Las Noticias de hoy 20 Febrero 2023

Enviado por adminideas el Lun, 20/02/2023 - 12:10

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Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 20 de febrero de 2023    

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: No olvidemos a los que sufren, que nuestra caridad sea concreta

El Papa en el ángelus: El Señor nos desafía a no responder al mal con el mal

El Papa a canonistas: Para juzgar bien se necesita escucha, ciencia y oración

El Papa: Es hora de que laicos y pastores caminen juntos, en la Iglesia y en el mundo

IMPLORAR MÁS FE : Francisco Fernandez Carbajal

 Evangelio del lunes: la fe de un padre

“Hemos de acudir al buen pastor” : San Josemaria

Una puerta abierta al misterio: el símbolo atanasiano

Conocerle y conocerte (I): Robar el corazón a Cristo : Diego Zalbidea

Vida de familia : Enrique Cases

Valores católicos: Autodominio : encuentra.com

Francisco, transexuales e ideología de género: ¿hasta dónde?

Ideología de género: Persona femenina, persona masculina : Blanca Castilla y Cortázar

¿Un monumento a Irene Montero? : Jorge Hernández Mollar

Sarah describe a Benedicto XVI – «Algunos querían silenciarle porque su mensaje era comprometido»

No dejar de hablar, denunciar, proponer,… : JD Mez Madrid

Un cambio en las relaciones hombre mujer : Juan García. 

La familia sufre : Jesús Martínez Madrid

La historia del fin: cristianismo y milenarismo : Roberto Rusconi

 

 

ROME REPORTS

 

El Papa: No olvidemos a los que sufren, que nuestra caridad sea concreta

“No olvidemos a los que sufren y que nuestra caridad esté atenta, ¡que sea una caridad concreta!”, con esta invitación el Santo Padre recordó después de rezar la oración del ángelus, a las poblaciones que en diferentes partes del mundo están sufriendo a causa de la guerra, la pobreza y los desastres naturales.

 

Renato Martinez - Ciudad del Vaticano

“El amor de Jesús nos pide que nos dejemos tocar por las situaciones de quienes están en la prueba”, fue la invitación del Papa Francisco este domingo después de rezar la oración mariana del ángelus.

Que nuestra caridad sea concreta

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre dirigió su pensamiento a las poblaciones que en diferentes partes del mundo están sufriendo a causa de la guerra, la pobreza y los desastres naturales.

“Pienso especialmente en Siria y en Turquía, en las numerosas víctimas del terremoto, pero pienso también en los dramas cotidianos del querido pueblo ucraniano y de tantos pueblos que sufren a causa de la guerra o de la pobreza, de la falta de libertad o de la devastación ambiental. Estoy cerca, en este sentido, del pueblo de Nueva Zelanda, golpeado en estos días por un ciclón devastador. Hermanos y hermanas, no olvidemos a los que sufren y que nuestra caridad esté atenta, ¡que sea una caridad concreta!”.

 

19/02/2023El Papa en el ángelus: El Señor nos desafía a no responder al mal con el mal

Saludos a los fieles y peregrinos

Luego, el Papa Francisco dirigió su saludo a todos los fieles y peregrinos que llegaron de Italia y de otros países. Especialmente saludó a los peregrinos de Oviedo (España) y a los alumnos de Vila Pouca de Aguair en Portugal. También a los grupos de la Acción Católica de Rímini y de Saccolongo; a los fieles de Lentiai, Turín y Bolzano; a los confirmandos de Valvasone y Almenno San Salvatore; a los adolescentes y jóvenes de Tricesimo, Leno, Chiuppano y Fino Mornasco; a los monaguillos de Arcene y los alumnos del colegio Sant'Ambrogio de Milán.

A todos les deseó un buen domingo y se despidió pidiendo que, “por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista”.

Las víctimas del terreno alcanzan 46.000 fallecidos

Las palabras del Papa llegan en un momento en que más de 46.000 personas han muerto en el norte de Siria y el sureste de Turquía y se registran nuevas réplicas. Una, de magnitud 5,1, se registró anoche en el distrito de Goksun, en Kahramanmara. A las poblaciones de los dos territorios heridos, el Papa ha querido mostrar una cercanía concreta enviando ayuda material a través del Limosnero pontificio, el cardenal Konrad Krajewski. Por otra parte, el prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, Monseñor Claudio Gugerotti, se encuentra en misión en el territorio desde el viernes 17 hasta el martes 21 de febrero para expresar su solidaridad con los heridos y desplazados, pero también para reunirse con los Obispos y los operadores de los organismos implicados en la ayuda.

Siguen cayendo misiles en Ucrania

En Ucrania, sin embargo, en una escalada de las tensiones internacionales, continúan los ataques con misiles contra ciudades. Uno de los últimos es el ataque a la ciudad de Druzhkivka, en Donetsk, que destruyó al menos dos rascacielos. De momento, no se ha informado de víctimas.

Nueva Zelanda afectada por el ciclón Gabriel

Tras el Ángelus, el Papa no dejó de dedicar un pensamiento a Nueva Zelanda, puesta de rodillas por el devastador ciclón Gabriel, que causó 11 muertos, más de 5.000 heridos y un gran número de desaparecidos. Además de las pérdidas humanas, el ciclón destruyó huertos, viñedos y cultivos agrícolas en algunas de las regiones más productivas de Nueva Zelanda. Las carreteras resultaron dañadas y miles de residentes se quedaron sin electricidad ni agua. El gobierno teme que los daños, aún por cuantificar con exactitud, asciendan a miles de millones. El ministro de Finanzas, Grant Robertson, dijo en una entrevista a medios locales que esperaba cifras comparables a las del terremoto de Christchurch de 2011, que costó unos 13.000 millones de dólares neozelandeses. Casi 7.600 millones de euros.

 

El Papa en el ángelus: El Señor nos desafía a no responder al mal con el mal

Este VII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre en su alocución previa a la oración mariana del ángelus, nos recuerda que, “mientras nosotros intentamos quedarnos en lo ordinario de razonamientos utilitarios, Jesús nos pide abrirnos a lo extraordinario de un amor gratuito; mientras que nosotros tratamos siempre de igualar las cuentas, Cristo nos estimula a vivir el desequilibrio del amor”.

 

Renato Martinez - Ciudad del Vaticano

“El Señor nos propone salir de la lógica del provecho y no medir el amor en la balanza de los cálculos y de las conveniencias. Nos invita a no responder al mal con el mal, a osar en el bien, a arriesgar en el don, aunque recibamos poco o nada a cambio”, es esta la invitación del Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del ángelus, de este domingo, 19 de febrero de 2023.

¿Qué hacen de extraordinario?

Comentando las palabras que Jesús nos dirige en el Evangelio de este VII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre señaló que, estas palabras son exigentes y parecen paradójicas, ya que Él nos invita a poner la otra mejilla y amar incluso a los enemigos.

“Para nosotros es normal amar a los que nos aman y ser amigos de quien es nuestro amigo; sin embargo, Jesús nos provoca diciendo: si actúan de esta manera, «¿qué hacen de extraordinario?» (v. 47). ¿Qué hacen de extraordinario? Este es el punto sobre el que me gustaría atraer hoy su atención”.

Preferimos amar solamente a quien nos ama

El Papa Francisco explicando lo que significa “Extraordinario”, dijo que es aquello que va más allá de los límites de lo habitual, que supera las praxis habituales y los cálculos normales dictados por la prudencia.

“En general, nosotros en cambio tratamos de tener todo bastante en orden y bajo control, de forma que corresponda a nuestras expectativas: temiendo no recibir la reciprocidad o de exponernos demasiado y después quedar decepcionados, preferimos amar solamente a quien nos ama, hacer el bien solo a quien es bueno con nosotros, ser generosos solo con quien puede devolvernos el favor; y a quien nos trata mal respondemos con la misma moneda”.

El amor de Dios siempre es ‘extraordinario’

Pero el Señor nos advierte, señala el Santo Padre, que actuar de esta manera no es suficiente, esto no es cristiano. Si nos quedamos en lo ordinario, en el balance entre dar y recibir, las cosas no cambian.

“Si Dios tuviera que seguir esta lógica, ¡no tendríamos esperanza de salvación! Pero, por suerte para nosotros, el amor de Dios siempre es ‘extraordinario’, es decir, va más allá de los criterios habituales con los que nosotros humanos vivimos nuestras relaciones”.

Las palabras de Jesús nos desafían

En este sentido, el Papa Francisco indicó que, las palabras de Jesús nos desafían. Porque, mientras nosotros intentamos quedarnos en lo ordinario de razonamientos utilitarios, Él nos pide abrirnos a lo extraordinario de un amor gratuito; mientras que nosotros tratamos siempre de igualar las cuentas, Cristo nos estimula a vivir el desequilibrio del amor.

“No nos maravillemos de esto. Si Dios no se hubiera desequilibrado, nosotros nunca hubiéramos sido salvados: Jesús no hubiera venido a buscarnos mientras estábamos perdidos y alejados, no nos hubiera amado hasta el final, no hubiera abrazado la cruz por nosotros, que no merecíamos todo esto y no podíamos darle nada a cambio”.

El amor de Dios es un amor siempre en exceso

Y citando la Carta del apóstol Pablo a los Romanos, en el que dice que, “Dios demuestra su amor hacia nosotros en el hecho que, mientras éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”, el Pontífice señala el extraordinario amor de Dios.

“Así es, Dios nos ama mientras somos pecadores, no porque seamos buenos o capaces de devolverle algo. El amor de Dios es un amor siempre en exceso, siempre más allá de los cálculos, siempre desproporcionado. Hoy nos pide también a nosotros vivir de esta manera, porque solo así lo testimoniaremos de verdad”.

El Señor nos invita a no responder al mal con el mal

Finalmente, el Papa Francisco dijo que, hoy el Señor nos propone salir de la lógica del provecho y no medir el amor en la balanza de los cálculos y de las conveniencias. Nos invita a no responder al mal con el mal, a osar en el bien, a arriesgar en el don, aunque recibamos poco o nada a cambio.

“Porque es este amor que lentamente transforma los conflictos, acorta las distancias, supera las enemistades y sana las heridas del odio. Entonces podemos preguntarnos: yo, en mi vida, ¿sigo la lógica del provecho o la de la gratuidad? El amor extraordinario de Cristo no es fácil, pero es posible, es posible porque Él mismo nos ayuda donándonos el Espíritu Santo, su amor sin medida”.

 

El Papa a canonistas: Para juzgar bien se necesita escucha, ciencia y oración

Al recibir a los participantes en el Curso de formación jurídico-pastoral de la Rota Romana, el Pontífice recuerda que "el núcleo del derecho canónico concierne a los bienes de comunión, en primer lugar la Palabra de Dios y los Sacramentos". La misión del canonista, explica el Papa, no es "un uso positivista de los cánones para buscar soluciones convenientes a problemas jurídicos".

 

Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano

¿En qué sentido un curso de Derecho está relacionado con la evangelización? Esta es la pregunta con la que el Papa Francisco abre su discurso a los participantes en el Curso de la Rota Romana para canonistas y agentes de pastoral familiar. El Pontífice subraya que, en realidad, no hay que pensar en el derecho canónico y en la misión de difundir la Buena Noticia de Cristo como dos realidades separadas.

“Se podría decir esquemáticamente: ni derecho sin evangelización, ni evangelización sin derecho. De hecho, el núcleo del derecho canónico concierne a los bienes de comunión, en primer lugar la Palabra de Dios y los sacramentos. Toda persona y toda comunidad tiene derecho -¡tiene derecho! - al encuentro con Cristo, y todas las normas y actos jurídicos tienden a favorecer la autenticidad y la fecundidad de este derecho, es decir, de este encuentro. Por tanto, la ley suprema es la salvación de las almas, como afirma el último canon del Código de Derecho Canónico (cf. canon 1752). Por tanto, el derecho eclesiástico aparece íntimamente ligado a la vida de la Iglesia, como uno de sus aspectos necesarios, el de la justicia en la conservación y transmisión de los bienes salvíficos. En este sentido, evangelizar es el compromiso jurídico primordial, tanto de los pastores como de todos los fieles”.

Hacer resplandecer la verdad de la justicia

El Papa Francisco, citando las palabras escritas por Benedicto XVI en 2010 en su carta a los seminaristas, recuerda que "una sociedad sin derecho sería una sociedad sin derechos". Y a los profesionales del derecho canónico les señala este horizonte:

“Su trabajo se ocupa de normas, procesos y sanciones, pero nunca debéen perder de vista los derechos, poniendo en el centro de su trabajo a las personas, que son sujeto y objeto del derecho. Estos derechos no son reivindicaciones arbitrarias, sino bienes objetivos, destinados a la salvación, que deben ser reconocidos y protegidos. Ustedes, como estudiosos del Derecho, tienen la responsabilidad especial de hacer brillar la verdad -¿qué verdad?: de la justicia en la vida de las Iglesias particulares: esta tarea es una gran contribución a la evangelización”.

La misión del canonista

Conocer y observar fielmente las normas canónicas significa también tener siempre presentes "los bienes que están en juego". Esto es indispensable, observa el Papa, "para interpretar y aplicar dichas normas con justicia":

“La misión del canonista no es un uso positivista de los cánones para buscar soluciones convenientes a problemas jurídicos o para buscar equilibrios o cosas por el estilo: no. Entendidas así sus acciones, o servirían a cualquier interés, o buscarían atrapar la vida en rígidos esquemas formalistas y burocráticos que descuidan los verdaderos derechos. No olviden el mayor, ese gran principio de la evangelización: la realidad es superior a la idea, lo concreto de la vida es superior a lo formal. Siempre. La realidad es superior a cualquier idea, y a esta realidad hay que ayudarla con el derecho. La grandeza de su tarea surge de una visión en la que el derecho canónico, sin olvidar la justicia del caso individual, se aplica mediante las virtudes de la prudencia jurídica que discierne lo concreto justo”.

El camino de la sabiduría judicial

Hablando espontaneamente, sin seguir su discurso escrito, el Papa explica que el camino de la sabiduría judicial debe seguir la línea de "llegar de lo universal a lo concreto":

“Una sentencia o una ayuda judicial no se hace con equilibrios o desequilibrios: se hace por este camino de sabiduría. Hace falta ciencia, hace falta capacidad de escucha, sobre todo -hermanos y hermanas- hace falta oración, para juzgar bien. De este modo, no se descuidan ni las exigencias de bien común inherentes a las leyes, ni las debidas formalidades de los actos, sino que todo se sitúa dentro de un verdadero ministerio de justicia”.

El espíritu sinodal debe vivirse en cada tarea jurídica

Recordando su discurso de 2022 en la inauguración del año judicial del Tribunal de la Rota Romana, el Papa Francisco subrayó también que la sinodalidad "es intrínseca al proceso de nulidad matrimonial":

“La misma consideración vale también para todos los que intervienen en el proceso para conceder la dispensa del matrimonio roto y no consumado. Y el espíritu sinodal debe vivirse en todas vuestras tareas jurídicas. Caminar juntos, escuchándo e invocando al Espíritu Santo, es condición indispensable para ser justos practicantes. Una manifestación concreta de ello es la necesidad de pedir consejo, de buscar la opinión de quienes tienen más conocimientos y experiencia, con ese deseo humilde y constante de aprender siempre para servir mejor a la Iglesia en este campo”.

Pastoral familiar y tribunales eclesiásticos

El Papa Francisco se dirige a continuación a los agentes de pastoral familiar. Y les recuerda que la conciencia de la interacción entre pastoral familiar y tribunales eclesiásticos ha crecido con los años:

“Por un lado, una pastoral familiar integral no puede ignorar las cuestiones jurídicas relativas al matrimonio. Baste pensar, por ejemplo, en la tarea de prevenir las nulidades matrimoniales durante la fase pre-celebrativa, y también de acompañar a las parejas en situaciones de crisis, incluso dirigiéndolas a los tribunales eclesiásticos cuando es plausible que exista una causa de nulidad, o aconsejándoles iniciar el procedimiento de dispensa por inconsumación. Por otra parte, los operadores de los tribunales no pueden olvidar nunca que están tratando asuntos que tienen una fuerte relevancia pastoral, por lo que las exigencias de verdad, accesibilidad y prudente celeridad deben guiar siempre su trabajo; y tampoco debe olvidarse el deber de hacer todo lo posible por la reconciliación entre las partes o la validación de su unión”.

Por último, el Papa Francisco recuerda las palabras de San Juan Pablo II en su discurso del 18 de enero de 1990 a la Rota Romana: "la verdadera justicia en la Iglesia, animada por la caridad y templada por la equidad, merece siempre el atributo calificativo de pastoral". Y confía a la Virgen María, "Espejo de justicia", el trabajo cotidiano de quienes trabajan en el derecho canónico y en la pastoral familiar.

 

 

El Papa: Es hora de que laicos y pastores caminen juntos, en la Iglesia y en el mundo

Francisco recibió en el Vaticano a los presidentes y referentes de las Comisiones para los laicos de las Conferencias Episcopales, señalándoles el camino a recorrer juntos para llegar a "un Pueblo de Dios en misión", recordando que "para ser misionera la Iglesia está llamada a ser sinodal". Del Papa el llamamiento para que se valore más a los laicos, especialmente a las mujeres

 

Andrea De Angelis - Ciudad del Vaticano

"Dios está mostrando a la Iglesia el camino de la comunión, de caminar juntos", una invitación a "superar las vías paralelas que nunca se encuentran". Lo dijo el Papa recibiendo esta mañana en el Aula del Sínodo a los presidentes y referentes de las Comisiones para los laicos de las Conferencias Episcopales que participan en la Conferencia promovida por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Al hacerlo, Francisco recordó que "la necesidad de valorar a los laicos no depende de alguna novedad teológica", sino que se basa en "una correcta visión de la Iglesia", la de "la Iglesia como Pueblo de Dios, del que los laicos forman parte de pleno derecho junto con los ministros ordenados". Del Papa la invitación a los cerca de doscientos presentes a "recuperar una eclesiología integral", que ponga el acento en la unidad y no en la separación, donde "el laico no es el no religioso, sino el bautizado", y se le aplique el término "discípulo, hermano", como se aplicaba en el Nuevo Testamento a todos, "fieles laicos y ministros ordenados".

Superar los modos autónomos de actuar

Francisco comenzó recordando a los presentes que "todavía queda mucho camino por recorrer para que la Iglesia viva como un cuerpo, como un verdadero Pueblo", pero es Dios quien muestra el camino a seguir, ese "vivir más intensa y concretamente en comunión". Así, el Obispo de Roma habla de las muchas "vías paralelas que nunca se encuentran" y que estamos llamados a superar:

El clero separado de los laicos, los consagrados separados del clero y de los fieles, la fe intelectual de ciertas élites separada de la fe popular, la Curia romana separada de las Iglesias particulares, los obispos separados de los sacerdotes, los jóvenes separados de los ancianos, los cónyuges y las familias poco implicados en la vida comunitaria, los movimientos carismáticos separados de las parroquias, etcétera. Esta es la tentación más grave en este momento. 

Un pueblo unido en la misión

El Papa subrayó que todo el Pueblo de Dios está unido por una única fe, no es "ni populismo ni elitismo, sino el santo Pueblo fiel de Dios", que está "animado por el mismo Espíritu santificador y orientado a la misma misión de anunciar el amor misericordioso de Dios Padre". Este último aspecto, estar unidos en la misión, es decisivo:

La sinodalidad encuentra su fuente y su fin último en la misión: nace de la misión y está orientada a la misión. Compartir la misión, en efecto, acerca a pastores y laicos, crea comunión de intenciones, manifiesta la complementariedad de los distintos carismas y, por tanto, suscita en todos el deseo de caminar juntos.

No faltan ejemplos, empezando por Cristo, pasando por san Pablo y llegando hasta los "grandes momentos de impulso misionero en la Iglesia":

Lo vemos en el mismo Jesús, que se rodeó, desde el principio, de un grupo de discípulos, hombres y mujeres, y vivió con ellos su ministerio público. Nunca solo. Y cuando envió a los Doce a anunciar el Reino de Dios, los envió "de dos en dos". Lo mismo vemos en San Pablo, que siempre evangelizó junto con colaboradores, incluidos laicos y parejas casadas. No solo. Y así fue en los momentos de gran renovación e impulso misionero en la historia de la Iglesia: pastores y fieles laicos juntos. No individuos aislados, ¡sino un pueblo que evangeliza! El Pueblo santo de Dios. 

Todos somos discípulos

Tras recordar la importancia de la formación de los laicos, "indispensable para vivir la corresponsabilidad" siempre que no sea "escolástica, limitada a ideas teóricas", sino "también práctica", el Pontífice invitó a todos a recuperar una eclesiología integral, "como en los primeros siglos, en la que todo se unifica en la pertenencia a Cristo", superando así "una visión sociológica que distingue clases y rangos sociales y que se basa fundamentalmente en el poder asignado a cada categoría":

El acento debe ponerse en la unidad y no en la separación. El laico, más que como "no clérigo" o "no religioso", debe ser considerado como bautizado, como miembro del pueblo santo de Dios, es el sacramento que abre todas las puertas. La palabra "laico" no aparece en el Nuevo Testamento, sino que habla de "creyentes", "discípulos", "hermanos", "santos", términos aplicados a todos: fieles laicos y ministros ordenados.

El pensamiento del Papa se dirige después a la Carta a la Iglesia de Laodicea, "cuando Jesús dice estoy a la puerta y llamo". Pero "hoy el drama de la Iglesia es que Jesús sigue llamando a la puerta, ¡pero desde dentro porque no le dejamos salir! Tantas veces la Iglesia está aprisionada, no logra dejar salir al Señor. El Señor vino para la misión y quiere que seamos misioneros".  

Mayor colaboración

Esta corresponsabilidad vivida entre laicos y pastores permitirá "superar dicotomías, miedos y diferencias recíprocas". Para Francisco, "es hora de que pastores y laicos caminen juntos, en todos los ámbitos de la Iglesia y en todas las partes del mundo". De ahí la llamada a una mayor valoración de los laicos, pensando especialmente en las mujeres:

Los fieles laicos no son "huéspedes" en la Iglesia, están en su casa, por lo que están llamados a cuidar de su propia casa. Los laicos, y especialmente las mujeres, deben ser más valorados en sus competencias y en sus dones humanos y espirituales para la vida de las parroquias y de las diócesis. Pueden llevar el anuncio del Evangelio en su lenguaje "cotidiano", comprometiéndose en diversas formas de predicación. Pueden colaborar con los sacerdotes en la formación de niños y jóvenes, ayudar a los novios en su preparación al matrimonio y acompañarles en su vida conyugal y familiar. Deben ser siempre consultados en la preparación de nuevas iniciativas pastorales a todos los niveles, local, nacional y universal. Deben tener voz en los consejos pastorales de las Iglesias particulares. Deben estar presentes en las oficinas de las diócesis. Pueden ayudar en el acompañamiento espiritual de otros laicos y también aportar su contribución en la formación de seminaristas y religiosos. 

A continuación, el Pontífice recuerda una pregunta que le hicieron, a saber, si un laico puede ser director espiritual. La respuesta es que se trata de "un carisma laical, no sacerdotal", depende de "si el Señor te da la capacidad para hacerlo". De ahí la importancia del papel de los laicos también en ambientes seculares:

Y, junto con los pastores, deben llevar el testimonio cristiano en los ambientes seculares: el mundo del trabajo, de la cultura, de la política, del arte, de la comunicación social.

Finalmente, del Papa una advertencia: no caer en el clericalismo. "Los laicos clericalizados -dice- son una plaga en la Iglesia".

 

 

IMPLORAR MÁS FE

— La fe es un don de Dios.

— Necesidad de buenas disposiciones para creer.

— Fe y oración. Pedir la fe.

I. Llegó Jesús a un lugar donde le aguardaban sus discípulos. Allí se encontraban también un padre que había llevado a su hijo enfermo, un grupo de escribas y una gran muchedumbre. Al ver aparecer a Jesús se llenaron de alegría y fueron a su encuentro: todo el pueblo se quedó sorprendido, y acudían corriendo a saludarle1, como debemos acudir nosotros a la oración y al Sagrario. Todos le echaban de menos. El padre se adelanta entre la muchedumbre que rodea al Señor: Maestro -le dice-, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu inmundo (...). Pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

Los discípulos, que ya habían realizado algunos otros milagros en nombre del Señor, intentaron curarle pero no lo lograron. Jesús les explicó luego, en casa, qué faltaba en ellos para que hubiesen podido realizar el prodigio. El padre tiene una fe deficiente; posee alguna, pues ha acudido en busca de la curación, pero no la fe plena, la confianza sin límites que Jesús pedía y pide. Y el Señor, como hace siempre, le mueve a dar un paso más. Al principio este hombre se dirige a Cristo con humildad, pero vacilante: Si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros. Y Jesús, «conociendo las perplejidades de aquella alma, le anticipa: si tú puedes creer, todo es posible para el que cree (Mc 9, 22). Todo es posible: ¡omnipotentes! Pero con fe. Aquel hombre siente que su fe vacila, teme que esa escasez de confianza impida que su hijo recobre la salud. Y llora. Que no nos dé vergüenza este llanto: es fruto del amor de Dios, de la oración contrita, de la humildad. Y el padre del muchacho, bañado en lágrimas, exclamó: ¡Oh Señor! yo creo: ayuda tú mi incredulidad (Mc 9, 23)»2, ¡Qué gran acto de fe para que nosotros lo repitamos muchas veces!: Jesús, ¡yo creo, pero imprime Tú más firmeza a mi fe! ¡Enséñame a acompañarla de obras, a llorar mis pecados, a confiar en tu poder y en tu misericordia!

La fe es un don divino; solo Dios la puede infundir más y más en el alma. Es Él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura..., de amor que se abre paso cada vez con más seguridad.

Si en alguna ocasión nuestra fe vacila ante el apostolado, las dificultades..., o se torna insegura la de nuestros amigos, hermanos, hijos..., imitemos a este buen padre. En primer lugar pide más fe, porque esta virtud es un don. Pero, a la vez crecer en ella depende de nosotros mismos. Abrir los ojos –comenta San Juan Crisóstomo– es cosa de Dios, escuchar atentamente es cosa propia; es a la vez obra divina y humana3. Debemos imitar a este hombre en su humildad: no tiene méritos propios que presentar, por eso acude a su misericordia: ayúdanos, ten compasión de nosotros. Este es el camino seguro que debe seguir toda petición: acudir a la compasión y misericordia divinas. Por nuestra parte, la humildad, la limpieza de alma y la apertura de corazón hacia la verdad nos dan la capacidad de recibir esos dones que Jesús nunca niega. Si la semilla de la gracia no prosperó se debió exclusivamente a que no encontró la tierra preparada. Señor, ¡auméntame la fe!, le pedimos en la intimidad de nuestra oración. ¡No permitas que jamás vacile mi confianza en Ti!

II. ¿Qué vieron en Jesús aquellos que con Él se cruzaron por caminos y aldeas? Vieron lo que sus disposiciones internas les permitían ver. ¡Si hubiéramos podido ver a Jesús a través de los ojos de su Madre! ¡Qué inmensidad tan grande! ¡Y qué pequeñez la de muchos fariseos, que andaban con aquellos enredos acerca de la ley...! ¡Ni siquiera en los mismos milagros supieron descubrir al Mesías!; al menos una buena parte de ellos permaneció ciega ante la Luz del mundo. Y su ciencia de las Escrituras Santas no les sirvió para percibir el cumplimiento de todo lo que se había predicho de Él. Muchos contemporáneos se negaron a creer en Jesús porque no eran de corazón bueno, porque sus obras eran torcidas, porque no amaban a Dios ni tenían una voluntad recta: Mi doctrina no es mía -dirá el Señor-, sino de Aquel que me ha enviado. Quien quisiere hacer la voluntad de Él conocerá si mi doctrina es de Dios o mía4. No tuvieron las disposiciones adecuadas, no buscaban el honor de Dios, sino el suyo propio5. Ni siquiera los milagros pueden sustituir a las necesarias disposiciones interiores. La razón honda del rechazo al Mesías tanto tiempo esperado, con tanto detalle anunciado, estriba en que no solo no poseían en su corazón a Dios como Padre, sino que tenían «al diablo por padre», porque sus obras no eran buenas, ni sus sentimientos, ni sus intenciones6.

«Dios se deja ver de quienes son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen cubiertos de tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no deja de brillar la luz solar porque los ciegos no la vean, sino que se debe atribuir esta oscuridad a su falta de capacidad para ver»7. ¡Cómo habremos de cuidar la frecuente Confesión de nuestras faltas y pecados, si este sacramento nos limpia y nos dispone para ver con mayor claridad al Señor ya aquí en la tierra!

En el apostolado debemos tener en cuenta que, con frecuencia, el gran obstáculo para que muchos acepten la fe, la vocación o una vida cristiana coherente son los pecados personales no remitidos, los afectos desordenados y las faltas de correspondencia a la gracia. «El hombre, llevado de sus prejuicios, o instigado por sus pasiones y mala voluntad, no solo puede negar la evidencia, que tiene delante, de los signos externos, sino resistir y rechazar también las superiores inspiraciones que Dios infunde en su alma»8. Si falta el deseo de creer y de hacer la voluntad de Dios en todo, cueste lo que cueste, no se aceptará ni siquiera lo que es evidente. De ahí que quien vive encerrado en su egoísmo, quien no busca el bien sino la comodidad o el placer, tendrá muchas dificultades para creer o para entender un ideal noble; y, si se trata de alguien que ya ha respondido positivamente a una vocación de entrega a Dios, encontrará una resistencia creciente ante las concretas exigencias de su llamada.

La Confesión sincera y contrita, bien preparada, se presenta así como el gran medio para encontrar el camino de la fe, la claridad interior necesaria para ver lo que Dios pide. Cuando una persona purifica y limpia su corazón ha preparado el terreno para que la semilla de la fe y de la generosidad crezca en su alma y dé fruto. Hacemos un inmenso bien a las almas cuando les ayudamos para que se acerquen al sacramento del Perdón. Es de experiencia común que muchos problemas y dudas se terminan con una buena Confesión; el alma ve con mayor claridad cuanto más limpia está y cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad.

III. Pesaba en el ánimo de los discípulos el fracaso de no haber logrado curar ellos al joven lunático, pues cuando entraron en casa, a solas, le preguntaron: ¿Por qué no hemos podido expulsarlo? Y el Señor les dio una respuesta de gran utilidad también para nosotros y para el apostolado. Les dijo: Esta raza (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración.

Solo con la oración venceremos determinados obstáculos, conseguiremos superar tentaciones y ayudar a muchos amigos a llegar hasta Cristo. Comentando este pasaje del Evangelio, explica San Beda que al enseñar a los Apóstoles cómo debe ser expulsado este demonio tan maligno, nos indica a todos cómo hemos de vivir, y cómo la oración es el medio para superar incluso las mayores tentaciones. La oración no solo son las palabras con que invocamos la misericordia divina, sino también lo que ofrecemos en obsequio de nuestro Señor, movidos por la fe9. Todo nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de frutos.

Acompañemos la oración con las buenas obras, con un trabajo bien realizado, con el empeño por hacer mejor aquello en que queremos la mejora del amigo. Esa actitud ante Dios abre también camino a un aumento de fe en el alma. «Es solamente en la oración, en la intimidad del diálogo inmediato y personal con Dios, que abre los corazones y las inteligencias (cfr. Hech 16, 14), donde el hombre de fe puede ahondar en la comprensión de la voluntad divina respecto a su propia vida»10, y a todo lo que a ella atañe.

Pidamos con frecuencia al Señor que nos aumente la fe: ante el apostolado cuando los frutos tardan en llegar, ante los defectos propios o de quienes nos rodean que no se superan, cuando nos vemos con escasas fuerzas para lo que Dios quiere de nosotros: ¡Señor, auméntanos la fe! Así pedían los Apóstoles cuando, a pesar de oír y ver al mismo Cristo, sentían flaquear su confianza. Jesús siempre ayuda. A lo largo del día de hoy, y todos los días, nos sentiremos necesitados de decir: ¡Señor! ¡No me dejes solo con mis fuerzas, que nada puedo! La petición de aquel buen padre nos anima hoy a dirigirnos a Jesús en demanda de mayor fe: «Se lo decimos con las mismas palabras nosotros ahora, al acabar este rato de meditación. ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!

»Y dirigimos también esta plegaria a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe: ¡bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor (Lc 1, 45)»11.

1 Mc 9, 13-28. — 2 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 204. — 3 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, 35. — 4 Jn 7, 16-17. — 5 Cfr. Jn 5, 41-44. — 6 Cfr. Jn 8, 42-44. — 7 Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950. — 8 San Teófilo de Antioquía, Libro I, 2, 7. — 9 Cfr. San Beda, Comentario al Evangelio de San Marcos, in loc. — 10 A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 92-93. — 11 San Josemaría Escrivá, loc. cit.

 

 

Evangelio del lunes: la fe de un padre

Comentario del lunes de la 7.ª semana del tiempo ordinario. “¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!”. La seguridad de la omnipotencia de Dios es compatible con la fe siempre insuficiente del hombre, y por eso se hace oración confiada.

20/02/2023

Evangelio (Mc 9,14-29)

En aquel tiempo, al llegar Jesús junto a los discípulos vieron una gran muchedumbre que les rodeaba, y unos escribas que discutían con ellos. Nada más verle, todo el pueblo se quedó sorprendido, y acudían corriendo a saludarle. 

Y él les preguntó: 

- ¿Qué estabais discutiendo entre vosotros?

A lo que respondió uno de la muchedumbre: 

- Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; y en cualquier sitio que se apodera de él, lo tira al suelo, le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y lo deja rígido. Pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

Él les contestó: 

- ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.

Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo retorcerse al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espumarajos. Entonces preguntó al padre:

- ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? 

Le contestó:

- Desde muy pequeño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él. Pero si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

Y Jesús le dijo: 

- ¡Si puedes...! ¡Todo es posible para el que cree!

Enseguida el padre del niño exclamó: 

- ¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!

Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu impuro diciéndole: 

- ¡Espíritu mudo y sordo: yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él!

Y gritando y agitándole violentamente salió. Y quedó como muerto, de manera que muchos decían: 

- Ha muerto. 

Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie.

Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: 

- ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?

-Esta raza -les dijo- no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración.


Comentario

Al volver del monte Tabor, donde se manifestó la gloria divina en la Transfiguración, Jesús se encuentra con una discusión entre sus discípulos y una gran muchedumbre. Un hombre trajo a su hijo poseído por un demonio mudo y los discípulos del Maestro no pudieron curarle.

Muchas veces Dios parece esconderse y los hombres tenemos que enfrentarnos con problemas que superan nuestras posibilidades. Quiere poner a prueba nuestra fe, la fe que mueve montañas y manifiesta la amistad con Dios. Esta es la gran preocupación de Jesús: “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).

Y así el Señor le dice directamente al padre del endemoniado: te preguntas si puedo… “¡Todo es posible para el que cree!”. Se trata de un mensaje al que vuelve varias veces a lo largo de los Evangelios. A María el ángel le había dicho: “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,37) y a los apóstoles, desconcertados por la dificultad que los ricos entren en el reino de los cielos, les dirá: “para los hombres es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible” (Mc 10,27).

Sabemos que Dios lo puede todo y sin embargo, ¡cuántas veces nos parece que nos falta la fe! Por eso nos reconocemos en la exclamación de este padre: “¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!”. Esta oración es una mezcla de fe y de incredulidad, perfecta manifestación de la fe de los hombres. De hecho cada vez que decimos “creo” no sólo estamos manifestando nuestra fe, sino que la estamos pidiendo. Incluso la experiencia de perder la fe es una experiencia que en última instancia pertenece a la fe.

Así podemos considerar estas palabras como la oración más natural, más humana y más desgarradora de los evangelios, y en cierto sentido la esencia misma de la fe. Esta raza de demonios, como todos los males en la vida del hombre, se puede expulsar solo con una oración a Dios llena de confianza.

“Aquel hombre siente que su fe vacila, teme que esa escasez de confianza impida que su hijo recobre la salud. Y llora. Que no nos dé vergüenza este llanto: es fruto del amor de Dios, de la oración contrita, de la humildad. [...] Se lo decimos con las mismas palabras nosotros: ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!” (San Josemaría, Amigos de Dios n. 204)

 

 

“Hemos de acudir al buen pastor”

Tú -piensas- tienes mucha personalidad: tus estudios -tus trabajos de investigación, tus publicaciones-, tu posición social -tus apellidos-, tus actuaciones políticas -los cargos que ocupas-, tu patrimonio..., tu edad, ¡ya no eres un niño!... Precisamente por todo eso necesitas más que otros un Director para tu alma. (Camino, 63)

20 de febrero

La santidad de la Esposa de Cristo se ha demostrado siempre ‑como se demuestra también hoy‑ por la abundancia de buenos pastores. Pero la fe cristiana, que nos enseña a ser sencillos, no nos induce a ser ingenuos. Hay mercenarios que callan, y hay mercenarios que hablan palabras que no son de Cristo. Por eso, si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor, al que entra por la puerta ejercitando su derecho, al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada: un pecador quizá también, pero que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo.

Si vuestra conciencia os reprueba por alguna falta ‑aunque no os parezca grave‑, si dudáis, acudid al Sacramento de la Penitencia. Id al sacerdote que os atiende, al que sabe exigir de vosotros fe recia, finura de alma, verdadera fortaleza cristiana. En la Iglesia existe la más plena libertad para confesarse con cualquier sacerdote, que tenga las legítimas licencias; pero un cristiano de vida clara acudirá ‑¡libremente!‑ a aquel que conoce como buen pastor, que puede ayudarle a levantar la vista, para volver a ver en lo alto la estrella del Señor. (Es Cristo que pasa, 34)

 

Una puerta abierta al misterio: el símbolo atanasiano

El símbolo atanasiano –conocido también por sus primeras palabras "Quicumque vult"– es un resumen de verdades de la fe sobre la Santísima Trinidad y la Encarnación. San Josemaría solía rezar y meditar este texto el tercer domingo de cada mes como devoción al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

18/02/2022​

► Reza el Quicumque con el devocionario móvil en español y latín. 


Jesús sabe que se acerca su hora de pasar de este mundo al Padre. Está en el cenáculo, sus discípulos más íntimos se encuentran reunidos en torno a él, y sus palabras tienen el sabor agridulce de la despedida. No le queda mucho tiempo de estar con ellos y en su corazón se debaten fortísimos sentimientos: de una parte, un amor hasta el extremo, que le llevará a quedarse en la Sagrada Eucaristía y a derramar hasta la última gota de su sangre en la cruz. De otra, el dolor inmenso por la traición de Judas y el peso de cargar con todos los pecados del mundo.

En un momento tan particular, su mirada se detiene en cada uno de sus apóstoles. Conoce sus deseos de bien, pero también su debilidad; en unas horas verá flaquear su fe y no se le oculta que aún les queda mucho por entender del tesoro de la revelación. Aun así, en esta última cena les habla con más claridad del misterio de su vida íntima, y les anuncia la venida del Paráclito, que iluminará su entendimiento: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (…). Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho» (Jn 14,23.25-26).

Es probable que san Juan, al igual que los otros diez, no comprendiera en profundidad las palabras de su Maestro acerca del Padre y el Espíritu Santo, pero se daba cuenta de que nadie antes había hablado así, y años más tarde las recogió en su Evangelio, tras haberlas meditado y predicado en numerosas ocasiones. Percibía que eran una puerta abierta al misterio de Dios uno y trino.

Encontrar la verdadera Vida

«El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana» [1]. Jesucristo –el Verbo encarnado– nos lo quiso revelar de modo que, identificados con su persona, los cristianos aprendiéramos a llamar Padre a Dios y a obrar atentos a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Por medio de la vida sacramental, Dios habita en el centro de nuestras almas en gracia. Todo el itinerario espiritual se resume en el descubrimiento progresivo de esta presencia, que nos sostiene y nos colma. Se trata de un camino que cada cristiano está llamado a recorrer a lo largo de su existencia. Así lo hemos visto y aprendido en la experiencia de tantas mujeres y hombres santos. Recientemente nos lo hacía considerar el Papa Francisco: «Está el Padre, al que rezo con el padrenuestro; está el Hijo que me ha dado la redención, la justificación; está el Espíritu Santo que habita en nosotros y habita en la Iglesia. Y este nos habla al corazón, porque lo encontramos encerrado en esa frase de san Juan que resume toda la revelación: “Dios es amor” (1Jn 4,8.16). (…) No es fácil entenderlo, pero se puede vivir de este misterio» [2].

SAN JOSEMARÍA FUE CULTIVANDO UNA GRADUAL Y HONDA DEVOCIÓN A LAS TRES PERSONAS DIVINAS

San Josemaría fue cultivando una gradual y honda devoción a las tres personas divinas y, a través del ejemplo y la predicación, quiso transmitirla a sus hijos. En una ocasión, en 1968, les aconsejaba: ¡Amad la santísima humanidad de Jesucristo! Y de la humanidad de Cristo, pasaremos al Padre, con su omnipotencia y su providencia, y al fruto de la Cruz, que es el Espíritu Santo. Y sentiremos la necesidad de perdernos en este amor para encontrar la verdadera Vida [3].

El itinerario de una devoción

El fundador del Opus Dei, que recibió la fe cristiana de sus padres, creció a lo largo de los años en la amistad con cada una de las personas divinas. Siendo niño, aprendió a llamar a Dios Padre en el padrenuestro, y esta filiación se va haciendo fundamento de su vida espiritual. Además, en momentos concretos, en los años posteriores a la fundación de la Obra, Dios le concedió palpar con especial intensidad el sentido de la filiación divina –como aquel 16 de octubre de 1931, en medio de la calle, en un tranvía. También a partir del otoño de 1932 fue intensificando la escucha a las mociones del Paráclito, gracias al consejo «tenga amistad con el Espíritu Santo. No hable, ¡óigale!», recibido de su confesor. Desde muy pronto procuró leer el Evangelio como un personaje más, para adentrarse en el conocimiento de la santísima humanidad de Jesucristo, y su vida estuvo centrada en la Eucaristía.

Esta devoción, que se fue fortaleciendo en el transcurso de su existencia, se dejaba traslucir en las situaciones más corrientes. El beato Álvaro del Portillo recordaba: Quienes vivíamos a su lado sabemos muy bien el arraigo de esa devoción en su vida. Así pude descubrir el modo de ganar en las rifas que organizaba: es un recuerdo ingenuo, de familia, de los primeros años de mi vocación. De vez en cuando llevaba a las tertulias algo que nos hiciera pasar un rato agradable, por ejemplo, un paquete de caramelos. En esas ocasiones, cuando había algún detalle que se salía de lo ordinario, el Padre organizaba un sorteo, que consistía en adivinar el número que había pensado. Enseguida me di cuenta de que era siempre el tres, o un múltiplo de tres, porque incluso en esos momentos de descanso aparecía su amor por la Santísima Trinidad [4].

El libro Camino tiene 999 puntos. En una audiencia con el Papa san Pablo VI, el pontífice le preguntó por la razón de ese número. Y san Josemaría respondió que era por amor a la Santísima Trinidad. Para la primera edición de esta obra, hizo diseñar una original portada que consistía en una serie de siluetas del número nueve, formando una columna.

Cuando se construyó Villa Tevere, la sede central de la Obra, quiso que el oratorio en que celebraría la Misa habitualmente estuviera dedicado a la Trinidad. El retablo es un altorrelieve en mármol blanco con una representación de la Trinidad Beatísima, rodeada de ángeles en adoración: Dios Padre creador tiene en sus manos el mundo con una cruz; a su lado el Espíritu Santo, también bajo figura humana, sostiene una llama; en el centro, hay una talla de marfil con Dios Hijo en la Cruz, entre dos grupos de querubines. La escena está coronada por una cartela con una inscripción: Deo Patri creatori, Deo Filio redemptori, Deo Spiritui sanctificatori.

Le gustaba hacer actos de fe, esperanza y amor dirigidos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En 1971, por ejemplo, agradecía al Señor que le fuera moviendo a comprender cada día con más hondura la presencia y la acción de la Trinidad en la santa Misa. Y en sus últimos años, en su predicación –como refleja en la homilía «Hacia la santidad»– o en los encuentros que sostuvo con numerosas personas, sugería seguir el itinerario espiritual por el que Dios había querido llevarle a él, un camino de contemplación en la vida ordinaria: El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo [5]

"CUANDO TE DIGAN QUE NO ENTIENDEN LA TRINIDAD Y LA UNIDAD, LES RESPONDES QUE TAMPOCO YO LA ENTIENDO, PERO QUE LA AMO Y LA VENERO"

Su amor era también fruto del estudio y la profundización en la doctrina católica. Solía repasar con frecuencia el tratado teológico De Trinitate. En una tertulia con sus hijas en Roma, el 27 de marzo de 1972 –el día anterior a un nuevo aniversario de su ordenación sacerdotal–, les comentaba: Estoy leyendo constantemente libros de teología, porque me enamora la Trinidad, me enamora considerar la unidad de la trinidad de Dios; a veces tengo un poquito de luz, pero la mayoría de las veces son sombras; y me pongo muy contento de las sombras, porque Dios sería muy poca cosa si yo lo pudiera comprender [6]. Afirmaba –como nos recuerda con frecuencia el Padre– que Dios es tan grande que no cabe en la cabeza, pero nos cabe en el corazón: Y cuando (…) te digan que no entienden la trinidad y la unidad, les respondes que tampoco yo la entiendo, pero que la amo y la venero. Si comprendiera las grandezas de Dios, si Dios cupiera en esta pobre cabeza, mi Dios sería muy pequeño..., y, sin embargo, cabe –quiere caber– en mi corazón, cabe en la hondura inmensa de mi alma, que es inmortal [7].

Vidriera del misterio de la Santísima TrinidadRepresentación del misterio de la Santísima Trinidad

Una tradición secular

Movido por el deseo de fomentar en los miembros de la Obra este amor, san Josemaría dispuso una serie de costumbres que les facilitaran profundizar en los misterios centrales de la fe. Todas ellas responden a una tradición secular en la liturgia y en el patrimonio espiritual de la Iglesia.

Entre otras, propuso que las Preces que rezan diariamente comenzaran con un acto de alabanza, adoración y acción de gracias a la Trinidad Beatísima (Gracias a ti, Señor Dios; gracias a ti, / Trinidad única y verdadera, / Dios único y supremo, / Unidad única y santa). Años después, en 1959, pensó que podría ayudar que en los tres días que preceden a la fiesta de la Santísima Trinidad, se rezara o cantara el Trisagio angélico en todos los centros de la Obra. Y que el tercer domingo de cada mes se recitara el símbolo atanasiano, antes o después de la oración de la mañana, como una expresión de fe y alabanza a Dios uno y trino, y recomendaba que cada uno meditase especialmente ese día en las palabras ahí contenidas. Con gran convencimiento, decía a un grupo de fieles del Opus Dei en 1971, refiriéndose a este símbolo: Aprendedlo, ¡es tan bonito! [8]

El símbolo atanasiano

«Durante los primeros siglos, la Iglesia formuló más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano» [9].

El símbolo atanasiano –conocido también por sus primeras palabras: Quicumque vult– es un símbolo o recopilación de verdades de la fe, que ha sido tenido a lo largo de la historia de la Iglesia como una de las principales exposiciones dogmáticas de la fe cristiana y la más importante por lo que se refiere a los dos misterios centrales de la verdad revelada: la Trinidad y la Encarnación.

EL SÍMBOLO ATANASIANO ES UNA RECOPILACIÓN DE VERDADES DE LA FE SOBRE LA TRINIDAD Y LA ENCARNACIÓN

Se conoce con este nombre por haber sido atribuido erróneamente durante varios siglos a san Atanasio (295-373), obispo de Alejandría de Egipto y defensor de la fe frente a la herejía de Arrio. Otros pensaban que su autoría se debía al Papa Anastasio I (399-402).

Este resumen didáctico de la doctrina cristiana gozó de gran autoridad en la Iglesia latina y su uso se extendió rápidamente a todos los ritos de Occidente. En la Edad Media, estuvo equiparado al mismo credo del Concilio de Nicea. En la liturgia de la Iglesia occidental se recitaba en el oficio divino dominical. En el rito ambrosiano, en cambio, venía usado como himno del oficio de lecturas, en lugar del Te Deum, el domingo de la Santísima Trinidad. Su uso litúrgico ha llegado hasta el siglo XX: en el oficio canónico, el Quicumque, hasta la reforma de Pío XII (1956), se rezaba los domingos. En la liturgia de las horas actual no está previsto su rezo.

Excluida la paternidad de san Atanasio, y también la del Papa Anastasio, se ha atribuido su redacción a una serie de Padres de la Iglesia –san Hilario, san Ambrosio, san Nicetas, Honorato de Arlés, san Vicente de Lerins, san Fulgencio, san Cesáreo de Arlés y san Venancio Fortunato– situados entre los años 350 y 601. Actualmente es casi unánime la opinión que lo fecha entre el año 430 y el 500.

La mayoría de los estudiosos sostienen que fue escrito primero en latín y después fue traducido al griego –es decir, nació dentro del ámbito latino occidental de la Iglesia, y no en el oriental como antes se pensaba. Su origen parece estar en las Galias, en el sur de Francia, en la zona de Arlés.

Más allá de la introducción y de la conclusión, dedicadas ambas a insistir en la necesidad de profesar la fe expresada en el símbolo para la salvación, el Quicumque consta de dos partes claramente diferenciadas: la primera expone la fe católica en torno al misterio de Dios uno y trino; en la segunda parte se presenta la doble naturaleza en la única persona divina de Jesucristo. Esos dos ejes de nuestra fe se encuentran ampliamente desarrollados en este credo.

Las palabras que apelan a la necesidad de la fe para la salvación son un eco de las contenidas en el capítulo 3 del Evangelio de san Juan: «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios» (Jn 3,17-18). Resultan, por tanto, una llamada a adherirse a las verdades explicitadas en los diversos símbolos de la fe elaborados por el magisterio eclesiástico, a la vez que reconocen la terrible posibilidad que tiene el hombre de rechazar y cerrarse a la felicidad eterna que Dios le ofrece.

Tan grandísimo provecho

Aprende a alabar al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Aprende a tener una especial devoción a la Santísima Trinidad [10]. La costumbre de rezar el símbolo atanasiano tiene como finalidad ayudar a los fieles a ir, poco a poco, madurando personalmente en esta devoción. Aunque nunca llegaremos a comprender del todo una verdad que supera con creces nuestro entendimiento, es una oportunidad de conocer a Dios siempre más y mejor. De este modo, también nos renueva y fortalece en la virtud teologal de la fe, y nos lleva a profundizar en el dogma. Santa Teresa de Ávila cuenta en su autobiografía cómo, meditando ese símbolo, recibió gracias especiales para penetrar en este misterio: «Estando una vez rezando el Quicumque vult, se me dio a entender la manera de cómo era un solo Dios y tres personas tan claramente, que yo me espanté y me consolé mucho. Hízome tan grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas» [11]. Es un ejemplo de cómo vivir ciertas costumbres de piedad puede dar paso a comprenderlas, aunque a veces parezca que se saca poco provecho de ellas.

APRENDE A ALABAR AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO. APRENDE A TENER UNA ESPECIAL DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Renovando nuestra profesión de fe en la Trinidad, reconocemos, agradecemos y respondemos al amor divino, y volvemos a asombrarnos ante la maravilla de un Dios que ha querido que seamos sus hijos. No solo afirmamos la verdad sobre la Trinidad, sobre Jesucristo –perfectus Deus, perfectus homo [12], perfecto Dios y hombre perfecto– y sobre la Iglesia, sino también nuestra verdadera identidad.

Además, reconocer nuestra fe común nos lleva a sentirnos más unidos a todo el pueblo de Dios, en su misión de conservar íntegro el depósito recibido. No rezamos solos, sino unidos a los cristianos de ahora, a los que nos han precedido y a los que vendrán a lo largo de los siglos. Por último, al recitar este símbolo actualizamos nuestra misión de apóstoles, llamados a comunicar a todos los hombres –al igual que aquellos primeros doce– la salvación que Cristo nos ha invitado a acoger con su encarnación: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).


[1] Catecismo de la Iglesia católica, n. 261.

[2] Francisco, Ángelus, 30-V-2021.

[3] San Josemaría, recogido en Artículos del postulador, p. 175.

[4] Entrevista sobre el fundador del Opus Dei, Álvaro del Portillo, Rialp, 1992, pp. 153-154.

[5] Amigos de Dios, n. 306.

[6] San Josemaría, palabras pronunciadas durante una tertulia.

[7] San Josemaría, notas en una reunión familiar, 9-II-1975.

[8] San Josemaría, notas tomadas durante una tertulia.

[9]. Catecismo de la Iglesia católica, n. 250.

[10] Forja, n. 296.

[11] Santa Teresa de Jesús, Vida, c. 39, 25.

[12] Símbolo atanasiano, n. 30 (DH 76).

 

 

Conocerle y conocerte (I): Robar el corazón a Cristo

El buen ladrón con una palabra robó el corazón a Cristo y abrió las puertas del Cielo. Así es la oración: una palabra que roba el corazón a Jesús y nos permite vivir, desde ese momento, junto a Él.

27/11/2019​

Fuera de las murallas de Jerusalén, poco después del mediodía, tres hombres habían sido crucificados sobre el Monte Calvario. Era el primer Viernes Santo de la historia. Dos de ellos eran ladrones; el tercero, al contrario, era el único hombre absolutamente inocente: se trataba del Hijo de Dios. Uno de los dos bandidos, a pesar de su intenso sufrimiento y de su agotamiento físico, se animó a entablar una brevísima conversación con Cristo. Sus palabras llenas de humildad —«acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42) ­— merecieron que el mismo Dios hecho hombre le asegurara que en pocas horas estaría en el paraíso. San Josemaría se conmovió muchas veces con la actitud de aquel buen ladrón que «con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo»[1]. Quizá la oración podría definirse así: una palabra que roba el corazón a Jesús y nos hace vivir, desde ahora, junto a él.

Dos diálogos en la cruz

Nosotros deseamos también que nuestra oración, como aquella del buen ladrón al que una tradición da el nombre de Dimas, se llene de fruto. Nos ilusiona soñar cuánto puede el diálogo con Dios transformar nuestras vidas. Robar el corazón es conquistar, enamorar, entusiasmar. Se roba porque no se merece recibir tanto cariño. Se asalta lo que no es propiedad ni posesión, pero se anhela. La oración se asienta sobre algo tan sencillo —aunque no es poco— como aprender a acoger semejante don en nuestros corazones, dejándonos acompañar por Jesús, que nunca impone sus regalos, ni su gracia, ni su amor.

Junto a Dimas, también en un madero sobre el Calvario, estaba su compañero de tormento. Contrasta el reproche que este segundo dirige a Jesús: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39). Son palabras que caen como un jarro de agua fría. ¿Qué diferencia hay entre esos dos diálogos? Ambos hablaron con Jesús, pero solo Dimas acogió lo que el Maestro tenía preparado para regalarle. Llevó a cabo su último y mejor golpe: aquella petición de quedarse al menos en la memoria de Cristo. Su compañero, por el contario, no abrió su corazón con humildad a quien quería librarle de su pasado y ofrecerle un tesoro inigualable. Exigió su derecho a ser escuchado y salvado; se encaró con la aparente ingenuidad de Jesús y le reprochó su también aparente pasividad. Quizá siempre había robado así: considerando que recuperaba lo que le pertenecía. Dimas, por su parte, sabía que no merecía nada y esa actitud logró abrir la caja fuerte del amor de Dios. Supo reconocer a Dios tal como realmente es: un Padre entregado a cada uno de sus hijos.

DOS LADRONES JUNTO A JESÚS. DOS ACTITUDES Y PETICIONES OPUESTAS. SOLO UNO ACOGE EL DON DE DIOS

Frente a estos dos posibles diálogos que encontramos en el Evangelio podemos comprender que el Señor cuenta con nuestra libertad para hacernos felices. Y también que no siempre resulta fácil dejarse querer. La oración puede ser un medio estupendo para descubrir qué es lo que siente, lo que piensa y lo que quiere Jesús. La vida divina en nosotros es un don. La oración, en ese sentido, es un canal por el que se desborda el torrente de amor que Dios nos quiere ofrecer, una invitación inesperada a ganarnos de otra forma la verdadera vida.

Para abrir las puertas del cielo

San Josemaría nos recordaba que Dios «ha querido correr el riesgo de nuestra libertad»[2]. Una buena manera de agradecérselo podría ser abrirnos nosotros también a la suya. Incluso habría que decir que, en este segundo caso, no corremos riesgo alguno; tan solo podría darse cierta apariencia de peligro, ya que llevamos todas las de ganar: la garantía de su promesa son unos clavos que arden de amor por nosotros. Observando las cosas desde este punto de vista, comprendemos lo absurdo que puede llegar a ser resistirnos a la voluntad de Dios, aunque pronto comprobemos que nos ocurre con frecuencia. Lo que sucede es que «ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios» (1Cor 13,12). Nos lo dice san Pablo: para conocernos no hay mejor camino que mirarnos desde Cristo, contemplar nuestra vida a través de sus ojos.

Dimas así lo comprende y no le da miedo la brecha enorme que se abre entre la bondad de Jesús y sus errores personales. Reconoce al rey del mundo en el rostro humillado y desfigurado de Cristo; en unos ojos que le miran con ternura, le devuelven la dignidad y, de una extraña manera, le recuerdan que es amado por encima de todas las cosas. Es verdad que puede parecer demasiado fácil el final feliz de la historia del buen ladrón. Sin embargo, nunca conoceremos el drama de la conversión que experimentó su corazón en aquellos momentos, ni la preparación que seguramente la hizo posible.

Abrirse a tanto cariño tiene un parecido enorme con descubrir que la oración es un don, un cauce privilegiado para acoger el afecto de un corazón que no sabe de medidas ni de cálculos. Se nos regala una vida diferente, más llena, más plena, mucho más feliz y con sentido. Así lo afirma el Papa Francisco: «Rezando le abrimos la jugada a Él, le damos lugar para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer»[3]. Es Dios quien nos transformará, es Dios mismo quien nos acompañará, es él quien lo hará todo; solamente necesita que le abramos la jugada. Es en ese movimiento cuando entra en juego nuestra libertad, ganada precisamente en esa cruz de Cristo.

La oración nos ayuda a comprender que «cuando Él pide algo, en realidad está ofreciendo un don. No somos nosotros quienes le hacemos un favor: es Dios quien ilumina nuestra vida, llenándola de sentido»[4]. Eso es precisamente lo que le roba el corazón: la puerta abierta de nuestra vida que se deja hacer, que se deja querer, transformar, que ansía corresponder, aunque no sepa muy bien cómo hacerlo. «Gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,9). Estas pocas palabras resumen el camino que nos lleva a ser almas de oración, «porque si no conocemos qué recibimos, no despertamos al amor»[5]. ¿Cuándo fue la última vez que le dijimos al Señor lo bueno que es? ¿Con qué frecuencia nos detenemos a considerarlo y gustarlo?

Por esta razón, el asombro es parte esencial de nuestra vida de oración: la admiración ante un prodigio que no cabe en nuestros parámetros. Eso nos lleva a repetir con frecuencia: «¡Qué grande eres, y qué hermoso, y qué bueno! Y yo, qué tonto soy, que pretendía entenderte. ¡Qué poca cosa serías, si me cupieras en la cabeza! Me cabes en el corazón, que no es poco»[6]. Alabar a Dios nos sitúa en la verdad de nuestra relación con Cristo, aligera el peso de nuestras preocupaciones y nos abre panoramas que no habíamos previsto anteriormente. Son las consecuencias de haber corrido el riesgo de entregarnos a la libertad de Dios.

Infinitas maneras de orar

Cuando san Josemaría estaba en México, durante uno de los encuentros que tuvo, quiso relatar una anécdota. Contó que un hijo suyo, filósofo de profesión, había recibido inesperadamente el encargo de ocuparse de las empresas de su familia: «Cuando me habló de negocios me quedé mirándole, me eché a reír y le dije: ¿Negocios? El dinero que tú ganes me lo pones aquí, en el hueco de mi mano, que me sobra sitio». Pasaron los años y volvió a encontrarse con él y le dijo: «Aquí está mi mano. ¿No te dije que lo que ganaras me lo pusieras aquí? Y él se levantó y, ante la expectación de todos, me besó la palma de la mano. Y dijo: ya está. Le di un abrazo y le contesté: me has pagado de sobra. ¡Anda, ladrón, que Dios te bendiga!»[7].

CRISTO ES EL MEJOR ESPEJO DONDE MIRARNOS PARA CONOCERNOS MEJOR

En la oración bien podemos poner un beso en la mano de Dios; entregarle nuestro cariño, como único tesoro, ya que no tenemos otra cosa. Para algunas personas bastará un gesto como este, dirigido al Señor, para encenderse en una oración de afectos y propósitos. Les parece mucho más expresiva una mirada que mil palabras. Querrían tocar todo lo que se refiere a Dios. Disfrutarían sintiendo, durante ese encuentro con el Señor, la brisa de la orilla del mar de Galilea. Los sentidos se disparan y la cercanía con Jesús hace posible esas sensaciones que llenan el corazón de paz y de alegría. Inmediatamente, ese gozo necesita ser compartido y la misión se convierte en abrir los brazos como Cristo para abrazar el mundo entero y salvarlo junto con Él.

Pero hay infinitas formas de orar, tantas como personas. Otros, por ejemplo, buscan sencillamente escuchar algunas palabras de consuelo. Jesús no escatima palabras de admiración para quien las necesita: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1,47). Nos las dirá si abrimos nuestro corazón. Nadie ha pronunciado palabras de amor como las suyas. Y nadie las ha dicho con tanta gracia y con tanta verdad. Cuando las escuchamos, el amor que recibimos se cuela en nuestra mirada. Aprendemos así a mirar con Dios. Vislumbramos, de esta manera, lo que cada amigo o amiga sería capaz de hacer si se dejara acompañar por la gracia.

Hay también personas que disfrutan sirviendo a los demás, como Marta, la amiga del Señor que vivía en Betania. Jesús, cuando el Evangelio nos cuenta que estuvo de visita allí, no le dijo a Marta que se sentara, sino que la invitó a descubrir lo único necesario (cfr. Lc 10,42) en medio de lo que hacía. A personas parecidas a Marta probablemente las conforta pensar, mientras oran, que Dios actúa a través de ellas para llevar a muchas almas al cielo. Les gusta llenar su oración con rostros y nombres de personas concretas. Necesitan convencerse de que son corredentoras con todo lo que hacen. De hecho, si María pudo escoger “la mejor parte” es justamente porque Marta servía; a esta última le bastaba saber que quienes la rodeaban eran felices.

Otras personas, por su parte, están más inclinadas hacia los detalles pequeños, hacia los regalos, aunque sean de muy poco valor. Es la manifestación de un corazón que no deja de pensar en los demás y siempre encuentra en la vida algo que se refiere a sus seres queridos. Puede ser que a ellas les sirva aprender a descubrir todos los dones que Dios ha sembrado en su vida. «La oración, precisamente porque se alimenta del don de Dios que se derrama en nuestra vida, debería ser siempre memoriosa»[8]. También pueden ilusionarse con sorprender a Dios con mil detalles minúsculos. El factor sorpresa tiene mucha importancia para ellas y atinar con lo que al Señor le fascina no es tan difícil. Aunque sea un misterio, hasta lo más pequeño le llena de agradecimiento y hace brillar sus ojos. Cada alma que procuramos acercar a su amor —como la de Dimas en sus últimos momentos— le roba de nuevo el corazón.

HAY INFINITAS FORMAS DE ORAR, TANTAS COMO PERSONAS

Sin ánimo de encerrar en esquemas previos todas las posibilidades, hay también almas que necesitan pasar tiempo con quien aman. Puede que les guste, por ejemplo, consolar a Jesús. Todo tiempo gastado con quien aman les parece poco. Para percibir el cariño divino puede servirles pensar en Nicodemo que era recibido por Jesús con toda la noche por delante, en la intimidad de un hogar muy dado a las confidencias. Precisamente por ese tiempo compartido, Nicodemo será capaz de dar la cara en los momentos más difíciles y estar cerca de Cristo cuando los demás se encuentren llenos de miedo.

A veces pensamos que conocernos es identificar nuestros errores: eso es verdad, pero no es toda la verdad. Conocer a fondo nuestro corazón y nuestros anhelos más íntimos es clave para poder escuchar a Dios, para dejarnos llenar por su amor.

***

La conversación entre Jesús y el buen ladrón fue breve pero intensa. Dimas descubrió que había una rendija en ese gran corazón inocente de Cristo: una forma fácil de asaltarlo. La voluntad de Dios, tantas veces oscura y dolorosa, se iluminó y se ilumina con la petición humilde del bandido. Su único deseo es que seamos felices, muy felices, los más felices del mundo. El buen ladrón se coló por esa grieta y se apoderó del mayor tesoro. La Virgen María fue testigo de cómo Dimas defendió a su hijo. Quizá, con una mirada, pidió a Jesús que lo salvara. Y Cristo, incapaz de negar nada a su madre, dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43).

Diego Zalbidea


[1] San Josemaría, Via Crucis, estación XIIª, punto 4.

[2] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 113.

[3] Papa Francisco, Christus vivit, n. 155.

[4] F. Ocáriz, Luz para ver, fuerza para querer, en Diario ABC 18 de septiembre de 2018.

[5] Santa Teresa de Jesús, Vida, 10, 3.

[6] San Josemaría, Apuntes de la predicación, 9-VI-1974; en volúmenes de “Catequesis” 1974/1, p. 386 (AGP, biblioteca, P04).

[7] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 27-XI-1972; en “Dos meses de catequesis” 1972, vol. II, p. 616 (AGP, biblioteca, P04).

[8] Papa Francisco, Gaudete et exsultate, n. 153.

 

 

Vida de familia

 

Vida de familia

Dios quiso que, como la mayoría de los hombres, Jesús viviese en un ambiente familiar. Podía haber sido de otra manera, como por ejemplo, vivir como un niño adoptado en el Templo, o crecer en otro ambiente; incluso no es impensable que Dios hubiese querido hacerse hombre sin pasar por la niñez, y por tanto, por el ambiente familiar. Pero el hecho es que la familia le rodea con su cálido y amable clima.

El Matrimonio de José y María fue ciertamente peculiar, pues fue virginal, pero era un auténtico matrimonio. Los vínculos entre María y José son de verdaderos esposos, aunque libremente vivan de manera virginal por designio divino.

Es fácil ver aquí la importancia que Dios concede a la familia, y la incluye de manera especial en la restauración de lo humano realizada en la Redención. La familia es un signo privilegiado del amor de Dios. El libro del Génesis muestra la voluntad de Dios de crear al hombre y a la mujer para que inicien una institución básica: el matrimonio; intitución orientada a la vida y al amor. Los padres engendran hijos para Dios, y conviven en un clima reflejo de ese amor divino, tanto es así que no puede ser sustituido por ningún otro. Dios quiere que los seres humanos entren en el tiempo en un clima de amor. Los padres crean este amor ; pero ellos mismos se benefician y crecen en su mutua estimación por la presencia de los hijos.

El pecado deformó en gran parte la vida familiar. A través de los siglos se han dado males contra los recién nacidos, que exigen silenciosamente una vida de amor lo más plena posible; y también contra los niños y los adultos por no seguir el plan amoroso de Dios sobre la familia. Ejemplos de esas fallas son la separación de los padres, la infidelidad, los malos tratos e, incluso, el abandono de los niños; y otras que reflejan más el egoísmo que el amor, como son la sobreprotección, la ausencia de formación para la generosidad etc. Esta situación necesitaba Redención.

Un ambiente familiar sanado por la gracia de la Redención permite que se pueda llamar al cuarto mandamiento de la Ley de Dios el dulcísimo precepto, como lo denominaba el Fundador del Opus Dei. De hecho , ya en la antigua Ley era declarado como un mandamiento que llevaba consigo un premio en esta vida. Todos los mandamientos llevan consigo gozo y alegría, pero en éste es muy patente.

El ambiente familiar es grato y dulcísimo en la medida en que se consigue que reine el amor en aquel hogar. En cualquier colectividad humana si en ella falta amor se puede convertir en un infierno. Esto es más intenso para la vida familiar porque los lazos son más profundos. La experiencia humana muestra que, cuanto más cerca de Dios viven los miembros de una familia, el amor entre ellos es más pleno. El amor de Dios purifica el lastre de egoísmo que toda criatura arrastra. Los padres comprenden mejor a los hijos y se entregan más a ellos. Los hijos obedecen con más prontitud; y cuando crecen, honrarán a sus padres. Los vínculos familiares son cada vez más fuertes y más gratos, incluso cuando llegan desgracias.

El clima familiar no puede ser sustituido por nada. Allí la intimidad es máxima, y, con ella la confianza y la ayuda mutua. Si, por desgracia, se introduce en este clima el virus del egoísmo, es fácil que se contagie a todos la enfermedad, perdiéndose con ella la confianza, la mutua ayuda y la intimidad. Es como si a un recipiente cerrado que conserva un líquido caliente se le abre una rendija; el calor se escapa por ella. Si el egoísmo es de todos, la familia más que un hogar será sólo una asociación de servicios mutuos que fácilmente decaerá en peleas, o se disolverá.

¿Cómo era el ambiente del hogar de Nazaret? La respuesta es sencilla: un ambiente de la máxima caridad, y, por tanto, grato, amable. Jesús es el Amor hecho carne. María, inmune de pecado y llena de Dios, no tiene dificultad para querer. José, el varón justo que responde que sí a la voluntad divina tanto cuando se presenta fácil como cuando viene rodeada de dificultad, asombra con su prontitud para servir. En una palabra se puede condensar el ambiente que observamos en la Sagrada Familia: servicio. Allí todos sirven a todos; cada uno sirve según su lugar natural en la familia. No se limitan a cumplir, sino que cada uno se excede en el amor según sus posibilidades. No cabe en aquella familia el que cada uno vaya a lo suyo, porque lo que cada uno pretende es servir a los demás.

Si usamos un poco la imaginación para comprender mejor aquel ambiente de la Sagrada Familia podemos observar un cuadro muy amable, pero normal. José, trabajando, lucha por conseguir el sustento necesario, y toma las decisiones importantes de la vida diaria., es de suponer que tendría en ella en cuenta la opinión de la Virgen. María tendría la casa limpia, cuidada; sabría poner esos detalles que alegran la vista y llevan a alabar a Dios como el adorno de una flor o un detalle bien cuidado; la comida estaría preparada con delicadeza: pobre, pero digna. Jesús alegraría la casa con sus risas, aprendiendo de José su trabajo, y de María las primeras letras. Después, con el paso del tiempo, las conversaciones serían entrañables entre los tres. La oración la realizarían unas veces juntos; otras, por separado; pero sería una parte importante de la vida diaria.

Las fiestas serían regocijo extraordinario porque iban al fondo de lo que motivaba al festejo, tanto si eran propias del ámbito familiar como si era de todo el pueblo. Incluso en el dolor vemos que la unión es fuerte; más fuerte que la muerte. En los duros momentos de la huida a Egipto, cuando Jesús es Niño y es perseguido por el cruel Heredes, todo sobra con tal de defender y proteger al Niño Dios que quiere nacer inerme e indefenso. La muerte de José será un dolor agudo para María y Jesús, pero sería un dolor sereno, sabiendo que era un paso para la vida eterna. Es lógico que la Iglesia haya colocado a San José como el Patrono de la buena muerte, pues murió con la mejor compañía y el mejor consuelo, el de morir acompañado por Jesús y María.

En este ambiente se puede decir que el gran beneficiado es San José. Se le puede llamar el hombre más recompensado del mundo. Mucho se le pidió: poner su trabajo y su estabilidad profesional al servicio de Dios; vivir un matrimonio virginal , por decir algunas cosas de las más notorias, pero en realidad se le pidió la vida entera para los precisos planes divinos para salvar a los hombres. Pero se le dio a cambio mucho más: sentirse querido por los seres más grandes que han pisado esta tierra: Jesús y María. Y, después, la vida eterna. Más no se puede pedir.

La Sagrada Familia es el modelo para toda familia; especialmente para la familia cristiana, que convierte a los hogares en «luminosos y alegres» como gustaba llamarles el beato Josemaría: cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que por encima de las pequeñas contradicciones diarias se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida 83.

En la medida en que se consigue que un hogar se asemeje al de Nazaret, será más luminoso e iluminará al mundo con una paz que sin Dios es imposible de encontrar. Además, cada miembro de la familia podrá, .desarrollar su personalidad de una manera armónica con naturalidad y sin estridencias. La alegría del hogar nace de esa paz, no del egoísmo calculado. La familia llega a ser aquel lugar donde cada uno es amado por sí mismo, sean cuales sean sus méritos, cualidades físicas o morales. El amor está más purificado de esos egoísmos que lo enturbian con frecuencia. La meta es grande y el modelo claro: La Sagrada Familia de Nazaret.

 

 

Valores católicos: Autodominio

 

Valores Autodominio

Formar un carácter capaz de dominar la comodidad y los impulsos propios de su forma de ser para hacer la vida más amable a los demás.

Es el valor que nos ayuda a controlar los impulsos de nuestro carácter y la tendencia a la comodidad mediante la voluntad. Nos estimula a afrontar con serenidad los contratiempos y a tener paciencia y comprensión en las relaciones personales.

El autodominio debe comprenderse como una actitud que nos impulsa a cambiar positivamente nuestra personalidad. Cuando no existe esa fuerza interior, se realizan acciones poco adecuadas, generalmente como resultado de un estado de ánimo; la armonía que debe existir en toda convivencia se rompe; quedamos expuestos a caer en excesos de toda índole y entramos en un estado de comodidad que nos impide concretar propósitos.

Cada día que buscamos ejercer ese señorío sobre nosotros mismos, automáticamente nuestro carácter comienza a madurar por la serenidad y paciencia que imprime este valor, la voluntad nos libera del desánimo, controlamos nuestros gustos y vivimos mejor la sobriedad, en pocas palabras, entramos en un proceso de superación constante.

Algunas personas han opinado que la fuente para lograr el autodominio proviene de la aplicación de algunas técnicas para relajarse, y aunque efectivamente pueden ayudar, no debemos perder de vista que los valores se forman a través del ejercicio diario, con el esfuerzo por descubrir en nuestra personalidad aquellos rasgos poco favorables.

Las costumbres y hábitos determinan en mucho la falta de autodominio. Debemos comenzar por analizar cuales de ellas nos condicionan e impiden vivir este valor.

El autodominio nos ayuda a reconocer los distintos aspectos de nuestra personalidad y nuestra forma de reaccionar ante determinadas circunstancias. Debemos cambiar nuestras disposiciones en sentido positivo: “en lugar de molestarme por la lentitud de “x” empleado -cuyo ritmo de trabajo es así-, ahora no sólo evitaré el disgusto y llamada de atención, procuraré darle un buen consejo que le ayude a mejorar”. Lo mismo aplica para los hijos, el cónyuge y hasta con algunos amigos. Este cambio no es sencillo, requiere atención y esfuerzo para anticipar nuestras reacciones, lo cual significa remar contracorriente para corregir este mal hábito.

Otras de las costumbres más arraigadas se encuentran en el terreno de los gustos y comodidades personales, en apariencia es poco significativo privarse de una golosina a media mañana, quedarse en cama más de lo debido, terminar de trabajar antes de la hora de salida, o buscar como perder el tiempo para llegar más tarde a casa y evadir alguna ocupación, pero cada una de estas cosas pequeñas constituye una excelente oportunidad para practicar el autodominio. Quien tiene la capacidad de privarse de un gusto, también tendrá la fortaleza para soportar situaciones desagradables.

Para algunas personas, la falta de este valor se manifiesta por el deseo de convertirse en el centro de atención en todo lugar, acaparar las conversaciones, presumir de sus logros, compararse continuamente con los demás… El autodominio también ayuda a ser más sencillos, hombres y mujeres de acción y no de palabras inútiles.

En familia este valor es indispensable para la sana convivencia, pues implica aprender a tolerar y pasar por alto las pequeñas fricciones cotidianas, no se tratar de desentenderse, sino de dar ejemplo de serenidad, comprensión y cariño, principalmente cuando se tiene la responsabilidad de educar a los hijos. También nos ayuda a estar pendientes de las necesidades de los demás y prestarles servicios, pues la comodidad nos hace esperar ser atendidos, mientras que el autodominio nos impulsa a ser más participativos en los quehaceres cotidianos.

En el contexto de las relaciones personales, el autodominio nos impulsa a ser discretos y maduros para evitar la murmuración, la crítica y la difamación de los demás por cualquier situación que es incompatible con nuestra forma de pensar.

La práctica del autodominio también nos induce a perfeccionar nuestros hábitos de trabajo, aprovechar más el tiempo, tener más cuidado en lo que hacemos, “dar el extra” cuando se necesite. En el campo escolar y profesional siempre es necesario el perfeccionamiento, que sólo se alcanza con esfuerzo, alejando la pereza y la mentalidad conformista.

Para iniciar y desarrollar el autodominio, considera como importante:

– Aprende a escuchar. De lo contrario, se convierte en la muestra más clara de la falta de autodominio.

– Procura no distinguirte por comer abundantemente, decir disparates, vestir de forma estrafalaria, mostrar poca educación o malos modales.

– Evita el deseo de enterarte de lo que no te incumbe, hacer comentarios imprudentes y dar consejos no solicitados, eso es ser entrometido.

– Cuida especialmente tus relaciones personales, evita suponer las palabras y actitudes que los demás tienen y que “motivan” tu enojo. Lo más importante es que tu cambies de actitud, que hasta ahora también es predecible.

– Dedica unos minutos cada día para reflexionar y elaborar una pequeña lista sobre las situaciones cotidianas que normalmente te disgustan, provocan pereza, caes en excesos y aquellas en las que evades tus responsabilidades. No te preocupes si en un principio son pocas, más adelante seguirás descubriendo otras no menos importantes.

– De la lista obtenida, selecciona dos de todas ellas (puedes elegir entre las interrupciones en el trabajo, comprar los víveres para el hogar, desvelarte con frecuencia, dedicar el tiempo necesario al estudio, por ejemplo), reflexiona sobre la actitud correcta que debes adoptar y llévalas a la práctica por una o dos semanas, después de ese período elige otras y así sucesivamente.

La persona que aprende a controlarse interiormente tiene el privilegio de vivir una alegría auténtica, pues jamás se deja llevar por los disgustos y contratiempos; además, tiene la tranquilidad del deber cumplido, pues por el control que tiene sobre la comodidad, es capaz de cumplir con sus deberes oportunamente. Consecuentemente, todo esto le ayuda a tener excelentes relaciones personales, por la cordialidad y delicadeza que mantiene en su trato.

 

 

Francisco, transexuales e ideología de género: ¿hasta dónde?

El Papa Francisco se ha mostrado muy abierto hacia las personas transexuales y, a la vez, es claro y directo para mostrar su desacuerdo con la ideología de género. ¿Es posible oponerse a esa ideología sin rechazar a las personas que sufren por su sexualidad?

  1. La ideología de género, “enemiga del matrimonio”. Durante un encuentro con sacerdotes y agentes de pastoral, en Tiflis (Georgia), Francisco recordó una vez más que el matrimonio entre un hombre y una mujer “es la cosa más bella que Dios ha creado”.

El Pontífice denunció también que actualmente “hay una guerra mundial para destruir el matrimonio”. El Papa advirtió de “un gran enemigo del matrimonio, que es la teoría de los géneros”, y advirtió que actualmente “no se destruye con las armas, se destruye con las ideas. Hay una colonización ideológica que destruye”. (Aciprensa, 1 oct. 2016)

  1. Rechazo a la ideología, pero no a las personas. En el avión papal, a la vuelta de Azerbaiyán, el periodista Josh McElwee le preguntó: “¿Qué cosa diría a una persona que ha sufrido por años con su sexualidad?. Se siente verdaderamente que es un problema de biología, que su aspecto físico no corresponde a lo que él o ella considera su identidad sexual. Usted, como pastor y ministro, ¿cómo acompañaría a estas personas?”

Francisco explicó que se puede acoger al que sufre, y a la vez no aceptar la ideología de género. “Las personas se deben acompañar como las acompaña Jesús. Cuando una persona que tiene esta condición llega hasta Jesús, Jesús no le dirá seguramente vete porque eres homosexual. No. Lo que yo he dicho, es esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría del género.”

Y abundó así: “Una cosa es que una persona tenga esta tendencia, esta opción, e incluso que cambie de sexo, y otra cosa es la hacer la enseñanza en la escuela en esta línea para cambiar la mentalidad. A esto yo llamo colonizaciones ideológicas.” (Aciprensa, 2 oct. 2016)

  1. Acoger a quien sufre por su sexualidad. Francisco respondió largamente a esa pregunta, y dijo que siempre ha “acompañado personas con tendencia homosexual y también con prácticas homosexuales”, y que “nunca he abandonado a nadie, esto que quede claro”.

Contó el Papa que el año pasado recibió un carta de un español, que le contaba que había sufrido mucho porque él se sentía varón, pero físicamente era mujer; y se hizo una cirugía para cambiar de sexo. “Luego se casó, cambió su identidad civil y me ha escrito una carta y para él era un consuelo venir con su esposa.” Y el Santo Padre los recibió en el Vaticano. (Ibídem)

Por su parte, esta persona, Diego Neria, al saber que había sido citado por el Papa, dijo al periódico español ABC que “para mí, como católico, es un mundo que haya hecho eso, que haya contado mis dificultades y que haya reconocido que conoce mejor la transexualidad a raíz de mi caso. Me ha servido, sobre todo, para mi tranquilidad espiritual.” (abc.es, 5 oct. 2016)

Al Papa Francisco solo se puede entender si se escucha completo su mensaje, por eso pidió no ser mal interpretado: “Por favor no digan ‘el Papa santificará a los trans’… Si hay alguna duda en lo que he dicho, quiero ser claro: es un problema de moral, es un problema humano y se debe resolver como se puede, siempre con la misericordia de Dios, con la verdad… Siempre así, con el corazón abierto.”

Entonces, rechazar la ideología de género no supone rechazar a quienes tienen problemas. Y dar respuestas a quien sufre no significa cambiar la doctrina católica, sino “caminar juntos” hasta donde sea posible.

 

 

Ideología de género: Persona femenina, persona masculina

Persona femenina, persona masculina

¿Qué es la sexualidad? ¿Qué importancia tiene esta característica en la antropología? ¿Tenemos sexualidad porque somos seres corporales o es una manifestación de estructuras más profundas?

Por Blanca Castilla y Cortázar, Doctora en Filosofía y Teología de la Universidad Complutense y Máster en Antropología, miembro de la Real Academia de Doctores. Catedrática de la Universidad de Navarra.

1. El conocimiento propio

A lo largo de la historia el ser humano ha querido conocerse a sí mismo, pero esta tarea resulta árdua. En pleno siglo XVIII es Kant el que retoma la cuestión, formulando lo que ha venido a llamarse el giro antropológico de la filosofía moderna. Kant pregunta con el Salmo VIII: ¿Qué es el hombre? Y sitúa dicha pregunta en cuarto lugar tras las preguntas de la Metafísica («¿qué puedo saber?»), de la Moral («¿qué debo hacer?») y de la Religión («¿qué me cabe esperar?»). E inmediatamente añade: «pero en última instancia se podrían reconducir todas a la Antropología, porque las tres primeras preguntas apuntan a la cuarta».

La pregunta por el hombre se pone entonces en el centro de la filosofía, como aquella cuestión hacia la que apuntan el resto de los conocimientos humanos.

Esta pregunta acoge hoy dimensiones muy concretas, pues se desea saber no solamente qué es el ser humano en general, o en abstracto, sino el hombre concreto, en su singularidad irrepetible. Pues bien, esta singularidad acoge el cuerpo, y acoge el sexo, el ser varón o ser mujer. Se reclama hoy una filosofía de cuerpo. Y también una filosofía de sexo. Desde muchas ciencias y por diversas cuestiones sociales, se abre hoy la pregunta acerca de la sexualidad, una característica que aparece ya en el mundo animal, pero que cobra unos matices muy peculiares en torno al ser humano.

Antes de continuar es preciso decir que hasta hoy hay poca filosofía en torno al cuerpo y menos en torno a la sexualidad. Y, sin embargo, hay muchas cuestiones que dependen de su estudio: el tema de la homosexualidad, presente en la sociedad; la estructura del amor y de la familia; la peculiar aportación de cada sexo a la cultura y al mundo de trabajo. Y dentro de los temas teológicos está la conceptualización de la imagen de Dios en el ser humano, el tema del sacerdocio de la mujer, etc.

Durante los últimos años me he dedicado a pensar y a escribir sobre la feminidad y la masculinidad. Para hacerlo es preciso profundizar en diversas categorías como la igualdad y la diferencia. También sobre la relación, sobre la apertura, sobre la persona. Al hacerlo he encontrado dos categorías alrededor de las cuales giran las demás: complementariedad y modalización. Sobre ellas he escrito dos libros. Uno trata sobre “La Complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis”. El otro lo he titulado “Persona femenina, persona masculina”, pues la modalización configura, a mi entender, dos tipos de persona. Veamos algunas de las tesis más importantes de estos dos escritos.

2. ¿Qué es la sexualidad?

En primer lugar habría que preguntar: ¿qué es la sexualidad? ¿Qué importancia tiene esta característica en la antropología? ¿Tenemos sexualidad porque somos seres corporales o es una manifestación de estructuras más profundas? De un modo drástico se podría preguntar, ¿nos asemeja la sexualidad a los animales o nos hace parecernos a Dios?

Para empezar quiero recoger la distinción lingüística, posible en el castellano, que hace Julián Marías: la diferencia entre los adjetivos «sexual» y «sexuado». Con palabras de Marías: «La actividad sexual es una limitada provincia de nuestra vida, muy importante pero limitada, que no comienza con nuestro nacimiento y suele terminar antes de nuestra muerte, fundada en la condición sexuada de la vida humana en general, que afecta a la integridad de ella, en todo tiempo y en todas sus dimensiones»[2].

La sexualidad, por tanto, entendida como condición sexuada, no se reduce simplemente a una actividad concreta que requiere unos órganos específicos, sino que abarca toda la modalización que hace que el varón y la mujer sean iguales y distintos en todas las facetas de su ser, desde el tono de voz hasta la manera de andar[3]. Los genetistas han calculado esa diferencia en un 3%, pero se halla en cada célula de nuestro cuerpo.

En el s. XIX la sexualidad se puso en el centro de la antropología. El primer autor que lo hizo fue Feuerbach. Después lo trató Freud. Pero sus posturas son diferentes. Para Feuerbach «La carne y la sangre son nada sin el oxígeno de la diferencia sexual. La diferencia sexual no es ninguna diferencia superficial o simplemente limitada a determinadas partes del cuerpo. Es una diferencia esencial y penetra hasta los tuétanos. La esencia del varón es la masculinidad y la esencia de la mujer, la feminidad. Por muy espiritual e hiperfísico que sea el varón, éste permanece siempre varón. Y, lo mismo la mujer, permanece siempre mujer»[4]. Y termina diciendo «La personalidad es, por lo tanto, nada sin diferencia de sexo; la personalidad se diferencia esencialmente en personalidad masculina y femenina».

Para poner de relieve que la sexualidad no es algo accidental o poco importante, sino algo íntimo que tiñe todas las facetas del ser, la describe como “un componente químico”, expresando así que es una realidad humana que no se puede soslayar[5].

No se puede separar ni de lo que llaman espíritu, ni de los órganos que no son estrictamente sexuales. El cerebro -dice adelantándose a las investigaciones científicas hoy en marcha- está determinado por la sexualidad. Sexuados son lo sentimientos, pensamientos. «¿Eres tú también más que varón? Tu ser o, más bien (…) tu yo, ¿no es acaso un yo masculino? ¿Puedes separar la masculinidad incluso de aquello que llaman espíritu? ¿No es tu cerebro, esa víscera la más sagrada y encumbrada de tu cuerpo, un cerebro que lleva la determinación de la masculinidad? ¿Es que no son masculinos tus sentimientos y tus pensamientos?»[6].

Sin embargo, Freud presenta una visión reductiva de la sexualidad. En palabras de Julián Marías «cuando, a fines del siglo XIX, y por obra principal de Freud, el sexo adquirió carta de ciudadanía en la comprensión del hombre, el naturalismo de la Filosofía que servía de supuesto a la interpretación freudiana del hombre y a la teoría del psicoanálisis enturbió el descomunal acierto, absolutamente genial, de poner el sexo en el centro de la Antropología (…). El error concomitante fue lo que podríamos llamar la interpretación «sexual» (y no sexuada) del sexo, el tomar la parte por el todo … pues hasta las determinaciones propiamente sexuales del hombre no son inteligibles sino desde esa previa condición sexuada envolvente»[7].

Dos son, por tanto las concepciones de la sexualidad, que se pueden distinguir por esos vocablos de sexualidad y condición sexuada. Aquí me adhiero a la postura de Feuerbach que la toma como condición sexuada, envolvente de todas las dimensiones humanas.

Esta diferencia entre sexualidad y condición sexuada pone de frente también la distinción entre sexualidad humana y sexualidad animal[8]. En la biología, por sexualidad se entiende una función que cumple dos objetivos: la reproducción y el intercambio genético. Ahora bien, ¿existe alguna diferencia entre la sexualidad animal y la humana?

Parece que, entre la sexualidad humana y la animal, existe la misma que se da entre lo que se podría llamar trabajo animal y trabajo humano. Los animales realizan una actividad, pero que está programada. El trabajo de las abejas, no cambia con el correr de los siglos. Su actividad se encuentra enclasada. Sin embargo, en el actuar humano intervienen factores que la hacen muy peculiar como son la inteligencia, la libertad, la creatividad.

Pues bien, en la actividad sexual del ser humano se incluye una factor específico que es la comunicación, que tiene muchos aspectos: el enamoramiento, el amor, el reconocimiento del otro como persona, la creación de relaciones familiares que suponen lazos estables. Paternidad, maternidad, filiación, conyugalidad, son lazos que aspiran a durar y pueden durar toda la vida. Esas relaciones, que dan sentido a la existencia humana, están imbricadas con la sexualidad. Así, una de las características más profundas de la persona es el afán de amar y ser amado. Pues bien, no es lo mismo que me quiera mi madre, que el hombre que he elegido para compartir la vida.

3. Aspectos que incluye la sexualidad

La sexualidad humana, cumple los mismos objetivos que la animal: intercambio genético y la reproducción. Pero además tiene otras dimensiones desconocidas en el mundo animal: todo aquello que tiene que ver con la comunicación y con el amor.

La sexualidad en uno de sus aspectos es fuente de placer, pero no sólo eso: es fuente de los lazos más profundos que unen a las personas. Tiene un aspecto unitivo y un aspecto procreador, es fuente de vida, de una vida que surge, que está llamada a surgir, como fruto del amor.

Cuando existe amor se desea tener hijos. «Cuando se ama a un hombre (afirma una novelista, actualmente muy leída) -cuando se le ama con la totalidad del cuerpo y del alma-, lo más natural es desear un hijo de él. No se trata de un deseo inteligente, de una elección fundada en criterios racionales. Antes de conocer a Ernesto me imaginaba que quería tener un hijo y sabía exactamente por qué lo quería, cuáles eran los pros y los contras de tenerlo. En palabras pobres, era una elección racional, quería tener un hijo porque había llegado a una determinada edad y me sentía muy sola; porque era una mujer y si las mujeres no hacen nada, por lo menos pueden tener hijos. ¿Comprendes? Para comprar un automóvil habría adoptado exactamente el mismo criterio.

»Pero cuando aquella noche le dije a Ernesto: “Quiero un hijo”, se trataba de algo absolutamente diferente y todo el sentido común estaba en contra de esa decisión; sin embargo esa decisión era más fuerte que todo el sentido común. Y además, en el fondo, tampoco se trataba de una decisión, era un frenesí, una avidez de perpetua posesión. Quería a Ernesto dentro de mí, conmigo, a mi lado para siempre»[9].

Hoy en día asistimos, sin embargo, a una trivialización del sexo:

– Se reduce a placer: clases de educación sexual en las Escuelas.

– Se separa el aspecto unitivo y procreador.

– La procreación se separa del amor mujeres de 40 años que quieren tener un hijo con los ojos y la estatura de un caballero al que conocen eventualmente.

– Cine: se presenta como un premio o un regalo esporádico al final de una serie de dificultades compartidas.

– Se ve con ojos indiferentes, el divorcio, la contracepción, la instrumentalización de las personas como objeto de placer.

– Se constituyen diferentes modelos de familia en los que se aceptan las parejas de homosexuales y lesbianas.

– Se puede obtener la vida mediante métodos técnicos de fecundación “in vitro”. Incluso parece que se va poder repetir las personas por “clonación”.

El aspecto unitivo, el procreador, el placer, los lazos familiares, actualmente disociados, son aspectos que deben armonizarse en la profunda unidad a la que está llamada la persona humana.

Quizá por esto, hoy más que nunca se busca una profundización antropológica en la dignidad de la persona, que como ya dijo Kant no debe ser usada nunca como medio, sino siempre como un fin.

¿Cuál es el sentido profundo de la sexualidad, de la condición sexuada con la que se pueden entablar lazos duraderos, que permiten llegar a la felicidad?

4. Persona y sexualidad

¿Qué relación existe entre sexualidad humana y persona? Hay un texto ilustrativo de una de las personas que más ha profundizado en nuestros días en este tema. Ha puesto las bases nada menos que para lo que llama «Teología del cuerpo»:

«La función del sexo, que en cierto sentido es «constitutivo de la persona» (no sólo «atributo de la persona»), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como «él» o «ella»»[10].

Que el sexo es «constitutivo de la persona» (no sólo «atributo de la persona») es mucho afirmar.

Por otra parte hablar de sexualidad es hablar de complementariedad. El sexo masculino y el femenino están hechos uno para el otro. Forman una unidad de orden superior a la de la persona aislada. Si el sexo está unido a la persona, la pregunta a resolver es la siguiente: ¿es que varón y mujer son también personas diferentes y, por eso, personas complementarias?

Como se ve ya tenemos focalizados el tema de la complementariedad y el tema de la persona y la modalización sexual.

5. Complementariedad varón-mujer

El libro que he escrito sobre La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis. Lo titulé así porque allí donde juegan masculinidad y feminidad surge fecundidad, no sólo en el aspecto biológico, también en el cultural, en el artístico, en el político y en el social. Lo masculino y lo femenino se potencian uno al otro y posibilitan la fecundidad en todos los ámbitos. Eso es complementariedad.

Sin embargo, se trataba de plantear nuevas hipótesis porque la complementariedad se ha entendido mal. Durante siglos, se ha considerado que el varón era superior a la mujer; ésta no parecía tener valor por sí misma, era el complemento del varón y su única misión era servirle. Otras veces se ha considerado al varón y a la mujer como dos mitades de la humanidad. En este sentido se hizo como una distribución de virtudes y cualidades. Se ha hablado de virtudes femeninas y masculinas. Por último se decía que la complementariedad estaba en un reparto de roles sociales. Esto teñido de una característica: los trabajos desarrollados por las mujeres eran considerados como subalternos y de simple apoyatura a los masculinos. Y durante siglos -como ya se ha dicho anteriormente-, se ha repartido el mundo pensando que la esfera privada pertenecía a las mujeres y la pública a los varones.

Esos modelos de complementariedad están hoy superados. Por referirnos al de la inferioridad no hace falta ni rebatirlo, pues todas las razones pseudocientíficas en las que se apoyaba están hoy desmentidas por las evidencias de la ciencia.

Por otra parte, pensar al varón y a la mujer como dos mitades supone no considerar que en cuanto persona, cada uno, en cierto modo, es un todo. En este sentido, dividir las cualidades y las virtudes entre masculinas o femeninas es ilusorio. Las cualidades, en gran medida, dependen de las individualidades, no del sexo. Respecto a las virtudes éstas son humanas y, por tanto, el varón y la mujer pueden vivirlas todas. Lo que sucede es que el varón o la mujer, ordinariamente tienen más inclinación para unas determinadas cualidades o virtudes. Así en términos generales los varones suelen tener mayor capacidad de proyectos a largo plazo, cierta tendencia a la racionalización, la exactitud y el dominio técnico sobre las cosas, etc…; y hay otras cualidades que las aporta generalmente la mujer. Entre otras, es más espontáneo en ella una mayor facilidad para conocer a las personas, la delicadeza en el trato, la capacidad de estar en el concreto, la intuición, la tenacidad. Pues bien, pudiendo vivir todas las virtudes, cada uno ha de aprender -no imitar- del otro sexo. En este sentido, afirmaba Jung que los sexos no sólo son complementarios entre ellos, sino en el interior de cada uno.

Sin embargo, lo verdaderamente importante es que, teniendo cada persona, sea varón o mujer, capacidad para ejercitar todas las virtudes, éstas cristalizan de un modo distinto en el varón y en la mujer. Varón y mujer tienen un modo peculiar de hacer y vivir lo mismo. De ahí surge la verdadera complementariedad. (coro, timbre de voz, tonos, armonía)

La diferencia varón-mujer no se cifra tampoco en tener diversos roles. La mayor parte de los trabajos son intercambiables. Por eso se revelan tan fecundos los equipos laborales formados por varones y mujeres. En cada actividad se hace necesaria la cooperación de los dos sexos, en razón de sus matices femeninos y masculinos.

De ahí que no haya espacios exclusivamente masculinos o femeninos. Familia y cultura son tarea común. Por eso el varón ha de estar más presente en la familia y la mujer en la sociedad. Ambos espacios son comunes. Hace falta ir hacia lo que se podría describir como una familia con padre y una cultura con madre.

Esto requiere muchos cambios sociales. En primer lugar: facilitar la maternidad. La maternidad supone una prestación social de primer orden, cuyo peso no puede recaer exclusivamente sobre la mujer. No debe pagar más y pagar sola. Esto es lo que está pasando actualmente en muchas sociedades. Muchas veces se condiciona el trabajo de la mujer a su posible maternidad, de tal manera que en la práctica se hacen incompatibles muchas veces maternidad y trabajo. Facilitar la maternidad supone estructurar los trabajos con mayor flexibilidad, con nuevos métodos, hacer un plan de reciclajes, crear adecuados servicios sociales en las empresas, etc. Por otra parte el peso de la maternidad no debe caer exclusivamente ni en la mujer, ni sólo en la familia, ni sólo en la empresa. En este campo es necesario que intervenga la subsidiaridad del Estado.

Todo esto supone por parte del varón el descubrimiento de lo que es la paternidad, no sólo con sus propios hijos, sino fomentando ámbitos donde se pueda desarrollar el espíritu maternal.

Por otra parte están los derechos de los niños, que necesitan los medios para poder desarrollar una personalidad equilibrada. Y ahí tienen un papel esencial la maternidad y la paternidad. En concreto pienso que en el mundo actual, y desde hace siglos se hace notar un gran déficit de paternidad en la sociedad. Una paternidad que no es paternalismo sino servicio a las personas.

Una optimización de la organización social requiere imaginación. Habitualmente se tiene únicamente un sólo modelo de trabajador: varón, soltero, de 30 años, en plena forma física. En cuanto entran en juego las variables familiares, de salud, etc. ese individuo es rechazado por la estructura social. Esto es particularmente notorio cuando el interesado es una mujer, en época fértil, que desea tener familia. Hace falta imaginación para estructurar trabajos flexibles, donde el trabajo esté al servicio de la persona y de la familia, donde cada cual pueda dar lo mejor de sí mismo en cada una de las circunstancias vitales que vaya atravesando.

Esto requiere que la doctrina social no se haga sólo de un modo abstracto, sino que se vea desde el prisma de que la sociedad está compuesta por individuos iguales y diferentes. Y entre las diferencias aquella que divide realmente la humanidad en dos es la diferencia varón-mujer, una diferencia que no rompe la igualdad. Una diferencia que nos hace complementarios, en la inseparable «unidualidad» de que consta la humanidad.

6. Persona femenina, persona masculina

Pero no se trata sólo de cambios sociales. Hace falta también una profundización en el pensamiento. A esto responde el segundo libro. Antes veíamos la relación que la sexualidad tiene con la persona, que influye directamente en la identidad personal, y en la personalidad, configura el yo.

La persona tiene al menos dos notas peculiares. 1) Su intimidad. Los clásicos la denominaban incomunicabilidad. Es esa característica que le hace ser única e irrepetible. 2) Otra característica es su apertura. Toda persona está abierta al otro. Una persona única sería una desgracia porque no tendría con quien comunicarse, a quien darse. Todo yo requiere al menos un tú.

Si el sexo, como hemos visto antes configura la persona misma, se podría decir que la apertura constitutiva que tiene cada persona tiene dos modalidades: el varón se abre de un modo peculiar: hacia fuera. La mujer también se abre a los demás con su modo: hacia dentro, acogiendo.

Estos tipos de apertura se pueden expresar con preposiciones, que son las palabras que indican las relaciones. Al varón le correspondería la preposición DESDE, pues parte de sí para darse a los demás. A la mujer le correspondería la preposición EN: pues se abre dando acogida en sí misma.

Esas relaciones se manifiestan de un modo gráfico en la generación de un nuevo ser. El varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a la mujer y se queda en ella. La mujer se da pero sin salir de ella. Es apertura pero acogiendo en ella. Su modo de darse es distinto al del varón y a la vez complementario, pues acoge al varón y a su amor. Sin la mujer el varón no tendría donde ir. Sin el varón la mujer no tendría que acoger. La mujer acoge el fruto de la aportación de los dos y lo guarda hasta que germine y se desarrolle. Durante este proceso el varón está al margen.

Posteriormente la mujer es apertura para dar a luz un ser que tendrá vida propia. A través de la mujer y con ella el varón está también en el hijo. El varón está en la mujer y está en el hijo, pero como fuera de él. La mujer, sin embargo, es sede, casa. El varón está en la mujer. El hijo, cuando ya está fuera de su madre, en cierto modo, sigue estando en ella. También la mujer está en el hijo, pero fundamentalmente ellos están en ella.

Pues bien, este modo de darse diferente y complementario se da en todas los campos y en todas las relaciones humanas heterosexuadas, y apoyándose en la dimensión constitutiva de apertura que la persona tiene podrían dar lugar a dos modos de ser persona la persona femenina y la persona masculina.

La realidad humana sería, entonces, disyuntamente o SER-DESDE o SER-EN. Ahí radicaría la principal diferencia entre varón y mujer, en ser dos tipos de personas distintas, que se abren entre sí de un modo respectivo diferente y complementario. En este sentido el Ser humano sería también más rico que el Ser del cosmos, en el que el transcendental por antonomasia sería el UNO (no el DOS, como en el ser humano, ni el TRES como en el ser divino) ni estaría internamente diferenciado.

La diferencia sexual humana se trataría, entonces, de una diferencia en el mismo interior del SER. Y teniendo en cuenta que el ser humano es personal, sería una diferencia en el seno mismo de la persona. En efecto, lo distinto a la persona -en su mismo nivel- tiene que tener el mismo rango, no puede ser, por tanto, sino otra persona.

Afirmar que la diferencia varón-mujer es una diferencia en la persona supone, por otra parte, haber anclado la diferencia definitivamente en la igualdad. Varón y mujer, cada uno es persona. Tienen la misma categoría; la diferencia entre ellos posee el mismo rango ontológico. La diferencia no rompe la igualdad. Esto vendría a ser un reflejo de la diferencia de las personas divinas en las personas humanas.

Notas:

[1] ROUSSEAU, Jean Jacques, (1712-1778), Discours sur l’origine et les fundements de l’inégalité parmi les hommes, 1755, Gallimard, Paris, 1965. Trad. cast.: Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres, Península, Barcelona 1973, Prefacio, p. 27.

[2] MARÍAS, J., Antropología metafísica, ed. Rev. de Occidente, Madrid 1970, p. 160.

[3] Muchas de esas diferencias están recogidas en la obra de BUYTENDIJK, F.J.J., La mujer. Naturaleza, apariencia, existencia, Trad. cast.: Revista de Occidente, Madrid, (aunque conserva aún prejuicios masculinizantes como la de atribuir al varón la actividad y a la mujer la pasividad).

[4] La esencia del cristianismo, p. 140.

[5] La esencia del cristianismo, p. 214.

[6] La relación existente entre “La esencia del cristianismo” y “El Único y su patrimonio”, (1845), en Principios de la filosofía del futuro y otros escritos. Trad. cast.: José Mª Quintana Cabanas, en PPU, Barcelona 1989, p. 160.

[7] MARÍAS, Julián, Antropología Metafísica, ed. Rev. de Occ., Madrid 1970, reeditado Alianza 1995, pp. 165-166.

[8] Un desarrollo mayor de estas diferencias puede encontrarse en mi trabajo La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis, en Documentos del Instituto de Ciencias para la Familia, ed. Rialp, Madrid 1993, pp. 23-26.

[9] TAMARO, Susana, Donde el corazón te lleve, Seix Barral, Madrid 1994, p. 147.

[10] JUAN PABLO II, Audiencia general, 21.XI.79, n. 1, en Varón y mujer. Teología del cuerpo, ed. Palabra, Madrid 1995, p. 78.

 

¿Un monumento a Irene Montero?

Las leyes de Irene Montero están impregnadas de un tufo de inhumanidad y racismo genético

Entre tanto ruido político y mediático alrededor de quienes aplauden y abogan por el derecho de la mujer a disponer de la vida de un ser humano aún no nacido, se ha producido en Andalucía un hecho que debería remover las conciencias de quienes invocan la ley, aunque sea moral y éticamente injusta, para justificar sin cortapisas el aborto.

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, asistió el lunes pasado a la inauguración de un monumento dedicado en Constantina (Sevilla) a Antoñito González, la primera escultura dedicada a una persona con Síndrome de Down en Europa. Moreno aseveró que “estas personas han logrado que la agenda política los tenga en cuenta y que los gobiernos se comprometan a elaborar leyes que garanticen sus derechos, dedicando recursos a su atención y abriéndoles oportunidades de todo tipo.”

Lo cierto es que desde la asociación Down España aseguran que están naciendo aproximadamente algo menos de un tercio que a finales de los años 80 como consecuencia de la legislación que ampara el aborto y llegan a la conclusión de que el 90% de los padres, después de una prueba de amniciosintesis con diagnóstico de síndrome de Down, deciden abortar.

¿Cómo se compadecen las palabras del presidente de la Junta al inaugurar el monumento dedicado en Constantina a Antoñito, con el monumento y los aplausos que los parlamentarios de España levantan a quien ha decidido  que se les impida el derecho a la vida? ¿qué pensarán esos padres y familias que arropan y rodean con todo su amor y cariño, a tantos Antoñitos y Antoñitas que un día tuvieron la generosidad de darles la oportunidad de vivir? ¿qué pensará también Telmo Irureta, el actor revelación de los premios Goya, aquejado de una parálisis cerebral?

Las palabras del eminente profesor Jerome Lejeune, descubridor del síndrome de Down, deberían hacernos reflexionar: “Se podría imaginar, una sociedad tecnocrática en la que se matara a los viejos y a los deficientes, y donde se acabara con los heridos del camino. Pero esta sociedad sería inhumana. Estaría pervertida por un racismo tan tonto y tan abominable como los otros, el racismo de los sanos contra los enfermos”

Las leyes recientemente aprobadas en nuestro Parlamento como las del aborto, la de la eutanasia, la ley trans o la del si es si, son leyes perturbadoras, moralmente inaceptables e injustas con el ser humano y la dignidad de la persona; están impregnadas, además, de un tufo de inhumanidad y racismo genético. Lejos de confiar en que un partido político sea capaz de poner coto a este burdel ideológico que nos invade, es a la sociedad civil y a cada uno de nosotros a quienes nos corresponde  asumir la responsabilidad de educar a los hijos en la valoración de la maternidad, del matrimonio entre un hombre y una mujer y en una visión responsable de la sexualidad hoy tan degradada. Tarea nada fácil en la sociedad decadente en la que vivimos y que casi exigiría una revolución: “cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho” (Victor Hugo). ¿Seremos capaces de acometerla?

Jorge Hernández Mollar

 

 

Sarah describe a Benedicto XVI – «Algunos querían silenciarle porque su mensaje era comprometido»

Sarah describe a Benedicto XVI - «Algunos querían silenciarle porque su mensaje era comprometido» 1

El cardenal Sarah visitó varias veces a Benedicto XVI durante su estancia en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano como Papa emérito.

La revista francesa La Nef ha consagrado en su número de febrero un dossier especial a la figura de Benedicto XVI. Recogemos la contribución del cardenal Robert Sarah, quien publicó con el Papa emérito uno de sus últimos libros, Desde lo más hondo de nuestros corazones

El descendiente de San Agustín

Muchos homenajes subrayan la grandeza de Benedicto XVI como teólogo. De eso no cabe duda. Su obra perdurará. Sus luminosos libros son ya clásicos. Pero no debemos equivocarnos. Su grandeza no reside principalmente en la penetración académica de los conceptos de la ciencia teológica, sino en la profundidad teológica de su contemplación de las realidades divinas.

Benedicto XVI tenía el don de hacernos ver a Dios, de hacernos gustar su presencia, a través de sus palabras. Creo que puedo decir que cada una de las homilías que escuché de él fue una verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. En esto, es un verdadero descendiente de San Agustín, el Doctor al que se sentía tan cercano en espíritu.

“Hacer presente a Dios en este mundo”

Su voz, frágil y cálida a la vez, consiguió hacernos sentir la experiencia teológica que él mismo había vivido. Te aferraba en lo más hondo del corazón y te conducía a la presencia de Dios.

Escuchémosle: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado” (Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Marcel Lefebvre, 10 de marzo de 2009).

Benedicto XVI no era un ideólogo rígido. Estaba enamorado de la verdad, que para él no era un concepto, sino una persona encontrada y amada: Jesús, el Dios hecho hombre. Recordemos su afirmación magistral: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).

Benedicto XVI nos llevó a vivir este encuentro de fe con Cristo Jesús. Allá donde iba, encendía esta llama en los corazones. Con jóvenes, seminaristas, sacerdotes, jefes de Estado, pobres y enfermos, reavivó la alegría de la fe con fuerza y discreción. Se hizo olvidar para dejar brillar mejor el fuego del que era portador. Nos recordó: “Solo si hay una cierta experiencia, se puede también comprender” (Encuentro con los párrocos y sacerdotes de la diócesis de Roma, 22 de febrero de 2007).

 

 

El cardenal Sarah, en una de sus visitas al Papa emérito.

 

Nunca dejó de recordarnos que esta experiencia de encuentro con Cristo no contradice ni la razón ni la libertad. “[Cristo] no quita nada, y lo da todo” (Santa Misa de inicio del ministerio petrino, domingo 24 de abril de 2005).

 

Frente al imperio de la mentira

A veces estaba solo, como un niño que se enfrenta al mundo. Un profeta de la verdad que es Cristo frente al imperio de la mentira, un frágil mensajero frente a poderes calculadores e interesados. Frente al gigante Goliat del dogmatismo relativista y el consumismo todopoderoso, no tenía otra arma que su palabra.

Este David de los tiempos modernos se atrevió a gritar:

“El deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a buscar las respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde siempre busca y espera: ‘La verdad de la revelación cristiana, que se manifiesta en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el «misterio» de la propia vida.

Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad la palabra del Señor:  «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»’ (Fides et ratio, 15)” (Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 10 de febrero de 2006).

 

Un mensaje “insoportable” para el mundo

Pero la mentira y el compromiso no lo toleraron. Fuera de la Iglesia, pero también dentro de ella, hubo quien perdió el control. Sus propuestas fueron caricaturizadas, distorsionadas y ridiculizadas. El mundo quería silenciarlo porque su mensaje era insoportable. Querían silenciarle.

Benedicto XVI ha resucitado en nuestro tiempo la figura de los Papas de la Antigüedad, mártires aplastados por el moribundo Imperio romano. El mundo, como Roma en el pasado, tembló ante este anciano con corazón de niño.

El mundo estaba demasiado comprometido con la mentira para atreverse a escuchar la voz de su conciencia. Benedicto XVI fue un mártir de la verdad, de Cristo. Traición, deshonestidad, sarcasmo, no se le ahorró nada. Vivió el misterio de la iniquidad hasta el final.

 

Como un padre

Entonces vimos al hombre discreto revelar plenamente su alma de pastor y padre. Como un nuevo San Agustín, la paternidad del pastor desplegó en él la madurez de su santidad.

¿Quién no recuerda la tarde en que, habiendo reunido en la plaza de San Pedro a sacerdotes de todo el mundo, lloró con ellos, rió con ellos y les abrió la intimidad de su corazón sacerdotal? Muchos jóvenes le deben su vocación sacerdotal o religiosa. Benedicto XVI brillaba como un padre entre sus hijos cuando estaba rodeado de sacerdotes y seminaristas.

Hasta el final, quiso apoyarlos y hablarles desde lo más profundo de su corazón, llamado a seguir a Cristo en el don de sí mismo e incluso en el sufrimiento por los demás.

“Para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo” (Deus caritas est, 34).

“Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden:  en el orden del amor” (Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, 22 de diciembre de 2005).

Benedicto XVI amaba a las familias y a los enfermos. Para entenderlo, hay que haberle visto con los niños hospitalizados. Hay que haberle visto dándole un regalo a cada uno. Hay que haber visto la pequeña lágrima de emoción que brilló en su amable rostro.

A él, recordémoslo, se debe la lucidez de la Iglesia sobre la pedofilia. Sabía cómo llamar al pecado por su nombre, cómo conocer y escuchar a las víctimas, y cómo castigar a los culpables sin la complicidad que a veces se disfraza de misericordia.

 

En la oración y el silencio

A pesar de ello, o tal vez a causa de este amor a la verdad, cada vez fue más despreciado. Entonces el profeta, el mártir, el padre tan bueno se convirtió en un maestro de la oración.

No puedo olvidar aquella tarde en Madrid cuando, ante más de un millón de jóvenes entusiastas, renunció al discurso que había preparado para invitarles a rezar en silencio con él. Había que ver a esos jóvenes de todo el mundo,silenciosos, arrodillados detrás de quien les mostraba el camino.

Aquella noche, con su oración silenciosa, dio a luz a una nueva generación de jóvenes cristianos: “Solo ella [la adoración] nos hace verdaderamente libres, solo ella nos da los criterios para nuestra acción.

Precisamente en un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración” (Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, 22 de diciembre de 2005).

De ahí su insistencia en la importancia de la liturgia. Sabía que en la liturgia la Iglesia se encuentra cara a cara con Dios. Si no está en el lugar que le corresponde, entonces se dirige a la ruina.

A menudo repetía que la crisis de la Iglesia era fundamentalmente una crisis litúrgica, es decir, una pérdida del sentido del culto. “El misterio es el corazón del que sacamos nuestra fuerza”, le gustaba repetir. Trabajó mucho para devolver a los cristianos una liturgia que fuera, según sus palabras, “un verdadero diálogo del Hijo con el Padre”.

Frente a un mundo sordo a la verdad; frente, a veces, a una institución eclesiástica que se negaba a escuchar su llamada, Benedicto XVI optó finalmente por el silencio como última predicación.

Al renunciar a su cargo y retirarse a la oración, recordó a todos que “necesitamos hombres que miren de frente a Dios y aprendan de Él lo que es la verdadera humanidad. Necesitamos personas cuyas mentes estén iluminadas por la luz de Dios y cuyos corazones Dios abra para que sus mentes puedan hablar a las mentes de los demás y sus corazones puedan abrir los corazones de los demás” (Cardenal Ratzinger, Conferencia en el monasterio de Santa Escolástica, Subiaco, 1 de abril de 2005).

Sin saberlo, el Papa estaba dibujando su propio retrato, añadiendo: “Solo de los santos, solo de Dios, viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”.

¿Habrá sido Benedicto XVI la última luz de la civilización cristiana? ¿El ocaso de una era pasada? A algunos les gustaría pensar que sí. Es cierto que, sin él, nos sentimos huérfanos, privados de la estrella que nos guiaba. Pero ahora su luz está en nosotros.

Benedicto XVI, con su enseñanza y su ejemplo, es el Padre de la Iglesia del tercer milenio. La luz alegre y pacífica de su fe nos iluminará durante mucho tiempo.

 

 

No dejar de hablar, denunciar, proponer,…

Toda da a entender que resulta ilusorio acudir a argumentos racionales para desmontar estos frentes cuando la práctica médica, jurídica o política que avala el aborto libre los ha rechazado. Y más complicado resulta conversar con tantas personas convencidas de que la realidad depende de lo que uno opina o siente. En definitiva, será infructuoso apelar a usar la razón si esa capacidad ha sido dañada o no está desarrollada; es como si a un niño pequeño le das a leer la Summa Theologiae.  

¿Qué hacer entonces? No dejar de hablar, denunciar, proponer, desenmascarar los postulados ideológicos. Seguir clamando. Pero, conscientes de que el auditorio es un desierto, habrá que esforzarse en que haya terreno fértil donde ahora sólo hay arenales.  

Ejemplo de lo segundo es el debate sobre la familia. En España cada vez más personas mantienen una relación afectiva con alguien de su mismo sexo, recurren a la fecundación in vitro para ejercer la paternidad y la maternidad como consideran, y, como muchas de ellas desean vínculos estables y auténticos, han establecido sus propios modelos de familia. En este caso, no es que haya que encontrar un plano argumental común, sino que viven, piensan y hablan de otra manera. Las vidas paralelas no se cruzan. Estamos en mundos distintos, incomunicados, inconmensurables. 

La pregunta, en este supuesto, es si nos quedamos cada uno en nuestra casa, partido, universidad, periódico. Creo que hay que anunciar, sin ambages, la verdad del amor humano, pero es muy complicado que sea comprendida, más aún cuando en las nuevas generaciones está inoculada la ideología de género desde la infancia. 

Quizás con los jóvenes toque a veces hablar sin discursos, con parábolas, agitando sus corazones. El corazón es un misterio. En otras ocasiones igual sea mejor callar, pero poniéndose a tiro con el testimonio de la propia vida. En cualquier caso, hay que esperarlos en el desierto, acogerlos, vendar sus heridas. Y darles de beber.

JD Mez Madrid

 

 

Un cambio en las relaciones hombre mujer

“Casados para siempre”. Esta expresión hoy suena casi a broma, a algo pasado, a algo un tanto inconsciente. Sin embargo es lo que la Iglesia ha enseñado siempre, a diferencia de otras creencias o de otras civilizaciones. Solo la Iglesia Católica mantiene sin ninguna duda ese planteamiento como algo que está en la Ley de Dios, no como una moda o como una costumbre.

Asistimos en nuestra civilización occidental, en su día católica, a un cambio en las relaciones hombre mujer. Un cambio que, a todas luces, es un desastre. No parece, humanamente hablando, que una chica que se casa a los 25 años lo celebre de un modo consciente pensando en el divorcio. Pero esto que sería impensable hace unos años, es ahora cada vez más frecuente. Van al matrimonio pensando en que puede fallar. Entre otras cosas porque es lo que ven a su alrededor.

El catecismo de la Iglesia nos dice que "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados". Si preguntamos a Google directamente lo traduce por “casamiento” y nos habla de la boda.

Juan García. 

 

 

La familia sufre

La familia sufre en la nueva ley un auténtico atropello, y por eso los promotores de la iniciativa “Siempre Seremos Familia”, quieren decir “basta ya”, y se muestran dispuestos a trabajar a favor de la familia y de la vida, aunque sea contracorriente en el actual contexto cultural, porque el debilitamiento e incluso la disolución de la familia es un verdadero suicidio para la sociedad, que se manifiesta ya en rasgos como la despersonalización, la violencia y la pérdida de referencias comunes.

Los promotores de la plataforma “Siempre seremos familia” reconocen la pluralidad de nuestra sociedad, pero rechazan que el Estado se arrogue la potestad de definir lo que es familia en lugar de apoyar con políticas eficaces la tarea diaria de las familias reales.

Jesús Martínez Madrid

 

La historia del fin: cristianismo y milenarismo

 

Escrito por Roberto Rusconi

Publicado: 12 Febrero 2023

 

Introducción

Hace doscientos años falleció el jesuita chileno Manuel de Lacunza y Díaz (1731-1801), que después su destierro (1767) y antes de su muerte en Italia, escribió La venida del Mesías en gloria y majestad, publicada unos diez años después (1812) y oficialmente condenada, a causa de su milenarismo literal, por parte de la Iglesia católica. En su obra se encuentra el análisis más sistemático, y más literal, de los capítulos 20 y 21 del Apocalipsis bíblico: esto sucedía en la misma década de la Revolución francesa, que puede ser considerada el nacimiento de una escatología secularizada.

En esta ponencia hay que indicar el marco de los argumentos, porque tenemos que saber exactamente lo que vamos a tratar: sin aventurarnos en una agotadora discusión acerca de los términos que se emplean en este ámbito, es mejor poner en claro desde el inicio que aquí nos ocupamos solo de la escatología apocalíptica de la tradición judaico-cristiana a lo largo de varios siglos, lo que incluye los problemas relacionados con el milenarismo. Por lo contrario, el pensamiento utópico podría ser considerado una forma de "secularización" de las esperas escatológicas, y también algo más y diferente.

En primer lugar, es central en este argumento el papel de la Sagrada Escritura, que entregó a las comunidades cristianas de los primeros siglos el lenguaje, la cronología y las imágenes de la escatología judía y, sobre todo, de la apocalíptica, cuando se incluyó en el canon de los libro sagrados de la Iglesia también el Apocalipsis de san Juan, es decir, una porción muy especial de aquella escatología, que generó al milenarismo cristiano.

En el curso de la historia, escatología apocalíptica y milenarismo (incluido el mesianismo) no interesaron exclusivamente a una iglesia, ni siquiera solo al cristianismo, ya que en estos argumentos se interesaron también, en su historia milenaria, las comunidades judaicas y el Islam: y tal vez se comunicaron los unos a los otros sus inquietudes para mantenernos al interior del marco de las religiones abrahamíticas. Es solo, tenemos que precisar, en relación al mesianismo, que hay una diferencia, y una contradicción, porque el único y verdadero Mesías es el Cristo, que tiene a venir otra vez para los cristianos y que aún no ha llegado para los judíos. Es decir, en la historia judaico-cristiana no se pueden encontrar verdaderos, sino "pretendidos" Mesías, hasta el final del mundo.

A. El período de la ciudad de Dios

La espera de una primera resurrección y de un milenio bajo el reinado de Cristo formó parte importante de la escatología de los tres primeros siglos del cristianismo.

En el texto del Apocalipsis, según la tradición obra de san Juan Evangelista, y que ha sido incluido en el canon de las Sagradas Escrituras de la Iglesia, se encuentran pasajes que dieron los fundamentos del escatologismo apocalíptico cristiano. En primer lugar, la espera de un reino milenario, en el capítulo Veinte:

"Et vidi angelum descendentem de caelo habentem clavem abyssi et catenam magnam in manu sua. Et adprehendit draconem, serpentem antiquum, qui est diabolus et satanas, et ligavit eum per annos mille; et misit eum in abyssum et clausit et signavit super illum, ut non seducet amplius gentes, donec consummentur mille anni; et post hoc oportet illum solvi modico tempore.

Et vidi sedes, et sederunt super eas, et iudicium datum est illis; et animas decollatorum propter testimonium Iesu et propter verbum Dei, et qui non adoraverunt bestiam, neque imaginem eius, non acceperunt caracterem eius in frontibus aut in manibus suis, et vixerunt et regnaverunt cum Christo mille annis. Ceteri mortuorum non vixerunt donec consummentur mille anni. Haec est resurrectio prima" (Apoc. 20, 1-5). Y más allá:

"Et cum consummati fuerint mille anni, solvetur satanas de carcere suo et exibit et seducet gentes, quae sunt super quattuor angulos terrae, Gog et Magog, et congregabit eos in proelium, quorum numero est sicut harena maris (...). " (Apoc. 20, 7). Y al final de todo este capítulo: "Haec est mors secunda. Et qui non inventus est in libro vitae scriptus, missus est in stagnum ignis" (Ap 20, 15).

La cita ha sido muy larga, pero era necesario leerla, para acordarse que era el texto mismo de la Sagrada Escritura ­el del Apocalípsis­ para proponer algunas cuestiones cronólogicas sobre los tiempos venideros, es decir los tiempos últimos del fin del mundo (en el idioma griego, "ta eschata", las cosas últimas). Y, a decir verdad, no se puede tampoco olvidar que la literatura "apocalíptica" en los primeros siglos del cristianismo (también en continuidad con la literatura parecida del judaísmo helenístico) ha sido un extenso fenómeno religioso.

Después de la instauración de la paz constantiniana el tiempo del cristianismo se había convertido en el tiempo de la Iglesia, y fue san Agustín a quien le tocó en suerte el identificar con autoridad a la escatología con la historia eclesiástica, en su Ciudad de Dios (XVIII, LIII, p. 652).

"Así que en vano procuramos contar y definir los años que restan de este siglo, oyendo de la boca de la misma verdad que el saber esto no es para nosotros. Con todo, dicen algunos que podrían ser cuatrocientos años, otros quinientos y otros mil, contando desde la ascensión del Señor hasta su última y final venida, y el intentar manifestar en este lugar el modo con que cada uno funda su opinión sería asunto largo y no necesario, porque solo usan conjeturas humanas, sin traer ni alegar cosa cierta de la autoridad de la Escritura canónica. El que dijo: no es para vosotros saber los tiempos que el Padre puso en su potestad, sin duda confundió e hizo para los dedos de los que pretendían sacar esta cuenta".

Si la alusión en la cita se refiere al así llamado "sermón escatológico" de Cristo (Mt 24, 1-25.46), el argumento más importante es el desprestigio de cualquier cálculo de la cronología apocalíptica, es decir milenarista.

Si tenemos a san Agustín como el mayor responsable de un "enfriamiento" de la escatología cristiana y de un "congelamiento" del milenarismo, y eso tiene valor en primer lugar para el cristianismo occidental, romano y latino, no se puede olvidar que también en la iglesia de oriente, griega y bizantina, el milenarismo, y la escatología apocalíptica en general no tuvieron un plazo particular (al menos antes de la conquista turca de Constantinopla, en 1453, cuando se intentó de explicar lo sucedido con referencia a las predicciones del Apocalipsis). Aunque en las iglesias del Oriente cristiano no se aceptó al Apocalipsis como a un libro del canon bíblico, hay una explicación posible, confirmando la descarga de sus culpas en favor de san Agustín. En el Imperio romano-cristiano del Oriente, que llamamos bizantino en la Edad Media, se estableció una "cristiandad realizada", del mismo modo en el Occidente cristiano-bárbaro no tuvo lugar el conjunto de las esperanzas escatológico-apocalípticas, con excepción del mito político, de origen bizantino, del Ultimo Emperador del Mundo, que, en alguna manera, es una figura mesiánica, ya que su reinado sobre el Imperio y sobre la Iglesia va a coincidir con las, épocas finales de la historia del mundo. (Es posible subrayar también, que los fermentos escatológico-apocalípticos que se produjeron en el Oriente europeo, sobre todo en la Rusia de la edad moderna, fueron fuertemente influenciados por libros e ideas que venían del Occidente, en particular del mundo protestante alemán, más que por su herencia espiritual y teológica).

En el pasaje del Apocalipsis que hemos leído antes, las preguntas que emergen del texto no se refieren exclusivamente a la determinación de una cronología apocalíptica, sino aluden a algunos personajes ­en latín, dramatis figurae (es decir, los intérpretes del drama)­, protagonistas y actores de los últimos eventos. En este sentido pertenece al milenarismo apocalíptico sobre todo el anticristo, al cual se hacen otras referencias no solo en el Apocalipsis mismo (Ap 13), sino además en las epístolas de san Pablo (2Ts 2, 3-4), y algunas alusiones explícitas en la primera epístola de san Juan:

"Filioli, novissima hora est, et sicut audivimus quia antichristus venit: et nunc antichristi multi facti sunt; unde scimus quia novissima hora venit Quis est mendax, nisi is, qui negat quoniam Iesus est Christus?. Hic est antichristus" (Ts 2, 18.22). Y en en final de la misma epístola escribe él: "Carissimi, nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deus sint; quoniam multi pseudoprophetae exierunt in mundum. In hoc cognoscitur spiritus Dei: Omnis spiritus qui confitetur Iesum Christum in carne venisse, ex Deo est; et omnis spiritus, qui solvit Iesum, ex Deo non est, et hic est antichristus, de quo audistis, quoniam venit, et nunc iam in mundo est" (2Ts 4, 1-3).

En el siglo X un monje de la Europa del Norte, Adso de Montier-en-Der, escribió una particular leyenda hagiográfica, es decir la "Vida del Antechristo"­que tuvo una singular fortuna en los siglos siguientes, y también más allá del final de la edad media­ si bien en diferentes versiones, y también a inicios de la época de la imprenta en ediciones con ilustraciones. El último enemigo de la fe cristiana ­el que en todo es el contrario de Cristo, como escribió ya san Isidoro de Sevilla (en el siglo VII)­ será un judío y su actuación se caracterizará por presentarse como un Mesías (pretendiendo, al mismo tiempo, ser para los cristianos el que vuelve a ellos por la segunda vez, y para los judíos el que finalmente llega a ellos). En la tradición teológica y religiosa del cristianismo latino occidental, por consiguiente el que pretende de ser un Mesías, no puede que ser más que un falso Mesías.

Durante el medioevo se intentó muchas veces identificar al anticristo, falso Mesías con algunos personajes de la historia, incluso emperadores y romanos pontífices, desde la época de Federico II, en el siglo XIII, a los años de Martín Lutero y de los reformadores alemanes, a principios del siglo XVI, con el objeto de desacreditar a sus opositores y enemigos, no importando si fuesen los emperadores alemanes o los pontífices romanos. A decir verdad, la historia del anticristo en la edad moderna se ha modificado a consecuencia de las opiniones teológicas de la Reforma, y en particular de las del mismo Lutero: en sus escritos, el anticristo no es un único personaje, es decir el Papa de sus tiempos, sino una institución, el papado, que es etiquetada sin reparo como anticristiana.

Además, y más importante aún, es la cuestión de la cronología apocalíptica que ha sido el marco característico del milenarismo medieval (y no solo medieval): es decir, el cálculo exacto de la fecha de los eventos del porvenir, incluyendo en este cómputo también los sucesos del pasado, utilizando algunos pasajes de la literatura bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, para determinar "las cantidades" del tiempo.

B. La reforma de la iglesia de los siglos X-XI y los movimientos apocalípticos de finales de la edad media

Periódicamente, sin embargo, a todo lo largo de la Edad Media se marchó en pos del milenio bajo la guía de profetas que se ornaban con una aureola mesiánica.

A decir verdad, en los siglos finales de la Edad Media el milenarismo fue sobre todo un interés cultivado por los intelectuales, o sea, prioritariamente los clérigos, cuya reflexión doctrinal se desarrolló en el idioma latín: las esperanzas escatológico-apocalípticas en este tiempo no se difundieron entre los fieles cristianos de una manera notable.

Estos autores quizás se presentaban a sí mismos como "profetas", pero solo en el sentido bíblico ­según su opinión­, y en la práctica su "profecía" para ellos coincidía con una interpretación verdadera de los sucesos ­del pasado, de su tiempo y del porvenir­ a la luz del texto de la Sagrada Escritura. El marco más característico de esta orientación fue un tipo de "obsesión cronológica", cuya raíz se encuentra en algunos pasajes del Antiguo Testamento, y en particular del profeta Daniel:

"Vade, Daniel, quia clausi sunt signatique sermones usque ad tempus praefinitum. Purificabuntur et dealbabuntur et probabuntur multi, et impie agent impii, neque intellegent omnes impii; porro docti intelligent. Et a tempore, cum ablatum fuerit iuge sacrificium, et posita fuerit abominatio vastatoris, dies mille ducenti nonaginta. Beatus, qui expectat et pervenit usque ad dies mille trecentotos triginta quinque. Tu autem vade ad finem et requiesce; et stabis in sorte tua in fine dierum" (Dn 12, 9-12).

En este ámbito es oportuno tener en cuenta también el sueño de la estatua de Nabucodonosor (Dn 2, 31-45), el otro sueño de las cuatro bestias (Dn 7, 1-8), y el cálculo de las semanas de "la abominación de la desolación" en los tiempos últimos (Dn 9, 24-27).

Desde el tiempo de la reforma de la Iglesia de los siglos XI y XII ­comúnmente llamado en los manuales de historia, la época de la "reforma gregoriana"­ y después de su victoria sobre el imperio, muchos teólogos, monjes y canónicos regulares, esbozaron una teología de la historia que coincidía con la escatología: escritores como Rupert von Deutz, Otto von Fresing, Gerhoh von Reichersberg intentaron dividir la historia del mundo en épocas, en relación con las edades de la historia de la Iglesia. Al final de tal desarrollo se encuentra el abad de Fiore, Joaquín. En este año se celebra el centenario de su muerte, y la diócesis de Cosenza en Calabria intenta alcanzar el reconocimiento oficial de su santidad por parte de la Iglesia romana.

En su complejo sistema exegético, en el cual se combinan el papel del Espíritu Santo, la interpretación del Apocalipsis y la "concordia" entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la teología de la historia, la escatología (en todos sus aspectos) y la eclesiología se mezclan de una manera inextricable. Lo que más nos interesa en sus obras auténticas es el ingreso de un cálculo numérico exacto, con raíces en una teología bíblica. Véase por ejemplo la siguiente cita de su Expositio in Apocalypsim:

"Y tanto que decimos hasta al año 1200 desde la encarnación de nuestro Señor, en el cual es el término de las cuarenta generaciones, como hasta el tiempo presente, y como hasta el tiempo de la plenitud de las gentes o sea de la conversión de Israel, no resulta diferencia alguna, ya que es costumbre en la divina página de ser entendido el fin en el sentido estrecho o extendido, en manera que a veces es dicho fin del mundo toda la sexta edad, que empezó en Cristo, y a veces aquel último día en el cual tiene que venir el Señor para el juicio final".

A pesar de la fama profética del abad de Fiore, en sus escritos auténticos el tercer estado de la historia seguramente no tendría que durar más que una sola generación humana, y de ninguna manera un milenio, como se puede leer en su Expositio in Apocalypsim:

"Como dice san Agustín en la Ciudad de Dios, algunos creyeron, tomando inspiración en este fundamento, que el tiempo de la séptima edad tenía una duración de mil años, y en este período Cristo tenía que reinar con los santos después de la resurrección, cuando llegaran a su cumplimiento seis mil años desde el principio del mundo. Ellos añadieron algunas conjeturas, que son en todo y por todo contrarias a la fe cristiana En relación a lo que han dicho del Señor, es decir que Él con sus santos se hubiera entregado a banquetes carnales por mil años después de la resurrección, se trata de cosa absolutamente lejana de la fe".

En la herencia joaquinita, por el contrario, se ha dado relevancia a predicciones mucho más concretas, en la convicción de identificar a personajes, aún más que, y no solo, sucesos con los acontecimientos de la historia final del mundo. Si hubo un joaquinismo franciscano, que en primer lugar intentó identificar a la orden con su plazo escatológico, en su ámbito se hicieron las elaboraciones más audaces, con el intento de pronosticar con exactitud la fecha de la llegada del anticristo: empezando con el médico catalán Arnau de Vilanova, cuyo tratado fue condenado por la Sorbona de París antes de la esperada fecha de 1300 o de sus alrededores (si bien sus esperanzas tenían raíces muy complejas, en las que se incluían la literatura judaica y astrológica). Alrededor de la mitad del mismo siglo XIV, le tocó en suerte a un fraile menor de la Francia meridional, Juan de Rocatallada, el agudizar la obsesión cronológica en la escatología apocalíptica, con un extravagante entrelazamiento de todos los ingredientes: desde el Ultimo Emperador del mundo al Papa Angélico, del anticristo al Juicio Final, y también con una importante invención, un enlace entre la escatología apocalíptica y la historia de la Iglesia, que no se fundaba en la sucesión de épocas generales, sino en algunas rupturas de su curso: el cisma eclesiástico, exactamente lo que sucedió cerca veinte años después, en 1378.

"Por lo tanto no afirmo de ser un profeta enviado de Dios, como lo fueron Isaías y Jeremías sino solo afirmo que Dios omnipotente abrió a mi intelecto, y esto es lo que me parece, salvo el mejor juicio de la sacrosanta Iglesia Romana, al cual están sometidas mi misma persona y todos los libros que yo haya escrito o que vaya a escribir. Y es mejor que esta revelación escrita antes sea llamada 'una comunicación del espíritu de comprensión de los profetas al propósito del los eventos futuros" y no "una comunicación del espíritu de la profecía'", escribió fray Juan de Rocatallada en su Libro de los eventos secretos (Liber secretorum eventuum).

Si estas eran la preocupaciones del fraile franciscano, en el álveo de las tradicionales afirmaciones de ortodoxia de parte de los profetas que pretendían no ser tales, este género de predicciones se separó muchas veces del marco de la escatología apocalíptica y llegó a ser una calderilla en el profetismo político en los diferentes países europeos de los últimos siglos de la edad media, en relación a la buena y mala fortuna de los emperadores, de los reyes y de los señores.

En los siglos finales de la edad media hay que tener en cuenta otro personaje o "figura", que tiene un plazo en el marco del mesianismo, es decir el Papa Angélico de los Vaticinia de summis pontificibus, esto es algunas profecías ilustradas, que fueron utilizadas desde el comienzo del siglo XIV para "profetizar" a la llegada de un Papa, cuya elección se pretendía promocionar, o bien para promover el carácter sobrenatural de una reciente elección. Su origen es bastante claro: a finales del siglo XIII se tradujeron en latín los Oracula Leonis, es decir, las profecías milenaristas que circularon en favor del emperador bizantino, las que fueron adaptadas, en un intento propagandístico en favor de los cardenales de una familia aristocrática romana y de sus aspiraciones de elegir a uno de ellos como Papa durante el largo cónclave de Perusa de los años 1304-1305, de manera definitiva fueron redactadas en la forma de quince "profecías papales figuradas", con una figura central de pontífice, con símbolos que eran explicados en una hermética máxima a pie de página, y un "título" encima. Las cuatro figuras finales aludían a la elección sobrenatural de un Papa futuro, coronado por los ángeles.

¿Y esta espera en un Papa Angélico tiene algo que ver, por el contrario, con el milenarismo cristiano, en la medida en que prefigura a un reino final en la historia, el del último pontífice romano sobre la Iglesia y el mundo? No se puede olvidar que el Papa Angélico es, por su parte, también un heredero del mito bizantino del Ultimo Emperador, que en el Occidente latino se dividió, después de la época de la reforma de la Iglesia del siglo XI, en una figura papal y en una figura imperial.

En la historia del Occidente en el bajo medioevo, se han etiquetado como "milenaristas" algunos movimientos, empezando con el que Dolcino capitaneó en la Italia septentrional en los comienzos del siglo XIV. Si en sus cartas ­cuya redacción original no conocemos­ él se preocupa de dividir a la historia en períodos, en el marco de la tradición escatológica joaquinista, no prevé ningún papel activo para sus frailes "apostólicos": el protagonista de la lucha final es una vez más el Ultimo Emperador, cuyas obligaciones incluyen una reforma por la fuerza de una iglesia corrompida y el asentamiento de un "Papa Angélico" (con el cual el Dolcino al final se identifica a sí mismo).

En las primeras décadas del siglo XV, la revolución religiosa nacional en Bohemia, después de la ejecución en la hoguera de Jan Hus por orden del concilio de Constanza en 1415, evolucionó en grupos marginales, pretendiendo que el final del mundo tendría lugar en sus montañas, y a una la llamaron Tábor, como el monte en Judea. El fundamento de estas esperas era una interpretación muy literal de las Sagradas Escrituras y su aplicación a las instituciones de la Iglesia romana, en el período del gran cisma eclesiástico de Occidente. Su característica más resaltante es su total literalismo, según se puede leer en una crónica bohemia, escrita en el idioma checo: "Estos mismos sacerdotes predicaron también a propósito del Evangelio de Mateo 7, 15: "Cuidado con los falsos profetas!", y aplicaron esta sentencia a quien no estaba de acuerdo con ellos. Ellos dijeron: "En Bohemia no sobrevivirán más de cinco ciudades y todas la otras serán destruidas por el fuego, a semejanza de Sodoma y Gomorra. Por esta razón todos tendrían que refugiarse en las montañas" y además: "Estos sacerdotes predicaban también así: el Cristo va a descender de las montañas en la tierra, para reinar temporalmente y para preparar a un gran banquete en las montañas. Y el Espíritu Santo será dado a los corazones de los fideles, con total abundancia".

Como ocurrió con Dolcino un siglo antes, la esperada purificación no tuvo lugar en 1420, y en 1421, los ejercitos de los "cruzados" derrotaron también a aquellos milenaristas.

Tanto en los movimientos radicales de los últimos siglos de la Edad Media, y al comienzo de la Edad Moderna ­desde Dolcino de Novara a principios del siglo XIV hasta a Thomas Müntzer en la Alemania meridional a principios del siglo XVI­, sus líderes casi nunca pretendieron ser el mesías, sino su antecesor. En este sentido se dio la recuperación de dos personajes bíblicos, en primer lugar san Juan Bautista, y después de Elías. En realidad, en otros casos, estos personajes se presentaron tal vez como "profetas" que anunciaban los últimos tiempos de la historia, pero no eran nunca pretendidos mesías. También el fraile dominico Jerónimo Savonarola, antes de ser excomulgado y quemado en la hoguera en 1498, sobre el púlpito proclamó a Florencia como a la Nueva Jerusalén, y pretendió para sí mismo el papel del profeta, en una continuación del de los profetas bíblicos: "Volviendo a nuestro propósito, yo digo que estas cosas futuras, por razón de la indisponibilidad del pueblo yo las predecía en aquellos primeros años con la ayuda de las pruebas en las Escrituras y con razones y con diferentes similitudes. Y después empecé a extenderme y a demostrar que estas cosas futuras yo le había por otra luz que la sola inteligencia de las Escrituras; y luego empecé a extenderme más y a llegar a las palabras formales que el cielo me inspiró".

Vale la pena señalar que como ha sucedido con Joaquín de Fiore, también la orden de Savanarola intenta obtener una canonización oficial de parte de la Iglesia: esa es la extraña suerte de sus profetas.

A principios del siglo XVI Thomas Müntzer, en la época de la guerra de los campesinos en la Alemania meridional, escribía expresiones muy semejantes, y a la vez más claras, en una carta de 1523: "Tenéis que saber, que los doctores atribuyen esta doctrina al abad Joaquín y la llaman resueltamente el Evangelio eterno. Yo leí solo el Super Hieremiam, pero mi doctrina llega de más arriba. Yo no la tomo de él, sino de la misma Palabra de Dios: como luego, cuando el tiempo haya llegado, yo demostraré basándome sobre todos los escritos bíblicos".

A finales de la Edad Media y en vísperas de la nueva época, la esperanzas mesiánicas judaicas se inflamaron con la elaboración de la Cábala por Abraham Abulafia, antes que la expulsión de los judíos de Sefarad ­es decir, la península ibérica­ el año 1492 pusiese en circulación otros escritos, en los cuales se pretendía predecir al súbito avenimiento de la época mesiánica: más prudente en la identificación de un personaje histórico como el Mesías de las esperanzas de Israel; el milenarismo judaico de este período hace referencia a la cronología de la creación del mundo y a una duración del tiempo de la historia por seis mil años (por consiguiente, sus cálculos cronológicos no se refieren a las predicciones del profeta Daniel ­ cuales entraron en el libro del Apocalipsis de los cristianos). Además, entre los judíos se encuentra cierta renuencia a identificar a alguien con el mesías - como parece muy evidente en el marco de la religión de Israel.

C.   El nuevo mundo como reino del milenio y el apocalipsis en Europa en la edad moderna

En el siglo XVI un mundo sería llamado "nuevo" no solo por razones geográficas, sino también por motivos escatológico-mesiánicos. El "descubrimiento" y conquista del Nuevo Mundo se realizaron en un ambiente de particular efervescencia escatológica y mesiánica.

De escatología y de milenarismo en el Nuevo Mundo va a tratar otra ponencia, de un historiador mucho más competente en el tema que yo. Por mi parte, me parecen muy interesantes las raíces medievales de algunas reconstrucciones de la primera historia del Nuevo Mundo, que se hicieron de este lado de la mar Océana (como la llamó el mismo Cristóbal Colón en su "Libro de las profecías"), y más aún preguntarse si el conjunto de las ideas y esperanzas escatológico-apocalípticas tuvieron una especial configuración en el continente nuevo.

En primer lugar, es claro que el pensamiento escatológico-apocalíptico llegó a América desde Europa. Esta evidencia es muy útil para subrayar que en el Nuevo Mundo se estuvo buscando para la confirmación de esperanzas y de temores ya existentes: de una manera no diferente de la actitud de Cristóbal Colón, el cual recogió en su Libro de las profecías, cuando las islas de la Indias habían ya sido "descubiertas", los textos bíblicos y teológicos que podían aportar un sentido a lo sucedido. El mismo Colón nunca intentó proponerse a sí mismo como un mesías: por el contrario, en sus escritos el papel escatológico del Ultimo Emperador pertenecía al rey de España.

Las ideas "milenarias" de los cronistas franciscanos de América, fray Toribio Benavente Motolinía, en la Historia de los indios de la Nueva España (terminada antes de 1541), y fray Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana (antes de 1596), tenían sus raíces en las tradiciones escatológicas medievales de su orden y expresaban más bien el arranque misionero de los frailes.

¿"El mesianismo se ha hecho criollo"?, escribió hace algunos años en la Encyclopedia of Apocalypticism Alain Milhou. En realidad, se constata un agravamiento del milenarismo de raíz europea, porque las esperanzas del fraile dominicano Francisco de la Cruz, condenado por la Inquisición y quemado en la hoguera en 1578, se referían al la destrucción de Europa por los turcos y al traslado del Papa a Lima, la Nueva Jerusalén. El mismo Francisco tenía que ser un "Tercer David" y su hijo el "nuevo Salomón" de un esperado Tercer Testamento.

América había sido también el continente en el cual se pretendió encontrar las diez perdidas tribus de Israel, y se intentó nada menos que identificarlas con la poblaciones nativas de los indios, con fundamento en las Sagradas Escrituras. Y no parece que esta haya sido una preocupación del mesianismo judaico también, antes de los tiempo del "Sabbatianismo", cerca de la mitad el siglo XVII: A la nota de los pretendidos Mesías hay que incorporar personajes como Sabbatai Zevi, cuya actividad presenta muchas semejanzas con las actitudes de otros "lunáticos", que en el mundo cristiano pretendían ser aceptados como el verdadero mesías.

La idea de un traslado del Papa de Roma a América se encuentra otra vez, alrededor de la mitad del siglo siguiente, en el fraile franciscano Gonzalo Tenorio, cuya inspiración se remonta a los escritores medievales de su orden, como Juan de Rocatallada y otro catalán, Francesc Eiximenis (1340-1409): en aquellos tiempos finales un papel escatológico estaba a cargo también de un monarca, el Ultimo Emperador de la descendencia de la casa hasbúrgica. En relación a Gregorio López en México y a otro personaje en Perú, volvió a entrar en circulación la espera de la venida de un "encubierto" ­una figura escatológica o mejor, mitológica­ producida en la crisis del imperio y de las monarquías ibéricas en las última décadas del siglo XVI, si bien tuviese su raíz en el mito medieval del emperador alemán Federico II.

Hacia la mitad del siglo XVIII, en fin, el jesuita Francisco Javier Carranza publica en México un volumen, cuyo título no necesita alguna explicación: La transmigración de la Iglesia a Guadalupe, que apareció en 1749. En sus páginas el Monte Tepeyac era el lugar donde la Iglesia tenía que refugiarse, en busca de un amparo contra la persecución del anticristo. A esta época, sin embargo, el cuadro histórico se ha mutado de la raíz y la configuración de una escatología apocalíptica que está siendo influenciada por la confrontación entre la Iglesia y el mundo moderno. Por lo anterior, es posible estar de acuerdo con Alain Milhou, que considera a Francisco de la Cruz, Gonzalo Tenorio y Gregorio López como a "extremos y también casos patológicos" en el marco del mesianismo íbero-americano, y ­a pesar de esto­ "representantes de una conciencia criolla, que en la época colonial exigía el reconocimiento de la dignidad del Mundo Nuevo en oposición al Viejo Mundo (y a la madre-patria peninsular)".

El tema de la identificación de una "Nueva Jerusalén" en un plazo que fuera diferente de la ciudad de Tierra Santa, y también de la Roma papal, se encontró por primera vez, en una forma explícita, entre los "alumbrados" de Alemania a principios de la Reforma, y encontró su extrema realización en la ciudad de Munster, en la comunidad bajo la guía de los seguidores del predicador anabaptista Melquior Hoffman en los años 1534-1535: Jan van Leiden se proclamó a sí mismo como el rey de su Nueva Jerusalén. Desde su derrota, siempre se ha considerado la revuelta de Munster como a una "aberración" en la Reforma radical alemana, sin considerar de una manera adecuada sus verdaderas raíces: de un lado, la tradición de la escatología apocalíptica tardo-medieval (sin pretender establecer lazos de parentesco demasiado estrechos); y, del otro, sobre todo el peso de un literalismo bíblico, fruto del la Reforma misma.

En las primeras décadas desde la "protesta" del que fuera fraile agustino Martín Lutero ambos factores jugaron su papel, en un número no insignificante de personajes. Por el contrario, decisiva ha sido la evolución institucional de la misma Reforma, cuyas iglesias ­y hasta más de la Iglesia católica romana­ rechazaron y persiguieron a los reformadores más radicales y sus orientaciones escatológico-apocalípticas.

Durante la edad moderna, en los siglos incluidos entre la Revolución religiosa de Lutero, Calvino y los otros, y la Revolución política de los franceses, el Apocalipsis ha jugado su papel en Europa. Ha sido esta una vena muy importante, pero más en al ámbito intelectual y cultural que social y político. En otros términos, el apocalipticismo ha evolucionado en la teología, en la filosofía, y también en el pensamiento científico: sir Isaac Newton (1643-1727), el mismo que descubrió la ley de la gravitación universal, fue el autor de un tratado sobre el Apocalipsis. Por el contrario, casi no existe un milenarismo difundido si bien, como es lógico, hay muchas excepciones.

Existe además otro tema escatológico, el de la Tercera Roma, es decir la ciudad de Moscú en Rusia, como heredera de la Segunda Roma, o sea, la Constantinopla del imperio bizantino medieval, que nos lleva a la orientación distinta de aquellas esperanzas en la cristiandad eslava y al papel del emperador en su marco, a la cabeza en el mismo tiempo de la Iglesia y del Estado.

Conclusiones

Ponemos el final de estas reflexiones en vísperas de la Revolución francesa, por razón que en la edad contemporánea la así llamada secularización de la sociedad y la laicización del Estado modifican el lugar de la Iglesia en la historia, y por consiguiente el conjunto de doctrinas y de esperanzas que se incluyen en la categoría de la escatología apocalíptica, incluso el milenarismo. Esta conclusión, por lo contrario, no significa que no hubo, en los dos último siglos, personajes y episodios que nos recuerdan de la persistencia de una espera del fin de este mundo o bien pretendidos profetas, y el bagaje que a todo esto pertenece.

Aunque la primera impresión es muy diferente, una vena apocalíptica ha sido característica también del catolicismo, donde las catástrofes revolucionarias ­empezadas ya con la supresión de las órdenes religiosas en el siglo XVIII­ concentraron la atención sobre la institución, y también en la cumbre de la Iglesia: el enfrentamiento con la sociedad contemporánea ha sido interpretado como una lucha de los sombríos tiempos finales del mundo, según personajes como san Juan Bosco (el mismo Papa Pío IX tenía en su biblioteca personal libros de profecías), y también las apariciones de la Virgen en Lourdes, y en otros lugares hasta al más reciente Medjugorje, no nos dejan olvidarnos de la Mujer del Apocalipsis, que tenía una corona de doce estrellas.

Al parecer una forma de milenarismo está todavía en acto especialmente en los Estados Unidos, y esto ha derivado de una interpretación "fundamentalista" de la Sagrada Escritura en un país considerado por sus habitantes la "nación elegida" desde sus comienzos: lo que pertenece más a la herencia de un literalismo bíblico de raíz "protestante", al interior y al exterior de las mayores Iglesias "establecidas".

Y queda también de preguntarse acerca del sentido y de las raíces de numerosos movimientos milenaristas, que en el siglo pasado han sido característicos del mundo islámico, en África y también de la América meridional, sobre todo en Brasil.

Pero el papel jugado por estos fenómenos en la historia ha sido muy diferente de lo que se pasó en los siglos anteriores, y es por consiguiente otra historia que dejamos a otros.

Roberto Rusconi