Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 11 de marzo de 2023
Indice:
Campaña de oración con motivo del 10º Aniversario de pontificado del Papa Francisco
El Papa: Jesús es la belleza luminosa del amor que se entrega
“Es necesario ‘globalizar’ la solidaridad y no la indiferencia”
TODOS SOMOS EL HIJO PRÓDIGO : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: redescubrir el rostro de Dios Padre
“¿Actuamos como hijos de Dios?” : San Josemaria
¿Cuáles son las obras de misericordia?
¿En qué consiste la mortificación cristiana?
Septimo Dolor y Gozo de San José – Siete Domingos
Muy humanos, muy divinos (I): Jesús, ¿qué debemos hacer? : Paul O'Callaghan
Las personas pueden vivir sin familia, pero no sin un amor de familia : Orfa Astorga de Lira
Mujer de principios : Sheila Morataya
La revolución sexual y la felicidad de las mujeres : Aceprensa
¿PARA QUÉ LA CUARESMA? UN TIEMPO DE RECONCILIACIÓN : José Martínez Colín
Esperanza, valor humano y virtud teologal : Josefa Romo
Derribar las Cruces : José Morales Martín
El diálogo en el matrimonio : Jesús Martínez Madrid
Familia nuclear : Jesús D Mez Madrid
Ecología y feminismo : Emilio Chuvieco
Campaña de oración con motivo del 10º Aniversario de pontificado del Papa Francisco
(C) Vatican Media
La iniciativa de acompañar el 10º Aniversario del Pontificado del Papa Francisco de esta forma partió de los jóvenes del “Sínodo Digital”. Un grupo de evangelizadores digitales que participan de la etapa continental del Sínodo, después de haber realizado la etapa de la escucha en muchas partes del mundo.
La propuesta surgió del intercambio que ellos han tenido al reflexionar sobre lo que se le podía regalar a Papa Francisco por su aniversario. Allí se recordó el primer día de su Pontificado cuando antes de dar la primera bendición a los que estaban reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa pidió un momento de silencio para que todo el Pueblo de Dios rezara por él. Desde entonces lo hemos escuchado repetir en diversas ocasiones esta petición: “no se olviden de rezar por mí”.
De allí que pensaron que “rezar por él” sería el mejor regalo que se podía hacer, realizándolo de la manera propia es esta realizad digital, por medio de un sistema web promovido en las redes digitales.
En qué consiste
Consiste en un sitio web https://www.decimus-annus.org/ donde se accede y se coloca el número de avemarías que deseen ofrecer por el Papa. Si la persona lo desea, puede encender una “vela virtual”, que representa su oración y que se verá reflejada en un mapamundi juntamente con las otras velas que fueron encendidas alrededor del mundo representando las avemarías ofrecidas por todas las personas que se sumaron a esta campaña de oración.
Qué busca significar
Esta iniciativa busca expresar la unidad de la Iglesia en torno a Pedro. Una fecha significativa como esa nos brinda una oportunidad para recordar en el corazón lo que significa ser Iglesia que peregrina con Pedro, y por ello, agradecer a Dios por el don de tener el Papa que, como Vicario de Cristo, nos acompaña en la historia.
Quiénes lo promueven
Los primeros promotores de esta campaña son los influencers/Evangelizadores digitales que a través de las redes quieren llevar esta iniciativa a todo el mundo. Pero la invitación es que todos sean transmisores de esta iniciativa para que nadie quede excluido.
Quiénes pueden participar
La campaña es una invitación abierta para que todas las personas se unan en oración con el fin de celebrar el pontificado del Papa Francisco, agradeciendo a Dios y pidiendo para Dios lo asista y acompañe.
A cuántos busca llegar
Se espera que esta iniciativa pueda ser compartida por todos y llegar así al mayor número posible de personas a través de los medios digitales.
El desafío será en que cada uno de los que se sumen a esta campaña se transforme en promotor de la misma, compartiéndolo de cualquier manera posible.
Hasta cuándo será la campaña
Concluye el 13 de marzo, día en que celebramos el 10º. Aniversario del Pontificado del Papa Francisco.
Cómo se hará el regalo al Papa
Deseamos hacerle llegar el día 13 de marzo, que es su aniversario, un mapa impreso con todas las velas encendidas de tal manera que se vea reflejado gráficamente el “mapa de oraciones” ofrecidas por las personas que se sumaron a esta campaña desde todas las partes del mundo.
El Papa: Jesús es la belleza luminosa del amor que se entrega
Palabras del Santo Padre antes del Ángelus
Ángelus (C) Vatican Media
Este domingo, 5 de marzo de 2023, el Papa Francisco se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano, para recitar el Ángelus, con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para la cita habitual de los domingos.
Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
***
Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo Domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio de la Transfiguración: Jesús lleva consigo, sobre el monte, a Pedro, Santiago y Juan y se revela ante ellos en toda su belleza de Hijo de Dios (cf. Mt 17,1-9).
Detengámonos un momento en esta escena y preguntémonos: ¿En qué consiste esta belleza? ¿Qué ven los discípulos? ¿Un efecto especial? No, no es eso. Ven la luz de la santidad de Dios resplandecer en el rostro y en las vestimentas de Jesús, imagen perfecta del Padre. Se revela la majestad de Dios, la belleza de Dios. Pero Dios es Amor, y, por lo tanto, los discípulos han visto con sus ojos la belleza y el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. ¡Tuvieron un anticipo del paraíso! ¡Qué sorpresa para los discípulos! ¡Habían tenido bajo sus ojos durante tanto tiempo el rostro del Amor y no se habían dado cuenta de lo hermoso que era! Solo ahora se dan cuenta, y con tanta alegría, con inmensa alegría.
Jesús, en realidad, con esta experiencia los está formando, los está preparando para un paso todavía más importante. De ahí en poco tiempo, de hecho, deberán saber reconocer en Él la misma belleza, cuando suba a la cruz y su rostro se desfigure. A Pedro le cuesta entender: quisiera detener el tiempo, poner la escena en “pausa”, estar allí y alargar esta experiencia maravillosa; pero Jesús no lo permite. Su luz, de hecho, no se puede reducir a un “momento mágico”. Así se convertiría en algo falso, artificial, que se disuelve en la niebla de los sentimientos pasajeros. Al contrario, Cristo es la luz que orienta el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aparta a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da la fuerza para seguirlo hasta Jerusalén, hasta la cruz. La belleza de Cristo no es alienante, te lleva siempre adelante, no te hace esconderte: ¡ve adelante!
Hermanos, hermanas, este Evangelio traza también para nosotros un camino: nos enseña lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros. Es estando con él, de hecho, como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz. Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que cada día caminan junto a nosotros: los familiares, los amigos, los colegas, quienes en diversos modos cuidan de nosotros. ¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor en torno a nosotros! Aprendamos a reconocerlas y a llenarnos el corazón con ellas. Y después partamos, para llevar también a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor (cf. 1 Jn 3,18), sumergiéndose con más generosidad en las tareas cotidianas, amando, sirviendo y perdonando con más entusiasmo y disponibilidad. La contemplación de las maravillas de Dios, la contemplación del rostro de Dios, de la cara del Señor, nos debe empujar al servicio a los demás.
Podemos preguntarnos: ¿Sabemos reconocer la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿La reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos quieren? ¿Buscamos en torno a nosotros las señales de esta luz, que nos llena el corazón y lo abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alienan y nos cierran en nosotros mismos? La gran luz del Señor y la luz falsa, artificial de los ídolos. ¿Qué prefiero yo?
Que María, que ha custodiado en el corazón la luz de su Hijo, también en la oscuridad del Calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor.
“Es necesario ‘globalizar’ la solidaridad y no la indiferencia”
Audiencia al Comité Editorial del programa de televisión “A Sua Immagine”
Vatican News
Al final de la mañana de este sábado, 4 de marzo, el Santo Padre Francisco recibió en Audiencia al Comité de Redacción del programa televisivo «A Sua Immagine» y les dirigió el discurso que publicamos a continuación:
***
Discurso del Santo Padre
Queridos amigos, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco al padre Gianni Epifani sus amables palabras. Me alegra encontrarme con todo el equipo de «A Sua Immagine«: («A su imagen»): además de la presentadora, la señora Lorena Bianchetti, también los autores, los redactores, los técnicos y todos los que colaboran en el programa. Y extiendo también mi saludo a quienes les han precedido en el pasado.
Como sabéis, yo también sigo a menudo, al menos en parte, vuestro programa: cuando llego al Ángelus, casi al final de la misa, para volver a leer, empezáis vosotros y hasta mediodía os escucho. Un poco como una «sala de espera» para el Ángelus. Este programa nació de la colaboración entre la RAI y la Conferencia Episcopal Italiana. De hecho, la programación dominical coincide, en la última parte, con el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro; así que, antes de asomarme a la ventana, me gusta seguirlo durante unos minutos, y a veces menciono algún contenido que me ha llamado especialmente la atención.
Quisiera felicitar a quienes, hace veintiséis años, eligieron el nombre del programa: «A su imagen». Estas palabras nos remiten al principio de la Biblia, al libro del Génesis, donde en el momento culminante de la creación Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26). ¡Hemos sido creados «a imagen» de Dios! No debemos acostumbrarnos a esta expresión, no debe dejar de sorprendernos: en cada ser humano Dios ha encendido de forma única una chispa de su luz. En cada persona, buena y mala, en todos; porque se trata de sustantivo, no de adjetivo: si es bueno, es creyente… no. A imagen de Dios: ese es el sustantivo. En este tiempo en el que hay una crisis del «sustantivo» y también del uso demasiado indebido de los adjetivos, estamos en la era de la adjetivación. Cuando te preguntan: «¿Quién es éste?». – «Es un ladrón, es esto y esto…». Primero el adjetivo, luego el sustantivo. No. Tenemos que recuperar el sustantivo de las cosas. Y «A Su Imagen», tu vocación, es buscar el «sustantivo» de las cosas y liberarnos de esta cultura de la adjetivación.
A su imagen. No dejéis que estas palabras, por costumbre, se conviertan en «palabras al viento», o se reduzcan a escribir en una pantalla. Conserva la maravilla de esta Palabra, para que puedas comunicarla. Es importante. El cambio de época que vivimos atestigua la pérdida, por parte de tantas personas, de la conciencia misma de ser hijos de Dios, creados «a su imagen». Es necesario reavivarla. Porque ahí, en esa «imagen», está el origen y el fundamento de la irreductible dignidad humana; el origen y el fundamento de que todos seamos hermanos, porque somos hijos del único Padre, amados y creados «a su imagen».
En coherencia con esta visión, su programa presenta rostros e historias de hombres y mujeres de nuestro tiempo. Lo hace, en particular, dando voz a los más débiles y a los que sufren; lo hace hablando de los que viven el Evangelio en las periferias geográficas y existenciales de Italia y del mundo; lo hace abriendo «ventanas» a situaciones y lugares que a menudo escapan al radar de la opinión pública. A través de vuestros invitados y películas dais testimonio, domingo tras domingo, con gracia y sin gritar, de tantas experiencias de vida y de servicio. Nos recordáis que hay jóvenes capaces de comprometerse y de gastarse por los demás; mostráis también los dramas de la humanidad, pero a través de historias que nos permiten mantener viva la esperanza, porque nos dejan entrever la belleza del Evangelio vivido.
Os animo a ello, os animo a seguir por este camino. Es necesario «globalizar» la solidaridad y no la indiferencia. Hoy en día, ¡la indiferencia está tan globalizada! Anunciar el Evangelio significa testimoniar con nuestra vida que hay un Dios de misericordia que nos espera y que nos precede, que nos ha querido y que nos ama. Y vosotros, con vuestro trabajo específico, podéis aportar mucho en este sentido. Y, en este sentido, os doy las gracias a vosotros y a la RAI porque ayudáis a dar resonancia a las llamadas que, después del Ángelus o del Regina Caeli, hago por nuestros hermanos y hermanas en condiciones de grave dificultad. Así ayudáis a los telespectadores a no olvidarlos, a estar cerca de ellos con la oración, con la ayuda concreta y con el compromiso cotidiano.
Queridos amigos, os doy las gracias por vuestro trabajo y por el modo en que lo realizáis. Lo acompaño con mi bendición, y os bendigo a todos vosotros y a vuestros seres queridos. Y os pido, por favor, que recéis por mí.
— El pecado, la mayor tragedia del hombre. Consecuencias del pecado en el alma. Fuera de Dios es imposible la felicidad.
— La vuelta a Dios. Sinceridad y examen de conciencia.
— El encuentro con nuestro Padre Dios en la Confesión sincera y contrita. La alegría en la casa paterna.
I. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas1, rezamos en la Antífona de entrada de la Misa. En el Evangelio, narra San Lucas2 cómo cierto día en que se acercaban a Jesús muchos publicanos y pecadores, los fariseos comenzaron a murmurar porque Él los acogía a todos. Entonces el Señor les propuso esta parábola: Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven al padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.
Todos somos hijos de Dios y, siendo hijos, somos también herederos3. La herencia es un conjunto de bienes incalculables y de felicidad sin límites, que solo en el Cielo alcanzará su plenitud y la seguridad completa. Hasta entonces tenemos la posibilidad de hacer con esa herencia lo mismo que el hijo menor de la parábola: pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana, y allí disipó toda su herencia viviendo disolutamente: «¡Cuántos hombres en el curso de los siglos, cuántos de los de nuestro tiempo pueden encontrar en esta parábola los rasgos fundamentales de su propia historia personal!»4. Tenemos la posibilidad de marcharnos lejos de la casa paterna y malbaratar los bienes de modo indigno de nuestra condición de hijos de Dios.
Cuando el hombre peca gravemente, se pierde para Dios y también para sí mismo, pues el pecado desorienta su camino hacia el Cielo; es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. Su vida honrada, las esperanzas que Dios había puesto en él; su vocación a la santidad, su pasado y su futuro se han venido abajo. Se aparta radicalmente del principio de vida, que es Dios, por la pérdida de la gracia santificante; pierde los méritos adquiridos a lo largo de toda su vida y se incapacita para adquirir otros nuevos, quedando sujeto de algún modo a la esclavitud del demonio. Por lo que respecta al pecado venial, Juan Pablo II nos recuerda que, aunque no cause la muerte del alma, el hombre que lo comete se detiene y distancia en el camino que le lleva al conocimiento y amor de Dios, por lo que no debe ser considerado como algo secundario ni como un pecado de poca importancia5.
«El alejamiento del Padre lleva siempre consigo una gran destrucción en quien lo realiza, en quien quebranta su voluntad y disipa en sí mismo la herencia: la dignidad de la propia persona humana, la herencia de la gracia»6. Aquel que un día, al salir de casa, se las prometía muy felices fuera de los límites de la finca, pronto comenzó a sentir necesidad. La satisfacción se acaba pronto, y el pecado no produce verdadera felicidad, porque el demonio carece de ella. Viene luego la soledad y «el drama de la dignidad perdida, la conciencia de la filiación divina echada a perder»7: se tuvo que poner a guardar cerdos, lo más infamante para un judío. Pasmaos, cielos, de esto y horrorizaos sobremanera, dice Yahvé. Un doble crimen ha cometido mi pueblo: dejarme a mí, fuente de agua viva, para ir a excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua8. Fuera de Dios es imposible la felicidad, incluso aunque durante un tiempo pueda parecer otra cosa.
II. El hijo, lejos de la casa paterna, siente hambre. Entonces, volviendo en sí, recapacitando, se decidió a iniciar el camino de retorno. Así comienza también toda conversión, todo arrepentimiento: volviendo en sí, haciendo un parón, reflexionando el hombre y considerando a dónde le ha llevado su mala aventura; haciendo, en definitiva, un examen de conciencia, que abarca desde que salió de la casa paterna hasta la lamentable situación en que ahora se encuentra. «No bastan (...) los análisis sociológicos para traer la justicia y la paz. La raíz del mal está en el interior del hombre. Por eso, el remedio parte también del corazón»9.
Cuando se justifica el pecado, o se ignora, se hacen imposibles el arrepentimiento y la conversión, que tienen su origen en lo más profundo de la persona. Para hacer examen de la propia vida es necesario ponerse frente a las propias acciones con valentía y sinceridad, sin intentar falsas justificaciones: «Aprended a llamar blanco a lo blanco y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado»10, nos pide el Papa Juan Pablo II.
En el examen de conciencia se confronta nuestra vida con lo que Dios esperaba, y espera, de ella. Muchos autores espirituales han comparado el alma a una habitación cerrada. En la medida en que se abra la ventana y entre la luz se distinguen todos los desperfectos, la suciedad, todo lo feo y roto allí acumulado. En el examen, con la ayuda de la luz de la gracia, nos conocemos como en realidad somos (es decir, como somos delante de Dios). Los santos se han reconocido siempre pecadores porque, por su correspondencia a la gracia, han abierto las ventanas de par en par a la luz de Dios, y han podido conocer bien toda la estancia, su alma. En el examen descubriremos también las omisiones en el cumplimiento de nuestro compromiso de amor a Dios y a los hombres, y nos preguntaremos: ¿a qué se deben tantos descuidos? Cuando no hallamos de qué arrepentirnos, no suele ser por carecer de faltas y pecados sino por cerrarnos a esa luz de Dios, que nos indica en todo momento la verdadera situación de nuestra alma. Si se cierra la ventana, la habitación queda a oscuras y no se ve entonces el polvo, la silla mal colocada, el cuadro torcido y otros desperfectos y descuidos... quizá graves.
La soberbia también tratará de impedir que nos veamos tal como somos: han cerrado sus oídos y tapado sus ojos, a fin de no ver con ellos11. Los fariseos, a quienes el Señor aplica estas palabras, se hicieron sordos y ciegos voluntarios, porque en el fondo no estaban dispuestos a cambiar.
III. Se levantó y fue a su padre.
Desandar lo andado. Volver. El hombre continúa añorando, y poco a poco cobran fuerza otros sentimientos: el calor del hogar, el recuerdo insistente del rostro de su padre, el cariño filial. El dolor se vuelve más noble, y más sincera aquella frase preparada: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.
Todos nosotros, llamados a la santidad, somos también el hijo pródigo. «La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que –por tanto– se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. Volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios»12.
Hemos de acercarnos a este sacramento con el deseo de confesar la falta, sin desfigurarla, sin justificaciones: pequé contra el Cielo y contra ti. Con humildad y sencillez, sin rodeos. En la sinceridad se manifiesta el arrepentimiento de las faltas cometidas.
El hijo llega hambriento, sucio y lleno de andrajos. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
El padre corrió... Mientras el arrepentimiento anda con frecuencia lentamente, la misericordia de nuestro Padre corre hacia nosotros en cuanto atisba en la lejanía nuestro más pequeño deseo de volver. Por eso la Confesión está impregnada de alegría y de esperanza. «Es la alegría del perdón de Dios, mediante sus sacerdotes, cuando por desgracia se ha ofendido su infinito amor y arrepentidos se retorna a sus brazos de Padre»13.
Las palabras de Dios, que ha recuperado a su hijo perdido y envilecido, también desbordan alegría. Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadlo, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.
La túnica más rica lo constituye en huésped de honor; con el anillo le es devuelto el poder de sellar, la autoridad, todos los derechos; las sandalias le declararon hombre libre. «En el Sacramento de la Penitencia es donde tú y yo nos revestimos de Jesucristo y de sus merecimientos»14.
El Señor nos devuelve en la Confesión lo que culpablemente perdimos por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos de Dios. Ha establecido este sacramento de Su misericordia para que podamos volver siempre al hogar paterno. Y la vuelta acaba siempre en una fiesta llena de alegría. Tal es, os digo, la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia15.
Después de recibir la absolución y cumplir con la penitencia impuesta por el confesor, «el penitente, olvidándose de lo que queda atrás16, se injerta de nuevo en el misterio de la salvación y se encamina hacia los bienes futuros»17.
1 Antífona de entrada. Sal 144, 8-9. — 2 Lc 15, 1-3; 11-32. — 3 Rom 8, 17. — 4 Juan Pablo II, Homilía 16-III-1980. — 5 Cfr. Juan Pablo II, Exhor. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, 17. — 6 Conc. Vat. II, loc. cit. — 7 Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 5. — 8 Jer 2, 12-13. — 9 Juan Pablo II, Discurso a UNIV, Roma 11-IV-1979. — 10 Juan Pablo II, Hom. Universitarios, Roma 26-III-1981. — 11 Mt 13, 15. — 12 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 64. — 13 Juan Pablo II, Alocución a peregrinos napolitanos, Roma 24-III-1979. — 14 San Josemaría. Escrivá, Camino, n. 310. — 15 Lc 15, 10. — 16 Fil 3, 13. — 17 Ritual de la Penitencia, 2ª ed., Madrid 1980, Praenotanda, n. 6.
Evangelio del sábado: redescubrir el rostro de Dios Padre
Comentario del sábado de la 2.ª semana de Cuaresma. “Y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le cubrió de besos”. Para conocer el amor que Dios Padre nos tiene necesitamos hacer sitio en nuestro corazón al Espíritu Santo. Sólo gracias a él podemos decir “Abbá, Padre”, esto es, reconocernos hijos amados de Padre tan grande.
11/03/2023
Evangelio (Lc 15,1-3.11-32)
Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces les propuso esta parábola:
Dijo también:
—Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde». Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven lo recogió todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastarlo todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”». Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
»Cuando aún estaba lejos, le vio su padre y se compadeció. Y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». Pero el padre les dijo a sus siervos: «Pronto, sacad el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado». Y se pusieron a celebrarlo.
»El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los siervos, le preguntó qué pasaba. Éste le dijo: «Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano». Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerle. Él replicó a su padre: «Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado». Pero él respondió: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».
Comentario
El evangelio de la misa de hoy es uno de los textos más conocidos del Nuevo Testamento. En él se nos habla de la misericordia del Padre y, al mismo tiempo, de dos tipos de corazones, dos tipos de hijos, incapaces de llegar al centro de ese amor que les rodea e inunda. En contexto de conversión, pues estamos en tiempo de cuaresma, el relato nos anima a no cansarnos de redescubrir el rostro del Padre, por mucho que pensemos que ya le conocemos: a conocerle con el corazón (cfr. 2Co 5,16).
Llama la atención lo que hace el hijo que se va de casa: pensar que se merece una herencia y pedirla; la inconsciencia de buscar solo el placer del momento presente; el verse empujado a dar la espalda a su propia fe (cuidar cerdos) para conseguir sustento; su forma de pensar al volver a casa, no movido por el amor sino por la necesidad; el endurecimiento de su corazón, que le hace proyectar sobre su padre su propia forma de juzgar cosas y personas. También llama la atención la actitud del hijo que permanece en casa, con el corazón endurecido, incapaz de comprender el amor de su padre e inmisericorde con su hermano.
Esas actitudes hablan de lo que puede haber en nuestros corazones. Y nos recuerdan la necesidad de redescubrir continuamente el amor de Dios por nosotros, un Padre que no es ajeno a ninguna de nuestras carencias. Él nos ha llamado a ser sus hijos y, por su parte, esa llamada no cesa. Él nos ha llamado a vivir en libertad, no como esclavos. Los dos hijos de la parábola habían acabado viviendo como esclavos: uno, de sus pasiones; otro, de una obligación mal entendida. Nos recuerda San Pablo que donde está el Espíritu del Señor hay libertad (2Co 3,17). No una libertad como pretexto para la carne, sino para servirnos unos a otros por amor (Ga 5,13). De estos hijos aprendemos la necesidad de pedir al Espíritu Santo que nos ayude a redescubrir continuamente el rostro amoroso de ese Padre del que somos hijos; de ahí mana la fuerza para vivir con gozo la fe en el día a día.
“¿Actuamos como hijos de Dios?”
Un hijo de Dios no tiene ni miedo a la vida, ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien, es toda la Bondad. Pero, ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos de Dios? (Forja, 987)
11 de marzo
Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará –insisto– a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas –luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional–, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios. (Forja, 740)
Cuando se trabaja por Dios, hay que tener “complejo de superioridad”, te he señalado. Pero, me preguntabas, ¿esto no es una manifestación de soberbia? –¡No! Es una consecuencia de la humildad, de una humildad que me hace decir: Señor, Tú eres el que eres. Yo soy la negación. Tú tienes todas las perfecciones: el poder, la fortaleza, el amor, la gloria, la sabiduría, el imperio, la dignidad... Si yo me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o en el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de tu divinidad, sentiré las luces de tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre tu fortaleza. (Forja, 342)
¿Cuáles son las obras de misericordia?
Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Pero, ¿cuáles son y en qué consisten?
17/06/2020
¿Cuáles son las obras de misericordia?
Hay catorce obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.
Obras de misericordia corporales:
- Visitar a los enfermos.
- Dar de comer al hambriento.
- Dar de beber al sediento.
- Dar posada al peregrino.
- Vestir al desnudo.
- Visitar a los presos.
- Enterrar a los difuntos.
Obras de misericordia espirituales:
- Enseñar al que no sabe.
- Dar buen consejo al que lo necesita.
- Corregir al que se equivoca.
- Perdonar al que nos ofende.
- Consolar al triste.
- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
- Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Las obras de misericordia corporales surgen en su mayoría de una lista hecha por Jesucristo en su descripción del Juicio Final.
La lista de las obras de misericordia espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.
¿Qué son las obras de misericordia?
Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. Catecismo de la Iglesia Católica, 2447
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina.
La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Papa Francisco, Bula Misericordiae Vultus.
¿Cuál es el efecto de las obras de misericordia en quien las practica?
El ejercicio de la obras de misericordia comunica gracias a quien las ejerce. En el evangelio de Lucas Jesús dice: “Dad, y se os dará”. Por tanto, con las obras de misericordia hacemos la Voluntad de Dios, damos algo nuestro a los demás y el Señor nos promete que nos dará también a nosotros lo que necesitemos.
Por otro lado, una manera de ir borrando la pena que queda en el alma por nuestros pecados ya perdonados es mediante obras buenas. Obras buenas son, por supuesto, las Obras de Misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia” (Mt.5, 7), es una de las Bienaventuranzas.
Además las Obras de Misericordia nos van ayudando a avanzar en el camino al Cielo, porque nos van haciendo parecidos a Jesús, nuestro modelo, que nos enseñó cómo debe ser nuestra actitud hacia los demás. En Mateo se recogen las siguientes palabras de Cristo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Al seguir esta enseñanza del Señor cambiamos los bienes temporales por los eternos, que son los que valen de verdad.
Las obras de misericordia corporales: breve explicación
San Mateo recoge la narración del Juicio Final (Mt 25,31-16): “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de derecha: «Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y fuisteis a verme». Los justos le contestarán entonces: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos ver?». Y el rey les dirá: «Os aseguro que, cuando lo hicisteis con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicisteis». Entonces dirá también a los de la izquierda: «Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me disteis de comer, sediento y no me disteis de beber, era forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y encarcelado y no me visitasteis». Entonces ellos le responderán: «Señor ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?» Y él les replicará: «Os aseguro que, cuando no lo hicisteis con uno de aquellos más insignificante, tampoco lo hicisteis conmigo. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna»”.
1) Dar de comer al hambriento y 2) dar de beber al sediento.
Estas dos primeras se complementan y se refieren a la ayuda que debemos procurar en alimento y otros bienes a los más necesitados, a aquellos que no tienen lo indispensable para poder comer cada día.
San Juan Bautista, según recoge el evangelio de san Lucas, recomienda: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lc 3, 11).
3) Dar posada al peregrino.
En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo complicado y arriesgado de las travesías. No es el caso hoy en día. Pero, aún así, podría tocarnos recibir a alguien en nuestra casa, no por pura hospitalidad de amistad o familia, sino por alguna verdadera necesidad.
4) Vestir al desnudo.
Esta obra de misericordia se dirige a paliar otra necesidad básica: el vestido. Muchas veces, se nos facilita con las recogidas de ropa que se hacen en Parroquias y otros centros. A la hora de entregar nuestra ropa es bueno pensar que podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar de lo que aún es útil.
En la carta de Santiago se nos anima a ser generosos: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16).
5) Visitar al enfermo
Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto en el aspecto físico, como en hacerles un rato de compañía.
El mejor ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la Parábola del Buen Samaritano, que curó al herido y, al no poder continuar ocupándose directamente, confió los cuidados que necesitaba a otro a quien le ofreció pagarle. (ver Lc 10, 30-37).
6) Visitar a los encarcelados
Consiste en visitar a los presos y prestarles no sólo ayuda material sino una asistencia espiritual que les sirva para mejorar como personas, enmendarse, aprender a desarrollar un trabajo que les pueda ser útil cuando terminen el tiempo asignado por la justicia, etc.
Significa también rescatar a los inocentes y secuestrados. En la antigüedad los cristianos pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por prisioneros inocentes.
7) Enterrar a los difuntos
Cristo no tenía lugar sobre el que reposar. Un amigo, José de Arimatea, le cedió su tumba. Pero no sólo eso, sino que tuvo valor para presentarse ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn 19, 38-42)
Enterrar a los muertos parece un mandato superfluo, porque –de hecho- todos son enterrados. Pero, por ejemplo, en tiempo de guerra, puede ser un mandato muy exigente. ¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19).
Las obras de misericordia espirituales: breve explicación
1) Enseñar al que no sabe
Consiste en enseñar al ignorante en cualquier materia: también sobre temas religiosos. Esta enseñanza puede ser a través de escritos o de palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente.
Como dice el libro de Daniel, "los que enseñan la justicia a la multitud, brillarán como las estrellas a perpetua eternidad" (Dan 12, 3b).
2) Dar buen consejo al que lo necesita
Uno de los dones del espíritu Santo es el don de consejo. Por ello, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios, ya que no se trata de dar opiniones personales, sino de aconsejar bien al necesitado de guía.
3) Corregir al que se equivoca
Esta obra de misericordia se refiere sobre todo al pecado. De hecho, otra manera de formular esta obra es: Corregir al pecador.
La corrección fraterna es explicada por el mismo Jesús en el evangelio de Mateo: “Si tu hermano peca, vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano”. (Mt 18, 15-17)
Debemos corregir a nuestro prójimo con mansedumbre y humildad. Muchas veces será difícil hacerlo pero, en esos momentos, podemos acordarnos de lo que dice el apóstol Santiago al final de su carta: “el que endereza a un pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados” (St 5, 20).
4) Perdonar las injurias
En el Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y el mismo Señor aclara: “si perdonáis las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial os perdonará. En cambio, si no perdonáis las ofensas de los hombres, tampoco el Padre os perdonará a vosotros” (Mt 6, 14-15).
Perdonar las ofensas significa superar la venganza y el resentimiento. Significa tratar amablemente a quien nos ha ofendido.
El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego venderlo. “Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros” (Gen 45, 5).
Y el mayor perdón del Nuevo Testamento es el de Cristo en la Cruz, que nos enseña que debemos perdonar todo y siempre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23, 34).
5) Consolar al triste
El consuelo para el triste, para el que sufre alguna dificultad, es otra obra de misericordia espiritual.
Muchas veces, se complementará con dar un buen consejo, que ayude a superar esta situación de dolor o tristeza. Acompañar a nuestros hermanos en todos los momentos, pero sobre todo en los más difíciles, es poner en práctica el comportamiento de Jesús que se compadecía del dolor ajeno. Un ejemplo viene recogido en el evangelio de Lucas. Se trata de la resurrección del hijo de la viuda de Naím: “Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: Joven, a ti te digo: Levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre”.
6) Sufrir con paciencia los defectos de los demás
La paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia. Sin embargo, hay un consejo muy útil: cuando el soportar esos defectos causa más daño que bien, con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la advertencia.
7) Orar por vivos y difuntos
San Pablo recomienda orar por todos, sin distinción, también por gobernantes y personas de responsabilidad, pues “Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (ver 1 Tim 2, 2-3).
Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena obra rezar por éstos para que sean libres de sus pecados. (ver 2 Mac 12, 46).
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
«PADRE NUESTRO»
ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES
2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia Él, ofrecen nuestra miseria a su gracia. “Abismo que llama al abismo” (Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia Él, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no “nos” nombramos, sino que lo que nos mueve es “el deseo ardiente”, “el ansia” del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): “Santificado sea [...] venga [...] hágase [...]”: estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: “danos [...] perdónanos [...] no nos dejes [...] líbranos”. La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un “nosotros” que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I. «Santificado sea tu nombre»
2807 El término “santificar” debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en “el benévolo designio que Él se propuso de antemano” (Ef 1, 9) para que nosotros seamos “santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de Él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), Dios “lo corona de gloria” (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda “privado de la Gloria de Dios” (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre “a la imagen de su Creador” (Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: “se cubrió de Gloria” (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es “suyo” y debe ser una “nación santa” (cf Ex 19, 5-6) (o “consagrada”, que es la misma palabra en hebreo), porque el Nombre de Dios habita en él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo”), y aunque el Señor “tuvo respeto a su Nombre” y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y “profanó su Nombre entre las naciones” (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que Él es, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: “Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad” (Jn 17, 19). Jesús nos “manifiesta” el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque “santifica” Él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido “lavados [...] santificados [...] justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre “nos llama a la santidad” (1 Ts 4, 7) y como nos viene de Él que “estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros [...] santificación” (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
«¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras “Sed santos porque yo soy santo” (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante [...] Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:
«Pedimos a Dios santificar su Nombre porque Él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del apóstol: “el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones”(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4).
«Cuando decimos “santificado sea tu Nombre”, pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre “en nosotros”, porque pedimos que lo sea en todos los hombres» (Tertuliano, De oratione, 3, 4).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre Nuestro es oración nuestra si se hace “en el Nombre” de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado” (Jn 17, 11).
II. Venga a nosotros tu Reino
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios es para nosotros lo más importante. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
«Incluso [...] puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 13).
2817 Esta petición es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”:
«Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano, De oratione, 5, 2-4).
2818 En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo” (cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano).
2819 “El Reino de Dios [...] [es] justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
«Solo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»
2822 La voluntad de nuestro Padre es “que todos los hombres [...] se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). El “usa de paciencia [...] no queriendo que algunos perezcan” (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado” (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2823 Él nos ha dado a “conocer [...] el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano [...] hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza [...] a Él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad” (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: “He aquí que yo vengo [...] oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10, 7; Sal 40, 8-9). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados [...] según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).
2825 Jesús, “aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
«Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, De oratione, 26, 3).
«Considerad cómo [Jesucristo] nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice “Que tu voluntad se haga” en mí o en vosotros “sino en toda la tierra”: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo» (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum homilia 19, 5).
2826 Por la oración, podemos “discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener “constancia para cumplirla” (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino “haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21).
2827 “Si alguno [...] cumple la voluntad [...] de Dios, a ése le escucha” (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido “agradables” al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
«Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 6, 24).
IV. «Danos hoy nuestro pan de cada día»
2828 “Danos”: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, “danos” es la expresión de la Alianza: nosotros somos de Él y Él de nosotros, para nosotros. Pero este “nosotros” lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 “Nuestro pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
«A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de “nuestro” pan, “uno” para “muchos”: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 “Ora et labora” (Lema de tradición benedictina. Cf. San Benito, Regla, 20). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”. Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4, cf Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para “anunciar el Evangelio a los pobres”. Hay hambre sobre la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 “Hoy” es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este “hoy” no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
«Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 26).
2837 “De cada día”. La palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de “hoy” (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza “sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion: “lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, “remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este “día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre “cada día”.
«La Eucaristía es nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación» (San Agustín, Sermo 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7)
V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.
«Perdona nuestras ofensas»...
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).
... «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
VI. «No nos dejes caer en la tentación»
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos “deje caer” en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa “no permitas entrar en” (cf Mt 26, 41), “no nos dejes sucumbir a la tentación”. “Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie” (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate “entre la carne y el Espíritu”. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre “ser tentado” y “consentir” en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es “bueno, seductor a la vista, deseable” (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
«Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres [...] En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado» (Orígenes, De oratione, 29, 15 y 17).
2848 “No entrar en la tentación” implica una decisión del corazón: “Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón [...] Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 21-24). “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este “dejarnos conducir” por el Espíritu Santo. “No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que “nos guarde en su Nombre” (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16, 15).
2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el “nosotros”, en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La Oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la Economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en “comunión con los santos” (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El “diablo” (diá-bolos) es aquél que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 “Homicida [...] desde el principio [...] mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44), “Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota toda la creación entera será “liberada del pecado y de la muerte” (Plegaria Eucarística IV, 123: Misal Romano). “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno” (1 Jn 5, 18-19):
«El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os guarda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31)» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 30).
2853 La victoria sobre el “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está “echado abajo” (Jn 12, 31; Ap 12, 11). “Él se lanza en persecución de la Mujer” (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, “llena de gracia” del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que “tiene las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,18), “el Dueño de todo, Aquel que es, que era y que ha de venir” (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
«Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (Rito de la Comunión [Embolismo]: Misal Romano).
LA DOXOLOGÍA FINAL
2855 La doxología final “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor” vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del Padrenuestro: la glorificación de su Nombre, la venida de su Reino y el poder de su Voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6; 4, 11; 5, 13). El príncipe de este mundo se había atribuido con mentira estos tres títulos de realeza, poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos (cf 1 Co 15, 24-28).
2856 «Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea” (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 18).
Resumen
2857 En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.
2858 Al pedir: “Santificado sea tu Nombre” entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre —revelado a Moisés, después en Jesús— por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
2859 En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el “hoy” de nuestras vidas.
2860 En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.
2861 En la cuarta petición, al decir “danos”, expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. “Nuestro pan” designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el “hoy” de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.
2862 La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
2863 Al decir: “No nos dejes caer en la tentación”, pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.
2864 En la última petición, “y líbranos del mal”, el cristiano pide a Dios, con la Iglesia, que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el “príncipe de este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación.
2865 Con el “Amén” final expresamos nuestro “fiat” respecto a las siete peticiones: “Así sea”.
¿En qué consiste la mortificación cristiana?
Los cristianos no encuentran en el dolor un placer especial. El masoquismo es contrario a la doctrina de Jesús. Entonces, ¿qué sentido tiene la mortificación cristiana?
San Josemaría y la mortificación, explicada en un punto de su libro Camino.
09/08/2021
∙ "Tras los pasos del Señor": cuatro artículos sobre el sentido de la mortificación cristiana.
∙ El Opus Dei y la mortificación corporal.
∙ La Pasión y Muerte en la Cruz (tema 10 de "Resúmenes de fe cristiana")
∙ La penitencia (tema 22 de "Resúmenes de fe cristiana")
∙ La penitencia II (tema 23 de "Resúmenes de fe cristiana")
∙ ¿Qué actitud mostró Jesús ante las practicas penitenciales?
∙ "El cilicio y los ángeles", capítulo del libro "Opus Dei. Una investigación" de Vittorio Messori.
La Iglesia Católica siempre ha sostenido que el sacrificio tiene que estar presente en la vida del cristiano, como lo estuvo en la vida de Cristo. El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (Cfr. 2 Tm 4).
La mortificación más habitual a la que se enfrentan los cristianos son las contrariedades de cada día: escuchar con paciencia a los hijos, terminar bien un trabajo cuando se está cansado, procurar no distraerse en Misa, no gastar dinero en provecho propio y darlo como limosna a los necesitados, etcétera. Esa es la principal mortificación en la Iglesia, y también en el Opus Dei.
LA MORTIFICACIÓN MÁS HABITUAL A LA QUE SE ENFRENTAN LOS CRISTIANOS SON LAS CONTRARIEDADES DE CADA DÍA: ESCUCHAR CON PACIENCIA A LOS HIJOS, TERMINAR BIEN UN TRABAJO CUANDO SE ESTÁ CANSADO, ETC.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “la moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo”. (CEC, 2289)
Con el ejemplo de Cristo que soportó la cruz y las heridas, la Iglesia recomienda algunos sacrificios corporales, como el ayuno por ejemplo, siempre que no dañen la salud. Las penitencias excesivas han sido siempre rechazadas por la Iglesia, pues el cuerpo es uno de los mayores regalos que hemos recibido de Dios.
CON EL EJEMPLO DE CRISTO QUE SOPORTÓ LA CRUZ Y LAS HERIDAS, LA IGLESIA RECOMIENDA ALGUNOS SACRIFICIOS CORPORALES, COMO EL AYUNO POR EJEMPLO, SIEMPRE QUE NO DAÑEN LA SALUD
Al fin y al cabo, se puede hacer por el alma el mismo esfuerzo que se hace por tener un buen físico. Es malo, en cambio, machacar el cuerpo en exceso.
Con todo, algunos santos destacados, como san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, santo Tomás Moro, san Francisco de Sales, el cura de Ars o santa Teresa de Lisieux, utilizaban cilicios o disciplinas para generarse alguna molestia, sin lesionar su salud. La Iglesia ha aprobado estas prácticas y muchas instituciones las siguen actualmente.
El sentido de la mortificación cristiana: orar en cuerpo y alma
La “santidad en la vida ordinaria” que predica el Opus Dei, hace que los sacrificios más importantes sean los propios de la vida ordinaria: sonreír cuando se está cansado, acompañar a una persona en un trayecto, no retrasar un trabajo aunque aparezca la desgana...
LA “SANTIDAD EN LA VIDA ORDINARIA” QUE PREDICA EL OPUS DEI, HACE QUE LOS SACRIFICIOS MÁS IMPORTANTES SEAN LOS PROPIOS DE LA VIDA ORDINARIA
La New Catholic Encyclopedia (2003) define así el término ‘Mortificación’: “Freno deliberado a los impulsos naturales con el fin de ayudar a la persona a alcanzar la santidad, obedeciendo a la razón iluminada por la fe”.
El Catecismo de la Iglesia señala: “El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios”. (CEC, 2100)
“NINGÚN CRISTIANO PUEDE CRECER EN SANTIDAD, NI EL CRISTIANISMO EN VIGOR, SINO POR LA PENITENCIA" (SAN JUAN XXIII)
El Papa San Juan XXIII, que dedicó una encíclica a la penitencia, decía: “Ningún cristiano puede crecer en santidad, ni el cristianismo en vigor, sino por la penitencia. Por eso en nuestra Constitución Apostólica que proclamó la convocatoria del Concilio Vaticano II, urgimos a los fieles a prepararse espiritualmente para este acontecimiento por medio de la oración y otras prácticas cristianas, y señalamos que no pasaran por alto para ello la práctica de la mortificación voluntaria”. Encíclica ‘Paenitentiam Agere’ (De la necesidad de la penitencia interior y exterior), 1 de julio de 1962.
Acto de presencia de Dios
1. Como preparación para la Pascua, el Señor nos regala cada año la Cuaresma, un tiempo de oración y penitencia. ¿En qué aspectos de mi vida está el Señor esperando una conversión de mi corazón?
2. «Vosotros en cambio, orad así: Padre Nuestro, que estás en los cielos» (Mt 6, 9). ¿Disfruto los ratos de intimidad de diálogo con Dios contándole lo que me ha pasado, cómo me siento, cuáles son mis esperanzas y mis sueños, lo que necesitan los míos, etc.? ¿Creo realmente que Dios es mi Padre?
3. «Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (Mt 6, 6). ¿En mi oración, procuro hablar desde lo más íntimo de mi corazón para dirigirme al Señor? ¿Cómo fomento el recogimiento para dialogar con paz con Jesús?
4. «Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24). «El espíritu de penitencia está principalmente en aprovechar esas abundantes pequeñeces —acciones, renuncias, sacrificios, servicios...— que encontramos cada día en el camino (...) y formar así un ramillete al final del día: ¡un hermoso ramo, que ofrecemos a Dios!» (Camino, n. 408).
5. «La vida cristiana es un constante comenzar y recomenzar, un renovarse cada día. Cristo resucita en nosotros, si nos hacemos copartícipes de su Cruz y de su Muerte» (Es Cristo que pasa, n. 114). ¿Cómo podría acompañar al Señor durante esta Cuaresma? ¿Vivo el ayuno sabiendo que es una invitación a recordar que el alimento que sacia el hambre y la sed del hombre no es el material, sino Dios mismo?
6. «Cuando estaba lejos, lo vio su padre y lleno de compasión, corrió a su encuentro se le echó al cuello y le cubrió de besos» (Lc 15, 20). Dios está continuamente esperándonos. ¿Procuro acudir con esperanza a la misericordia del Señor, sabiendo que la confesión «inunda de alegría y de fuerza» (Amigos de Dios, n. 214)?
Acto de contrición
Septimo Dolor y Gozo de San José – Siete Domingos
Septimo dolor y gozo de San José
Septimo dolor y gozo de San José
Bienaventurado Patriarca san José, modelo de santidad, que habiendo perdido al Niño Jesús sin tu culpa, le buscaste durante tres días con inmenso dolor hasta que, con gozo indecible, le encontraste en el templo en medio de los doctores.
Por este dolor y gozo, y ya que estás tan cerca de Dios, te pedimos nos ayudes a no perder nunca a Jesús por el pecado mortal, y si por desgracia lo perdiéramos, haz que lo busquemos con profundo dolor hasta que lo encontremos y podamos vivir en su amistad para gozar de Él contigo eternamente en el Cielo.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Septimo Dolor
Le estuvieron buscando entre los parientes y conocidos, y al no hallarle, volvieron a Jerusalén en su busca (Lc 2, 44-45).
Cuánto dolor embargaba a José y a María aquellos días. Tantos desvelos, tantos cuidados, tantas alegrías…, y ahora no tenían al Niño. Además Dios les había dado el encargo de custodiar a su Hijo, ¡y lo habían perdido!
José y María preguntaron a unos y a otros. Nadie sabía nada. Tres días que se hacían larguísimos. A otros este suceso les dejaba indiferentes, a sus padres no. Sufrían sobremanera porque valoraban Quién era Jesús: Dios con nosotros.
¡Qué pena si no nos dolieran los pecados, pues nos separan de Dios! ¡Qué pena si no los valorásemos como lo peor que puede suceder en el mundo! Ojalá tengamos aquellos sentimientos que tuvieron sus padres para que se nos rompa el corazón -de dolor de amor- al ver el pecado en nosotros o en los demás.
Septimo Gozo
Al cabo de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles preguntas (Lc 2,46).
¿Cómo expresar la alegría de María y de José al encontrar al Niño? ¿No era alegría desbordante la que sentían los apóstoles y las santas mujeres después de encontrarse con el Resucitado? ¿No es alegría lo que hay en el cielo cuando un pecador se convierte y hace penitencia? Porque no hay felicidad como la de estar con Jesús.
¿Y dónde estaba el Niño? Estaba en el Templo. Jesús esperaba que sus padres le buscaran allí, como también hoy espera de nosotros que vayamos a la casa de Dios, le encontremos en su Palabra, nos alimentemos con la Eucaristía y nos unamos a Él por el amor en el sacramento de la Penitencia.
Si tenemos tristeza es porque nos apartamos de Dios. Si queremos ser felices, muy felices, ya sabemos el camino: estar con Jesús. Que estemos siempre con los Tres: con Jesús, con María y con José.
REFLEXIÓN
¿Puedo decir en verdad que estoy contento, o hay algo que me quita la alegría? ¿Sé distinguir el cansancio de lo que me aparta de Dios?
¿Considero como algo verdaderamente vital el vivir siempre en gracia?
¿Valoro el pecado venial o cualquier otra falta de correspondencia como algo que me aleja de Dios?
¿Comprendo que la castidad es una virtud necesaria para poder ver y amar a Dios, y para que Dios me pueda mirar y amar mejor?
¿Recurro a la oración en todas mis necesidades y tribulaciones, o ando perdido en mis pensamientos?
¿Pido a Dios la perseverancia en las buenas obras hasta el fin de mi vida?
PROPÓSITO
Acudir antes de la fiesta de san José al sacramento de la Penitencia, sabiendo que le daré una alegría a Dios.
ORACIÓN
Oh varón justo y fiel, esposo castísimo de María Santísima, haz que aprendamos a vivir como Dios espera de nosotros. Enséñanos a confiar en Él, a santificarnos en nuestro trabajo, a ser alegres y a servir. Ayúdanos a ser fieles a nuestra vocación, llena de fecundidad a la Iglesia y extiende el ambiente de tu Sagrada Familia en todas las familias de la tierra. Así sea.
Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.
Muy humanos, muy divinos (I): Jesús, ¿qué debemos hacer?
En este primer artículo sobre las virtudes humanas consideramos cómo todos nuestros deseos pueden encontrar su armonía en Dios. Descubrirlo lleva su tiempo, pero es liberador.
09/03/2021
Puede parecer extraño que san Agustín, a lo largo de sus memorias, en un momento comience a describir la influencia del «peso» en las cosas físicas que tiene a su alrededor. Con los conocimientos propios del siglo IV, quien más tarde sería obispo de Hipona nota que existe algo que hace que el fuego siempre se dirija hacia arriba, mientras que una piedra lo haga hacia abajo. Después se fija en que el aceite siempre tiende a colocarse por encima del agua cuando son mezclados o en que, de alguna manera, todo lo que está desordenado busca el orden y allí descansa. San Agustín intuye que, en todos estos movimientos, a las cosas las guía su «peso». Y es entonces cuando, con lenguaje poético, confiesa: «Mi peso es mi amor, él me lleva doquiera que soy llevado»[1]. Se trata de una experiencia universal: aquello que deseamos, que buscamos, que queremos, es lo que nos mueve. Buscamos siempre la satisfacción de un deseo que aspira a ser duradero. Ese «peso» nos lleva a la felicidad, más o menos plena, así que no queremos dejarnos engañar por un simple y fugaz pasarlo bien. ¿Cómo descubrir ese amor por el que san Agustín se sentía llevado?
El proceso de toda historia
«¿Qué debo hacer para ir al cielo?», preguntó un joven a Jesús (cfr. Lc 18,18). Se trata de un pasaje de la Escritura ante el cual guardamos un silencio expectante, porque plantea un interrogante que nos involucra a todos. ¿Qué responderá aquel que es Dios y Hombre? Sin embargo, justo antes de su intervención, el joven había empleado una frase en la que el Señor detecta algo extraño: se dirige a Jesús llamándolo «maestro bueno». La respuesta nos puede parecer un poco tajante: «Nadie es bueno sino uno solo: Dios» (Lc 18,19). El Señor había percibido, no sabemos cómo, que ciertamente el joven buscaba algo más en su vida, pero que en realidad pensaba que eso se lo daría un bien creado, algo que podía controlar, algo a lo que podía aferrarse aquí en la tierra. Por eso, aunque en la siguiente pregunta Jesús se asegura de que el joven se esfuerza por cumplir la ley de Dios, quiere ir más allá, quiere que el joven rompa definitivamente con la secreta complacencia de este cumplimiento y con los ídolos de la prosperidad humana: «Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme» (Lc 18,22). En esta escena observamos la llamada del Señor, después intuimos la batalla interior del joven, hasta concluir con su triste retiro. Jesús tal vez había soñado con un gran discípulo, pero el muchacho regresó a la comodidad de su casa, su riqueza y sus conocidos.
Aquella felicidad grande anhelada por el joven no está inmediatamente al alcance de nuestra mano. No la podemos gestionar ni dominar. Solo la podemos recibir mediante el abandono en Dios. Dice san Juan Pablo II que «si Dios es el Bien, ningún esfuerzo humano, ni siquiera la observancia más rigurosa de los mandamientos, logra cumplir la Ley, es decir, reconocer al Señor como Dios y tributarle la adoración que a él solo es debida. El cumplimiento puede lograrse solo como un don de Dios»[2]. Por eso, quizá, sobre todo se requiere paciencia, saber esperar activamente. El amor del cristiano no es un fogonazo momentáneo –aunque también pueda existir–, sino una historia de amor, y todas las historias tienen su proceso. «La gracia, normalmente, sigue sus horas, y no gusta de violencias»[3]. El joven tal vez busca la satisfacción inmediata de su deseo, se impacienta, no se da cuenta de que el amor de Dios, como el grano sembrado, necesita tiempo para crecer junto a Cristo. Sin embargo, vemos en el Evangelio cómo Jesús preparaba a los suyos gradualmente, sin prisas, pero también sin pausas. Desde la cárcel, san Juan Bautista, quizá algo impaciente, manda preguntar a Cristo por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?» (Lc 7,20). A nosotros nos puede parecer, a veces, que Jesús no tiene la suficiente prisa, y nos impacientamos por ser buenos de la noche a la mañana.
Para formar un deseo firme
Sabemos que los discípulos –al igual que todos– necesitaban tiempo porque, como el joven rico, primero debían purificar las vanas imaginaciones que se habían forjado: la tentación del éxito, del prestigio, de la gloria humana, de la vida cómoda. Necesitaban comprender cosas importantes como el empeño por «orar siempre y no desfallecer» (Lc 18,1) o por aprender a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22). Pero, una vez que el Señor vio que los apóstoles ya tenían una mínima preparación, después de haber rezado toda la noche, les envió, uno por uno (cfr. Mt 10,1-5; Lc 6,12). Eso no significa que el camino formativo de los discípulos ya había acabado, ni mucho menos. San Josemaría repetía muchas veces que la formación de un apóstol no termina nunca. Era evidente que, en muchos, la llamada de Dios no había penetrado con profundidad: hubo quienes perdieron el interés en su doctrina, «se echaron atrás y ya no andaban con él» (Jn 6,66), o quienes abandonaron a Jesús incluso durante su prueba final. En definitiva, en unos y en otros, sus deseos todavía no eran firmes, estables, disciplinados.
Poco a poco, con paciencia divina, Dios se acerca a nuestro corazón, nos llama y nos envía a comunicar el Evangelio a todos los hombres y mujeres. Lo hace a través de los momentos de meditación personal, de la adoración eucarística, de las oraciones vocales en las que tomamos las palabras que nos propone la Iglesia y también por medio de la contemplación continua a lo largo del día. Descubrimos la intimidad con él, saboreamos su amistad, su mirada, su firmeza, su comprensión… Dios nos prepara también a través de las contradicciones, un proceso consciente y nada automático con el que vamos poco a poco rompiendo nuestros ídolos, pequeños y grandes, internos y externos, para hacer más espacio a Jesús en nuestra alma. Se acerca a nuestro corazón, finalmente, a través del trabajo continuo que llena nuestro día: «Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo» (Jn 5,17). El mismo que ha puesto el deseo del bien en nuestro corazón –el «peso» que guiaba a san Agustín– será quien dará cumplimiento a ese anhelo.
La armonía de los bienes
A lo largo de nuestra vida, muchas veces nos equivocamos buscando bienes efímeros que no llenan el corazón, bienes aparentes que no nos llevan a Dios, fuente de todo bien. Al recordar la inquietud del joven rico sobre qué se debe hacer para alcanzar el cielo, san Juan Pablo II señala que «solo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque él es el Bien. En efecto, interrogarse sobre el bien significa, en último término, dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es, en realidad, una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo»[4].
Jesús, cuando no pocos le abandonaron, pregunta a los doce si también ellos se iban a ir. Pedro responde: «Señor, ¿a quién iremos? (…). Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). En aquella llamada de amor, ellos han descubierto el sentido último de su vida: el Reino de Dios, la vida eterna, el cielo. Pedro ha descubierto lo que después diría santa Teresa de Ávila: «Solo Dios basta»[5]. Ha encontrado el tesoro escondido. Es entonces cuando los demás deseos encuentran un lugar armónico, medido, razonable, en su corazón; es entonces cuando los bienes a los que miran esos deseos forman un conjunto ordenado. No tiene que huir de ellos, pero no lo dominan. Quien encuentra a Dios por encima de los demás bienes se siente ágil, desprendido, liberado para llevar la fuerza del Evangelio a todas las criaturas. Justamente, la posibilidad de no hacerlo «compone el claroscuro de la libertad humana. El Señor nos invita, nos impulsa –¡porque nos ama entrañablemente!– a escoger el bien»[6].
San Josemaría nos animaba a amar el mundo apasionadamente, pero no porque el mundo creado sea un absoluto, sino porque es el primer don de Dios, la primera fuente de los deseos que surgen en el corazón humano. Sin embargo, esos deseos piden ser ensanchados por el amor que nos lleva a dar un sentido a todos nuestros quehaceres. Ese gran deseo divino da unidad a toda nuestra existencia, no elimina los deseos humanos –de compañía, de futuro, de proyectos–, sino que los purifica y los congrega en una llamada a la intimidad con Dios. San Agustín notaba que las virtudes morales, al conducirnos a la felicidad, en realidad se identifican con el amor a Dios. Todos nuestros esfuerzos por adquirir la facilidad y el gusto por hacer el bien son siempre esfuerzos por amar. Por eso, el obispo de Hipona definía cada una de las virtudes en servicio de ese amor: la templanza es el amor que se conserva incorruptible, la fortaleza es el amor que todo lo soporta, la justicia es el amor que no se desvía o la prudencia es el amor que discierne como querer más[7].
***
Ese camino por encontrar la armonía de nuestros deseos se consolida a lo largo de la vida, pues se trata siempre de una historia. Muchas veces tenemos demasiada prisa, tomamos decisiones precipitadas, buscamos gratificaciones inmediatas… Pero esa no es una buena lógica para emprender esta ruta. En inglés a veces se dice que alguien «cae en el amor», falls in love, como algo que sucede de repente. Incluso aunque algunas veces ese fogonazo exista, no todo el camino será así. Puede sorprender que María haya respondido tan rápidamente al ángel cuando le fue anunciado que sería la madre del Mesías; como si hubiese descubierto de modo fulgurante y repentino todo el amor divino. Pero, en realidad, Dios obraba en el alma de nuestra Madre desde su concepción inmaculada y a largo de toda su vida que fue, desde el inicio, una historia de amor.
Paul O'Callaghan
[1] San Agustín, Confesiones, Libro 13, cap. 9.
[2] San Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, n. 11.
[3] San Josemaría, Surco, n. 668.
[4] San Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, n. 9.
[5] Santa Teresa de Jesús, fragmento de un autógrafo encontrado en su libro de oraciones.
[6] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 24.
[7] Cfr. San Agustín, De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos, I, 15, 25.
Las personas pueden vivir sin familia, pero no sin un amor de familia
La terapeuta de familia Orfa Astorga recoge el testimonio de un joven profesional que no quería comprometerse
Mantuve este diálogo en consulta:
—Soy de las personas que no se comprometen con nadie, por lo que soy partidario del amor libre y las relaciones pasajeras, así que considero que el formar una familia no es necesario, al menos en mi caso —contaba en consultoría, un joven profesionista de 35 años, con problemas de ansiedad.
—Usted se ve muy seguro en sus convicciones, y siendo así, le pregunto… ¿cómo se ve a sí mismo ya como adulto mayor?
—Me veo en una buena residencia de retiro, conviviendo con personas con mis mismas experiencias y forma de ver la vida —contesto enfático.
—¿Pertenece actualmente a algún grupo de personas solteras, que comparten intereses y la misma idea de no necesitar la familia? —le pregunte con mucho interés
—Últimamente voy tratando de encajar en grupos de más edad, lo que me ha provocado cierta ansiedad y en ocasiones insomnio, pues me he encontrado con cierta desconfianza y, un ambiente enrarecido que no puedo describir. La verdad, me está costando trabajo socializar, pues de entrada me miran con desconfianza y tomando cierta distancia.
Son grupos con un perfil de más solvencia económica, que visten ropa de marca, hacen viajes costosos, hablan de gustos refinados… y más cosas por el estilo. ¿Qué me dice de ello?
Qué distingue a la familia
—Pasa que, en esos grupos, aun cuando forman una comunidad, entre ellos no hay verdadera comunión, es decir una “común-unión” de amor y afecto personal, que solo se da en un ambiente propiamente familiar. Es así pues la familia forma una comunidad de vida y amor, que es naturalmente un centro de intimidad y de apertura.
Eso explica que, en ciertas formas de convivencia, se esfuercen por crear un ambiente de familia, pero logran solo su apariencia, y eso es lo que has percibido en esos nuevos grupos de mayor edad, a los que busca integrarse.
—Pues vaya que presumen de su libertad y lo manifiestan abiertamente.
—Sucede que, al hacerlo, hablan del solo vivir «hacia afuera», cuando para poder lograr una comunión de amor, es necesario participar el «vivir hacia adentro», es decir desde la riqueza de la intimidad de la persona.
El instalarse en esa actitud puede convertirse en un vacío existencial doloroso, pues la persona es amor por naturaleza.
—Bueno sí… pero también es libre por naturaleza, y siendo así… ¿dónde está la contradicción?
—No hay tal… ¿qué pensaría usted de una madre que, cansada, no duerme por velar el sueño de un hijo enfermo y lo hace además arrullándolo con ternura?
Formar una familia
—Que es libre de no descansar, sobre todo si lo hace por amor, eso está clarísimo.
—Correcto, y aquí llegamos al punto de que en el hombre lo libre siempre es superior a lo necesario. Ciertamente las personas pueden vivir sin una familia, pero no sin amor de familia, por lo que, para quienes tienen vocación, lo conveniente es formar una familia, como camino de acceso a una verdadera realización personal.
—¿Cuál sería la honesta presunción del ejercicio de la libertad así empleada?
—Muchos padres contarían de los afanes por sacar adelante a la familia en el esfuerzo por educar, por gastos escolares, cuentas de hospital, de leche y pañales comprados con mucha ilusión en medio de le escasez… y más. Y al final, un rastro inagotable de luz, pues la medida del amor es el amor sin medida.
Mi consultante comenzó su psicoterapia con una visión de vida diferente.
Por Orfa Astorga de Lira
es.aleteia.org
¿Qué es una mujer de principios?
Ante esta pregunta es posible que se turbe la mente, se agite el corazón y hasta se asuste el alma. Es difícil responderla porque nuestra época se caracteriza por la sobreabundancia de filosofías ligeras, porque está contaminada por religiones en las que el esfuerzo y el sacrificio están fuera del verdadero sentido de la vida, y los principios parecen no ser más que un estorbo. A ti y a mí nos ha tocado protagonizar una era en la que el éxito personal es ferozmente perseguido, anhelado y visto como la meta última del ser humano; por ello, hablar de principios es sumamente complejo, pues se trata de aspirar a llegar al núcleo específico que tienes tú como mujer: tu corazón.
Éxito femenino
¿Qué significa, en realidad, tener éxito como mujer? ¿Qué es el éxito para ti? ¿Aspiramos todas las mujeres a ello? ¿Vale la pena tener éxito a costa de cualquier precio? ¿Qué sentido tiene para tu vida tenerlo así, y hacia dónde te conducirá que lo tengas o no? Analiza por un momento, amiga, lo que significa ser una mujer de principios, que, aunque el mundo esté tan moderno, revuelto y desorbitado, es una aspiración, necesidad y anhelo que palpita en el corazón de muchas, miles, millones de mujeres jóvenes, maduras y aquellas mujeres que han alcanzado esa tan importante sabiduría humana. Si profundizas conmigo, advertirás y te darás cuenta de que:
• Una mujer de principios se caracteriza por tener convicciones profundas, que no ceden ante la moda o presión de la sociedad en la que se mueve. Un ejemplo de la conducta de estas mujeres fueron las vidas de Juana de Arco, Teresa de Ávila, Drothy Grey, Edith Stein y, nuestra contemporánea, Teresa de Calcuta. Estas fueron mujeres que tuvieron como rasgo principal en su personalidad a la fe. Eran mujeres de oración y de temperamento recio cuando era necesario, mujeres profundamente enamoradas de su Dios y comprometidas con lo femenino.
• En una mujer de principios sus convicciones son prácticas, es decir, que en su forma de ser no hay actitudes demasiado extraordinarias. Ella está en el mundo de una manera natural, como todos los demás, pero con un sentido de integridad diferente. Esto se ve, sobre todo, en la sencillez con la que se viste y la delicadeza en el trato que tiene para con los demás.
• Una mujer de principios puede ser una gran líder, pero sin por eso masculinizarse. Sus convicciones son reales, las cree, las vive, por lo que las puede transmitir y enseñar a otros. Es decir, una mujer de principios sustenta su conducta por verdades con las que se puede de una manera segura conducir la propia vida, sin caer en idealismos o posturas falsas. Puedo mencionar aquí a Benazzir Butto, primera ministra de Pakistán. La mujer de principios es aquella que se ha dado cuenta de que vivir de una forma contemplativa en medio del mundo, para cristianizarlo, es absolutamente necesario. Vive dispuesta y comprometida a tener una existencia coherente, de acuerdo con sus ideas, pues es profundamente consciente de su razón de ser en el mundo: ayudar a muchas almas a alcanzar la eternidad. Una mujer admirable en este aspecto es nuestra contemporánea Jutta Burgaff experta en Teología de la Universidad de Navarra, y la cual ha sido invitada por el Santo Padre a disertar sobre el papel de la mujer en la familia.
Convicciones de verdad Tú, como mujer de principios, no sólo debes tener convicciones, sino también debes conocerlas y esforzarte por comprenderlas, comportándote de acuerdo con ellas: inspirada, motivada y empujada por ellas. Por lo tanto, tus decisiones, no deben ser inseguras, arrebatadas o emocionales, sino decisiones últimas, que nacen directamente de la fuerza de esas mismas convicciones. Si te planteas alguna convicción y luego sacas conclusiones, pero te quedas a la mitad del discurso de tu propia danza mental, entonces no eres una mujer de principios convencida, pues hay ambivalencia en tus decisiones. Un ejemplo muy claro es decir: me divorcio porque se acabó el amor. Luego, ¿a dónde queda la convicción con la que fundaste tu familia? Sí, aunque te parezca bastante duro, porque hacer
eso es como decir que el blanco parece negro o que el negro a veces parece blanco. Trata de meterle cabeza a esto.
Convicciones que perseveran
La mujer de principios no se detiene; no baja dos, tres, cuatro, cinco libras y cuando llega ahí dice: “¡Basta!, ya no me interesa seguir, ya no me importa tener 20 libras de más o 15 de menos, es más, ya no quiero que sean veinte las que tengo que perder. Tengo otra opinión, ahora van a ser 15, o tal vez siete y medio, quizás con cinco sea suficiente…”
Esto no es una mujer de principios, de voluntad, de convicción profunda, de una pieza. Si tú eres así, entonces no sabes ni quién eres, ni lo que quieres, ni lo que puedes sembrar o no en los corazones de otros. No has descubierto el verdadero sentido de un ser femenino en el mundo. Si pretendes ser una mujer de principios, no tendrás más remedio que llegar hasta las últimas consecuencias. Se trata de estar, en la medida de lo posible, constantemente sacando conclusiones, logrando respuestas, hasta llegar al final de lo que te has propuesto.
Los principios te llaman a esforzarte y a dar lo mejor de ti. Te gritan que el sacrificio que hagas hoy, dará su fruto en aquellos que en este momento estén a tu cuidado. A veces te parecerá tonto e ingenuo, pero es ahí en donde descubrirás si eres una mujer que conoce y vive su fe así como tus convicciones en el amor, la amistad y el trabajo.
Siempre Dios
Claro está que hay un momento en que una puede darse cuenta de que la última consecuencia de todo está prácticamente al principio de todo, es decir, está en Dios.
“En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios”, así comienza el prólogo del “Evangelio de San Juan”.
Verdaderamente, la idea que contienen estas palabras es maravillosa, o, mejor dicho, como para quedarse con la boca abierta: Dios es el Principio y el Fin; A y Z; la Primera y la Última palabra; los Principios y el Sentido último de la vida.
Hay un libro excelente que puede aclararte un poco más todo, es El hombre en busca de sentido, escrito por Viktor Frankl, fundador de la logoterapia, tercera escuela de psicoterapia; un gran hombre, que fue sobreviviente de los campos de exterminio de Austria y cuya teoría está basada en que el hombre no es sólo biología y psiquismo, sino todavía más: espíritu. Lo espiritual amiga, es lo específicamente “humano” y es, en ese núcleo, donde descubres los valores y te decides a vivir una vida anclada en los principios, lo cual te lleva a ascender como persona. Si tienes un compromiso con Cristo, entonces desde ese núcleo trabajas para hacerte santa, vives la mortificación y el sacrificio. Todo, absolutamente todo lo arrojas al cielo.
Una mujer que reflexiona
La mujer de principios es la mujer que examina y reflexiona; que ha aprendido a pensar y a ponderar; la que piensa en los principios y trata de descubrir los valores con su inteligencia y corazón, que no los pierde de vista a lo largo de todo su vivir y actuar en el mundo. Esta mujer actúa así, porque está consciente de que todo lo que diga, haga o deje de hacer afectará a los que están inmediatos a ella, a los que están más allá de ella y a los que están fuera de ella. Valores y conducta van de la mano. Por esto mismo, la Madre Teresa de Calcuta alcanzó a hacer tanto por los más pobres de entre los pobres, por la fuerza de sus convicciones, por la claridad de las mismas, por su incuestionable amor a Cristo.
Lo que es, es La virginidad es…, la castidad es…, el matrimonio es…, Dios es…Tú estás llamada a llevar principios de amor al mundo y a sembrar los valores en el corazón de tus pequeños, aunque muchas veces te parezca que estás dando algo que se lo lleva la corriente, por la densidad del superficialismo que invade el mundo. El éxito, las modas, las casas lujosas, la frivolidad en las conversaciones, etc. Cuando eso te suceda, cuando dudes, pregúntate siempre: ¿por qué hago esto? ¿Qué sentido tiene para mí el hacerlo o dejar de hacerlo? ¿Qué dice de mí como mujer que permanece atenta? ¿Con quién pretendo quedar bien? Respóndete, y entonces decide.
Si tú eres una mujer de principios, razonas a partir de ellos, ponderas e interiorizas, resuelves en torno a ellos, sacas consecuencias, incluso lo que haces, todo lo que haces, lo comienzas a partir de tus principios, de tus propios valores. Eliges esposo a partir de tus principios (por esto es tan importante no dejarse apasionar, ni deslumbrarse a la primera; si lo haces, existe el peligro de que a la hora de las decisiones importantes vengan los conflictos entre valores y olvidándote de ellos te dejes llevar por el sentimentalismo), inicias un negocio con ellos presente, tienes amigos que comparten tus convicciones, aunque tu mente es universal; lees de acuerdo con un criterio recto y eliges qué tipos de programas de televisión verás siendo guiada por ellos. Lo mismo puede decirse de la ropa que te pones y de la forma en que decoras tu casa. Todo habla de lo que eres interiormente, lo quieras o no, pues los principios se manifiestan en todo lo que es exterior y conducta.
Convicciones y libertad
Como mujer de principios, que tiene claridad de ellos, no tienes que resolver conflictos entre tu libertad y Dios, ya que en todo momento sabes que ésta (la libertad) es un regalo que se te ha dado para conducirte siempre al bien. Comprenderás que la libertad se te da para realizar algo: tu vida, tu vocación, tu trabajo profesional. La libertad es maravillosa, porque es una invitación a seguir el principio del amor, de los valores universales y naturales, implícitos en el corazón de cada hombre. La libertad bien utilizada te lleva a humanizar el mundo, contribuyendo al levantamiento existencial de los hijos de Dios. Por lo tanto, como mujer de principios, que quiere cristianizar el mundo con su vida, deberás pensar bien si estás tomando decisiones o actuando de formas que te lleven siempre a la conquista de este bien y el buen uso de esa libertad.
Si ya eres madre, tus hijos deben ser testigos de que vives, lo que crees y enseñas.
El amor se enseña con paciencia, delicadeza y compasión en la mirada. El amor no grita, no maltrata, no minimiza. El amor está consciente de la dignidad de la persona humana que tienes a tu cargo, por eso ser madre es llevar a su fin más alto la educación de cada niño.
Mujer de principios es la que es y obra de modo racional, coherente; que sabe distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. Procura hacer el bien y evitar el mal sin excepciones. Sin justificar acciones que quizá sean ventajosas, pero contrarias a los principios verdaderos.
Con lo anterior quiero decirte que, si buscas ser una mujer de principios, no adoptes una doble forma de ser o actuar, según le convenga a tus propósitos. Atiende a tu propia conciencia, ponte la mano al pecho y mira con frecuencia tu conducta, para descubrir errores, lo que también es descubrir verdades; así alcanzarás verdades cada vez más radicales.
Conocimiento propio
Ser una mujer de principios, es llegar a la raíz de tu mismo ser, en donde encontrarás los valores de tu existencia, es en esa raíz saturada del amor divino donde encontrarás a Dios y a ti misma, donde descubrirás que eres su hija. Encontrarse con Dios siempre implicará una revisión de tus propios principios, una reforma de tu conducta (es imposible tener una conversión sin cambios notables) y reencuentro con la verdad de nuestras enseñanzas católicas. Descubrir a Dios en tu vida y convencerte de que es y está en ella día a día, en lo ordinario, en la rutina, y no reservado sólo para los domingos o fiestas especiales, te llevará a tener un pensamiento radical de mujer, firme y tierno, recio y audaz; equilibrado y maduro.
La palabra “radical”viene de “raíz”, esos extremos de las plantas desde donde obtienen las sustancias nutricias indispensables para su desarrollo armónico. En este sentido, la mujer radical es aquella que va a la raíz de las cosas, de los sucesos, de su propio ser y de los diversos aconteceres. A la que no le interesa quedar bien con nadie que no sea la Iglesia, Jesucristo y su palabra.”El pensamiento radical es pues el pensamiento más profundo, más serio, más inteligente y también el más gozoso y pleno, porque es la radical superación de cualquier tipo de nihilismo, de indiferentismo, de aburrimiento, de pasotismo, de superficialismo, etcétera” (Antonio Orozco Desclos).
Hacia la raíz más honda
Es cierto que la mujer que piensa radicalmente —que llega hasta las raíces de las cosas— puede caer en el vicio del fanatismo, porque al obtener un conocimiento mucho más objetivo (sin apasionamientos) y verdadero de lo que son las cosas puede entrarle el orgullo, el afán y la testarudez de imponer su descubrimiento, por alguna especie de fuerza distinta a la de la misma verdad. Por lo cual, debes tener paciencia y acudir a la sabiduría, para poder comenzar un proceso de formación de la conciencia en los otros, sin llegar a imponerte de forma agresiva, pues los principios y valores no pueden imponerse, es necesario que se descubran por la inteligencia de cada uno y a través de las vivencias de tus propias experiencias. Sin duda alguna, la mujer que se atreve a llegar a la raíz de las cosas descubre con satisfacción al apóstol San Juan cuando, enseñado por Cristo e inspirado por el Espíritu Santo, escribió: “Dios es amor”. Aquí está la razón última de todo lo que acontece, incluso la refutación del pecado, el odio, la envidia, el rencor, las rivalidades y todas las demás barbaridades, que no proceden del amor, sino de la libertad de muchísimas mujeres, que se han deformado o han dejado deformar la inteligencia y la voluntad, virtudes que existen, porque el amor existe. Es, desde luego, un misterio, pero está ahí: innegable.
Profundizando
El fanatismo es un error posible en mujeres de principios, pero acabamos de ver que el error estriba en un pensamiento de insuficiente radicalidad: no se ha atendido al más radical de los principios: “Dios es amor”. Porque si me fijo en él, yo, por amor, debo defender ese principio, como realmente absoluto y como el único realmente absoluto, y pasar enseguida a las conclusiones más importantes: Dios crea por amor, Dios ama todas sus criaturas. Si pienso eso, saco la conclusión inevitable de que yo también debo amarlas. Si yo soy una mujer de principios, si soy coherente con mi principio radical, yo tendré que invitar a todo el mundo a que descubra el gran primer principio de todo ser y que ha de serlo de todo obrar. No puedo pasar de largo sobre esas consecuencias.
Es por esto importante no hablar por hablar, o tomar decisiones acaloradamente, pues el principio del amor estará siempre presente y vivo, latente en todo lo que tú hagas consciente o inconscientemente.
Todo está relacionado con este principio absoluto. Por tanto, aunque tú estés, como es lógico, aferrada a tu primer gran principio —Dios es amor—, si ves que otros no le aman, si ves incluso que muchos le odian, no tienes derecho a odiarles, juzgarlos o criticarlos porque Dios no los odia, critica y juzga. Dios los ama con un misterioso e infinito dolor. Por tanto, el radicalismo cristiano no tiene nada que ver con el fanatismo, a no ser como herejía. (Todo lo anterior adaptado de Antonio Orozco Desclos.)
Amor de mujer
Para la mujer cristiana, el Amor con mayúscula es el valor absoluto, incondicional e intraicionable, el ingrediente activo y principal sobre el cual gira tu vida y todo lo que haces o dejas de hacer. Todo está en relación con este valor o participa de la verdad y fuerza de este principio Absoluto. Por eso, ante el mal, tu corazón de mujer se duele, la compasión está presente activamente, el perdón se ejerce diariamente si es preciso. Tu ser femenino está más capacitado para esto.
Si como mujer te niegas a tener una conducta que viene desde el amor y va hacia el amor, entonces no podrás ser una mujer de encuentro, pues tenderás al egoísmo, que genera envidias, divisiones, impide el perdón o la disculpa. Cuando, por ejemplo, te irritas con tu esposo, y claramente se nota que él es el culpable en ese momento, puedes ejercitar puntualmente el principio del amor, pues, aun sabiendo que está equivocado, hay algo interior que te hace ceder, abrir la puerta a algo más grande y frondoso que lo humano-animal, el amor.
Este valor se vive desde tu dimensión poética o espiritual, pues sólo se puede ceder, perdonar y sacrificarse, apelando a la dimensión específica de humano: el espíritu como ya te lo he explicado anteriormente.
Si te quedas en lo emocional, en lo psíquico por supuesto, no perdonas, te vuelves egoísta y, en ti misma, decides no luchar, pues predomina más el orgullo. Si, por el contrario, te dejas gobernar conscientemente por el principio del amor, e incluso sabiendo que se te debe una disculpa y te sientes herida, cedes, lo haces porque decides seguir el encuentro con el otro, porque es tu convicción, porque es el valor que hay detrás para sostener tu decisión y decidido vivir, a esto se le llama autotrascendencia, que quiere decir ir más allá como mujer, esposa y madre. Nadie te lo impone, eres dueña de tu libertad. Es decir, lo haces porque a ti te da la gana hacerlo. Punto. No existe conflicto alguno entre autoestima y principio.
La falsedad del ateísmo
Hay verdad y verdad absoluta. La tuya y la mía es que Cristo vino expresamente para reivindicar nuestra dignidad perdida por el pecado. Vino para que tú y yo, metiéndonos en su vida contenida en las Sagradas Escrituras, lleguemos a la conclusión de que es todo lo que necesitamos saber para vivir una vida centrada en el amor. Esa verdad te invita a amar, a enseñar, a practicar, a donarte totalmente, porque esa es la voluntad del Padre y estás convencida de ello.
Jesús te dejó a Pedro, fundador de la Iglesia, para mantener vivos esos principios, tus principios, los principios que heredarán tus hijos. El principio del amor a su Iglesia, a Nuestro Santo Padre, la devoción a la Virgen y la comunión con los santos. Tu bautismo, amiga, te llama a todo ello y te da ese derecho.
Es hermoso ser mujer y descubrir esa capacidad innata que tenemos para llevar el amor, para ser mujeres valientes. El don de la vida humana es eso, un verdadero regalo. Tú estás llamada a hacerte un enorme regalo para el mundo. Tú tendrás muchos sueños, pero ten presente siempre que tus sueños han existido mucho antes en la mente de Aquel que por Amor te creó. La semilla de la bondad, como diría Edith Stein, filósofa y mártir de nuestra Iglesia, está en tu corazón y en el mío. Por eso debes luchar por descubrir los valores y así enseñar a los que vienen el arte de llegar a convertirse en una mujer y hombre de principios. Tal y como lo hicieron Juana y Catalina, Martha y María, Teresa de Ávila y Teresita del Niño Jesús. Tal como lo hizo en nuestro hoy la Beata Teresa de Calcuta. (Este texto ha sido inspirado en el artículo original de Antonio Orozco Desclos “Hombre de Principios” y adaptado con el permiso del autor).
Sheila Morataya
La revolución sexual y la felicidad de las mujeres
La revolución sexual que estalló en Occidente a finales de 1960 hubiera sido impensable sin la píldora anticonceptiva. El discurso contracultural de aquella época dio por sentado que los cambios sociales que siguieron a la revuelta fueron liberadores para las mujeres. Pero Mary Eberstadt, investigadora del Hoover Institute y miembro del consejo asesor de Policy Review, se muestra muy crítica en su libro ‘Adam and Eve after the Pill: Paradoxes of the Sexual Revolution’ (2012).
En un artículo publicado en el Wall Street Journal (24-03-2012), Eberstadt se pregunta si la revolución sexual ha sido buena para las mujeres. Y responde, ya desde el titular, con un escueto “no”.
El artículo toma pie de la polémica organizada por el gobierno de Obama sobre la obligación de exigir la cobertura de anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización en los seguros médicos. En estas últimas semanas, dice Eberstadt, se ha oído mucho la expresión “guerra contra las mujeres” para referirse a la reivindicación de algunas instituciones religiosas que no quieren colaborar ni directa ni indirectamente en la prestación de esos servicios.
A juicio de Eberstadt, la idea de la “guerra contra las mujeres” es un mito. Consistiría en imaginar “una formación de hombres tiránicos alineados contra las oprimidas mujeres, unidas por el coraje”.
Pero es posible, añade Eberstadt, que las mujeres no estén de acuerdo… en casi nada. Y, desde luego, no lo están en el debate del aborto ni de la nueva exigencia que impone el gobierno de Obama, incluida la de la píldora del día después. “Más de 20.000 mujeres de todos los estilos de vida, firmaron una carta abierta dirigida al presidente Obama y a la ministra de sanidad Kathleen Sebelius en contra del mandato federal”.
El problema no es la Iglesia católica
Otro mito es el que dice: “Si no fuera por la Iglesia católica, ya nadie se opondría a la contracepción”. Pero Eberstadt recuerda que, en el 50 aniversario de la invención de la píldora, en 2010, no faltaron destacados pensadores sociales que explicaron los efectos negativos que había tenido este invento para la vida en sociedad.
La propia Eberstadt destaca: “Las familias son más pequeñas; las tasas de nacimiento han caído; los divorcios y los nacimientos fuera del matrimonio están por las nubes… La demografía ha empezado a funcionar ahora en contra del moderno Estado de bienestar, que se ha hecho difícil de mantener con menos hijos y padres más ancianos”.
“Incluso en el ámbito religioso, esto no es un asunto meramente católico. La enseñanza cristiana contra la anticoncepción viene de los primeros Padres de la Iglesia que hacen frente a la Roma pagana. Los cristianos se mantuvieron unidos en esta enseñanza hasta tiempos relativamente recientes: en concreto, hasta 1930, que es cuando la Comunión Anglicana empieza a hacer excepciones a la regla”.
La paradoja de la felicidad femenina
A mitad del artículo, Eberstadt entra de lleno al mito que –como ella reconoce– más le interesa: la revolución sexual, ¿ha hecho más felices a las mujeres? Precisamente porque la felicidad es demasiado personal y escurridiza, las feministas deberían contestar algunas preguntas antes de proclamar que la revolución sexual es lo mejor que le ha pasado a las mujeres en los últimos tiempos.
“¿Por qué las páginas de nuestras revistas rebosan de entusiasmo con títulos como ‘The Case for Settling’ y ‘The End of Men’? ¿Por qué webs que están dirigidas por mujeres y destinadas a mujeres se centran tanto en hombres que no terminan de madurar, y rezuman tanta desesperación sobre las relaciones entre ambos sexos?
“¿Por qué hoy tantas mujeres con mucho talento deciden tirar la toalla y tener hijos ellas solas, recurriendo a veces al semen de donantes anónimos, creando así –por primera vez, de manera intencionada– un mundo de hijos sin padres?”.
¿O cómo explicar el que, en una época en que el progreso de las mujeres estadounidenses y europeas ha sido enorme, sus niveles de satisfacción vayan en declive? Eberstadt se refiere al estudio “The Paradox of Declining Female Happiness”, publicado por dos economistas de la Wharton School (University of Pennsylvania), Betsey Stevenson y Justin Wolfers (cfr. Aceprensa, 10-06-2009).
A partir de datos extraídos de varias encuestas realizadas en EE.UU. y Europa, Stevenson y Wolferse muestran que el grado de satisfacción que declaran las mujeres ha descendido en los últimos 35 años, precisamente en un período en el que han mejorado indudablemente su educación, sus ingresos, su situación profesional y social.
Aunque las autoras del estudio se guardaron de sacar conclusiones, Eberstadt se pregunta: a la vista de ese descenso general de la satisfacción de las mujeres, “¿no es razonable pensar que al menos parte de ese descontento viene de la sensación de que puede haber un mundo mejor en otro sitio, sensación causada por la revolución sexual? (…) Si la revolución sexual ha hecho a las mujeres más felices, no quiero imaginarme cómo seríamos si nos hubiera hecho más infelices”.
La alusión a la “paradoja” en el estudio de las dos economistas y en el propio libro de Ebestardt (Adam and Eve after the Pill: Paradoxes of the Sexual Revolution) indica el gusto de esta autora por los matices. Parece más atractivo analizar con datos las consecuencias sociales de la revolución sexual –algo que hace en su libro, no en este artículo– que hablar genéricamente de “guerras contra la mujer”.
Aceprensa
Fuente: The Wall Stret Journal
¿PARA QUÉ LA CUARESMA? UN TIEMPO DE RECONCILIACIÓN
José Martínez Colín
1) Para saber
“La Cuaresma nos llega como un momento providencial para cambiar de ruta, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía”, declaró el papa Francisco. Es un tiempo propicio para acompañar al Señor más de cerca. En su mensaje de Cuaresma, el papa Francisco comenta el pasaje del Evangelio sobre la Transfiguración, y hace notar que Jesús tomó consigo a tres Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a un monte alto, que la tradición lo identifica como el “Monte Tabor”. Así ahora, el Señor nos propone la Cuaresma como ese lugar apartado para estar con Él, para vivir una experiencia particular. Si somos dóciles al llamado del Señor y nos dejamos conducir, nos ayudará a superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguirlo en el camino de la cruz.
La Iglesia nos propone un tiempo para ponernos en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña, para que así nos distanciemos de las mediocridades y de las vanidades. Un tiempo propicio para reconciliarnos con Dios.
2) Para pensar
Aunque la reconciliación con Dios produce una gran paz en el alma, la persona no va a la confesión por esa paz, sino para pedir el perdón de sus pecados y de los cuales se arrepiente de haberlos cometido. Una consecuencia de ser perdonados es recuperar la paz del alma.
Un célebre psiquiatra y escritor, John Rathbone Oliver, contaba una experiencia. Una tarde estaba en la iglesia católica que frecuentaba, y observó a una joven de unos dieciséis años que estaba visiblemente nerviosa y atormentada. Se retorcía las manos y no podía estarse quieta. Como buen psiquiatra leía en su cara la angustia como en un libro abierto. Era evidente que una gran agitación interior le estaba robando la paz y el equilibrio: era la personificación de la ansiedad. Poco después, la muchacha se levantó y fue al confesionario.
Al rato volvió a aparecer la misma joven, pero estaba completamente distinta. Toda la tensión había desaparecido y el rostro de preocupación se había vuelto dulce. Ya no tenía ningún rastro de tortura mental, sino que había una perfecta calma, relajación y felicidad. En sus labios aparecía una leve sonrisa. Comentaba el psiquiatra que nunca había visto un cambio semejante en un ser humano tan rápido. Y concluía que si él hubiera podido en tres horas de terapia hacer por aquella muchacha lo que ahí se había conseguido en quince minutos, se hubiera considerado el más extraordinario de los médicos.
La persona humana ha sido creada para estar en comunión con Dios, y cuando se aleja de Él, siente un desasosiego interior que no sabe explicarse. San Agustín habla de tener el corazón inquieto que no descansará hasta que esté con Dios.
3) Para vivir
Los apóstoles que acompañaron a Jesús a lo alto del monte Tabor, pudieron contemplarlo transfigurado, como nos dice el Evangelio: “su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt 17,2). Esa belleza superó el esfuerzo por subir. Así se espera que al final de la Cuaresma, nos hayamos purificado de tal manera que podemos contemplar la belleza del Señor con los ojos de la fe.
Entrevista a Flaminia Giovanelli, la primera mujer laica en ocupar un puesto de responsabilidad en el Vaticano.
Marta Isabel González Álvarez·8 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 9 minutos
“(…) Ha llegado la hora (…) en que la mujer adquiere en el mundo una influencia,
un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.
(…) Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes,
a quienes os está confiada la vida en este momento tan grave de la historia,
a vosotras toca salvar la paz del mundo.”
Pablo VI. Mensaje a las mujeres
Aunque quizá lo parezca, lo que acaba de leer no es el extracto de ningún manifiesto feminista, sino parte del mensaje dirigido por el Papa San Pablo VI “A las mujeres” el 8 de diciembre de 1965 en la clausura del Concilio Vaticano II. Y es uno de los mensajes favoritos de Flaminia Giovanelli, nuestra protagonista de hoy. Para ella, estas breves líneas, aportaron la gran novedad de tener en cuenta a las mujeres solteras y no religiosas ni consagradas de nuestro mundo, de las que ella forma parte.
Comprometida con la Iglesia desde su más tierna juventud, Flaminia nació en Roma, el 24 de mayo de 1948, y ha sido la primera mujer laica en ocupar un puesto de responsabilidad en la Iglesia, cuando Benedicto XVI la nombró en 2010 Subsecretaria del Consejo Pontificio Justicia y Paz, cargo que ejerció también después en el actual Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
Habla fluidamente castellano, francés, e inglés, su italiano natal y tiene nociones de portugués. Licenciada en Ciencias Políticas y Diplomada en Biblioteconomía, estudió Ciencias Religiosas en la Pontificia Universidad Gregoriana y, desde adolescente participaba en grupos de reflexión católicos. Pero asegura que fue el ejemplo de sus padres, quienes ponían en práctica de modo natural las más fundamentales bases de la doctrina social de la iglesia, lo que la marcó.
Flaminia es elegante, discreta y prudente, especialmente acogedora y alegre, inteligente y buena. Pequeñita y delgada, es capaz de comentar las últimas noticias de la agenda internacional mientras cocina unas riquísimas “alcachofas a la romana” con la receta de su madre. Tiene debilidad por los felinos, especialmente su gato “Cesare” de color gris plata, el mismo de su cabello, que junto a los signos de expresión de su rostro son lo único que te hace intuir su edad oficial. Porque la verdadera edad de Flaminia te la dice el brillo de sus ojos, su risa contagiosa, su sentido de humor limpio, su energía tan desbordante como para seguir moviéndose en su bicicleta blanca con cesta por la “Ciudad Eterna” y su presencia en mil y una actividades que la mantienen al día investigando, escribiendo y dando su testimonio donde se la requiere, pero sobre todo, ayudando con todas sus fuerzas al desarrollo de las niñas, jóvenes y mujeres de Mozambique a través de la educación y la capacitación profesional.
¿Cómo era la joven Flaminia que llegó al Vaticano hace casi 50 año?
–Entré en el Vaticano en 1974 con 26 años. Pertenecía a una familia con recorrido internacional. Había estudiado en Bruselas y hablaba francés, inglés y español, porque tengo familia en Colombia y había pasado allí algún tiempo. Tuve la suerte de vivir en una sociedad cristiana. Mis padres eran creyentes, iban a misa y no pertenecían a ningún grupo católico concreto. La familia es importantísima. En mi casa ayudar a los más desfavorecidos era lo normal. Mi madre era voluntaria vicenciana y en Bruselas también participamos en una asociación para ayudar a las familias de los mineros italianos. Ese compromiso social en mi familia era lo normal.
Esa joven Flaminia tenía ese “espíritu religioso” del que hablaba el Papa Benedicto XVI. Tenía muchos defectos, como los que tengo ahora (ríe), pero también valores como el sentido del deber y la responsabilidad con los compromisos. Era alegre y buena niña. Soy la segunda de dos hermanos. Mis padres se casaron el 14 de abril de 40 y mi padre se alistó el 2 de junio cuando Italia entró en la II Guerra Mundial. Se fue y volvió después de seis años, incluso estuvo de prisionero en India. Yo estaba muy unida a mis padres, sobre todo a mi padre que era muy particular, alegre, culto y con un sentido del humor extraordinario. Era funcionario internacional en el Ministerio de Industria y Comercio. Era el inicio de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) y le invitaron a trabajar en Bruselas y viajaba mucho entre Luxemburgo, París, y Ginebra. Falleció muy joven cuando yo tenía 19 años así que él no me vio en el Vaticano. MI madre sí, no decía nada, pero le gustaban mucho las ceremonias de San Pedro.
Pero nunca busqué un trabajo de Iglesia, se me ofreció. Había terminado mis estudios y estaba enseñando francés en algunas escuelas y también formaba parte de un grupo de jóvenes amigos, que hablábamos de religión y nuestro asistente era Monseñor Lanza di Montezemolo, en ese momento el Secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que necesitaba de un documentalista. Y así comencé en la biblioteca.
Y muchos años después, llegó mi nombramiento como Subsecretaria. ¿Pero sabes una cosa? Que me sorprendió la sorpresa de mi nombramiento, porque las circunstancias eran las naturales, aunque no fuera lo normal. Yo era la única que trabajaba en esa oficina desde hacía tantos años y había un cambio de presidente y secretario, así que bueno era lo normal tomar a alguien de la curia en ese momento. ¡No sabes la cantidad de mensajes que recibí! Los tengo guardados. Así que así fue como yo percibí que había algo inusual, algo extraño. O sea, se veía que la voluntad estaba allí, pero no era fácil, y eso que era más fácil de aceptar a una persona que ya estaba dentro y ya mayor como era yo, que en ese momento ya tenía más de 60 años…
Durante mis años de servicio en Justicia y Paz antes y después en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral he puesto en práctica algo que creo que es muy de mujer y es la capacidad de acogida, recibiendo a las personas con verdadero cariño y haciendo que las personas se sientan cómodas.
Liderazgo femenino en la Iglesia
¿Crees que el tema de la mujer en la iglesia dejará de interesar cuando haya más mujeres y en especial laicas, en cargos directivos?
–Yo nunca he sido de forzar las cosas. Pero sí me gusta mirar para atrás, para contemplar y comprender mejor. De joven pensaba que mi vida iba a ser como la de mi madre o las mujeres de ese tiempo. Pero no fue así. Y después mirando hacia atrás sí que entendí que había como un plan de Dios, que era distinto. Y así con todo: creo que hay que ir hacia adelante y después mirar hacia atrás para ver lo que pasó y cómo han ido las cosas en la Iglesia para las mujeres. Después de tantos años de servicio en la iglesia puedo decir que he visto muchos cambios y que van a ir cambiando más cosas en un marco que cada vez se va dibujando más.
Pero ¿no ocurre un poco en la Iglesia como en la sociedad, que las mujeres llegan a “sub-secretarias” o “Vice-presidentas” pero no llegan casi nunca a ser directivas?
–¡En el Vaticano las mujeres ya hemos llegado a directivas! En cuanto a lo administrativo, la hermana franciscana Raffaela Petrini (15/1/1969) fue nombrada en 2021 Secretaria General del Governatorato, el cargo de responsabilidad más alto que se otorga a una mujer en el Vaticano. Y es un órgano muy grande, con más de 2.000 personas, mayoría hombres y laicos y ella se maneja muy bien. Y en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral la Secretaria es la hermana Alessandra Smerilli (14/11/1974).
“En la Iglesia hay dos tipos de mujeres, las institucionales y las reivindicativas. Yo me considero más bien reformista y alguien que confía en el caminar de la historia”
¿Y por qué se nombran a más mujeres religiosas que laicas?
–Muchas veces cuando se ofrecen estos puestos, las personas no lo aceptan. Y si tienen que venir del extranjero la cosa se complica más. Quizá por eso hay muchos italianos en la curia. Incluso ahora que el salario es mejor que cuando yo empecé a trabajar, la realidad es que lo que se pide es mucho, mucha entrega, se piden idiomas, teología…
Pero también tiene que ver con los estudios. En mi tiempo era muy difícil estudiar teología. Ahora hay más teólogas, pero bueno, yo creo que tiene que pasar algún tiempo porque algunas de las que estudian hoy teología son “un poco peligrosas”, son las que quieren cambios más radicales, más reivindicativas. Y claro esto para el Vaticano y para muchos hombres, no es aceptado. Tendrá que pasar algún tiempo para esos cambios.
¿Qué hay en lo que reivindican estas mujeres que es justo reivindicar y qué se sale de lo razonablemente reivindicable?
–No me atrevo a juzgarlas, supongo que yo no soy tan de tipo reivindicativo, incluso si admito que a veces doy las gracias a las que sí son reivindicativas. No juzgo lo que es justo y no justo. Pero lo que sí está claro es que vivimos en una institución y trabajar en una institución con este espíritu es un poco difícil. Parece que en la Iglesia hay dos tipos de mujeres, las institucionales y las reivindicativas. Yo me considero más bien reformista y alguien que confía en el caminar de la historia y en que ciertas tensiones se ajustan con el paso del tiempo.
“La gente se escandaliza por lo que está pasando en Irán, o en Afganistán, pero no se escandaliza suficiente, no se indignan suficientemente.”
Flaminia Giovanelli
Los últimos Papas y “la cuestión de la mujer”
Flaminia, tú has conocido y trabajado con varios de los últimos Papas, desde Pablo VI hasta Francisco. Háblanos de cada uno y destaca lo más significativo que cada uno ha aportado a la cuestión de la mujer
–Yo creo que más que “la cuestión de la mujer” hoy deberíamos de tratar la cuestión de “la relación entre la mujer y el hombre” pues tratando sólo la cuestión de la mujer no se encontrará la solución y es urgente pues entre los jóvenes y con tanta tecnología se corre el riesgo de que se olviden la básica relación entre hombre y mujer. Y en esto la Iglesia tiene mucho que aportar, con ejemplos de colaboración en perfecta cooperación, como entre San Francisco y Santa Clara. En la Edad Media había muchos monasterios donde había mujeres y hombres juntos, y la mayoría de las veces la abadesa era la mujer. Algo parecido pasa hoy con los misioneros, hombres y mujeres que trabajan juntos.
En cuanto a los Papas y aunque no trabajé con Juan XXIII déjame que de él te diga solo que su encíclica Pacem in terris es esencial en lo referente a los Derechos Humanos y la visión de la justicia y de la paz. Pero, además, él consideraba el “cuarto signo de los tiempos” la aparición de la mujer en la escena pública, algo que ocurre cuando la mujer comienza a estudiar de manera habitual y no excepcional.
De Pablo VI, resaltaría que era un gran intelectual. El Papa del Concilio Vaticano II y el de la Populorum proressio, que para el Consejo Pontificio Justicia y Paz fue esencial pero que además supuso que la Iglesia empezase a estar “al día” pues todo lo que trabaja esa encíclica es 100% actual. El comenzó los Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz que se presentaban al final del año y que expresaban el deseo de poner sobre la mesa los temas esenciales que se trabajarían al año siguiente. Yo ya le conocí anciano y aunque no era muy dado a las multitudes en las distancias cortas era afectuoso, muy caluroso. Escribió su mensaje “A las mujeres” donde habla de las mujeres laicas no casadas, que es mi caso. esencial pues parece a veces que sólo se concibe a la mujer o religiosa o esposa.
Juan Pablo I supuso “cambio” en el estilo, pues fue quien empezó a hablar en “primera persona” abandonando el plural mayestático y eso supuso mucha diferencia.
Juan Palo II era la vitalidad, la vida, el entusiasmo, con una fe explosiva. Generaciones de jóvenes fueron atraídos por su carisma. Trabajamos mucho con él en encíclicas sociales tan importantes como: Solicitudo res socialis o Centesimus annus y con él se realizó el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. En la cuestión de la mujer por supuesto destaca su Mulieris dignitatem, y es él quien plantea “la cuestión de la mujer”; y también su carta a Gertrude Mongella, secretaria general de la IV Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre la mujer de Beijing.
Benedicto XVI fue el Papa de la Caritas in veritate, que en nuestro Consejo Pontificio y luego en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral hemos trabajado mucho. En la curia lo queríamos mucho, nos conocía y reconocía el trabajo que realizábamos y era muy afectuoso.
Papa Francisco, es quien más nombramientos de mujeres ha realizado. En una interesante entrevista que concedió al magazine “América” habla de la mujer y la Iglesia como algo que tiene que ser más desarrollado, pero centrado en tres ministerios: el petrino, el ordenado y el ministerio administrativo. Pero resaltando con fuerza que la Iglesia es mujer y que es el “Principio Mariano” el que inspira todo.
Flaminia con el Papa Francisco
El debate del género
¿Crees que en la Iglesia tenemos formación suficiente para diferenciar entre igualdad de género, ideología de género e identidad sexual?
–Los Derechos Humanos nacen del cristianismo ya que es en el Evangelio y con Jesús con quien se trata a las mujeres y a todas las personas como hijos de un mismo padre, con la misma dignidad. La gente se escandaliza por lo que está pasando en Irán, o en Afganistán, pero no se escandaliza suficiente, no se indignan suficientemente. Es urgente.
Es muy desconcertante que no todas las religiones respeten los derechos humanos.
Sobre el género, son los cristianos que trabajan en organismos internacionales quienes más tienen que enfrentarse a esta cuestión. Cuando la Santa Sede toma la palabra en estas cosas lo explica de manera muy larga y complicada. Y es que antes se hablaba de sexo, pero en un momento determinado se habla de “gender” y parece una broma, pero la única que habla de sexo hoy día es la Iglesia. La solución es usar la palabra género y especificar cada vez que nos referimos a la diferencia de los dos sexos y decir que trabajamos para la igualdad entre el hombre y la mujer y no decir igualdad de género. Ni nosotros y nuestras agencias de cooperación van a discriminar nunca a nadie por estas cuestiones. Y la cuestión esencial es que en los países en desarrollo todo pasa por la mujer y por eso la educación de la mujer es el elemento principal para el desarrollo. Tanto la vida social, el comercio como por supuesto la familia está en manos de la mujer y eso es lo que a la Iglesia le debe importar, formar a la mujer y protegerla.
Estoy muy involucrada en una organización que ayuda en Mozambique y recibí el otro día un mensaje de una niña que había sido huésped en nuestro Centro O Viveiro hasta el final de la secundaria y que era un caso de éxito. Decía “soy una mujer con formación de enfermera, tengo una hija y tengo un marido, es un buen marido y nos respetamos el uno al otro” Y eso me gustó mucho. Pienso que ese es el futuro, lograr que cada vez haya más relaciones conyugales respetuosas y que la mujer no tenga que cargar con todo ella sola. Ese es el camino.
“Parece una broma, pero la única que habla de sexo hoy en día es la Iglesia”
Flaminia Giovanelli
Esperanza, valor humano y virtud teologal
La esperanza es un valor humano que despierta energías adormecidas. En materia de enseñanza, es sorprendente, por ejemplo, cómo progresan los alumnos de profesores que saben infundirla; incluso, mejoran los menos dotados. Quitar la esperanza es hacer daño. Nada tiene que ver con la ingenuidad. Cuando se pierde, puede venir la desesperación y hasta es posible que aparezca un desequilibrio psíquico.
En otro plano, está la Esperanza cristiana ( con mayúscula). Es virtud teologal, como la Fe y la Caridad, y es Dios quien las infunde en el alma. Debemos suplicarla, y los que ya la poseen, suplicar su crecimiento, pues no tiene tope. Los dones de Dios, más aún los divinos, como son las virtudes teologales, debemos pedirlas. Dios no se resiste a la súplica y le gusta que le pidamos mucho.
La Esperanza cristiana consiste en poner la confianza en Dios, porque, como dijo el Ángel del Señor a María, «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27). El fruto de la esperanza es la paz y engendra alegría. Quien tiene esperanza firme en el Señor, no se arredra ante nada y su contento lo envidian quienes carecen de Fe. Se dice: “donde hay vida hay esperanza”. Es importante creer con esperanza para que Dios opere milagros, que brotan de su poder y misericordia. Cuando se pide con humildad y perseverancia, anteponiendo la voluntad divina a la propia, hay que estar expectantes.
La confianza en Dios alegra el corazón, le da seguridad y le dispone a recibir los dones de su misericordia y poder infinitos. Dios nos concedernos aquello que le pedimos si es recto y nos conviene ( Él sabe más y ve de lejos).
Josefa Romo
La Cruz de Cristo seguirá levantada en los cruces de caminos, en las cumbres de las montañas, en los senderos que transitan los hombres, hasta el final de la historia sobre la tierra. La Cruz da sentido a la historia; es más, sin la Cruz, la historia de los hombres no tiene ningún sentido. En la Cruz, Cristo nos sigue anunciando que ha redimido el pecado, sigue invitándonos a mirarle, a contemplarle, a adorarle, para que, pidiendo perdón de nuestros pecados y arrepentidos, podamos llegar a descubrir el Amor de Dios.
¿Qué mueve el corazón de los hombres que mandan y disponen derribar las Cruces? ¿Qué mueve la mente de unos hombres que incluso pagan para que otros derriben una Cruz?
Quizá una mirada ligera puede tratar de descubrir un motivo muy superficial: el recuerdo de una situación política, social, económica, etc., por no decir una experiencia muy personal, que relacione la presencia de la Cruz con una injusticia cometida, un abuso de poder, o algún gesto semejante, engendrador de odio y de deseos de venganza. Hay más.
Quienes han levantado esas Cruces lo han hecho con la conciencia clara de que en la Cruz había un Crucificado. Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Y al alzarlas sobre la tierra, sobre las rocas de nuestros caminos, han elevado la mirada al Cielo abierto en el corazón del Crucificado al recibir la lanzada del soldado romano. Y han rezado; pidiendo perdón de sus pecados, y pidiendo al Crucificado que les ayudase a resucitar con Él. La Cruz, lo sabían bien, es el lugar de la muerte, de la muerte vencida y derrotada, el lugar de la Resurrección.
El derribo de las Cruces es, en cierto modo, una señal de que esos hombres que las derriban quieren desvincularse de su relación con el Crucificado. Quizá alguno confiese que es ateo, pero seguramente ni él mismo cree lo que dice. A un ateo, la Cruz no tendría que decirle nada. Si Dios no existe, pensaría, la Cruz es un madero cualquier, dos palos cruzados a una cierta altura, un símbolo de nada. Y la nada no tiene ninguna fuerza para disturbar el espíritu del hombre. ¿Por qué, entonces, derribarla? Me parece importante considerar estos durante los días de cuaresma que estamos viviendo.
José Morales Martín
Para que haya amistad es imprescindible el conocimiento propio, al que se llega por el diálogo. Esto es importante a todos los niveles de amistad que podamos tener por delante. Y es imprescindible en el matrimonio. Cualquier otra relación de amistad puede durar poco o mucho. Depende de muchas cosas. Si mi amigo se ha ido a vivir lejos, es más problemático que haya trato y por lo tanto más normal que la amistad se enfríe.
El matrimonio es para siempre y por lo tanto hay que construirlo siempre. Me parece que uno de los errores más habituales en la sociedad nuestra actualmente es considerar, interiormente, incluso sin haberlo pensado mucho, que el matrimonio ya está totalmente perfilado en el momento de la boda y que, por lo tanto, no hace falta más edificación. Es un error grave. Las demás relaciones amistosas pueden morir por alejamiento, enfado o lo que sea. El matrimonio hay que construirlo siempre, porque es voluntad de Dios que sea para siempre.
Esto supone un empeño, un esfuerzo, porque si no hay cierta lucha, predomina el egoísmo. A mí me gusta esto a ella lo otro, cada uno por su lado. Es un error frecuente y así duran lo que duran los matrimonios, lo que supone un desastre para el concepto clásico de familia. Antes podía haber incomunicación, pero la sociedad no admitía otra cosa que sobrevivir. Y todos sabremos de algunos matrimonios de hace tiempo que eran bastante desastre pero que nunca se separaron, porque sabían que no tenía mucho sentido.
Ahora es muy fácil romper y, por lo tanto, es más prioritario cuidar, poner todo el empeño por custodiar la relación matrimonial y, ya no digamos, la estructura familiar de padres e hijos. Uno de los problemas actuales es que un matrimonio sin hijos, bastante frecuente por desgracia, es más fácil que tienda a la ruptura. Y como es más fácil romper hay que poner más empeño en construir. Es la única ventaja de la posibilidad de divorcio. Es más notable la necesidad de cuidar lo que es la relación matrimonial.
Jesús Martínez Madrid
Hay familia nuclear y familias de origen. Estas últimas las compuesta por padres, suegros, hermanos, tíos, etc. Y cuando hablamos de familia nuclear pensamos en la pequeña -aunque pueda ser muy grande-, a la inmediata, que consta de padres e hijos, y ya. Y hay que defenderla. Hablar de esto así duele un poco a los abuelos y a los tíos, pero es conveniente recordar algo que los esposos/padres tienen muy claro, pero que los otros no entienden del todo.
No es una cuestión sencilla, porque si un padre/abuelo está enfermo, hay que atenderle. Eso supone faltar de casa más o menos tiempo. A veces la solución más útil es tenerlo en el propio hogar familiar. En todo caso puede suponer un tiempo de dedicación que casi siempre va en perjuicio de esposos o hijos. Por lo tanto no es una cuestión sencilla. Se necesita un equilibrio bastante complicado y un estudio atento de las soluciones.
“No te has casado con tu hermano ni con tu padre. Aprecia todo lo que tu pareja te aporta. Recuerda lo que te enamoró de él o ella y ponlo en valor. Muérdete la lengua por dentro y por fuera para evitar esa crítica y esa descalificación que te llevan a menospreciarle. Le quieres, así que mírale con indulgencia cuando cometa un error, recuerda que tú también los cometes, y abrázale cuando te sientas feliz y orgullosa de estar a su lado” (p. 100), nos cuenta Nacho Tornel en su reciente e interesante libro.
Jesús D Mez Madrid
Ecología y feminismo
A la sociedad le vendría mucho mejor ocupar el genio femenino en tareas de mayor impacto social que ser futbolista o bombero. El cuidado ambiental sería una de ellas, pues la mujer está más involucrada en la conservación de la naturaleza.
Emilio Chuvieco·8 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
Hace unos meses me comentaba un buen amigo, muy comprometido desde joven con los temas ambientales, su frustración por la deriva ideológica de algunos movimientos ecologistas actuales, que mezclan el cuidado ambiental con otros temas sociales, en su opinión con poca o ninguna relación con la conservación de la naturaleza.
Precisamente, uno de los temas que mi amigo consideraba más claramente influidos por ese desvío del ecologismo era el del llamado ecofeminismo. El término se lo debemos a una feminista francesa, Francoise D’Eubonne, que lo acuñó a mediados de los años 70 para describir el paralelismo entre la marginación de la mujer y de la naturaleza, ambas influidas -en opinión de la pensadora francesa- por la sociedad patriarcal y jerárquica, poniendo en relación algunas notas propias de la feminidad (como la apertura a la vida o el cuidado) con las de la naturaleza. La liberación femenina y la ambiental serían, así, parte de la misma lucha.
El ecofeminismo se fue consolidando en los años ochenta y noventa del pasado siglo, diversificándose a la vez en diversas ramas: unas más sociales, caracterizadas por la reivindicación y el enfrentamiento entre polos opuestos, y otras más culturales (o espiritualistas), en donde se favorecía un retorno a tradiciones paganas de culto a la fecundidad y mitologías religiosas ligadas a ella. En esas tendencias del ecofeminismo occidental destacan algunas figuras, como Petra Kelly, fundadora del partido verde alemán, o las filósofas Karen Warren, Carolyn Merchant o Val Plumwood.
Por otro lado, el ecofeminismo del sur pone más énfasis en los impactos que el deterioro ambiental tiene para las mujeres de las sociedades en desarrollo (búsqueda de agua, alimentos, salud), y se enfatiza la figura de la madre y la ética del cuidado, a la vez que se evidencia el papel de la mujer en la conservación de formas tradicionales de agricultura y gestión urbana.
Las figuras de la keniana Wangari Maathai, premio nobel de la paz, o de la india Vandana Shiva, una de las promotoras de la agro-ecología y la permacultura, son claros exponentes de esta tendencia.
Más allá de las opiniones de mi amigo sobre la conveniencia o no de mezclar el compromiso por la conservación ambiental con otros temas sociales, creo que sí existe una relación, quizá más profunda, entre ecología y feminismo, o mejor entre ecología y feminidad.
Por un lado, la ecología subraya la importancia de la diversidad y la cooperación entre complementarios. No es tan amiga de los enfrentamientos, como de la cooperación. Bajo ese punto de vista, no tiene mucho sentido el interés de algunas ramas del feminismo en que las mujeres se mantengan en permanente oposición a los varones o, peor aún, a que su máxima aspiración sea que hagan las mismas cosas que hacemos los hombres.
Obviamente aquí no me estoy refiriendo a la igualdad de oportunidades o a la promoción profesional y educativa de la mujer, con la que no puedo estar más de acuerdo. Me refiero a una cierta obsesión de algunos feminismos por considerar los valores masculinos, que en algunos casos son más bien antivalores, como algo digno de imitación. Me llama la atención la cantidad de series y películas donde la protagonista se dedica a dar tantos o más puñetazos con sus colegas varones, como si eso la hiciera más digna de encomio.
Como me decía una alumna hace algunos años, ¿no sería más razonable que el feminismo reivindicara que los hombres hagan las mismas cosas que las mujeres? Quizá, en mi opinión, sería todavía mejor que los hombres tengamos los mismos valores nobles que tienen las mujeres, que aprendiéramos de ellas a acoger, a compartir y a cuidar.
En otras palabras, me parece que a la sociedad le vendría mucho mejor ocupar el genio femenino en tareas de mayor impacto social que ser futbolista o bombero, incluyendo muchas actividades que se han realizado tradicionalmente por ellas y que son imprescindibles para que la sociedad sea más humana, como es el cuidado de otras personas.
Además, la contribución de las mujeres en tareas antes solo ocupadas por varones debería también ayudar a que se humanicen más esas labores, aportando una visión distinta, más cercana a la percepción femenina de las cosas.
Seguramente el cuidado ambiental sería una de ellas, pues la mujer -sea por su instinto material, sea por su mayor sensibilidad o su mayor capacidad contemplativa- no me cabe duda que está mas interesada y más involucrada en la conservación de la naturaleza que los varones. Todo sea, obviamente, como afirmación general.
El sexo tiene una gran influencia en los hábitos y la percepción de las personas, nada menos que un cromosoma distinto, pero no determina su carácter, así que todos podemos aprender de lo mejor que nos aportan los demás, hombres y mujeres, aprovechando la biodiversidad cultural que a todos nos enriquece.
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