Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY jueves, 30 de marzo de 2023
Indice:
En la audiencia del Papa, Magnum, el San Bernardo "que salva vidas y almas"
El Papa: El encuentro con Jesús nos cambia la vida
Ángelus: Frente al “ya no hay nada que hacer” el Papa nos recuerda que no estamos solos
CONTEMPLAR LA PASIÓN : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del jueves: ¿Quién es Jesús?
“Tantos años luchando...” : San Josemaria
«Lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor»
Mensaje del Prelado (30 marzo 2023)
Muy humanos, muy divinos (XVII): La delicada fuerza de la confianza
¿Qué sentido tiene la mortificación cristiana?
Textos del beato Álvaro sobre la Cuaresma y la Semana Santa
Domingo de Ramos o de Pasión – Comienza la Semana Santa : Vincent Ryan
Vejez y jubilación, una oportunidad para aprovechar la vida : Ignasi de Bofarull
La fea costumbre de reclamar a nuestros seres más queridos : Guillermo Dellamary
Autoestima: 6 claves para aprender a quererte más : Sheila Morataya
El Ángel Custodio : encuentra.com
G. K. Chesterton: profeta de la familia : José Miguel Granados
La Iglesia, ¿un estorbo? : Celso Morga
La Zoofilia y el Gobierno : Jesús Martínez Madrid
Un clima de claridad : José Morales Martín
Junto al bien común : Jesús D Mez Madrid
Es una elocuente paradoja : Pedro García
Chantal Delsol: “Los cristianos tenemos la oportunidad de ser mejores como minoría” : Bernard García Larraín
En la audiencia del Papa, Magnum, el San Bernardo "que salva vidas y almas"
También estuvieron presentes en la audiencia general en el Vaticano Carlo Rossetti y su perro, llegados a Roma desde Suiza en peregrinación por la Vía Francígena. Es la segunda vez que se encuentran con el Papa, la primera en 2016: le había prometido al Santo Padre “la botticella"
Francesca Sabatinelli y Mario Galgano - Ciudad del Vaticano
Toda promesa es una deuda y, siete años después, Magnum vuelve al Vaticano, ya no como cachorro ahora, sino como el orgulloso representante adulto del perro San Bernardo, incluido por la Unesco en la lista del patrimonio cultural inmaterial como instrumento de rescate. La promesa fue la que hizo su compañero "humano", Claudio Rossetti, al Papa Francisco que, en mayo de 2016, ya se había encontrado con ambos durante la audiencia general.
Rossetti y Magnum llegaron al Vaticano el día anterior a la audiencia, el 28 de marzo, tras haber recorrido a pie unos mil kilómetros de la Vía Francígena, partiendo del hospicio Gran Saint-Bernard, en las alturas de Martigny (Suiza). Un proyecto creado por el propio Carlo Rossetti que, de este modo, quiso dar testimonio, una vez más, de la importancia del San Bernardo -el perro que salva vidas-, así como promover Suiza y sus valores, como la Vía Francígena, un recorrido de más de 3.000 kilómetros entre Canterbury y Roma y que atraviesa cuatro países: Gran Bretaña, Francia, Suiza e Italia.
Magnum posa con la Guardia Suiza
Un futuro como perro de terapia
Rossetti, que acogió a Magnum cuando tenía alrededor de un año, acompañó al San Bernardo en su adiestramiento como perro de terapia, empleado ahora en residencias de ancianos y hospitales. Mario Galgano se reunió con ambos en la sede de la Guardia Suiza Pontificia durante un acto organizado por la Embajada de Suiza ante la Santa Sede, la propia Guardia Suiza, la Oficina Italiana de Turismo Suizo y la Fundación Barry de Martigny, una organización sin ánimo de lucro fundada en 2005 que continúa la tradición de criar a los perros mundialmente famosos.
La “botticella” prometida a Francisco
"En 2016 le había dicho espontáneamente al Santo Padre que volvería caminando para llevarle la botticella" (el barril ndr). Así cuenta Rossetti la idea de volver al Vaticano. "El objetivo de la salida es también promover esta raza, que además representa un poco los valores suizos y que tiene un nuevo papel: ya no es solo un perro de rescate en la montaña, porque al fin y al cabo salva almas, es un perro de terapia que hace su trabajo en residencias de ancianos, en hospitales, en hospicios. Así que digamos que este papel creo que también es una oportunidad de oro para hablar de él y promocionarlo".
Magnum se hizo pequeños amigos en el Vaticano
Magnum, el pequeño héroe
Magnum sigue a Carlo Rossetti en este proyecto desde 2016: "Soy yo quien lanza retos, pero en este caso creo que ha sido más suyo". La llegada al Vaticano y el encuentro con el Papa bien valen un "guau", como dice Rossetti, para quien "volver por segunda vez y que te reciban es bonito" y que, sin ninguna dificultad, reconoce que, aunque a él se le ocurrió la idea, "el perro hizo el trabajo duro, y creo que es un pequeño héroe'.
El Papa: El encuentro con Jesús nos cambia la vida
Lo que origina la pasión por el Evangelio no es la personalidad o los estudios de una persona —que ciertamente pueden ayudar—, sino el encuentro con Cristo. El Papa Francisco lo reiteró en su catequesis sobre la pasión por evangelizar, reflexionando a partir de la figura del Apóstol Pablo.
Vatican News
Ha sido la figura del Apóstol Pablo sobre la que el Papa Francisco ha reflexionado en esta catequesis dedicada al celo apostólico, y sobre la que reflexionará también el próximo miércoles, tal como él mismo anunció. Saulo – que era el primer nombre de Pablo - es una de las figuras que ha dado “testimonio ejemplar de qué quiere decir la pasión por el Evangelio”:
Siempre fue un apasionado de la Ley de Dios, la defendía con radicalidad. Ese celo ardiente que lo caracterizaba no desapareció después de su conversión, sino que se transformó: por la acción del Espíritu Santo, Pablo pasó de querer destruir la Iglesia a abrazar la causa del Evangelio, anunciando a Cristo en todos los lugares donde iba y formando nuevas comunidades cristianas.
Lo que "cambia", es el encuentro con Jesús
“¿Qué ha sucedido que pasó de la destrucción a la construcción?” invitó a preguntarse Francisco, para explicar seguidamente que, en el caso de Pablo, lo que le cambió “no fue una simple idea o una convicción”, sino el “encuentro con el Señor Resucitado”.
La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida” por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo.
Escuche el informe
“El celo de Pablo permanece, pero se convierte en el celo de Cristo”, siguió explicando el Papa. “Cambia el sentido, pero el celo es el mismo”. Como dice el mismo Pablo: “El que vive en Cristo es una nueva criatura, lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor 5,17).
Si uno está en Cristo es una nueva criatura […] Hacerse cristiano no es un maquillaje que te cambia la cara, ¡no! Si eres cristiano, tu “corazón” ha cambiado, pero si eres un cristiano de apariencia, eso no está bien... los cristianos de maquillaje, no, no van. El verdadero cambio es de corazón. Y esto le pasó a Pablo.
Católicos elegantes y católicos santos
Es así que el Santo Padre señaló que la experiencia de Pablo nos enseña que lo que origina la pasión por el Evangelio no es la personalidad o los estudios de una persona —que ciertamente pueden ayudar—, sino el encuentro con Cristo.
Como le sucedió a san Pablo, vemos que el auténtico celo apostólico surge de una experiencia de “caída y resurrección”, que nos lleva a reconocer la Vida verdadera.
El Papa realizó una ulterior reflexión sobre el cambio que tuvo lugar en Pablo, que de perseguidor se convirtió en apóstol de Cristo: “en él – dijo – se verifica una especie de paradoja”. Hasta que él se considera justo ante Dios, se siente autorizado a perseguir, a arrestar, inclusive a matar. Pero una vez iluminado por el Señor Resucitado, descubre haber sido – como él mismo dice – “un blasfemo y un violento”. Es entonces cuando empieza a ser “realmente capaz de amar”.
Y este es el camino. Si uno de nosotros dice: “Ah gracias Señor, porque soy una buena persona, hago cosas buenas, no cometo grandes pecados...”, este no es un buen camino, es un camino de autosuficiencia, es un camino que no te justifica […] Es un católico elegante, pero un católico elegante no es un católico santo, es elegante. El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, que te cambia el corazón.
“¿He dejado entrar a Jesús en mi corazón?”
Antes de concluir pidiendo que el Señor nos ayude a encontrar a Jesús, y que este Jesús “de dentro” nos cambie la vida y nos ayude a ayudar a los demás, el Sumo Pontífice dejó una serie de preguntas para la reflexión de los fieles:
“¿Qué significa Jesús para mí? ¿Le he dejado entrar en mi corazón, o sólo le tengo a mano, pero no le dejo entrar tanto dentro? ¿Me he dejado cambiar por Él? ¿O es Jesús sólo una idea, una teología que perdura?”
Ángelus: Frente al “ya no hay nada que hacer” el Papa nos recuerda que no estamos solos
En el V Domingo de Cuaresma, el Papa Francisco invita a todos aquellos que están pasando por un momento en el que piensan que “ya no hay nada que hacer” y solamente ven dolor y desesperación a reflexionar acerca del pasaje bíblico de la resurrección de Lázaro: “Hoy Jesús nos dice que no es así, que en esos momentos no estamos solos”.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
Este mediodía el Santo Padre ha presentado frente a los fieles de la plaza de San Pedro el último de los milagros de Jesús narrados antes de la Pascua, la resurrección de su amigo Lázaro:
“Lázaro es un querido amigo de Jesús, quien sabe que está a punto de morir; el Señor se pone en camino, pero llega a casa del amigo cuatro días después de que haya sido sepultado, cuando ya se ha perdido toda esperanza. Sin embargo, su presencia enciende un poco de confianza en el corazón de las hermanas, Marta y María. Ellas, en medio del dolor, se aferran a esa luz, a esta pequeña esperanza. Jesús las invita a tener fe, y pide que abran el sepulcro. Luego reza al Padre, y entonces grita a Lázaro: «¡Sal fuera!». Éste vuelve a vivir y sale” ha narrado el Papa, a la vez que nos envía un mensaje claro: “Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza”.
El Papa explica que hay momentos en la vida de una persona en los que “uno se siente sin esperanza, amargado porque han experimentado cosas malas" ya sea por una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de un cruel desengaño, de una injusticia o una traición sufrida, de un grave error cometido y siente "qwue ha dejado de esperar". También a veces oímos decir a alguien: “Ya no hay nada que hacer” y cierra la puerta a la esperanza. “Son momentos en los que la vida se asemeja a un sepulcro cerrado – dice el Papa – todo es oscuridad, en torno se ve solamente dolor y desesperación, pero el milagro de hoy nos dice que no es así, que el final no es este, que en esos momentos no estamos solos, es más, que precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos de nuevo la vida”.
Cuando llevamos en el corazón algún sufrimiento que parece aplastarnos, Jesús nos dice: “Quitad la piedra”
Desde el balcón pontificio, este domingo 26 de marzo, el Pontífice también estimula a recordar que Jesús nos invita a no dejar de creer y a no dejar de esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos negativos: “no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada”, por el contrario, pide el Papa: “Quitad la piedra”, es decir, “sacad todo lo que hay dentro, ponedlo ante Jesús con confianza, – “Ah, me da verguenza” – “sal fuera” –, Échamelo con confianza, dice el Señor; no me escandalizaré, dice el Señor; échamelo sin temor” y como a Lázaro, repite a cada uno de nosotros: “¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra la confianza!"
"Cuántas veces en la vida nos hemos encontrado así, en este caso de no tener fuerzas para levantarnos" pregunta el Papa y asegura que Jesús nos dice: "¡Adelante, adelante! Yo estoy contigo". Por tanto, el Santo Padre nos pide hoy: "quita las vendas que te atan, no cedas al pesimismo que deprime, al temor que aísla, al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, al miedo que paraliza. ¡Yo te quiero libre y vivo, no te abandono, estoy contigo! No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza: ¡vuelve a vivir!”.
Recordemos que este pasaje es “un himno a la vida”
El Papa recuerda que este pasaje, que se encuentra en el capítulo 11 del Evangelio de Juan y – que nos hace mucho bien leer – “es un himno a la vida”. "Tal vez nosotros también llevamos en este momento alguna carga o algún sufrimiento en el corazón, que parece aplastarnos; alguna cosa fea, algún viejo pecado que no dejamos salir, algún error de juventud, pero, nunca se sabe. Estas cosas feas deben salir. Y Jesús dice: "¡Vamos, fuera!" recuerda el Papa y nos dice hoy a ti y a mí que “es el momento de quitar la piedra y de salir al encuentro de Jesús que está cerca”.
Por último, hace una advertencia a los confesores: "Queridos hermanos, no olvidéis que también vosotros sois pecadores y que estáis en el confesionario no para torturar: para perdonar, y para perdonarlo todo, como el Señor lo perdona todo".
El Papa pide oración por Ucrania, Siria, Turquía, Mississippi y Perú
Tras la oración mariana, el pensamiento del Papa se ha dirigido a Ucrania, todavía asolada por la guerra, a las poblaciones de Siria y Turquía que luchan contra los daños del terremoto y al Estado de Mississippi golpeado por las inundaciones de los últimos días. También invitó a rezar por la reconciliación y la paz en Perú: "Debemos rezar por el Perú, que tanto está sufriendo".
— La costumbre de meditar la Pasión de Nuestro Señor. Amor y devoción al Crucifijo.
— Cómo meditar la Pasión.
— Frutos de esta meditación.
I. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho...?1.
La liturgia de estos días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Si todo el año litúrgico se centra en la Pascua, este tiempo «aún exige de nosotros una mayor devoción, dada su proximidad a los sublimes misterios de la misericordia divina»2. «No recorramos, sin embargo, demasiado deprisa ese camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom 8, 17). Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario»3. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Mientras le hacemos compañía, no olvidemos que nosotros fuimos protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados4, con cada uno de ellos. Fuimos rescatados de las manos del demonio y de la muerte eterna a gran precio5, el de la Sangre de Cristo.
La costumbre de meditar la Pasión tiene su origen en los mismos comienzos del Cristianismo. Muchos de los fieles de Jerusalén de la primera hora tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los Evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos. «Leamos constantemente la Pasión del Señor –recomendaba San Juan Crisóstomo–. ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma»6. ¡A cuántos ha convertido la meditación atenta de la Pasión!
Santo Tomás de Aquino decía: «la Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida»7. Y visitando un día a San Buenaventura, le preguntó Santo Tomás de qué libros había sacado tan buena doctrina como exponía en sus obras. Se dice que San Buenaventura le presentó un Crucifijo, ennegrecido ya por los muchos besos que le había dado, y le dijo: «Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido»8. En él los santos aprendieron a padecer y a amar de verdad. En él debemos aprender nosotros. «Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el pobre cuerpo, bésalo también»9.
La Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra oración, pero especialmente lo ha de ser en estos días ya próximos al misterio central de nuestra redención.
II. «En la meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible, agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor»10.
Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra meditación personal, al leer el Santo Evangelio, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis... En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores que fueron testigos de esos momentos. Ocupamos un lugar entre los Apóstoles durante la Última Cena, cuando nuestro Señor les lavó los pies y les hablaba con aquella ternura infinita, en el momento supremo de la institución de la Sagrada Eucaristía...; uno más entre los tres que se durmieron en Getsemaní, cuando el Señor más esperaba que le acompañásemos en su infinita soledad...; uno entre los que presenciaron el prendimiento; uno entre los que oyeron decir a Pedro, con juramento, que no conocía a Jesús; uno que oyó a los falsos testigos en aquel simulacro de juicio, y vio al sumo sacerdote rasgarse las vestiduras ante las palabras de Jesús; uno entre la turba que pedía a gritos su muerte y que le contemplaba levantado en la Cruz en el Calvario. Nos colocamos entre los espectadores y vemos el rostro deformado pero noble de Jesús, su infinita paciencia...
También podemos intentar, con la ayuda de la gracia, contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo11. Parece imposible, y siempre será una visión muy empobrecida con relación a la realidad, a lo que de hecho sucedió, pero para nosotros puede llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San León Magno que «el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma que reconozca su propia carne en la carne de Jesús»12.
¿Qué experimentaría la santidad infinita de Jesús en Getsemaní, cargando con todos los pecados del mundo, la infamias, las deslealtades, los sacrilegios...? ¿Qué soledad ante aquellos tres discípulos que había llevado para que le acompañaran y por tres veces encontró dormidos? También ve, en todos los siglos, a aquellos amigos suyos que se quedarán dormidos en sus puestos, mientras los enemigos están en vigilia.
III. Para conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo, sentirnos protagonistas, no solo espectadores, de los azotes, las espinas, los insultos, los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al Calvario. Pero «conviene que profundicemos en lo que nos revela la muerte de Cristo, sin quedarnos en formas exteriores o en frases estereotipadas. Es necesario que nos metamos de verdad en las escenas que revivimos (...): el dolor de Jesús, las lágrimas de su Madre, la huida de los discípulos, la valentía de las santas mujeres, la audacia de José y de Nicodemo, que piden a Pilato el cuerpo del Señor»13.
«Quisiera sentir lo que sientes, pero no es posible. Tu sensibilidad –eres perfecto hombre– es mucho más aguda que la mía. A tu lado compruebo, una vez más, que no sé sufrir. Por eso me asusta tu capacidad de darlo todo sin reservas.
»Jesús, necesito decirte que soy cobarde, muy cobarde. Pero al contemplarte clavado ya al madero, “sufriendo cuanto se puede sufrir, con los brazos extendidos en ese gesto de sacerdote eterno” (Santo Rosario, San Josemaría Escrivá), voy a pedirte una locura: quiero imitarte, Señor. Quiero entregarme de una vez, de verdad, y estar dispuesto a llegar hasta donde tú me lleves. Sé que es una petición muy por encima de mis fuerzas. Pero sé, Jesús, que te quiero»14.
«Acerquémonos, en suma, a Jesús muerto, a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota. Pero acerquémonos con sinceridad, sabiendo encontrar ese recogimiento interior que es señal de madurez cristiana. Los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetrarán de esta forma en el alma, como palabra que Dios nos dirige, para desvelar los secretos de nuestro corazón y revelarnos lo que espera de nuestras vidas»15.
La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados16. Jesús crucificado debe ser el libro en el cual, a ejemplo de los santos, debemos leer de continuo para aprender a detestar el pecado y a inflamarnos en el amor de un Dios tan amante; porque en las llagas de Cristo leemos la malicia del pecado, que le condenó a sufrir muerte tan cruel e ignominiosa para satisfacer a la Justicia divina, y las pruebas del amor que Jesucristo ha tenido con nosotros, sufriendo tantos dolores precisamente para declararnos lo mucho que nos amaba17.
«—Y se siente que el pecado no se reduce a una pequeña “falta de ortografía”: es crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los pies del Hijo de Dios, y hacerle saltar el corazón»18. Un pecado es mucho más que «un error humano».
Los padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen a nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos.
Si alguna vez el Señor permite enfermedades, dolores o contradicciones particularmente intensas y graves, nos será de gran ayuda y alivio el considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Él experimentó todos los sufrimientos físicos y morales, pues «padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a San Pedro. Padeció también de los príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, pues sufrió por causa de Judas, que le traicionó, y de Pedro, que le negó. De otra parte, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos, que le abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra, por las irrisiones y burlas que le infirieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes»19.
Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.
1 Improperios. Liturgia del Viernes Santo. — 2 San León Magno, Sermón 47. — 3 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 95. — 4 Cfr. 1 Pdr 2, 24. — 5 Cfr. 1 Cor 6, 20. — 6 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 87, 1. — 7 Santo Tomás, Sobre el Credo, 6. — 8 Citado por San Alfonso Mª de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión, 1, 4. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 302. — 10 ídem, Surco, n. 993. — 11 Cfr. R. A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, Madrid 1956, pp. 137 ss. — 12 San León Magno, Sermón 15 sobre la Pasión. — 13 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 101. — 14 M. Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1976, XI. — 15 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 16 Is 53, 5. — 17 San Alfonso Mª de Ligorio, o. c., 1, 4. — 18 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 993. — 19 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 46 a. 5.
Evangelio del jueves: ¿Quién es Jesús?
Comentario del jueves de la 5.ª semana de Cuaresma. “Antes de que Abrahán naciese, yo soy”. También hoy Jesús presenta con claridad su identidad Divina, pero no en todas las personas encuentra acogida. ¿Está a gusto el Dios hecho hombre con nuestra piedad, nuestra caridad hacia el prójimo, con nuestro trabajo?
30/03/2023
Evangelio (Jn 8, 51-59)
En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte.
Los judíos le dijeron: -Ahora sabemos que estás endemoniado. Abrahán murió y también los profetas, y tú dices: 'Si alguno guarda mi palabra, jamás experimentará la muerte'.
¿Es que tú eres más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú?
Jesús respondió: -Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios, y no le conocéis; yo, sin embargo, le conozco. Y si dijera que no le conozco mentiría como vosotros, pero le conozco y guardo su palabra.
Abrahán, vuestro padre, se llenó de alegría porque iba a ver mi día; lo vio y se alegró.
Los judíos le dijeron: -¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abrahán?
Jesús les dijo: -En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, yo soy.
Entonces recogieron piedras para tirárselas; pero Jesús se escondió y salió del Templo.
Comentario
Nos acercamos a la Semana Santa y la liturgia nos presenta unas palabras del Señor transmitidas por san Juan. En ellas vemos un duro contraste entre el mensaje de Jesús y el entendimiento terrenal de los judíos.
El Señor se encuentra hablando de su relación con el Padre (v.54) y del conocimiento que tiene de Él (v.55) y lo hace en términos tan fuertes que se aplica a sí mismo las palabras “yo soy”, que el libro del Éxodo usa para designar a Dios mismo (cf. Ex 3, 13-14).
San Juan nos revela así una vez más que Jesús no es un mero hombre sino la encarnación del verdadero Dios de Israel. Gracias a esto Jesús puede afirmar con seguridad que quien guarde su palabra no verá la muerte (cf. v.51) o que antes que naciera Abraham “él ya es” (cf. v. 58).
El contraste a este mensaje nos lo ofrecen los judíos. Para muchos de ellos Jesús era un simple hombre, cuyo modo de hablar era motivo de gran escándalo. En esta ocasión, el desconcierto llega cuando escuchan la promesa hecha por Jesús de salvar de la muerte a quien oyera sus palabras.
Incrédulos, saben que sólo Dios puede hacer semejante afirmación, y no dudan en acusar a Jesús de estar endemoniado (v. 52). Para ellos era evidente que hasta los más grandes personajes del pueblo elegido habían muerto, tales como Abraham y los profetas y por tanto no había razón para creer que Jesús correría una suerte distinta ni que pudiese vencer la muerte con su palabra.
Ante la insistencia del Señor por presentarse con las palabras divinas “yo soy”, no ven otra opción que poner en práctica lo que mandaba el libro del Levítico: “quien blasfeme contra el nombre del Señor morirá sin remedio; le lapidará toda la comunidad” (24,16). Jesús sabe que no es aún su hora y logra escapar.
La discusión que leemos hoy nos recuerda que Jesús nos pide saber reconocer en él al mismo Dios y como consecuencia abandonarnos confiadamente en su Palabra de Vida. Esta confianza total sólo puede nacer en nuestros corazones si contestamos correctamente la pregunta que en el medio de la discusión le hacen los judíos: ¿Por quién te tienes tú?
De esta respuesta trata en definitiva nuestra fe: de reconocer que la verdadera identidad de Jesús es la del Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros.
Han venido nubarrones de falta de ganas, de pérdida de ilusión. Han caído chubascos de tristeza, con la clara sensación de encontrarte atado. Y, como colofón, te acecharon decaimientos, que nacen de una realidad más o menos objetiva: tantos años luchando..., y aún estás tan atrás, tan lejos.
30 de marzo
Todo esto es necesario, y Dios cuenta con eso: para alcanzar el “gaudium cum pace” –la paz y la alegría verdaderas, hemos de añadir, al convencimiento de nuestra filiación divina, que nos llena de optimismo, el reconocimiento de la propia personal debilidad. (Surco, 78)
Aun en los momentos en los que percibamos más profundamente nuestra limitación, podemos y debemos mirar a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, sabiéndonos partícipes de la vida divina. No existe jamás razón suficiente para volver la cara atrás: el Señor está a nuestro lado. Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores. Así todos esos decaimientos ‑los tuyos, los míos, los de todos los hombres‑, serán también soporte para el reino de Cristo.
Reconozcamos nuestras enfermedades, pero confesemos el poder de Dios. El optimismo, la alegría, el convencimiento firme de que el Señor quiere servirse de nosotros, han de informar la vida cristiana. Si nos sentimos parte de esta Iglesia Santa, si nos consideramos sostenidos por la roca firme de Pedro y por la acción del Espíritu Santo, nos decidiremos a cumplir el pequeño deber de cada instante: sembrar cada día un poco. Y la cosecha desbordará los graneros. (Es Cristo que pasa, 160)
«Lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor»
El Papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis sobre el celo apostólico. Esta vez habló de la conversión de san Pablo y explicó que pasó de querer destruir la Iglesia a abrazar el Evangelio porque tuvo un encuentro con Dios. Y que el celo apostólico no depende de los estudios de una persona sino de su relación con Cristo.
29/03/2023
Queridos hermanos y hermanas:
En el camino de catequesis sobre el celo apostólico, empezamos hoy a mirar a algunas figuras que, en formas y tiempos diferentes, han dado testimonio ejemplar de qué quiere decir pasión por el Evangelio. Y, naturalmente, el primer testigo es el apóstol Pablo. A él quisiera dedicar dos catequesis.
La historia de Pablo de Tarso es emblemática sobre este argumento. En el primer capítulo de la Carta los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos detectar que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y toma el lugar de su precedente celo por el judaísmo.
Era un hombre celante por la ley de Moisés, por el judaísmo y después de la conversión este celo continúa, pero para proclamar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un enamorado de Jesús. Saulo —el primer nombre de Pablo— ya era celante, pero Cristo convierte su celo: de la Ley al Evangelio. Su impulso primero quería destruir la Iglesia, después, en cambio, la construye. Nos podemos preguntar: ¿qué ha sucedido, que sucede de la destrucción a la construcción? ¿Qué ha cambiado en Pablo? ¿En qué sentido su celo, su impulso por la gloria de Dios ha sido transformado?
Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala [1]. En el caso de Pablo, lo que le ha cambiado no es una simple idea o una convicción: ha sido el encuentro con el Señor resucitado —no olvidéis esto, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor—, para Saulo ha sido el encuentro con el Señor resucitado lo que ha transformado todo su ser.
La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida” por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo. Y así para cada aspecto de su vida. Precisamente como sucede en la Eucaristía: el pan y el vino no desaparecen, sino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El celo de Pablo permanece, pero se convierte en celo de Cristo. Cambia el sentido, pero el celo es el mismo. Al Señor se le sirve con nuestra humanidad, con nuestras prerrogativas y nuestras características, pero lo que cambia todo no es una idea, sino la vida auténtica, como dice el mismo Pablo: «El que está en Cristo, es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» ( 2 Cor 5,17).
El encuentro con Jesús te cambia desde dentro, te hace otra persona. Si uno está en Cristo es una nueva criatura, este es el sentido de ser una nueva criatura. Convertirse en cristiano no es un maquillaje que te cambia la cara, ¡no! Si tú eres cristiano te cambia el corazón, pero si tú eres cristiano de apariencia, esto no va bien… cristianos de maquillaje no está bien. El verdadero cambio es del corazón. Y esto le sucedió a Pablo.
La pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que también son necesarios pero no la generan; significa más bien recorrer esa misma experiencia de “caída y resurrección” que Saulo/Pablo vivió y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico. Tú puedes estudiar toda la teología que quieras, tú puedes estudiar la Biblia y todo eso y convertirte en ateo o mundano, no es una cuestión de estudios; ¡en la historia ha habido muchos teólogos ateos! Estudiar es necesario, pero no genera la nueva vida de gracia. De hecho, como dice san Ignacio de Loyola: «No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» [2].
Se trata de las cosas que te cambian dentro, que te hacen saber otra cosa, gustar otra cosa. Cada uno de nosotros piense en esto: “¿Yo soy religioso?” – “De acuerdo” – “¿Yo rezo?” – “Sí” – “¿Yo trato de cumplir los mandamientos?” – “Sí” – “Pero ¿dónde está Jesús en mi vida?” – “Ah no, yo hago lo que manda la Iglesia”. Pero Jesús ¿dónde está? ¿Has encontrado a Jesús? ¿Has hablado con Jesús? ¿Lees el Evangelio o hablas con Jesús? ¿Te acuerdas de quién es Jesús? Y esta es algo que nos falta muchas veces, un cristianismo no digo sin Jesús, pero con un Jesús abstracto… Cuando Jesús entra en tu vida, como entró en la vida de Pablo, Jesús entra, cambia todo.
Muchas veces hemos escuchado comentarios sobre la gente: “Mira ese otro, que era un desgraciado y ahora es un hombre bueno, una mujer buena… ¿Quién lo ha cambiado? Jesús, ha encontrado a Jesús. Tu vida que es cristiana ¿ha cambiado? “Eh, no, más o menos, sí…”. Si no ha entrado Jesús en tu vida no ha cambiado. Tú puedes ser cristiano por fuera solamente. No, debe entrar Jesús y esto te cambia y esto le sucedió a Pablo. Es necesario encontrar a Jesús y por esto Pablo decía que el amor de Cristo nos impulsa, lo que te lleva adelante. El mismo cambio les sucedió a todos los santos, que cuando encontraron a Jesús fueron adelante.
Podemos hacer una ulterior reflexión sobre el cambio que tiene lugar en Pablo, el cual de perseguidor se convirtió en apóstol de Cristo. Notemos que en él se verifica una especie de paradoja: mientras se considera justo delante de Dios, se siente autorizado a perseguir, a arrestar, incluso a matar, como en el caso de Esteban; pero cuando iluminado por el Señor Resucitado descubre haber sido “un blasfemo y un violento” (cfr. 1 Tm 1, 13) —así dice de sí mismo: “yo he sido un blasfemador y un violento”—, entonces empieza a ser realmente capaz de amar. Y este es el camino.
Si uno de nosotros dice: “Ah, gracias Señor, porque soy una persona buena, yo hago cosas buenas, no hago pecados grandes…”. Este no es un buen camino, este es un camino de autosuficiencia, es un camino que no te justifica, te hace un católico elegante, pero un católico elegante no es un católico santo, es elegante.
El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, que cambia el corazón. Esta es la pregunta que os hago a todos vosotros hoy: ¿qué significa Jesús para mí? ¿Le he dejado entrar en mi corazón o solamente lo tengo a mano pero que no vaya muy dentro? ¿Me he dejado cambiar por Él? O Jesús es solamente una idea, una teología que va adelante…
Y el celo es que cuando uno encuentra a Jesús siente el fuego y como Pablo debe predicar a Jesús, debe hablar de Jesús, debe ayudar a la gente, debe hacer cosas buenas. Cuando uno encuentra la idea de Jesús permanece un ideólogo del cristianismo y esto no salva, solamente Jesús nos salva, si tú lo has encontrado y le has abierto la puerta de tu corazón. ¡La idea de Jesús no te salva!
Que el Señor nos ayude a encontrar a Jesús, a encontrarnos con Jesús, y que Jesús desde dentro nos cambie la vida y nos ayude a ayudar a los demás.
[1] Cfr. Quaestio “De veritate” 24, 7.
[2] Ejercicios espirituales, Anotaciones, 2, 4.
Mensaje del Prelado (30 marzo 2023)
El prelado del Opus Dei agradece la oración por los preparativos del próximo Congreso General Extraordinario e informa sobre algunos aspectos de su organización.
30/03/2023
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Como sabéis, en la semana de Pascua tendrá lugar el Congreso General Extraordinario para adaptar los Estatutos de la Prelatura al motu proprio Ad charisma tuendum. Os agradezco mucho vuestra contribución en estos meses, con la oración por esos trabajos y, también, con la preparación y el envío de las numerosas sugerencias que se han recibido. Os pido que sigáis rezando por los preparativos y el desarrollo de este Congreso General y por su resultado, que nos ha de ayudar a renovar el deseo de hacer el Opus Dei, en servicio de Dios y de la Iglesia en todo el mundo.
Las sugerencias se han estudiado en Roma, con la ayuda de expertas y expertos, para presentar propuestas concretas en el Congreso. Las que no eran aplicables a la petición de la Santa Sede contenida en el motu proprio se podrán tener en cuenta, como ya adelanté en mi mensaje de octubre, durante las próximas Semanas de trabajo, cuando se convoquen, y servirán para preparar el próximo Congreso General ordinario en 2025. Son un material muy valioso, que os quiero agradecer de nuevo.
Durante esos días, las reuniones de las congresistas y de los congresistas se realizarán en paralelo y participaré en ambas, junto con los Vicarios. Tendrán lugar en las sedes del Colegio Romano de Santa María y del Colegio Romano de la Santa Cruz. Las dos se iniciarán con una Santa Misa. En sucesivas sesiones, se estudiarán las propuestas elaboradas y lo que resulte como texto final se votará el último día. Terminaremos con la bendición con el Santísimo y el rezo del Te Deum.
A diferencia de otros Congresos Generales, ya sean electivos –donde se elige al Prelado– o sean ordinarios –donde se fijan algunas prioridades apostólicas–, en este caso no puede haber una comunicación inmediata del resultado final, pues se debe enviar al Dicasterio del Clero, para el estudio de la Santa Sede, a quien corresponde aprobarlo.
Todos los Congresos Generales son momentos muy especiales de unidad entre toda la Obra, y de la Obra con el Santo Padre y con el conjunto de la Iglesia. En estas semanas, deseamos que esté especialmente presente la aspiración de nuestro Padre: Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam.
Con todo cariño, os bendice,
Vuestro Padre
Roma, 30 de marzo de 2023
Muy humanos, muy divinos (XVII): La delicada fuerza de la confianza
La confianza descubre las potencialidades que se esconden en el interior de cada uno. Nos hace crecer de modo natural, armonioso. Nos hace capaces de más.
29/03/2023
Nadie es un verso suelto: «formamos todos parte de un mismo poema divino»[1]. Los relatos individuales que tejen la historia de los hombres están entrelazados entre sí por relaciones de filiación, de fraternidad, de amistad. Nuestro corazón da sus primeros latidos gracias a la vida de otros, y será luego continuamente animado, consolado, fortalecido —también herido— por quienes compartan con nosotros el camino de la vida. El hecho de que dependamos de ellos, y ellos de nosotros, no es un efecto colateral del pecado original, al que deberíamos resignarnos, sino algo constitutivo de nuestro ser a imagen de Dios.
Aunque nuestra vida en sociedad parece a veces una corriente frenética que tiende a volvernos individualistas, sabemos que solo somos del todo nosotros mismos en la relación, en la interdependencia: solo nos encontramos cuando estamos dispuestos a salir de nosotros mismos. Quienes descubren a fondo esta realidad dejan de ver en sus propios límites obstáculos que les impiden ser felices. Las relaciones se les revelan entonces como puentes que amplían su mundo[2]. Pero no todos hacen este descubrimiento, o no en la misma medida, y por eso en igualdad de condiciones de posición social, de educación, de carácter, distintas personas pueden vivir de modos radicalmente diversos, en función de la calidad de sus relaciones: algunos, perdidos en una multitud solitaria; otros, siempre acompañados y siempre acompañantes.
Una mirada transformadora
Al final de su paso por la tierra, Jesús dice a sus apóstoles: «a vosotros os llamo amigos» (Jn 15,15). Aquel que es perfecto Dios y perfecto Hombre, el modelo al que miramos para aprender a ser hombres, recorre el camino de la vida de la mano de otros. Es algo que percibimos ya desde su primer encuentro con los doce: Jesús entabla con cada uno de ellos una relación que avanza en un crescendo de conocimiento, de amistad, de amor, hasta entregarles abierto de par en par su corazón. El lector del Evangelio conoce las limitaciones, los defectos de los que luego serían columnas de la Iglesia. ¿Acaso Él no los veía? Obviamente que sí, pero la palabra del Verbo es creadora; su mirada de amor los potencia, porque es una mirada llena de confianza. Esos hombres toscos se saben queridos, elegidos, y crecen más de lo que nadie se atrevería a esperar, porque perciben la confianza del Señor en ellos. Así sucede también en nuestra vida, cuando nos damos cuenta del amor que Dios nos tiene. Aunque a menudo hablamos de la importancia de creer en Jesús, no debemos olvidar que lo que más nos transforma es que Él confía en nosotros. Sí, un signo preciso de que nuestra fe va madurando es que nos apoyamos cada vez más en la confianza que Dios tiene en nosotros.
Observemos al discípulo que se mantuvo fiel junto a Jesús al pie de la cruz. ¿Cuál es el secreto de su fortaleza? Quizá precisamente el sobrenombre con el que se refiere a sí mismo: «el discípulo amado». Juan descubre su identidad en el hecho de ser amado por Jesús: eso dilata sus fuerzas, su corazón, y lo hace capaz de una fidelidad admirable. Su relato de la última cena refleja hasta qué punto se había introducido, por la confianza, en el corazón de Jesús. Así es: la confianza nos permite acceder a un conocimiento mucho más profundo del que es posible solo con la razón.
Al igual que se metió en la vida de los Apóstoles, sus amigos, Dios quiere meterse en la nuestra. También nuestra relación de amistad con Él puede seguir entonces esa línea ascendente, de modo que se dilate cada vez más nuestra capacidad de amar. Con un profundo respeto a nuestra libertad, Jesús nos ofrece su amistad, en la que se manifiesta una confianza que nos descubre quiénes somos para Él[3]. Para crecer y ejercitar con soltura nuestra libertad, necesitamos tener cierta seguridad en nosotros mismos; una seguridad fundamentada, sobre todo, en saber que alguien como Él (y ¿quién como Dios?) apuesta por nosotros… Una convicción así hace posible el crecimiento, porque cuando algo bueno nos resulta costoso, cuando no nos vemos capaces de superarnos, la confianza de Dios en nosotros fortalece la nuestra. La confianza sincera descubre las potencialidades que se esconden en el interior de cada uno, sepultadas con frecuencia por una baja autoestima o por el miedo al fracaso, e impulsa a desarrollarlas en servicio de los demás: nos hace crecer de modo natural, armonioso; nos hace capaces de más.
Así es como Jesús quiere a los suyos: sabe a quiénes ha elegido, los conoce mejor que nadie —mejor que ellos mismos— y apuesta por ellos. Sabe hasta dónde pueden llegar y, contando con el tiempo y con su correspondencia, los va llevando poco a poco; no tiene prisa en formarlos, porque sabe que este es un arte que requiere paciencia. Él es un buen maestro y sabe «perder» el tiempo con ellos, como hacen los amigos. Se gana la confianza de los suyos con su cariño y facilita el conocimiento mutuo con su disponibilidad paciente, con su comprensión. Este modo de querer, tan divino y tan humano, forja una verdadera amistad entre el maestro y los discípulos, que los compromete y saca de ellos lo mejor.
Dejando entrar a Dios hasta el fondo
Al Señor «le interesan tus alegrías, tus éxitos, tu amor, y también tus apuros, tu dolor, tus fracasos»[4]. Por eso es necesario hablarle con confianza, abrirle de par en par el corazón, compartir con Él todo lo nuestro. Cuando confiamos de verdad en alguien, nos quitamos las caretas con las que otras veces nos protegemos: en ese momento nos parecen inútiles; sentimos que podemos ser nosotros mismos sin temor. Esta confianza desvela la verdad de nuestro ser y nos da una gran libertad interior. Sabiendo que no hay amistad más sincera que la suya, podemos dejarle entrar hasta el fondo de la casa de nuestra alma. ¿Lo dejaremos acaso en la sala de estar, donde acogemos a los invitados?
A medida que crece la amistad, lo natural será que queramos ir mostrándole cada rincón de nuestra vida: el cuarto de trabajo, para que nos vea realizar nuestra labor escondida; el cuarto de juegos, donde están las cosas que nos ilusionan, los sueños que nos mueven; también le mostraremos el trastero, lleno de cosas, algunas más útiles que otras, y de los pedazos que se nos han ido rompiendo por el camino. Si nos damos a conocer, si encendemos las luces… Él iluminará los rincones que parecen oscuros y nos ayudará a ver esos espacios en los que hemos de poner orden. Y lo hará con claridad, pero sobre todo infundiendo esperanza, pues la suya no es una mirada que juzga, que intimida; es una mirada de amor que fortalece y eleva: es una mirada creadora y redentora.
La confianza llama a la confianza
El amor humano, en sus mejores expresiones, nos habla del amor de Dios. Experimentar en una amistad la fuerza impulsora de la confianza, descubrir que alguien cree en nosotros, es algo que nos mueve a dar lo mejor de nosotros mismos: advertimos que así debe ser la mirada de Dios. Por eso también nosotros hemos de procurar mirar a los demás como Jesús; aprender de Él a ser luz para quienes nos rodean. A medida que experimentamos el valor transformador de la confianza de Dios y de la confianza en Dios, vemos la necesidad de ofrecerla a los demás.
«Dios muchas veces se sirve de una amistad auténtica para llevar a cabo su obra salvadora»[5]. La confianza que se tienen los buenos amigos es con frecuencia el medio que Dios nos ofrece para hacernos ver aquello que quizá no nos atrevemos a afrontar solos. Si tenemos la suerte de contar con amigos de verdad, personas que nos quieren bien, mejores, felices, y nos atrevemos a abrirles esos espacios de intimidad, habremos experimentado muchas veces que nuestro mundo interior se enriquece al compartirlo.
Cuando hay un clima de confianza, no hay miedo a que los demás vean nuestras debilidades y luchas, ni a compartir proyectos y sueños. Sabemos que quien nos quiere nos ayudará precisamente a superar nuestros límites y a evitar que se conviertan en barreras. En la dinámica humana de dar y recibir, darnos implica compartir nuestra singularidad, mostrarnos con autenticidad. Llegar a este punto nos da una libertad muy grande, pero requiere el esfuerzo por salir de nosotros mismos: la disposición a exponernos, aun sabiendo que eso nos hace vulnerables. La confianza llama a la confianza, y el riesgo de ser heridos no es comparable con la ganancia que supone querer y dejarse querer.
Palabra que fortalece, que cura, que anima
La confianza es base para que cualquier relación funcione; para que las personas crezcan personal y profesionalmente; para toda labor de formación. Por eso, cuando queremos ayudar a otras personas, inmediatamente destacamos la importancia de la escucha, la comprensión o la paciencia, etc., pero en realidad necesitamos mucho más: confiar en las personas nos lleva a mirarlas con optimismo, a creer en ellas, a proyectar sus potencialidades, a tener esperanza en lo que pueden llegar a ser, de modo que nos ilusionemos también con sus luchas.
«Siguiendo el ejemplo del Señor —escribe san Josemaría—, comprended a vuestros hermanos con un corazón muy grande, que de nada se asuste, y queredlos de verdad. (...) Al ser muy humanos, sabréis pasar por encima de pequeños defectos y ver siempre, con comprensión maternal, el lado bueno de las cosas»[6].
Actuar así no implica alejarnos de la realidad, dejar de ver los límites o defectos de los demás. Si los queremos bien los querremos mejores: conociéndolos y queriéndolos como son, desde la amistad y fraternidad que nos une, podremos advertirles de los posibles peligros que se les escapen, o podremos sugerirles algo que quizá no entienden a primera vista, y los acompañaremos en el descubrimiento del bien que se esconde detrás de esa nueva perspectiva[7]. El cariño sincero hacia el otro hace posible un clima de libertad, de confianza, que se manifiesta en la claridad con que exponemos por qué vemos que le conviene esforzarse en un determinado punto de lucha, de modo que se sienta acompañado por nosotros en el camino, y no empujado a actuar de manera irracional. «La función del director espiritual es ayudar a que el alma quiera ―a que le dé la gana― cumplir la voluntad de Dios»[8].
A veces puede sucedernos que, queriendo ayudar a alguien que parece no escuchar, nos dejamos llevar por el prejuicio de que en realidad no quiere, no se deja. No podemos olvidar que somos frágiles, y que el camino, además de aprendizajes, en ocasiones deja heridas que tardan en cicatrizar. No pocas veces el dolor que provocado por esos golpes lleva a construir barreras que aíslan, que protegen del posible sufrimiento, pero que también hacen difícil recuperar la confianza necesaria para seguir creciendo.
La palabra que fortalece, que cura, que anima, es la palabra más puramente humana. Solo si hay confianza, cariño sincero, gratuito, conectaremos con el otro, y nuestra palabra participará, con la gracia de Dios, de su poder creador: será entonces manifestación de su amor, y ayudará a cicatrizar esas heridas. «Dios conoce a fondo a cada uno, también los tramos dolientes, y nos mira a todos con ternura. Aprendamos del Señor a mirar así, a comprender a todos (…), a ponernos en el lugar del otro»[9]. Hemos de ser pacientes e ir sembrando confianza con cariño, con detalles que manifiestan nuestro interés sincero. Dios ha querido que necesitemos unos de otros, y actúa en la historia humana a través de los hombres y de las mujeres, contando con cada uno para que nos ayudemos mutuamente.
Quien tiene una responsabilidad sobre otros debe estar prevenido ante el riesgo de querer dar siempre soluciones o respuestas. A veces, casi inconscientemente, podemos pensar que ayudamos al otro cuando logramos que asuma nuestro modo personal de obtener los mejores resultados. Sin embargo, la tarea de formación no consiste en conseguir que el otro camine como nosotros queremos. Pretender que los demás se ajusten a ciertos moldes predeterminados no permite abrirles horizontes; más bien los podría someter a la frustración de quien no logra cumplir con ciertas expectativas.
En realidad, una buena formación es aquella que logra que cada uno sea, de la mano de Dios, el auténtico protagonista de su vida. Quien desea colaborar en esa tarea, tiene el papel de acompañar, de facilitar el conocimiento propio, haciendo buenas preguntas que ayuden a reflexionar, dando más pistas que respuestas, aunque esto requiera más esfuerzo. Cuando es cada uno quien descubre un horizonte y se pone una meta, el esfuerzo por alcanzarla es mucho más eficaz, porque nace de un motor interior. Aun cuando requiera más tiempo lograr los «resultados» que cabría esperar, el mismo esfuerzo irá configurando a la persona de un modo bueno, estable, virtuoso. Haberlo experimentado tantas veces en carne propia nos llevará a dar siempre una gran importancia a la iniciativa personal, y a estimular el protagonismo de cada uno.
La confianza surge allí donde se percibe el amor de Dios, que es paciente, no se irrita, no lleva cuentas del mal, sino que todo lo excusa y todo lo cree (cfr. 1 Co 13,4-7). Quien ama así se convierte en maestro, en referente firme, en fuerza delicada que lleva a los demás mucho más lejos de lo que parecería posible. ¡Cuántas sorpresas nos llevamos cuando respetamos esa tierra sagrada que son los demás! El Espíritu Santo puede entonces ayudarlos a dar la mejor versión de sí mismos. Si tenemos esperanza en lo que pueden llegar a ser, si confiamos en la gracia y en todo lo bueno que Dios pone en ellos, les daremos alas para volar.
[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 111.
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1937.
[3] Cfr. Sal 8,5-7: «¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo de Adán, para que te cuides de él? Lo has hecho poco menor que los ángeles, le has coronado de gloria y honor. Le das el mando sobre las obras de tus manos».
[4] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 218.
[5] F. Ocáriz, Carta pastoral, 1-XI-2019, n. 5.
[6] San Josemaría, Carta 27, n. 35.
[7] F. Ocáriz, Carta pastoral, 16-II-2023, nn. 3-6.
[8] San Josemaría, Carta26, n. 38.
[9] F. Ocáriz, Carta pastoral, 16-II-2023, n. 15.
¿Qué sentido tiene la mortificación cristiana?
Varios profesores de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra explican el sentido de la mortificación cristiana.
13/02/2023
Ofrecemos cuatro artículos sobre el sentido de la mortificación cristiana:
1. Imitar a Cristo: escrito por Javier Sesé, Doctor en Sagrada Teología por la Universidad de Navarra.
Es propio de una persona enamorada y agradecida devolver amor por amor; y el amor se manifiesta con palabras y con obras. Cuanto mayor es el amor, más encendidas son las palabras y más generosas y sacrificadas las obras.
Por eso, los cristianos enamorados de todos los tiempos se han esforzado por manifestar su amor a Dios con las palabras (oración) y los hechos (sacrificio), respondiendo así al amor de Dios manifestado en su Palabra (predicación, evangelio, enseñanza) y su Sacrificio en la Cruz.
2. ¿Qué actitud mostró Jesús ante las prácticas penitenciales? Escrito por Juan Chapa, Doctor en Teología por la Universidad de Navarra.
A la luz del valor de la muerte de Cristo en la cruz, por la que los hombres son redimidos de sus pecados, los cristianos entendieron que las prácticas penitenciales —sobre todo el ayuno, la oración y la limosna— y cualquier sufrimiento no sólo se ordenaban a la conversión sino que podían asociarse a la muerte de Jesús como medio de participar en el sacrificio de Cristo y corredimir con él.
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3. Orar en cuerpo y alma: artículo de Jutta Burggraf, que fue Doctora en Teología por la Universidad de Navarra.
Hay cosas que no comprendemos. Sólo podemos acercarnos a ellas con fe. Y con amor. ¿Por qué Jesucristo murió en una cruz? ¿Fue necesaria esta horrible pasión para liberarnos de nuestras oscuridades interiores? Desde luego que no. Dios habría podido perdonar nuestros pecados de mil maneras distintas, o simplemente no perdonarlos.
Probablemente, ha elegido la más impresionante de todas, aquella que manifiesta más claramente la locura de su gran amor: se ha hecho hombre –uno de nosotros–, y ha compartido las alegrías y durezas de nuestra vida hasta el final.
4. La belleza de los santos y la mortificación. El autor es Pablo Marti del Moral, Doctor en Teología por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
En el Cristianismo la mortificación no busca el dolor por el dolor. En este sentido, para entender la mortificación del cuerpo hay que ponerla junto a la imagen de un santo: cuadra con la sonrisa de Juan Pablo II o con la paz de Teresa de Calcuta en medio de los más pobres entre los pobres.
Valoradas ambas premisas, si entramos en el fondo del asunto, encontramos que la mortificación del cuerpo responde fundamentalmente a dos motivaciones: el autocontrol o dominio de sí mismo y el embellecimiento de la persona.
Textos del beato Álvaro sobre la Cuaresma y la Semana Santa
Ofrecemos varios textos del beato Álvaro del Portillo, sobre los domingos de Cuaresma y sobre la Semana Santa, en el aniversario de su nacimiento (11 de marzo de 1914).
11/03/2019
Índice
Hacia la Cuaresma
Poner por obra la recomendación de la Iglesia de crecer en espíritu de penitencia y de mortificación.
(Texto del 2 de febrero de 1985 publicado en Caminar con Jesús al compás del año litúrgico, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2014, pp. 109-112).
Dentro de poco comenzará la Cuaresma, tiempo que la Iglesia dedica a la purificación y a la penitencia, recordando los cuarenta días de oración y ayuno con que Jesucristo se preparó para su ministerio público. Querría que a lo largo de esas semanas, siguiendo fielmente el espíritu del Evangelio, todos nosotros —y las personas que se acogen al calor de nuestro camino— nos decidiéramos de verdad a seguir las recomendaciones del Señor, que la liturgia recoge en la Misa del Miércoles de Ceniza[1], cuando nos invita a incrementar el ayuno, la oración y las obras de caridad —las tres prácticas penitenciales por excelencia— con rectitud de intención y con alegría, pidiendo a Dios que, al luchar contra el espíritu del mal, seamos protegidos con las armas de la austeridad[2].
La Cuaresma es una llamada apremiante a vigilar contra las asechanzas del Maligno, empuñando las armas de la oración y de la penitencia. Con palabras de nuestro Padre, muchas veces os he recordado que «el demonio no se toma vacaciones», que no ceja nunca en su empeño de apartar las almas de Dios. (...) Hemos de dar —entre nuestros colegas, amigos y parientes— un testimonio decidido y generoso de reciedumbre y de templanza, de austeridad en el uso de los bienes de la tierra y de sobriedad en las comidas y bebidas. Está en juego la autenticidad de nuestra vocación y la realidad de nuestro servicio a la Iglesia, porque una persona, si se deja prender por los atractivos de las cosas materiales, pierde la eficacia apostólica en esta batalla por la gloria de Dios y la salvación de las almas, que estamos combatiendo (...).
[Los aniversarios de la historia del Opus Dei] tienen el denominador común del espíritu de oración y de penitencia de nuestro amadísimo Padre. El Espíritu Santo le empujó —en los primeros años y siempre— a prácticas heroicas de penitencia, porque había de ser el fundamento de esta divina construcción, que ha de durar siglos. ¡Cuántas veces, al hablar de la expansión de la Obra, afirmaba que se había ido difundiendo por todas partes al paso de Dios, con la oración y mortificación suya y de muchas otras personas! Comentaba también que, marcando ese paso de Dios, iba el son de sus disciplinas..., y —añado yo— de la heroica sobriedad de nuestro Fundador, que supo mortificarse lo indecible en la comida, en la bebida, en el descanso, siempre con una sonrisa, para ser el instrumento idóneo en manos de Dios y hacer así el Opus Dei en la tierra.
También ahora rige la misma ley, hijas e hijos míos. También ahora la mortificación y la penitencia, la austeridad de vida, son necesarias para que la Obra se desarrolle al paso de Dios. Y nos toca a nosotros —a ti y a mí, a cada una y a cada uno— seguir los pasos de nuestro Padre, del modo más adecuado a las circunstancias personales. (...) Deseo que consideréis, concretamente, cómo estáis viviendo las indicaciones sobre templanza que os vengo dando desde hace algún tiempo, para ayudaros a vivir delicadamente esta virtud. No las consideréis, hijos, como algo negativo. Por el contrario, vedlas como disposiciones que —si se viven con generosidad y alegría— aligeran de peso nuestra alma y la hacen más capaz de elevarse —«como esas aves de vuelo majestuoso, que parecen mirar el sol de hito en hito»— a las alturas de la vida interior y del apostolado.
Examínate con valor y sinceridad: ¿cultivo la templanza en todos los momentos de mi vida? ¿Mortifico la vista con naturalidad, sin rarezas, pero realmente, cuando voy por las calles o leo el periódico? ¿Lucho contra la tendencia a la comodidad? ¿Evito crearme necesidades? ¿Sé poner «entre los ingredientes de la comida, "el riquísimo" de la mortificación»[3], y me mortifico voluntariamente en la bebida? ¿Me dejo llevar por la excusa de que esa conducta llamaría la atención en mi ambiente, en mi círculo de amigos, entre mis relaciones sociales? (...)
No perdáis de vista, además, que el ejemplo de una vida sobria constituye el bonus odor Christi[4] [el buen aroma de Cristo] que atrae a otras almas. Muchas personas, jóvenes y menos jóvenes, están hastiadas de llevar una vida fácil, muelle, sin relieve humano ni sobrenatural. El testimonio de nuestra vida entregada, el ambiente de nuestros Centros, de nuestros hogares —un ambiente de austeridad alegre, de exigencia y de comprensión al mismo tiempo, sin concesiones a la facilonería—, viene a ser como un imán que atrae a los más nobles, a los más sinceros, a los más deseosos de cosas grandes. Y éstas son las personas que el Señor quiere necesitar, para llegar a la masa de la humanidad —nos interesan todas las almas— con nuestra actuación, a modo de fermento.
[1] Cfr. Misal Romano, Miércoles de Ceniza (Evangelio: Mt 6, 1-6. 16-18).
[2] Misal Romano, Miércoles de Ceniza (Oración Colecta).
[3] San Josemaría, Forja, n. 783.
[4] 2 Cor 2, 15.
Domingo I de Cuaresma
Incrementar la lucha ascética personal y la práctica de las obras de misericordia, especialmente la de difundir la buena doctrina.
(Texto del 1 de febrero de 1989 publicado en Caminar con Jesús al compás del año litúrgico, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2014, pp. 126-130).
«Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación»[1], [hemos leído] (…) en la liturgia de la Misa, al inicio de la Cuaresma. Aunque no hay época del año que no sea rica en dones divinos, este tiempo lo es de modo particular, por servir de preparación inmediata a la Pascua, la solemnidad más grande del año litúrgico. En los días de Semana Santa, en efecto, la Iglesia recuerda y revive la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, por las que el demonio ha sido vencido, el mundo redimido de los pecados y los hombres hechos hijos de Dios.
«Entramos en la Cuaresma, es decir, en una época de fidelidad mayor al servicio del Señor. Viene a ser —escribe el Papa san León— como si entrásemos en un combate de santidad»[2]. ¡Qué familiares suenan estas palabras, claro reflejo de la Tradición viva de la Iglesia, en los oídos de los hijos de Dios en el Opus Dei! Son exhortaciones a no cejar en la pelea interior, a no concedernos tregua en la lucha contra los enemigos de nuestra santificación.
Esta pelea, lo sabemos bien, es deber de todos los cristianos. Al recibir las aguas del Bautismo, prometimos —y lo hemos ratificado luego en el Sacramento de la Confirmación— renunciar a Satanás y a todas sus obras, para servir solamente a Jesucristo. Un compromiso que exige un combate perenne. «Este es nuestro destino en la tierra: luchar, por amor, hasta el último instante. Deo gratias!»[3], escribió nuestro Padre el último día de 1971, sintetizando sus propósitos y sus anhelos después de muchos años de pelea personal constante (…).
Siendo la Cuaresma, como antes os recordaba, una época de más rigor en la pelea, deseo invitaros a renovar vuestro combate con la ayuda del Señor, en estas semanas de preparación para la Pascua. ¿Cómo lo haremos? Cada uno de vosotros, hijas e hijos míos, responsable y libremente, procurará concretar lo que os señalo —«hacerse un traje a la medida», diría nuestro queridísimo Padre—, de acuerdo con las necesidades de su alma, a la luz de los consejos que reciba en la Confesión sacramental, en la charla fraterna [dirección espiritual personal] y en los Círculos.
La ascética cristiana ha reconocido siempre, como especialmente propios de este tiempo litúrgico, la oración, el ayuno y la limosna; es decir, el amor a Dios —manifestado en la oración de la mente y en la oración de los sentidos, que eso es la mortificación— y el amor a todas las almas, mediante la práctica generosa de las obras de misericordia y de apostolado.
Me gustaría, pues, que todos a una, latiendo nuestros corazones al unísono, nos planteásemos decididamente en esta Cuaresma vivir con mayor intensidad, cada día, la oración mental y vocal; ser generosos en la mortificación de los sentidos, mirando la Cruz de Cristo; y practicar con más asiduidad las obras espirituales y corporales de misericordia. He escrito con más asiduidad, porque todos los días, con distintos matices, se nos presentarán muchas ocasiones de llevar a Cristo a otras almas, o de encontrarle y servirle en las personas que nos rodean en la convivencia ordinaria.
En estas líneas, hijas e hijos míos, deseo recordaros una de las principales manifestaciones de misericordia con las almas: enseñar al que no sabe. La necesidad de llevar a cabo un generoso apostolado de la doctrina, que se robustece con la formación que recibimos y es tan querido y deseado por todos en el Opus Dei, nos hace presente lo que tantas veces enseñó nuestro Padre: que «el mejor servicio que podemos hacer a la Iglesia y a la humanidad es dar doctrina. Gran parte de los males que afligen al mundo se deben a la falta de doctrina cristiana (...). Toda nuestra labor tiene, por tanto, realidad y función de catequesis. Hemos de dar doctrina en todos los ambientes»[4].
Para esto se requiere, en primer lugar, que tengamos doctrina clara, abundante, segura: ¡cuidadme los medios de formación que la Prelatura dispensa a manos llenas! Acudid a las clases y Círculos, a las meditaciones y charlas, a los retiros... con «la ilusión de la primera vez», aunque hayan transcurrido muchos años desde entonces, y con deseos sinceros de sacarles el provecho que encierran. Sólo así estaréis en condiciones de ayudar a tantas personas que la Divina Providencia pone diariamente a vuestro lado para que alumbréis su inteligencia y su conducta con la luz de la doctrina católica.
Resulta urgente y necesario realizar una siembra generosa de doctrina, en todos los campos de la actividad humana. Cada cristiano debería sentirse personalmente responsable de hacer llegar a su entorno concreto, a su ambiente, las enseñanzas que Jesucristo ha entregado a su Esposa para que las conserve intactas y las transmita de generación en generación. Todos, en efecto, en virtud del Bautismo recibido, estamos llamados a colaborar en la misión evangelizadora de la Iglesia. Piensa ahora por tu cuenta, hija mía, hijo mío, cómo estás contribuyendo al cumplimiento de ese divino encargo:id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura...[5], en todas las circunstancias de tu trabajo profesional, de tu caminar junto a las demás personas en esta etapa de la historia.
[1] Misal Romano, Miércoles de Ceniza (Segunda lectura: 2 Cor 6, 2).
[2] San León Magno, Homilía 39, 3.
[3] San Josemaría, Nota manuscrita del 31-XII-1971.
[4] San Josemaría, Carta 9-I-1932, nn. 27-28.
[5] Mc 16, 15.
Domingo II de Cuaresma
Los detalles de caridad fraterna y de servicio a los demás ayudan a mejorar el espíritu de penitencia
(Texto del 1 de febrero de 1993, publicado en “Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 120-121).
El servicio a los demás, concretado en la preocupación por sus necesidades espirituales y materiales, constituye una de las tradicionales prácticas de la piedad cristiana que la Iglesia pone en primer plano especialmente durante la Cuaresma. De cara a este tiempo litúrgico, deseo que cuidéis de modo particular —junto con una mayor exigencia en la oración y en la mortificación— los detalles concretos de caridad fraterna, como nos enseñó nuestro santo y amadísimo Fundador, «para que nuestras conversaciones no giren en torno a nosotros mismos, para que la sonrisa reciba siempre los detalles molestos, para hacer la vida agradable a los demás»[1].
Más aún, os pido —nos pide a todos la Trinidad Beatísima— que busquemos las ocasiones para mejorar nuestro espíritu de penitencia precisamente en el servicio a quienes están a nuestro alrededor, por el motivo que sea, aunque sea unos pocos instantes: en nuestra vida en familia, en el seno de las familias de mis hijas y de mis hijos Agregados o Supernumerarios, en la convivencia diaria con los colegas y compañeros de trabajo... En una palabra, poned en práctica el consejo del Apóstol: llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo[2]. Nuestro Padre lo comentaba así: «Debéis tener empeño, un empeño muy particular en hacer agradable la vida a los demás, sin mortificaros jamás unos a otros. Diciendo: me voy a fastidiar yo un poco, para hacer más amable el camino divino de los demás»[3]. Y añadía: «Que os sepáis fastidiar alegremente y discretamente para hacer agradable la vida a los demás, para hacer amable el camino de Dios en la tierra. Este modo de proceder es verdadera caridad de Jesucristo»[4].
Exigíos en este campo, hijas e hijos míos, atribuyendo mucha importancia a las pequeñas mortificaciones que hacen más alegre y amable el camino de los demás, viendo siempre en ellos a Cristo, sin olvidar que «una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia»[5]. De este modo, vuestros pequeños sacrificios subirán al Cielo in odorem suavitatis[6], como el incienso que se quema en honor del Señor, y se reforzará la fuerza de vuestras oraciones por la Iglesia, por la Obra, por mis intenciones.
[1] San Josemaría, Notas de una meditación, 13-IV-1954 (AGP, biblioteca, P01, IV-1963, p. 10).
[2] Gal 6, 2.
[3] San Josemaría, Notas de una meditación, 13-IV-1954 (AGP, biblioteca, P01, IV-1963, p. 12).
[4] Ibid., p. 11.
[5] San Josemaría, Forja, n. 149.
[6] Ef 5, 2.
Domingo III de Cuaresma
La confesión de los pecados en el sacramento de la Penitencia es fuente de alegría
(Texto del 16 de enero de 1984, publicado en “Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 122-124).
Deseo, hijos míos, que vuestra alma rebose siempre de gozo, y que lo transmitáis a las personas que tenéis alrededor. Pero no olvidéis que la alegría es consecuencia de la paz interior —y, por tanto, de la lucha de cada uno contra sí mismo—, y que en esa pelea personal la verdadera paz es inseparable de la compunción, del dolor humilde y sincero por nuestras faltas y pecados, que Dios perdona en el Santo Sacramento de la Penitencia, dándonos además su fuerza para pelear con más empeño.
Hijas e hijos míos, cuidad con esmero la Confesión sacramental (…), que es una de las Normas de nuestro plan de vida; esforzaos de verdad por alejar de este Sacramento Santo la rutina o el acostumbramiento; exigíos en puntualidad; preparadla con amor, pidiendo al Espíritu Santo sus luces para ir a la raíz de vuestras faltas; fomentad la contrición, sin darla nunca por supuesta; haced vuestros propósitos y luchad para ponerlos en práctica, contando siempre con la gracia sacramental, que obrará maravillas en nuestras almas, si no ponemos obstáculos a su acción.
Y con esta determinación renovada para confesaros mejor vosotros mismos, lanzaos sin tregua al apostolado de la Confesión, que tan urgente es en estos tiempos de la vida del mundo y de la Iglesia. ¡Con qué fuerza lo predicaba nuestro Padre!: «¡El Señor está esperando a muchos para que se den un buen baño en el Sacramento de la Penitencia! Y les tiene preparado un gran banquete, el de las bodas, el de la Eucaristía; el anillo de la alianza y de la fidelidad y de la amistad para siempre. ¡Que vayan a confesar! (...). ¡Que sea mucha la gente que se acerque al perdón de Dios!»[1].
El retorno a la amistad con Dios, rota por el pecado, es la raíz de la verdadera y más profunda alegría, que tantos hombres y mujeres buscan afanosamente sin encontrarla. Recordádselo con santa audacia, hijas e hijos míos, a vuestros parientes, a vuestras amistades, a vuestros colegas de trabajo, a cuantas personas tengáis ocasión de tratar, convencidos de que las abundantes gracias [de estos días] (…), que estamos celebrando en unión con la Iglesia universal, son poderosas para despertar las conciencias, mover los corazones al arrepentimiento y la voluntad a los propósitos de conversión. No cortéis por falsas prudencias o por respetos humanos ese carisma de la Confesión que, en frase del Santo Padre Juan Pablo II, distingue a los miembros del Opus Dei. Meditad con frecuencia que la amistad con Dios —y, por tanto, la piadosa recepción del Sacramento de la Penitencia— es el punto de partida indispensable para que vuestro apostolado personal produzca sólidos frutos (…).
A mis hijos sacerdotes, a todos, quiero insistirles en que dediquen mucho tiempo —todo el que puedan— a administrar el perdón de Dios en este Sacramento de reconciliación y de alegría. Estad siempre disponibles para atender a las almas. Buscad con pasión —la administración del Santo Sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual son una de nuestras “pasiones dominantes"— la oportunidad de aumentar vuestra labor de confesonario. Experimentaréis así la alegría del Buen Pastor, que sale en busca de la oveja perdida y, cuando la halla, se la pone sobre los hombros muy gozoso[2]. Y haced partícipes de esta alegría a otros muchos hermanos vuestros en el sacerdocio, para que sean cada vez más los que administren la misericordia divina en este Sacramento del perdón.
[1]San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 6-VII-1974 (AGP, biblioteca, P04, 1974 vol. II, p. 214).
[2]Lc 15, 5.
Domingo IV de Cuaresma
La fiesta de san José invita a renovar la entrega a Dios y a recomenzar la lucha ascética
(Texto del 1 de marzo de 1984, publicado en "Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 116-120).
Crecer en vida interior es una exigencia de nuestra vocación divina. Crecer significa renovarse, abandonar lo que se ha hecho viejo —con la vejez del acostumbramiento, de la rutina, de la tibieza— y reencontrar la juventud de espíritu, que únicamente brota de un corazón enamorado. Así nos lo recalcó nuestro Fundador, que cada día sabía hallar en la Santa Misa —ese «encuentro personalísimo con el Amor de mi alma»[1], decía— el impulso para renovar y acrecentar constantemente su entrega, porque —añadía— «soy joven, y lo seré siempre, ya que mi juventud es la de Dios, que es eterno. Jamás podré con este amor sentirme viejo»[2].
También nosotros, hijas e hijos míos, hemos de mantener joven y vibrante nuestra respuesta a la llamada que recibimos, nuestra entrega, sin reservarnos nada: proyectos, afectos, recuerdos, ilusiones... todo ha de estar bien abandonado en el Señor —relictis omnibus![3]—, si de verdad deseamos ser fieles a esta vocación divina. Examinaos con valentía, con sinceridad, con hondura: ¿cómo he vivido este año las obligaciones —¡gustosas obligaciones!— de mi compromiso de amor? ¿Me he esmerado con el Señor en delicadezas de persona enamorada o, por el contrario, he soslayado alguna de las consecuencias concretas de la entrega? ¿He luchado decididamente contra todo aquello que podía entibiarla? Fomentad en vuestro examen el dolor de amor, porque todos podíamos haber puesto más cariño y más debida exigencia en nuestro trato con Dios. Y si descubrís algo que os ate a cosas que no sean las suyas (…), reaccionad con energía, porque hemos sido escogidos para ser santos de verdad, para dar la caza al Amor que no conoce fin: ese Amor que nos enciende cada día, que nos mantiene siempre jóvenes —con una juventud de alma y de espíritu—, aunque transcurra el tiempo y en el cuerpo se perciba el desgaste de los años.
Al renovar vuestra entrega el próximo día 19[4], considerad la fidelidad de san José a su vocación específica, teniendo delante de los ojos el ejemplo heroico de nuestro Padre. Llevad a vuestra meditación personal —como ya habréis hecho a lo largo de estas semanas— la vida del santo Patriarca, que no regateó esfuerzos para dar cumplimiento a la misión que le había sido confiada. «Mirad, nos enseñaba nuestro Fundador: ¿qué hace José, con María y con Jesús, para seguir el mandato del Padre, la moción del Espíritu Santo? Entregarle su ser entero, poner a su servicio su vida de trabajador. José, que es una criatura, alimenta al Creador; él, que es un pobre artesano, santifica su trabajo profesional (...). Le da su vida, le entrega el amor de su corazón y la ternura de sus cuidados, le presta la fortaleza de sus brazos, le da... todo lo que es y puede»[5] (…).
Cuando la pelea resulta fácil y cuando se presente difícil, cuando el entusiasmo acompaña y cuando falta la ilusión humana, cuando se recogen victorias y cuando parece que sólo cosechamos fracasos..., mantened vivo el sentido del deber: ¡seamos leales! El Señor no se cansa nunca de nosotros: nos perdona una vez y otra, nos llama cada día, con una sucesión ininterrumpida de mociones que nos transforman —si procuramos corresponder a esas gracias— en instrumentos aptos, aunque no nos demos cuenta (…).
Os pido también una constancia diaria en ese apostolado de la Confesión, que la Iglesia espera de nosotros y que es el requisito indispensable para realizar una honda labor de almas. Derrochad mucha paciencia con las personas que tratáis, sin desanimaros cuando no respondan. Dedicadles tiempo, queredlas de verdad, y acabarán rindiéndose al Amor de Dios que descubrirán en vuestra conducta.
[1]San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 15-III-1969 (AGP, biblioteca, P01, 1969, p. 403).
[2] Ibid., pp. 405-406.
[3] Lc 5, 11.
[4] N. ed. En la fiesta de san José, los fieles del Opus Dei renuevan personalmente, sin ninguna formalidad,los compromisos que libremente asumieron al incorporarse a la Obra. Es buen momento para que los cristianos renueven sus compromisos bautismales.
[5]San Josemaría, Notas de una meditación, 19-III-1968 (AGP, biblioteca, P09, p. 99).
Domingo V de Cuaresma
La verdadera felicidad sólo se encuentra en la Cruz. Darse a los demás, por amor de Dios, es la receta para ser dichosos también en la tierra
(Texto del 1 de abril de 1993, publicado en “Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 164-168)
Hemos llegado a los umbrales de la Semana Santa. Dentro de pocos días, al asistir a las ceremonias litúrgicas del solemne Triduo Pascual, participaremos en las últimas horas de la vida terrena de Nuestro Señor Jesucristo, cuando se ofreció al Eterno Padre como Sacerdote y Víctima de la Nueva Alianza, sellando con su Sangre la reconciliación de todos los hombres con Dios. A pesar de su carga dramática, a la que no debemos ni podemos acostumbrarnos —¡el Inocente cargado con las culpas de los pecadores, el Justo que muere en lugar de los injustos!—, la tragedia de la Semana Santa es fuente de la más pura alegría para los cristianos. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor![1], canta la Iglesia en el Pregón pascual, a propósito del pecado de nuestros primeros padres, y queremos decir nosotros de nuestros errores personales diarios, si nos sirven para rectificar llenos de dolor de amor y crecer en espíritu de compunción.
Os aconsejo, hijas e hijos míos, que en estas jornadas santas que se avecinan procuréis fomentar en vuestras almas muchos actos de reparación y de dolor —dolor de amor—, pidiendo al Señor perdón por vuestras faltas personales y por las de la humanidad entera. Poneos con el pensamiento y el deseo junto a Cristo, en aquellas pruebas amargas de la Pasión, y tratad de consolarle con vuestras palabras llenas de cariño, con vuestras obras fieles, con vuestra mortificación y vuestra penitencia generosas, sobre todo en el cumplimiento de los deberes de cada momento. Si lo hacéis así, estad seguros de que ayudaréis a Jesús a llevar la Cruz —esa Cruz que pesa y pesará sobre el Cuerpo místico de Cristo hasta el final de los siglos—, siendo con Él corredentores. Participaréis de la gloria de su Resurrección, porque habréis padecido con Él[2], y quedaréis colmados de alegría, de una alegría que nada ni nadie os podrá quitar[3].
No olvidemos nunca, hijas e hijos de mi alma, que el gaudium cum pace, la alegría y la paz que el Señor nos ha prometido si somos fieles, no depende del bienestar material, ni de que las cosas salgan a la medida de nuestros deseos. No se funda en motivos de salud, ni en el éxito humano. Esa sería, en todo caso, una felicidad efímera, perecedera, mientras que nosotros aspiramos a una bienaventuranza eterna. La alegría profunda, que llena completamente al alma, tiene su origen en la unión con Nuestro Señor. Recordad aquellas palabras que nuestro amadísimo Fundador nos repitió en una de sus últimas tertulias: «Si quieres ser feliz, sé santo; si quieres ser más feliz, sé más santo; si quieres ser muy feliz —¡ya en la tierra!—, sé muy santo»[4].
Hija mía, hijo mío: la receta viene muy experimentada, porque nuestro santo Fundador, que tanto sufrió por el Señor, fue felicísimo en la tierra. Mejor dicho: precisamente por haberse unido íntimamente a Jesucristo en la Santa Cruz —en esto consiste la santidad, en identificarnos con Cristo crucificado—, recibió el premio de la alegría y de la paz.
Escuchad lo que nos confiaba en 1960, predicando una meditación el día de Viernes Santo. Rememoraba en su oración personal esa forja de sufrimientos que fue su vida, y nos animaba a no tener «miedo al dolor, ni a la deshonra, sin puntos de soberbia. El Señor, cuando llama a una criatura para que sea suya, le hace sentir el peso de la Cruz. Sin ponerme de ejemplo, os puedo decir que a lo largo de mi vida yo he sufrido dolor, amargura. Pero en medio de todo me he encontrado siempre feliz, Señor, porque Tú has sido mi Cirineo.
»¡Rechaza el miedo a la Cruz, hijo mío! ¿Ves a Cristo clavado en ella y, sin embargo, buscas sólo lo placentero? ¡Esto no va! ¿No te acuerdas de que no es el discípulo más que su Maestro? (cfr. Mt 10, 24).
»Señor, una vez más renovamos la aceptación de todo aquello que se llama en ascética tribulación, aunque a mí no me gusta esta palabra. Yo no tenía nada: ni años, ni experiencia, ni dinero; me encontraba humillado, no era... ¡nada, nada! Y de ese dolor llegaban salpicaduras a los que se hallaban a mi lado. Fueron años tremendos, en los que sin embargo jamás me sentí desgraciado. Señor, que mis hijos aprendan de mi pobre experiencia. Siendo miserable, no estuve nunca amargado. ¡He caminado siempre feliz! Feliz, llorando; feliz, con penas. ¡Gracias, Jesús! Y perdona por no haber sabido aprovechar mejor la lección»[5].
Al meditar estas palabras de nuestro Padre, la conclusión que hemos de sacar es clara: no debemos perder nunca, en ninguna circunstancia, la alegría sobrenatural que dimana de nuestra condición de hijos de Dios. Si alguna vez nos falta, acudiremos inmediatamente a la oración y a la dirección espiritual, al examen de conciencia bien hecho, para descubrir la causa y poner el remedio oportuno.
Es cierto que, en ocasiones, esa ausencia de alegría puede nacer de la enfermedad o del cansancio; es entonces obligación grave de los Directores facilitar a esos hermanos suyos el descanso y los cuidados oportunos, vigilando para que nadie —por un recargo excesivo de trabajo, por falta de sueño, por agotamiento o por la razón que sea— llegue a ponerse en una situación que causa un daño a su respuesta interior.
En otros momentos, como nos señalaba nuestro Padre, la pérdida de la alegría esconde raíces ascéticas. ¿Sabéis cuál es la más frecuente? La preocupación excesiva por la propia persona, el dar vueltas y revueltas en torno a uno mismo. Con lo poquita cosa que somos cada uno, ¿cómo se te ocurre a veces, hijo mío, hija mía, girar alrededor de tu propio yo? «Si nos amamos a nosotros mismos de un modo desordenado —escribe nuestro Padre—, motivo hay para estar tristes: ¡cuánto fracaso, cuánta pequeñez! La posesión de esa miseria nuestra ha de causar tristeza, desaliento. Pero si amamos a Dios sobre todas las cosas, y a los demás y a nosotros mismos en Dios y por Dios, ¡cuánto motivo de gozo!»[6].
Este ha sido el ejemplo del Maestro, que entregó su vida por nosotros. Vamos, pues, a corresponder de modo igual por Él y por los demás. Vamos a alejar de nuestro horizonte cotidiano cualquier preocupación personal; y si nos asalta alguna, la abandonaremos con plena confianza en el Sagrado Corazón de Jesús, en el Corazón Dulcísimo de María, nuestra Madre, y nos quedaremos tranquilos. Nosotros, hijas e hijos míos, hemos de preocuparnos —mejor dicho, hemos de ocuparnos— sólo de las cosas de Dios, que son las cosas de la Iglesia, de la Obra, de las almas. ¿No os dais cuenta de que hasta humanamente salimos ganando? Y, además, sólo así estaremos siempre llenos del gaudium cum pace y atraeremos a muchas otras personas a nuestro camino.
[1]Misal Romano, Vigilia Pascual (Pregón pascual).
[2]Cfr. Rm 8, 18.
[3]Cfr. Jn 16, 22.
[4]San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 7-VI-1975 (AGP, biblioteca, P01, VII-1975, p. 219).
[5] San Josemaría, Notas de una meditación, 15-IV-1960.
[6]San Josemaría, Carta 24-III-1931, n. 25.
Semana Santa
Acompañar a Cristo en la pasión
(Texto del 1 de abril de 1987, publicado en “Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 152-157).
Se aproximan los días de la Semana Santa, en los que la Iglesia celebra de modo solemne el adorable misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; y estas fechas son especialmente apropiadas para poner en práctica aquel consejo de nuestro Padre: «¿Quieres acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas»[1].
Sí, hijas e hijos míos. Hemos de procurar ser uno más, viviendo en intimidad de entrega y de sentimientos, los diversos pasos del Maestro durante la Pasión; acompañar con el corazón y la cabeza a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen en aquellos acontecimientos tremendos, de los que no estuvimos ausentes cuando sucedieron, porque el Señor ha sufrido y ha muerto por los pecados de cada una y de cada uno de nosotros. Pedid a la Trinidad Santísima que nos conceda la gracia de entrar más a fondo en el dolor que cada uno ha causado a Jesucristo, para adquirir el hábito de la contrición, que fue tan profundo en la vida de nuestro santo Fundador, y le llevó a heroicos grados de Amor.
Meditemos a fondo y despacio las escenas de estos días. Contemplemos a Jesús en el Huerto de los Olivos, miremos cómo busca en la oración la fuerza para enfrentarse a los terribles padecimientos, que Él sabe tan próximos. En aquellos momentos, su Humanidad Santísima necesitaba la cercanía física y espiritual de sus amigos; y los Apóstoles le dejan solo: ¡Simón!, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?[2]. Nos lo dice también a ti y a mí, que tantas veces hemos asegurado, como Pedro, que estábamos dispuestos a seguirle hasta la muerte y que, sin embargo, a menudo le dejamos solo, nos dormimos. Hemos de dolernos por estas deserciones personales, y por las de los otros, y hemos de considerar que abandonamos al Señor, quizá a diario, cuando descuidamos el cumplimiento de nuestro deber profesional, apostólico; cuando nuestra piedad es superficial, ramplona; cuando nos justificamos porque humanamente sentimos el peso y la fatiga; cuando nos falta la divina ilusión para secundar la Voluntad de Dios, aunque se resistan el alma y el cuerpo.
En cambio —empapémonos de esta realidad, actual entonces como ahora—, los enemigos de Dios están en vela: Judas, el traidor, y la chusma no se han concedido reposo, y llegan en plena noche para entregar con un beso al Hijo del hombre. Sigue golpeando en mi alma la impresión que me produjo, en México, la imagen de Cristo crucificado con una llaga tremenda en la mejilla —el beso de Judas—, imaginada por la piedad del pueblo cristiano, para simbolizar la herida que causó en su Corazón la defección de uno de los que Él había elegido personalmente.
Hijos de mi alma: ¡que no nos separemos nunca del Señor! Dejadme que insista: vamos a procurar seguirle muy de cerca, para que no se repita —en lo que dependa de nosotros— la indiferencia, el abandono, los besos traidores... En estos días, y siempre, «deja que tu corazón se expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que se escapa —que eres cobarde, como los otros—, pide perdón por tus cobardías y las mías»[3], agarrado de la mano de tu Madre santa María, para que Ella infunda en tu alma un afán decidido y sincero, ¡operativo!, de fidelidad a ese Cristo que se entrega por nosotros.
Después del prendimiento en Getsemaní, acompañamos a Jesús a casa de Caifás y presenciamos el juicio —parodia blasfema— ante el Sanedrín. Abundan los insultos de los fariseos y levitas, las calumnias de los falsos testigos, bofetadas como aquélla, cobarde, del siervo del Pontífice, y suenan de forma sobrecogedora las negaciones de Pedro: ¡qué dolor el de nuestro Jesús, y qué lecciones para cada uno nosotros! Luego, el proceso ante Pilatos: aquel hombre es cobarde; no encuentra culpa en Cristo, pero no se atreve a pechar con las consecuencias de un comportamiento honrado. Primero busca una estratagema: ¿a quién dejamos libre, a Barrabás o a Jesús?[4]; y cuando le falla este expediente, ordena que sus soldados torturen al Señor, con la flagelación y la coronación de espinas. Ante el cuerpo destrozado del Salvador, nos hará mucho bien seguir aquel consejo de nuestro Padre: «Míralo, míralo... despacio»[5]; y preguntarnos: «Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear, y a escupir?»[6]. Por último, la crucifixión. «Una Cruz. Un cuerpo cosido con clavos al madero. El costado abierto... Con Jesús quedan sólo su Madre, unas mujeres y un adolescente. Los apóstoles, ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados de sus enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?... ¿Y los que le aclamaron?... ¡Nadie responde»![7].
Me ha ayudado a hacer la oración la descripción de los sufrimientos de Nuestro Señor, que hace santo Tomás de Aquino[8], con estilo literario escueto. Explica el Doctor Angélico que Jesús padeció por parte de todo tipo de hombres, pues le ultrajaron gentiles y judíos, varones y mujeres, sacerdotes y populacho, desconocidos y amigos, como Judas que le entregó y Pedro que le negó. Padeció también en la fama, por las blasfemias que le dijeron; en la honra, al ser objeto de ludibrio por los soldados y con los insultos que le dirigieron; en las cosas exteriores, pues fue despojado de sus vestiduras y azotado y maltratado; y en el alma, por el miedo y la angustia. Sufrió el martirio en todos los miembros del cuerpo: en la cabeza, la corona de espinas; en las manos y pies, las heridas de los clavos; en la cara, bofetadas y salivazos; en el resto del cuerpo, la flagelación. Y los sufrimientos se extendieron a todos los sentidos: en el tacto, las heridas; en el gusto, la hiel y el vinagre; en el oído, las blasfemias e insultos; en el olfato, pues le crucificaron en un lugar hediondo; en la vista, al ver llorar a su Madre... y —añado yo— nuestra poca colaboración, nuestra indiferencia.
Hijas e hijos míos, al meditar en la Pasión surge espontáneo en el alma un afán de reparar, de dar consuelo al Señor, de aliviarle sus dolores. Jesús sufre por los pecados de todos y, en estos tiempos nuestros, los hombres se empeñan, con una triste tenacidad, en ofender mucho a su Creador. ¡Decidámonos a desagraviar! ¿Verdad que todos sentís el deseo de ofrecer muchas alegrías a nuestro Amor? ¿Verdad que comprendéis que una falta nuestra —por pequeña que sea— tiene que suponer un gran dolor para Jesús? Por eso os insisto en que valoréis en mucho lo poco, en que afinéis en los detalles, en que tengáis auténtico pavor a caer en la rutina: ¡Dios nos ha concedido tanto, y Amor con amor se paga! Me dirijo a Jesús, contemplándole en el patíbulo de la Santa Cruz, y le ruego que nos alcance el don de que nuestras confesiones sacramentales sean más contritas: porque —como nos enseñaba nuestro Padre— sigue en ese Madero, desde hace veinte siglos, y es hora de que ahí nos coloquemos nosotros. Le suplico también que nos aumente el imperioso afán de llevar más almas a la Confesión.
En la Cruz, Jesús exclama: sitio![9]; tengo sed; y nuestro Padre nos recuerda que «ahora tiene sed... de amor, de almas»[10]. La redención se está haciendo, y nosotros hemos recibido una vocación divina que nos capacita y nos obliga a participar en la misión corredentora de la Iglesia, según el modo específico —querido por Dios para su Obra— que nos ha transmitido nuestro Padre.
El Señor y la Iglesia esperan que seamos leales a esta misión, que nos gastemos totalmente en nuestro empeño por ser apóstoles de Jesucristo. Esperan que carguemos sobre nuestros hombros, con alegría, la Cruz de Jesús, y que la abracemos «con la fuerza del Amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra»[11].
Las almas necesitan que realicemos una labor mucho más extensa e intensa de apostolado y proselitismo: ¡urge mucho! ¿Y las dificultades del ambiente? Sabéis que el hecho de que exista un ambiente más o menos hostil al sacrificio, a la entrega, no es motivo para disminuir nuestro afán apostólico, ¡al contrario!: montes sicut cera fluxerunt a facie Domini[12]; los obstáculos se derriten como cera ante el fuego de la gracia divina. Nunca olvidéis que la obra de Cristo no termina en la Cruz y en el sepulcro, que no son un fracaso; que culmina en la Resurrección y en la Ascensión al Cielo, y en el envío del Paráclito: la Pentecostés ubérrima de frutos, que también ha de repetirse, necesariamente, en la vida de los cristianos, pues si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él [13]; y con Él, y por Él, y en Él llevaremos a innumerables hombres y mujeres, en los más diversos confines del mundo, el alegre anuncio de la Redención: el gozo y la paz que el Espíritu Santo derrama en los corazones fieles.
[1]San Josemaría, Vía Crucis, IX estación, punto 3.
[2] Mc 14, 37.
[3]San Josemaría, Vía Crucis, IX estación, punto 3.
[4]Cfr. Mt 17, 17.
[5]San Josemaría, Santo Rosario, II misterio doloroso.
[6]Ibid., III misterio doloroso.
[7]San Josemaría, Vía Crucis, XII estación, punto 2.
[8] Cfr. Santo Tomás, S.Th., III, q. 46, a. 5 c.
[9] Jn 19, 28.
[10]San Josemaría, Santo Rosario, V misterio doloroso.
[11] San Josemaría, Vía Crucis, IV estación.
[12]Sal 96, 5.
[13] Rm 6, 8.
Domingo de Ramos o de Pasión – Comienza la Semana Santa
Domingo de pasión o de ramos
El domingo de pasión -más conocido como domingo de ramos– inaugura la semana santa. De acuerdo con la rúbrica, “en este día la Iglesia celebra la entrada de Cristo en Jerusalén para realizar su misterio pascual”. Los cuatro evangelistas relatan este acontecimiento y subrayan su importancia.
Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de su ciudad. Pero no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): “He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno”.
La procesión
La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo. La Iglesia realiza los acontecimientos del primer domingo de ramos: lo que se lee en el evangelio se vive inmediatamente después en la procesión (1).
La procesión no es simple ostentación, sino algo muy real; en cierto sentido, más real que el mismo acontecimiento original, porque la Iglesia, al celebrar este hecho con fe y devoción, celebra el misterio que se oculta en él. El rey que nosotros aclamamos no es un personaje histórico, sino el que vive y reina por siempre. El significado de la entrada triunfal de Cristo solamente se percibe desde la fe. Jesús entra “para llevar a cabo su obra mesiánica, para sufrir, morir y resucitar”.
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡hosanna en las alturas!” En cada celebración eucarística repetimos esta aclamación al comenzar la oración eucarística. La venida de Cristo en el misterio eucarístico acontece diariamente. En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, representada en cada asamblea litúrgica, sale a recibir y dar la bienvenida a Cristo de una manera especial.
La procesión nos transmite como una anticipación o pregustación del domingo de pascua. La alegría y el triunfo de pascua rompe así la liturgia más bien sombría del domingo de ramos. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de victoria. “Hoy honramos a Cristo, el rey triunfador, llevando estos ramos”.
El responsorio que se canta al entrar en la iglesia menciona explícitamente la resurrección: “Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo”.
En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, además de conmemorar un hecho pasado y celebrar una realidad presente, anticipa también su cumplimiento final. La Iglesia espera la completa realización del misterio al final de los tiempos.
Esta nota escatológica está contenida en la oración que se dice en la bendición de los ramos: “A cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándolo con cantos, concédenos entrar en la Jerusalén del cielo por medio de él”. Una de las peticiones de laudes, dirigida a Cristo, contiene también este ansia de la plenitud futura. “Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria, conduce a tu Iglesia a la pascua eterna”.
Liturgia de la palabra
Este domingo se llama de dos maneras: domingo de ramos y también domingo de pasión. Ramos por la victoria y pasión por el sufrimiento. La procesión es heraldo de la victoria de pascua; en cambio, la liturgia de la palabra que le sigue nos sumerge en la liturgia del viernes santo. Cristo vencerá efectivamente, pero lo hará por su pasión y muerte.
La primera lectura es del profeta Isaías (50,74). Los sufrimientos del profeta en manos de sus enemigos son figura de los de Cristo. Su serena aceptación de los insultos e injurias nos hace pensar en la humildad de Cristo cuando fue sometido a provocaciones aún peores. Es un sufrimiento aceptado libremente y voluntariamente soportado.
Esta idea de aceptación se encuentra también en la segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice: “Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Repetimos el mismo tema en el prefacio: “Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales”.
La segunda lectura nos hace penetrar con profundidad en el misterio de la redención. San Pablo, escribiendo a los filipenses, habla del anonadamiento (kenosis) de Cristo, el cual no sólo “se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo”, sino que incluso se humilló hasta someterse a la muerte de cruz.
Esta era lo último de la humillación y el anonadamiento, hacerse un proscrito, un desecho de la sociedad. Pero san Pablo, después de sondeadas las profundidades de los sufrimientos de Cristo, eleva en seguida nuestro pensamiento: “Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.
La solemne lectura de la pasión es lo más característico de la misa. Siguiendo la actual ordenación litúrgica en tres ciclos, el evangelio puede ser el de Mateo, el de Marcos o el de Lucas. Tradicionalmente se lee el de Mateo.
La lectura del evangelio se despoja de todo ceremonial, incluso en las misas solemnes: no se usan velas ni incienso, y se omite también la señal de la cruz al principio. Simplemente se comienza con el anuncio: “Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo”. El evangelio de la pasión no necesita adornos; ni siquiera requiere introducción ni homilía; habla por sí mismo. Cuando se lee con reverencia, no puede menos de causar una impresión profunda.
Hay muchos libros sobre la vida de Cristo, muchas meditaciones y tratados sobre la pasión. Pero nada causa en nosotros mayor impacto que los escuetos y patéticos relatos de la pasión del Señor que nos ofrecen los mismos evangelistas. No hay en ellos la menor intención de influir en nuestros sentimientos o de presentar una versión intensamente recargada de lo que allí sucedió.
Tampoco se detecta afán alguno de quitar importancia a los sufrimientos físicos y morales del Salvador. Se trata de una narración sencilla, digna y moderada, que, sin embargo, lo dice todo; de tal manera que nos es fácil imaginarnos a nosotros mismos como testigos presenciales de los acontecimientos. Hay en ella drama y patetismo, pero también serenidad. La persona de Cristo descuella entre sus acusadores y perseguidores.
Es costumbre muy acertada el tomar tres lectores para la lectura de la pasión. Ello ayuda a mantener la atención y el interés. Sirve, además, para poner en evidencia las palabras de Cristo, que pueden ser leídas por el mismo celebrante. Un segundo lector se hará cargo del papel de narrador, y otro asumirá las demás partes.
Vincent Ryan
(1) La procesión tuvo origen en Jerusalén, en el siglo iv, y se celebraba el domingo por la tarde. La asamblea se reunía en el monte de los Olivos, y desde allí iba en procesión hacia la ciudad. Llevaban ramos de olivos y los acompañaba el obispo, que representaba a Cristo. Cfr. Viaje de Egeria.
Vejez y jubilación, una oportunidad para aprovechar la vida
Envejecer no es sinónimo de paro y vacío. Al jubilarse una persona puede llevar una vida activa y comprometerse con iniciativas que aumenten su calidad de vida y le llenen de paz y alegría
Los mayores se encuentran en la jubilación ante un cierto vacío sin no se empeñan en construir un nuevo relato sobre sus vidas. Si la jubilación es una parada en seco las consecuencias pueden ser una pérdida de sentido de la vida que repercute en la salud y la longevidad.
La alternativa es el envejecimiento activo, concepto definido por la OMS (Organización Mundial de la Salud, 2002) como“el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas que envejecen”.
La idea básica es que un mayor no debe bajar los brazos y debe comprometerse en tareas sociales, culturales, económicas, cívicas o espirituales.
En ocasiones estas actividades están relacionadas con su campo profesional en el plano de la asesoría y la consulta. Se está hablando mucho del envejecimiento productivo y del valor económico del valioso saber-hacer (know how) de los mayores que acumulan una auténtico conocimiento profesional que no se puede desperdiciar.
El campo cultural es amplísimo tanto en el plano creador como el plano del disfrute: teatro, literatura, arte, ciencias. Se trata de seguir jugando un papel importante en la sociedad desde la calidad y cantidad del tiempo del cual se dispone y ahí aparece el voluntariado.
El voluntariado social es una actividad de compromiso cívico, a menudo espiritual, donde los mayores pueden dispensar una gran ayuda. Gozan de experiencia, han vivido y aprendido a vivir y su asesoría personal y vital es muy necesaria en la visita a enfermos, en la ayuda a discapacitados, en la formación de niños y jóvenes, en las iniciativas sostenibles y solidarias o de cualquier tipo que nos podamos imaginar.
Pero definamos el voluntariado social formal (estructurado en una asociación) como aquella actividad emprendida por un individuo que tiene como objetivo ayudar a otros a mejorar a la comunidad en sus necesidades.Es una acción emprendida con libre albedrío, y no pagada (quizá algún gasto de movilidad), que se haya estructurada por una organización que asegura una concreción de fines, plataformas y convenios con las instituciones ayudadas: bibliotecas, hospitales, escuelas, particulares, etc.
Los resultados no son solo los beneficios para las personas ayudadas sino el bienestar para el propio voluntario en términos de salud, equilibrio psicológico, sentido de la vida. Un mayor recién jubilado que se incorpora a un voluntariado social va a ser más feliz y va a mejorar su salud, longevidad y sociabilidad. Los beneficios generan una paz interior que se traduce en una barrera para la depresión y que aumenta la satisfacción personal y la calidad de vida.
Y no solo porque percibe la ayuda que dispensa a las personas necesitadas, sino porque realiza abundante actividad física y se siente parte de una empresa de miras altas y porque además comparte objetivos con personas de su edad que le contagian con el mismo talante vital: el gozo de saberse útiles y queridos. La pasividad ha sido sustituida por la actividad y la espera resignada, estresante, da paso a unas iniciativas que no hablan de conformismo sino de un quehacer productivo, sano y emprendedor.
Los estudios sobre el voluntariado de los mayores también señalan que el voluntariado social ayuda a superar el duelo ante las pérdidas que a estas edades son más frecuentes: la muerte de los cónyuges, un pariente o un amigo.
Pero vayamos a la raíz: una de las circunstancias que más nos fortalecen en nuestra existencia –a los mayores y a los no tan mayores-es el sentido de la vida. Si la vida tiene sentido, entendido este concepto desde los trabajos de Viktor Frankl (1905-1997), el motor interior se engrasa y entonces sé es capaz de casi todo.
Necesitamos una sociedad de mayores voluntarios comprometidos cívicamente pues son quienes poseen una delicadeza en el pensar y en el cuidar que los más jóvenes a veces no podemos ni paladear. Los más jóvenes estamos atados a unos agobios que nos inducen a perdernos lo mejor. ¿Y qué es lo mejor? La ayuda de un amigo, la atención de una persona afable, la escucha de un experto en la vida, un mayor, que nos puede sacar de muchas dudas pues él ya lo ha vivido casi todo.
Ignasi de Bofarull
La fea costumbre de reclamar a nuestros seres más queridos
Muchas personas consideran «normal» reclamar. El psicólogo Guillermo Dellamary describe muy bien cómo son y cómo remediar ese defecto que puede llegar a destruir el matrimonio y la familia
Muchas personas sienten que estar fijándose en lo que no les parece es un derecho que han ganado. Y por consiguiente, pueden decirle a quien sea lo que no les parece.
Entonces se habitúan a reclamar y lo sienten como algo justo.
Hay quien incluso llega a practicarlo con esmero y constancia. Porque sienten que están en su derecho señalar todo lo que no les parece.
De hecho, en muchas tiendas le dan un espacio especial a las quejas de sus clientes. Porque es una manera de mejorar en su servicios. Así que hay consumidores que cualquier cosa que no les parece, de inmediato van al departamento de quejas o al buzón de sugerencias a realizar sus observaciones.
Digamos que en el ámbito comercial es una aportación adecuada para mejorar los servicios.
El problema es trasladarlo al ámbito familiar y entonces querer estar señalando todo lo que ven mal. De inmediato recurren a los reclamos sistemáticos.
He conocido parejas que sienten que están en todo su derecho de estarle reclamando de todo a su esposa o viceversa, lo que acaba por ser un enfado y hasta una falta de respeto.
Algunas víctimas de un recurrente reclamo por parte de un familiar han acuñado el concepto de «reclamómetro» para indicar una medida de la cantidad de veces que reclaman algo durante el día.
Digamos que una persona que reclama de todo tiene calificaciones muy elevadas, que en una escala de 1 a 10 están por arriba del 8. Y los que no reclaman para nada, tienen calificaciones menores a cuatro.
Si tienes oportunidad de calificar tu tendencia a reclamar a tus seres queridos durante un día, verás cuál es tu calificación.
Si es elevada, ten mucha conciencia de lo enfadoso que has llegado a ser. Aunque te sientas con el derecho a hacerlo.
Si te gusta reclamar, procura sacar tu desahogo en las tiendas y restaurantes, pero trata de omitir tus reclamos con la familia y tus amistades. Aunque no te lo digan, pero ya caen mal tus comentarios, que rayan en reclamos que no benefician a nadie, y sólo causan malestar.
Es no aceptar y vivir en la inconformidad
El respeto se basa en dejar ser a los demás tal cual son. Permitir la libre expresión y vivir acorde a los criterios que cada quien tiene.
Desde luego que en ocasiones pueden ser actos y decisiones que nos molesten e inciten a quererlos reprochar. Y de ahí viene la tentación de intervenir con regaños y reclamos, para tratar de corregir o influir en el comportamiento de los demás.
En la educación de los hijos o en el magisterio, tiene mucho más sentido estar corrigiendo los errores y las fallas de los hijos y de los alumnos, teniendo cuidado de no lastimar u ofender con métodos punitivos y altaneros. Pero a las demás personas, en especial a la pareja, estar reclamando y reprochando por las cosas que hace, que no te gustan, se convierte en una falta de caridad.
Aceptar con amor la manera de ser de las demás personas es un testimonio de caridad y de respeto, por lo que es conveniente practicarlo con la mayor frecuencia posible y así retirar de nuestros hábitos la tentación de reclamar.
Hay quien le reclama a Dios
Cuando en la vida no salen las cosas como queremos, especialmente ante la pérdida de un ser querido, o ante la frustración de un accidente, una enfermedad, una deuda o el despido del trabajo, se nos hace fácil querer reclamar a Dios por qué no ha intervenido para que eso no suceda.
Hay quien llega a enojarse por muchos años con Él, dado que no se hizo «mi voluntad sin aceptar la suya», porque no me parece el resultado de su omisión.
Para dejar de reclamar, hay que aprender a aceptar las cosas tal y como son, porque su Divina Voluntad es perfecta y, suceda lo que suceda, lo entendamos o no, es así como se cumple lo que Él quiere que pase. Por lo que no tiene caso estar reclamando ni reprochando el plan divino.
Hagamos un esfuerzo por dejar de reclamar
Las tensiones en nuestras relaciones cotidianas se pueden reducir mucho si pones más atención a tus actos y actitudes, en vez de estarse fijando en lo que los demás hacen o dejan de hacer, o hasta en lo que deberían haber hecho. En pocas palabras, tratemos de dejar de reclamar y estar enfadando a nuestros seres queridos con esa constante disposición a mirar el comportamiento de ellos y así quererlos controlar.
Mas vale dominarse a sí mismos que intentar hacerlo con los que nos rodean, demos el debido respeto a su manera de ser y tratemos de vivir con más armonía, disminuyendo notablemente la tentación de reclamar. Para quererlos y aceptarlos como son.
Por Guillermo Dellamary
Autoestima: 6 claves para aprender a quererte más
La coach Sheila Morataya aporta consejos sencillos para mejorar en autoestima
Hace poco fui invitada por un distrito escolar para hablar a un grupo de madres sobre la aceptación de una misma.
Aceptarse pasa por la autoestima, y la autoestima se logra cuando tomas conciencia de quién eres realmente. Cuando te preocupas por formarte, es mucho más fácil comprenderse, gustarse, quererse y aceptarse.
La formación continua te ayuda a ser feliz
Las madres aprendieron mucho de ellas mismas. Maritza se preguntaba si el calificativo «grandiosa», que se adjudicó al inicio del taller, no sería una forma de ocultar su falta de autoestima.
Jacinta, es consciente ahora de que su excesivo sentido crítico está relacionado con una falta de aceptación y que ya va siendo hora de cambiar.
Laura comprendió que el siempre querer ser el centro de atracción, está
Las seis claves para quererte más
Al terminar el taller, las participantes se fueron a casa con una serie de ejercicios prácticos para quererse más. A continuación te los comparto.
Relájate por completo. Esto quiere decir que no pongas el foco en ti. Cómo luces y que tan segura te sientes en tu piel siempre es importante. Sin embargo, cuando una persona se acepta a sí misma, su rostro y su cuerpo siempre estarán relajados.
Piensa en alguien que te quiere. En situaciones que te hacen sentir vulnerable. Observa cómo te mira esa persona.
Imagina que escribes tu biografía como si estuvieras contándosela a esa persona que te quiere. Verás como poco a poco empezarán a llegar palabras a tu mente que relatan tu vida.
Visualiza a la persona que sabes que te quiere. Esta parada en el fondo de la habitación y te mira. Mírala tú también. Entonces, decides describirla en tu biografía, narrando el papel que ha desempeñado en aquellos momentos en los que no creías en ti misma, no te aceptabas y no te amabas.
Obsérvate con compasión. Mientras escribes sobre ti, trata de meterte en el cuerpo de esa persona que te quiere. Mírate a través de sus ojos. Escucha los pensamientos que tiene sobre ti y siente lo que experimenta por tu persona. Cuando alguien nos quiere, siempre nos mira con amor, dulzura y compasión.
Busca un espejo y mírate en él. Repasa mentalmente las cualidades y aspectos de ti misma que percibiste al mirarte a través de los ojos del amor, no sólo de esa persona que te quiere, sino a través de tus ojos mismos.
Sheila Morataya
¿Quién es el Ángel Custodio? ¿Realmente existe?
La existencia de los Angeles Custodios es una verdad, continuamente profesada por la Iglesia, que forma parte desde siempre del tesoro de piedad y de doctrina del pueblo cristiano. Estos Angeles, explica el citado Catecismo, «no han sido enviados solamente en algún caso particular, sino que han sido designados desde nuestro nacimiento para nuestro cuidado, y constituidos para defensa de la salvación de cada uno de los hombres» (n. 6). Jesucristo mismo dijo a sus discípulos: «Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñuelos, porque os hago saber que sus Angeles en los cielos están siempre viendo el rostro de mi Padre celestial» (Mat. 18, 10).
Es preciso invocarlos
A pesar de la gran perfeción de su naturaleza espiritual elevada perfectisimamente al orden de la gracia, los Angeles no tienen el poder de Dios ni su sabiduría infinita. Como explica Santo Tomás, no pueden leer en el interior de las conciencias(Summa Theologica, 1, 57, 4 ad 31). Es preciso, por tanto que les demos a conocer de algún modo nuestras necesidades. Como su permanencia a nuestro lado es continua y con su inteligencla penetra de modo agudísimo en lo que expresamos, ni siquiera es preciso articular palabras: basta que mentalmente le hablemos para que nos entienda, e incluso para que llegue a deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces.
Por eso es tan recomendable tener un trato de amistad con el Angel de la guarda. «Ten confianza con tu Angel Custodio.-Trátalo como un entrañable amigo-lo es- y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios cada día». (Camino, n. 562).
También podemos relacionarnos con los Angeles Custodios de los demás, para ayudarles en su tarea de conducir al Cielo a esas almas. «Gánate al Angel Custodio de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. -Es siempre un gran «cómplice» (Camino, n. 563).
Esa complicidad-ordenada y querida por Dios-se extiende a todas las acciones con que hemos de ganar el Cielo para nosotros y para otras almas.
Ángeles de las comunidades sociales
« Dios mandará a sus ángeles, para que protejan al justo en todos sus caminos», leemos en el Antiguo Testamento (Ps.90,11) Es opinión común de los teólogos, sólidamente fundada en Sagrada Escritura, en los escritos de los Santos Padres y en liturgia de la Iglesia, la creencia de que los Angeles Custodios no sólo cuidan de cada alma en particular, sino que extienden su patrocinio a los cuerpos sociales-paises, corporaciones, ciudades, personas morales, etc.-, velando para que los lazos que unen a sus miembros no les aparten de la felicidad eterna, y para que los fines corporativos de las distintas comunidades sociales, aun de aquellas nacidas para la consecución de un bien natural se encaminen en último término al fin sobrenatural común a todos, que es Dios. Los Angeles y la Sagrada Eucaristía. La piedad cristiana considera desde antiguo que allí donde se encuentra reservada la Santísima Eucaristía hay Angeles adorando constantemente a Jesucristo Sacramentado.
La tradición cristiana describe a los Angeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos. Los cristianos hemos de practicar y difundir la devoción a los Santos Angeles Custodios, de tanta raigambre en la Iglesia: para que el Angel Custodio, que nos acompaña siempre, contribuya a mantener en todas nuestras acciones la unidad de vida, nos proteja, interceda por nosotros, y sea siempre el más poderoso aliado en la tarea de nuestra santificaclón personal y en el apostolado. Como reza la oración dirigida a San Miguel, en las fiestas litúrgicas que le dedica el Misal romano, Santos Angeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo Juicio.
Valiosos consejeros celestes
Los Ángeles de la Guarda son nuestros consejeros, inspirándonos santos deseos y buenos propósitos. Evidentemente, lo hacen en el interior de nuestras almas, si bien que, como vimos, hayan existido almas santas que merecieron de ellos recibir visiblemente celestiales consejos.
Cuando Santa Juana De Arco, aún niña, guardaba su rebaño, oyó una voz que la llamaba: «Jeanne! Jeanne!» ¿Quien podría ser, en aquél lugar tan yermo? Ella se vio entonces envuelta en una luz brillantísima, en el medio de la cual estaba un Ángel de trazos nobles y apacibles, rodeado de otros seres angélicos que miraban a la niña con complacencia. «Jeanne», le dice al Ángel, «sé buena y piadosa, ama a Dios y visita frecuentemente sus santuarios». Y desapareció. Juana, inflamada de amor de Dios, hizo entonces el voto de virginidad perpetua. El Ángel se le apareció otras veces para aconsejarla, y cuando la dejaba, ella quedaba tan triste que lloraba .
El desvelo de nuestro Ángel de la Guarda para con nosotros está bien expresado por el Profeta David en el Salmo 90: «El mal no vendrá sobre ti, y el flagelo no se aproximará a tu tienda. Porque mandó [Dios] a sus Ángeles en tu favor, para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te elevarán en sus manos, para que tu pié no tropiece con alguna piedra» (Sl. 90, 10-12).
Innumerables son los ejemplos del poderoso auxilio de los Ángeles en la vida de los Santos. Santa Hildegonde, alemana (+ 1186), habiendo ido en peregrinación a Jerusalén con su padre y falleciendo éste en el camino, fue frecuentemente socorrida por su Ángel. Cierto día, cuando viajaba camino a Roma, fue asaltada y abandonada como muerta. Apenas pudo lograr levantarse, y vio surgir a su Ángel en un caballo blanco. Éste ayudó cuidadosamente a su protegida a montar, y la condujo hasta Verona. Allá, se despidió de ella diciendo: «Yo seré tu defensor donde quiera que vayas».
Santa Hildegonde podría aplicar a sí misma el siguiente comentario de San Bernardo al Salmo arriba citado: «¡Cuán gran reverencia, devoción y confianza deben causar en tu pecho las palabras del profeta real! La reverencia por la presencia de los Ángeles, la devoción por su benevolencia, y la confianza por la guarda que tienen de ti. Mira vivir con recato donde están presentes los Ángeles, porque Dios los mandó para que te acompañen y asistan en todos tus caminos; en cualquier posada y en cualquier rincón, ten reverencia y respeto a tu Ángel, y no cometas delante de él lo que no osarías hacer estando yo en tu presencia». San Buenaventura afirma: «El santo Ángel es un fiel paraninfo conocedor del amor recíproco existente entre Dios y el alma, y no tiene envidia, porque no busca su gloria, sino la de su Señor». Agrega que la cosa más importante y principal «es la obediencia que debemos tener a nuestros santos Ángeles, oyendo sus voces interiores y saludables consejos, como de tutores, curadores, maestros, guías, defensores y mediadores nuestros, así en el huir de la culpa del pecado, como en el abrazar la virtud y crecer en toda perfección y en el amor santo del Señor».
Bienaventurado Augustin escribe: «Los Angeles con gran dedicación y diligencia, permanecen con nosotros a toda hora y en todo lugar, nos ayudan, piensan en nuestras necesidades, sirven de intermediarios entre nosotros y Dios, elevando a El nuestras quejas y suspiros… Nos acompañan en todos nuestros caminos, entran y salen con nosotros, observando como nos comportamos entre ese genero engañoso y con que empeño deseamos y buscamos al Reino de Dios.» Un pensamiento semejante tiene San Basilio el Grande: «Con cada fiel hay un Angel, quien como niñera o pastor dirige su vida» y para demostración cita las palabras de David, el cantor de los Salmos: «A sus Angeles dirá sobre ti – que te protegen en todos caminos tuyos…» «Angel del Señor hará guardia alrededor de los que Le temen y los ayudará» (Sal. 90:11, 33:8).
El Obispo Feofan el Ermitaño enseña: «Hay que recordar, que tenemos a un Angel Guardián y dirigirse a El con pensamiento y corazón – en nuestra vida normal y especialmente cuando ésta se agita. Si no nos dirigimos a El, el Angel no puede aconsejarnos. Cuando alguien se dirige a un abismo ó pantano con ojos cerrados y los oídos tapados – como es posible de ayudarle?»
Así el cristiano debe recordar a su buen Angel, que durante toda su vida se preocupa por él, se regocija con sus éxitos espirituales, se acongoja con sus caídas. Cuando el hombre muere, el Angel lleva su alma a Dios. Según muchos testimonios, el Alma reconoce a su Angel Guardián, cuando llega al mundo espiritual.
San Bernardo explicó durante una Cuaresma, en 17 sermones, el salmo 90. Ya en la Introducción nos dice que hace la explicación de este salmo, «de donde el enemigo tomó ocasión para tentar al Señor, a fin de que sean quebrantadas y deshechas las armas del Maligno con lo mismo que él maliciosamente quería formarlas» (cf. BAC Obras selectas p.358). Damos la síntesis del sermón 12, en el que el Santo explica el versículo 11 aducido por el tentador en el desierto: Porque El mandó a sus ángeles cuidasen de ti y te guardasen en todos tus caminos (cf. Serm. 12 sobre el salmo 90 en Obras selectas p.413 ss. [BAC, Madrid I947]. El texto latino puede verse en PL 183,221 ss).
Bondad de Dios en enviar a sus ángeles como custodios
«¡Qué lección, hermanos, qué amonestación, qué consolación tan grande nos ofrecen estas palabras de la Escritura! ¿Qué salmo, entre todos los demás, esfuerza tan magníficamente a los pusilánimes, despierta a los negligentes, enseña a los ignorantes? Por eso dispuso la Providencia divina que especialmente en este tiempo de la Cuaresma tuviesen sus fieles de continuo en su boca los versículos de este salmo. No parece haberse tomado pie para ello sino del abuso que de este salmo hizo el diablo, para que en esto mismo aquel malicioso siervo sirva a los hijos de Dios, aunque a pesar suyo»…
Esta preocupación de Dios por el hombre manifiesta de modo extraordinario su misericordia. San Bernardo habla así a Dios: «Aplicas a él (al hombre) tu corazón y solícito lo cuidas. En fin, le envias tu Unigénito, diriges a él tu Espiritu, le prometes tu gloria. Y para que nada haya en el cielo que deje participar en nuestro cuidado, envías a aquellos bienaventurados espiritus a ejercer su ministerio para bien nuestro, los destinas a nuestra guarda, les mandas sean nuestros ayos. Poco era para ti haber hecho ángeles tuyos a los espiritus; háceslos también ángeles de los pequeñuelos, pues escrito está: Los ángeles de éstos están viendo siempre la cara del Padre (Mt 18,10). A estos espíritus tan bienaventurados háceslos ángeles tuyos para con nosotros y nuestros para contigo».
Para considerar mejor la bondad de Dios, conviene pensar:
Quién manda a los ángeles
«La suma majestad mandó a los ángeles, y mandó a los ángeles suyos, a aquellos espiritus tan sublimes, tan dichosos, tan próximos, tan inmediatos a El, tan familiarmente allegados a El y verdaderamente de su casa».
Para quiénes los mandó
«Mandólos a ti ¿Quién eres tú, Señor, y quien es el hombre para que pongas en él tu corazón o el hijo del hombre para que tanto le aprecies? ¡Como si el hombre no fuera corrupción y él hijo del hombre un gusano!»
Qué les mandó
«¿Quizás escribió contra ti amarguras? ¿Acaso les mandó que muestren su poder contra esta hoja que arrebata el viento, y que persigan esta paja seca? ¿O que quiten de delante al impío, para que no vea la gloria de Dios? Esto se ha de mandar algún día, pero no está todavía mandado»…
«Por donde vemos en el Evangelio que, disponiéndose los criados a recoger al punto la cizaña sembrada después del trigo, el providente Padre de familia les dice: Dejad que ambos crezcan hasta la siega…, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo (Mt. 13, 29-30). Mas ¿cómo el buen grano se podrá conservar hasta el tiempo de la recolección? Este es precisamente el objeto del mandato que Dios ha impuesto a sus ángeles para mientras vivamos en la tierra»…
Servicio que prestan al hombre
«A sus ángeles les mandó te guarden. ¡Oh tú, que eres trigo entre cizaña, grano entre paja, lirio entre espinas! Demos gracias a Dios, hermanos míos, démosle gracias por mí y por vosotros. Un precioso depósito me había encomendado, que es el fruto de su cruz y el precio de su sangre. Mas no se contentó con esta custodia tan poco segura, tan poco eficaz, tan frágil, tan deficiente; por lo cual puso de guardianes a los ángeles custodios sobre los muros del alma. Y cierto, aun aquellos que parecen muros inexpugnables necesitan de estas defensas»
Nuestra correspondencia con los ángeles
«A sus ángeles mandóles guardarte en todos tus caminos. ¡Cuánta reverencia debe infundirte, cuánta confianza debe darte! Reverencia por su presencia, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia».
Reverencia
«Anda siempre con toda circunspección, como quien tiene presente a los ángeles en todos tus caminos. En cualquier parte, en cualquier lugar, aun el más oculto, ten reverencia al ángel de tu guarda. Y ¿cómo te atreverías a hacer en su presencia lo que no harías estando yo delante?».»
Devoción
Aunque Dios tiene mandado que a El se dé todo honor y toda gloria, sin embargo, «no debemos ser ingratos con aquellos que le obedecen con tanto amor y nos amparan en tanta indigencia. Seamos, pues, devotos, seamos agradecidos a su amor, honrémosles cuanto podamos, cuanto debemos. Mas todo amor y honor deben ir dirigidos a aquel Señor de cuya mano, así ellos como nosotros, recibimos el poderle amar y honrar y merecer ser amados y honrados .
Este amor a los ángeles no está prohibido, ni es en detrimento del amor de Dios; los dos se compaginan perfectamente. Dios, que exige el amor a El con toda la mente, y con todo el corazón, y con todas las fuerzas, nos manda amar a todas las cosas para que en ellas le honremos y amemos a El. «En El, pues, hermanos míos, amemos afectuosamente a sus ángeles como a quienes han de ser un día coherederos nuestros, siendo por ahora abogados y tutores puestos por el Padre y colocados por El sobre nosotros. Ahora somos hijos de Dios, aunque todavía no se manifiesta lo que seremos; por cuanto, siendo todavía párvulos, estamos bajo abogados y tutores, sin diferir ahora en nada de los siervos».
Confianza
«Mas aunque somos tan pequeños y nos queda aún tan largo, y no sólo tan largo, sino tan peligroso camino, ¿qué temeremos teniendo tales custodios? Ni pueden ser vencidos ni engañados, y mucho menos pueden engañar los que nos guardan en todos nuestros caminos. Fieles son, prudentes son, poderosos son. ¿De qué temblamos? Solamente sigámosles, juntémonos a ellos, y perseveraremos bajo la protección del Dios del cielo…»
«No permitirán que seas tentado por encima de tus fuerzas, sino que te llevarán en sus manos para que evites los tropiezos…»
«Siempre, pues, que vieres levantarse alguna tentación o amenazar alguna tribulación, invoca a tu guarda, a tu conductor, al protector que Dios te asignó para el tiempo de la necesidad y de la tribulación. Dale voces y dile: ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! (Mt. 8,25). No duerme ni dormita, aunque por breve tiempo disimule alguna vez; no sea que con mayor peligro te precipites de sus manos, si ignoras que ellas te sustentan. Espirituales son estas manos, como también lo son los auxilios que a cada uno de los elegidos prestan, según sea el peligro y la dificultad que han de superar más o menos grande».
G. K. Chesterton: profeta de la familia
El centenario de la conversión al catolicismo de G. K. Chesterton es una ocasión propicia para acercarse a este genial escritor, polemista de aguda inteligencia y crítico demoledor de las fatuas modas culturales desde la perspectiva del realismo cristiano. Dedicó muchas páginas al matrimonio y a la familia. Con frecuencia puso de relieve las flagrantes contradicciones de la modernidad en la comprensión de esta institución vital para la persona y la sociedad.
José Miguel Granados·28 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
G.K. Chesterton, periodista y literato inglés (Wikimedia)
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El centenario de la conversión al catolicismo de G. K. Chesterton (1874-1936) es una ocasión propicia para acercarse a este genial escritor, polemista de aguda inteligencia y crítico demoledor de las fatuas modas culturales desde la perspectiva del realismo cristiano. El prolífico periodista y literato inglés fue capaz de desvelar las paradojas y perplejidades humanas a la luz del misterio del Dios vivo.
Dedicó muchas páginas al matrimonio y a la familia. Con frecuencia puso de relieve las flagrantes contradicciones de la modernidad en la comprensión de esta institución vital para la persona y la sociedad. Además, recordó de modo incisivo los valores perennes de la antropología conyugal, conforme al proyecto del Creador, asequibles al sentido común.
La familia, teatro de lo extraordinario
Chesterton denuncia la inanidad del afán de novedades sin sentido que exhibe el esnob de turno, al subrayar la perenne originalidad y grandeza de la institución familiar, decisiva para la vida humana. “La cosa más extraordinaria en el mundo es un hombre ordinario y una mujer ordinaria y sus niños ordinarios”, dice el pensador inglés con un punto de humor. El hogar familiar es cuna y escuela de humanidad: ámbito de acogida y de protección, de maduración y de socialización; es en la familia donde se reconoce la propia identidad y valor, donde se aprende a vivir y a amar. Pues, en definitiva: “La familia es el teatro del drama espiritual, el lugar donde las cosas ocurren, especialmente las cosas que importan”.
La aventura del hogar
La búsqueda desaforada del éxito profesional puede suponer una trampa -incluso, una idolatría- si se descuidan los valores familiares: “Triunfar en el trabajo no merece la pena cuando supone fracasar en casa”. Por supuesto que también los hijos pueden ser objeto de un amor desordenado.
“El matrimonio es una aventura: como ir a la guerra”. El curioseo del turista contemporáneo, su huida constante hacia falsos paraísos -con frecuencia virtuales-, resulta vulgar si se compara con lo que realmente merece la pena: la auténtica aventura consiste en quedarse en casa, para responder con coraje a la vocación más apasionante, y emprender allí la hermosa tarea de formar un hogar. “Cuando entramos en la familia, por el acto de nacer, entramos en un mundo incalculable, en un mundo que tiene sus propias leyes extrañas, en un mundo que puede existir sin nosotros, en un mundo que no hemos hecho nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia nos introducimos en un cuento de hadas”.
Dedicar la propia existencia al disfrute de emociones sin fundamento se disuelve en un vagabundeo errático. Pues el sentido de la libertad es el compromiso: entregarse es al ser humano lo que volar es al pájaro. “El amor no es ciego; eso es lo último que es; el amor es atadura, y cuanto más atadura menos ciego”.
La donación de sí mismo en favor de los demás llena de sentido la vida. El “nosotros” matrimonial y familiar -que nace de la alianza conyugal, conforme al plan de Dios inscrito en la masculinidad y feminidad, y asequible a la razón formada y madura- construye la humanidad: es el primer desafío al que nos enfrentamos. “El matrimonio es un duelo a muerte que ningún hombre de honor debería declinar”.
La superstición del divorcio
Con frecuencia se alega la incompatibilidad de caracteres como motivo para justificar una ruptura matrimonial. Chesterton responde con ironía provocativa: “He conocido muchos matrimonios felices, pero nunca uno compatible. Todo el propósito del matrimonio consiste en luchar y sobrevivir desde el momento en que la incompatibilidad resulta incuestionable. Puesto que un hombre y una mujer, en cuanto tales, son incompatibles”.
El divorcio mismo lo califica de superstición, pues no es concebible una convivencia sin dificultades: “Todo el placer del matrimonio consiste en que constituye una crisis perpetua”, sentencia con desparpajo. Y, sin embargo, vivir en comunión es imprescindible, pues la soledad resulta dañina y estéril. La artesanía de las relaciones familiares es imprescindible para crecer, desplegarnos y dar vida: necesitamos ayudarnos, compartir la intimidad, trabajar por hacer comunidad doméstica, superando los roces de la compañía para obtener lo mejor de cada uno.
Paradoja y salvación
En definitiva, solamente desde la presencia del Dios verdadero -el Ser infinito que es en sí mismo comunión interpersonal, fuente de toda vida familiar- se pueden superar las grandes contradicciones de la vida humana en la búsqueda del sentido del misterio que la envuelve. Pues la mayor paradoja de la historia humana, y la única que descifra su sentido, es la presencia de Jesucristo, el Verbo encarnado, el Salvador del mundo, el Redentor del hombre y el Esposo de la Iglesia. Él nos enseña que, superando los límites humanos para adentrarnos en las dimensiones de la vida divina, “amar significa querer lo que no es amable; perdonar conlleva perdonar lo imperdonable. Fe supone creer lo increíble. Esperar significa confiar cuando todo parece desesperado”
Quien juzga la Iglesia desde fuera, como una institución humana más, sin fe en Cristo, la considerará siempre como “atrasada”, no acorde con los tiempos, en definitiva, un estorbo para el goce del cuerpo y de la vida.
29 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
La plaza de san Pedro y la basílica. (Unsplash / Xavier Coiffic)
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Algunas de las informaciones que llegan a la opinión pública sobre la Iglesia trasmiten una visión problemática sobre la misma, cuando no abiertamente negativa: abusos, disonancia con lo que hoy pide la sociedad, la cultura moderna, las tendencias actuales y los estilos de vida.
Desde esa perspectiva, la Iglesia y el cristianismo, en general, aparecen como un estorbo, un entorpecimiento al “progreso”. Es normal que los cristianos notemos ese ambiente social, cultural, que intenta ocultar, solapar o pasar indiferente ante la fe cristiana.
Ello ni nos debe asustar, ni nos debe inquietar o impresionar, ni mucho menos nos debe llevar a ocultar nuestra fe. Con sencillez, sin perder la calma, hemos de vivir conforme a lo que creemos en todos los ambientes en los que se desenvuelve nuestra vida de cristianas, de cristianos. El Señor ya nos advirtió que habría oposición, que la fe cristiana no sería aceptada siempre con paz. Lo que no puede suceder es que nos achiquemos, nos llenemos de complejos u ocultemos nuestro ser discípulos de Cristo.
Se ataca, por ejemplo, el celibato o la doctrina cristiana sobre la sexualidad humana o el protagonismo de la mujer en la Iglesia, pero en el fondo lo que está en juego y lo que se ataca es la fe cristiana. Quien juzga la Iglesia desde fuera, como una institución humana más, sin fe en Cristo, la considerará siempre como “atrasada”, no acorde con los tiempos, en definitiva, un estorbo para el goce del cuerpo y de la vida.
Estamos a las puertas de la Semana Santa y la Iglesia proclamará de nuevo la Cruz de Cristo como fuente de salvación, de felicidad y de vida. He ahí la paradoja del cristianismo. Quien hace opción por la fuerza de su deseo, autónomo e individualista, como único camino de felicidad, no necesitará a Dios ni ninguna redención, ni mediación alguna entre Dios y el hombre. Pero esa opción, llevada al extremo, deja al hombre solo, sometido a su deseo, que al final es “su dios”. Para quien hace esa opción sobra Cristo, sobra la Iglesia y sobra el sacerdocio, porque queda anulado el valor eterno de la persona.
Celso Morga
Era de esperar que cuando los ministros de Podemos se pusieran a legislar el resultado sería de todo menos bueno. Pero lo que muchos no anticiparon es que podíamos llegar a normativas directamente perjudiciales para la sociedad (como la ley del “sólo sí es sí” de Irene Montero, por la que se han beneficiado centenares de violadores); contra la infancia (la “ley trans” que permite cambiar de sexo a menores sin permiso de sus padres); o a favor de la zoofilia. Como lo leen.
La última ley del Gobierno de España, conocida como “Ley de Bienestar Animal” y su propuesta de modificación del Código Penal (ambos aprobados en el Congreso) modificarán directamente las penas por maltrato animal. En concreto, se prohíben los actos sexuales en caso de que produzcan lesiones al animal, dejando fuera otros supuestos sin lesiones. Es decir: con los nuevos textos impulsados por Ione Belarra y aprobados por el PSOE y sus socios de la moción de censura, usted no puede dejar a su perro 24 horas solo en casa si tiene un viaje o un compromiso. Pero al volver puede penetrar al animal impunemente, siempre y cuando éste no se lesione. Al parecer, lo del consentimiento de Irene Montero es solamente para personas. Los animales no pueden decidir. Y ojo, no pierdan de vista que la ley se llama “de bienestar animal”.
¿Es este el resultado de una mente retorcida y enferma… o de una incompetencia galopante? Probablemente sea de la segunda (al menos, es preferible pensar eso). Porque el mismo texto también penaliza matar a una rata o una culebra que se te cuele en casa, por ejemplo. Un gesto que puede derivar en hasta 18 meses de cárcel, ya que la ley modifica la denominación de “animal doméstico” por “animal vertebrado”. Es decir, se incluiría a ratas, ratones, serpientes o palomas, entre otros.
Jesús Martínez Madrid
Tengo la sensación de que en la situación generalizada de vulnerabilidad e incertidumbre que acecha a la Iglesia en España, a nivel estructural, incluso humano, la estabilidad del sector económico, en cuanto a modelo de gestión, es una perla preciosa.
Muestra de ello son las iniciativas conducentes a generar un clima de claridad en las fuentes de ingresos y financiación, rigor y trasparencia en la gestión y comunicación adecuada del destino de los fondos. Esto ocurre en una Conferencia Episcopal que sirve como referente a las diócesis. En las diócesis la casuística es más amplia.
El problema de la economía de la Iglesia hoy probablemente no está tanto su gestión como la mentalidad, que se aceleró con la pandemia, de la aportación de los fieles. Incluidas las rutinas.
En cuanto a los ingresos del IRPF que representan, según los datos facilitados, un 22% de la financiación de las diócesis. Estos datos no dependen de la generosidad del Estado, o del Gobierno, que, como se comprenderá, es cada vez menor, escasa o nula para con la Iglesia. Dependen de los ciudadanos españoles, de quienes hacen la declaración de la renta y deciden, voluntariamente y en plebiscito anual, marcar la casilla de la Iglesia.
No me extraña que, un año más, los responsables económicos de la Conferencia Episcopal hayan respirado tranquilos al conocer los datos del IRPF. En este caso del ejercicio fiscal de 2021, Campaña de la Renta de 2022.
Si estábamos hablando del ejerció fiscal del 2021 se entiende que ya habíamos salido de lo más duro de la pandemia, aunque estuviéramos en lo más agudizado de los efectos primeros de la crisis económica post pandemia.
José Morales Martín
Según Santo Tomás, como queda reflejado en sus “conversaciones” con Aristóteles, para que emerja el bien común se requieren tres condiciones:
-Que la economía genere las condiciones materiales que permitan a los ciudadanos cubrir las necesidades básicas para vivir con dignidad.
-Que el derecho garantice la justicia y, por tanto, la paz.
-Que los gobernantes instauren y mantengan las condiciones que permitan a los ciudadanos vivir una vida buena.
Junto al bien común, la familia protagoniza las líneas maestras del documento de los obispos y, desde una perspectiva sociológica, se analizan aspectos como la inserción social de la persona, el ambiente en el que se desenvuelve, el valor que tiene para la sociedad y, por supuesto, el valor del matrimonio y la centralidad de la paternidad y la maternidad.
Persona, familia y matrimonio que son los grandes damnificados de unas leyes aberrantes que llevan a la ruptura amor/sexo/ matrimonio/procreación y de las que se derivan consecuencias muy graves para la vida social, tales como la crisis demográfica, el individualismo o la soledad.
Causa evidente de esa nada deseable situación, es el balance negativo de, entre otras, las leyes del divorcio, el aborto, la eutanasia o el “matrimonio igualitario”, el resultado nefasto de la ley del “sí es sí” y el no menos catastrófico que se prevé con la ley “trans”.
No se pueden olvidar las causas económicas y laborales que desencadena esa legislación y que, con toda evidencia, aquejan a la sociedad española y la deterioran.
Jesús D Mez Madrid
Es una elocuente paradoja que las agresiones sexuales hayan aumentado exponencialmente en España durante los años en los que más dinero público se ha destinado a concienciar y legislar sobre el asunto. Un mínimo de autocrítica debería hacer reflexionar al Gobierno sobre la ineficacia de las medidas propuestas y sobre unas políticas, abanderadas por el Ministerio de Igualdad, que han estado orientadas a la propaganda ideológica y a tratar de sacar partido de una rediviva lucha de clases, ahora entre hombres y mujeres. Especialmente preocupantes son las cifras de las agresiones sexuales cometidas por menores. Los últimos casos conocidos en Cataluña han encendido todas las alarmas, no solo por la forma en que se han producido, sino porque algunos de los implicados tienen menos de 14 años. Más de la mitad de los delitos de abuso sexual en España son cometidos por menores y la tendencia al alza pone los pelos de punta. Entre 2019 y 2022 este tipo de delitos han aumentado un 30%.
Pedro García
Chantal Delsol: “Los cristianos tenemos la oportunidad de ser mejores como minoría”
Chantal Delsol, intelectual católica francesa de gran renombre, ha publicado recientemente un provocador ensayo: "El fin de la cristiandad". Con visión crítica, Delsol explica en esta entrevista algunos aspectos de esta crisis, el enfrentamiento con la modernidad, la ruptura ontológica y las previsiones de esperanza para los católicos.
Bernard García Larraín·30 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Chantal Delsos, intelectual católica francesa (Wikimedia Commons)
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No es temerario afirmar que el cristianismo está pasando por una época de crisis, en el sentido más auténtico de esta palabra. Los cristianos viven en un periodo de fuertes cambios y, en muchos países occidentales, representan a una minoría y, en algunos países, el cristianismo “lucha por la supervivencia”. Chantal Delsol, intelectual católica francesa de gran renombre, ha publicado recientemente un provocador ensayo: “El fin de la cristiandad”. Con visión crítica, Delsol explica en esta entrevista algunos aspectos de esta crisis, el enfrentamiento con la modernidad, la ruptura ontológica y las previsiones de esperanza para los católicos.
¿En qué se diferencia el cristianismo de la cristiandad?
–El cristianismo se refiere a la religión en sí, mientras que la Cristiandad es la civilización desarrollada por la religión, del mismo modo que hablamos de islam (religión) e Islam (civilización). Estar en la cristiandad significa estar en un espacio de civilización en el que es el cristianismo el que inspira e impone la moral y las leyes comunes.
¿Es posible hablar de Cristiandad fuera de Europa? ¿Existe en otros continentes?
La cristiandad no es, o no era, sólo europea, sino occidental. Se ha extendido o sigue extendiéndose por las dos Américas, además del continente europeo. Por ejemplo, sigue viva, pero en proceso de desestabilización, en algunos países latinoamericanos. Se encuentra en una situación de lucha por su supervivencia en Estados Unidos. Fuera de estas zonas, algunos países de África y Asia albergan a muchos cristianos, pero también a otras religiones, y no se puede hablar de cristiandad.
Usted habla de una inversión normativa (leyes sobre el matrimonio, la vida, etc.), que le hace constatar un cambio de civilización. ¿Cómo entender, en este contexto, la nueva conciencia de la condena de la pedofilia o la pornografía?
–Insistí en la “inversión normativa” para mostrar que, contrariamente a lo que se oye aquí y allá, el hundimiento del cristianismo no conduce al relativismo, sino a normas diferentes. El caso de la pedofilia es muy interesante. Hasta ahora, se ha tolerado en la Iglesia como en todas partes, porque siempre se defendía a la institución antes que al individuo.
La nueva moral defiende al individuo contra la institución, por lo que la nueva condena de la Iglesia a la pederastia marca su aceptación de un cierto individualismo. Además, hay que señalar que la moral que se aplica hoy, la del “cuidado” si se quiere, no es sólo una moral del individuo, sino también una moral de la comunidad. Es lo que se ha llamado humanitarismo, es decir una filantropía sin trascendencia, una reelaboración de la moral cristiana pero sin Cielo. Hasta tal punto que acabamos uniéndonos a la moral asiática: la compasión universal de Confucio.
Esto hace más comprensible la condena de la pedofilia. Yo añadiría una cosa: como ya no tenemos base para la moral, tenemos moral consecuencialista. En otras palabras, lo que es malo es sólo lo que causa daño. En el caso de la propaganda transgénero en las escuelas o la pornografía, todo esto puede ser condenado si se comprueba que causa daño a los niños.
Los católicos se han convertido en minoría y su influencia disminuye. ¿Cuál debe ser su actitud y sus prioridades? Benedicto XVI les animó a ser “minorías creativas que cambian el mundo”.
–Sí, Benedicto XVI tiene razón, cuando una minoría es valiente y educada, puede cambiar las sociedades. Me parece que hoy los católicos representan esa minoría en un país como Francia. El gran peligro del que deben protegerse estas minorías, y al que tan fácilmente están sometidas, es el extremismo. Si, horrorizados por la nueva sociedad que ven desplegarse ante sus ojos, toman la dirección opuesta con un lenguaje de excesos, nunca recuperarán la ventaja. Creo que eso es lo más difícil: mantener el equilibrio mientras se lucha contra los extremos.
¿En qué medida son los católicos responsables del “fin de la cristiandad”?
–Es una pregunta difícil. En general, como he intentado explicar en mi libro, el catolicismo nunca ha admitido lo que se ha llamado modernidad (democracia, liberalismo individualismo), al menos hasta el Concilio Vaticano II, pero para entonces ya era demasiado tarde. La reivindicación moderna que se ha desarrollado cada vez con más fuerza a lo largo de los dos últimos siglos, para llegar a la situación actual, ha sido siempre anticatólica. Se dirá: pero ¿por qué la modernidad debería ganarle al catolicismo?
Creo que en nuestras sociedades, desde el Renacimiento, ha existido un deseo muy fuerte de emancipación individual que estaba dispuesto a cambiarlo todo para lograrlo. Pero también hay que decir que en nuestros países, el catolicismo, en su posición legítima y hegemónica, ha abdicado de la humanidad que debería haber mostrado para compensar la rigidez de sus principios. Un ejemplo que me llama la atención: hasta que el aborto no fue legitimado por la ley, los cristianos no crearon asociaciones de ayuda a las jóvenes embarazadas y solas. Antes de eso, en general, nos contentábamos con insultarlas. Esto, obviamente, no hizo que la gente quisiera defender los principios católicos.
¿Qué opina de la tesis del libro “La opción benedictina”, de Rod Dreher ?
–Sí, conozco a Rod Dreher y he hablado con él sobre esto. Él es mucho menos radical de lo que su libro sugiere. Por otra parte, es muy consciente de que nuestra situación no puede compararse francamente con la de su héroe, Vaclav Benda, que vivió en un país totalitario.
Por supuesto que tenemos que reflexionar sobre nuestra nueva situación, la de un grupo que ahora está en minoría, mientras que durante casi dos mil años hemos sido mayoría y hegemónicos. Pero no nos conviene encerrarnos en una fortaleza. Y no deberíamos entender así la opción benedictina. Lo que Rod quiere decir es que, para sobrevivir, no debemos atrincherarnos, sino instalarnos junto a un pozo. Dicho esto, cuando se trata de transmitir nuestras creencias a nuestros hijos, el grado de protección que debe ofrecerse a los niños es una cuestión muy personal, ligada a los individuos y a las circunstancias.
Dice usted que Occidente ha perdido la base filosófica para oponerse a ciertas tendencias (maternidad subrogada, eutanasia) inspiradas únicamente en la voluntad individual. ¿Están estas batallas perdidas de antemano? En su opinión, una iniciativa como la Declaración de Casablanca para la abolición universal de la maternidad subrogada tiene sentido cuando vemos la agresividad del mercado mundial de los vientres de alquiler?
–Por supuesto, estas batallas no están del todo perdidas, pero si algunas de estas medidas retroceden, no será por razones de principio, sino por otros motivos. Ya no se tratará, por ejemplo, de hacer retroceder la práctica de los vientres de alquiler en nombre de la dignidad humana, sino en nombre de la igualdad de la mujer. En algunos casos como éste, los católicos pueden encontrar acuerdos con otros grupos por diferentes razones. En las asociaciones que luchan contra la publicidad transgénero en las escuelas, hay un porcentaje muy pequeño de cristianos (que están en contra porque creen en la “condición humana”), y un porcentaje muy grande de consecuencialistas (normalmente psicólogos, que están en contra porque ven el daño que causa en sus pacientes). En lo que se refiere a la eutanasia, soy más pesimista: no veo qué otra cosa que no sean principios cristianos, o qué amenaza a las consecuencias, podría hacer cambiar de opinión a nuestro a nuestras sociedades.
Por supuesto que la Declaración de Casablanca tiene sentido, al igual que cualquier iniciativa con vocación universal que aporte influencia diplomática. Somos una minoría, sí, pero no tenemos por qué dejar que otras minorías se apoderen de nosotros.
En el Reino Unido y en los países del norte de Europa, las autoridades están viendo el daño que hace el cambio de sexo de menores y están dando marcha atrás. ¿Puede la moral consecuencialista ofrecer un baluarte contra determinados experimentos?
–Sólo añadiré un detalle a lo que he dicho más arriba sobre este tema. Sí, la moral consecuencialista ofrece un sustituto. Pero, para afrontar el daño causado y tenerlo en cuenta, sigue siendo necesario un mínimo de pragmatismo en las sociedades en cuestión. Cuando las sociedades son fuertemente ideológicas, como es el caso de Francia, lo que cuenta es el principio y las consecuencias no tienen ningún peso. Así que las asociaciones de transexuales se niegan a mirar los daños, y sólo cuenta la ideología. En los países escandinavos, tanto si se trata de transexuales como de inmigración, tienden a mirar la realidad y a reformarse en consecuencia. En Francia, generalmente, sólo nos interesa la teoría, y la realidad no cuenta mucho: si es vergonzosa, simplemente miramos hacia otro lado, y el daño se acumula.
Si estamos viviendo el fin de la civilización cristiana, ¿hacia qué civilización nos dirigimos? ¿Por qué será sustituida?
–Vivimos actualmente en un punto de ruptura en el que son posibles muchas situaciones nuevas, porque existen corrientes de pensamiento muy diferentes luchan, se cruzan y se eliminan. Además de un remanente minoritario de cristianos, probablemente tendremos una religión ecológica de tipo panteísta con todo tipo de corrientes más o menos extremas, un islam fuerte, que no sabemos si será radical o no, un remanente de marxismo representado hoy por la corriente Woke, que no sabemos si se extinguirá o se extenderá; y otro resto de marxismo que produce una revuelta social permanente, vista como una especie de religión (lo que Martín Gurri llama “la revuelta del público”).
Lo que me sorprende es lo profunda que es la diversidad de creencias: no sólo afecta a los vínculos religiosos, sino también a las creencias ontológicas. Si retomo las cuatro categorías de Descola, está claro que pasamos del naturalismo (entre animales y humanos, hay una similitud en lo físico y una diferencia en la interioridad, los animales no tienen nuestra alma), a algo como el totemismo (similitud de interioridades y fisicalidades: los animales no son esencialmente diferentes de nosotros).
En otras palabras, vivimos en un punto de ruptura en el que las opciones ontológicas primordiales -relativas al sentido y al lugar del hombre en la naturaleza, la naturaleza del mundo y de los dioses- están siendo trastocadas. Este proceso comenzó hace mucho tiempo (¿desde Montaigne?). Es el fin de lo que se llama dualismo, típicamente vinculado al cristianismo, y el comienzo de un monismo. De esta manera nos unimos a las creencias ontológicas asiáticas. Pero ese es otro tema.
¿Qué lugar hay para la virtud de la esperanza en este contexto del fin de la cristiandad?
–¿Debemos lamentar la pérdida de poder en la sociedad? ¿Nos ha engrandecido este estatus hegemónico? ¿Acaso no nos ha vuelto arrogantes, cínicos y descuidados? Creo que tenemos la oportunidad de ser mejores como minoría que como mayoría, al menos temporalmente – porque nuestra vocación sigue siendo la misión. Quizá más adelante asumamos esta misión de forma más inteligente y menos vanidosa (me horroriza la vanidad y la dilación de nuestro clero. Por ahora podemos soportar con humor esta pérdida de influencia, después de todo, como dijo Roger Scruton, desde la pérdida del paraíso hemos tenido una gran experiencia de pérdida.
EL AUTOR Bernard García Larraín
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