es esta dignidad la que exige los cuidados debidos. Y matar no es cuidar. Agredir, aunque sea con fármacos, es tratar indignamente a un ser humano. Y lo es también no cuidarlo, abandonarlo en su dolor o su soledad sin los tratamientos o la atención debidos.
Que el matar a enfermos o embriones sea ahora legal, no evita que en ello pueda adivinarse la tragedia de la decadencia de una civilización, aquella que mata a sus miembros más débiles en lugar de cuidarlos.
Julio Tudela
Director Observatorio de Bioética
Desde el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia, hemos formulado diez objeciones al contenido del anteproyecto de Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans y para la Garantía de los Derechos de las Personas LGTBI, ya que presenta a nuestro juicio, graves deficiencias que merecen un comentario.
1. En esta futura ley, se ignora la más reciente evidencia científica relacionada. Otros países con mayor recorrido en el tratamiento del fenómeno de la transexualidad han modificado sus políticas inicialmente permisivas, como la que ahora se adopta con esta ley, ante la evidencia de que resultan contraproducentes a largo plazo y de que no existen evidencias científicas suficientes para su aplicación con garantías.
2. Se abre la puerta, de manera imprudente y de espaldas a las evidencias clínicas relacionadas, a tratamientos agresivos con efectos secundarios irreversibles en muchos casos, no autorizados para la indicación del abordaje de la disforia de género y de larga duración, empleados de forma prematura, generalizada e indiscriminada, contraviniendo las más recientes posturas científicas que aconsejan retrasar el inicio de estos tratamientos hasta el final de la adolescencia, además de acompañarlos con una monitorización clínica pluridisciplinar.
3. Se actúa precipitadamente cuando se interviene en adolescentes y preadolescentes que están lejos de terminar su proceso madurativo necesario para culminar su autoidentificación. Es aceptado según datos de algunos estudios, que entre el 80 y el 95% de los adolescentes que padecen disforia de género abandonan espontáneamente su petición de transición tras la adolescencia.
4. Se abandona a las personas con disforia de género a su suerte sin implementar protocolos de diagnóstico ante la frecuencia de comorbilidad – coexistencia de trastornos que podrían estar en el origen de la disforia o agravarla- lo cual supone una dejación en el abordaje de estos casos que abre la puerta a complicaciones futuras.
5. Se banaliza la condición biológica del sexo, definido genéticamente, que permanece invariable durante la vida del individuo configurando su identidad física y psíquica y que no resulta modificable.
6. De modo análogo, se banaliza el proceso de registro legal del sexo, obviando que se trata de un parámetro biológico y no de una condición sentida.
7. Se prohíbe y penaliza la opción libre de solicitar y facilitar terapias destinadas a lograr que el individuo con disforia llegue a identificarse con su sexo biológico. Esto supone una violación del derecho autónomo de los individuos a decidir sobre el tipo de ayuda que desean recibir.
8. Se otorga a menores a partir de los 12 años niveles imprudentes de autonomía sobre decisiones trascendentes sobre su persona, como es el “cambio de sexo”, que pueden afectarles el resto de su vida y que exigen un mayor nivel de madurez.
9. Se cuestiona la patria potestad de padres o tutores en la toma de decisiones en los procesos de transición con menores a su tutela, pudiendo ser contrarrestados por decisiones judiciales que se dirijan en sentido contrario a su voluntad.
10. La ley consolida medidas de discriminación positiva que tratan de favorecen al colectivo LGTBI, y que no dejan de ser discriminatorias, pudiendo, por tanto, crear un agravio a otros colectivos.
Conclusión
Este anteproyecto de Ley, que será remitido a las Cortes Generales, confirma muchos de los errores existentes en leyes autonómicas ya aprobadas, desoye imprudentemente las voces que desde la ciencia alertan de los riesgos de adoptar medidas agresivas prematuramente por los pobres resultados que se van acumulando y abandona a las personas afectadas sin la necesaria asistencia clínica imprescindible, en muchos casos, sin la cual los procedimientos aplicados, lejos de mejorar su situación, pueden agravarla. De nuevo se imponen los presupuestos ideológicos sobre la evidencia científica y esto puede suponer un atentado contra la libertad y la salud de los ciudadanos.
Julio Tudela
Observatorio de Bioética
La concepción jerárquica y cristiana de la vida
En una cartuja española un monje besa arrodillado el escapulario de su superior. Es la expresión de la más entera sujeción.
Dios creó el Universo según un orden jerárquico. Y dispuso que la jerarquía fuese la esencia de todo orden verdaderamente humano y católico. En contacto con el superior, el inferior puede y debe tributarle todo el respeto, sin el menor recelo de rebajarse o degradarse.
El igualitarismo
La ola satánica del igualitarismo, que desde la revolución protestante del siglo XVI hasta la revolución comunista de nuestros días viene atacando, calumniando, solapando y haciendo marchitar todo cuanto es o simboliza jerarquía, presenta toda desigualdad como una injusticia.
Es propio de la naturaleza humana —dicen los igualitarios—que el hombre se sienta disminuido y vejado al curvarse ante un superior. Si lo hace es porque ciertos preconceptos, o el imperio de las circunstancias económicas, le obligan a ello.
Pero esta violencia contra el orden natural de las cosas no queda impune. El superior deforma su alma por la prepotencia y por la vanidad que lo llevan a exigir que alguien se curve ante él. El inferior pierde con su gesto alienante algo de la elevación de personalidad propia al hombre libre e independiente. En otros términos, siempre que una persona se curva ante otra hay un vencedor y un vencido, un déspota y un esclavo.
La doctrina católica sobre las desigualdades
La doctrina católica nos dice exactamente lo contrario. Dios creó el Universo según un orden jerárquico. Y dispuso que la jerarquía fuese la esencia de todo orden verdaderamente humano y católico.
En contacto con el superior, el inferior puede y debe tributarle todo el respeto, sin el menor recelo de rebajarse o degradarse. El superior, a su vez, no debe ser vanidoso ni prepotente. Su superioridad no proviene de la fuerza, sino de un orden de cosas muy santo y deseado por el Creador.
En la Iglesia Católica, las costumbres expresan con admirable fidelidad esta doctrina. En ningún ambiente los ritos y las fórmulas de cortesía consagran tan acentuadamente el principio de jerarquía. Y tampoco en ningún otro se ve tan claramente cuánta nobleza puede haber en la obediencia, cuánta elevación de alma y cuánta bondad puede haber en el ejercicio de la autoridad y de la preeminencia.
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El monje y su superior
En una cartuja española un monje besa arrodillado el escapulario de su superior. Es la expresión de la más entera sujeción.
Sin embargo, considérese atentamente la escena y se verá cuánta varonilidad, cuánta fuerza de personalidad, cuánta sinceridad de convicción, cuánta elevación de motivos el humilde monje arrodillado pone en su gesto. Contiene éste cualquier cosa de santo y caballeresco, de grandioso y sencillo, que hace pensar al mismo tiempo en la “Legende Dorée”, en la “Chanson de Roland” y en las “Fioretti” de San Francisco de Asís.
¿Por qué Dios estableció desigualdades en la sociedad?
Arrodillado y desconocido, es este religioso humilde mayor que el hombre moderno, molécula vanidosa, impersonal, anónima e inexpresiva de la gran masa amorfa en que se ha transformado la sociedad contemporánea.
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La humildad del gentilhombre
Tras la humildad del monje consideremos la del gentilhombre.
El Conde Wladimir d’Ormesson fue hasta mediados de 1956 embajador de Francia ante la Santa Sede.
El Conde Wladimir d’Ormesson fue hasta mediados de 1956 embajador de Francia ante la Santa Sede. En nuestra fotografía lo vemos revestido con uniforme solemne de diplomático, arrodillado ante el Santo Padre Pío XII con ocasión de una audiencia.
Es difícil imaginar una actitud que exprese, tan completamente y al mismo tiempo, una alta conciencia de su propia dignidad y un vivo respeto ante la autoridad excelsa y suprema, ante la cual el embajador tiene la honra de encontrarse.
La rodilla en tierra, pero el tronco y el cuello erectos, la nobleza y reverencia del saludo, todo, en fin, muestra cuánto respeto y cuánta dignidad contienen los tradicionales estilos diplomáticos, de los cuales el Conde se muestra aquí intérprete fiel, y que fueron elaborados en los siglos áureos de la civilización cristiana.
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Actitud del superior y del Papa
Por otro lado, considérese al prior. Hay una especie de contraste entre su gran figura blanca, erecta, robusta, estable, que expresa autoridad, seguridad y paterna protección y la expresión fisonómica que parece neutra, impasible, serena, un poco distante. La figura expresa la actitud oficial del prior. La fisonomía traduce el desapego, la simplicidad del hombre. Pues no es al hombre en cuanto tal, sino al cargo, a quien el homenaje se dirige.
Y, con el debido respeto, consideremos la posición del Pontífice. Sentado en un pequeño trono, no se levanta para recibir el homenaje del embajador. Sin embargo, inclina ligeramente el busto para aproximarse más al Conde. Conserva su mano en la de él. Da a toda la acogida una nota de amenidad muy marcada. Y manteniéndose, no obstante, enteramente como Papa, da todas las muestras de la más entrañable benevolencia y del mayor aprecio hacia el embajador.
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Cuatro actitudes inspiradas en una visión muy jerárquica de las cosas, todas ellas nobles, dignas, honrosas, aunque cada una a su modo. En una palabra, esplendor de la humildad cristiana y belleza de una vida jerárquica…
Plinio Corrêa de Oliveira
Supervivientes del terrorismo en España: los heridos de ETA
29/06/2022
Publicado en
The Conversation
María Jiménez
Profesora de la Facultad de Comunicación
El estudio de los efectos causados por el terrorismo de ETA implica necesariamente la atención a los heridos, un colectivo que ha quedado tradicionalmente relegado en términos legislativos, académicos y periodísticos, a la sombra de las 853 víctimas mortales de la banda. Su dimensión, sin embargo, pone de manifiesto su importancia: se trata de al menos 2 632 personas afectadas directamente por las secuelas físicas o psicológicas que les dejó un atentado de ETA. Tanto ellas como los familiares que les han atendido a lo largo de los años han padecido, y muchos aún padecen, las consecuencias de la violencia.
Para esta investigación, publicada íntegramente en la revista académica Historia y Política y que sigue la estela abierta por el libro Heridos y olvidados. Los supervivientes del terrorismo en España, impulsado por el Centro Memorial para las Víctimas del Terrorismo, hemos tenido acceso al registro oficial de heridos del Ministerio del Interior.
Este listado incluye los heridos reconocidos tras un trámite administrativo que no se sistematizó hasta la aprobación de la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo en 2011, cinco décadas después del inicio de la actividad de ETA.
Sin embargo, supone la fuente disponible más rigurosa y la única que puede ofrecer información sociodemográfica sobre el perfil de los heridos. Se trata, además, de un registro vivo, ya que los expedientes siguen tramitándose: desde 2012 y hasta abril 2020, 54 personas han sido reconocidas como heridas a causa de la actividad terrorista de ETA.
El perfil de los heridos
De los casi 5 000 heridos causados por el terrorismo en España, ETA es responsable del 54 %. Seis de cada diez sufrieron lesiones que no revestían gravedad. Sin embargo, al 32 %, es decir, a 858 personas se les diagnosticaron secuelas que les causaron una incapacidad de por vida. Los grandes inválidos, el grupo que integra a los supervivientes con secuelas más grave, lo conforman 40 personas.
Tabla 1. Grado de las secuelas reconocidas a los heridos de ETA.
Fuente: Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior
En lo que respecta al perfil sociodemográfico, de las 2 632 personas heridas, una amplísima mayoría, 2 519, tiene nacionalidad española. El resto proceden de 16 países distintos. La mayoría eran jóvenes: en torno al 55 % tenían menos de cuarenta años y la edad media de todos ellos era 34,5 años. 174 eran menores de edad.
¿Y su profesión? Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas acumulan el 32 % de los heridos de ETA. La Guardia Civil es el colectivo más atacado y acumula casi el 18 % de los lesionados. Otro 67 % corresponde a personas que no se encuadran en ninguno de los grupos profesionales identificados, por lo que en cualquier caso serían civiles. Las cifras se completan con porcentajes reducidos de otros profesionales que, no obstante, estuvieron en el punto de mira de la organización terrorista: docentes, escoltas, políticos, empresarios, periodistas y funcionarios judiciales.
Tabla 2. Grupo profesional al que pertenecen los heridos de ETA
Fuente: Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior
Madrid es la región en la que se ha registrado un mayor número de heridos, 663, seguida de dos provincias vascas, Guipúzcoa y Vizcaya, con 476 y 393 heridos respectivamente. La cuarta región es la vecina Navarra, con 201.
La correlación entre las cifras de heridos y la evolución estratégica de ETA
La década en la que más heridos provocó la actividad terrorista de ETA fue la primera del siglo XXI, lo que contrasta con el hecho de que los años con más víctimas mortales fueran los llamados «años de plomo», en concreto 1980, 1979 y 1978.
Entre los años 2000 y 2009 se registraron el 34,6 % de los heridos, un porcentaje ligeramente superior al provocado durante la década de los años ochenta, en la que, sin embargo, se concentra el mayor porcentaje de víctimas mortales de la organización terrorista.
Esto demuestra que existe una relación directa entre la evolución estratégica de ETA y las secuelas físicas y psicológicas que provocó. Al emplear métodos selectivos como las armas de fuego, durante la dictadura y la Transición las cifras de heridos se mantuvieron relativamente bajas y fueron menores que las de sus víctimas mortales. En este periodo, la categoría profesional más golpeada por el terrorismo fue la de las Fuerzas de Seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas, blanco predilecto de ETA en general y de su rama militar en particular.
Tabla 3. Evolución de los heridos de ETA y su entorno entre 1965 y 2016
Fuente: Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior
A mediados de los ochenta, debido a la incapacidad para mantener el ritmo de acciones, se intensificó el uso del coche bomba para efectuar atentados que en bastantes casos eran indiscriminados, lo que disparó la cifra de heridos. En consecuencia, la proporción de víctimas civiles creció y la de agentes de la ley y militares disminuyó.
Esa dinámica se acentuó aún más en la etapa de la «socialización del sufrimiento». Para disimular su debilidad organizativa, ETA perpetró atentados con explosivo que causaron muchos damnificados, mientras que su entorno juvenil se volcaba en la kale borroka.
Con todo, derrotada por el Estado de derecho, en 2011 la banda anunció el cese de la violencia y siete años después, su disolución.
Aterricemos los "5 pasos a la Santidad" del papa Francisco en nuestra familia
Escrito por Silvia del Valle Márquez.
Acaba de terminar el X Encuentro Mundial de las Familias con el tema: “El amor familiar: vocación y camino de santidad".
Acaba de terminar el X Encuentro Mundial de las Familias con el tema: “El amor familiar: vocación y camino de santidad" y el papa Francisco nos ha regalado estos 5 pasos que él propone para llegar a santidad.
Considero que es necesario conocerlos, estudiarlos y tratar de llevarlos a nuestra vida familiar, por eso hoy te quiero proponer 5Tips para lograr aterrizar cada uno de estos pasos.
PRIMERO. “Un paso más” hacia el matrimonio.
El papa nos dice: ¡La vida familiar no es una misión imposible! Con la gracia del Sacramento, Dios la convierte en un viaje maravilloso para emprender con Él, nunca solos”.
Si lo queremos hacer vida y llevarlo a la práctica, debemos hacer que nuestra vida familiar sea una misión posible, es decir, un caminar juntos.
Si nuestra familia va comenzando, debemos estar dispuestos a emprender y construir juntos, de la mano, una familia que le dé gloria a Dios y que esté dispuesta a hacer Su Voluntad.
Y si nuestra familia ya lleva camino recorrido, nunca es tarde para hacer un alto y revisar cómo vamos en esto del caminar juntos y en hacer la Voluntad de Dios y después, hacer las correcciones necesarias, dejar cosas, adaptar otras e implementar cosas para hacer que nuestra familia camine siempre conforme a lo que Dios quiere para nosotros.
SEGUNDO. “Un paso más” para abrazar la cruz.
El Santo Padre reconoció que la cruz “forma parte de la vida de cada persona y de cada familia”.
Para llevar esto a la práctica, es necesario aprender a ofrecer a Dios nuestra vida cotidiana, con sus cosas lindas y sus sufrimientos y dolores.
La vida está llena de sinsabores que pueden ser muy bien aprovechados si los ofrecemos a Dios como meritorios para ayudar a interceder por las necesidades de nuestra familia.
También debemos educar a nuestros hijos para que desde pequeños se acostumbren a ofrecer sus actos y así después lo vean como lo más normal, es decir, se vuelva un estilo de vida.
TERCERO. “Un paso más” hacia el perdón.
“El perdón cura todas las heridas, es un don que brota de la gracia con la que Cristo colma a la pareja y a toda la familia cuando lo dejamos actuar, cuando recurrimos a Él”, resaltó el Papa Francisco.
Es por esto que nosotros debemos educar a nuestros hijos para que sepan perdonar y otorgar el perdón de corazón.
El perdón es un proceso y que la mejor forma de comenzar con él es de la mano de Dios. Siempre es Dios quien da la gracia para poder perdonar al que nos ofende, solo así lograremos perdonar de corazón.
Nosotros podemos colaborar para que nuestros hijos aprendan a perdonar con nuestro ejemplo. En casa debemos estar dispuestos a perdonar y a tener la humildad de pedir perdón cuando nos equivocamos. Solo así se volverá un estilo de vida familiar.
CUARTO. “Un paso más” hacia la acogida.
El papa Francisco subrayó cómo la acogida es una “bendición del cielo” y dijo que “En la familia se vive una dinámica de acogida, porque sobre todo los esposos se han acogido el uno al otro, como se lo dijeron mutuamente el día del matrimonio: ‘Yo te recibo a ti’. Y después, trayendo hijos al mundo, han acogido la vida de nuevas criaturas”.
Nosotros podemos vivir la acogida en el día a día.
Acogiendo lo que va sucediendo con nuestros hijos, lo que va sucediendo en el trabajo o en la casa con Alegría.
Acoger significa hacer propio y darle cabida en nuestro corazón. Y desde ahí, tratar de encausarlo para que busque siempre hacer la voluntad de Dios.
Pero sobre todo debemos acoger a Dios en nuestro corazón para que sea el centro de nuestra vida y la fe nuestra familia.
Y QUINTO. “Un paso más” hacia la fraternidad.
El Papa dijo que la fraternidad “es una escuela que se aprende en familia” porque “viviendo junto al que es diferente a mí, en la familia se aprende a ser hermanos y hermanas. Se aprende a superar divisiones, prejuicios, cerrazones y a construir juntos algo grande y hermoso, partiendo de lo que nos une”.
La fraternidad debe estar siempre basada en la caridad que es el Amor, así que esto lo podemos aterrizarlo teniendo caridad para con cada uno de los miembros de nuestra familia, apoyándolos en sus necesidades y dificultades y apoyándolos en sus momentos de alegría y en sus muestras entusiasmo.
Y cuando haya algún problema por su forma de ser o de actuar, debemos atenderlo desde el Amor, es decir, con caridad para que se sientan logre un ambiente fraterno en la familia.
Es importante decir que debemos empezar nosotros los papás pero también debemos involucrar a nuestros hijos, así nuestra familia será más unida que nunca, si ponemos el Amor de Dios como pegamento, así lograremos ser una familia que busca en todo momento la santidad y que trabaja para conseguir ser peregrinos de este mundo pero ciudadanos del cielo.
“Lo de Ceuta, Melilla, Méjico, EE.UU. y otros”
Son ya muchos los años en esta nueva época de “barbaries”; en que se siguen produciendo los incalificables hechos, que recientemente se han producido en las fronteras de Melilla (territorio español y que lo es desde siglos antes de que allí se estableciera ningún sultanato musulmán) y donde, a los asaltantes negros a dichas fronteras (que hoy son europeas que es donde esos negros quieren entrar) y donde el régimen marroquí, los ha tratado peor que a animales salvajes; lo que hemos visto simplemente por las escenas publicadas en documentales televisivos; pero todo ello deben movernos a pensar y meditar y no, a ser llevados por sentimientos, que de alguna manera, son los gobiernos internacionales los que les interesa caigamos en ellos; y lo que emplean siempre como arma política y demagógica, nunca para defender nada que represente una justicia, siempre ausente.
Pienso como simple “mono humano”; que lo primero que tiene que asumir el mismo, es defender su propio territorio; y como lo hace aún, el resto de primates que curiosamente en su mayor parte, siguen naciendo y viviendo en África; o sea y concretando; que “ninguno de esos negros, asiáticos o resto de esas masas”, quiere venir a Europa, “a darnos nada”; ellos a lo que vienen es a incrustarse en lo que es la riqueza europea, vivir en ella y de ella, y el resto les importa dos cojones o menos; esa es la realidad si queremos llegar al motivo y fin de esos viajes.
Viajes que se nos dice son penosos (que no dudo lo son) pero para los que necesitan dinero contante y sonante; puesto que ese “material”, es imprescindible, para sortear o superar, a tanto bandido como esos emigrantes encuentran en su camino; por tanto los que vienen tienen que venir dotados de un dinero, que generalmente en sus países de origen no abunda en manos de “las masas”; lo que ya me dice, que son en general, gente audaz, pero preparada para una larga lucha. ¿Por qué no la emplean en luchar en sus propios territorios y librar de ellos a tanto bandido como en realidad los roba y saquea dentro de sus propias casas o lares donde nacieron y viven? ¿Acaso es que desprecian a su propia tierra madre y no ven en ella un progreso aceptable? No lo entiendo convincentemente.
No es que yo pretenda, que las defensas que en su día hicieron, aquellos “hispanos”, de Numancia o Sagunto, contra “romanos y cartagineses”, lleguen a hacerlo en todos los territorios de este maldito planeta; pero sí organizarse humanamente y “dispuestos a todo”; para liberarse de los verdaderos problemas locales o nacionales, puesto que los enemigos los tienen dentro, no fuera, y menos hoy en Europa… ¿Qué ello cuesta sangre, sudor y lágrimas? ¿Y dónde no costó ello en cualquier lugar del mundo donde hoy se vive más o menos decentemente?
La “Madre Naturaleza, Dios, La Creación”, o llamémosla como cada cual quiera; lo que es cierto es que, donde permitió, que “nacieran o residieran seres humanos, o monos humanos”; allí, existió y existen riquezas más que suficientes para que “sus tribus”, vivan, organicen su vida y cultura y no necesiten abandonar sus lares naturales por nada del mundo, salvo excepcionales individuos que siempre salen buscando la aventura y que suelen ser insignificantes minorías. Y esto nos lo dicen aún culturas, que existen en muchas partes de este perro mundo; sea en las inmensas estepas del centro de Asia, los pueblos del norte y que lindan las zonas polares, o los del sur en análogas circunstancias, aún esos pueblos nos dan ejemplo de lo que es una verdadera lucha de necesaria supervivencia, pero de la que viven y defienden de forma admirable.
Así es que conviene pensar y situar cada cosa en un lugar lógico y no dejarnos llevar, por tanta lástima y llantos, que en realidad no son otra cosa que hipocresías y buenos deseos, para no solucionar nada, por cuanto no hay solución.
Por otra parte lógico el que en cada país, existan fronteras que han de ser respetadas y que por tanto, allí, no puedan traspasarlas, nadie que no lo permitan las leyes que establezcan sus propietarios; los que por lógica humana, siempre pedirán una compensación a aquel o aquellos que quieren violarlas… “y por aquello que dicen se practicaba en los conventos de frailes… “¿qué traes hermano?”; y observen y analicen bien la frase, ¿Qué traes hermano?... ¡No qué te vas a llevar!; pues es verdad aquello tan viejo, que asevera que, “la caridad empieza por uno mismo y que hay que primero arreglar nuestra propia casa, que preocuparnos de la del vecino, al que la Creación, es seguro, le ha dado la suficiente capacidad para arreglar la suya propia”… ¡¡Pues que lo haga o empiece a hacerlo de inmediato!!
Es una buena solución, el decidirse a llamar, “al pan, pan y al vino, vino, y decir las cosas lo más claras posibles; así el que cada cual hemos de cargar con la carga que traemos a este perro mundo, cuya descarga no se puede descargar, si no es por nuestro propio esfuerzo; lo que por otra parte, nos llenará de satisfacción o de esa felicidad que siempre anda buscando el pobre y desgraciado “mono humano”: Amén.
Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)
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