Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY martes, 16 de mayo de 2023
Indice:
El Papa: Seamos dóciles a la voz del Paráclito y sensibles a su presencia
El Papa recibió a Volodimir Zelenski en el Vaticano
Llamamientos a la paz suelen quedar desoídos, necesarios defensores del diálogo
El Papa: La humanidad sin la mujer está sola, en riesgo su identidad antropológica
MAYO, EL MES DE MARÍA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del martes: ¿Por qué conviene que Jesús se vaya?
“Acude con confianza a la Virgen” : San Josemaria
Homilía del Prelado en la festividad del beato Álvaro del Portillo (2023)
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE : JUAN PABLO II
Siguiendo el ejemplo de Tomás Alvira, los educadores pueden llenar de energía las aulas con valores clave : PorCecilia Zinicola
Educar a fondo a los hijos, para la verdadera felicidad.
Comprensión y discernimiento : Ramiro Pellitero
El triunfo de la democracia a finales del siglo XX: ¿fin de la historia? : David Hidalgo Rodríguez
ETA irrumpe en las elecciones : Jorge Hernández Mollar
Bajo su amparo : Pedro Paricio Aucejo
El aborto consiste en dar muerte : Jesús Martínez Madrid
El padre en la familia : Jesús Domingo Martínez
Con los pies en la tierra y ser espiritual : Jesús Martínez Madrid
60 años de la “Pacem in terris” : José Morales Martín
‘Bullying’ entre mamás: cuando otras mujeres critican cómo crías a tu hijo : ElPais.com
El Papa: Seamos dóciles a la voz del Paráclito y sensibles a su presencia
Este 14 de mayo, VI Domingo de Pascua, el Santo Padre en su alocución antes de rezar la oración del Regina Caeli recordó que, “si invocamos al Espíritu Santo, aprenderemos a acoger y recordar la realidad más importante de la vida, que nos protege de las acusaciones del mal: somos hijos amados de Dios”.
Vatican News
“El Espíritu Santo no nos deja solos, está junto a nosotros, como un abogado que asiste al imputado estando a su lado. Y nos sugiere cómo defendernos frente a quien nos acusa”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Regina Caeli de este 14 de mayo, VI Domingo de Pascua, ante los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.
Dos aspectos importantes del Paráclito
Al comentar el Evangelio de este VI Domingo de Pascua, en el cual San Juan nos presenta la promesa de Jesús a sus discípulos de enviarles “otro Paráclito, que este siempre con ellos”, el Santo Padre dijo que, Jesús nos habla del Espíritu Santo, al que llama Paráclito, y de ahí propuso dos aspectos para la reflexión: su cercanía y su ayuda contra quien nos acusa.
“Paráclito es una palabra que viene del griego, que significa al mismo tiempo el que consuela y abogado. El Espíritu Santo no nos deja solos jamás, está junto a nosotros, como un abogado que asiste al imputado estando a su lado. Y nos sugiere cómo defendernos frente a quien nos acusa. Recordemos que el gran acusador es siempre el diablo, que te pone dentro los pecados, el deseo de pecar, la maldad. Reflexionemos sobre estos dos aspectos: su cercanía a nosotros y su ayuda contra quien nos acusa”.
El Espíritu Santo está siempre cerca de nosotros
La cercanía del Espíritu Santo fue el primer aspecto sobre el cual reflexionó el Papa Francisco este domingo. El Paráclito, dijo el Pontífice, no nos abandona jamás.
“El Espíritu Santo quiere quedarse con nosotros: no es un huésped de paso que viene a hacernos una visita de cortesía. Es un compañero de vida, una presencia estable, es Espíritu y desea morar en nuestro espíritu. Es paciente y está con nosotros también cuando caemos. Se queda porque nos ama de verdad, no finge querernos para luego dejarnos solos en medio de las dificultades. No. Es leal, es transparente, es auténtico”.
El Paráclito nos consuela y nos corrige
En este sentido, el Papa Francisco explicó que la cercanía del Espíritu Santo se manifiesta cuando nos encontramos en una situación de prueba, ya que Él nos consuela, trayéndonos el perdón y la fuerza de Dios. Y cuando nos pone ante nuestros errores y nos corrige, indicó el Papa, lo hace con suavidad: en su voz, que habla al corazón, están siempre presentes el timbre de la ternura y el calor del amor.
“Cierto, el Espíritu Paráclito es exigente, porque es un verdadero amigo, un amigo fiel, que no esconde nada, que nos sugiere qué cambiar y cómo crecer. Pero cuando nos corrige jamás nos humilla y nunca infunde desánimo; por el contrario, nos transmite la certeza de que con Dios podemos lograrlo, siempre. Esta es su cercanía. Es una bella certeza”.
El Espíritu Santo es nuestro defensor
El segundo aspecto sobre el cual reflexionó el Santo Padre fue el del Espíritu Paráclito como abogado nuestro, el que nos defiende de quien nos acusa:
“De nosotros mismos cuando no nos queremos y no nos perdonamos, llegando quizá incluso a decirnos que somos unos fracasados buenos para nada; del mundo, que descarta a quien no responde a sus esquemas y sus modelos; del diablo, que es el ‘acusador’ por excelencia y el que divide, y que hace todo lo posible para que nos sintamos incapaces e infelices”.
El Espíritu Santo nos sugiere cómo responder al acusador
Ante todos estos pensamientos acusatorios, evidenció el Pontífice, el Espíritu Santo nos sugiere cómo responder. ¿De qué modo? El Paráclito, dice Jesús, es Aquel que nos enseña y nos recuerda todo lo que Jesús nos ha dicho.
“Él nos recuerda las palabras del Evangelio, y nos permite así responder al diablo acusador no con palabras nuestras, sino con las palabras mismas del Señor. Sobre todo, nos recuerda que Jesús hablaba siempre del Padre que está en los cielos, que nos lo ha dado a conocer y nos ha revelado su amor por nosotros, que somos sus hijos. Si invocamos al Espíritu, aprenderemos a acoger y recordar la realidad más importante de la vida, que nos protege de las acusaciones del mal. Y ¿Cuál es esta realidad más importante de la vida? Somos hijos amados de Dios. Somos hijos amados de Dios: esta es la realidad más importante, y el Espíritu nos recuerda esto”.
Dóciles a la voz del Espíritu Santo y sensibles a su presencia
Antes de concluir su alocución, y pedir la intercesión de la Virgen María “para que nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo y sensibles a su presencia”, el Papa Francisco invitó a todos a preguntarnos hoy:
“¿Invocamos al Espíritu Santo, le rezamos con frecuencia? ¡No nos olvidemos de Él, que está junto a nosotros, es más, en nuestro interior! Y, asimismo, ¿prestamos atención a su voz, tanto cuando nos anima como cuando nos corrige? ¿Respondemos con las palabras de Jesús a las acusaciones del mal, a los “tribunales” de la vida? ¿Nos acordamos de que somos hijos amados de Dios?”.
El Papa recibió a Volodimir Zelenski en el Vaticano
El líder de la nación devastada por la guerra llegó a Roma esta mañana, 13 de mayo. Se reunió con el presidente Mattarella y la premier Meloni; por la tarde con Francisco por segunda vez en persona desde 2020, la primera desde el estallido del conflicto. "Gracias por esta visita", dijo Francisco dándole la bienvenida en el Aula Pablo VI. Encuentro inmediatamente después con el secretario para las Relaciones con los Estados, monseñor Paul Richard Gallagher
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Volodimir Zelenski en el Vaticano para reunirse con el Papa Francisco llegó poco después de las 16.00 horas, en un coche blindado, al patio del Aula Pablo VI. Sentados frente a frente, iniciaron su conversación, en presencia de un intérprete. El director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Matteo Bruni, informó a los periodistas acreditados que “los temas de la conversación versaron sobre la situación humanitaria y política en Ucrania provocada por la guerra en curso. El Papa aseguró su oración constante, atestiguada por sus numerosos llamamientos públicos y su continua invocación al Señor por la paz desde febrero del año pasado. Ambos coincidieron en la necesidad de continuar los esfuerzos humanitarios para apoyar a la población. El Papa hizo especial hincapié en la urgente necesidad de ‘gestos de humanidad’ hacia las personas más frágiles, las víctimas inocentes del conflicto”.
El encuentro entre el Papa y el Presidente duró unos 40 minutos.
Después de reunirse con el Pontífice tuvo lugar el encuentro con el Secretario para las Relaciones con los estados y las Organizaciones Internacionales, Monseñor Paul Richard Gallagher, con quien "se abordó ante todo la guerra actual en Ucrania y las urgencias asociadas a ella, en particular las de carácter humanitario, así como la necesidad de proseguir los esfuerzos para alcanzar la paz". La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó también que "la ocasión fue propicia también para tratar algunos temas bilaterales, especialmente en lo que se refiere a la vida de la Iglesia católica en el país".
Los regalos
El Papa Francisco donó a Zelenski una obra de bronce que representa una rama de olivo, símbolo de la paz. Junto a ella el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2023, el Documento sobre la fraternidad humana, el libro sobre la Statio Orbis del 27 de marzo de 2020, editado por la LEV, el volumen "Una encíclica sobre la paz en Ucrania" que recoge la mayor parte de los discursos públicos del Pontífice sobre la guerra en Ucrania. Significativos también los regalos entregados por Zelenski al Santo Padre: una obra de arte realizada con una placa antibalas y un cuadro titulado Perdita, sobre la matanza de niños durante el conflicto.
El intercambio de dones
Reuniones con Mattarella y Meloni
Es la segunda vez que Zelenski viene al Vaticano; la primera había sido en febrero de 2020, cuando la amenaza de la pandemia del Covid-19 empezaba a cernirse sobre Europa y la guerra parecía un fantasma segregado sólo en el este de Ucrania. Un año y medio después del primer bombardeo ruso en Kyiv, entre llamadas telefónicas, cartas, llamamientos, contactos públicos y privados, Zelenski -ya no aislado como en los primeros meses del conflicto- ha vuelto a viajar y, en un itinerario que toca varias capitales europeas, hace una parada en Roma, donde vuelve a encontrarse con el Papa, que nunca ha dejado de ofrecerle su apoyo espiritual, su cercanía y también ayuda concreta y diplomática. Volodimir Zelenski llegó esta mañana a la capital italiana y anunció su llegada en Twitter etiquetando las cuentas del Papa y de la primer ministro, Giorgia Meloni y citando al Presidente Sergio Mattarella: "¡Una visita importante para acercarnos a la victoria de Ucrania!", escribió. Meloni le recibió con un abrazo y prometió el "apoyo total" de Italia a Ucrania, en particular a sus iniciativas de exportación de trigo. El mismo apoyo reiteró Mattarella, que calificó de deleznable el secuestro de cientos de niños ucranianos en Rusia. "Nuestra victoria es la paz", respondió el presidente ucraniano. Estas palabras también se repitieron en la rueda de prensa posterior, en la que Giorgia Meloni también agradeció "el compromiso del Papa y de la Santa Sede" para lograr la paz entre Ucrania y Rusia.
Encuentro con el Secretario para las relaciones con los estados, Mons. Gallagher
Llamamientos a la paz suelen quedar desoídos, necesarios defensores del diálogo
Que la paz "no sea un sueño irrealizable". Es la esperanza que el Papa Francisco expresó a los embajadores que le presentaron este sábado 13 de mayo sus cartas credenciales. Las guerras no fueron el único punto abordado por el pontífice: su mirada se posó también en las migraciones forzosas, en los efectos del cambio climático y en los hermanos y hermanas “que siguen viviendo en la pobreza por falta de acceso a agua potable, alimentos, atención sanitaria básica, educación y trabajo digno”.
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Sobre la situación actual del mundo se posa la mirada del Papa Francisco al recibir, este sábado 13 de mayo, a los embajadores ante la Santa Sede de Islandia, Bangladés, Siria, Gambia y Kazajistán, con ocasión de la presentación de sus cartas credenciales. En su discurso, el Pontífice recordó en primer lugar y de forma particular al pueblo sirio que, en medio de los sufrimientos causados por el conflicto armado, “aún se está recuperando del reciente y violento terremoto”. Invitó a pensar en lugares como Sudán, la República Democrática del Congo, Myanmar, Líbano y Jerusalén, “que se enfrentan a enfrentamientos y disturbios”, también en Haití que “sigue sufriendo una grave crisis social, económica y humanitaria”. Y no olvidó, claramente, la guerra en Ucrania, “que ha provocado sufrimientos y muertes indecibles”.
La mirada del Papa se posó también en el flujo creciente de migraciones forzosas, en los efectos del cambio climático y en los hermanos y hermanas “que siguen viviendo en la pobreza por falta de acceso a agua potable, alimentos, atención sanitaria básica, educación y trabajo digno”. Hay, sin duda, - constató- un desequilibrio creciente en el sistema económico mundial.
¿Cuándo aprenderemos de la historia que los caminos de la violencia, la opresión y la ambición desmedida por conquistar tierras no sirven al bien común? ¿Cuándo aprenderemos que invertir en el bienestar de las personas es siempre mejor que gastar recursos en la construcción de armas letales? ¿Cuándo aprenderemos que las cuestiones sociales, económicas y de seguridad están todas relacionadas unas con las otras? ¿Cuándo aprenderemos que somos una familia humana, que sólo puede florecer verdaderamente cuando todos sus miembros son respetados, cuidados y capaces de contribuir a su manera original? Hasta que no nos demos cuenta de ello, seguiremos viviendo lo que he llamado una tercera guerra mundial combatida a pedazos.
Tras esta serie de planteamientos, que pueden, según el Papa, “disturbar nuestra sensibilidad” y en especial la “satisfacción” por los avances tecnológicos y científicos, logros “encomiables” que no deben dejar a nadie indiferente ante el estado actual del mundo, Francisco invitó a mantenerse también “optimistas y determinados en la convicción de que la familia humana puede afrontar con éxito los retos de nuestro tiempo”. Y entrando en el servicio propio que los embajadores están llamados a prestar, ofreció algunas reflexiones:
Como hombre o mujer de diálogo, constructor de puentes, el embajador puede ser una figura de esperanza. Esperanza en la bondad última de la humanidad. Esperanza en que el terreno común es posible porque todos formamos parte de la familia humana. Esperanza en que nunca se dice la última palabra para evitar un conflicto o resolverlo pacíficamente. Esperanza de que la paz no sea un sueño irrealizable. Mientras sigue sirviendo fielmente a su país de origen, el Embajador intenta dejar a un lado las emociones superfluas y superar las posiciones arraigadas para encontrar soluciones aceptables. Desde luego, no es una tarea fácil. La voz de la razón y los llamamientos a la paz suelen quedar desoídos. La actual situación mundial, sin embargo, no hace sino subrayar aún más la necesidad de que los Embajadores y sus colegas sean defensores del diálogo, paladines de la esperanza.
Por último, el Santo Padre habló del compromiso de la Santa Sede en la protección de la dignidad inviolable de toda persona, en la promoción del bien común y de la fraternidad humana, esfuerzos, éstos, “que no implican la persecución de fines políticos, comerciales o militares”, y que se realizan “mediante el ejercicio de una neutralidad positiva”, que permite a la Santa Sede “contribuir mejor a la resolución de conflictos y otras cuestiones”. Y aseguró a los embajadores que la Secretaría de Estado, junto con los Dicasterios y Oficinas de la Santa Sede, están “más que dispuestos” a entablar con ellos “un diálogo abierto y honesto”, y a trabajar juntos “por la mejora de la familia humana”.
El Papa: La humanidad sin la mujer está sola, en riesgo su identidad antropológica
Al recibir a la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, el Papa Francisco habló de la necesidad recuperar los elementos antropológicos que caracterizan la identidad humana y con ella, “la de la mujer y su rol en la familia y en la sociedad". “Si queremos saber qué es la humanidad sin la mujer, qué es el hombre sin la mujer, lo tenemos en la primera página de la Biblia: es soledad", afirmó.
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“La identidad antropológica de la mujer está en peligro”, advirtió el Papa Francisco al dirigirse a la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, la UMOFC, este sábado 13 de mayo en el Vaticano. Recibiendo a las mujeres que participarán en la Asamblea General en Asís la próxima semana, el Santo Padre afirmó que la identidad de la mujer es usada, “instrumentalizada” como argumento de contiendas políticas y de ideologías culturales que “ignoran la belleza con la que ha sido creada”, y subrayó la necesidad de “valorar más su capacidad de relación y de donación”.
Es importante, para Francisco, recuperar los elementos antropológicos que caracterizan la identidad humana y con ella, “la de la mujer y su rol en la familia y en la sociedad, que no deja de ser un corazón latente”.
“Si queremos saber qué es la humanidad sin la mujer, qué es el hombre sin la mujer, lo tenemos en la primera página de la Biblia: es soledad. El hombre sin la mujer está solo. La humanidad sin la mujer está sola. Una cultura sin la mujer está sola. Donde no está la mujer, hay soledad, soledad árida que genera tristeza, y toda clase de daño a la humanidad. Donde no está la mujer, hay soledad.”
A las mujeres miembros de la UMOFC el Papa les habló también de la necesidad urgente de encontrar la Paz en el mundo, una paz “que inicia en el interior del corazón”. “Tenemos un corazón enfermo, lacerado por la división del odio y del rencor”, lamentó Francisco, que, más adelante en su discurso, y en el día en que se celebra la memoria de las apariciones de la Virgen María a los pastorcitos de Fátima, se dice “muy triste”, porque precisamente en el país donde apareció la Virgen “se promulga una ley para matar”. Así les habla de María, “modelo de mujer por excelencia”, del don de la maternidad y de la tarea de “cuidar a los hijos en la Iglesia”:
María les enseña a generar vida y a protegerla siempre, relacionándose con los demás desde la ternura y la compasión, y conjugando tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos, que tienen que ser coordinados: lo que piensa la cabeza lo sienta el corazón y lo hagan las manos, lo que siente el corazón esté en armonía con lo que se piense en la cabeza y hacen las manos, lo que hacen las manos tengan armonía con lo que se siente y lo que se piensa.
Siempre pensando en Fátima, donde “en medio del silencio y la soledad de los campos” la Virgen se presentó a los pastorcitos “frágiles y pequeños” - que representan a la humanidad también un poco desconcertada y asustada - el Papa habló a las mujeres del “secreto” que dio fuerza a los pastorcitos para hacer lo que Ella les pedía: es “cultivar la unión con el ‘dulce huésped del alma’ que siempre nos acompaña”, es el amor a Dios y unión con Él, para vivir “como María, la plenitud del ser mujer con la conciencia de sentirse elegidas y protagonistas en la obra salvadora de Dios”.
“Pero esto sólo no basta. Esa unión interior con Jesús se tiene que manifestar al exterior, se tiene que manifestar permaneciendo en comunión con la Iglesia, con mi familia o con mi organización, que me ayudan a madurar en la fe. Esto es lo que da valor a todas las iniciativas que llevamos adelante. Hay que “rezar” las obras y “obrar” la oración. De este modo nos vamos a situar bien en sintonía con la misión de toda la Iglesia.”
Es ésta, también, para Francisco, “la esencia de la sinodalidad”, que hace “sentirse protagonista y corresponsable del buen ser de la Iglesia, para saber integrar las diferencias y trabajar en armonía eclesial”.
A las cerca de mil quinientas participantes en el encuentro el Pontífice finalmente expresó su gratitud por su quehacer, animándolas a seguir adelante en sus proyectos y actividades en favor de la evangelización, “siguiendo la voz interior del Espíritu, dóciles a los toques interiores”. Y concluyó:
Que Jesús las bendiga y la Virgen las cuide, a ustedes y a sus familias. Rezo por los frutos de la Asamblea, hablen claro, discutan, peléense un poquito porque hace bien, eso los lleva adelante. Y les pido, por favor, que me sigan acompañando con sus oraciones. Muchas gracias.
Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas
— La devoción a la Virgen atrae la misericordia divina. Amor de todo el pueblo cristiano.
— El mes de mayo.
— Las romerías. Sentido penitencial y apostólico.
I. «Mes de sol y de flores (...), mes de María, coronando el tiempo pascual. Desde el Adviento nuestro pensamiento había seguido a Jesús; ahora que se ha hecho en nuestra alma la gran paz que sigue a la Resurrección, ¿cómo no volvernos hacia aquella que nos lo ha dado?
«Ha aparecido sobre la tierra para preparar su venida; ha vivido a su sombra, hasta el punto de que no la vemos intervenir en el Evangelio más que como Madre de Jesús, siguiéndole, velando por Él, y cuando Jesús nos deja, Ella desaparece suavemente.
«Ella desaparece, pero queda en la memoria de los pueblos, porque le debemos a Jesús...»1.
Como en otras ocasiones, Jesús se encuentra hablando de los misterios del reino de Dios. Las gentes le rodean, le miran y guardan un profundo silencio. De pronto, inesperadamente, una mujer grita con toda su alma: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!2.
La profecía contenida en el Magníficat comienza a cumplirse: ...me llamarán bienaventurada todas las generaciones3, había manifestado la Virgen, movida por el Espíritu Santo. Y en esta ocasión, una mujer, con la frescura del pueblo, ha comenzado lo que no terminará hasta el final del mundo. Aquellas palabras de Santa María en los comienzos de su vocación tendrían su más acabado cumplimiento a través de los siglos: poetas, intelectuales, reyes y guerreros, artesanos, madres de familia, hombres y mujeres, de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en el campo, en la ciudad, en la cima de los montes, en las fábricas y en los caminos; en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales (¡cuántos millones de cristianos han entregado su alma a Dios mirando una imagen de la Virgen, o recitando con sus labios o solo en su pensamiento el dulce nombre de María!), o sencillamente al doblar una esquina en la que apenas se distingue una imagen de la Señora; en tantas y en tan diversas situaciones, millares de voces, en lenguas diversísimas, han cantado las alabanzas a la Madre de Dios. Es un clamor ininterrumpido en toda la tierra, que atrae cada día la misericordia de Dios sobre el mundo, y que no se explica sino por un expreso querer divino. «Desde los tiempos más antiguos –recuerda el Concilio Vaticano II– la Bienaventurada Virgen María es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo acuden los fieles, en todos sus peligros y necesidades, con sus oraciones»4.
Todo el pueblo cristiano ha sabido siempre llegar a Dios a través de su Madre. Con una experiencia constante de sus gracias y favores la ha llamado Omnipotencia suplicante, y ha encontrado en Ella el atajo –«senda por donde se abrevia el camino»– para llegar a Dios. El amor ha inventado numerosas formas para tratarla y honrarla. La Iglesia ha fomentado y bendecido constantemente esta devoción a Santa María como camino seguro para llegar hasta el Señor, «porque María es siempre camino que conduce a Cristo. Todo encuentro con Ella no puede menos que terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María sino buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella a Cristo, Nuestro Salvador, a quien los hombres –en los desalientos y peligros de aquí abajo– tienen el deber y experimentan la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente transcendente de la vida?»5.
II. En este mes de mayo muchos buenos cristianos tienen singulares manifestaciones de piedad a la Virgen Santa María, que alegran todos los días del mes. Siguen de cerca aquella recomendación del Concilio Vaticano II: «ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente con sus oraciones en las primicias de la Iglesia, también ahora, ensalzada en el cielo sobre todos los santos y los ángeles, interceda ante su Hijo»6. Y en otro lugar: «tengan muy en consideración las prácticas y los ejercicios de piedad hacia Ella recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos»7.
Preguntémonos hoy en nuestra oración qué propósitos tenemos y cómo los estamos llevando a cabo para tratar a Nuestra Madre Santa María a lo largo de este mes en que tradicionalmente los cristianos honran más especialmente a la Virgen.
La dedicación a la Virgen en el mes de mayo nació del amor, que siempre buscó nuevas maneras de expresarse, y de la reacción contra las costumbres paganas que existían en muchos lugares en el «mes de las flores». Entre las Cantigas de Santa María del Rey sabio existe una que comienza con las palabras: «¡Bienvenido mayo!...». En ella, Alfonso X exalta ya el retorno de mayo porque nos invita a rogar con más honor a María, para que nos libre del mal y nos colme de bienes.
En nuestros días, los cristianos, que queremos estar siempre muy cerca de Ella, le ofrecemos especiales obsequios durante el mes: romerías, visitas a alguna iglesia a Ella dedicada, pequeños sacrificios en su honor, ofrecimiento del estudio o del trabajo bien acabado, el rezo más atento del Santo Rosario... «De una manera espontánea, natural, surge en nosotros el deseo de tratar a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra. De tratarla como se trata a una persona viva: porque sobre Ella no ha triunfado la muerte, sino que está en cuerpo y alma junto a Dios Padre, junto a su Hijo, junto al Espíritu Santo (...).
»¿Cómo se comportan un hijo o una hija normales con su madre? De mil maneras, pero siempre con cariño y con confianza. Con un cariño que discurrirá en cada caso por cauces determinados, nacidos de la vida misma, que no son nunca algo frío, sino costumbres entrañables de hogar, pequeños detalles diarios, que el hijo necesita tener con su madre y que la madre echa de menos si el hijo alguna vez los olvida: un beso o una caricia al salir o al volver a casa, un pequeño obsequio, unas palabras expresivas.
»En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar –no hace falta la palabra, el pensamiento basta– las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el Santo Rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana (el sábado) (...), ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad»8.
III. Una manifestación tradicional de amor a nuestra Madre es la romería a un santuario o ermita de la Virgen, con carácter penitencial –expresado quizá en un pequeño sacrificio: ir andando desde un lugar oportuno, vivir algunos detalles de sobriedad que cuesten sacrificio...– y con sentido apostólico, procurando acercar más a Dios a aquellas personas que nos acompañan, y rezando con particular piedad el Santo Rosario.
La romería puede ser un momento muy oportuno para hacer un apostolado fecundo con nuestros amigos. En esos santuarios y ermitas, miles de personas han encontrado gracias ordinarias y extraordinarias de la Madre de Dios: unos han comenzado una vida nueva, después de realizar una buena Confesión de sus pecados, quizá después de muchos años; otros han vislumbrado la llamada del Señor a una entrega más plena al servicio de Dios y de las almas; otros han encontrado ayuda para salir adelante de dificultades graves del alma o del cuerpo... Nadie se marchó nunca de esos lugares con las manos vacías. Pablo VI señalaba cómo la Providencia, «por caminos frecuentemente admirables, ha distinguido a los santuarios marianos con un sello particular»9.
A estos lugares, pequeños o grandes, donde hay una especial presencia de la Virgen acuden personas para dar gracias, para alabar a María, para pedir (¡cuántas veces Santa María habrá escuchado allí peticiones urgentes y esperanzadas!) y también para recomenzar de nuevo después de haber vivido quizá lejos de Dios. Porque, como dice Juan Pablo II, la herencia de fe mariana de tantas generaciones no es en esos lugares marianos mero recuerdo de un pasado, sino punto de partida hacia Dios. «Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana. Porque en esa continuidad religiosa, la virtud engendra nueva virtud. La gracia atrae gracia»10.
Estas metas de peregrinación, que se remontan a los primeros siglos, son hoy incontables y están esparcidas por toda la tierra. Han sido fruto de la piedad y del amor de los cristianos hacia su Madre a través de los siglos. Preparemos nosotros en la oración nuestra romería, con sentido apostólico, con carácter penitencial (que facilita la oración y la eleva con más prontitud a Dios) y con una gran devoción mariana, expresada en el rezo lleno de piedad del Santo Rosario. No olvidemos que nosotros estamos cumpliendo ahora aquella profecía que un día hiciera nuestra Señora: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones... No olvidemos en este mes tener, cada día, singulares muestras de amor con Nuestra Señora.
1 J. Leclerq, Siguiendo el año litúrgico, Rialp, Madrid 1957, pp. 215-216. — 2 Lc 11, 27. — 3 Lc, 1, 48. — 4 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 66. — 5 Pablo VI, Enc. Mense maio, 29-IV-1965. — 6 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 69. — 7 Ibídem, 67. — 8 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 142. — 9 Pablo VI, Carta a las Rectores de los santuarios marianos, 1-V-1971. — 10 Juan Pablo II, Homilía en Zaragoza, 6-XI-1982.
Evangelio del martes: ¿Por qué conviene que Jesús se vaya?
Comentario del martes de la 6.ª semana de Pascua. “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”. Con el envío del Espíritu Santo, nos convertimos en templos del mismo Dios y podemos experimentar una relación íntima y maravillosa con Él.
16/05/2023
Evangelio (Jn 16,5-11)
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’. Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado»
Comentario
En la intimidad de la Última Cena, el Señor, que sabe que sus discípulos le abandonarán durante su pasión y muerte en la Cruz, les ofrece la promesa del envío del Espíritu Santo, el Abogado y Consolador.
Puede sorprendernos un poco la firmeza con la que Jesús les dice que conviene que se vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu a ellos (cfr. v. 7). No sabemos muy bien si los apóstoles entenderían ese “irse” del Señor como algo definitivo, en clara referencia a su muerte o a la posterior Ascensión, pero en cualquier caso no les agradaría la idea de “perder” para siempre a su Maestro.
Como los apóstoles, también nosotros en ocasiones no entendemos el modo de actuar de Dios en nuestra vida, en la de los demás o incluso en el mundo y en la Historia.
En esas ocasiones, podemos recordar la enseñanza de san Pablo: «todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio» (Rm 8,28). Y es que lo mejor para sus discípulos en ese momento era que viniera el Paráclito.
“Acude con confianza a la Virgen”
Cuando te veas con el corazón seco, sin saber qué decir, acude con confianza a la Virgen. Dile: Madre mía Inmaculada, intercede por mí. Si la invocas con fe, Ella te hará gustar –en medio de esa sequedad– de la cercanía de Dios. (Surco, 695)
16 de mayo
Contemplemos ahora a su Madre bendita, Madre nuestra también. En el Calvario, junto al patíbulo, reza. No es una actitud nueva de María. Así se ha conducido siempre, cumpliendo sus deberes, ocupándose de su hogar. Mientras estaba en las cosas de la tierra, permanecía pendiente de Dios. Cristo, perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo Quicumque), quiso que también su Madre, la criatura más excelsa, la llena de gracia, nos confirmase en ese afán de elevar siempre la mirada al amor divino. Recordad la escena de la Anunciación: baja el Arcángel, para comunicar la divina embajada –el anuncio de que sería Madre de Dios–, y la encuentra retirada en oración. María está enteramente recogida en el Señor, cuando San Gabriel la saluda: Dios te salve, ¡oh llena de gracia!, el Señor es contigo (Lc I, 28.). Días después rompe en la alegría del Magnificat –ese canto mariano, que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas–, fruto del trato habitual de la Virgen Santísima con Dios.
Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava (Lc I, 46–48.). Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender. (Amigos de Dios, 241)
Homilía del Prelado en la festividad del beato Álvaro del Portillo (2023)
"Podemos pedir al Señor que sepamos cultivar estas mismas actitudes de don Álvaro: la humildad y el servicio a la Iglesia", dijo Mons. Fernando Ocáriz en la misa celebrada el 12 de mayo de 2023 en la basílica de san Eugenio (Roma).
12/05/2023
Celebramos hoy la fiesta del beato Álvaro del Portillo. Hemos comenzado esta santa Misa con unas palabras en la Antífona de entrada que bien se podrían aplicar a don Álvaro: “Este es el criado fiel y solícito, que el Señor ha puesto al frente de su familia”. Como pastor de la familia del Opus Dei su principal preocupación fue cuidar de sus hijas e hijos. De este modo se desempeñó en el servicio a la Iglesia, llegando también a multitud de otras almas
Las lecturas de la Misa nos muestran la figura del Buen Pastor. Dios, por medio del profeta Ezequiel, asegura a su pueblo que, a pesar de las dificultades, él no les abandonará. “Yo mismo buscaré mi rebaño. (…). Yo mismo pastorearé mis ovejas. (…). A la que esté herida la vendaré y curaré a la enferma” (Ez 34,11-16). Es Dios quien guía. Es Dios quien salva. Y esto don Álvaro lo sabía bien. Era consciente de que tenía muchos talentos y, más aún, sabía que los había recibido del Señor para colaborar en el cuidado paternal de las personas que se le habían confiado. En esta tarea, además, había aprendido de san Josemaría que la humildad es el verdadero camino que lleva a la santidad, también como pastor: si reconocemos la grandeza de Dios y cómo actúa a través de nosotros –con talentos y aún con debilidades–, comprendemos que su infinito amor está muy cerca y que Él no nos abandona nunca. La humildad abre los ojos a la comprensión de ese modo de hacer de Dios: a través de los pastores es Él quien también nos sigue buscando.
Así fue como don Álvaro cuidó del rebaño del Opus Dei. Con la humildady la responsabilidad del pastor, que desea transmitir la bendición de Dios a todos. Vivió con el desvelo propio de un padre que da lo mejor de su vida para sus hijos. En definitiva, don Álvaro procuró amar como lo hizo Cristo: “Yo soy el buen pastor –hemos leído en el Evangelio–, conozco las mías y las mías me conocen” (Jn 10,14). Su actitud humilde, además, infundía paz y serenidad. Se puede percibir incluso en las imágenes que conservamos de él. Confiaba en Dios, e invitaba a sus hijos a poner la esperanza en quien nunca defrauda.
El Papa Francisco, en la carta que escribió con ocasión de la beatificación de don Álvaro, subrayó otro aspecto que marcó su vida, además de la humildad. “Destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera”.
Recordando el beneficio que ha supuesto su vida para nosotros y para la Iglesia, podemos pedir al Señor que sepamos cultivar estas mismas actitudes de don Álvaro: la humildad y el servicio a la Iglesia en todos los ambientes, en la familia, en el trabajo y en nuestras amistades. Está al alcance de nuestra mano buscar siempre lo positivo en los demás, pues siempre podemos fijarnos más en lo que nos une y no tanto en lo que nos pueda separar. La cercanía de Dios –principalmente en los sacramentos– nos permite responder en cada momento con la comprensión y el perdón cuando una persona no se ajuste a nuestras expectativas. Aunque en algunos ambientes pueda cundir a veces la crispación o la desunión, podemos reaccionar con oración, para descubrir cómo actuar con un estilo de vida marcado por el Evangelio.
La expresión “gracias, perdón y ayúdame más” era una jaculatoria que don Álvaro solía repetir con frecuencia. Podemos terminar considerando cómo tenía un corazón agradecido a Dios por todos los bienes que había recibido del Señor. Y cómo, fruto de esa actitud, sabía también pedir perdón. La conciencia de su debilidad no le quitaba la paz, sino que le llevaba a pedir más ayuda. Le llevaba a confiar más en la providencia divina y también en la protección maternal de la Virgen María. A ella podemos acudir en este mes de mayo para que, como don Álvaro, seamos personas agradecidas, humildes y con deseos de cuidar con delicadeza a quienes nos rodean, como expresión de nuestro servicio a la Iglesia.
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO, AL CLERO
Y A LOS FIELES
SOBRE EL SANTO ROSARIO
INTRODUCCIÓN
1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».[1]
El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.
Los Romanos Pontífices y el Rosario
2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio,[3] importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII[4] y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.
Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».[5]
Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!
Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario
3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios « a caminar desde Cristo »,[6] he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo ciento veinte aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.
Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: los 40 años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.[7]
Objeciones al Rosario
4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.
Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».[8] Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.
Vía de contemplación
5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».[9] Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».[10]
El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.
Oración por la paz y por la familia
6. Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.
Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.
« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27)
7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima,[11] cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.
Tras las huellas de los testigos
8. Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario[12] y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: « ¡Quien propaga el Rosario se salva! ».[13] Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.
Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».
CAPÍTULO I
CONTEMPLAR A CRISTO
CON MARÍA
Un rostro brillante como el sol
9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).
María modelo de contemplación
10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).
Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Los recuerdos de María
11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.
Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.
El Rosario, oración contemplativa
12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».[14]
Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.
Recordar a Cristo con María
13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.
Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»,[15] también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».[16] El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.
Comprender a Cristo desde María
14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.
El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.
Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe»,[17] en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).
Configurarse a Cristo con María
15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).
En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».[18]
Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular»,[19] es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.
El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo».[20] Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus.[21] Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo».[22] De verdad, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo!
Rogar a Cristo con María
16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2, 1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8, 26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8, 26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4, 2-3).
Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María».[23] Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios».[24] En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3).
El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo.[25] Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas».[26]En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.
Anunciar a Cristo con María
17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristoes presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.
CAPÍTULO II
MISTERIOS DE CRISTO,
MISTERIOS DE LA MADRE
El Rosario «compendio del Evangelio»
18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»[27]
El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».[28]
Una incorporación oportuna
19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.
No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).
Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.
Misterios de gozo
20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.
El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).
Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).
De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.
Misterios de luz
21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.
Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».
Misterios de dolor
22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!
En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.
Misterios de gloria
23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.
En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.
De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María
24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio».[30] El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).
El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).
Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre
25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».[31]
A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».[32] El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre,[33] desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.
Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.
CAPÍTULO III
« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »
El Rosario, camino de asimilación del misterio
26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.
En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.
Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.
Un método válido...
27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.
Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,[34] está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.
... que, no obstante, se puede mejorar
28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas.[35] Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana.
En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido
El enunciado del misterio
29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.
El enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.
La escucha de la Palabra de Dios
30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».
Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.
El silencio
31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.
El «Padrenuestro»
32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.
Las diez «Ave Maria»
33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».[36] Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).
El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando.[37] Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.
De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.
El «Gloria»
34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.
En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).
La jaculatoria final
35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».[38]
Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contemplación.
El 'rosario'
36. Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.
A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre.
En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).
Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.
Inicio y conclusión
37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.
En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.
La distribución en el tiempo
38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.
Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz.
No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.
CONCLUSIÓN
«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»
39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.
La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.
Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y la de la familia.
La paz
40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro.
El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).
Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?
En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
La familia: los padres...
41. Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.
Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos,[39] deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.
La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.
Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.
... y los hijos
42. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. ¿No es acaso, el Rosario, el itinerario de la vida de Cristo, desde su concepción a la muerte, hasta la resurrección y la gloria? Hoy resulta cada vez más difícil para los padres seguir a los hijos en las diversas etapas de su vida. En la sociedad de la tecnología avanzada, de los medios de comunicación social y de la globalización, todo se ha acelerado, y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones. Los mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles hacen mella pronto en la vida de los chicos y los adolescentes, y a veces es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos. Con frecuencia se encuentran ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación.
Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de «intervalo de oración» de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Se puede objetar que el Rosario parece una oración poco adecuada para los gustos de los chicos y los jóvenes de hoy. Pero quizás esta objeción se basa en un modo poco esmerado de rezarlo. Por otra parte, salvando su estructura fundamental, nada impide que, para ellos, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos– se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización. ¿Por qué no probarlo? Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa –¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!– es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad.
El Rosario, un tesoro que recuperar
43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.
Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.
Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.
Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.
Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.
¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».
Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio del vigésimo quinto de mi Pontificado.
JUAN PABLO II
Notas
[1] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 45.
[2] Pablo VI, Exhort. ap. Marialis cultus, (2 febrero 1974) 42, AAS 66 (1974), 153.
[3] Cf. Acta Leonis XIII, 3 (1884), 280-289.
[4] En particular, es digna de mención su Carta ap. sobre el Rosario Il religioso convegno del 29 septiembre 1961: AAS 53 (1961), 641-647.
[5] Angelus: L'Osservatore Romano ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.
[6] AAS 93 (2002), 285.
[7] En los años de preparación del Concilio, Juan XXIII invitó a la comunidad cristiana a rezar el Rosario por el éxito de este acontecimiento eclesial; cf. Carta al Cardenal Vicario del 28 de septiembre de 1960: AAS 52 (1960), 814-817.
[8] Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 66.
[9] N. 32: AAS 93 (2002), 288.
[11] Es sabido y se ha de recordar que las revelaciones privadas no son de la misma naturaleza que la revelación pública, normativa para toda la Iglesia. Es tarea del Magisterio discernir y reconocer la autenticidad y el valor de las revelaciones privadas para la piedad de los fieles.
[12] El secreto admirable del santísimo Rosario para convertirse y salvarse,en Obras de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, 313-391.
[13] Beato Bartolo Longo, Storia del Santuario di Pompei, Pompei 1990, p.59.
[14] Exhort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 47: AAS 66 (1974), 156.
[15] Const. sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium,10.
[16] Ibíd., 12.
[17] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 58.
[18] I Quindici Sabati del Santissimo Rosario,27 ed., Pompeya 1916), p. 27.
[19] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 53.
[20] Ibíd., 60.
[21] Cf. Primer Radiomensaje Urbi et orbi (17 octubre 1978): AAS 70 (1978), 927.
[22] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 120, en: Obras. de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, p.505s.
[23] Catecismo de la Iglesia Católica, 2679.
[25] La Suplica a la Reina del Santo Rosario, que se recita solemnemente dos veces al año, en mayo y octubre, fue compuesta por el Beato Batolomé Longo en 1883, como adhesión a la invitaciòn del Papa Leon XIII a los católicos en su primera Encíclica sobre el Rosario a un compromiso espiritual orientado a afrontar los males de la sociedad.
[26] Divina Comedia,Par. XXXIII, 13-15.
[27] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 20: AAS 93 (2001), 279.
[28] Exort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 46: AAS 66 (1974), 155.
[29] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 28: AAS 93 (2001), 284.
[30] N. 515.
[31] Angelus del 29 de octubre 1978: L'Osservatore Romano,ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.
[32] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.
[33] S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, III, 18,1: PG 7, 932.
[34] Catecismo de la Iglesia Católica,2616.
[35] Cf. n. 33: AAS 93 (2001), 289.
[36] Carta a los artistas (4 abril 1999), 1: AAS 91 (1999), 1155.
[37] Cf. n. 46: AAS 66 (1974), 155. Esta costumbre ha sido alabada recientemente por la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones (17 diciembre 2001), n.201.
[38] « ...concede, quæsumus, ut hæc mysteria sacratissimo beatæ Mariæ Virginis Rosario recolentes, et imitemur quod continent, et quod promittunt assequamur »: Missale Romanum (1960) in festo B. M. Virginis a Rosario.
[39] Cf. n. 34: AAS 93 (2001), 290.
La realidad del aula se ha convertido en un desafío para muchos maestros y educadores. Tomás Alvira fue un profesor católico que destacó por ser un docente innovador del último tercio del siglo XX en España.
Con una vida de santidad y su visión innovadora sobre la enseñanza basada en un pensamiento pedagógico que denominó «aula viva», este maestro nos deja unos consejos útiles en un contexto en el que más que nunca necesitamos llenar de vida las aulas.
Sin espíritu los estudiantes pierden el impulso de aprender y los maestros su pasión por enseñar. El aula es la célula viva del colegio.
La energía del colegio se produce en cada aula, pero sólo es posible si esta tiene vida. ¿Qué podemos hacer los maestros por nuestros alumnos en tiempos en que la educación es un verdadero desafío?
1 HACERLES SENTIR QUE SON PERSONAS
La educación es un trabajo de amistad, un amor que acerca a los padres a sus hijos, al profesor a sus alumnos y a los alumnos entre sí. Un aula productora de energía es aquella en la que el profesor y los alumnos se ayudan porque se sienten personas y están unidos por lazos de afecto que permiten una auténtica amistad.
2 LEER EN SUS OJOS LOS INTERROGANTES
Otro punto de un aula viva se da cuando el profesor es capaz de ver en los ojos de cada alumno un constante interrogante que pregunta todo. Descubre aquellas preguntas o inquietudes y se interioriza en ellas para contestarle con un sentido de responsabilidad.
3 DESPERTARLES EL DESEO DE SABER
El profesor procura despertar en el alumno el deseo de saber. Es decir, de amar el saber como un bien en sí mismo. Los alumnos no deberían solo responder a recompensas o castigos, sino por un deseo de querer saber. Cuando el maestro enseña con el corazón, crea en los alumnos una gratitud que es terreno propicio para el aprendizaje.
4 AYUDARLOS A PENSAR
Hoy en día hay mucha información disponible. El profesor tiene que lograr que los alumnos sean capaces de pensar procesando los datos, cultivando su personalidad y haciéndose así más libres, porque libre es el que piensa por cuenta propia con la debida preparación y no repite inconscientemente lo que otros le dicen.
5 MOSTRARLES CON EL EJEMPLO
El maestro es un modelo a seguir y un mentor moral. No se les puede exigir a los alumnos algo que no se tiene. El profesor tiene que intentar mostrar con su vida un mensaje coherente entre teoría y práctica. A veces, las palabras no son necesarias. Con su sonrisa y las buenas acciones se puede enseñar mucho.
6 ENSEÑARLES A QUERER
Hay vida en el aula cuando el profesor le enseña a sus alumnos a amar. El amor es un componente olvidado en el aula y, sin embargo, tiene una importancia extraordinaria en la vida. Los alumnos deben saberse amados por sus educadores. Ver que el maestro se sacrifica por ellos, que comparte su conocimiento y sabe comunicarles estas cosas poniéndose a su altura.
7 CONOCERLOS MEJOR
En el ambiente del aula es donde a diario el maestro tiene la oportunidad de ir conociendo mejor a cada alumno y al mismo tiempo va aprendiendo de ellos. Conocerlos ayuda a captar sus necesidades, a ser más efectivos en la comunicación y a transmitir el mensaje que queremos dejarles sabiendo que cada uno ha llegado a nosotros con su propia originalidad.
8 ANIMARLOS A PRACTICAR VIRTUDES
El objetivo de la educación integral es ayudar a los estudiantes a desarrollar su carácter. Es decir, que crezcan en virtudes. Para eso hay que ponerlas en práctica, ya que el bien se aprende haciéndolo. Con el hábito se ejercita cada virtud como la honestidad y la paciencia. La educación del carácter sólo tiene éxito cuando se entiende al alumno en este contexto.
9 INCULCARLES LA GENEROSIDAD
La necesidad de inculcar en los alumnos una mentalidad de servicio a los demás es fundamental para un aula viva. Al vivir generosamente pequeños actos de servicio con sus compañeros, los alumnos son testigos de las riquezas que ofrece una generosidad abierta más allá del aula con su familia, su escuela y su barrio.
10 EDUCARLOS MIRANDO A CRISTO
El maestro tiene una profesión admirable, como la de Jesús, que también fue llamado Maestro. Poner la mirada en Cristo como modelo nos recuerda cómo Él mismo enseñaba a los demás con ejemplos y parábolas. Se trata de una catequesis que invita al diálogo con preguntas y respuestas para transmitir conceptos fundamentales.
11 INCLUIRLOS EN LA ORACIÓN
Un aula está viva cuando en ella se puede establecer una relación con Dios. Hay una visión de eternidad viviendo plenamente el momento presente. Un maestro cristiano reza por sus alumnos y por sus padres y familiares, especialmente los que tienen más dificultades o necesidades especiales en un momento concreto durante su camino de aprendizaje.
12 PERMITIRLES QUE SE COMUNIQUEN
La estabilidad emocional permite un aprendizaje positivo. Una buena comunicación ayuda a que los alumnos puedan compartir sus pensamientos, algo que no siempre ocurre de modo inmediato. Si estamos dispuestos a ajustar nuestros patrones de enseñanza por su bien,podemos traer ese elemento positivo que nos permita escucharles y devolverles el ánimo.
13 GUIARLOS A SER MEJORES PERSONAS
El maestro es visto como un artista que ayuda al alumno a convertirse en la mejor persona que puede ser enseñándole ciencia tanto humana como divina. El papel de la escuela es proporcionar un entorno en el que puedan buscar el conocimiento verdadero y, una vez que lo han encontrado, utilizarlo al servicio de la sociedad.
14 CREARLES UN BUEN CLIMA DE ESTUDIO
Más que dar indicaciones metodológicas, el maestro debe tener un comportamiento personal ejemplar, presentar una exposición sistemática de las lecciones, tener un tono de voz moderado y cordialidad en el uso de las expresiones. Sea presencial o virtual, el clima de trabajo es importante para invitar a los alumnos a una experiencia amena de aprendizaje.
15 TRANSMITIRLES LA ALEGRÍA DE VIVIR
El fin último de la educación es formar personas capaces de aprender la alegría de vivir en la tierra como hijos de Dios. Conseguir la alegría en el estudio es una de las metas más preciosas que un educador puede marcarse. Hacerles ver que el trabajo que hacen en clase tiene valor y sientan el gozo de esforzarse para alcanzar aquello que desean.
PorCecilia Zinicola
Educar a fondo a los hijos, para la verdadera felicidad.
Educar a fondo a los hijos, para la verdadera felicidad; programar, en cierta manera, un plan de formación y seguirlo con flexibilidad y constancia, para transmitir los valores auténticos, no es una tarea hercúlea que exija «mucho tiempo». Más bien consiste en una constante del vivir.
¿HASTA QUE PUNTO INFLUYE LA DEDICACIÓN DE LOS PADRES EN LA FORMACIÓN DE SUS HIJOS?
Wolfrang Amadeus Mozart a los siete años escribía sonatas y a los doce, óperas. Parece increíble, pero alguien lo hizo posible: su padre Leopoldo Mozart, un gran músico que sacrificó sus muchas posibilidades de éxito para dedicarse por entero a la educación del pequeño genio.
Robert Browning, cuando contaba apenas cinco años, cierto día vio a su padre leyendo un libro. «¿Qué lees, papá?». El padre levanta su mirada llena de luz y contesta: «El sitio de Troya». «¿Qué es Troya?», pregunta el niño. La respuesta no fue: «Troya es una ciudad de la Antigua Grecia. Ahora vete a jugar», sino que allí mismo, en el cuarto de estar, el padre de Robert hizo con asientos y mesas una especie de ciudad. Una silla de brazos hizo de trono y en él puso al pequeño Robert. «Aquí tienes a Troya, y tú eres el rey Príamo. Ahí está Helena de Troya, bella y zalamera (señaló a la gata bajo el escabel). Allá afuera, en el patio, ¿ves unos perros grandes que tratan siempre de entrar en la casa? Son los aguerridos reyes Agamenón y Menelao que están poniendo sitio a Troya para apoderarse de Helena…»
A los siete años, Robert leía ya la Ilíada, penetrando gracias al ingenio de su padre, con toda naturalidad, en el mundo de la gran poesía. Años más tarde sería el más importante poeta inglés de la época victoriana.
Quizá nosotros no tengamos el talento musical de Leopoldo Mozart ni el ingenio de Mr. Browning. No es indispensable, porque lo importante es que hagamos de nuestros hijos hombres y mujeres felices. Y para esto basta enseñar a ser hombres y mujeres cabales. Y esto nos es asequible, luchando por serlo nosotros.
Es significativo que el escritor existencialista Jean Paul Sartre -que a tantos ha llevado con sus escritos a la náusea del mundo y de sí mismos-, confesara que él no llegó al ateísmo por un conflicto de dogmas, sino por la indiferencia religiosa de su familia.
Afortunadamente, cabe recordar, también tantos casos como el bien conocido de la madre de San Agustín. Con su ejemplo, larga oración y penitencia hizo de un hijo a la deriva uno de los más grandes santos doctores de la Iglesia.
LA EDUCACIÓN Y EL PLUMERO
Desde luego la educación de los hijos requiere tiempo. Pero no mucho, sino todo (es una ventaja). Porque en todo momento, queramos o no, estamos enseñando cosas muy importantes a nuestros hijos, con nuestras actitudes y nuestro comportamiento ante las cosas más pequeñas de la vida cotidiana: tanto si los castigamos como si los mimamos o los divertimos; tanto si los miráramos con indiferencia como si lo hacemos con preocupación, siempre estamos enseñándo, formando o… deformando. Cabe decir: en todo momento se nos ve el plumero, es decir, la escala de valores que llevamos dentro, en la cabeza y en el corazón.
Los hijos lo perciben todo: la mirada esquiva, la sonrisa irónica al otro lado de la habitación; no digamos ya un juicio inequívoco: «la vecina del quinto es insoportable», «qué desgracia, no nos ha tocado la lotería», etcétera.
Si el padre al llegar a casa nunca dice a su hijo más que «hola», para sumergirse acto continuo en «lo suyo», está enseñando al niño de un modo tan efectivo como si se preocupara intensamente de él y le consagrara varias horas al día. Lo malo es que en ese caso, la enseñanza es negativa y deformante. Se le ve al padre la pobre idea que padece de paternidad, de filiación, de familia y de todo lo humano y lo divino. No hay que olvidar que es toda la persona del padre que educa a toda la persona del hijo.
¿QUÉ VA A SER DE NUESTROS HIJOS?
¿Qué va a ser de nuestros hijos? Es cosa clara que la educación de los hijos entraña una aventura en el más estricto sentido de la palabra. Se emprende con la ilusión de alcanzar una alta meta: la felicidad de los hijos. Pero no cabe esperar una garantía de éxito infalible, y menos un triunfo inmediato. Pero esta incertidumbre es providencial, porque impide que los padres se duerman, se aburguesen y se compliquen la vida con preocupaciones demasiado egoístas. Los padres se encuentran siempre instados a poner toda la carne en el asador, desde el primer momento al último del día.
EL NIÑO, ESE ANIMAL RACIONAL
A pesar de lo incierto del resultado, es bueno y alentador pensar que «el niño y el adolescente son animales racionales (creados a imagen y semejanza de Dios) y no hacen ni dicen nada irracionalmente (…). Desde siempre han empezado a pensar. Debemos tener muy presente esta idea. Si fallamos, seremos nosotros, no ellos. Existen caracteres más y menos dóciles, es cierto, pero las personas con más o menos docilidad -es otra cosa- son fruto directo de la educación que han recibido. Si unos hijos resultan más fáciles de educar que otros, no depende tanto de los caracteres, sino de la educación que han recibido, desde el momento de nacer (…) (EUSEBIO FERRER, Exigir para educar, Ed. Palabra, Col. Hacer familia 4, págs. 190-191).
¿QUÉ HACER CON LOS INTERMINABLES POR QUÉS?
Los niños, afortunadamente, hacen miles de preguntas (cada una de ellas es una oportunidad estimulante para la enseñanza). Cuando un niño mirando por la ventanilla del tren pregunta: «¿Por qué los alambres suben y bajan?», si se le contesta: «No me molestes», o «Eslavelocidadeltren», el niño llega a la conclusión de que las personas mayores no tienen respuestas razonables o que tienen un genio endiablado. De este modo, es natural, se desilusionan un poco del mundo y disminuye su interés por conocerlo. Cuando los niños le pregunten -dice Gilbert Highet- «¿de dónde viene la lluvia?», dígaselo, y si no lo sabe dígales eso también, que no lo sabe, y prométales averiguarlo.
Si hacen preguntas en un momento inoportuno, como cuando tratamos de hacerles dormir, se les debe decir: «Pregúntame eso mañana, a la hora del desayuno, ¿quieres?». Nunca es bueno dejar sin alguna respuesta verdadera la pregunta de un niño.
VENTAJAS DE LA MENTE INFANTIL
El niño es un gran ignorante, pero tiene la ventaja de carecer de nuestros prejuicios (escépticos, relativistas o subjetivistas). El niño es una persona, un ser racional que razona; y razona siempre, aun cuando no lo parezca. Sus antenas están siempre desplegadas, y su razón hace lo que debiera hacer toda razón: buscar razones, los porqués profundos de las cosas. El niño sabe que todo tiene una explicación, aunque no sepa cuál sea la explicación de tantas cosas concretas. Sus por qués son continuos y exasperantes… para quienes han renunciado a razonar y se conforman con verdades a medias, medias verdades, conjeturas, o incluso con opiniones tan volubles como erradas.
Si no se le facilita pronto al niño la respuesta que está al final (o al principio, según se mire) de todas las preguntas posibles -es decir, Dios-, su razón sufrirá sin duda una dolorosa insatisfacción, porque ¿cómo admitir sin artificiosos ejercicios mentales, que pueda existir algo sin causa proporcionada, sin razón de ser, sin sentido?; en otros términos, ¿cómo puede una razón sana admitir el absurdo?. El absurdo es precisamente una voluntaria renuncia a proseguir la búsqueda de la verdad acerca de alguna cuestión, es decir, su porqué radical; equivale a la parálisis responsable de la razón, quizá porque no interese la verdad, o porque no compense a la pereza mental el esfuerzo de continuar la indagación.
EL ABSURDO HACE DAÑO
Por eso admitir el absurdo hace daño a la razón, a la persona entera, porque es una gran mentira. Lo cierto es que todo tiene su porqué, al menos -y nada menos- en la sapientísima y amorosísima Voluntad de Dios.
No se trata, por supuesto, de poner a Dios como respuesta inmediata de todo cuanto sucede. Si, por ejemplo, algún conocido ha muerto, no debemos explicarlo siempre enseguida con un «porque Dios lo ha querido», porque si ha sido víctima de un atentado terrorista, es evidente que no lo ha querido Dios. Lo que sí es cierto es que el Amor de Dios a la persona, se encuentra de algún modo siempre en la explicación profunda de cuanto ha sucedido y sucede. Esto es lo que hay que aprender a explicar, no sin antes -claro es- habérnoslo explicado a nosotros mismos. Una buena educación de la mente y de la afectividad requiere hablar de Dios. «Dios debe ser un miembro más de la familia, no un fetiche al que se acude cuando hay algún peligro y que se olvida cuando éste pasó. Eso sería inventar algo más parecido al genio de la lámpara de Aladino que aceptar la realidad del Dios verdadero» (Ibid., p 208).
¿ES POSIBLE LA NEUTRALIDAD EN MATERIA RELIGOSA?
La experiencia enseña que un niño sin religión equivale a un niño-problema, ocupado de sí mismo, de sus cosas, de su egoísmo. La felicidad estriba en la generosidad, y se proyecta al futuro que salta hasta la vida eterna. Por eso, los padres que quieren la felicidad de sus hijos han de enseñarles cuanto antes la raíz de la felicidad temporal y de la plenitud de la felicidad eterna: el Amor infinito de Dios.
Las dimensiones, el relieve, la relevancia de las cosas cambia mucho si se miran a la luz de Dios o a la luz del materialismo. Por eso, en la cuestión sobre si es necesario enseñar la religión a los niños, o silenciársela, no cabe neutralidad. El silencio es una opción concretísima, de enormes, disolventes y desasosegantes consecuencias.
SI DIOS NO EXISTIESE
Hace unos pocos años había en cierto país europeo un hombre de Gobierno que declaró públicamente -y de ello se hizo eco la prensa- que le había entusiasmado una pintada que vio en un muro, que decía: «Si Dios existe, ése es su problema»; y rizando el rizo apostilló: «existirá o no, pero a mí que no me maree».
Dejando a un lado la insolente y preocupante trivialización del asunto a cargo de hombre investido de tan alta responsabilidad, cabe preguntarse si de veras es o no indiferente para la vida de cada persona en particular, y de la sociedad en general, la existencia de Dios.
Dostoiewski, el gran escritor ruso, dice por medio de uno de sus personajes: «Si Dios no existe, todo está permitido». Es claro, porque Dios es el único ser verdaderamente superior que puede exigir al hombre. Obviamente, en el todo permitido se incluiría -¿por qué no?- el terrorismo, el infanticidio (aborto procurado) y el geronticidio (matar ancianos, aunque con la mayor dulzura posible). «En efecto -tuvo que reconocer el ateo Jean Paul Sartre -, todo está permitido si Dios no existe, y por consiguiente el hombre se encuentra abandonado porque no encuentra en él ni fuera de él, dónde aferrarse».
Es claro que si Dios no existe, no hay Absoluto: ni principios absolutos, ni derechos absolutos; todo es relativo, y el bien y el mal moral no pasan de ser palabras huecas. ¿No plantea esto ningún problema a todo ser humano inteligente? ¿Da igual que haya o no haya Dios?¿Se vive igual cuando se sabe que Dios existe que cuando se niega? ¿No es evidente la gran sima que se abre entre el supuesto mundo encapsulado en sí mismo, sin autor, rodando a su aire, hacia su suerte fatal y el mundo realmente creado y cuidado por Dios?
SIN DIOS, LA SELVA
«Haz el mal, verás como te sientes libre», dice uno de los héroes de Sartre, en Le Diable et le bon Dieu. Sin Dios no hay posibilidad de fundar sólidamente valores éticos para el hombre o la sociedad. Sólo cabe la ley del más fuerte. «Puesto que yo he eliminado a Dios Padre -sigue Sartre-, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori». En rigor, para el ateísmo «no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre es una pasión inútil»; y el niño «un ser vomitado al mundo», «la libertad es una condena» y «el infierno son los otros».
El Premio Nobel, agnóstico, Albert Camus reconoció que «si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si en ninguna parte se puede descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y nada tiene importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a millones de inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los muertos se les puede hacer honores o se les puede tratar como basura. Todo tiene entonces el mismo valor…» En este caso, ya no se divide el mundo en justos e injustos, sino en señores y esclavos. El que domina tiene razón». Es la ley de la selva. Y el héroe así concebido es Sísifo, el hombre que se mofa de los dioses, menosprecia su propio destino, mira estúpidamente cómo una y otra vez se le cae el peñasco que había empujado hasta una cima, y torna a subirlo, sin saber por qué, sin lograr nunca una finalidad, un sentido.
LA LUZ GOZOSA DE LA FE
En cambio, quien tiene fe en Dios Padre Todopoderoso, por mal que se le den las cosas siempre tendrá la posibilidad de venirse arriba, de enriquecer su corazón incluso con el amor a sus enemigos -porque verá que también son hijos de Dios-, y de vivir una alegría íntima que nada ni nadie, pase lo que pase, pueden arrebatar.
CUIDADO CON EL CUELLO DE LA BOTELLA
Tampoco se trata de atosigar al niño con lecciones profundas incesantes. La mente del niño se ha comparado al cuello de una botella: si se intenta meterle gran cantidad de licor en poco tiempo, se derrama y desperdicia; en cambio, gota a gota, despacio, pero con constancia, pronto se llena y va asimilando sabiduría.
LA CONTRAEDUCACIÓN Y LAS COSAS PEQUEÑAS
El mal se suele difundir ordinariamente por medio de cosas pequeñas. Lo virus, las bacterias nocivas se instalan en los buenos alimentos. No dar importancia a pequeños detalles de higiene puede acarrear graves enfermedades. La «contraeducación» promovida por ciertos -abundantes- medios de comunicación social muchas veces es subliminal, a base de indirectas, insinuaciones, pequeñas ironías aparentemente inofensivas, pero que dividen, destruyen un afecto hacia los padres, la fe en Dios, la fidelidad a un amor importante.
La solución de los grandes males -el peor de nuestra época es la indiferencia religiosa- se encuentra muchas veces en el cuidado de cosas pequeñas, aparentemente insignificantes, en la vida de familia. El breve comentario o la sonrisa laudatoria que despierta el amor a lo bueno y noble y lo discierne de lo zafio y vil. La ayuda para rezar las oraciones diarias. La bendición de la mesa. El empeño por conseguir, a pesar de algún sacrificio, rezar el Rosario en familia (explicando por qué). Ir juntos -y elegantes- a Misa, ocasión de comentar alguna de las grandes maravillas que encierra tan gran misterio. Dar gracias después de la Comunión, etcétera.
Vale la pena meditar esta poesía de Juan Bárbara: «Dichoso el niño/ que al oir que Dios baja a la mesa,/ sorprende en su padre la pupila grave/ pendiente del misterio,/ no perdida en desconches y vidrieras;/ y percibe,/entre los femeninos gestos de su madre,/ esa seguridad de hablar con alguien./ Qué rica herencia,/ si no sufre el desmentido de la vida,/ salir a contemplar desde el origen/ la variable irisación del mundo»
Estar educando de continuo no es una forma angustiosa de vivir, sino un estímulo de superación constante, un deporte superior, en el que tampoco importa demasiado que haya altibajos de forma, sino la voluntad inquebrantable de mejorar la calidad de vida espiritual propia, con vistas a enriquecer la de toda la familia. Y, como en la vida de un buen deportista, como en la vida de un buen cristiano, habrá derrotas y momentos en que parecerá que todo se ha perdido, pero enseguida se redescubrirán en el último Porqué sobradas razones para proseguir con esperanza hasta el fin de la prueba. Así, en todo caso seremos vencedores.
Ramiro Pellitero
Los especialistas suelen decir que es difícil comprender a un enfermo mental, a menos que hayas pasado por su enfermedad. Esto puede suceder no sólo con los enfermos mentales, sino con todos los enfermos y aún los sanos. Cada uno es muy sensible a lo que le afecta de verdad, pero a veces ¡tan poco! sensible por lo que afecta a los demás. Pero no hay que caer en el pesimismo: es difícil comprender, no imposible, sobre todo para un cristiano que se esfuerce en vivir la caridad.
Comprender: tarea difícil, pero no imposible
Según el diccionario, “hacerse cargo” significa tomar sobre sí un asunto, formarse la idea de algo, considerar todas las circunstancias de un caso. Cuando se trata de personas hay que suponer que, en principio, no terminamos de “hacernos cargo” totalmente de la situación de las otros, aunque hayamos vivido largo tiempo con ellos. Y es que somos diferentes de carácter, quizá hemos sido educados de forma diferente, tenemos experiencias diferentes, ilusiones diferentes y las heridas nos han dejado cicatrices diferentes. Por eso nos enfadamos con frecuencia si nos llevan la contraria, o al menos, nos desconcertamos. No comprendemos.
Atención, oración, acción
Por eso, antes de juzgar a una persona –suele citarse como proverbio indio–, hay que caminar tres lunas en sus mocasines. Se requiere un esfuerzo continuo –que no cuesta tanto si uno la quiere de verdad– apoyado en la oración, para ponerse en el lugar del otro. Y seguir luego reflexionando y observando, ¡rezando y actuando!, quizá en detalles que él o ella no percibirán, para poder ayudarle de verdad. Y tal vez pasado el tiempo se puede llegar a comprender mejor aquello que no se comprendía, porque no se sabían los antecedentes, las circunstancias, los contextos. Y entonces puede que se descubra que aquella persona no podía pensar de otra forma, o debía actuar así y tenía mucho mérito al hacerlo. O no se descubre del todo, porque una parte de ese misterio que cada uno lleva dentro sólo la conoce Dios y cuenta con eso (¡la cruz!), para cambiar cosas que no pueden ser cambiadas de otra manera.
En cuanto a los enfermos, decía el doctor don Eduardo (Ortíz de Landázuri) que el paciente siempre tiene razón. Y así es, porque, aunque no se tratara de un problema orgánico, su dolencia puede ser psicológica, o tal vez espiritual. En todo caso necesita ayuda y se la deben especialmente quienes le atienden en un hospital o en su casa.
Respeto, coherencia, responsabilidad
La educación, la experiencia y una vida coherente contribuyen mucho en este “hacerse cargo” de las personas y sus situaciones. Esto se espera, desde luego, de un cristiano que hace oración. Escribe GustaveThibon: “Cuando te digo: ‘rezo por ti’, esto no significa que de vez en cuando musite algunas palabras pensando en tu recuerdo, sino que quiero cargar sobre mis espaldas con toda tu responsabilidad, que te llevo dentro de mí como una madre lleva a su hijo, que deseo compartir, y no sólo compartir, sino atraer enteramente sobre mí todo el mal, todo el dolor que te amenaza, y que ofrezco a Dios toda mi noche para que Él te la devuelva transformada en luz” (1). ¿No es eso lo que hizo Cristo?
Josemaría Escrivá señalaba: “Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama” (2). Sin pretender una exclusividad, el “hacerse cargo” es característico del cristianismo coherente.
En su segunda encíclica, sobre la esperanza (Spesalvi), dice Benedicto XVI: “La capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad” (3).
Comprender y ayudar
Según Guardini en su libro sobre las virtudes (4), comprensión quiere decir capacidad para entender la realidad y poder así ayudar al otro. Eso pide atención, sensibilidad, perspicacia para saber mirar detrás de lo que aparece en la superficie; pide integrar los gestos o actitudes en la línea de la trayectoria vital de esa persona; aprovechar la experiencia propia para hacer el bien, sin clasificar a las personas en dos cajas: amigos o enemigos; intentar ver al otro en lo que es, dejándole libre y permaneciendo uno mismo libre.
Quien carece de comprensión, le falta suficiente experiencia de la vida y de sus caminos. "Quien ve la vida con demasiada simplicidad cree expresar la verdad mientras que, por el contrario, la daña. Por ejemplo, dice de otro: '¡Ese es un perezoso!' En realidad, ese hombre no tiene lo propio de quien está seguro de sí mismo: es de conciencia miedosa, y no se atreve a actuar. El juicio parece acertado, pero quien lo pronunció carecía de conocimiento de la vida, pues, si no, habría comprendido en el otro las señales de su cohibimiento. O bien el juicio es que el otro es un atrevido, mientras que, por el contrario, es tímido y trata de superar sus obstáculos interiores…" (5).
Las otras virtudes requieren comprensión: "Por ejemplo, no es posible ninguna paciencia sin comprensión: sin saber el modo como va la vida. Paciencia es sabiduría, comprensión de lo que significa: tengo esto, y nada más; soy así, y no de otro modo; la persona con que estoy vinculado es así y no como todos los demás. Cierto que me gustaría que fuera de otro modo, que también se podrá cambiar mucho con tenaz esfuerzo; pero, en principio, las cosas están como están, y tengo que aceptarlo. Sabiduría es comprensión del modo como tiene lugar la realización; de cómo un pensamiento se hace real en la sustancia de la existencia partiendo de la imaginación; de qué lento es el proceso y en cuántos sentidos puesto en riesgo; de qué fácilmente se engaña uno a sí mismo y se va de la mano" (6).
Por el solo hecho de la existencia, el otro "tiene derecho a ser como es, de modo que también hemos de concedérselo. Y no sólo teóricamente, sino en nuestra disposición de ánimo y en nuestros pensamientos, en el trato y la actividad de cada día. Y eso, ante todo, en nuestro círculo más próximo: la familia, las amistades, el trabajo. Sería justicia comprender al otro partiendo de él mismo y conduciéndose con él en consecuencia. En vez de eso acentuamos la injusticia de la existencia aumentando y envenenando las diferencias con nuestros juicios y acciones" (7).
También la comprensión necesita, a su vez, de otras virtudes, por ejemplo, la fidelidad, la bondad y la fortaleza: "La vida quiere ser comprendida, pero esto fatiga. Requiere ayuda; pero sólo puede ayudar realmente quien comprende, y quien comprende precisamente este dolor: quien encuentra las palabras que aquí son necesarias y ve lo que debe ocurrir para suavizarlo. ¡Ay de la bondad si es débil, por más que tenga buena intención! Le puede ocurrir que se deshaga sólo en compartir sentimientos o, por el contrario, que se vuelva violenta para defenderse. La auténtica bondad implica paciencia. El dolor vuelve una vez y otra, queriendo ser comprendido: una vez y otra las faltas del prójimo se hacen per¬ceptibles, y éste se vuelve insoportable precisamente porque se le conoce de memoria. Una vez y otra la bondad debe ofrecerse y aplicarse" (8).
Basta contemplar, por ejemplo, las historias narrada en la película “Amor bajo el espino blanco” (Z. Yimou, 2012) o “Diarios de la calle” (R. LaGravenese, 2007). Eso es difícil en la vida misma, y clave para el educador.
El creyente, en su relación yo-tú con Dios puede "aprender a comprender" los acontecimientos y las personas desde Dios y colaborar a llevarlos hacia Dios. La condición para todo ello es lo que Guardini llama "concentración" y otros "recogimiento", dedicando un tiempo concreto a la oración (diálogo con Dios) y algunos minutos al examen de conciencia.
Pues "¿cómo ha de ser posible eso, si el hombre vive en constante dispersión; siempre atraído hacia fuera, llevado de acá para allá por las impresiones que se agolpan contra él? En efecto, esa existencia en diálogo sólo la puede realizar si el centro que hay en él está vivo: si está atento, escuchando, y escuchando de un modo que se transforma en acción, esto es, 'en obediencia'" (9).
Así es, porque la raíz de la obediencia es la escucha: ob-audire, la escucha a Dios, a los demás, a la realidad.
"Nadie –señala el Papa Francisco– es más paciente que el Padre Dios, nadie comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr (10).
Comprender para discernir
Ya se ve la importancia de la comprensión para captar y valorar la realidad; y, por tanto, para el discernimiento. Se podría decir que la comprensión es una virtud "icónica" del discernimiento. Y esto, como muestra Francisco en su exhortación Evangelii gaudium, tanto en las múltiples relaciones que comporta la vida corriente, como más concretamente en la educación y, en particular la pedagogía de la fe (11): en el uso del lenguaje, en la formación de los jóvenes (12) y de los demás según la edad y las circunstancias de cada uno; en el trato con los hijos y con los padres; en el apostolado personal y en la evangelización de las culturas (13), en la enseñanza de la religión (14), en la predicación (15), la catequesis (16) y el acompañamiento espiritual (17); en la justicia (18) y los demás aspectos de la ética y de la Doctrina social de la Iglesia.
Todo ello –así comenzábamos– especialmente en el trato con los enfermos, los niños y los más débiles y necesitados.
En el momento sociocultural y eclesial presente, la comprensión es necesaria para gestionar los conflictos, ofrecer soluciones –y no solo críticas– y avanzar en la sinodalidad.
Y para quien se adentra en caminos de vida interior, le puede llevar hasta comprender a Cristo (19).
Ramiro Pellitero en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/
Notas:
(1) G. Thibon, en Nuestra mirada ciega ante la luz.
(2) San Josemaría, Es Cristo que pasa, 22.
(3) Benedicto XVI, enc. Spe salvi, 38
(4) Cf. R. Guardini, " Comprensión", capítulo XII de Una ética para nuestro tiempo (original alemán Tugenden, 1963), obra publicada en español como segunda parte de La esencia del cristianismo, ed. Cristiandad, Madrid 2006.
(5) R. Guardini, Ibíd., capítulo II.
(6) Ibíd., capítulo IV.
(7) Ibíd., capítulo V.
(8) Ibíd., capítulo XI.
(9) Ibíd., capítulo XVI.
(10) Francisco, exhort. ap. Evangelii gaudium, 153.
(11) Cf. Ibíd., 39, 41-45.
(12) Cf. Ibíd.., 105.
(13) Cf. Ibíd., 118.
(14) Cf. Ibíd., 146 ss.
(15) Cf. ibíd., 156 ss.
(16) Cf. Ibíd., 165 ss.
(17) Cf. Ibíd., 171.
(18) Cf. Ibíd., 179.
(19) Una primera versión de este texto fue publicada en www.ssbenedictoxvi.org -México- el 17-IX-2008, y reproducida en el libro " Al hilo de un pontificado: el gran sí de Dios" ed. Eunsa, Pamplona 2010.
El triunfo de la democracia a finales del siglo XX: ¿fin de la historia?
David Hidalgo Rodríguez
1. Las tres oleadas democratizadoras [2]
El establecimiento de sistemas de ordenamiento político democrático en los tiempos modernos ha cumplido un ciclo gradual en el que pueden distinguirse tres grandes fases. Las revoluciones liberales inglesas del siglo XVII, la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia Norteamericana entre finales del XVIII y principios del XIX, son los focos originarios de la primera de ellas. Su influencia se trasladará paulatinamente a países como España, Argentina, Suiza o Uruguay, que experimentarán la aplicación de tales modelos hasta el primer tercio de siglo XX. Siendo las razones esgrimidas para explicar este impulso inicial, el consenso mínimo alcanzado en torno a la organización del Estado, la extensión de la educación y, sobre todo, el desarrollo económico basado en el impulso industrializador, la urbanización y evolución de los transportes, que contribuyen a generar la aparición del segmento social llamado a ser el gran protagonista de la moderna democracia liberal, las clases medias, cuya importancia irá aumentando en el espacio político frente a los absolutismos monárquicos o los sectores aristocráticos u oligárquicos junto con la fuerza motriz de tal crecimiento, la clase obrera.
Los avances de la democracia se verán amenazados por su propia incapacidad para evolucionar ante los cambios bruscos que propone el capitalismo al que parece irremediablemente vinculada, a la persistencia de estructuras de poder tradicionales muy arraigadas en algunas naciones que intentan su advenimiento y, además, en el plano exterior, a la irrupción de dos grandes alternativas, el fascismo y el comunismo, que se proyectarán de forma agresiva hacia el resto del concierto internacional (sin que haya en esto, por cierto, mucha diferencia respecto a la actitud expansionista de las referenciales potencias democráticas, Estados Unidos, Reino Unido y Francia) [3].
La segunda fase democratizadora, la segunda ola, fue consecuencia directa de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. De ella derivaron tres categorías de países que accedieron a la democracia: los vencidos (Alemania occidental –RFA–, Japón, Italia o Austria); los que fueron colateralmente arrastrados por su ejemplo (Argentina, Venezuela, Turquía, Grecia, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, etc.), y todas aquellas naciones liberadas a causa del proceso de descolonización posterior (destacando por encima del resto las ubicadas dentro del continente africano). Sin embargo, aquella victoria no fue del todo completa y menos aún definitiva. El comunismo persistió durante toda la Guerra Fría como alternativa frente los regímenes democráticos. Además, la avalancha que había sucedido a los años inmediatos de postguerra fue diluyéndose poco a poco (provocada en buena medida por ese enfrentamiento contra el comunismo), hasta hacer que en África, pongamos por muestra, entre treinta y treinta y cinco democracias recién creadas después de la descolonización pasasen a ser sistemas autoritarios de 1956 a 1975. Del mismo modo que en América Latina, donde sucesivos golpes militares dieron al traste con sistemas legalmente constituidos haciendo que, nueve de los diez países latinoamericanos de origen español que eran democráticos en 1960, cayesen bajo la égida del autoritarismo trece años después (a excepción de dos, Colombia y Venezuela, y de Brasil, aunque de ascendencia portuguesa también autoritario desde 1964). Pakistán, Filipinas, Taiwán, nuevamente Grecia, etc., fueron algunos otros ejemplos de que la democracia continuaba siendo todavía un proyecto inviable en ciertas regiones del mundo.
El 25 de abril de 1974 la «Revolución de los Claveles» portuguesa inaugura oficialmente el tercer gran ciclo democratizador. Alrededor de una treintena de países adoptaban de este modo regímenes democráticos. Véanse algunos de ellos clasificados por áreas geográficas:
– Europa meridional: aparte del mencionado Portugal, España, Turquía y Grecia.
– Europa central y del este (bajo anterior dominio soviético a distintos niveles): Letonia, Lituania y Estonia en el Báltico, República Democrática Alemana, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, Rusia, Bielorrusia, Ucrania, etc.
– Europa balcánica: países de la extinta confederación yugoslava como Serbia, Eslovenia, Croacia, Bosnia–Herzegovina, etc.
– América Latina (desde Centroamérica hasta América del Sur): Guatemala, el Salvador, Nicaragua, Panamá, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador, Bolivia, Perú, etc.
– Asia: India, Filipinas, Pakistán o Corea del Sur.
– África: Argelia en el norte y Sudáfrica y Nigeria en el Sur.
– Próximo Oriente: Jordania o Egipto.
En el seno de la tercera ola suelen identificarse además dos sub-fases. Las transiciones democráticas anteriores a 1989, como la española, argentina, etc., en la que los países democratizados pertenecen mayoritariamente al radio de acción occidental (o mejor dicho, norteamericano) y, a partir de esas fechas, los procesos de cambio político que suceden al derrumbamiento de las antiguas URSS y Yugoslavia (sin olvidar excepciones como Chile, Panamá o Nicaragua, que transitan hacia la democracia durante este posterior sub-ciclo aún perteneciendo a la órbita del bloque pro-occidental).
A diferencia de las dos anteriores oleadas democráticas, la tercera se produjo sin la utilización previa de la violencia como fórmula de acceso a la misma. Las transiciones de fin de siglo fueron procesos de cambio político negociados entre los integrantes/representantes/defensores del régimen no democrático anterior y la oposición contraria al status quo autoritario. Recorrió territorios con múltiples diferencias culturales, sociales, económicas y, por supuesto, políticas. Los nuevos sistemas recién constituidos también han evolucionado hasta hoy de forma distinta pero, ninguno de ellos o, muy pocos, fenecieron por muy crítica que haya sido su estabilidad hasta el día de hoy. Desde entonces se interpretó la llegada de la democracia en clave de victoria definitiva sobre otras alternativas de regulación y convivencia política, celebrando con ello de paso, el simbólico y tan controvertido «fin de la historia». ¿Dónde residía o en qué consistió esta victoria definitiva de la democracia?
2. Teorías existentes sobre la democratización y elaboración de un modelo interpretativo propio desde la historia.
A grandes rasgos pueden señalarse dos grandes perspectivas teóricas que hayan abordado el análisis de los procesos de cambio político hacia la democracia. Por un lado el enfoque funcional o estructural, que advierte la imprescindible presencia de motores culturales, sociales o económicos como factores generadores de la democratización. Por otro, el enfoque genético o estratégico, de marcado carácter politológico y, según el cual, son las élites políticas (a través de su dinámica negociadora y, concretamente, de la batalla entre las estrategias que las diferentes fuerzas emplean entre sí para vencer la «pacífica» batalla del cambio: quién resultará más beneficiado en un hipotético futuro, lejano o cercano, con el cambio de reglas de juego), y no los condicionamientos estructurales quienes protagonizan verdaderamente ese tránsito [4].
Ambos marcos teóricos son a pesar de sus defectos compatibles y, desde nuestro punto de vista, contienen elementos válidos para confluir en la realización de un análisis rigurosamente científico de cada caso. La posibilidad de combinar ambas estrategias de análisis para afrontar el examen riguroso de la democratización es una necesidad contemplada incluso desde el propio seno de las ciencias políticas actuales (Del Campo, 1992: 87). A continuación realizaremos un breve repaso crítico de los dos citados grandes enfoques para, a partir del mismo, explicar qué elementos y cuáles no resultan a nuestro juicio beneficiosos o perjudiciales para acometer el estudio de la referida área temática.
Los aportes de la politología al campo de estudios que tratamos son especialmente notables y significativos. Sin embargo, pensamos, sus esfuerzos no se han orientado hacia una comprensión o explicación global del fenómeno sino tan solo a señalar una serie de respuestas cuya validez únicamente cobra sentido dentro de su propio ámbito disciplinar. Han subrayado, en efecto, cuál es la puerta a través de la cual puede comenzarse el análisis de la democratización a finales del siglo XX, esto es, las élites políticas, pero, en nuestra opinión, no han utilizado la misma de forma adecuada [5].
Las élites protagonistas de las transiciones democráticas, bajo nuestro punto de vista, poseen una naturaleza muy diferente a la de los gobernantes pretéritos que, en gran medida, están relacionados con el régimen autoritario del que desean librarse. Ahora estamos ante técnicos, administradores del poder que, bajo un régimen de limitaciones condicionantes variadas según el caso, representan una gama (más o menos amplia) de intereses ubicados en el seno del sistema político. Comenzar a entender la democratización en todos esos países implica, por extensión, identificar, reconstruir tales segmentos de intereses y comprobar su evolución interactiva a lo largo del proceso de cambio dentro del marco restrictivo en el que operan. Comprender la democratización conlleva, en definitiva, utilizar un prisma científico que nos permita situarnos en la piel de sus protagonistas para aprehender el proceso democratizador. Empero, ¿cómo hacerlo si tan sólo tenemos ante nuestra vista la punta del iceberg, esto es, actores con nombres y apellidos que, en un tiempo reducido y abonados además al secreto para proteger aquellos intereses hasta el final, pactan la llegada de la democracia? [6].
Nuestra propuesta para la revisión de los procesos de democratización de finales de siglo XX es proyectar su examen a partir de la perspectiva que introduce una nueva tendencia historiográfica, la «historia del tiempo presente» (Aróstegui, 2004); elaborando en virtud de ella el modelo de análisis que aplicaríamos a uno o varios casos específicos (haciendo uso de la metodología comparada si la elección fuese plural). Esto es, desde la óptica que ésta sugiere o, mejor dicho, pensamos sugiere, plantearíamos un marco interpretativo que aprovecha las aportaciones introducidas por las dos grandes corrientes especializadas y antes mencionadas pero que las emplearía en función de la opción historiográfica referida.
¿Por qué hemos decidido establecer una especie de tercera vía sobre el análisis de la democratización durante el último tercio de siglo XX, a raíz de los aportes que introduce la «historia del presente»? Las razones que nos han empujado a hacerlo son múltiples y, aunque nos limitaremos a comentar algunas de las que nos parecen más relevantes en sucesivas líneas, queremos destacar la razón que consideramos más determinante: las respuestas que persigue la historia del presente (dirigidas a la comprensión de la época que vivimos actualmente y su explicación a través del discurso histórico), en nuestra opinión, pueden albergar gran parte de satisfacción a través del análisis de la democratización de finales de siglo XX e, igualmente, la comprensión de estos procesos desde el punto de vista de sus protagonistas (esfuerzo en el que creemos debe basarse esta investigación) es un objetivo al que es posible aspirar a partir de la «historia del tiempo presente».
Desde la perspectiva señalada, las transiciones de fin de siglo (dentro de las cuales el derrumbamiento del sistema comunista adquiere un rol protagónico), representan uno de los capítulos determinantes para entender la realidad contemporánea de un grueso generacional importante. Sus consecuencias directas o las reflexiones planteadas a lo largo de estos procesos, son parte integrante de nuestro mundo actual. Resultan necesarias para afrontar su comprensión. Por otro lado, la historia del presente ha introducido un conjunto de ventajas metodológicas importantes, debido al enorme caudal de información con el que contamos para las épocas más recientes y la posibilidad de tratarlo sistemáticamente con mayor rigor (Cuesta, 1993).
Dada la propia evolución que la historiografía ha seguido hasta la actualidad, nuestra disciplina es hoy, paradójicamente, una herramienta de análisis de la realidad totalmente pragmática y funcional. El retroceso de los grandes paradigmas historiográficos que durante los siglos XIX y XX dominaron el panorama profesional de nuestra disciplina institucionalizada, ha provocado que el objeto o problema de estudio pueda prevalecer siempre como la cuestión prioritaria en lugar del modelo de análisis que se desea aplicar sobre él. Aspecto que, unido a su vinculación menos estrecha con los poderes establecidos, por su teóricamente menor utilidad práctica en última instancia, puede facilitar una visión menos condescendiente o menos permeable a la influencia del universo político reinante.
A nuestra positiva opinión acerca de la oportunidad de interpretar las incógnitas que formula el presente a través de la historia, desde un punto de vista científico y lo más objetivo posible, es necesario añadir la existencia de una gama muy amplia de recursos expuestos a nuestro alcance para corroborarlo de esta forma. El testimonio oral, la literatura, el cine, la prensa..., sin pasar por alto el tradicional uso de los archivos con información concerniente al tema de estudio elegido o la más novedosa utilización de Internet. Todos ellos, empleados dentro de un marco teórico formulado en base al examen o prospección previa del tema y susceptible siempre de modificación por las particularidades que cada proceso histórico contiene podrán, no sólo proyectarnos hacia las conclusiones que el análisis específico requiere en cuestión, sino que también nos introducirán en sugerentes debates con una trascendencia fundamental para la actualidad.
En adelante propondremos, a modo de ejemplo, un hipotético marco teórico a partir del cual comenzar el desafío que supone el análisis de la democratización a finales de siglo XX. El mismo contiene los elementos que, bajo nuestro punto de vista, debería contemplar cualquier estudio referido al tema en base a la óptica expuesta, pero que no guarda otra esperanza más que la de despertar el interés por una etapa histórica que todavía sigue representando toda una auténtica incógnita.
2.1. Origen del proceso: el régimen no democrático.
Los procesos de cambio político hacia la democracia durante el último tercio del siglo pasado se desarrollan, a primera vista, bajo un esquema de fuerzas similar en casi todos los casos: ni la oposición al régimen no democrático posee la capacidad o voluntad de derribarlo por la vía directa, ni el propio régimen vigente tiene solución de continuidad incluso haciendo uso del monopolio de la violencia. Se produce una especie de empate técnico que empujará a unos y a otros hacia la negociación, como único camino posible para la resolución del conflicto político. Lo cual conlleva que no se produzca un cambio radical, un corte abrupto entre un sistema y otro. ¿Dónde situar entonces el origen del proceso democratizador?
Nuestra opinión es que a pesar de que pueda observarse una relación de fuerzas similar e incluso insistirse en la naturaleza consensual de las transiciones democráticas de tercera oleada, el origen de la transición política es el punto que comienza a establecer las diferencias de cada caso, puesto que ese origen está localizado en los distintos sistemas no democráticos dentro de los cuales comienza a gestarse la democratización de forma gradual, a partir de la progresiva desintegración del sistema no democrático precedente.
Conocer al sistema no democrático y los componentes de su crisis va a situarnos sobre la pista, no sólo de las posibles razones que provocan el comienzo del cambio, sino a explicarnos muchos de los factores, condiciones y problemas de cada ejemplo práctico. Pero quizás, lo que es más importante, nos pondrá en contacto en primer lugar, con los segmentos integrantes del régimen no democrático, que son quienes tienen la verdadera llave para el cambio de ciclo y, en segundo término, con las raíces del movimiento opositor y las repercusiones sociales por la pervivencia del sistema anterior. En conclusión, la piedra de toque inicial para el análisis de la democratización a finales de siglo XX remite, desde nuestro punto de vista, al estudio de algunos frentes significativos dentro del régimen no democrático precedente. Estos podrían ser algunos de ellos [7]:
– Causas del establecimiento del sistema no democrático: apoyos nacionales e internacionales, circunstancias que favorecen su irrupción y continuidad.
– Naturaleza o características generales (para ello es especialmente valiosa la obra de Juan J. Linz que establece una tipología de los regímenes no democráticos: autoritarios, totalitarios, burocrático-autoritarios, sultanísticos, etc., con sus principales rasgos distintivos).
– Duración y relación en el tiempo respecto a otros sistemas de tipo no democrático (tradición democrática o no democrática del país elegido y el entorno).
– Características e impacto de la represión (relación de las Fuerzas Armadas –FFAA– con la represión, índice de víctimas, evolución de la represión, etc.).
Las transiciones del Cono Sur latinoamericano, por ejemplo, partieron de regímenes no democráticos muy distintos a los de la Europa meridional, central u oriental porque, para comenzar, las circunstancias que provocaron su irrupción tampoco fueron las mismas. Si en España, Portugal, la ex URSS o ex Yugoslavia y los antiguos PECOs, hemos de retroceder hasta verdaderos acontecimientos bélicos a escala nacional o internacional, a partir de los cuales queda enclavada la legitimidad tradicional de sus sistemas no democráticos, los regímenes burocrático-autoritarios latinoamericanos acudirán al auxilio de la civilización cristiana occidental, amenazada por la subversión revolucionaria de los años sesenta-setenta. De este modo, los regímenes burocráticos autoritarios latinoamericanos contarán desde su inicio con una legitimidad sensiblemente inferior a la de los sistemas totalitarios soviéticos o autoritario luso y español (aunque la presencia cíclica de los militares en el poder no suponga tampoco una novedad en la historia política latinoamericana) (Rouquié, 1984). Máxime en países como el Uruguay, pongamos por muestra, donde la verdadera tradición era la democracia y no el intervencionismo militar en la vida política [8].
Tras su irrupción, los regímenes burocrático-autoritarios latinoamericanos aplicaron una doble estrategia política (Garretón, 1994). La primera, la dimensión reactiva expresada en las Doctrinas de Seguridad Nacional, relacionó de forma directa y en un breve período de tiempo, a las FFAA con el exterminio de una parte ingente de población llamada a participar en la arena política en décadas sucesivas (llegando incluso algunos autores a afirmar la idea de la eliminación de toda una auténtica contra-élite nacional). Sin embargo, esa dimensión no se expresó del mismo modo en Argentina, donde previamente se había producido un cuestionamiento total de las élites que gobernaban los dos niveles de su sistema político (lo cual provocó una persecución feroz e indiscriminada por parte de las FFAA) (Cavarozzi, 1994), que en Uruguay, donde, de hecho, uno de los herederos de aquellas funestas décadas (el Frente Amplio), servirá como llave para desbloquear la situación hacia la re-democratización del país. Así, la actitud de los gobiernos post-estalinistas de Jruschev y Breznev, de Tito e incluso Franco desde mediados de siglo en cuanto a la represión de la oposición política, podrá «reactualizarse» sin causar los mismos daños a la democratización futura que la represión ejercida en el Cono Sur donde, todavía a día de hoy, impide cerrar el consenso de la sociedad sobre el pasado (una de las piezas clave para entender la democratización) [9].
En cuanto a la segunda estrategia, esto es, la dimensión constructiva, destacan los casos chileno (Garretón, 1998) y brasileño (D´Alva, 1998), donde los regímenes autoritarios implementan una completa reestructuración económica del país a partir de los modelos neoliberales (recuérdese el caso de los «Chicago Boys» chilenos), asimilados también tanto por uruguayos como por argentinos. Ello les permitirá granjearse un apoyo más estable sobre determinados grupos en torno al hecho de la eficacia económica (que curiosamente es otra de las claves para entender la duración del sistema comunista en la antigua Yugoslavia y la URSS) (Fusi, 1991), pero también depender de un mercado internacional en fase de reestructuración dentro del cual ocupan una posición nada favorable.
Un dato interesante en el tratamiento de las transiciones democráticas relacionado con la constitución del régimen no democrático pretérito, es el que se refiere a las particularidades derivadas de su propia evolución institucional. Mientras en el caso chileno destaca la presencia de una personalidad que aglutina todo el poder del sistema autoritario (nos referimos a Pinochet claro), en otros casos latinoamericanos nos vamos a encontrar con gobiernos militares que comparten el poder de forma colegiada contando con la colaboración de civiles que jugarán un papel clave en la transición. En Uruguay y Argentina, la participación en el poder de segmentos militares con diferentes perspectivas políticas, practicará una división apreciable en el interior de las propias FFAA, sirviendo como elemento desestabilizador de estos sistemas. Pero lo que resulta quizás más interesante dentro de esa composición interna es el «plan de salida» que algunos gobiernos autoritarios latinoamericanos van fraguando y que les permiten afrontar la transición controlando los cauces por los cuales se desenvuelve (véanse los cronogramas políticos de los regímenes chileno o uruguayo en los que la ciudadanía rechazará su perpetuación –el establecimiento de una especie de «democraduras»– a través de sendos plebiscitos populares en 1980 y 1989) (Brunner, 1990 y Solari, 1991). Planes que van desde la participación encubierta de elementos autoritarios en las fuerzas políticas que recogerán el testigo democrático (como en el caso brasileño), hasta la eliminación de adversarios políticos en las primeras elecciones democráticas (como en el caso uruguayo). Todo lo cual resalta con los ejemplos de la ex-yugoslavia o España, donde la súbita desaparición de las figuras que condensaban el poder (y por tanto las claves para su reinstitucionalización futura) durante la década de los setenta, genera un vacío que forzará el reacomodo en los cimientos de estos regímenes.
El segundo apartado relevante en el estudio de los regímenes no democráticos es el relativo a la coyuntura crítica que obligará a sus integrantes a buscar el reciclaje en un nuevo ordenamiento político. Desde aquellos que directa o indirectamente aceleran su propia desintegración, como los casos argentino y griego tras sendas huidas hacia adelante con la Guerra de las Malvinas y la Guerra turco-chipriota respectivamente, portugués (tras un golpe militar en el seno mismo del gobierno autoritario) [10], o el ejemplo soviético por su formulación combinada de la perestroika (reestructuración) y la glasnost (transparencia) (Hobsbawm, 1995: 459-495; Palacios, 2003: 137-173; Berstein, 1996: 214-224), hasta otros que contienen el proceso de cambio aún a costa de su propia asfixia (véanse los ejemplos español, chileno, boliviano, brasileño, etc.).
Podemos rastrear los diferentes aspectos de esas crisis en función de tres o cuatro grandes direcciones que nos permitirán después adoptar caminos diversos. La más destacable, seguramente, sea la situación económica de todos los gobiernos no democráticos a partir de la década de los setenta. Ha de valorarse que, aproximadamente desde la crisis del petróleo en 1973, comienza un periodo de reajuste en el sistema económico internacional que resultará bastante dañino a todos estos gobiernos caracterizados por la falta de permeabilidad en cuanto a los vaivenes cíclicos de la economía. Es el final del gran ciclo que comenzase tras la Segunda Guerra Mundial y que llevó a un crecimiento constante de la economía mundial, para pasar a la que es denominada como fase postindustrial del capitalismo (Hobsbawm, 1995: 403-432). Cambio que, irónicamente, golpeará con más fuerza si cabe a los sistemas autárquicos que, en teoría, se hallan aislados del sistema capitalista (como el soviético).
Ese aspecto, el de la crisis económica, va a coaligarse con otra de las direcciones que podemos tomar, la sensible variación que se da en el campo de las relaciones internacionales (Pérez Llana, 1987). Si tomamos los ejemplos de la Europa meridional y central, observaremos la importancia que adquiere la integración al mercado común europeo, para el cual el eje rector franco-alemán no concede pasaporte de ingreso sin la carta democrática. Por otro lado, los países no democráticos más relacionados con la órbita norteamericana, léanse los casos latinoamericanos, verán cómo la llegada al poder de la administración Carter supondrá un freno evidente a sus aspiraciones de continuar vigentes, al cortar el apoyo geopolítico y militar a las dictaduras del Cono Sur (teledirigido posteriormente por Reagan hacia el hinterland centroamericano) (Paramio, 1984 y Peitras, 1989).
En cuanto a los factores de crisis intra-sistémica, podríamos volcarnos en la investigación de los diferentes proyectos políticos dentro de los segmentos intra-régimen, del grado de cohesión en las instituciones que cimientan al sistema no democrático (obviamente con especial fijación a las FFAA), de los sucesos coyunturales que lo van golpeando (véase la importancia que tiene el asesinato del número dos del régimen en España, el almirante Carrero Blanco), etc., etc.
2.2. El tránsito
Percibida la sorda debilidad del régimen no democrático, abierto ese periodo de incertidumbre institucional, el análisis, en nuestra opinión, ha de trasladarse a varias cuestiones de interés: composición de los campos de fuerza (conocimiento de los «duros» y los «blandos», de la oposición democrática, no democrática, moderada, radical, etc., en términos de O´Donell, 1994), papel de la sociedad (poniendo especial acento en la labor ejercida por los medios de comunicación, los intelectuales, etc.), y construcción de los sucesivos acuerdos que servirán para formular la matriz del cambio democratizador (el consenso poliárquico sobre las reglas de juego).
En cuanto al primer vector, sería imprescindible hacer una breve clasificación, siempre flexible, que nos sirva como referencia a lo largo del proceso de negociación. Sobre todo para apercibirnos de cuáles son las diferencias existentes entre el discurso inicial de las élites y de qué forma va siendo modificado por las concesiones o aportes que genera la negociación con otros actores. Debe hacerse el esfuerzo de huir de clichés que sólo conceden su importancia al peso que tienen las élites políticas y ampliar el campo de rastreo ya que, en no pocas ocasiones, vamos a encontrar ejemplos en los que la participación de sujetos a primera vista «no políticos», resulta vital para la compresión del fenómeno transicional. Así ocurre en los casos brasileño, polaco y español, en los que la Iglesia Católica adquiere un rol capital dentro del proceso de cambio. En el polaco, el sentimiento anti-ruso tradicionalmente arraigado entre la población, enlazará con la colaboración de una Santa Sede dirigida, precisamente por un polaco, Juan Pablo II, quien no será extraño a los apoyos recibidos por Solidaridad de Lech Walesa (De Cueto Nogueras, 2001: 73-137). En España, la Iglesia Católica comenzará tras el II Concilio Vaticano una labor de desestabilización permanente al régimen franquista a través del que es uno de sus principales responsables en España, el cardenal Tarancón, quien trasladará su apoyo durante el cambio al rey Juan Carlos I, verdadera correa de transmisión entre el sistema no democrático y el democrático. En definitiva, las instituciones que tradicionalmente han conservado el poder en determinadas regiones dependiendo de su evolución histórica particular, son agentes elementales durante el proceso de cambio porque condensan la adhesión de un conjunto de segmentos sociales muy amplio. Pero no sólo hemos de tornar nuestra vista hacia instituciones tradicionales como la Iglesia, la Monarquía, las aristocracias, etc., etc. El sistema económico internacional, por ejemplo, también ha generado las suyas propias (véase el caso de la transición boliviana en función de la problemática que plantea la relación de su régimen no democrático con el mercado de la coca o los recursos mineros) (Whitehead, 1994) [11].
Concluyendo, personas, partidos políticos, instituciones, todos deben ser analizados lo más pormenorizadamente posible. Especialmente en el caso de los grandes liderazgos como los de Lech Walesa, Felipe González, Václav Havel etc., etc. Y con más motivo, si cabe, en cuanto a los políticos que sirven desde dentro del sistema no democrático como nexo impulsor de la democratización (léase Adolfo Suárez, Constantin Karamanlis...) [12].
La sociedad, obviamente, es otro punto de referencia que debemos escrutar en profundidad. Cuando el sistema no democrático facilita mediante la apertura o deshielo social la aparición de actos de protesta (también llamado proceso de liberalización), la pelota pasa a estar en el tejado de la población. Los episodios de la politécnica en Atenas, el «Obeliscazo» uruguayo, la «revolución de terciopelo checa»..., existe una gama muy amplia de actos insurreccionales en los que, por ejemplo, los movimientos sindicales cobran gran relevancia (Esteban, 1994). También la labor ejercida desde la prensa escrita que se convierte en cauce para expresar el desacuerdo a la vez que articular adhesiones a las futuribles fuerzas que pugnarán por la abierta o reabierta arena política. Movimientos organizados, como las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, o verdaderas explosiones sociales (como la que pudimos constatar en la Rumanía de Ceacescu contra su figura dictatorial) [13].
El pacto, el acuerdo, es el nudo gordiano de los procesos de democratización de fin de siglo. En cada proceso de democratización existe una secuencia de acuerdos que puede rastrearse y va construyendo progresivamente el consenso final sobre las reglas de juego político. Una de las grandes ventajas de seguir un método exhaustivo de análisis para el estudio de la democratización se revela en este ítem, porque en las transiciones democráticas resultan tan importantes o más que los grandes pactos paradigmáticos, los acuerdos secretos tejidos en las residencias personales de los políticos, despachos o simples cafés. Tras los Acuerdos de la Moncloa, en España, o el Pacto del Club Naval en Uruguay, existe toda una verdadera trama de negociaciones entre bastidores de la que no tenemos más información que la que deseen ofrecernos algunos protagonistas en sus conferencias o memorias (fuentes estas harto sospechosas, pues no deja de ser la versión subjetiva de un sólo integrante a bastantes años vista del fin del proceso democratizador).
Grosso modo, podría afirmarse que existe un primer gran pacto inicial, un pacto sobre el pasado que intenta enterrar la memoria oscura del régimen no democrático. El recuerdo de su labor represiva reviste en cada caso una complejidad enorme. En el español (y también ruso como puede verse en Hobsbawm, 1995: 485) la vastedad temporal del régimen autoritario implicó que se produjese una renovación generacional que actuó como elemento galvanizador entre la población y el recuerdo de la Guerra Civil o las purgas estalinistas respectivamente. La herida que planteaba el pasado fue relativamente más fácil de suturar que en Chile, Argentina o Uruguay, donde la proximidad generacional de los hechos hacía del olvido algo completamente imposible.
El segundo gran acuerdo no escrito es el que la propia transición impone sobre las reglas de juego provisionales. Un pacto mutuo de no agresión entre las fuerzas integrantes del régimen no democrático y la sociedad que se despliega bajo él, en el que las élites que aspiran a reconducir el orden político poseen un rol trascendental. Además de transmitir seguridad a ciertos actores vitales, como el Ejército, las élites políticas deben asegurar la no alteración de los términos de desarrollo capitalista, ya que en ambos agentes residiría el peso de una hipotética regresión en la democratización (Przeworski, 1991: 86) [14]. A todo lo cual cabría añadir el no desequilibrio de las condiciones que rigen el marco geopolítico internacional. La Revolución que los jóvenes oficiales portugueses desataron en 1974, debido a los tintes socialistas que al menos logró transmitir de cara al exterior, provocó que se reactivasen mecánicamente los resortes diplomáticos del contexto de la Guerra Fría. Circunstancia, encima, que modificó de forma sensible el proceso de cambio político español.
En último lugar viene el gran acuerdo sobre el futuro. La negociación que crea o recrea las normas del orden político poliárquico al que todos prometen respeto absoluto en el futuro, y de cuyas instituciones están dispuestos a admitir cualquier resultado, victoria o derrota, en caso de tener que dirimir sus conflictos o disputas. En este punto es necesario disponer de las materias calientes que centran el peso de la negociación sobre las nuevas reglas (residiendo en diferentes áreas según el caso: sistema electoral, forma del Estado, relaciones Iglesia-Estado...), y poner especial atención en cuál es el texto constitucional definitivo (a quién beneficia o perjudica, en qué aspectos, etc.). El estudio de la vertiente social para la comprensión de los procesos de democratización cobra mucha relevancia en la presente vertiente de su análisis, debido a que muchos de los clivajes o líneas de tensión sociales representan el telón de fondo de tales negociaciones, trasladándose incluso al período de consolidación democrática posterior [15].
2.3. Elecciones fundacionales y posterior proceso de consolidación y normalizacióndemocrática
Las elecciones fundacionales cerrarían el ciclo formal de la democratización tal y como entienden las teorías transitológicas actuales, pero lo cierto es que más allá de esta formalidad legal se extiende un periodo de tiempo en el que es puesta a prueba la fortaleza del nuevo sistema poliárquico. Diez años después de que los diputados españoles fuesen secuestrados en el Congreso ante la mirada estupefacta de todo un país anclado frente al televisor, la imagen de Boris Yeltsin defendía a la nueva Rusia libre del comunismo sobre los tanques del Ejército soviético.
El estudio de los resultados de los primeros comicios electorales es fundamental para percibir varias cuestiones interesantes: el conservadurismo social en función de la elección de claras figuras opositoras o de opciones continuistas relacionadas con el régimen no democrático anterior; la integración que ha habido entre las fuerzas políticas y la sociedad durante el proceso democratizador en función de los índices de abstención, etc., etc. Las elecciones son un buen termómetro social para pulsar la opinión y ánimo general sobre la democratización.
A continuación debemos fijarnos en dos líneas de acción: los posibles intentos de atentar contra el nuevo orden político y la resolución de algunos conflictos todavía no zanjados definitivamente entre el sistema saliente y el entrante.
Otra cuestión interesante es observar el recorrido que adquieren hasta el presente las personalidades y fuerzas participantes en la transición (los «padres fundadores»). Y lo es todavía más contrastar su discurso o el análisis actual que hacen sobre el proceso de cambio político con los datos que de ellos nos ha reportado nuestra investigación. En definitiva, el periodo de consolidación y normalización democrática posterior es una superficie excelente para comprobar el grado de compromiso o habilidad política que se ha empleado durante la negociación del cambio político (porque en cierto modo es el momento en el que se ponen muchas de las cartas anteriormente ocultas sobre el tapete).
Una de las grandes ventajas que permite el estudio de la democratización a finales de siglo XX desde la perspectiva histórica que hemos venido proponiendo, es que poco a poco vamos a ir señalando en cada ejemplo práctico muchos de los problemas fundamentales que más tarde van a actuar como obstáculos para la consolidación de la democracia en según qué regiones. De este modo, no sólo detectaremos los problemas de democratización en los distintos espacios que analicemos sino que, además, entraremos en contacto con la realidad actual de los mismos [16].
Algunos breves comentarios finales
Los procesos de democratización de la tercera ola son episodios fundamentales de la historia actual. De ellos afloran multitud de factores y problemas significativos, gracias a los cuales puede conocerse la evolución de las distintas sociedades, su estado, etc., manifestándose como un sugerente ejercicio para la comprensión del presente y del pasado (quizás porque ambos se dan cita a la vez durante un período relativamente corto de tiempo). Contienen el elemento más atractivo para la historia: el cambio. Y es bastante lo que se expone cuando de lo que se trata es de un cambio en las reglas de juego político.
Entre la tercera fase democratizadora, la tercera oleada, y las dos primeras fases, existe una diferencia notable: la democracia no es precedida por el derramamiento de sangre. Este es un indicador de madurez por parte del mundo actual, hastiado de un siglo XX repleto de situaciones conflictivas, pero también de debilidad, por cuanto la democracia tiene más de concesión de poder que de conquista social. Para hacerse una buena idea de ello, basta con comprobar qué significado ha tenido el establecimiento de sus respectivos regímenes democráticos desde entonces, en áreas como Centroamérica (Torres-Rivas, 89; Benítez Manaus, 89 o Padilla, 89) Próximo Oriente (Khalidi, 2004) o los territorios nacionales de la antigua Unión Soviética (Kapuscinski, 1994).
En la Europa central y oriental, el derrumbamiento del sistema comunista obligó a una «triple transición» sin parangón en el resto de casos. Además de la específicamente poliárquica, el área hubo de afrontar un reajuste económico a la órbita capitalista justo cuando la propia economía capitalista estaba, a su vez, en plena crisis de transformación. Y en segundo término, dicho espacio fue testigo también de problemas de integración territorial y nacional que oscilaron desde la pacífica separación de Checoslovaquia y Eslovaquia (De Cueto Nogueras, 2001: 137-205) hasta el estallido de la Guerra de los Balcanes a mediados de los noventa (Palacios, 2003: 265-305) [17].
En América Latina se puso fin a dictaduras militares especialmente sangrientas que gozaron de impunidad para hacer de sus países auténticos laboratorios vivientes, tanto de sus métodos de represión como de sus proyectos políticos. Los gobiernos de seguridad nacional aseguraron la transición desde «el desarrollo sin democracia hasta la democracia sin desarrollo» (Pajín, 2004), llevando así a cabo la adaptación de América Latina al nuevo milenio.
En España, modelo de transición democrática según los enfoques estratégicos, si hiciésemos caso de las continuas reivindicaciones de académicos, escritores, politólogos, etc., etc., estaríamos ya por la tercera o cuarta transición (léanse sin ir más lejos los comentarios del día martes 30 de noviembre de 2004 al respecto que, desde dos medios de comunicación de diferente orientación política, realizan dos reputadas opiniones españolas también de diferente orientación política, como Santiago Carrillo o Paco Umbral). ¿Será entonces que la primera transición no fue tan buena como se hace creer?
Tras la victoria que simbolizó la democratización de finales de siglo XX, se esconde un no tan positivo panorama para los jóvenes sistemas «poliárquicos» recién constituidos o recuperados. ¿Por qué tantos problemas? Recomendamos desde aquí la lectura de un artículo de Václav Havel, protagonista de la transición checa, sobre las lecciones que la democracia debería haber tomado del derrumbamiento comunista. ¿Hemos comprendido bien, entonces, qué significó o qué fue la democratización durante el último tercio de siglo pasado? La ciencia, suele considerarse, es la historia de las buenas preguntas. Hoy, muchas de nuestras preguntas sobre el presente están contenidas en enclaves históricos como el de los procesos de democratización que acaecieron durante el último tercio de siglo XX.
David Hidalgo Rodríguez [1] en https://dialnet.unirioja.es/
1. Becario de investigación adscrito a la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca.
2. La breve reconstrucción de las tres fases o tres oleadas de democratización que ofrecemos a continuación, ha sido elaborada a partir de las obras de S. P. HUNTINGTON (1994) y S. BERSTEIN (1996). En ambos autores pueden encontrarse reflejadas de forma más extensa las características generales que definen a cada una de ellas.
3. A las dos primeras fases u oleadas de democratización sucederán sus correspondientes contra-fases o contra-oleadas, esto es, periodos caracterizados por el retroceso u abandono de la democracia en aquellas áreas donde antes se había instaurado.
4. Es decir que, entienden la democratización como un producto, primero, de los encuentros, desencuentros, acuerdos, etc., que se desarrollan entre las élites políticas dando lugar a la progresiva construcción del consenso final (de ahí que se denomine también genético) dentro del marco de la negociación sobre el cambio y, segundo, del grado de aceptación o respeto que hacia ella guarden o hagan guardar aquéllas en adelante. El enfoque «genético» o «estratégico» elaborado durante los albores de la tercera ola, irrumpió desde las ciencias políticas a partir de figuras como D. A. RUSTOW (1970) o G. DI PALMA (1990), hasta ser hoy el punto de vista predominante dentro del referido campo temático. Dicha vía teórica que, como se ha dicho nació intrínsecamente vinculada a los procesos de democratización de finales del siglo XX, sucedió también a otras dos anteriores generaciones teóricas que habían tratado el referido objeto de estudio desde un punto de vista estructural. La primera, condensada en las tesis «culturalistas» de A. Verba y Pye o «desarrollistas» de Lipset, Johnson o Solari; mientras que la segunda está representada por la escuela dependentista de autores como S. Amin, F.H. Cardoso o G. Frank. Todas ellas pueden encontrarse lo suficientemente desglosadas en S. MARTÍ I PUIG (2001).
5. Y no lo han hecho entre otros motivos, creemos, porque la formulación de cada modelo, corriente, perspectiva, etc., teórica, responde también a unos intereses concretos según el caso, no sólo en lo que respecta al ámbito científico sino también ideológico o precisamente político. Así, esta tercera corriente teórica polítológica parte de presupuestos eminentemente liberales al conceptualizar la democracia en función del cumplimiento de una serie de requisitos o procedimientos institucionales mínimos (como elecciones libres y competitivas, libertad de expresión…) tras los cuales quedaría instaurado de hecho y derecho un sistema poliárquico que crece en cada caso por sendas diferentes teniendo siempre como referencia la democracia (concepto utópico o ideal al que se asimila con los postulados más morales, éticos o sociales de la Grecia clásica y, en todo caso irrealizable en su totalidad desde un punto de vista pragmático). Una visión que pretende ofrecerse como neutra, al margen de los posicionamientos políticos social-democráticos que son aquéllos a los que precisamente achacan una visión más social de la democracia; objetiva, puesto que dan el protagonismo a los sujetos, a los individuos en la figura de los principales responsables políticos, en vez de a las abstractas «estructuras»; y eminentemente política puesto que conceptualizan el fenómeno como esencialmente político al margen de cualquier otro tipo de condicionamientos.
6. En efecto estos análisis no examinan, por ejemplo, los motivos que originan o dan pie a un hipotético escenario de negociación. No mencionan los recursos, las cartas con las que cuentan los actores así como el estado de los mismos en ese momento. Tampoco los límites dentro de los cuales operan, la jerarquía temática de su agenda negociadora o el saldo (positivo / negativo) de los regímenes no democráticos anteriores. Y lo que es más grave, obvian las diferencias históricas que caracterizan a cada contexto y hacen que cada proceso esté sujeto a un desarrollo distinto. Desatendiendo finalmente las características de cada sistema poliárquico, como ellos mismos reconocen, siempre sujeto a factores, actores, problemas, etc., etc., formantes de regímenes políticos, todavía dentro de las pautas institucionales mínimas a partir de las cuales se considera instaurado un sistema democrático, con una composición, protagonistas, funcionamiento, etc., interno diverso.
7. Los dos primeros guiones, de hecho, están presentes en los análisis de la perspectiva estratégica (M. ALCÁNTARA, 1992).
8. No cabe duda de que las características de los conflictos que dan pie al nacimiento del régimen no democrático del que partirá el proceso democratizador posterior representan el primer mojón para comenzar el análisis de este último. Pero incluso existen excepciones significativas como las de los casos centroamericanos en los que el estudio de dicha conflictividad resulta todavía más necesaria por cuanto esta desemboca directamente en el proceso de democratización (véase si no el caso nicaragüense en M. ORTEGA, 1998).
El examen de las circunstancias que dan acceso al régimen no democrático precedente facilitan la pista inicial en cuanto al sistema del que parte la democratización (en parte porque encierran los componentes que conforman su legitimidad política) y, en no pocos casos, se trasladarán al seno mismo del escenario de negociación final, cuando la debilidad del sistema impuesto despierte algo más que los viejos fantasmas del pasado. Muchos de los factores históricos que en tiempos pretéritos han provocado la irrupción de una alternativa no democrática compondrán del mismo modo las raíces de su derrumbe (léase el caso boliviano en R. A. MAYORGA, 1998).
Además, este origen trazará diferencias fundamentales sobre la democratización al revelarnos la determinante inexistencia histórica de una cierta tradición liberal, por ejemplo, en los territorios que componían la antigua URSS, frente a otros casos europeos o latinoamericanos en los que dicha tradición podría contribuir de modo distinto al cambio político.
9. La relación directa y cercana que vincula a los militares latinoamericanos con la represión, contrasta con los casos de la Europa meridional o las repúblicas ex-soviéticas y la antigua federación yugoslava, donde el terror implantado primero por la contundencia de su irrupción e inmediatamente después durante los orígenes de sus regímenes y, más tarde, por la presencia de la policía política o los potentes servicios de inteligencia nacionales, desvinculaba a los gestores directos del poder con la represión a la vez que permitió la desactivación de cualquier oposición por el miedo a las reacciones que se pudiesen tomar desde el poder. En la antigua Unión Soviética, de hecho, las FFAA estaban desvinculadas de ambas instancias, es decir, tanto de la gestión sistemática de la represión como del poder (en manos de los miembros del apparattik o líderes de la gran estructura burocrática del Estado) (C. GONZÁLEZ y C. TAIBO, 1996), representando de ese modo un papel de menor trascendencia en cuanto a la democratización que otras FFAA, léase el caso de las latinoamericanas.
10. Contragolpe militar (mismo origen que en el Paraguay de Stroessner) (E. ACEVEDO, 1991) que, por cierto, tiene sus orígenes en el proceso de descolonización de las últimas posesiones portuguesas en el continente africano (C. OLIVEIRA, 1998).
11. En nuestra opinión el estudio de los actores que protagonizan la democratización, además de centrarse en la constitución, estrategias, etc., de las élites nacionales protagonistas, deben dirigirse al mismo en tiempo en dos direcciones muy olvidadas y sin embargo al tiempo muy necesarias. Por una banda, las ya citadas instituciones o grupos de poder tradicionales que la evolución histórica de cada región haga de por sí interlocutores naturales del proceso. Por otro, los líderes del área geopolítica a la que pertenece o dentro de la cual está encuadrado el país en cuestión. No olvidemos que estos procesos acontecen durante la Guerra Fría y, la pertenencia a uno u otro bloque determinará de forma trascendental el desarrollo de la democratización. Punto éste en el que el trabajo de los historiadores sigue resultando fundamental (y para el cual recomendamos empezar con dos obras clave de la historiografía sobre el mundo actual: G. PROCACCI, 2001 y P. CALVOCORESSI, 1999). En todo caso el ámbito de las relaciones internacionales representa una estación de parada obligatoria para el estudio de la democratización a finales de siglo XX (C. PÉREZ LLANA, 1987).
12. El estudio del liderazgo es un ítem igualmente fundamental en el estudio de la democratización a finales de siglo XX puesto que es uno de los motores elementales del mismo (en los estudios politológicos, de hecho, supone un vector de análisis prioritario). La presencia o ausencia de liderazgos fuertes y de calidad es, por ejemplo, otro de los puntos que más diferencias establecen entre los casos de la tercera ola.
13. Las fórmulas de resistencia social componen por sí solas un área de trabajo independiente. El ingenio se pone en marcha para canalizar el descontento de la población a través de manifestaciones que sin incurrir en la ilegalidad portan contenidos de reivindicación política contrarios al orden establecido. La música popular, el cine o la literatura están repletos de estas expresiones, pero cuando la astucia se convierte en la única arma blandible, hasta los limpiaparabrisas de un automóvil pueden servir como herramienta de condena.
14. Resulta muy interesante comprobar como en Chile, el acuerdo más determinante alrededor del cual pudo fraguarse el cambio democrático fue de naturaleza eminentemente económica. S. BERENSZEIN (1994) afirma que el acuerdo sobre las reglas de juego político solo fue posible gracias al consenso en cuanto a la continuación del modelo de acumulación implantado durante el pinochetismo. De este modo, la burguesía capitalista se integró al camino de la negociación política y también económica (al reconocer la necesidad de un cierto grado de cooperación por el bien del funcionamiento general de la maquinaria capitalista).
15. Aunque sin lugar a dudas, el aspecto que quizás resulte más interesante dentro de este punto, será el de analizar a los actores que son reconocidos como interlocutores válidos en la mesa de negociación. Descubrir quién negocia y por qué (esto es, quién está habilitado para establecer las nuevas reglas y porqué), nos situará sobre la pista de cuál es la naturaleza real del nuevo sistema político y qué sectores o grupos van a adquirir un papel de protagonismo o dominio en el futuro marco democrático.
16. Aunque la naturaleza histórica, económica, etc., de los factores de consolidación, es un aspecto nuevamente reconocido incluso desde el ámbito politológico (M. A. GARRETÓN, 1998). Sus estudios, sobre todo los referidos a los países en vías de desarrollo, siguen insistiendo en resaltar la necesidad de cambios exclusivamente dirigidos a modificar la estructura interna del sistema político. La continuación lógica de sus análisis en clave política tras el cambio, vuelve a incurrir en el error de creer que la permuta del presidencialismo al parlamentarismo, a otro tipo de sistema electoral, etc., etc., son las soluciones que darán a estos países la llave para la construcción de una democracia fuerte, estable y duradera. Perspectiva que vuelve a revelarse irreal e ineficaz, cuando el presente actual demanda soluciones como las que verbigracia estos días se han formulado desde Bolivia, Ecuador o Venezuela.
17. Los problemas de raíz étnica en los enclaves pertenecientes al gran imperio soviético, continúan siendo a día de hoy, el mayor obstáculo para la pacificación y democratización del área (F. LETAMENDÍA, 1989). Problemas con raíces históricas profundas que no tendrán solución si continuamos insistiendo en la visión etno-céntrica del homo occidentalis que perpetúan los estudios politológicos generados la más de las veces desde el entorno norteamericano. Esos estudios, poseen una intencionalidad fundamentalmente práctica basada en la instrumentalización de dichos conflictos en beneficio de las potencias que lideran el mundo actual (y que no persiguen más que la fórmula de inmovilizar a bajo costo poblaciones enteras bajo eufemísticas etiquetas como las de los “desafíos a la goberISSN: 1698-7799
ETA sigue siendo una amenaza y con capacidad de decidir sobre nuestras vidas.
Cuando esta semana pasada saltó la noticia de la inclusión de 44 etarras condenados por terrorismo en las listas municipales del País Vasco, de los que siete lo han sido por asesinato, confieso que me inundó una extraña sensación de indignación y tristeza. Es como si la sangre que riega el cerebro a través de sus arterias y venas, lo hubiera anegado con la fuerza de una lluvia torrencial.
Inmediatamente la memoria retrocedió a los momentos más amargos de mi pasado político: el funeral de Gregorio Ordoñez en junio de 1995, en la catedral de San Sebastián junto a mis compañeros y amigos del Partido Popular; el doloroso velatorio, tres años después, del concejal Manuel Zamarreño en el cementerio de la misma capital y la noche del 14 de julio de 2000, en la que mientras disfrutaba de la compañía de mi buen amigo y concejal José María Martín Carpena durante las populares fiestas de la Virgen del Carmen en Málaga, se fraguaba y consumaba a la mañana siguiente su vil asesinato por los terroristas de ETA.
A pesar de estas dramáticas experiencias, acepté, como hicimos millones de españoles, la recuperación de la normalidad democrática y la pacífica convivencia con quienes trágicamente la perturbaron en toda España. Lo cierto es que en ningún momento se ha atisbado en ellos el menor gesto de arrepentimiento o perdón que toda reparación exige por el daño causado a las víctimas. ¿No es injusto e inmoral que los hijos, madres, padres, hermanos o amigos de los asesinados por los terroristas de ETA tengan que soportar de nuevo el doloroso recuerdo que estos desalmados les infligieron, al rememorar sus rostros en unas listas electorales? Argumentar que ya han cumplido su condena o que han dejado de matar es la justificación espúrea de quien enmudece su conciencia ante la necesidad de permanecer en el poder con el apoyo de quienes fueron verdugos de sus compañeros.
Aunque previamente no pueda haber reproche legal a la incorporación de estos asesinos a unas candidaturas electorales, sí cabe un reproche moral y político para quienes, como Zapatero y Sánchez, facilitaron su incorporación a las instituciones del Estado, a través del proceso negociador con la banda terrorista y no impidieron que al menos los no arrepentidos y los condenados por delitos de sangre, no participaran en procesos electorales. El resultado es que ETA sigue siendo una amenaza y además con capacidad de decidir sobre la vida de los españoles, todo un sarcasmo.
La presencia de etarras en los municipios vascos, la desprotección de los propietarios frente a los okupas o las irrealizables promesas electorales de Pedro Sánchez sobre vivienda y otras ocurrencias, han distorsionado una campaña electoral que cada vez nos aleja más de nuestro entorno europeo y nos acerca a las repúblicas bananeras y bolivarianas. El 28 de Mayo es la gran ocasión para revertir esta impredecible deriva de nuestra querida España.
Jorge Hernández Mollar
Pedro Paricio Aucejo El próximo 14 de mayo Valencia celebrará la festividad de su patrona la Virgen de los Desamparados. Siguiendo la inveterada tradición de cada año en el segundo domingo de este mes, la capital del Turia transformará su agitada faz de urbe cosmopolita en el entrañable rostro de una fervorosa pedanía huertana. Al atardecer, el incienso, confundido entre pétalos de rosas y perfume de nardos, se elevará al cielo junto a las plegarias de miles de valencianos que, entregados a la imagen de su Protectora en solemne procesión, inundarán con angustia y esperanza a la vez las viejas calles de su centro histórico para ofrendarle su cosecha de afanes mundanos y querencias eternas. En esos instantes, el espíritu de cada uno de los participantes en esta comitiva se situará en el ámbito privativo de quien deposita su fervor en la Virgen cuando peregrina por nuestras calles y entra en nuestros corazones. Descubrirá entonces las desconcertantes sensaciones que le abren a una nueva dimensión, la del yo que se rinde a las esencias de la vida: su cuerpo será atravesado por una silenciosa confianza en la existencia; de lo más hondo de su ser brotará una fresca brisa que parecerá venir del comienzo de todo y perderse hasta el final de ese todo como un susurro; un nudo líquido y fuerte se apoderará de su garganta; y en su pecho hervirá la nostalgia de la infancia ya pasada. Pero, en este año, la tierra valenciana ofrecerá a su Virgen una especial oblación: la de la celebración del centenario de su coronación canónica (1923-2023), por cuyo motivo la archidiócesis culminará mañana el Año Jubilar Mariano, que comenzó el 8 de mayo de 2022. Ha sido éste un período repleto de numerosos eventos religiosos, culturales, sociales y caritativos, en los que han participado todos los estamentos de la sociedad valenciana y para cuya realización se han empleado diversidad de recursos. Ha habido actividades tradicionales (edición de folletos, elaboración de objetos recordatorios, restauración de imágenes, exposiciones, foros académicos, proyectos de misión y caridad, peregrinaciones, actos multitudinarios…), pero también se han utilizado medios digitales (plataforma web en tres idiomas e intensa difusión en redes sociales) y comunicacionales (movilización internacional de miles de creyentes en la patrona valenciana; difusión en prensa, radio, televisión…). Con todo ello se ha profundizado en la historia de nuestra advocación mariana y –sobre todo– en el amor a Nuestra Señora. No cabe duda de que la devoción a la Virgen de los Desamparados representa un signo intransferible de la identidad valenciana. Pero, sin menoscabo de esta singularidad como pueblo, se evidencia especialmente un sentir mucho más profundo y universal: el de la referencia a los bienes trascendentes propios del cristianismo por medio de la vivencia del amor a la Madre de Dios y de los hombres. El entusiasmo de esta piedad se justifica porque el fiel ha encontrado siempre en María la conjunción entre cielo y tierra: recogida hacia dentro desde bien joven, sus días fueron un constante deseo de entrega a Dios. En permanente conexión vital con Él, consiguió hacerse plenamente habitable por el Creador para que Éste se hiciese ´Dios con nosotros`. Nadie como Ella estuvo más cerca del destino de nuestro Señor. De ahí que –por ser también Madre de los hombres– irradie de la Virgen cuanta fe puede haber en esta tierra y, bajo su amparo, el ser humano pueda vivir como si fuera propiamente merecedor de ello. Si la inicial oposición al designio de Dios acarreó la degradación de la condición humana, la restitución de ésta exigió la salvación cumplida en Cristo. En este diseño divino, la Virgen desempeñó un papel decisivo: permitir que Dios se hiciera hombre para hacer posible la recuperación del proyecto creador original sobre la humanidad y devolver a ésta una dignidad que ningún otro hecho le podía otorgar. Al haber traído a Dios al mundo, la Virgen fue origen y principio de su manifestación a la humanidad. Por ello, María es a la vez Madre de Dios y Madre nuestra. Esta certeza de que no somos huérfanos sino que tenemos madre –y nada menos que la misma Madre de Dios– nos otorga la seguridad de no estar nunca desamparados. |
El aborto consiste en dar muerte
Sobre la interrupción voluntaria del embarazo, ha escrito el profesor Ignacio Sánchez Cámara con lógica irrefutable: “Hablando con propiedad el aborto consiste en matar al feto en el seno de su madre, más bien de la mujer. Abortar no es interrumpir un proceso natural o, si lo es, consiste en matar al no nacido. No decimos que el asesinato sea la interrupción de un proceso vital ajeno, ni el robo la interrupción de la propiedad ajena ni la violación la interrupción temporal de la libertad sexual de una mujer. El aborto consiste en dar muerte a un ser humano antes de nacer, es decir, en matar.”
Y seguimos pues avanza la ley sobre el maltrato animal que parece un sistema de distopía más que una ley para convivir en sociedad. Cómo se puede legislar que matar una rata en el garaje se castigue con una multa y algo más ¿están desquiciados o qué están buscando? Se está hablando de la prohibición, no ya de no matar, sino de maltratar a un caballo.
El sentido común se rebela contra estos intentos de una ideología absurda que traspasa los límites de lo imaginable. Se puede descubrir la pretensión de fondo de una batería de leyes: borrar la frontera entre la realidad y el absurdo, entre el bien común y la locura de una minoría, o entre el derecho y la arbitrariedad, entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal. He aquí la cuestión: porque tratan de borrar la realidad del mal en sus manifestaciones estableciendo un relativismo pleno, en el orden del conocimiento, de las leyes, y de la ética. Y en el fondo se quiere establecer una antropología individualista cerrada al espíritu.
Jesús Martínez Madrid
Mucho se ha escrito sobre la importancia del padre en la familia, en la educación de los hijos, en el aporte de un ejemplo y de un carácter. Siempre hemos visto a la madre como más acogedora, con el riesgo de ser más blanda. Los hijos imitan a sus padres, aunque parece más lógico que ellos se fijen en el padre y ellas en la madre.
“Hace unos años, el príncipe Guillermo, heredero de la corona de Inglaterra, hizo unas declaraciones en el contexto de su futuro acceso al trono, en las que manifestaba su deseo de no ser un padre ausente. Muchos entendieron estas palabras como un anhelo de no repetir en sus hijos su propia experiencia. Llaman la atención en una persona que aspira a llevar la corona más valiosa y pesada probablemente de nuestra cultura, pero no sorprende si tenemos en cuenta una opinión bastante generalizada: la influencia del padre en la felicidad de sus hijos, y de estos en la de su padre”.
La influencia del padre en la felicidad del hijo. Parece indiscutible. Y los expertos insisten, con ocasión y sin ella, en la importancia de estar en casa, de dedicar tiempo a los hijos, quizá especialmente a los varones, si las niñas tienen a la madre. A pesar de todo encontramos con muchas familias en las que el padre está ausente, porque “tiene muchísimo trabajo”. A veces es lo que les gusta, dedicar mucho tiempo a una labor extenuante pero que les realiza.
Y muchas veces lo que pasa es que no son conscientes de que la sociedad ha cambiado. Que antes era esto más normal, pero que hoy, con tantas influencias externas, con frecuencia poco educativas, ellos no pueden faltar en la educación de los hijos. Indudablemente tampoco la madre. “¿Porque soy así? ¿De dónde vengo?, dice mucho de quién soy. La filiación suele ser la fuente más caudalosa de nuestra identidad. Saber cómo nos ha influido la relación con nuestros padres nos ayudará a conocernos y entendernos mejor”.
Jesús Domingo Martínez
Con los pies en la tierra y ser espiritual
¿Alguna vez te has preguntado si es posible ser espiritual y tener los pies en la tierra al mismo tiempo?... Te adelanto la respuesta: ¡Si es posible!
De hecho, Jesús nos lo muestra claramente, al enseñarnos los misterios del Reino de Dios con ejemplos de la vida cotidiana: “en esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños»” (Mateo 11:25).
En la Biblia, especialmente en el Evangelio de San Mateo, encontramos un gran número de parábolas que Jesús compartió con sus discípulos, para enseñarles grandes verdades, a través de ejemplos de la vida cotidiana o de la observación de la naturaleza.
En ese orden de ideas, podemos decir que cada momento de nuestro día y cada una de nuestras tareas cotidianas, puede ser una oportunidad perfecta para meditar en los misterios de la fe, y también una forma de acercarnos al Cielo.
Por ejemplo: Cuando hemos perdido algo que es de mucho valor para nosotros, ponemos toda nuestra energía y dedicamos mucho tiempo para buscarlo. De este modo, la parábola del hijo pródigo nos invita a buscar la Misericordia Divina cuando nos extraviamos, recordando cuán grande es el amor de Dios por nosotros, que es capaz de esperar nuestro regreso con los brazos abiertos.
Jesús Martínez Madrid
60 años de la “Pacem in terris”
Al cumplirse los 60 años de la “Pacem in terris”, me parece conveniente un recuerdo y oportuna una consideración. La libertad de la persona -siempre amenazada precisamente por quienes buscan la confrontación y la guerra como coartada para privar a los hombres de sus derechos más elementales- es aludida constantemente por el Papa Juan XXIII, que hace de ella el eje de todas las actuaciones de los poderes públicos y una condición indispensable para la consecución de la paz.
No se trata de consignas religiosas ni mucho menos de dogmas más o menos “espiritualizados”, sino de modos de convivencia universal, que deberían de merecer el respeto de cualquier hombre de buena voluntad, con independencia de su ideología política y de sus creencias.
Juan XXIII -un Papa “halagado” por quienes siempre acechan, para mal, a la Iglesia y calificado de “Papa bueno” y “Papa de la sonrisa”- no fue demasiado escuchado, ni se tomaron en consideración muchos de sus postulados y análisis en relación al logro de la paz en el mundo.
Roncalli, eminente diplomático vaticano en nunciaturas comprometidas y en momentos difíciles, tales como la II Guerra Mundial, también expuso en la “Pacem in terris” sus experiencias de “componedor” en bastantes conflictos internacionales. Un bagaje que quedó perfectamente esculpido en una gran encíclica.
Lástima que no se le hiciera excesivo caso. Pero más penoso es que la situación de la humanidad, en lo que se refiere a la paz entre los hombres, haya mejorado tan escasamente en 60 años.
José Morales Martín
‘Bullying’ entre mamás: cuando otras mujeres critican cómo crías a tu hijo
ElPais.com
Una mamá bloguera cansada de recibir críticas sobre la forma cómo educaba a sus hijos, decidió denunciar su caso y dio voz a muchas mujeres que pasan por lo mismo, consiguiendo un gran alcance en las redes.
“Tienes que dar lactancia exclusiva a tu hijo”, “no puedes estar cansada, tú tienes una hija y yo tres”, o “dale a tus hijos alimentos orgánicos”, por ejemplo, son frases que pueden parecer ingenuas, pero que pueden causar dolor en la madre que lo recibe: mermando su autoestima, aumentando su sentimiento de culpa o creyendo que está criando de una forma incorrecta. Y hay una realidad según los expertos: ninguna forma es mejor que otra a la hora de cuidar a nuestros hijos, obviamente dejando de lado todo lo que arremeta o lleve a la pérdida de respeto hacia el menor. Esa postura de indefensión te lleva a desahogarte, a querer contar lo que te está pasando, y muchas veces no puedes hacerlo con tu entorno y acudes a las redes sociales; un arma de doble filo: es un lugar muy útil, pero en el que estás expuesta. Mientras unos te apoyan, otros te pueden machacar.
Esto es lo que hizo la bloguera Maya Vorderstrasse en su cuenta de Instagram, ella decidió contar lo que le había ocurrido. “Una compañera madre me dijo: “el hecho de que tengas tiempo para colgar fotos en las redes, me dice que no tienes ni idea de lo que es estar cansada de verdad. Yo tengo ocho hijos, tú tienes dos, supéralo. ¿Por qué su cansancio es real y el mío no?”, se preguntaba la bloguera.
“Eres buena madre si tienes una casa limpia o sucia”, continuaba en su mensaje, “también lo eres si te desahogas o si escondes tus problemas; si te quedas en casa y te vuelves loca, o si vas a trabajar y echas mucho de menos a tu bebé; si cocinas o si le das compota para comer”. Y prosigue con la lista: “si le das tetero, si le das el pecho, si eres soltera o casada, pobre, rica, madre joven, mayor o eres madre del tipo A o B, si tienes un hijo o 12, TÚ ERES LA MEJOR MADRE”, exclamaba.
“No permitas que nadie te diga lo contrario”, aconsejaba. “Amamos a nuestros hijos y lo hacemos lo mejor que podemos. No seas parte del problema, no contribuyas a la cultura del odio y del prejuicio que puede destrozar la autoestima y la confianza de las mujeres. No sabes su historia”.
Tras su alegato, Vorderstrasse decidió crear el hashtag #MOMSAGAINSTMOMSHAMING , “por favor, úsalo”, reclamaba la bloguera. Y su comentario fue muy aplaudido. Su mensaje lleva más de 28.000 me gusta y más de 2.100 comentarios. Convirtiendo una situación cotidiana, en un problema de muchas mujeres que ha cogido relevancia.
Algo que no solo te pasa a ti
La experta Irene S. Levine, profesora de psiquiatría de la Universidad de Nueva York daba cinco pautas en Today para afrontar estas vejaciones:
1. Evita los comentarios. Si sabes que una madre te tiene manía, no te la cruces. No hace falta que sufras.
2. Si no pudieras evitar el acoso, distánciate de ella o ellas lo máximo posible físicamente.
3. No te tomes el acoso como algo personal, seguramente la acosadora esté haciendo lo mismo con otras.
4. No formes equipo contra la acosadora, acosar al acosado nunca funciona.
5. Protege a tu pequeño, no dejes que las palabras o actos de la acosadora le dañen.
6. No pienses que puedes cambiar a alguien que te acosa, nunca funciona.
7. Los temas que son más susceptibles para sufrir acoso y generan más críticas entre madres son cinco:
- La lactancia
- Colgar fotos de tu hijo en Internet
- Comida orgánica
- Salir arreglada
- Madres trabajadoras vs madres en casa
Hay crianzas como tipos de personas. Lo importante no es quien es la mejor madre, sino priorizar el bienestar de los hijos, haciendo lo que a ti parece mejor y por supuesto, a no ser que ponga en riesgo al menor, nadie puede juzgarte por hacerlo de una manera u otra.
*Publicado originalmente en ElPaís
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