Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 04 de febrero de 2023
Indice:
“Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor”
El Papa: Los pobres de espíritu son los que se sienten necesitados de Dios
“¿Cómo conservar y cultivar la paz de Jesús?: Perdón, comunidad y misión”
El Papa : Sean canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio
SANTIFICAR EL DESCANSO : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: el descanso de los apóstoles
“Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” : San Josemaria
Viaje apostólico del Santo Padre a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur
Muy humanos, muy divinos (XVI): La obediencia, apertura del corazón
Dossier: Todo sobre el Camino Sinodal Alemán : Maria José Atienza
LA BELLEZA DE LA LITURGIA (Y 25). UN AÑO ORGANIZADO : José Martínez Colín
LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ
El derecho a la objeción de conciencia en la Ley 3/2021. Incertidumbre, tensión y propuestas de solución : David Guillem-Tatay
EN NUESTRA FAMILIA, ¿QUÉ TANTO SABEMOS DE LA VIDA CONSAGRADA? : Silvia Del Valle
Sobre la obligación de proteger a los niños : Josefa Romo
Es necesario dejarse querer : Jesús Martínez Madrid
Querer y ser querido : Domingo Martínez Madrid
¿El “derecho a abortar”? : Jesús Domingo Martínez
La trascendencia teológica de Benedicto XVI : Fundación CARF
“Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor”
Discurso del Santo Padre en el encuentro con las víctimas del este de la República del Congo
Encuentro con las víctimas del este de la República democrática del Congo, 1 febrero 2022 © Vatican Media
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“Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor”, así expresó el Papa Francisco su cercanía a las personas del este de la República Democrática del Congo, martirizadas por la violencia.
El Santo Padre se reunió hoy, 1 de febrero de 2023, a las 16:30 con las víctimas del Este del país congoleño en la Nunciatura Apostólica de Kinsasa.
El encuentro tuvo lugar en el salón de la Representación Pontificia y comenzó con el canto. A continuación, se proyectó un vídeo y antes de su discurso, Francisco escuchó, uno a uno, el testimonio de las víctimas procedentes de Butembo-Beni: Goma, Bunia, Bukavu y Uvira.
En primer lugar, el Papa agradeció la valentía de los testimonios en su alocución: “Ante la violencia inhumana que han visto con sus ojos y experimentado en su propia carne, nos quedamos impresionados. Sólo cabe llorar, permaneciendo en silencio. Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca; aquí y en otros sitios, muchos de nuestros hermanos y hermanas, hijos de la misma humanidad, son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando. Mi corazón está hoy en el oriente de este inmenso país, que no tendrá paz hasta que la paz no haya llegado allí, a la zona orienta”.
“Queridos habitantes del este, quiero decirles que estoy cerca de ustedes. Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplazada a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los sobrevivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con ustedes, quisiera traerles la caricia de Dios. Su mirada tierna y compasiva se posa sobre ustedes. Mientras los violentos los tratan como objetos, el Padre que está en los cielos mira su dignidad y le dice a cada uno: ‘Tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo’” (Is 43,4). Hermanos y hermanas, la Iglesia está y estará siempre de vuestra parte. Dios los ama, no se ha olvidado de ustedes, ¡pero que también los hombres se acuerden de ustedes!”, describió el Pontífice.
Tras las palabras de Su Santidad, se llevó a cabo la asunción de un compromiso de perdón por parte de las víctimas presentes y el acto concluyó con la bendición del Sucesor de Pedro.
A continuación, sigue el discurso completo del Papa.
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias. Gracias por la valentía de estos testimonios. Ante la violencia inhumana que han visto con sus ojos y experimentado en su propia carne, nos quedamos impresionados. Sólo cabe llorar, permaneciendo en silencio. Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca; aquí y en otros sitios, muchos de nuestros hermanos y hermanas, hijos de la misma humanidad, son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando. Mi corazón está hoy en el oriente de este inmenso país, que no tendrá paz hasta que la paz no haya llegado allí, a la zona oriental.
Queridos habitantes del este, quiero decirles que estoy cerca de ustedes. Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplazada a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los sobrevivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con ustedes, quisiera traerles la caricia de Dios. Su mirada tierna y compasiva se posa sobre ustedes. Mientras los violentos los tratan como objetos, el Padre que está en los cielos mira su dignidad y le dice a cada uno: «Tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo» (Is 43,4). Hermanos y hermanas, la Iglesia está y estará siempre de vuestra parte. Dios los ama, no se ha olvidado de ustedes, ¡pero que también los hombres se acuerden de ustedes!
En su nombre, junto a las víctimas y a quienes se comprometen por la paz, la justicia y la fraternidad, condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar. Causa vergüenza e indigna saber que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta gente, son alimentadas no sólo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas. Me dirijo al Padre que está en los cielos, que quiere que todos en la tierra seamos hermanos y hermanas. Inclino la cabeza humildemente y, con dolor en el corazón, le pido perdón por la violencia del hombre contra el hombre. Padre, ten piedad de nosotros. Consuela a las víctimas y a los que sufren. Convierte los corazones de los que cometen crueles atrocidades, que deshonran a toda la humanidad. Y abre los ojos de aquellos que los cierran o miran para otro lado ante estas abominaciones.
Se trata de conflictos que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socio-económico, que causan heridas difíciles de sanar. Son luchas en las que se entrecruzan dinámicas étnicas, territoriales y de grupos; conflictos que tienen que ver con la propiedad de la tierra; con la ausencia o la debilidad de las instituciones; con odios en los que se introduce la blasfemia de la violencia en nombre de un dios falso. Pero, sobre todo, es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando.
Dirijo un vehemente llamado a todas las personas, a todas las entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola. Ustedes se están enriqueciendo por medio de la explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes. Escuchen el grito de su sangre (cf. Gn 4,10), presten atención a la voz de Dios, que los llama a la conversión y escuchen la voz de su conciencia: hagan callar las armas, pongan fin a la guerra. ¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!
Queridos hermanos y hermanas, y nosotros, ¿qué podemos hacer? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo actuar para promover la paz? Quisiera humildemente proponerles comenzar de nuevo con dos “no” y dos “sí”.
En primer lugar, no a la violencia, siempre y en cualquier caso, sin condiciones y sin “peros”. ¡No a la violencia! Amar a la propia gente no significa alimentar el odio hacia los demás. Al contrario, querer al propio país supone negarse a ceder ante los que incitan al uso de la fuerza. Es un engaño trágico: el odio y la violencia nunca son aceptables, nunca son justificables, nunca son tolerables, con mayor razón para los cristianos. El odio sólo genera más odio y la violencia, más violencia. Un “no” claro y fuerte también debe decirse a quienes propagan en nombre de Dios esta violencia, este odio. Queridos congoleses, no se dejen seducir por personas o grupos que incitan a la violencia en su nombre. Dios es Dios de la paz y no de la guerra. Predicar el odio es una blasfemia, y el odio siempre corroe el corazón del hombre. El que vive de la violencia, en efecto, nunca vive bien; piensa que salva su vida y, en cambio, es devorado por un torbellino de mal que, llevándolo a combatir a los hermanos y a las hermanas con los que ha crecido y vivido durante años, lo mata por dentro.
Pero para decir verdaderamente “no” a la violencia no es suficiente evitar actos violentos; es necesario extirpar las raíces de la violencia. Pienso en la codicia, en la envidia y, sobre todo, en el rencor. Mientras me inclino con respeto ante el sufrimiento que tantos han padecido, quisiera pedirles a todos que se comporten como nos han sugerido ustedes, testigos valerosos, que tienen la fuerza de desarmar el corazón. Lo pido a todos en nombre de Jesús, que perdonó a quienes le traspasaron las manos y los pies con los clavos, sujetándolo a una cruz; les ruego que desarmen el corazón. Eso no quiere decir dejar de indignarse frente al mal y no denunciarlo, ¡esto es un deber! Tampoco significa impunidad y condonación de las atrocidades, siguiendo adelante como si nada pasara. Lo que se nos pide, en nombre de la paz, en nombre del Dios de la paz, es desmilitarizar el corazón, quitarle el veneno, rechazar el odio, aplacar la avaricia, eliminar el resentimiento. Decir “no” a todo eso pareciera que nos hace débiles, pero en realidad nos hace libres, porque nos da paz. Sí, la paz nace de los corazones, de corazones libres de rencor.
También hay que decir un segundo “no”: no a la resignación. La paz requiere combatir el desaliento, el malestar y la desconfianza, que llevan a creer que es mejor recelar de todos, vivir separados y distantes, en vez de darse la mano y caminar juntos. Nuevamente, en nombre de Dios, reitero la invitación para que cuantos viven en la República Democrática del Congo no bajen los brazos, sino que se esfuercen por construir un mundo mejor. Un futuro de paz no caerá del cielo, pero será posible si se destierra de los corazones el fatalismo resignado y el miedo de involucrarse con los demás. Un futuro diferente llegará, si es para todos y no para algunos, si es en favor de todos y no contra algunos. Un futuro nuevo llegará, si el otro, sea tutsi o hutu, ya no es más un adversario o un enemigo, sino un hermano y una hermana en cuyo corazón es necesario creer que existe, aun escondido, el mismo deseo de paz. ¡También en el este la paz es posible! ¡Creámoslo! Trabajemos por ello, sin delegar el cambio.
El futuro no se puede construir quedándose encerrados en los propios intereses particulares, replegados en los propios grupos, etnias y clanes. Un dicho suajili enseña: «jirani ni ndugu» [el vecino es un hermano]; por tanto, hermano, hermana, todos tus vecinos son tus hermanos, sean burundeses, ugandeses o ruandeses. Somos todos hermanos, porque somos hijos del mismo Padre; así nos enseña la fe cristiana, que profesa gran parte de la población. Entonces, elevemos la mirada al cielo y no permanezcamos prisioneros del temor. El mal que cada uno ha sufrido necesita ser transformado en bien para todos; que el desánimo que paraliza ceda el paso a un ardor renovado, a una lucha indómita por la paz, a valientes propósitos de fraternidad, a la belleza de gritar juntos nunca más: nunca más violencia, nunca más rencor, nunca más resignación.
Y he aquí finalmente los dos “sí” para la paz. Ante todo, sí a la reconciliación. Amigos, es maravilloso lo que están por hacer. Quieren comprometerse y perdonarse mutuamente, y repudiar las guerras y los conflictos para resolver las distancias y las diferencias. Y quieren hacerlo orando juntos, dentro de unos momentos, unidos alrededor del árbol de la cruz, bajo el cual, con gran valentía, desean deponer los signos de la violencia que han visto y sufrido: uniformes, machetes, martillos, hachas, cuchillos. También la cruz era un instrumento de dolor y de muerte, el más terrible en los tiempos de Jesús, pero, atravesado por su amor, se convirtió en instrumento universal de reconciliación, en árbol de vida.
Quisiera decirles: sean también ustedes árboles de vida. Hagan como los árboles, que absorben contaminación y devuelven oxígeno. O, como dice un proverbio: “En la vida haz como la palmera: recibe piedras, entrega dátiles”. Esta es la profecía cristiana: responder al mal con el bien, al odio con el amor, a la división con la reconciliación. La fe lleva consigo una nueva idea de justicia, que no se conforma con castigar y renunciar a la venganza, sino que quiere reconciliar, desactivar nuevos conflictos, extinguir el odio, perdonar. Y todo esto es más poderoso que el mal. ¿Saben por qué? Porque transforma la realidad desde dentro en vez de destruirla desde fuera. Sólo así se derrota el mal, precisamente como hizo Jesús en el árbol de la cruz, tomándolo sobre sí y transformándolo con su amor. De ese modo, el dolor se convirtió en esperanza. Amigos, sólo el perdón abre las puertas al mañana, porque abre las puertas a una justicia nueva que, sin olvidar, rompe el círculo vicioso de la venganza. Reconciliarse significa generar el mañana, creer en el futuro en vez de quedarse anclados en el pasado, apostar por la paz en lugar de resignarse a la guerra, huir de la prisión de las propias razones para abrirse a los demás y disfrutar juntos la libertad.
Finalmente, el último “sí”, decisivo: sí a la esperanza. Si se representase la reconciliación como un árbol, como una palmera que da frutos, la esperanza sería el agua que la hace fecunda. Esta esperanza tiene una fuente y esta fuente tiene un nombre, que quiero proclamar aquí con ustedes: ¡Jesús! Jesús: con Él, el mal ya no tiene la última palabra sobre la vida; con Él, que ha hecho de un sepulcro —final del trayecto humano—, el inicio de una historia nueva, siempre se abren nuevas posibilidades. Con Él, cada tumba puede transformarse en una cuna, cada calvario en un jardín pascual. Con Jesús nace y renace la esperanza; para quien ha sufrido el mal e, incluso, para quien lo ha cometido. Hermanos y hermanas del oriente del país, esta esperanza es para ustedes, tienen derecho a ella. Pero también es un derecho que debe ser conquistado. ¿Cómo? Sembrándola cada día, con paciencia. Vuelvo a la imagen de la palmera. Un refrán dice: «Cuando comes el coco, ves la palmera, pero el que la plantó volvió a la tierra hace mucho tiempo». En otras palabras, para conquistar los frutos esperados es necesario trabajar con el mismo espíritu de los que plantan palmeras, pensando en las generaciones futuras y no en los resultados inmediatos. Sembrar el bien hace bien, libera de la lógica estrecha del beneficio personal y regala a cada día su razón; aporta a la vida el aliento de la gratuidad y nos asemeja a Dios, sembrador paciente que esparce esperanza sin cansarse nunca.
Hoy agradezco y bendigo a todos los sembradores de paz que trabajan en el país; a las personas y a las instituciones que se prodigan en la ayuda y la lucha por las víctimas de la violencia, la explotación y los desastres naturales; a las mujeres y los hombres que están aquí animados por el deseo de promover la dignidad de la gente. Algunos perdieron la vida mientras servían a la paz, como el embajador Luca Attanasio, el guardia Vittorio Iacovacci y el conductor Mustapha Milambo, asesinados hace dos años en el este del país. Eran sembradores de esperanza y su sacrificio no se perderá.
Hermanos, hermanas, hijos e hijas de Ituri, de Kivu del Norte y del Sur, estoy con ustedes, los abrazo y los bendigo a todos. Bendigo a cada niño, adulto, anciano, a cada persona herida por la violencia en la República Democrática del Congo, en particular a cada mujer y a cada madre. Y rezo para que la mujer, toda mujer, sea respetada, protegida, valorada. Agredir a una mujer y a una madre es hacérselo a Dios mismo, que tomó de una mujer la condición humana, de una madre. Que Jesús, nuestro hermano, Dios de la reconciliación que plantó el árbol de la vida de la cruz en el corazón de las tinieblas del pecado y del sufrimiento, Jesús, Dios de la esperanza que cree en ustedes, en su país y en su futuro, bendiga a todos ustedes y los consuele; que derrame la paz en sus corazones, en sus familias y en toda la República Democrática del Congo. Gracias.
© Librería Editora Vaticana
El Papa: Los pobres de espíritu son los que se sienten necesitados de Dios
Palabras del Santo Padre antes del Ángelus
Ángelus 29 enero 2023 © Vatican Media
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Alas 12 del mediodía de este domingo 29 de enero de 2023, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Liturgia de hoy se proclaman las bienaventuranzas según el Evangelio de Mateo (cfr. Mt 5,1-12). La primera es fundamental y dice así: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielo”(v. 3).
¿Quiénes son los “pobres de espíritu”? Son aquellos que saben que no se bastan consigo mismos, que no son autosuficientes, y viven como “mendicantes de Dios”: se sienten necesitados de Dios y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia. Quien es pobre de espíritu atesora lo que recibe; por eso desea que ningún don se desperdicie. Hoy quisiera detenerme sobre este aspecto típico de los pobres de espíritu: no desperdiciar. Los pobres en espíritu buscan no desperdiciar nada. Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando pide que se recoja la comida que ha sobrado para que nada se pierda (cfr. Jn 6,12). No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y la cultura del descarte: ambas son una peste. Quisiera proponeros tres desafíos contra la mentalidad del derroche y del descarte.
Primer desafío: no desperdiciar el don que nosotros somos. Cada uno de nosotros es un bien, independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios, vale, es valioso. Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo que somos. Y cuando una persona se deja ir y se abandona, se desperdicia a sí misma. Luchemos, con la ayuda de Dios, contra la tentación de considerarnos inadecuados, equivocados, y de compadecernos a nosotros mismos.
Después, segundo desafío: no desperdiciar los dones que tenemos. Resulta que en el mundo cada año se desperdicia cerca de un tercio de la producción total de alimentos. ¡Y esto mientras muchos mueren de hambre! Los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No malgastemos lo que tenemos, difundamos una ecología de la justicia y de la caridad, del compartir!
Finalmente, tercer desafío: no descartar a las personas. La cultura del descarte dice: te uso hasta que me sirves; cuando ya no me intereses o seas un obstáculo para mí, te tiro. Y se tratan así especialmente a los más frágiles: los niños todavía no nacidos, los ancianos, los necesitados y los desfavorecidos. Pero las personas no se pueden tirar, ¡los desfavorecidos no se pueden tirar! Cada uno es un don sagrado, y cada uno es un don único, a cualquier edad y en cualquier condición. ¡Respetemos y promovamos la vida siempre! ¡No descartemos la vida!
Queridos hermanos y hermanas, planteémonos algunas preguntas. En primer lugar, ¿cómo vivo la pobreza de espíritu? ¿Sé hacer espacio a Dios, creo que Él es mi bien, mi verdadera y gran riqueza? ¿Creo que Él me ama o me dejo ir con tristeza, olvidando que soy un don? Y también: ¿estoy atento a no desperdiciar, soy responsable en el uso de las cosas, de los bienes? ¿Y estoy dispuesto a compartirlos con los otros o soy un egoísta? Finalmente: ¿considero a los más frágiles como dones valiosos que Dios me pide que custodie? ¿Me acuerdo de los pobres, de quién está privado de lo necesario?
Que nos ayude María, Mujer de las bienaventuranzas, a testimoniar la alegría de que la vida es un don y la belleza de hacernos don.
“¿Cómo conservar y cultivar la paz de Jesús?: Perdón, comunidad y misión”
Homilía del Santo Padre en Kinsasa, República Democrática del Congo
Misa en Kinsaa, República Democrática del Congo, 1 febrero 2022 © Vatican Media
“¿Cómo conservar y cultivar la paz de Jesús? Él mismo nos señala tres fuentes de paz, tres manantiales para seguir alimentándola. Son el perdón, la comunidad y la misión”, ha expuesto el Papa Francisco
El Santo Padre ha presidido la primera Misa de su Viaje a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, celebrada en el aeropuerto de Ndolo, Kinsasa.
En su homilía, el Papa ha hablado de la paz y ha recordado que los cristianos “estamos llamados a ser misioneros de paz, y esto nos dará paz. Es una decisión; es hacer sitio en nuestros corazones para todos, es creer que las diferencias étnicas, regionales, sociales, religiosas y culturales vienen después y no son obstáculos; que los demás son hermanos y hermanas, miembros de la misma comunidad humana; que cada uno es destinatario de la paz que Jesús ha traído al mundo”.
Esto, continúa el Pontífice, es creer que los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio. Sí, los cristianos, enviados por Cristo, están llamados, por definición, a ser conciencia de paz en el mundo; no sólo conciencias críticas, sino sobre todo testigos del amor; no pretendientes de sus propios derechos, sino de los del Evangelio, que son la fraternidad, el amor y el perdón; no buscadores de sus propios intereses, sino misioneros del amor apasionado que Dios tiene por cada ser humano”.
A continuación sigue el texto completo de la homilía de Francisco.
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Homilía del Santo Padre
Bandeko, bobóto [Hermanos y hermanas, paz] R/Bondeko [Fraternidad]
Bondéko [Fraternidad] R/ Esengo [Alegría]
Esengo, alegría: la alegría de verlos y encontrarlos es grande; he anhelado mucho este momento —¡nos ha hecho esperar un año!—, ¡gracias por estar aquí!
El Evangelio acaba de decirnos que también la alegría de los discípulos era grande la noche de Pascua, y que esta alegría surgió “cuando vieron al Señor” (Jn 20,20). En ese clima de alegría y asombro, el Resucitado habla a los suyos. ¿Y qué les dice? Ante todo, estas palabras: “¡La paz esté con ustedes!” (v. 19). Es un saludo, pero es más que un saludo: es un envío. Porque la paz, esa paz anunciada por los ángeles en la noche de Belén (cf. Lc 2,14), esa paz que Jesús prometió dejar a los suyos (cf. Jn 14,27), ahora, por primera vez, es entregada solemnemente a los discípulos. La paz de Jesús, que también se nos entrega en cada Misa, es pascual; llega con la resurrección, porque antes el Señor tenía que vencer a nuestros enemigos, el pecado y la muerte, y reconciliar al mundo con el Padre; tenía que experimentar nuestra soledad y nuestro abandono, nuestros infiernos, abrazar y salvar las distancias que nos separaban de la vida y de la esperanza. Ahora, terminadas las distancias entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, la paz de Jesús se da a los discípulos.
Pongámonos, pues, en su lugar. Aquel día estaban completamente aturdidos por el escándalo de la cruz, heridos interiormente por haber abandonado a Jesús, escapando; decepcionados por el desenlace de su historia, temerosos de acabar como él. En ellos había sentimientos de culpa, frustración, tristeza, miedo. Sin embargo, Jesús anuncia la paz mientras el corazón de los discípulos está lleno de escombros; anuncia la vida mientras ellos sienten dentro la muerte. En otras palabras, la paz de Jesús llega en el momento en que todo parecía haber terminado para ellos, en el momento más imprevisto e inesperado, cuando no había atisbos de paz. Así actúa el Señor: nos asombra, nos tiende la mano cuando estamos a punto de hundirnos, nos levanta cuando tocamos fondo. Hermanos, hermanas, con Jesús el mal nunca prevalece, nunca tiene la última palabra. “Porque Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14) y su paz triunfa siempre. Por eso, los que pertenecemos a Jesús no podemos dejar que prevalezca en nosotros la tristeza, no podemos permitir que crezca la resignación y el fatalismo. Si a nuestro alrededor se respira este clima, que no sea así para nosotros. En un mundo abatido por la violencia y la guerra, los cristianos hacen como Jesús. Él, casi insistiendo, repitió a los discípulos: ¡La paz, la paz esté con ustedes! (cf. Jn 20,19.21); y nosotros estamos llamados a hacer nuestro y proclamar al mundo este anuncio profético e inesperado del Señor, anuncio de la paz.
Pero, podemos preguntarnos, ¿cómo conservar y cultivar la paz de Jesús? Él mismo nos señala tres fuentes de paz, tres manantiales para seguir alimentándola. Son el perdón, la comunidad y la misión.
Veamos la primera fuente: el perdón. Jesús dice a los suyos: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” (v. 23). Pero antes de dar a los apóstoles el poder de perdonar, los perdona; no con palabras, sino con un gesto, el primero que el Resucitado realiza ante ellos. Dice el Evangelio que Él, “les mostró sus manos y su costado” (v. 20). Es decir, les muestra las llagas, se las ofrece, porque el perdón nace de las heridas. Nace cuando las heridas sufridas no dejan cicatrices de odio, sino que se convierten en un lugar para hacer sitio a los demás y acoger sus debilidades. Entonces las fragilidades se convierten en oportunidades y el perdón en el camino hacia la paz. No se trata de dejarlo todo atrás como si nada hubiera sucedido, sino de abrir a los demás con amor el corazón. Esto es lo que hace Jesús. Ante la miseria de quien lo negó y abandonó, muestra las heridas y abre la fuente de la misericordia. No usa muchas palabras, sino que abre de par en par su corazón herido, para decirnos que Él está siempre herido de amor por nosotros.
Hermanos, hermanas, cuando la culpa y la tristeza nos oprimen, cuando las cosas no van bien, sabemos dónde mirar: a las llagas de Jesús, dispuesto a perdonarnos con su amor herido e infinito. Él conoce tus heridas, conoce las heridas de tu país, de tu gente, de tu tierra. Son heridas que queman, continuamente infectadas por el odio y la violencia, mientras que la medicina de la justicia y el bálsamo de la esperanza parecen no llegar nunca. Hermano, hermana, Jesús sufre contigo, ve las heridas que llevas dentro y desea consolarte y sanarte, ofreciéndote su Corazón herido. Dios repite a tu corazón las palabras que pronunció hoy por medio del profeta Isaías: “Lo sanaré, lo guiaré y lo colmaré de consuelos” (Is 57,18).
Juntos, hoy creemos que con Jesús siempre tenemos la posibilidad de ser perdonados y volver a empezar, y también la fuerza para perdonarnos a nosotros mismos, a los demás y a la historia. Esto es lo que Cristo desea: ungirnos con su perdón para darnos la paz y el valor de poder también nosotros perdonar; el valor de realizar una gran amnistía del corazón. ¡Cuánto bien nos hace limpiar nuestros corazones de la ira, de los remordimientos, de todo resentimiento y envidia! Queridos amigos y amigas, ¡que hoy sea el momento de gracia para acoger y experimentar el perdón de Jesús! Que sea el momento adecuado para ti, que llevas una pesada carga en el corazón y necesitas que te la quiten para poder volver a respirar. Que sea el momento oportuno para ti, que en este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti el Señor te dice: “Deja las armas, abraza la misericordia”. Y a todos los lastimados y oprimidos de este pueblo les dice: “No teman poner sus heridas en las mías, sus llagas en mis llagas”. Hagámoslo, hermanos y hermanas. No tengan miedo de quitarse el Crucifijo del cuello y de los bolsillos, de tomarlo entre las manos y llevarlo junto al corazón para compartir sus llagas con las de Jesús. Cuando regresen a casa, tomen el Crucifijo que tienen y abrácenlo. Démosle a Cristo la oportunidad de sanar nuestros corazones; pongamos en Él el pasado, todos los miedos y ansiedades. ¡Qué hermoso es abrir las puertas del corazón y del hogar a su paz! ¿Y si escribieran en sus habitaciones, en sus ropas, fuera de sus casas, esas palabras: La paz esté con ustedes? Muéstrenlas, serán una profecía para el país, serán la bendición del Señor sobre aquellos que encuentren. La paz esté con ustedes, dejémonos perdonar por Dios y perdonémonos unos a otros.
Veamos ahora la segunda fuente de paz: la comunidad. Jesús resucitado no se dirige a los discípulos individualmente, sino que se reúne con ellos; les habla en plural, y a la primera comunidad le entrega su paz. No hay cristianismo sin comunidad, como no hay paz sin fraternidad. Pero, como comunidad, ¿hacia dónde hemos de caminar, hacia dónde hemos de ir para encontrar la paz? Volvamos a mirar a los discípulos. Antes de la Pascua, seguían a Jesús, pero pensaban de forma demasiado humana: esperaban un Mesías conquistador que expulsara a sus enemigos, que hiciera prodigios y milagros, que aumentara su prestigio y su éxito. Pero estos deseos mundanos los dejaron con las manos vacías; es más, le quitaron paz a la comunidad, suscitando discusiones y oposición (cf. Lc 9,46; 22,24). Para nosotros también existe este riesgo; estar juntos, pero caminar por cuenta propia, buscando en la sociedad, y también en la Iglesia, el poder, la carrera, las ambiciones. Sin embargo, de ese modo, en vez de seguir al Dios verdadero, seguimos al propio yo, y terminamos como aquellos discípulos: encerrados en casa, vacíos de esperanza y llenos de miedo y decepción. Pero he aquí que en la Pascua encuentran el camino de la paz gracias a Jesús, que sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Gracias al Espíritu Santo, ya no mirarán lo que les separa, sino lo que los une; ya no irán por el mundo para sí mismos, sino para los demás; no para ganar visibilidad, sino para dar esperanza; no para obtener aprobación, sino para gastar su vida con alegría por el Señor y por los demás.
Hermanos, hermanas, el peligro que tenemos es seguir el espíritu del mundo en lugar del espíritu de Cristo. ¿Y cuál es el camino para no caer en las trampas del poder y del dinero, para no ceder a las divisiones, a las seducciones del carrerismo que corroen a la comunidad; a las falsas ilusiones del placer y de la brujería que llevan a encerrarse en sí mismos? El Señor nos lo sugiere de nuevo a través del profeta Isaías, diciendo “estoy con el contrito y humillado, para reavivar los espíritus humillados, para reavivar los corazones contritos” (Is 57,15). El camino es compartir con los pobres. Este es el mejor antídoto contra la tentación de dividirnos y mundanizarnos. Tener el valor de mirar a los pobres y escucharlos, porque son miembros de nuestra comunidad y no extraños a los que hay que eliminar de la vista y de la conciencia. Abrir el corazón a los demás, en lugar de concentrarlo en los propios problemas o vanidades personales. Recomencemos desde los pobres y descubriremos que todos compartimos la pobreza interior; que todos necesitamos el Espíritu de Dios para liberarnos del espíritu del mundo; que la humildad es la grandeza del cristiano y la fraternidad su verdadera riqueza. Creamos en la comunidad y, con la ayuda de Dios, construyamos una Iglesia vacía de espíritu mundano y llena del Espíritu Santo, libre de riquezas para sí misma y llena de amor fraterno.
Llegamos, en fin, a la tercera fuente de paz: la misión. Jesús dice a los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn 20,21). Nos envía como el Padre lo ha enviado a Él. ¿Y cómo lo envió el Padre al mundo? Lo envió a servir y a dar su vida por la humanidad (cf. Mc 10,45), a manifestar su misericordia por cada uno (cf. Lc 15), a buscar a los que están lejos (cf. Mt 9,13). En una palabra, lo envió para todos; no sólo para los justos, sino para todos. En este sentido, resuenan todavía las palabras de Isaías: “¡Paz al que está lejos, paz al que está cerca! […], dice el Señor” (Is 57,19). A los que están lejos, en primer lugar, y a los que están cerca; no sólo a los “nuestros”, sino a todos.
Hermanos, hermanas, estamos llamados a ser misioneros de paz, y esto nos dará paz. Es una decisión; es hacer sitio en nuestros corazones para todos, es creer que las diferencias étnicas, regionales, sociales, religiosas y culturales vienen después y no son obstáculos; que los demás son hermanos y hermanas, miembros de la misma comunidad humana; que cada uno es destinatario de la paz que Jesús ha traído al mundo. Es creer que los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio. Sí, los cristianos, enviados por Cristo, están llamados, por definición, a ser conciencia de paz en el mundo; no sólo conciencias críticas, sino sobre todo testigos del amor; no pretendientes de sus propios derechos, sino de los del Evangelio, que son la fraternidad, el amor y el perdón; no buscadores de sus propios intereses, sino misioneros del amor apasionado que Dios tiene por cada ser humano.
La paz esté con ustedes, dice Jesús hoy a cada familia, comunidad, grupo étnico, barrio y ciudad de este gran país. La paz esté con ustedes. Dejemos que estas palabras de nuestro Señor resuenen, en silencio, en nuestros corazones. Escuchémoslas dirigidas a nosotros y decidamos ser testigos de perdón, protagonistas en la comunidad, personas en misión de paz en el mundo.
Moto azalí na matói ma koyoka [El que tenga oídos para oír] R/Ayoka [Que oiga]
Moto azalí na motema mwa kondima [El que tenga corazón para aceptar] R/Andima [Que acepte]
© Librería Editora Vaticana
El Papa : Sean canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio
Discurso del Papa Francisco a sacerdotes y religiosas
Kinsasa © Vatican Media
Este jueves, 2 de febrero de 2023 a las 16.30 horas, el Santo Padre Francisco se reunió con Sacerdotes, Diáconos, Consagrados y Seminaristas en la Catedral de Kinshasa.
A su llegada, el Papa es recibido por el Arzobispo Metropolitano de Kinsasa, Su Eminencia el Card. Fridolin Ambongo Besungu, O.F.M. Cap., y por el párroco que le entrega la cruz y el agua bendita.
Juntos bajan por la nave hasta la capilla lateral donde el Santo Padre se detiene en oración ante las tumbas de los arzobispos difuntos. Luego camina hacia el altar mientras el coro entona una canción.
Tras el saludo litúrgico, el discurso de bienvenida del Arzobispo Metropolitano de Kinshasa y oración, han tenido lugar los testimonios de un sacerdote, una monja y un seminarista. Tras la lectura de un pasaje del Evangelio, el Papa pronunció su discurso.
***
Discurso del Papa
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos y seminaristas, queridas consagradas, queridos consagrados: buenas tardes y feliz fiesta. Me alegra encontrarme con ustedes precisamente hoy, en la fiesta de la Presentación del Señor, día en el cual rezamos de modo especial por la vida consagrada.
Todos, como Simeón, esperamos la luz del Señor para que ilumine las oscuridades de nuestra vida y, más aún, todos desearíamos vivir la misma experiencia que él hizo en el Templo de Jerusalén: tomar en brazos a Jesús. Tomarlo en brazos, para poder tenerlo ante los ojos y cerca del corazón.
De ese modo, poniendo a Jesús en el centro nos cambia la perspectiva sobre la vida y, aun en medio de trabajos y fatigas, nos sentimos envueltos por su luz, consolados por su Espíritu, animados por su Palabra, sostenidos por su amor.
Digo esto pensando en las palabras de bienvenida pronunciadas por el cardenal Ambongo, las cuales agradezco. Ha hablado de los «enormes desafíos» que se deben afrontar para vivir el compromiso sacerdotal y religioso en esta tierra marcada por «condiciones difíciles y frecuentemente peligrosas», y por tanto sufrimiento.
Y, sin embargo, como señalaba, también hay mucha alegría en el servicio del Evangelio y son numerosas las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Ahí está la abundancia de la gracia de Dios, que actúa precisamente en la debilidad (cf. 2 Co 12,9) y que los hace capaces, junto a los fieles laicos, de generar esperanza en las circunstancias muchas veces dolorosas, de vuestro pueblo.
Es la fidelidad de Dios la que nos da certeza de que nos acompaña incluso en las dificultades. Él, por medio del profeta Isaías, dice: «Pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa» (43,19).
He pensado proponerles algunas reflexiones que nacen, precisamente, de estas palabras de Isaías. Dios abre sus caminos en nuestros desiertos y nosotros, ministros ordenados y personas consagradas, estamos llamados a ser signo de esta promesa y a realizarla en la historia del Pueblo santo de Dios.
Pero, concretamente, ¿a qué se nos llama? A servir al pueblo como testigos del amor de Dios. Isaías nos ayuda a comprender de qué manera. Por boca del profeta, el Señor llega a su pueblo en un momento dramático, mientras los israelitas habían sido deportados a Babilonia y reducidos a la esclavitud. Movido por la compasión, Dios quiere consolarlos.
Esta parte del libro de Isaías, efectivamente, es conocida como el “Libro de la consolación”, porque el Señor dirige a su pueblo palabras de esperanza y promesas de salvación. Y lo primero que hace es recordar el vínculo de amor que lo une a su pueblo: «No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán; si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán» (43,1-2).
De ese modo, el Señor se revela como Dios de la compasión y nos asegura que nunca nos dejará solos, siempre estará a nuestro lado, siendo refugio y fortaleza en las dificultades. Dios es compasivo. Los tres nombres de Dios son misericordia, compasión y ternura. Es un Dios compasivo, misericordioso y tierno.
Queridos sacerdotes y diáconos, consagradas y consagrados, seminaristas: a través de ustedes el Señor también hoy quiere ungir a su pueblo con el aceite de la consolación y de la esperanza.
Y ustedes están llamados a ser eco de esta promesa de Dios; a recordar que Él nos ha formado y a Él le pertenecemos, a animar la senda de la comunidad; y a acompañarla en la fe al encuentro de Aquel que ya camina junto a nosotros.
Dios no permite que las aguas nos sumerjan, ni que el fuego nos abrase. Sintámonos portadores de este anuncio en medio de los sufrimientos de la gente. Esto es lo que significa ser servidores del pueblo: sacerdotes, religiosas, misioneros que han experimentado la alegría del encuentro liberador con Jesús y la ofrecen a los demás.
Recordemos que, si vivimos para “servirnos” del pueblo en vez de “servir” al pueblo, el sacerdocio y la vida consagrada se vuelven estériles. No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo, de su amor incondicional; del perdón con el que quiere reconciliarnos; de la compasión con la que quiere hacerse cargo de los pobres.
Nosotros fuimos llamados para ofrecer la vida por los hermanos y las hermanas, llevándoles a Jesús, el único que cura las heridas del corazón.
Para vivir de ese modo nuestra vocación siempre tendremos desafíos que afrontar, tentaciones que vencer. Quisiera brevemente detenerme sobre estos tres: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana, la superficialidad.
Ante todo, vencer la mediocridad espiritual. ¿Cómo? La Presentación del Señor, que en el Oriente cristiano se llama la “fiesta del encuentro”, nos recuerda cuál es la prioridad de nuestra vida: el encuentro con el Señor, especialmente en la oración personal, porque la relación con Él es el fundamento de nuestra acción.
No olvidemos que el secreto de todo está en la oración, porque el ministerio y el apostolado no son, en primer término, obra nuestra y no dependen sólo de los medios humanos. Y ustedes me dirán: sí, es verdad, pero los compromisos, las urgencias pastorales, los esfuerzos apostólicos, el cansancio amenazan con no dejarnos ni tiempo ni energías suficientes para la oración.
Por eso quisiera compartir algunos consejos: en primer lugar, seamos fieles a ciertos ritmos litúrgicos de oración que acompasan la jornada, desde la Misa al breviario. La celebración eucarística cotidiana es el corazón palpitante de la vida sacerdotal y religiosa.
La Liturgia de las Horas nos permite rezar con la Iglesia y de forma regular; no la descuidemos nunca. Y tampoco olvidemos la Confesión; siempre necesitamos ser perdonados para poder ofrecer misericordia.
Otro consejo: como sabemos, no podemos limitarnos a la mera recitación protocolaria de las oraciones, sino que es necesario reservar cada día un tiempo intenso de oración, para estar con nuestro Señor, corazón con corazón.
Un momento prolongado de adoración, de meditación de la Palabra, el Santo Rosario; un encuentro íntimo con Aquel que amamos sobre todas las cosas. Además, cuando estamos en plena actividad, recurramos también a la oración del corazón, a breves “jaculatorias”, que son un tesoro, palabras de alabanza, de agradecimiento y de invocación que podemos repetir al Señor en cualquier lugar donde nos encontremos.
La oración nos hace salir del yo, nos abre a Dios, nos vuelve a poner en pie porque nos pone en sus manos; crea en nosotros el espacio para experimentar la cercanía de Dios, para que su Palabra nos sea familiar y, a través de nosotros, lo sea a todos los que encontramos.
Sin la oración no se va lejos. Finalmente, para superar la mediocridad espiritual, no nos cansemos nunca de invocar a la Virgen María, nuestra Madre, y de aprender de ella a contemplar y seguir a Jesús.
El segundo desafío es vencer la tentación de la comodidad mundana, de una vida cómoda, en la que se tienen las cosas más o menos resueltas y se sigue adelante por inercia, buscando nuestro confort y dejándonos llevar sin entusiasmo.
Pero de este modo se pierde el corazón de la misión, que es salir de los territorios del yo para ir hacia los hermanos y las hermanas ejercitando, en nombre de Dios, el arte de la cercanía. Hay un gran riesgo ligado a la mundanidad, especialmente en un contexto de pobreza y sufrimiento: el de aprovecharse del papel que tenemos para satisfacer nuestras necesidades y nuestras comodidades.
Es muy triste realmente cuando nos replegamos en nosotros mismos, convirtiéndonos en fríos burócratas del espíritu. Entonces, en vez de servir al Evangelio, nos preocupamos de gestionar las finanzas y de llevar adelante algún negocio que nos resulte ventajoso.
Hermanos y hermanas, es escandaloso cuando esto sucede en la vida de un sacerdote o de un religioso, que, por el contrario, deberían ser modelos de sobriedad y de libertad interior. En cambio, qué hermoso es mantenerse rectos en las intenciones y libres de componendas con el dinero, abrazando con alegría la pobreza evangélica y trabajando junto a los pobres.
Y qué hermoso es ser signos luminosos de disponibilidad total al Reino de Dios, viviendo el celibato. No permitamos que esos vicios, los cuales quisiéramos arrancar de los demás y de la sociedad, se encuentren bien arraigados en nosotros.Por favor, estemos alerta a la comodidad mundana.
Por último, el tercer desafío es vencer la tentación de la superficialidad. Dado que el Pueblo de Dios espera ser alcanzado y consolado por la Palabra del Señor, se necesitan sacerdotes, religiosos, religiosas preparados, formados, apasionados por el Evangelio.
Se ha puesto un don en nuestras manos y, de nuestra parte, sería presuntuoso pensar que podemos vivir la misión a la que Dios nos ha llamado sin trabajar cada día en nosotros mismos y sin formarnos de forma adecuada, tanto en la vida espiritual como en la preparación teológica.
La gente no necesita funcionarios de lo sagrado o profesionales distantes del pueblo. Estamos obligados a entrar en el corazón del misterio cristiano, a profundizar la doctrina, a estudiar y meditar la Palabra de Dios; y al mismo tiempo a permanecer abiertos a las inquietudes de nuestro tiempo, a las preguntas cada vez más complejas de nuestra época, para poder comprender la vida y las exigencias de las personas; para entender de qué manera tomarlas de la mano y acompañarlas.
Por eso, la formación del clero no es opcional. Lo digo a los seminaristas, pero vale para todos: la formación es un camino que debe continuar siempre, toda la vida. Se llama formación permanente.
Si queremos servir al pueblo como testigos del amor de Dios, hay que afrontar estos desafíos de los que les he hablado, porque el servicio es eficaz sólo si pasa a través del testimonio. No se olviden de esta palabra: el testimonio. De hecho, después de haber pronunciado las palabras de consolación, el Señor dice por medio de Isaías: «¿Quién de entre ellos había anunciado estas cosas? ¿Quién nos predijo lo que sucedió en el pasado? Ustedes son mis testigos» (43,9.10).
Testigos, porque para ser buenos sacerdotes, diáconos, consagradas y consagrados no son suficientes las palabras y las intenciones; lo que realmente cuenta es la vida misma. Queridos hermanos y hermanas, mirándolos a ustedes doy gracias a Dios, porque son signos de la presencia de Jesús que pasa por los caminos de este país y toca la vida de la gente, las heridas de su carne. Pero todavía se necesitan jóvenes que le digan “sí” al Señor; más sacerdotes y religiosos que dejen trasparentar su belleza con la propia vida.
En sus testimonios me recordaron cuán difícil es vivir la misión en una tierra rica de bellezas naturales y recursos, pero herida por la explotación, la corrupción, la violencia y la injusticia. Hablaron también de la parábola del buen samaritano; es Jesús que pasa por nuestros caminos y, especialmente a través de su Iglesia, se detiene y se hace cargo de las heridas de los oprimidos.
Queridos hermanos y hermanas, el ministerio al que están llamados es precisamente este: ofrecer cercanía y consolación, como una luz siempre encendida en medio de la oscuridad. Aprendamos del Señor que es cercano siempre. Y para ser hermanos y hermanas de todos, séanlo en primer lugar entre ustedes.
Testigos de fraternidad, jamás en guerra; testigos de paz, aprendiendo a superar también las particularidades de cada cultura y origen étnico, para que, como afirmó Benedicto XVI al dirigirse a los sacerdotes africanos: «vuestro testimonio de vida pacífica, por encima de los confines tribales y raciales, puede tocar los corazones» (Exhort. ap. Africae munus, 108).
Un proverbio dice: «El viento no quiebra lo que sabe plegarse». La historia de muchos pueblos de este continente ha sido, por desgracia, plegada y plagada de heridas y de violencia, y por eso, si hay un deseo que nace del corazón, es el de no tener que hacerlo más; el de no tener que someterse más a la prepotencia del más fuerte; el de no tener que abajar más la cabeza bajo el yugo de la injusticia.
Pero podemos acoger las palabras del proverbio principalmente en sentido positivo: existe un plegarse que no es sinónimo de debilidad sino de fortaleza; que significa ser flexibles, superando los rigorismos; significa cultivar una humanidad dócil, que no se cierre en el odio y en el rencor; significa estar disponibles a dejarnos cambiar, sin obstinarnos en nuestras propias ideas y posiciones.
Si nos inclinamos ante Dios, con humildad, Él nos hará como Él, obreros de la misericordia. Cuando permanecemos dóciles en las manos de Dios, Él nos modela y hace de nosotros personas reconciliadas, que saben abrirse y dialogar, acoger y perdonar, poner ríos de paz en las áridas estepas de la violencia.
Y, así, cuando soplan, impetuosos, los vientos de los conflictos y de las divisiones, estas personas no pueden ser quebrantadas, porque están llenas del amor de Dios. Sean ustedes también así, dóciles al Dios de la misericordia, sin jamás dejarse quebrantar por los vientos de las divisiones.
Gracias de corazón, hermanos y hermanas, por lo que son y lo que hacen; por el testimonio que dan a la Iglesia y al mundo. No se desanimen, los necesitamos. Ustedes son valiosos, importantes, se lo digo en nombre de toda la Iglesia.
Deseo que sean siempre canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio; profecía de paz en las espirales de la violencia; discípulos del Amor dispuestos a curar las heridas de los pobres y de los que sufren.
Gracias una vez más por su servicio y por su celo pastoral. Los bendigo y los llevo en el corazón. Y ustedes, por favor, recen siempre por mí.
— Cansancio de Jesús. Contemplar su Santa Humanidad.
— Nuestro cansancio no es en vano. Aprender a santificarlo.
— Deber de descansar. Hacerlo para servir mejor a Dios y a los demás.
I. Los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco1. Son palabras del Evangelio de la Misa, que nos muestran la solicitud de Jesús por los suyos. Los Apóstoles, después de una intensa misión apostólica, sienten el natural cansancio y el desgaste de las fuerzas. El Señor se da cuenta enseguida y cuida de ellos: Se fueron en una barca a un sitio tranquilo y apartado.
En otras ocasiones es Jesús quien se encuentra verdaderamente cansado del camino2 y se sienta junto a un pozo porque no puede dar un paso más. Él sintió algo tan propio de la naturaleza humana como es la fatiga. La experimentó en su trabajo, como nosotros cada día, en los treinta años de vida oculta. En muchas ocasiones, terminaba la jornada extenuado. Los Evangelistas nos narran cómo, durante una tempestad en el lago, el Señor se durmió en un extremo de la barca: había pasado todo el día predicando3; era tan intenso su cansancio que no se despertó a pesar de las olas. No simuló el Señor que estaba dormido para probar a sus discípulos; estaba realmente rendido de fatiga.
En estos momentos de desgaste físico real, Jesucristo está también redimiendo a la humanidad, y su debilidad debe ayudarnos a sobrellevar la nuestra y corredimir con Él. ¡Qué gran consuelo contemplar al Señor agotado! ¡Qué cerca de nosotros está Jesús en esos momentos!
En el cumplimiento de nuestros deberes, al empeñarnos generosamente en la tarea profesional, al gastar sin regateos muchas energías en iniciativas de apostolado y servicio a los demás, es natural que aparezca el cansancio como un compañero casi inseparable. Lejos de quejarnos ante esta realidad común a todos, hemos de aprender a descansar cerca de Dios y ejercitarnos de continuo en esa actitud: «¡Oh, Jesús! —Descanso en Ti»4, podemos decir muchas veces en nuestro interior, buscando en Él nuestro apoyo.
El Señor entiende bien nuestra fatiga porque Él pasó por esas situaciones similares a las nuestras. Nosotros debemos aprender a recuperarnos junto a Él: Venid a mí -nos dice- todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré5. Nos aligeramos de nuestra carga cuando unimos nuestro cansancio al de Cristo, ofreciéndolo por la redención de las almas. Nos aliviará cuidar especialmente de la caridad amable con quienes nos rodean, también si en esos momentos nos cuesta un poco más. Y nunca debemos olvidar que el descanso es, a la vez, una situación que hemos de santificar. Esos momentos de distracción no deben ser parcelas aisladas en nuestra vida, ni ocasión de permitir alguna compensación egoísta, de buscarse a sí mismo. El Amor no tiene vacaciones.
II. Jesús se vale también de los momentos en que toma nuevas fuerzas para remover las almas. Mientras descansa junto al pozo de Jacob, una mujer se acercó dispuesta a llenar su cántaro de agua. Esa será la oportunidad que aprovechará el Señor para mover a esta mujer samaritana a un cambio radical de vida6.
También nosotros sabemos que ni siquiera nuestros momentos de fatiga deben pasar en vano. «Solo después de la muerte sabremos a cuántos pecadores les hemos ayudado a salvarse con el ofrecimiento de nuestro cansancio. Solo entonces comprenderemos que nuestra inactividad forzosa y nuestros sufrimientos pueden ser más útiles al prójimo que nuestros servicios efectivos»7. No dejemos nunca de ofrecer esos períodos de postración o de inutilidad por el agotamiento o la enfermedad. Ni en esas circunstancias dejemos tampoco de ayudar a los demás.
El cansancio nos enseña a ser humildes y a vivir mejor la caridad. Advertimos entonces que no lo podemos todo y que necesitamos de los demás; el dejarse ayudar favorece en gran manera la humildad. A la vez, como todos nos encontramos más o menos fatigados, comprendemos mejor el consejo de San Pablo de llevar los unos las cargas de los otros8, entendemos que cualquier ayuda a quienes vemos algo agobiados es siempre una gran manifestación de caridad.
La fatiga es beneficiosa para alentar el desprendimiento de las muchas cosas que nos gustaría hacer y a las que no llegamos por la limitación de nuestras fuerzas. También nos ayuda a crecer en la virtud de la fortaleza y la correspondiente virtud humana de la reciedumbre, pues es un hecho que no siempre nos encontraremos en la plenitud de fuerzas y de salud para trabajar, estudiar, llevar a cabo una gestión dificultosa, etcétera, que sin embargo hemos de hacer. Una parte no pequeña de estas virtudes consiste en acostumbrarnos a trabajar cansados o, al menos, sin encontrarnos físicamente tan bien como nos gustaría estar para desempeñar esas tareas. Si lo hacemos por el Señor, Él las bendice de una manera particular.
El cristiano considera la vida como un bien inmenso, que no le pertenece y que ha de cuidar; hemos de vivir los años que Dios quiera, habiendo dejado realizada la tarea que se nos ha encomendado. Y, en consecuencia, por Dios y por los demás, debemos vivir las normas de prudencia en el cuidado de la propia salud y de la de aquellos que de alguna manera dependen de nosotros. Entre estas normas están «los oportunos descansos para distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo»9.
Sujetarse a un horario, dedicar el tiempo conveniente al sueño, dar un paseo periódicamente o hacer una excursión sencilla, son medios que conviene poner, viviendo el orden en nuestra actividad: quizá actuar de otro modo –si una obligación inaplazable no lo impide– revelaría atolondramiento y pereza, más dañina en cuanto que con esa actitud estaríamos poniéndonos voluntariamente en ocasión de que se desmejore la vida interior, cayendo en el activismo, siendo más propensos a perder la serenidad, etc. Una persona ordenada encuentra habitualmente el modo de vivir un prudente descanso, en medio de una actividad exigente y abnegada.
III. Aprendamos a descansar. Y si podemos evitar el agotamiento, no debemos dejar de hacerlo. El Señor quiere que cuidemos de la salud, que sepamos recuperar fuerzas; es parte del quinto mandamiento. El descanso es necesario para restaurar las energías perdidas y para que el trabajo sea más eficaz. Y, sobre todo, para servir mejor a Dios y a los demás.
«Pensad que Dios ama apasionadamente a sus criaturas, y ¿cómo trabajará el burro si no se le da de comer, ni dispone de un tiempo para restaurar las fuerzas, o si se quebranta su vigor con excesivos palos? Tu cuerpo es como un borrico –un borrico fue el trono de Dios en Jerusalén– que te lleva a lomos por las veredas divinas de la tierra: hay que dominarlo para que no se aparte de las sendas de Dios, y animarle para que su trote sea todo lo alegre y brioso que cabe esperar de un jumento»10.
Cuando se está postrado se tiene menos facilidad para hacer las cosas bien, como Dios quiere que las hagamos, y también pueden ser más frecuentes las faltas de caridad, al menos de omisión. San Jerónimo señala con buen humor: «Me enseña la experiencia que cuando el burro va cansado se apoya en todas las esquinas».
Se ha dicho que «el descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo»11; es enriquecimiento interior, ocasión frecuente de un mayor apostolado, de fomentar la amistad, etc. No se confunde el descanso con la pereza.
Nuestra Madre la Iglesia se ha preocupado siempre de la salud física de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, comentando el pasaje del Evangelio que nos narra la estancia y el descanso de Jesús en casa de Marta y de María, señalaba que el descanso significa dejar las ocupaciones cotidianas, despegarse de las normales fatigas del día, de la semana y del año. Es importante que no sea «andar en vacío», que no sea solamente un vacío. A veces convendrá –decía el Pontífice– ir al encuentro con la naturaleza, con las montañas, con el mar y con el arbolado. Y por supuesto, siempre será necesario que el descanso se llene de un contenido nuevo, el que da el encuentro con Dios: abrir la vista interior del alma a su presencia en el mundo, abrir el oído interior a su Palabra de verdad12.
Entendemos bien que no pocas personas dedican períodos de descanso laboral a pasatiempos y actividades que no facilitan, y que incluso entorpecen en ocasiones, ese encuentro con Cristo. Lejos de dejarnos arrastrar por un ambiente más o menos extendido, la elección del lugar de vacaciones, el programa de un viaje, la actividad de un fin de semana que tengamos oportunidad de dedicar al descanso debe estar orientada por esta perspectiva: para el descanso nos sirve la misma norma que para el trabajo: amar a Dios y al prójimo. Convendrá evitar estar pendiente de uno mismo, y buscar la unión con el Señor; siempre es tiempo de preocuparse por los demás, de atenderlos, de ayudarles, de interesarnos por sus aficiones. Siempre es tiempo de amar. El Amor no admite espacios en blanco. Jesús descansó por motivos de obediencia a la ley de Moisés, de exigencias familiares, de amistad o de fatiga..., como cualquier persona. Nunca lo hizo por haberse cansado de servir a los demás. Jamás se aisló y se mostró inasequible, como quien dijese: «¡Ahora me toca a mí!». Nunca hemos de movernos por miras egoístas; tampoco a la hora de parar y recuperar fuerzas. En esos momentos también estamos junto a Dios; no es un tiempo pagano, ajeno a la vida interior.
El Señor nos deja en el Evangelio de la Misa una muestra muy particular de amor: preocuparse por la fatiga y la salud de quienes viven a nuestro lado. Y, junto al pozo de Sicar, extenuado, nos dio un formidable ejemplo: no dejó pasar la oportunidad de hacer apostolado, de convertir a la mujer samaritana. Y esto, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos. Cuando hay amor, ni el agotamiento es excusa para no hacer apostolado.
1 Mc 6, 30-31. — 2 Cfr. Jn 4, 6. — 3 Cfr. Mc 4, 38. — 4 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 732. — 5 Mt 11, 28. — 6 Cfr. Jn 4, 8 ss. — 7 G. Chevrot, El pozo de Sicar, p. 25. — 8 Gal 6, 2. — 9 Conc. Vat. II, Cont. Gaudium et spes, 61. — 10 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 137. — 11 Ídem, Camino, n. 357. — 12 Cfr. Juan Pablo II, Ángelus 20-VII-1980.
Evangelio del sábado: el descanso de los apóstoles
Comentario del sábado de la 4.ª semana del tiempo ordinario. “Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco”. El descanso de los apóstoles es un tiempo necesario para estar a solas con Jesús.
04/02/2023
Evangelio (Mc 6,30-34)
En aquel tiempo, reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice:
— Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco.
Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos. Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron. Y desde todas las ciudades, salieron deprisa hacia allí por tierra y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
Comentario
Los apóstoles vuelven de la misión encomendada por el Señor. Después de unas semanas predicando y curando a los enfermos, podemos imaginar con qué entusiasmo le contarían al Maestro los frutos abundantes de su trabajo. En otra ocasión, san Lucas nos dice que los discípulos enviados por Jesús “volvieron llenos de alegría” (Lc 10,17).
Es una experiencia en la vida de los cristianos de todos los tiempos: contemplar las maravillas, a veces escondidas, que Dios cumple a través de esos pobres instrumentos que somos.
Jesús estaría contento de escuchar a los apóstoles contar sus aventuras por las ciudades y los pueblos de Palestina y, al verlos cansados, les propuso ir a descansar un poco.
Seguramente este descanso, que no fue el único durante esos años, consistiría en un plan concreto: un paseo o una comida especial, tal vez con un buen vino. Pero sobre todo se trataba de estar a solas con el Señor, una tertulia con Él.
Cuenta el evangelio de Lucas que un día Jesús “estaba haciendo oración a solas, y se encontraban con él los discípulos” (Lc 9,18). Es una frase curiosa porque nos muestra al Señor en una soledad compartida. Para los que buscan vivir en la presencia de Dios no existe la completa soledad, porque siempre estamos con Él. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).
Y esto nos recuerda que el verdadero descanso, necesario y a veces indispensable, no puede ser egoísta ni solitario, porque siempre es una relación, con Dios y con los demás.
Llegados al destino de este momento de descanso con sus apóstoles, Jesús se encuentra otra vez con la multitud que le seguía constantemente, “se llenó de compasión por ella” y se puso a enseñarles muchas cosas.
La breve excursión de los Doce con el Maestro ha sido una verdadera clase sobre el estilo de vida de un apóstol de Cristo, que según San Josemaría se manifiesta en tres “síntomas”: “hambre de tratar al Maestro, preocupación constante por las almas y perseverancia que nada hace desfallecer” (Camino, 934).
“Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?”
Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!" (Camino, 91)
4 de febrero
Una oración al Dios de mi vida (Ps XLI, 9.). Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche (Ps I, 2.). Por la mañana pienso en ti (Cfr. Ps LXII, 7.); y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso (Cfr. Ps CXL, 2.). Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración (Cfr. Dt VI, 6 y 7.).
(...) La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera –¡tan solo!– desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones –aun las más pequeñas– se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor –y es un camino para todos, no una senda para privilegiados–, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios. (Es Cristo que pasa, 119)
Viaje apostólico del Santo Padre a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur
Tras haber ido ayer a la basílica romana de Santa María La Mayor para encomendar este nuevo viaje apostólico a la Salus Populi Romani, el Papa Francisco comenzó esta mañana su viaje pastoral y ecuménico a la República Democrática del Congo y, en su segunda etapa, a Sudán del Sur. Textos actualizados el viernes a las 9:00.
03/02/2023
Martes, 31 de enero de 2023
Miércoles, 1 de febrero de 2023
Santa Misa en el Aeropuerto de Ndolo, Kinshasa
Encuentro con las víctimas del este del país en la Nunciatura Apostólica
Encuentro con los representantes de algunas obras caritativas en la Nunciatura Apostólica
Jueves, 2 de febrero de 2023
Encuentro con los jóvenes y los catequistas en el Estadio de los Mártires
Encuentro de oración con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas en la Catedral de Nuestra Señora del Congo
Viernes, 3 de febrero de 2023
Encuentro con los obispos en la sede de la CENCO
Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el jardín del Palacio Presidencial (Yuba)
Sábado, 4 de febrero de 2023
Encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas en la Catedral de Santa Teresa
Encuentro con los desplazados internos en la “Freedom Hall”
Oración ecuménica en el Mausoleo John Garang
Domingo, 5 de febrero de 2023
Santa Misa en el Mausoleo John Garang
Martes, 31 de enero de 2023
Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el jardín del Palacio de la Nación de Kinshasa
Señor Presidente de la República,
ilustres Miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
distinguidas Autoridades religiosas y civiles,
insignes Representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura,
señoras y señores:
Los saludo cordialmente, agradeciendo al Sr. Presidente las palabras que me ha dirigido. Me siento feliz de estar aquí, en esta tierra tan bella, grandiosa, exuberante, que abarca al norte la selva ecuatorial, al centro y hacia el sur altas mesetas y sabanas boscosas, al este colinas, montañas, volcanes y lagos, y al oeste grandes caudales, con el río Congo que confluye en el océano. En su país, que es como un continente dentro del gran continente africano, parece como si toda la tierra respirara. Pero aunque la geografía de este pulmón verde es muy rica y variada, la historia no ha sido igualmente generosa. La República Democrática del Congo, atormentada por la guerra, sigue sufriendo, dentro de sus fronteras, conflictos y migraciones forzosas, y continúa padeciendo terribles formas de explotación, indignas del hombre y de la creación. Este inmenso país lleno de vida, este diafragma de África, golpeado por la violencia como un puñetazo en el estómago, pareciera desde hace tiempo que está sin aliento. Señor Presidente, usted ha mencionado este genocidio olvidado que está sufriendo la Republica del Congo.
Y mientras ustedes, congoleños, luchan por salvaguardar su dignidad y la integridad territorial frente a los deplorables intentos de fragmentar el país, vengo a encontrarme con ustedes, en nombre de Jesús, como peregrino de reconciliación y de paz. Mucho he deseado estar aquí y por fin he venido para traerles la cercanía, el afecto y el consuelo de toda la Iglesia, y a aprender de vuestro ejemplo de paciencia, de valentía y de lucha.
Quisiera hablarles a través de una imagen que simboliza bien la belleza luminosa de esta tierra: la imagen del diamante. Queridos congoleños y congoleñas, su país realmente es un diamante de la creación; pero ustedes, todos ustedes, son infinitamente más valiosos que cualquier bien que pueda brotar de este suelo fértil. Estoy aquí para abrazarlos y recordarles que tienen un valor inestimable, que la Iglesia y el Papa confían en ustedes; que creen en vuestro futuro, en un futuro que está en vuestras manos y en el que merecen invertir los dones de inteligencia, sagacidad y laboriosidad que poseen. ¡Ánimo, hermano y hermana congoleños! Levántate, vuelve a tomar en tus manos, como un diamante puro, lo que eres, tu dignidad, tu vocación de proteger en armonía y paz la casa que habitas. Revive el espíritu de tu himno nacional, soñando y poniendo en práctica sus palabras: “A través del duro trabajo, construiremos un país más bello que antes; en paz”.
Queridos amigos, los diamantes, que por lo general son raros, aquí abundan. Si esto es cierto respecto a las riquezas materiales ocultas bajo la tierra, lo es mucho más en referencia a las riquezas espirituales contenidas en los corazones. Y es precisamente a partir de los corazones que la paz y el desarrollo siguen siendo posibles porque, con la ayuda de Dios, los seres humanos son capaces de justicia y perdón, de concordia y reconciliación, de compromiso y perseverancia en el aprovechamiento de los talentos que han recibido. Por eso, desde el principio de mi viaje, quisiera hacer un llamamiento: que cada congoleño se sienta llamado a desempeñar su propia tarea. Que la violencia y el odio no tengan ya cabida en el corazón ni en los labios de nadie, porque son sentimientos antihumanos y anticristianos que paralizan el desarrollo y hacen retroceder, hacia un pasado oscuro.
Hablando del desarrollo paralizado y del regreso al pasado, es trágico que estos lugares, y más en general el continente africano, sigan sufriendo diversas formas de explotación. Hay una consigna que brota del inconsciente de tantas culturas y de mucha gente: “África va explotada”, y esto es terrible. Tras el colonialismo político, se ha desatado un “colonialismo económico” igualmente esclavizador. Así, este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en “extranjero” para sus habitantes. El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes. Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca. Sin embargo, este país y este continente merecen ser respetados y escuchados, merecen espacio y atención. No toquen la República Democrática del Congo, no toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear. Que África sea protagonista de su propio destino. Que el mundo recuerde los desastres cometidos a lo largo de los siglos en detrimento de las poblaciones locales y no se olvide de este país y de este continente. Que África, la sonrisa y la esperanza del mundo, adquiera más importancia; que se hable más de ella, que tenga más peso y representación entre las naciones.
Que se abra paso a una diplomacia del hombre para el hombre, de los pueblos para los pueblos, que no tenga como centro el control de las zonas y de los recursos, ni los objetivos de expansión y el aumento de los beneficios, sino las oportunidades de crecimiento de las personas. Mirando a este pueblo, se tiene la impresión de que la comunidad internacional casi se haya resignado a la violencia que lo devora. No podemos acostumbrarnos a la sangre que corre en este país desde hace décadas, causando millones de muertos sin que muchos lo sepan. Que se conozca lo que está pasando aquí. Que los procesos de paz que están en marcha, los cuales aliento con todas mis fuerzas, se apoyen en hechos y que se mantengan los compromisos. Gracias a Dios no faltan quienes contribuyen al bien de la población local y a un desarrollo real a través de proyectos eficaces; y no de intervenciones de mero asistencialismo, sino de planes orientados al crecimiento integral. Expreso mi gratitud a los países y organizaciones que proporcionan una ayuda sustancial en este sentido, contribuyendo a combatir la pobreza y las enfermedades, defendiendo el estado de derecho y promoviendo el respeto de los derechos humanos. Manifiesto mi esperanza de que sigan desempeñando plenamente y con valentía este noble papel.
Volvamos a la imagen del diamante. Una vez tallado, su belleza también deriva de su forma, de sus numerosas caras dispuestas armoniosamente. También este país, adornado por su típico pluralismo, tiene un carácter polifacético. Es una riqueza que hay que cuidar, evitando caer en el tribalismo y la contraposición. Tomar partido obstinadamente por la propia etnia o por intereses particulares, alimentando espirales de odio y violencia, va en detrimento de todos, ya que bloquea la necesaria “química del conjunto”. Hablando de química, es interesante ver que los diamantes están compuestos por simples átomos de carbono que, sin embargo, cuando se unen entre sí de modo diferente, conforman el grafito. En la práctica, la diferencia entre el brillo de un diamante y la opacidad del grafito viene dada por la forma en que cada átomo está dispuesto dentro del retículo cristalino. Dejando de lado la metáfora, el problema no está en la naturaleza de las personas o de los grupos étnicos y sociales, sino en la forma en que deciden estar juntos. La voluntad o no de ayudarse mutuamente, de reconciliarse y empezar de nuevo marca la diferencia entre la oscuridad del conflicto y un futuro brillante de paz y prosperidad.
Queridos amigos, nuestro Padre del cielo quiere que sepamos acogernos como hermanos y hermanas de una misma familia y que trabajemos por un futuro que sea junto con los demás, no contra los demás. «Bintu bantu»: así, con mucha eficacia, uno de vuestros proverbios nos recuerda que la verdadera riqueza son las personas y las buenas relaciones con ellas. De manera especial, las religiones, con su patrimonio de sabiduría, están llamadas a contribuir a ello, en su esfuerzo cotidiano por renunciar a toda agresión, proselitismo y coacción, que son medios indignos de la libertad humana. Cuando se degenera al imponerse, persiguiendo adeptos indiscriminadamente, mediante el engaño o la fuerza, se saquea la conciencia de los demás y se da la espalda al Dios verdadero, porque ―no lo olvidemos― «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Co 3,17) y donde no hay libertad, el Espíritu del Señor no está. En el compromiso por construir un futuro de paz y fraternidad, los miembros de la sociedad civil, algunos de los cuales están presentes, también desempeñan un papel esencial. A menudo han demostrado que saben oponerse a la injusticia y la degradación aún a costa de grandes sacrificios, para defender los derechos humanos, la necesidad de una educación sólida para todos y una vida más digna para cada uno. Agradezco sinceramente a las mujeres y a los hombres de este país, en particular a los jóvenes, que han sufrido en mayor o menor medida por este motivo, y les rindo homenaje.
El diamante, en su transparencia, refracta maravillosamente la luz que recibe. Muchos de ustedes brillan por el papel que desempeñan. Por ello, quienes ostentan responsabilidades cívicas y de gobierno están llamados a actuar con transparencia, ejerciendo el cargo recibido como un medio para servir a la sociedad. De hecho, el poder sólo tiene sentido cuando se convierte en servicio. Qué importante es actuar con este espíritu, huyendo del autoritarismo, del afán de ganancias fáciles y de la avidez del dinero, que el apóstol Pablo llama «la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Y, al mismo tiempo, favorecer la celebración de elecciones libres, transparentes, creíbles; ampliar aún más la participación en los procesos de paz a las mujeres, los jóvenes y los diversos grupos, los grupos marginados; buscar el bien común y la seguridad de la gente por encima de los intereses personales o de grupo; reforzar la presencia del Estado en todo el territorio; hacerse cargo de las numerosas personas desplazadas y refugiadas. No debemos dejarnos manipular ni comprar por quienes quieren mantener al país en la violencia, para explotarlo y hacer negocios vergonzosos; esto sólo trae descrédito y vergüenza, junto con muerte y miseria. En cambio, es bueno acercarse a la gente para darse cuenta de cómo vive. Las personas tienen confianza cuando sienten que quien las gobierna está realmente cercano, no por cálculo ni ostentación, sino por servicio.
En la sociedad, a menudo, son las tinieblas de la injusticia y la corrupción las que oscurecen la luz del bien. Hace siglos, san Agustín, que nació en este continente, ya se preguntaba: «Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala?» (De civitate Dei, IV, 4). Dios está de parte de los que tienen hambre y sed de justicia (cf. Mt 5,6). Es importante no cansarse de promover la ley y la equidad en todos los ámbitos, oponiéndose a la impunidad y a la manipulación de las leyes y de la información.
Un diamante que se extrae de la tierra es genuino, pero está en bruto, necesita ser trabajado. Así también los diamantes más valiosos de la tierra congoleña, que son los hijos de esta nación, deben poder contar con oportunidades educativas sólidas, que les permitan aprovechar al máximo los brillantes talentos que poseen. La educación es fundamental, es la vía hacia el futuro, el camino que hay que tomar para alcanzar la plena libertad de este país y del continente africano. Es urgente invertir en ella para preparar sociedades que sólo se consolidarán si están bien instruidas, que serán autónomas sólo si son plenamente conscientes de sus potencialidades y capaces de desarrollarlas con responsabilidad y perseverancia. Sin embargo, muchos niños no van a la escuela; ¡cuántos, en lugar de recibir una educación digna, son explotados! Demasiados niños mueren, sometidos a un trabajo esclavizador en las minas. Que no se escatimen esfuerzos en denunciar la lacra del trabajo infantil y acabar con ella. ¡Cuántas muchachas son marginadas y vulneradas en su dignidad! Los niños, las niñas, los jóvenes son la esperanza del presente, son la esperanza, ¡no dejemos que sea suprimida, sino cultivémosla con pasión!
El diamante, regalo de la tierra, nos llama al cuidado de la creación, a la protección del medio ambiente. Situada en el corazón de África, la República Democrática del Congo alberga uno de los pulmones verdes más grandes del mundo, que debe preservarse. Como en el caso de la paz y el desarrollo, en este campo también es importante una colaboración amplia y fructífera que permita una intervención eficaz, sin imponer modelos externos que sean más útiles para los que ayudan que para los que son ayudados. Muchos han pedido el compromiso de África y han ofrecido ayuda para combatir el cambio climático y el coronavirus. Sin duda, son oportunidades que hay que aprovechar, pero lo que se necesita sobre todo son modelos sanitarios y sociales que respondan no sólo a las urgencias del momento, sino que contribuyan a un efectivo crecimiento social: hay necesidad de estructuras sólidas y personal honesto y competente, para superar los graves problemas, como el hambre y la enfermedad, que cortan de raíz el desarrollo.
Para finalizar, sabemos que el diamante es el mineral de origen natural con mayor dureza; su resistencia a los agentes químicos es muy alta. La repetición continua de ataques violentos y las muchas situaciones difíciles podrían debilitar la resistencia de los congoleños, socavar su fortaleza, llevarlos al desánimo y a replegarse en la resignación. Pero en nombre de Cristo, que es el Dios de la esperanza, el Dios de todas las posibilidades que siempre da la fuerza para volver a empezar, en nombre de la dignidad y del valor de los diamantes más preciosos de esta tierra, que son sus ciudadanos, quisiera invitarlos a todos a un reinicio social valiente e inclusivo. Lo exige la historia luminosa, aunque herida, del país; lo suplican, sobre todo, los jóvenes y los niños. Estoy con ustedes y acompaño con mi oración y cercanía todos los esfuerzos por un futuro pacífico, armonioso y próspero de este gran país. Que Dios bendiga a toda la nación congoleña.
Miércoles, 1 de febrero de 2023
Santa Misa en el Aeropuerto de Ndolo, Kinshasa
Bandeko, bobóto [Hermanos y hermanas, paz] R/Bondeko [Fraternidad]
Bondéko [Fraternidad] R/ Esengo [Alegría]
Esengo, alegría: la alegría de verlos y encontrarlos es grande; he anhelado mucho este momento —¡nos ha hecho esperar un año!—, ¡gracias por estar aquí!
El Evangelio acaba de decirnos que también la alegría de los discípulos era grande la noche de Pascua, y que esta alegría surgió «cuando vieron al Señor» (Jn 20,20). En ese clima de alegría y asombro, el Resucitado habla a los suyos. ¿Y qué les dice? Ante todo, estas palabras: «¡La paz esté con ustedes!» (v. 19). Es un saludo, pero es más que un saludo: es un envío. Porque la paz, esa paz anunciada por los ángeles en la noche de Belén (cf. Lc 2,14), esa paz que Jesús prometió dejar a los suyos (cf. Jn 14,27), ahora, por primera vez, es entregada solemnemente a los discípulos. La paz de Jesús, que también se nos entrega en cada Misa, es pascual; llega con la resurrección, porque antes el Señor tenía que vencer a nuestros enemigos, el pecado y la muerte, y reconciliar al mundo con el Padre; tenía que experimentar nuestra soledad y nuestro abandono, nuestros infiernos, abrazar y salvar las distancias que nos separaban de la vida y de la esperanza. Ahora, terminadas las distancias entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, la paz de Jesús se da a los discípulos.
Pongámonos, pues, en su lugar. Aquel día estaban completamente aturdidos por el escándalo de la cruz, heridos interiormente por haber abandonado a Jesús, escapando; decepcionados por el desenlace de su historia, temerosos de acabar como él. En ellos había sentimientos de culpa, frustración, tristeza, miedo. Sin embargo, Jesús anuncia la paz mientras el corazón de los discípulos está lleno de escombros; anuncia la vida mientras ellos sienten dentro la muerte. En otras palabras, la paz de Jesús llega en el momento en que todo parecía haber terminado para ellos, en el momento más imprevisto e inesperado, cuando no había atisbos de paz. Así actúa el Señor: nos asombra, nos tiende la mano cuando estamos a punto de hundirnos, nos levanta cuando tocamos fondo. Hermanos, hermanas, con Jesús el mal nunca prevalece, nunca tiene la última palabra. «Porque Cristo es nuestra paz» (Ef 2,14) y su paz triunfa siempre. Por eso, los que pertenecemos a Jesús no podemos dejar que prevalezca en nosotros la tristeza, no podemos permitir que crezca la resignación y el fatalismo. Si a nuestro alrededor se respira este clima, que no sea así para nosotros. En un mundo abatido por la violencia y la guerra, los cristianos hacen como Jesús. Él, casi insistiendo, repitió a los discípulos: ¡La paz, la paz esté con ustedes! (cf. Jn 20,19.21); y nosotros estamos llamados a hacer nuestro y proclamar al mundo este anuncio profético e inesperado del Señor, anuncio de la paz.
Pero, podemos preguntarnos, ¿cómo conservar y cultivar la paz de Jesús? Él mismo nos señala tres fuentes de paz, tres manantiales para seguir alimentándola. Son el perdón, la comunidad y la misión.
Veamos la primera fuente: el perdón. Jesús dice a los suyos: «Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen» (v. 23). Pero antes de dar a los apóstoles el poder de perdonar, los perdona; no con palabras, sino con un gesto, el primero que el Resucitado realiza ante ellos. Dice el Evangelio que Él, «les mostró sus manos y su costado» (v. 20). Es decir, les muestra las llagas, se las ofrece, porque el perdón nace de las heridas. Nace cuando las heridas sufridas no dejan cicatrices de odio, sino que se convierten en un lugar para hacer sitio a los demás y acoger sus debilidades. Entonces las fragilidades se convierten en oportunidades y el perdón en el camino hacia la paz. No se trata de dejarlo todo atrás como si nada hubiera sucedido, sino de abrir a los demás con amor el corazón. Esto es lo que hace Jesús. Ante la miseria de quien lo negó y abandonó, muestra las heridas y abre la fuente de la misericordia. No usa muchas palabras, sino que abre de par en par su corazón herido, para decirnos que Él está siempre herido de amor por nosotros.
Hermanos, hermanas, cuando la culpa y la tristeza nos oprimen, cuando las cosas no van bien, sabemos dónde mirar: a las llagas de Jesús, dispuesto a perdonarnos con su amor herido e infinito. Él conoce tus heridas, conoce las heridas de tu país, de tu gente, de tu tierra. Son heridas que queman, continuamente infectadas por el odio y la violencia, mientras que la medicina de la justicia y el bálsamo de la esperanza parecen no llegar nunca. Hermano, hermana, Jesús sufre contigo, ve las heridas que llevas dentro y desea consolarte y sanarte, ofreciéndote su Corazón herido. Dios repite a tu corazón las palabras que pronunció hoy por medio del profeta Isaías: «Lo sanaré, lo guiaré y lo colmaré de consuelos» (Is 57,18).
Juntos, hoy creemos que con Jesús siempre tenemos la posibilidad de ser perdonados y volver a empezar, y también la fuerza para perdonarnos a nosotros mismos, a los demás y a la historia. Esto es lo que Cristo desea: ungirnos con su perdón para darnos la paz y el valor de poder también nosotros perdonar; el valor de realizar una gran amnistía del corazón. ¡Cuánto bien nos hace limpiar nuestros corazones de la ira, de los remordimientos, de todo resentimiento y envidia! Queridos amigos y amigas, ¡que hoy sea el momento de gracia para acoger y experimentar el perdón de Jesús! Que sea el momento adecuado para ti, que llevas una pesada carga en el corazón y necesitas que te la quiten para poder volver a respirar. Que sea el momento oportuno para ti, que en este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti el Señor te dice: “Deja las armas, abraza la misericordia”. Y a todos los lastimados y oprimidos de este pueblo les dice: “No teman poner sus heridas en las mías, sus llagas en mis llagas”. Hagámoslo, hermanos y hermanas. No tengan miedo de quitarse el Crucifijo del cuello y de los bolsillos, de tomarlo entre las manos y llevarlo junto al corazón para compartir sus llagas con las de Jesús. Cuando regresen a casa, tomen el Crucifijo que tienen y abrácenlo. Démosle a Cristo la oportunidad de sanar nuestros corazones; pongamos en Él el pasado, todos los miedos y ansiedades. ¡Qué hermoso es abrir las puertas del corazón y del hogar a su paz! ¿Y si escribieran en sus habitaciones, en sus ropas, fuera de sus casas, esas palabras: La paz esté con ustedes? Muéstrenlas, serán una profecía para el país, serán la bendición del Señor sobre aquellos que encuentren. La paz esté con ustedes, dejémonos perdonar por Dios y perdonémonos unos a otros.
Veamos ahora la segunda fuente de paz: la comunidad. Jesús resucitado no se dirige a los discípulos individualmente, sino que se reúne con ellos; les habla en plural, y a la primera comunidad le entrega su paz. No hay cristianismo sin comunidad, como no hay paz sin fraternidad. Pero, como comunidad, ¿hacia dónde hemos de caminar, hacia dónde hemos de ir para encontrar la paz? Volvamos a mirar a los discípulos. Antes de la Pascua, seguían a Jesús, pero pensaban de forma demasiado humana: esperaban un Mesías conquistador que expulsara a sus enemigos, que hiciera prodigios y milagros, que aumentara su prestigio y su éxito. Pero estos deseos mundanos los dejaron con las manos vacías; es más, le quitaron paz a la comunidad, suscitando discusiones y oposición (cf. Lc 9,46; 22,24). Para nosotros también existe este riesgo; estar juntos, pero caminar por cuenta propia, buscando en la sociedad, y también en la Iglesia, el poder, la carrera, las ambiciones. Sin embargo, de ese modo, en vez de seguir al Dios verdadero, seguimos al propio yo, y terminamos como aquellos discípulos: encerrados en casa, vacíos de esperanza y llenos de miedo y decepción. Pero he aquí que en la Pascua encuentran el camino de la paz gracias a Jesús, que sopla sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Gracias al Espíritu Santo, ya no mirarán lo que les separa, sino lo que los une; ya no irán por el mundo para sí mismos, sino para los demás; no para ganar visibilidad, sino para dar esperanza; no para obtener aprobación, sino para gastar su vida con alegría por el Señor y por los demás.
Hermanos, hermanas, el peligro que tenemos es seguir el espíritu del mundo en lugar del espíritu de Cristo. ¿Y cuál es el camino para no caer en las trampas del poder y del dinero, para no ceder a las divisiones, a las seducciones del carrerismo que corroen a la comunidad; a las falsas ilusiones del placer y de la brujería que llevan a encerrarse en sí mismos? El Señor nos lo sugiere de nuevo a través del profeta Isaías, diciendo «estoy con el contrito y humillado, para reavivar los espíritus humillados, para reavivar los corazones contritos» (Is 57,15). El camino es compartir con los pobres. Este es el mejor antídoto contra la tentación de dividirnos y mundanizarnos. Tener el valor de mirar a los pobres y escucharlos, porque son miembros de nuestra comunidad y no extraños a los que hay que eliminar de la vista y de la conciencia. Abrir el corazón a los demás, en lugar de concentrarlo en los propios problemas o vanidades personales. Recomencemos desde los pobres y descubriremos que todos compartimos la pobreza interior; que todos necesitamos el Espíritu de Dios para liberarnos del espíritu del mundo; que la humildad es la grandeza del cristiano y la fraternidad su verdadera riqueza. Creamos en la comunidad y, con la ayuda de Dios, construyamos una Iglesia vacía de espíritu mundano y llena del Espíritu Santo, libre de riquezas para sí misma y llena de amor fraterno.
Llegamos, en fin, a la tercera fuente de paz: la misión. Jesús dice a los discípulos: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,21). Nos envía como el Padre lo ha enviado a Él. ¿Y cómo lo envió el Padre al mundo? Lo envió a servir y a dar su vida por la humanidad (cf. Mc 10,45), a manifestar su misericordia por cada uno (cf. Lc 15), a buscar a los que están lejos (cf. Mt 9,13). En una palabra, lo envió para todos; no sólo para los justos, sino para todos. En este sentido, resuenan todavía las palabras de Isaías: «¡Paz al que está lejos, paz al que está cerca! […], dice el Señor» (Is 57,19). A los que están lejos, en primer lugar, y a los que están cerca; no sólo a los “nuestros”, sino a todos.
Hermanos, hermanas, estamos llamados a ser misioneros de paz, y esto nos dará paz. Es una decisión; es hacer sitio en nuestros corazones para todos, es creer que las diferencias étnicas, regionales, sociales, religiosas y culturales vienen después y no son obstáculos; que los demás son hermanos y hermanas, miembros de la misma comunidad humana; que cada uno es destinatario de la paz que Jesús ha traído al mundo. Es creer que los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio. Sí, los cristianos, enviados por Cristo, están llamados, por definición, a ser conciencia de paz en el mundo; no sólo conciencias críticas, sino sobre todo testigos del amor; no pretendientes de sus propios derechos, sino de los del Evangelio, que son la fraternidad, el amor y el perdón; no buscadores de sus propios intereses, sino misioneros del amor apasionado que Dios tiene por cada ser humano.
La paz esté con ustedes, dice Jesús hoy a cada familia, comunidad, grupo étnico, barrio y ciudad de este gran país. La paz esté con ustedes. Dejemos que estas palabras de nuestro Señor resuenen, en silencio, en nuestros corazones. Escuchémoslas dirigidas a nosotros y decidamos ser testigos de perdón, protagonistas en la comunidad, personas en misión de paz en el mundo.
Moto azalí na matói ma koyoka [El que tenga oídos para oír] R/Ayoka [Que oiga]
Moto azalí na motema mwa kondima [El que tenga corazón para aceptar] R/Andima [Que acepte]
Encuentro con las víctimas del este del país en la Nunciatura Apostólica
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias. Gracias por la valentía de estos testimonios. Ante la violencia inhumana que han visto con sus ojos y experimentado en su propia carne, nos quedamos impresionados. Sólo cabe llorar, permaneciendo en silencio. Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca; aquí y en otros sitios, muchos de nuestros hermanos y hermanas, hijos de la misma humanidad, son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando. Mi corazón está hoy en el oriente de este inmenso país, que no tendrá paz hasta que la paz no haya llegado allí, a la zona oriental.
Queridos habitantes del este, quiero decirles que estoy cerca de ustedes. Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplazada a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los sobrevivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con ustedes, quisiera traerles la caricia de Dios. Su mirada tierna y compasiva se posa sobre ustedes. Mientras los violentos los tratan como objetos, el Padre que está en los cielos mira su dignidad y le dice a cada uno: «Tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo» (Is 43,4). Hermanos y hermanas, la Iglesia está y estará siempre de vuestra parte. Dios los ama, no se ha olvidado de ustedes, ¡pero que también los hombres se acuerden de ustedes!
En su nombre, junto a las víctimas y a quienes se comprometen por la paz, la justicia y la fraternidad, condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar. Causa vergüenza e indigna saber que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta gente, son alimentadas no sólo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas. Me dirijo al Padre que está en los cielos, que quiere que todos en la tierra seamos hermanos y hermanas. Inclino la cabeza humildemente y, con dolor en el corazón, le pido perdón por la violencia del hombre contra el hombre. Padre, ten piedad de nosotros. Consuela a las víctimas y a los que sufren. Convierte los corazones de los que cometen crueles atrocidades, que deshonran a toda la humanidad. Y abre los ojos de aquellos que los cierran o miran para otro lado ante estas abominaciones.
Se trata de conflictos que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socio-económico, que causan heridas difíciles de sanar. Son luchas en las que se entrecruzan dinámicas étnicas, territoriales y de grupos; conflictos que tienen que ver con la propiedad de la tierra; con la ausencia o la debilidad de las instituciones; con odios en los que se introduce la blasfemia de la violencia en nombre de un dios falso. Pero, sobre todo, es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando.
Dirijo un vehemente llamado a todas las personas, a todas las entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola. Ustedes se están enriqueciendo por medio de la explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes. Escuchen el grito de su sangre (cf. Gn 4,10), presten atención a la voz de Dios, que los llama a la conversión y escuchen la voz de su conciencia: hagan callar las armas, pongan fin a la guerra. ¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!
Queridos hermanos y hermanas, y nosotros, ¿qué podemos hacer? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo actuar para promover la paz? Quisiera humildemente proponerles comenzar de nuevo con dos “no” y dos “sí”.
En primer lugar, no a la violencia, siempre y en cualquier caso, sin condiciones y sin “peros”. ¡No a la violencia! Amar a la propia gente no significa alimentar el odio hacia los demás. Al contrario, querer al propio país supone negarse a ceder ante los que incitan al uso de la fuerza. Es un engaño trágico: el odio y la violencia nunca son aceptables, nunca son justificables, nunca son tolerables, con mayor razón para los cristianos. El odio sólo genera más odio y la violencia, más violencia. Un “no” claro y fuerte también debe decirse a quienes propagan en nombre de Dios esta violencia, este odio. Queridos congoleses, no se dejen seducir por personas o grupos que incitan a la violencia en su nombre. Dios es Dios de la paz y no de la guerra. Predicar el odio es una blasfemia, y el odio siempre corroe el corazón del hombre. El que vive de la violencia, en efecto, nunca vive bien; piensa que salva su vida y, en cambio, es devorado por un torbellino de mal que, llevándolo a combatir a los hermanos y a las hermanas con los que ha crecido y vivido durante años, lo mata por dentro.
Pero para decir verdaderamente “no” a la violencia no es suficiente evitar actos violentos; es necesario extirpar las raíces de la violencia. Pienso en la codicia, en la envidia y, sobre todo, en el rencor. Mientras me inclino con respeto ante el sufrimiento que tantos han padecido, quisiera pedirles a todos que se comporten como nos han sugerido ustedes, testigos valerosos, que tienen la fuerza de desarmar el corazón. Lo pido a todos en nombre de Jesús, que perdonó a quienes le traspasaron las manos y los pies con los clavos, sujetándolo a una cruz; les ruego que desarmen el corazón. Eso no quiere decir dejar de indignarse frente al mal y no denunciarlo, ¡esto es un deber! Tampoco significa impunidad y condonación de las atrocidades, siguiendo adelante como si nada pasara. Lo que se nos pide, en nombre de la paz, en nombre del Dios de la paz, es desmilitarizar el corazón, quitarle el veneno, rechazar el odio, aplacar la avaricia, eliminar el resentimiento. Decir “no” a todo eso pareciera que nos hace débiles, pero en realidad nos hace libres, porque nos da paz. Sí, la paz nace de los corazones, de corazones libres de rencor.
También hay que decir un segundo “no”: no a la resignación. La paz requiere combatir el desaliento, el malestar y la desconfianza, que llevan a creer que es mejor recelar de todos, vivir separados y distantes, en vez de darse la mano y caminar juntos. Nuevamente, en nombre de Dios, reitero la invitación para que cuantos viven en la República Democrática del Congo no bajen los brazos, sino que se esfuercen por construir un mundo mejor. Un futuro de paz no caerá del cielo, pero será posible si se destierra de los corazones el fatalismo resignado y el miedo de involucrarse con los demás. Un futuro diferente llegará, si es para todos y no para algunos, si es en favor de todos y no contra algunos. Un futuro nuevo llegará, si el otro, sea tutsi o hutu, ya no es más un adversario o un enemigo, sino un hermano y una hermana en cuyo corazón es necesario creer que existe, aun escondido, el mismo deseo de paz. ¡También en el este la paz es posible! ¡Creámoslo! Trabajemos por ello, sin delegar el cambio.
El futuro no se puede construir quedándose encerrados en los propios intereses particulares, replegados en los propios grupos, etnias y clanes. Un dicho suajili enseña: «jirani ni ndugu» [el vecino es un hermano]; por tanto, hermano, hermana, todos tus vecinos son tus hermanos, sean burundeses, ugandeses o ruandeses. Somos todos hermanos, porque somos hijos del mismo Padre; así nos enseña la fe cristiana, que profesa gran parte de la población. Entonces, elevemos la mirada al cielo y no permanezcamos prisioneros del temor. El mal que cada uno ha sufrido necesita ser transformado en bien para todos; que el desánimo que paraliza ceda el paso a un ardor renovado, a una lucha indómita por la paz, a valientes propósitos de fraternidad, a la belleza de gritar juntos nunca más: nunca más violencia, nunca más rencor, nunca más resignación.
Y he aquí finalmente los dos “sí” para la paz. Ante todo, sí a la reconciliación. Amigos, es maravilloso lo que están por hacer. Quieren comprometerse y perdonarse mutuamente, y repudiar las guerras y los conflictos para resolver las distancias y las diferencias. Y quieren hacerlo orando juntos, dentro de unos momentos, unidos alrededor del árbol de la cruz, bajo el cual, con gran valentía, desean deponer los signos de la violencia que han visto y sufrido: uniformes, machetes, martillos, hachas, cuchillos. También la cruz era un instrumento de dolor y de muerte, el más terrible en los tiempos de Jesús, pero, atravesado por su amor, se convirtió en instrumento universal de reconciliación, en árbol de vida.
Quisiera decirles: sean también ustedes árboles de vida. Hagan como los árboles, que absorben contaminación y devuelven oxígeno. O, como dice un proverbio: “En la vida haz como la palmera: recibe piedras, entrega dátiles”. Esta es la profecía cristiana: responder al mal con el bien, al odio con el amor, a la división con la reconciliación. La fe lleva consigo una nueva idea de justicia, que no se conforma con castigar y renunciar a la venganza, sino que quiere reconciliar, desactivar nuevos conflictos, extinguir el odio, perdonar. Y todo esto es más poderoso que el mal. ¿Saben por qué? Porque transforma la realidad desde dentro en vez de destruirla desde fuera. Sólo así se derrota el mal, precisamente como hizo Jesús en el árbol de la cruz, tomándolo sobre sí y transformándolo con su amor. De ese modo, el dolor se convirtió en esperanza. Amigos, sólo el perdón abre las puertas al mañana, porque abre las puertas a una justicia nueva que, sin olvidar, rompe el círculo vicioso de la venganza. Reconciliarse significa generar el mañana, creer en el futuro en vez de quedarse anclados en el pasado, apostar por la paz en lugar de resignarse a la guerra, huir de la prisión de las propias razones para abrirse a los demás y disfrutar juntos la libertad.
Finalmente, el último “sí”, decisivo: sí a la esperanza. Si se representase la reconciliación como un árbol, como una palmera que da frutos, la esperanza sería el agua que la hace fecunda. Esta esperanza tiene una fuente y esta fuente tiene un nombre, que quiero proclamar aquí con ustedes: ¡Jesús! Jesús: con Él, el mal ya no tiene la última palabra sobre la vida; con Él, que ha hecho de un sepulcro —final del trayecto humano—, el inicio de una historia nueva, siempre se abren nuevas posibilidades. Con Él, cada tumba puede transformarse en una cuna, cada calvario en un jardín pascual. Con Jesús nace y renace la esperanza; para quien ha sufrido el mal e, incluso, para quien lo ha cometido. Hermanos y hermanas del oriente del país, esta esperanza es para ustedes, tienen derecho a ella. Pero también es un derecho que debe ser conquistado. ¿Cómo? Sembrándola cada día, con paciencia. Vuelvo a la imagen de la palmera. Un refrán dice: «Cuando comes el coco, ves la palmera, pero el que la plantó volvió a la tierra hace mucho tiempo». En otras palabras, para conquistar los frutos esperados es necesario trabajar con el mismo espíritu de los que plantan palmeras, pensando en las generaciones futuras y no en los resultados inmediatos. Sembrar el bien hace bien, libera de la lógica estrecha del beneficio personal y regala a cada día su razón; aporta a la vida el aliento de la gratuidad y nos asemeja a Dios, sembrador paciente que esparce esperanza sin cansarse nunca.
Hoy agradezco y bendigo a todos los sembradores de paz que trabajan en el país; a las personas y a las instituciones que se prodigan en la ayuda y la lucha por las víctimas de la violencia, la explotación y los desastres naturales; a las mujeres y los hombres que están aquí animados por el deseo de promover la dignidad de la gente. Algunos perdieron la vida mientras servían a la paz, como el embajador Luca Attanasio, el guardia Vittorio Iacovacci y el conductor Mustapha Milambo, asesinados hace dos años en el este del país. Eran sembradores de esperanza y su sacrificio no se perderá.
Hermanos, hermanas, hijos e hijas de Ituri, de Kivu del Norte y del Sur, estoy con ustedes, los abrazo y los bendigo a todos. Bendigo a cada niño, adulto, anciano, a cada persona herida por la violencia en la República Democrática del Congo, en particular a cada mujer y a cada madre. Y rezo para que la mujer, toda mujer, sea respetada, protegida, valorada. Agredir a una mujer y a una madre es hacérselo a Dios mismo, que tomó de una mujer la condición humana, de una madre. Que Jesús, nuestro hermano, Dios de la reconciliación que plantó el árbol de la vida de la cruz en el corazón de las tinieblas del pecado y del sufrimiento, Jesús, Dios de la esperanza que cree en ustedes, en su país y en su futuro, bendiga a todos ustedes y los consuele; que derrame la paz en sus corazones, en sus familias y en toda la República Democrática del Congo. Gracias.
Encuentro con los representantes de algunas obras caritativas en la Nunciatura Apostólica
Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con afecto y les agradezco los cantos, los testimonios y las cosas que me han contado; pero, sobre todo, gracias por todo lo que hacen. En este país, donde hay tanta violencia, que retumba como el estruendo ensordecedor de un árbol que es derribado, ustedes son el bosque que crece todos los días en silencio y hace que la calidad del aire mejore, que se pueda respirar. Es verdad, hace más ruido el árbol que cae, pero Dios ama y cultiva la generosidad que germina en el silencio, dando fruto; y posa su mirada, con alegría, en quien se pone al servicio de los necesitados. Así crece el bien, en la sencillez de manos y corazones abiertos a los demás; en la valentía de los pasos pequeños que se dan para acercarse a los más débiles en el nombre de Jesús. Es muy cierto aquel proverbio que citó Cecilia: “Mil pasos comienzan siempre por el primero”.
Me sorprendió una cosa, y es que no me refirieron simplemente los problemas sociales ni enumeraron muchos datos sobre la pobreza, sino que sobre todo hablaron de los pobres con cariño. Hablaron de ustedes y de personas que no conocían antes, y que ahora son para ustedes familiares, con nombres y rostros. Gracias por esta mirada que sabe reconocer a Jesús en sus hermanos más pequeños. Hay que buscar y amar al Señor en los pobres y, como cristianos, tenemos que estar atentos si nos alejamos de ellos, porque hay algo que no está bien cuando un creyente mantiene a distancia a los predilectos de Cristo.
Hoy, mientras tantos los descartan, ustedes los abrazan; mientras que el mundo los explota, ustedes los promueven. La promoción contra la explotación, este es el bosque que crece mientras que la deforestación del descarte hace estragos violentamente. Yo quisiera darle voz a lo que ustedes hacen, favorecer el crecimiento y la esperanza en la República Democrática del Congo y en este continente. He venido aquí animado por el deseo de dar voz a quien no la tiene. Cuánto quisiera que los medios de comunicación social dieran más espacio a este país y a toda África; que se conozcan los pueblos, las culturas, los sufrimientos y las esperanzas de este joven continente del futuro. Se descubrirán inmensos talentos e historias de verdadera grandeza humana y cristiana; historias nacidas en un clima auténtico, que conoce bien el respeto por los más pequeños, por los ancianos y por la creación.
Es bueno darles voz aquí en la Nunciatura, porque las Representaciones Pontificias, las “casas del Papa” diseminadas por el mundo, son y deben ser amplificadores de promoción humana, centros de caridad, en primera línea en la diplomacia de la misericordia, favoreciendo ayudas concretas y promoviendo redes de cooperación. Esto ya se hace, discretamente, en tantas partes del mundo, y aquí desde hace mucho tiempo. Esta casa es una presencia cercana desde hace décadas. Inaugurada hace noventa años como Delegación Apostólica, está por celebrar, dentro de pocos días, el sexagésimo aniversario de haber sido elevada a Nunciatura.
Hermanos y hermanas que aman este país y se dedican a su gente, todo lo que hacen es maravilloso, aunque no es para nada sencillo. Dan ganas de llorar al escuchar historias como las que me han contado, sobre personas que sufren por la indiferencia generalizada que las entregó a una vida errante, que las llevó a vivir en las calles, exponiéndose al riesgo de violencia física y de abusos sexuales, y también a ser acusadas de brujería, cuando sólo necesitan amor y cuidados. Me conmovió lo que me dijiste tú, Tekadio, que a causa de la lepra te sientes aún hoy, en el 2023, “discriminado, observado con desprecio y humillado”, mientras que la gente, con una mezcla de vergüenza, de incomprensión y de miedo, se apura a limpiar incluso ahí por donde pasó simplemente tu sombra. La pobreza y el rechazo ofenden al hombre, desfiguran su dignidad; son como ceniza que apaga el fuego que se lleva por dentro. Sí, cada persona, en cuanto creada a imagen de Dios, resplandece con un fuego luminoso, pero sólo el amor quita la ceniza que lo cubre. Sólo devolviendo la dignidad se restituye la humanidad. Me ha entristecido escuchar que también aquí, como en muchas partes del mundo, niños y ancianos son descartados. Además de escandaloso, esto es nocivo para la sociedad entera, que se construye precisamente a partir del cuidado de los ancianos y de los niños, de las raíces y del futuro. Recordemos que un desarrollo verdaderamente humano no puede estar privado de memoria y de futuro. La memoria, llevada por los ancianos; el futuro, llevado por los jóvenes.
Hermanos, hermanas, hoy quisiera compartir con ustedes y, por medio de ustedes, con los numerosos operadores de bien en este gran país, dos preguntas. En primer lugar, ¿vale la pena? ¿Vale la pena comprometerse frente a un océano de necesidades en constante y dramático aumento? ¿No sería trabajar en vano, además de ser muchas veces desalentador? Nos ayuda lo que dijo sor María Celeste: “A pesar de nuestra pequeñez, el Señor crucificado desea tenernos a su lado para sostener el drama del mundo”. Es verdad, la caridad sintoniza con Dios y Él nos sorprende con prodigios inesperados que se realizan por medio de quien ama. Sus historias son ricas de acontecimientos impresionantes, conocidos por el corazón de Dios e imposibles para las solas fuerzas humanas. Pienso en lo que nos contaste tú, Pierre, al decir que en el desierto de la impotencia y de la indiferencia, en el mar del dolor, junto con tus amigos, descubriste que Dios no los había olvidado, porque les envió personas que no se dieron la vuelta cruzando la calle donde estaban. Así, en sus rostros ustedes descubrieron el de Jesús y ahora quieren hacer lo mismo por los demás. El bien es así, es difusivo, no se deja paralizar por la resignación ni por las estadísticas, sino que invita a donar a los demás cuanto se ha recibido gratuitamente. Recibo y doy. Se necesita que principalmente los jóvenes vean esto: rostros que superan la indiferencia mirando a las personas a los ojos; manos que no empuñan armas ni manipulan dinero, sino que se extienden hacia quien está en el suelo y lo levantan a su dignidad, a la dignidad de hija e hijo de Dios. Sólo en un caso es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo: para ayudarla a levantarse. De otra manera, no se puede mirar nunca a una persona desde arriba hacia abajo.
Por tanto, vale la pena, y es un buen signo que las autoridades, por medio de los recientes acuerdos con la Conferencia Episcopal, hayan reconocido y valorado la obra de quienes se comprometen en el campo social y caritativo. Ciertamente, eso no significa que se pueda delegar sistemáticamente al voluntariado el cuidado de los más frágiles, ni el esfuerzo en la asistencia sanitaria y en la educación. Son tareas prioritarias de quien gobierna, con la atención puesta en garantizar los servicios básicos también a la población que vive lejos de los grandes núcleos urbanos. Al mismo tiempo, los creyentes en Cristo nunca deben mancillar el testimonio de la caridad, que es testimonio de Dios, buscando privilegios, prestigio, visibilidad o poder. Esto es una cosa fea, que no se debe hacer nunca. No, los medios, los recursos y los buenos resultados son para los pobres, y quien se ocupa de ellos siempre está llamado a recordar que el poder es servicio y que la caridad no lleva a dormirse en los laureles, sino que requiere urgencia y concreción. En este sentido, entre las muchas cosas por hacer, quisiera subrayar un reto que compete a todos y en gran medida a este país. Lo que causa la pobreza no es tanto la ausencia de bienes o de oportunidades, sino su distribución no equitativa. El que pertenece a una clase acomodada, en particular si es cristiano, está llamado a compartir lo que posee con quien está privado de lo necesario, más aún si pertenece al mismo pueblo. No se trata de una cuestión de bondad, sino de justicia. No es filantropía, es fe. Porque, como dice la Escritura, «la fe sin obras está muerta» (St 2,26).
Un segundo interrogante, justamente sobre el deber y sobre la urgencia del bien, es ¿cómo realizarlo? ¿Cómo hacer caridad, qué criterios seguir? A este respecto, quisiera ofrecerles tres ideas sencillas. Son aspectos que las instituciones caritativas aquí operantes ya conocen, pero hace bien recordarlos, para que el servicio a Jesús en los pobres sea un testimonio cada vez más fecundo.
Antes que nada, la caridad requiere ejemplaridad. De hecho, no es sólo una cosa que se hace, sino que es expresión de aquello que se es. Se trata de un estilo de vida, de vivir el Evangelio. Por tanto, se necesita credibilidad y transparencia. Pienso en la gestión financiera y administrativa de los proyectos, pero también en el compromiso por ofrecer servicios adecuados y cualificados. Justamente este es el espíritu que caracteriza tantas obras eclesiales de las que este país se ve beneficiado y que han marcado su historia. ¡Que siempre haya ejemplaridad!
En segundo lugar, la amplitud de miras, es decir, el saber mirar hacia adelante. Es fundamental que las iniciativas y las obras de bien, además de que respondan a las exigencias inmediatas, sean sostenibles y duraderas; no simplemente asistencialistas, sino realizadas sobre la base de lo que realmente se puede hacer y con una perspectiva a largo plazo, para que perduren en el tiempo y no terminen con quien las comenzó. En este país, por ejemplo, hay un suelo increíblemente fecundo, una tierra extremadamente fértil. La generosidad de quien ayuda no puede dejar de abrazar esta característica, para favorecer el desarrollo interno de quienes habitan esta tierra, para enseñarles a cultivarla, dando vida a proyectos de desarrollo que pongan el futuro en sus manos. Más que distribuir bienes, lo cual será siempre necesario, es mejor transmitir conocimientos y herramientas que hagan el desarrollo autónomo y sostenible. A este respecto, pienso también en el gran aporte que ha ofrecido la asistencia sanitaria católica, que, en este país, como en muchos otros del mundo, da alivio y esperanza a la población, saliendo al encuentro de los que sufren, con gratuidad y con seriedad, buscando siempre —tal como debe ser— socorrer con instrumentos modernos y adecuados.
Ejemplaridad, amplitud de miras y, finalmente, el tercer elemento: conexión. Hermanos y hermanas, es necesario crear una red, no sólo virtualmente, sino concretamente, tal como sucede en este país en la sinfonía de vida del gran bosque y de su variada vegetación. Crear una red, es decir, trabajar cada vez más juntos, estar en constante sinergia entre ustedes, en comunión con las Iglesias locales y con el territorio. Trabajar en red, cada uno, con su propio carisma, pero juntos, relacionados, compartiendo los asuntos urgentes, las prioridades, las necesidades, sin cerrazones ni autorreferencialidad, prontos para apoyar a otras comunidades cristianas y a otras religiones, así como a muchos organismos humanitarios presentes. Todo por el bien de los pobres. Crear una red con todos.
Queridos hermanos y hermanas, les dejo estos puntos y les agradezco lo que han depositado el día de hoy en mi corazón. Sí, muchas gracias porque me han conmovido el corazón. Ustedes valen mucho. Los bendigo y les pido, por favor, que sigan rezando por mí, porque lo necesito. Gracias.
Jueves, 2 de febrero de 2023
Encuentro con los jóvenes y los catequistas en el Estadio de los Mártires
Gracias por el cariño, por la danza y por sus palabras. Estoy feliz de haberlos mirado a los ojos, de haberlos saludado y bendecido mientras festejaban levantando sus manos al cielo.
Ahora quisiera pedirles, por unos instantes, no me miren a mí, sino miren sus manos. Abran las palmas de las manos, mírenlas atentamente. Amigos, Dios ha puesto en sus manos el don de la vida, el futuro de la sociedad y de este gran país. Hermano, hermana, ¿tus manos te parecen pequeñas y débiles, vacías e inadecuadas para tareas tan grandes? Quisiera llamar tu atención sobre un detalle: todas las manos son similares, pero ninguna es igual a la otra; nadie tiene unas manos iguales a las tuyas, por eso eres un tesoro único, irrepetible e incomparable. Nadie en la historia puede sustituirte. Pregúntate entonces, ¿para qué sirven mis manos?, ¿para construir o para destruir, para dar o para acaparar, para amar o para odiar? Ves, puedes apretar la mano y cerrarla, y se vuelve un puño; o puedes abrirla y ponerla a disposición de Dios y de los demás. Esta es la decisión fundamental, desde tiempos antiguos, desde Abel, que ofreció con generosidad los frutos de su trabajo, mientras Caín «se abalanzó sobre su hermano y lo mató» (Gn 4,8). Joven que sueñas con un futuro distinto, de tus manos nace el mañana, de tus manos puede llegar la paz que falta en este país. Pero, concretamente, ¿qué es lo que hay que hacer? Quisiera sugerirles algunos “ingredientes para el futuro”, cinco, que pueden asociar a los dedos de la mano.
Al pulgar, el dedo más cercano al corazón, corresponde la oración, que hace latir la vida. Puede parecer una realidad abstracta, lejana de los problemas tangibles. Sin embargo, la oración es el primer ingrediente, el más esencial, porque nosotros solos no somos capaces. No somos omnipotentes y, cuando alguien cree que es así, fracasa miserablemente. Es como un árbol arrancado que, aunque sea grande y robusto, no se mantiene en pie por sí mismo. Por eso, es necesario enraizarse en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios, que nos permite crecer cada día en profundidad, dar fruto y transformar la contaminación que respiramos en oxígeno vital. Para conseguirlo, cada árbol necesita un elemento simple y esencial, el agua. Y es así, la oración es “el agua del alma”, es humilde, no se ve, pero da vida. Quien reza, madura interiormente y sabe levantar la mirada hacia lo alto, acordándose que fue hecho para el cielo.
Hermano, hermana, es necesaria la oración, una oración viva. No te dirijas a Jesús como a un ser lejano y distante al que hay que tenerle miedo, sino como al mejor de los amigos, que dio la vida por ti. Él te conoce, cree en ti y te ama, siempre. Mirándolo clavado en la cruz para salvarte, comprendes cuánto vales para Él. Y puedes confiarle tus propias cruces, tus temores, tus afanes, arrojándolas sobre su cruz. Los abrazará. Lo hizo ya hace dos mil años y aquella cruz, que hoy soportas, era ya parte de la suya. No tengas miedo de tomar entre las manos el crucifijo y apretarlo contra tu pecho, derramando tus lágrimas sobre Jesús. Y no te olvides mirar su rostro, el rostro de un Dios joven, vivo, resucitado. Sí, Jesús ha vencido el mal, hizo de la cruz un puente hacia la resurrección. Entonces, levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón. Cuéntale acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país. Dios ama esta oración viva, concreta, hecha con el corazón. Le permite intervenir, entrar en los pliegues de la vida de un modo especial, llegar con su “fuerza de paz”, que tiene un nombre. ¿Saben cuál es? El Espíritu Santo, aquel que consuela y da la vida. Él es el motor de la paz, es la verdadera fuerza de la paz. Por eso la oración es el arma más potente que existe. Te trasmite el consuelo y la esperanza de Dios. Te abre siempre nuevas posibilidades y te ayuda a vencer los miedos. Sí, quien reza supera el miedo y se hace cargo de su propio futuro. ¿Creen esto? ¿Quieren elegir la oración como su secreto; como el agua del alma; como la única arma que llevarán con ustedes; como compañera de viaje cada día?
Miremos ahora el segundo dedo, el índice. Con este indicamos algo a los demás. Los otros, la comunidad, este es el segundo ingrediente. Amigos, no dejen que su juventud se estropee por la soledad y el aislamiento. Piénsense siempre juntos y serán felices, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada. Las decisiones individualistas, en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior. Piensen en la droga; te esconde de los demás, de la verdadera vida, para hacerte sentir omnipotente, pero al final te encuentras despojado de todo. Piensen también en la dependencia del ocultismo y de la brujería, que te atrapan en las garras del miedo, de la venganza y de la rabia. No se dejen encantar por esos falsos paraísos egoístas, construidos en base a la apariencia, los beneficios fáciles o unas religiosidades desviadas.
Y cuídense de la tentación de señalar a alguien con el dedo, de excluir a otro porque tenga un origen distinto al de ustedes, del regionalismo, del tribalismo, que parecen fortalecerlos en su grupo y, en cambio, representan la negación de la comunidad. ¿Saben cómo sucede esto? Primero se cree en los prejuicios sobre los demás, después se justifica el odio y, por tanto, la violencia, y al final nos encontramos en medio de la guerra. Pero —me pregunto— ¿has hablado alguna vez con las personas de los otros grupos o has estado siempre encerrado en el tuyo? ¿Has escuchado alguna vez las historias de los otros?, ¿te has acercado a sus sufrimientos? Cierto, es más fácil condenar a alguien que entenderlo; pero el camino que Dios nos indica para construir un mundo mejor pasa por el otro, por el conjunto, por la comunidad. Es hacer Iglesia, ampliar horizontes, ver en cada uno el propio prójimo, hacerse cargo del otro. ¿Ves alguien solo, sufriendo, olvidado? Acércate. No para hacerle ver lo bueno que eres, sino para darle tu sonrisa y ofrecerle tu amistad.
David, dijiste que los jóvenes quieren justamente estar conectados con los demás, pero que las redes sociales a veces los confunden. Es verdad, la virtualidad no basta. No podemos conformarnos con el mero interactuar con personas lejanas e incluso falsas. La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo. Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen, la mirada está cansada y aburrida. Nada ni nadie puede sustituir la fuerza del grupo, la luz de los ojos, la alegría de compartir. Hablar, escucharse es esencial; mientras que en la pantalla cada uno busca sólo lo que le interesa, ustedes descubran cada día la belleza de dejarse sorprender por los demás, por sus historias y sus experiencias.
Intentemos ahora hacer una prueba de lo que significa formar comunidad. Por unos instantes, por favor, tomen la mano del que está a su lado. Siéntanse una única Iglesia, un único Pueblo. Siente que tu bien depende del bien del otro, que es multiplicado por la comunidad. Siéntete custodiado por el hermano y por la hermana, por alguien que te acepta tal como eres y que quiere cuidar de ti. Y siéntete responsable de los demás, parte viva de una gran red de fraternidad donde nos sostenemos mutuamente y en la que tú eres indispensable. Sí, eres indispensable y responsable para tu Iglesia y tu país; perteneces a una historia más grande, que te llama a ser protagonista, creador de comunión, defensor de fraternidad, indómito soñador de un mundo más unido.
En esta aventura no están solos, toda la Iglesia, esparcida por el mundo, los apoya. ¿Es un desafío difícil? Sí, pero es posible. Tienen también amigos que desde las tribunas del cielo los alientan hacia estas metas. ¿Saben quiénes son? Los santos. Pienso por ejemplo en el beato Isidoro Bakanja, en la beata María Clementina Anuarite, en san Kisito y sus compañeros, testigos de la fe, mártires que no cedieron a la lógica de la violencia, sino que confesaron con la vida la fuerza del amor y del perdón. Sus nombres, escritos en el cielo, permanecerán en la historia, mientras que la cerrazón y la violencia se vuelven siempre en contra de quienes las comenten. Sé que muchas veces han demostrado que saben levantarse para defender, incluso a costa de grandes sacrificios, los derechos humanos y la esperanza en una vida mejor para todos en el país. Les agradezco por esto y honro la memoria de cuantos —tantos— han perdido la vida o la salud en favor de estas nobles causas. Y los animo a que sigan adelante juntos, sin miedo, como comunidad.
Oración, comunidad, llegamos al dedo central, que se eleva por encima de los otros casi para recordarnos algo imprescindible. Es el ingrediente fundamental para un futuro que esté a la altura de sus expectativas. Es la honestidad. Ser cristianos es testimoniar a Cristo. Por tanto, el primer modo para hacerlo es vivir rectamente, como Él quiere. Eso significa no dejarnos enredar en los lazos de la corrupción. El cristiano no puede más que ser honesto, de lo contrario traiciona su identidad. Sin honestidad no somos discípulos ni testigos de Jesús; somos paganos, idólatras que adoran su propio yo en vez de adorar a Dios, que usan a los demás en lugar de servirlos.
Pero —me pregunto— ¿cómo vencer el cáncer de la corrupción, que parece difundirse sin parar? Nos ayuda san Pablo, con una frase sencilla y genial, que pueden repetir hasta aprenderla de memoria. Es esta: «No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21). No te dejes vencer por el mal, no se dejen manipular por los individuos o los grupos que buscan usarlos para mantener vuestro país en la espiral de la violencia y la inestabilidad, para poder así seguir controlándolo sin tener consideración por nadie. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien, sean ustedes los que transformen la sociedad, los que conviertan el mal en bien, el odio en amor, la guerra en paz. ¿Quieren serlo? Si lo quieren, es posible. ¿Saben por qué? Porque cada uno de ustedes tiene un tesoro que nadie puede robarles. Es vuestra capacidad de decidir. Sí, tú eres las decisiones que tomas y siempre puedes elegir hacer lo correcto. Somos libres para elegir. No permitan que sus vidas sean arrastradas por la corriente contaminada; no se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados.
Recuerdo el testimonio de un joven como ustedes, Floribert Bwana Chui: hace 15 años, con tan solo veintiséis años de edad, fue asesinado en Goma por haber obstruido el paso de productos alimenticios en mal estado, que habrían dañado la salud de la gente. Podía haberlo ignorado, no lo habrían descubierto e incluso se habría beneficiado. Pero, como cristiano, rezó, pensó en los demás y eligió ser honesto, diciendo “no” a la suciedad de la corrupción. Esto significa mantener las manos limpias, mientras que las manos que trafican con dinero se manchan de sangre. Si alguno te intentara sobornar, te prometiera favores y riquezas, no caigas en la trampa, no dejes que te engañen, no permitas que te engulla la ciénaga del mal. No te dejes vencer por el mal, no creas en las tramas oscuras del dinero, que te hundirán en las tinieblas. Ser honestos es resplandecer en el día, es difundir la luz de Dios, es vivir la bienaventuranza de la justicia: vence al mal, haciendo el bien.
Hemos llegado al cuarto dedo, el anular. En él se ponen los anillos nupciales. Pero, si lo piensan, el anular es también el dedo más débil, el que cuesta más trabajo levantar. Nos recuerda que las grandes metas de la vida, el amor en primer lugar, pasan a través de la fragilidad, el esfuerzo y las dificultades. Estos deben vivirse, afrontarse con paciencia y confianza, sin abrumarse por problemas inútiles, como por ejemplo transformar el valor simbólico de la dote en un precio casi de mercado. Pero, en nuestra fragilidad, en las crisis, ¿cuál es la fuerza que nos permite seguir adelante? El perdón. Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita. Es cambiar el curso de la historia. Es levantar al que ha caído. Es aceptar la idea de que nadie es perfecto y que no sólo yo, sino que todos tienen el derecho de empezar de nuevo.
Amigos, para crear un futuro nuevo necesitamos dar y recibir perdón. Esto es lo que hace el cristiano: no ama sólo a aquellos que lo aman, sino que sabe detener con el perdón la espiral de las venganzas personales y tribales. Pienso en el beato Isidoro Bakanja, vuestro hermano, que fue torturado durante mucho tiempo porque no había renunciado a dar testimonio de su piedad y había propuesto el cristianismo a otros jóvenes. No cedió nunca a sentimientos de odio y al dar la vida, perdonó a su verdugo. El que perdona lleva a Jesús también allí donde no lo acogen, introduce el amor donde el amor es rechazado. El que perdona construye el futuro. Pero, ¿cómo conseguir esta capacidad de perdonar? Dejándonos perdonar por Dios. Cada vez que nos confesamos somos nosotros los primeros en recibir esa fuerza que cambia la historia. Dios nos perdona siempre, siempre y de forma gratuita. Y también a nosotros se nos dice, como está escrito en el Evangelio: «Ve, y procede tú de la misma manera» (Lc 10,37). Sigue adelante dejando el rencor, sin veneno ni odio. Sigue adelante haciendo tuyo el estilo de Dios, el único que renueva la historia. Sigue adelante y cree que con Dios siempre se puede empezar de nuevo, siempre se puede perdonar.
Oración, comunidad, honestidad, perdón. Hemos llegado al último dedo, el más pequeño. Tú podrías decir, soy poca cosa y el bien que puedo hacer es una gota en el mar. Pero es precisamente la pequeñez, el hacerse pequeño, lo que atrae a Dios. La palabra clave en este sentido es servicio. El que sirve se hace pequeño. Como una semilla minúscula, parece que desaparece en la tierra y, sin embargo, da fruto. Según nos dice Jesús, el servicio es el poder que transforma el mundo. Por eso, la pequeña pregunta que puedes atarte al dedo cada día es: ¿qué puedo hacer yo por los demás? Es decir, ¿cómo puedo servir a la Iglesia, a mi comunidad, a mi país? Olivier nos dijo que en algunas regiones aisladas son los catequistas los que sirven cotidianamente a las comunidades de fe y que esto en la Iglesia deber ser “una tarea de todos”. Es verdad, y es hermoso servir a los demás, hacerse cargo, hacer algo gratuitamente, como lo hace Dios con nosotros. Yo quisiera agradecerles, queridos catequistas, porque para muchas comunidades ustedes son vitales como el agua; háganlas crecer siempre con la limpidez de su oración y de su servicio. Servir no es permanecer con los brazos cruzados; es ponerse en movimiento. Muchos se movilizan porque son atraídos por su propio interés; ustedes no tengan miedo de movilizarse por el bien, de invertir en el bien, en el anuncio del Evangelio, preparándose de manera apasionada y adecuada, dando vida a proyectos organizados, de largo alcance. Y no tengan miedo de hacer oír sus voces, porque no sólo el futuro, sino también el presente está en sus manos. Sitúense en el centro del presente.
Amigos, les he dejado cinco consejos para distinguir las prioridades entre todas esas voces persuasivas que circulan. En la vida, como en el tránsito urbano, frecuentemente el desorden crea atascos y bloqueos inútiles, que hacen perder tiempo y energías, y alimentan la rabia. Nos hace bien, en cambio, aun en la confusión, tener en el corazón y en la vida puntos fijos, direcciones estables, para dar comienzo a un futuro distinto, sin perseguir los vientos del oportunismo. Queridos amigos, jóvenes y catequistas, les agradezco lo que hacen y lo que son, su entusiasmo, su luz y su esperanza. Quisiera decirles una última cosa: no se desanimen nunca. Jesús cree en ustedes y no los dejará solos. La alegría que tienen hoy cuídenla y no dejen que se apague. Como decía Floribert a sus amigos cuando tenían baja la moral: “Toma el Evangelio y léelo. Te consolará, te dará alegría”. Salgan juntos del pesimismo que paraliza. La República Democrática del Congo espera de sus manos un futuro distinto, porque el futuro está en sus manos. Que su país vuelva a ser, gracias a ustedes, un jardín fraterno, el corazón de paz y de libertad de África. Gracias.
Encuentro de oración con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas en la Catedral de Nuestra Señora del Congo
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos y seminaristas,
queridas consagradas, queridos consagrados: buenas tardes y feliz fiesta.
Me alegra encontrarme con ustedes precisamente hoy, en la fiesta de la Presentación del Señor, día en el cual rezamos de modo especial por la vida consagrada. Todos, como Simeón, esperamos la luz del Señor para que ilumine las oscuridades de nuestra vida y, más aún, todos desearíamos vivir la misma experiencia que él hizo en el Templo de Jerusalén: tomar en brazos a Jesús. Tomarlo en brazos, para poder tenerlo ante los ojos y cerca del corazón. De ese modo, poniendo a Jesús en el centro nos cambia la perspectiva sobre la vida y, aun en medio de trabajos y fatigas, nos sentimos envueltos por su luz, consolados por su Espíritu, animados por su Palabra, sostenidos por su amor.
Digo esto pensando en las palabras de bienvenida pronunciadas por el cardenal Ambongo, las cuales agradezco. Ha hablado de los «enormes desafíos» que se deben afrontar para vivir el compromiso sacerdotal y religioso en esta tierra marcada por «condiciones difíciles y frecuentemente peligrosas», tierra de tanto sufrimiento. Y, sin embargo, como señalaba, también hay mucha alegría en el servicio del Evangelio y son numerosas las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Ahí está la abundancia de la gracia de Dios, que actúa precisamente en la debilidad (cf. 2 Co 12,9) y que los hace capaces, junto a los fieles laicos, de generar esperanza en las circunstancias muchas veces dolorosas, de vuestro pueblo.
Es la fidelidad de Dios la que nos da certeza de que nos acompaña incluso en las dificultades. Él, por medio del profeta Isaías, dice: «Pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa» (43,19). He pensado proponerles algunas reflexiones que nacen, precisamente, de estas palabras de Isaías. Dios abre sus caminos en nuestros desiertos y nosotros, ministros ordenados y personas consagradas, estamos llamados a ser signo de esta promesa y a realizarla en la historia del Pueblo santo de Dios. Pero, concretamente, ¿a qué se nos llama? A servir al pueblo como testigos del amor de Dios. Isaías nos ayuda a comprender de qué manera.
Por boca del profeta, el Señor llega a su pueblo en un momento dramático, mientras los israelitas habían sido deportados a Babilonia y reducidos a la esclavitud. Movido por la compasión, Dios quiere consolarlos. Esta parte del libro de Isaías, efectivamente, es conocida como el “Libro de la consolación”, porque el Señor dirige a su pueblo palabras de esperanza y promesas de salvación. Y lo primero que hace es recordar el vínculo de amor que lo une a su pueblo: «No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán; si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán» (43,1-2). De ese modo, el Señor se revela como Dios de la compasión y nos asegura que nunca nos dejará solos, siempre estará a nuestro lado, siendo refugio y fortaleza en las dificultades. Dios es compasivo. Los tres nombres de Dios, los tres rasgos de Dios son misericordia, compasión y ternura. Porque todos estos nos acercan a Dios: un Dios cercano, compasivo y tierno.
Queridos sacerdotes y diáconos, consagradas y consagrados, seminaristas: a través de ustedes el Señor también hoy quiere ungir a su pueblo con el aceite de la consolación y de la esperanza. Y ustedes están llamados a ser eco de esta promesa de Dios; a recordar que Él nos ha formado y a Él le pertenecemos, a animar la senda de la comunidad; y a acompañarla en la fe al encuentro de Aquel que ya camina junto a nosotros. Dios no permite que las aguas nos sumerjan, ni que el fuego nos abrase. Sintámonos portadores de este anuncio en medio de los sufrimientos de la gente. Esto es lo que significa ser servidores del pueblo: sacerdotes, religiosas, misioneros que han experimentado la alegría del encuentro liberador con Jesús y la ofrecen a los demás. Recordemos que, si vivimos para “servirnos” del pueblo en vez de “servir” al pueblo, el sacerdocio y la vida consagrada se vuelven estériles. No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo, de su amor incondicional; del perdón con el que quiere reconciliarnos; de la compasión con la que quiere hacerse cargo de los pobres. Nosotros fuimos llamados para ofrecer la vida por los hermanos y las hermanas, llevándoles a Jesús, el único que cura las heridas del corazón.
Para vivir de ese modo nuestra vocación siempre tendremos desafíos que afrontar, tentaciones que vencer. Quisiera brevemente detenerme sobre estos tres: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana, la superficialidad.
Ante todo, vencer la mediocridad espiritual. ¿Cómo? La Presentación del Señor, que en el Oriente cristiano se llama la “fiesta del encuentro”, nos recuerda cuál es la prioridad de nuestra vida: el encuentro con el Señor, especialmente en la oración personal, porque la relación con Él es el fundamento de nuestra acción. No olvidemos que el secreto de todo está en la oración, porque el ministerio y el apostolado no son, en primer término, obra nuestra y no dependen sólo de los medios humanos. Y ustedes me dirán: sí, es verdad, pero los compromisos, las urgencias pastorales, los esfuerzos apostólicos, el cansancio amenazan con no dejarnos ni tiempo ni energías suficientes para la oración. Por eso quisiera compartir algunos consejos: en primer lugar, seamos fieles a ciertos ritmos litúrgicos de oración que acompasan la jornada, desde la Misa al breviario. La celebración eucarística cotidiana es el corazón palpitante de la vida sacerdotal y religiosa. La Liturgia de las Horas nos permite rezar con la Iglesia y de forma regular; no la descuidemos nunca. Y tampoco olvidemos la Confesión; siempre necesitamos ser perdonados para poder ofrecer misericordia. Otro consejo: como sabemos, no podemos limitarnos a la mera recitación protocolaria de las oraciones, sino que es necesario reservar cada día un tiempo intenso de oración, para estar con el Señor, corazón con corazón. Un momento prolongado de adoración, de meditación de la Palabra, el santo Rosario; un encuentro íntimo con Aquel que amamos sobre todas las cosas. Además, cuando estamos en plena actividad, recurramos también a la oración del corazón, a breves “jaculatorias” —son un tesoro, las jaculatorias—, palabras de alabanza, de agradecimiento y de invocación que podemos repetir al Señor en cualquier lugar donde nos encontremos. La oración nos hace salir del yo, nos abre a Dios, nos vuelve a poner en pie porque nos pone en sus manos; crea en nosotros el espacio para experimentar la cercanía de Dios, para que su Palabra nos sea familiar y, a través de nosotros, lo sea a todos los que encontramos. Sin la oración no se va lejos. Finalmente, para superar la mediocridad espiritual, no nos cansemos nunca de invocar a la Virgen María, —es nuestra Madre— y de aprender de ella a contemplar y seguir a Jesús.
El segundo desafío es vencer la tentación de la comodidad mundana, de una vida cómoda, en la que se tienen las cosas más o menos resueltas y se sigue adelante por inercia, buscando nuestro confort y dejándonos llevar sin entusiasmo. Pero de este modo se pierde el corazón de la misión, que es salir de los territorios del yo para ir hacia los hermanos y las hermanas ejercitando, en nombre de Dios, el arte de la cercanía. Hay un gran riesgo ligado a la mundanidad, especialmente en un contexto de pobreza y sufrimiento: el de aprovecharse del papel que tenemos para satisfacer nuestras necesidades y nuestras comodidades. Es triste, muy triste cuando nos replegamos en nosotros mismos, convirtiéndonos en fríos burócratas del espíritu. Entonces, en vez de servir al Evangelio, nos preocupamos de gestionar las finanzas y de llevar adelante algún negocio que nos resulte ventajoso. Hermanos y hermanas, es escandaloso cuando esto sucede en la vida de un sacerdote o de un religioso, que, por el contrario, deberían ser modelos de sobriedad y de libertad interior. En cambio, qué hermoso es mantenerse rectos en las intenciones y libres de componendas con el dinero, abrazando con alegría la pobreza evangélica y trabajando junto a los pobres. Y qué hermoso es ser signos luminosos de disponibilidad total al Reino de Dios, viviendo el celibato. No permitamos que esos vicios, los cuales quisiéramos arrancar de los demás y de la sociedad, se encuentren bien arraigados en nosotros. Por favor, estemos alerta a la comodidad mundana.
Por último, el tercer desafío es vencer la tentación de la superficialidad. Dado que el Pueblo de Dios espera ser alcanzado y consolado por la Palabra del Señor, se necesitan sacerdotes y religiosos preparados, formados, apasionados por el Evangelio. Se ha puesto un don en nuestras manos y, de nuestra parte, sería presuntuoso pensar que podemos vivir la misión a la que Dios nos ha llamado sin trabajar cada día en nosotros mismos y sin formarnos de forma adecuada, tanto en la vida espiritual como en la preparación teológica. La gente no necesita funcionarios de lo sagrado o profesionales distantes del pueblo. Estamos obligados a entrar en el corazón del misterio cristiano, a profundizar la doctrina, a estudiar y meditar la Palabra de Dios; y al mismo tiempo a permanecer abiertos a las inquietudes de nuestro tiempo, a las preguntas cada vez más complejas de nuestra época, para poder comprender la vida y las exigencias de las personas; para entender de qué manera tomarlas de la mano y acompañarlas. Por eso, la formación del clero no es opcional. Lo digo a los seminaristas, pero vale para todos: la formación es un camino que debe continuar siempre y para toda la vida. Se llama formación permanente: formación siempre, para toda la vida.
Si queremos servir al pueblo como testigos del amor de Dios, hay que afrontar estos desafíos de los que les he hablado, porque el servicio es eficaz sólo si pasa a través del testimonio. No olviden esta palabra: el testimonio. De hecho, después de haber pronunciado las palabras de consolación, el Señor dice por medio de Isaías: «¿Quién de entre ellos había anunciado estas cosas? ¿Quién nos predijo lo que sucedió en el pasado? Ustedes son mis testigos» (43,9.10). Testigos, porque para ser buenos sacerdotes, diáconos, consagradas y consagrados no son suficientes las palabras y las intenciones; lo que realmente cuenta es la vida misma, la propia vida. Queridos hermanos y hermanas, mirándolos a ustedes doy gracias a Dios, porque son signos de la presencia de Jesús que pasa por los caminos de este país y toca la vida de la gente, las heridas de su carne. Pero todavía se necesitan jóvenes que le digan “sí” al Señor, más sacerdotes y religiosos que dejen trasparentar su belleza con la propia vida.
En sus testimonios me recordaron cuán difícil es vivir la misión en una tierra tan rica de bellezas naturales y recursos, pero herida por la explotación, la corrupción, la violencia y la injusticia. Hablaron también de la parábola del buen samaritano; es Jesús que pasa por nuestros caminos y, especialmente a través de su Iglesia, se detiene y se hace cargo de las heridas de los oprimidos. Queridos hermanos y hermanas, el ministerio al que están llamados es precisamente este: ofrecer cercanía y consolación, como una luz siempre encendida en medio de la oscuridad. Aprendamos del Señor, que siempre está cerca. Y para ser hermanos y hermanas de todos, séanlo en primer lugar entre ustedes. Testigos de fraternidad, jamás en guerra; testigos de paz, aprendiendo a superar también las particularidades de cada cultura y origen étnico, para que, como afirmó Benedicto XVI al dirigirse a los sacerdotes africanos: «vuestro testimonio de vida pacífica, por encima de los confines tribales y raciales, puede tocar los corazones» (Exhort. ap. Africae munus, 108).
Un proverbio dice: «El viento no quiebra lo que sabe plegarse». La historia de muchos pueblos de este continente ha sido, por desgracia, plegada y plagada de heridas y de violencia, y por eso, si hay un deseo que nace del corazón, es el de no tener que hacerlo más; el de no tener que someterse más a la prepotencia de los más fuertes; el de no tener que abajar más la cabeza bajo el yugo de la injusticia. Pero podemos acoger las palabras del proverbio principalmente en sentido positivo: existe un plegarse que no es sinónimo de debilidad, de ser cobarde, sino de fortaleza; que significa ser flexibles, superando los rigorismos; significa cultivar una humanidad dócil, que no se cierre en el odio y en el rencor; significa estar disponibles a dejarnos cambiar, sin obstinarnos en nuestras propias ideas y posiciones. Si nos inclinamos ante Dios, con humildad, Él nos hará como Él, obreros de la misericordia. Cuando permanecemos dóciles en las manos de Dios, Él nos modela y hace de nosotros personas reconciliadas, que saben abrirse y dialogar, acoger y perdonar, poner ríos de paz en las áridas estepas de la violencia. Y, así, cuando soplan, impetuosos, los vientos de los conflictos y de las divisiones, estas personas no pueden ser quebrantadas, porque están llenas del amor de Dios. Sean ustedes también así, dóciles al Dios de la misericordia, sin jamás dejarse quebrantar por los vientos de las divisiones.
Hermanas y hermanos, gracias de corazón, por lo que son y lo que hacen; gracias por el testimonio que dan a la Iglesia y al mundo. No se desanimen, los necesitamos. Ustedes son valiosos, importantes, se lo digo en nombre de toda la Iglesia. Deseo que sean siempre canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio; profecía de paz en las espirales de la violencia; discípulos del Amor dispuestos a curar las heridas de los pobres y de los que sufren. Muchas gracias, hermanas y hermanos, gracias una vez más por su servicio y por su celo pastoral. Los bendigo y los llevo en el corazón. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Muy humanos, muy divinos (XVI): La obediencia, apertura del corazón
Permanecer abiertos a la voz de Dios nos ensancha el corazón; nos permite estar, como Jesús, en las cosas de nuestro Padre.
María y José «iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41). Todos los varones del pueblo de Israel debían hacerlo. Como otras mujeres, María acompañaba a su esposo en este viaje de oración y de recuerdo de los prodigios de Dios en favor de su pueblo. ¿Y Jesús? Es posible que empezara a acompañar a sus padres desde muy pronto. En todo caso, sabemos que viajó con ellos cuando tenía doce años. Y en esa ocasión sucedió algo insólito.
Sorpresa
En el trayecto hacia Jerusalén y durante la estancia en la Ciudad Santa todo transcurrió con normalidad. También fue así durante la primera jornada del regreso; o eso les pareció a María y José, hasta que se dieron cuenta de que el Niño no estaba en la comitiva. Tuvieron que desandar el camino. Tampoco en Jerusalén consiguieron dar con Él. A medida que pasaba el tiempo, su angustia crecía. San Josemaría se imagina a María y a José llorando por la preocupación y la impotencia: ya no sabían qué hacer[1].
Al tercer día se dirigieron una vez más al Templo, probablemente para rezar y ver si podían obtener algún indicio sobre el paradero de Jesús. Quizás alguien, respondiendo a sus pesquisas, les indicó que con los doctores de la Ley había un niño que podía responder a su descripción. Efectivamente, allí lo encontraron y se quedaron maravillados (Lc 2,48).
También quienes oían al Niño estaban asombrados (Lc 2,47), aunque el motivo de su sorpresa era distinto del que provocó la admiración de María y José. Los doctores se asombraban de la sabiduría y de las respuestas de Jesús. Para sus padres esto no era una novedad. Sí lo era, en cambio, la actuación del Señor. De ahí que María pregunte por la razón de tan extraordinario comportamiento: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48).
La respuesta del Señor no es menos sorprendente que su conducta. De hecho, ellos no comprendieron lo que les dijo (cfr. Lc 2,50). Nos interesa profundizar en esa respuesta, porque puede enseñarnos muchas cosas sobre las disposiciones de Jesús, a quien queremos imitar. No nos basta una explicación que banalice el dramatismo del diálogo. Vamos a concentrar, pues, nuestra atención en tres enseñanzas de este evento. Dos de ellas las descubriremos en la actitud del Señor; la tercera, en la reacción de Santa María.
La voluntad del Padre
«¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Desde luego que lo sabían. Con su pregunta, Jesús lo da por supuesto. Simplemente quiere hacer notar la conexión entre un comportamiento que les resultaba sorprendente y el principio que lo hace comprensible y razonable.
Si la respuesta de Jesús dejó perplejos a María y a José, con más motivo la manera de actuar de un cristiano podrá sorprender a veces a quien no ha descubierto aún el amor de Dios, y no aspira por tanto a ser contemplativo, a cultivar un trato intenso y asiduo con Él. Mucho de lo que hace un cristiano le resultará perfectamente razonable a una persona honrada, pero habrá detalles que le parecerán incomprensibles, porque el fin último hacia el que se dirige y desde el que razona es distinto del suyo.
El deseo de estar en las cosas de su Padre guía la vida de Jesucristo: «mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4,34); «Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres Tú» (Mt 26,39)[2].Y guía su vida hasta el fin, hasta la muerte, y «muerte de cruz» (Flp 2,8). Es precisamente ese amor a la voluntad del Padre lo que le da un juicio certero sobre el valor de las realidades humanas: «mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió» (Jn 5,30).
Este criterio es clave para llevar una vida feliz. Dios es bueno, nos ama[3] y desea nuestra felicidad aquí en la tierra, y para siempre en el cielo. Nadie como Él, ni siquiera nosotros mismos, sabe qué contribuye a edificar esa felicidad, a crear en nosotros las condiciones que nos capacitan para descubrir, apreciar y dejarnos conquistar por todo el bien —Dios mismo, el Espíritu Santo— que Él infunde en nosotros.
Amar la voluntad de Dios no consiste en aceptar someterse a unas reglas en vista de un premio que se nos concederá si superamos ciertas pruebas. Consiste más bien en confiar en el amor de Dios y en edificar nuestra vida sobre esa confianza, porque sabemos que el Señor desea compartir con nosotros su felicidad: «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).
En la escena que estamos considerando, Jesús nos recuerda que vale la pena buscar la voluntad de Dios, también si para hacerlo fuese necesario sufrir, e incluso hacer sufrir. Ahora bien, a veces puede resultarnos menos claro cómo realizar en la práctica el deseo de hacer lo que Dios quiere. ¿Cuál es la voluntad de Dios aquí y ahora? Si estamos ante la disyuntiva de robar o respetar la propiedad ajena, o bien de decir la verdad o mentir para obtener una ventaja económica, la respuesta es evidente. Pero hay muchas otras situaciones en las que es más difícil discernir, porque varias de las opciones pueden ser buenas y dudamos de cuál es la preferible en ese caso concreto: la aceptación de un empleo, una compra, un viaje, un plan de descanso, un cambio de nuestro horario habitual, etc.
Podemos pensar en Jesús Niño planteándose qué debía hacer en esa ocasión: ¿me quedo en Jerusalén para aprovechar esta oportunidad, aun cuando ya no tengo ocasión de avisar a mis padres, o he de regresar con ellos y ahorrarles un disgusto? Al tomar su decisión, el Señor nos enseña que en ese juicio nadie nos puede sustituir. Somos nosotros quienes tenemos que enfrentarnos a la situación y decidir: la responsabilidad es toda nuestra.
Naturalmente, esto no supone negar el valor del consejo ajeno. Al contrario. Nadie nos puede sustituir, pero nos pueden ayudar. Basta conocerse un poquito para advertir la propia insuficiencia y el desorden que el pecado original genera en nuestros deseos, razonamientos y comportamientos. Nos damos cuenta de que nuestros sentimientos —amores, miedos— pueden restar objetividad a nuestro juicio, o de que nos pueden faltar datos que quizá solo tengamos si consideramos la situación desde otros puntos de vista. De ahí la importancia de permanecer abiertos a lo que otros ven. Esto, que es tan evidente, a veces es difícil de aceptar; especialmente si el comportamiento sobre el que deliberamos nos atrae o nos cuesta mucho. Por eso resulta esencial la constante disposición de tener en mucho los consejos que recibimos de las personas que nos quieren y tienen la gracia de Dios para ayudarnos; necesitamos valorarlos como una ayuda con la que el Señor cuenta para que sepamos discernir cuál es su voluntad.
«El consejo de otro cristiano (…) es una ayuda poderosa para reconocer lo que Dios nos pide en una circunstancia determinada; pero el consejo no elimina la responsabilidad personal: somos nosotros, cada uno, los que hemos de decidir al fin, y habremos de dar personalmente cuenta a Dios de nuestras decisiones»[4]. Precisamente porque nos interesa hacer por encima de todo la voluntad de Dios, necesitamos el consejo ajeno, que nos ayuda a descubrir nuestros «ángulos ciegos» cuando, en lo grande y en lo pequeño, buscamos respuesta a la pregunta más importante de la vida: Señor, ¿qué quieres de mí?
A veces también podremos recibir indicaciones de parte de quien tiene autoridad para darlas. En esos casos, resulta iluminante la insistencia de san Josemaría en que la obediencia no debe ser ciega, sino siempre inteligente[5]. Obedecer no significa acoger sin reflexión una decisión de otro. La obediencia es inteligente también cuando nuestra razón juzga cuál es la mejor manera de seguir la indicación recibida y hacerla propia. Incluso en los casos en que se nos escapan algunas circunstancias, nuestra obediencia puede seguir siendo inteligente y no ciega.
Señor, ¿qué quieres de mí? Desde este punto de vista, se comprende la grandeza de esta virtud cristiana. Quien obedece no se empequeñece; al contrario, se hace grande por su disposición a hacer lo que Dios quiere, hasta el punto de que desea no engañarse en el momento de discernir cómo ponerlo en práctica. Anhela asemejarse al modo filial en que Jesús desea llevar adelante los planes misericordiosos de su Padre. Por esto, para obedecer hace falta tener un corazón grande, un corazón de hijo; soñar con los sueños de Dios, aspirar a ser la persona feliz que Dios quiere que seamos, desear aventurarnos en sus planes de salvación. La obediencia no es, pues, simple sometimiento, sino apertura; no es renunciar a ver, sino ser capaz de hacerlo también con los ojos de otros que nos quieren y que tienen la gracia de Dios para guiarnos. Es superar, con apertura de mente y de alma, esa tendencia a considerarnos autosuficientes, que a veces nos impide ver las cosas con perspectiva y realismo.
Erat subditus illis
Al final de este episodio, san Lucas resume en muy pocas palabras la larga serie de años que transcurrieron entre este evento y el inicio de la vida pública de Jesús: «les estaba sujeto» (Lc 2,51). Erat subditus illis: san Josemaría descubría en estas tres palabras una de las biografías breves de Jesucristo que nos proporciona la Sagrada Escritura[6].
Y aquí se encuentra la segunda enseñanza que descubrimos en la actitud del Señor: aunque su naturaleza divina le ofreciera motivos más que suficientes para pensar que no le hacía falta dejarse guiar por sus padres, Jesús nos enseña que la autoridad humana —en la familia, en la sociedad, en la Iglesia— se ha de respetar. La necesitamos precisamente porque nos ayuda a descubrir lo que Dios quiere. Naturalmente, la autoridad humana no es infalible y por eso nadie es capaz de transmitirnos, sin más, la voluntad de Dios. Pero tampoco nosotros mismos somos infalibles: a veces podemos engañarnos. De ahí que sea razonable e incluso necesario fiarse de quien tiene autoridad sobre nosotros, si lo que queremos realmente es hacer la voluntad de Dios. Porque, aunque no pueda decirse que la indicación concreta que recibimos se identifique necesariamente con lo que Dios quiere, estamos convencidos de que Dios sí quiere nuestra disponibilidad a secundarla, por amor.
Se entiende así mejor por qué san Josemaría unía el aprecio a la obediencia con el amor a la libertad: «Soy muy amigo de la libertad, y precisamente por eso quiero tanto esa virtud cristiana»[7], la obediencia. Esta afirmación quizá sorprenda a quien se acerque por primera vez a las enseñanzas de san Josemaría. Instintivamente, tendemos a pensar en la obediencia y la libertad como dos enemigos que combaten por dirigir nuestras acciones: si la libertad se impone, parece que la obediencia se anula; si la obediencia prevalece, parece que la libertad retrocede. Esta es, sin embargo, una falacia. Amamos nuestra libertad y no queremos de ningún modo renunciar a ella; deseamos ser plenamente dueños de nuestras acciones justamente para poder hacer, porque nos da la gana, lo que entendemos que Dios quiere. Y es precisamente ahí, a la hora de amar su voluntad, donde la obediencia encuentra su lugar y su razón de ser.
La auténtica obediencia cristiana es siempre obediencia a Dios, y la filiación divina es su soporte, su razón de ser. Así se desprende de la afirmación de san Josemaría apenas citada, que continúa así: «Debemos sentirnos hijos de Dios, y vivir con la ilusión de cumplir la voluntad de nuestro Padre. Realizar las cosas según el querer de Dios, porque nos da la gana, que es la razón más sobrenatural»[8]. Nos ilusiona estar en las cosas de nuestro Padre Dios porque nos da la gana. El criterio de la autoridad humana nos ayuda a descubrir qué quiere Dios para nosotros, es decir, qué significa aquí y ahora lo que profundamente queremos nosotros. E incluso si en alguna ocasión no vemos clara la línea de acción propuesta, debemos confiar en el deseo de ayudarnos que la anima, y seguimos siendo plenamente libres. Esa actitud abierta, esa disponibilidad que echa sus raíces en nuestra libertad de hijos de Dios, refuerza la apertura de nuestra razón, la capacidad valiosísima de dejarnos orientar, de mantenernos abiertos, de ver con los ojos de otros y adoptar un punto de vista distinto del propio: una capacidad que nos interesa enormemente formar.
La obediencia nos ayuda, pues, a realizar lo que profundamente queremos. Si, en cambio, seguir a Jesucristo y estar en las cosas de su Padre —de nuestro Padre— no es nuestro deseo más hondo, el que explica todos los demás, la obediencia pierde su sentido[9] y se ve como enemiga de la libertad, como un obstáculo para hacer lo que queremos.
En la conversación corriente, se suele llamar obediencia al hecho de poner por obra las decisiones u orientaciones de la autoridad. Pero a nosotros no nos interesa solo la obediencia como un acto puntual, sino como una virtud, porque queremos parecernos a Jesucristo. No basta responder afirmativamente a la pregunta «¿he hecho lo que se me había mandado o sugerido?» Uno podría responder que sí y, sin embargo, no ser del todo obediente. Quien simplemente acoge una indicación sin hacerla propia, sin libertad, obedece solo materialmente, pero esa no es la obediencia de Jesucristo. Quien actúa así, quizá estará haciendo algo bueno, pero no se puede conformar con eso, porque la meta es mucho más alta, y es de hecho irrenunciable: renunciar a ella significaría renunciar a ser libre, con la libertad para la que Jesús nos ha liberado (cfr. Gal 5,1).
En el fondo, soy plenamente obediente cuando hago lo que se me pide porque lo quiero hacer. Y lo quiero hacer porque estoy convencido de que Dios cuenta con mi docilidad. He llegado a esa convicción porque tengo confianza en Él, que asiste con su gracia a quien me lo indica, y me fío además de la prudencia y experiencia de esa persona. En estos casos veo a quien tiene autoridad como alguien que me indica lo que vale la pena hacer, lo que Dios quiere. Soy libre no cuando obedezco «si quiero», sino cuando obedezco «porque quiero».
La escucha de Santa María
Volvamos ahora a la sorprendente respuesta de Jesús a sus padres, aliviados tras esos días de angustia, pero perplejos ante lo insólito de su comportamiento: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). El lector del Evangelio puede imaginar fácilmente su propia reacción ante una respuesta así: ¿por qué te buscábamos?, ¿no teníamos que hacerlo?, ¿debíamos habernos quedado tan tranquilos, indiferentes a lo que te sucediera?, ¿es esto lo que esperabas de nosotros? María reacciona con más calma.
Es normal que alguna vez no entendamos una indicación o un consejo. Fijémonos en otras palabras de san Josemaría: «En muchas ocasiones, [el Señor] nos habla a través de otros hombres, y puede ocurrir que la vista de los defectos de esas personas, o el pensamiento de si están bien informados, de si han entendido todos los datos del problema, se nos presente como una invitación a no obedecer». Al llegar aquí el lector quizá espera que se le advierta del peligro que esos pensamientos representan. Sin embargo, san Josemaría continúa: «Todo esto puede tener una significación divina, porque Dios no nos impone una obediencia ciega, sino una obediencia inteligente»[10].
Una significación divina: a través de esas dudas, Dios nos dice que quiere que obedezcamos con inteligencia, sin declinar nuestra responsabilidad. Conviene que manifestemos nuestro punto de vista, nuestras convicciones, «pero seamos sinceros con nosotros mismos: examinemos, en cada caso, si es el amor a la verdad lo que nos mueve, o el egoísmo y el apego al propio juicio»[11]. A veces, en efecto, «puede suceder que se esté buscando un consejo que favorezca el propio egoísmo, que acalle precisamente con su presunta autoridad el clamor de la propia alma; e incluso que se vaya cambiando de consejero hasta encontrar el más benévolo»[12]. Si no hemos formado la actitud habitual de que la verdad nos interese más que nuestro propio criterio —en definitiva, si no somos obedientes—, será fácil que nos engañemos, ahora o en el futuro. La ira o el desconcierto nos impedirán descubrir lo que el Señor quiere decirnos a través de lo que entonces nos resulta incomprensible.
María tampoco entendió (Lc 2,50). Pero no se rebeló. Amaba la voluntad de Dios por encima de todo y sabía bien que hay cosas que solo llegamos a comprender con el tiempo. «Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51)[13]. La Virgen no vivía solo hacia fuera, sino que consideraba una y otra vez los eventos de su vida para descubrir en ellos la acción de Dios. María escuchaba, que es lo que significa a fin de cuentas ser obediente, ob-audiens: prestar atención, permanecer a la escucha. El tiempo juega a favor de quien escucha, se fía y persevera con calma en una oración serena: permaneciendo abierto a la voz de Dios, descubrirá, como Ella, esa significación divina y terminará por agradecer incluso la oscuridad de aquellos momentos difíciles.
María perseveró en su oración. Pasaron veinte años y su Niño le faltó de nuevo. De nuevo tres días. De nuevo en Jerusalén. Pero entonces Ella ya sabía que no tenía que angustiarse buscándolo, porque Él estaba en las cosas de su Padre. Y quizás agradeció al Señor aquellas palabras desconcertantes de sus labios infantiles: ahora sostenían su esperanza en medio de un dolor que de otro modo la hubiera aplastado.
A su intercesión confiamos que el Señor nos conceda un corazón grande, capaz de ordenar todo en nuestra vida a la voluntad de Dios. Un corazón libre y abierto, que no se deje encerrar en su propia visión estrecha. Un corazón capaz de descubrir la acción de Dios en nuestra vida, también a través de instrumentos humanos, imperfectos. Un corazón capaz de escuchar y esperar, para descubrir los frutos de su acción en nuestras almas.
[1] Cfr. San Josemaría, Santo Rosario, quinto misterio gozoso.
[2] Cfr. también, por ejemplo, Hb 10,5-7 y otros muchos pasajes.
[3] Cfr. por ejemplo Is 49,15: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (…) Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré».
[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 93.
[5] Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 17.
[6] Cfr. Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Quizá el único valor que conservaría sería el de facilitar la eficacia de una organización. Pero la obediencia de Jesucristo no se reduce a eso.
[10] Es Cristo que pasa, n. 17.
[11] Ibidem, n. 17.
[12] Conversaciones, n. 93.
[13] Cfr. también Lc 2,19.
El Papa Francisco nos propone, en la intención de oración mensual, orar todos juntos por las parroquias, para que sean comunidades cercanas, sin burocracia, centradas en las personas y donde encontrar el regalo de los sacramentos.
31/01/2023
A veces pienso que deberíamos poner en las parroquias, en la puerta, un cartel que diga “Entrada libre”.
Las parroquias deben ser comunidades cercanas, sin burocracia, centradas en las personas y donde encontrar el regalo de los sacramentos. Tienen que volver a ser escuelas de servicio y generosidad, con sus puertas siempre abiertas a los excluidos. Y a los incluidos. A todos. Las parroquias no son un club para pocos, que dan una cierta pertenencia social.
Por favor, seamos audaces. Replanteémonos todos el estilo de nuestras comunidades parroquiales.
Oración de la intención mensual por las parroquias
Oremos para que las parroquias, poniendo la comunión, la comunión de la gente, la comunión eclesial, en el centro, sean cada vez más comunidades de fe, de fraternidad y de acogida a los más necesitados.
Intenciones mensuales anteriores. Las intenciones son confiadas mensualmente a la Red Mundial de Oración del Papa con el objetivo de difundir y concienciar sobre la imperiosa necesidad de orar y actuar por ellas.
Dossier: Todo sobre el Camino Sinodal Alemán
Omnes pone a disposición de sus lectores un amplio dossier dedicado en exclusiva al llamado Camino Sinodal Alemán: sus protagonistas, sus declaraciones y mensajes, la recepción por parte de los fieles y las indicaciones que, desde la Santa Sede se han ido haciendo, especialmente ante algunas de las propuestas realizadas que no se conforman con la doctrina y la moral católicas.
Maria José Atienza·3 de febrero de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
El freno de la Santa Sede al establecimiento de un Consejo Sinodal permanente en Alemania, propuesto desde el llamado Camino Sinodal alemán, ha vuelto a poner en la palestra la deriva de algunos sectores de la Iglesia alemana, plasmados en algunas de las propuestas de este Camino Sinodal.
¿Qué es y qué objetivo tiene el llamado Camino Sinodal ? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Qué posición ha mantenido la Santa Sede ante el proceso? ¿Por qué se ha frenado la propuesta de un Consejo sinodal? ¿Tiene algún tipo de capacidad de decisión un organismo como el Camino sinodal? Estas son algunas de las cuestiones que se abordan en el Dossier que Omnes ha preparado sobre el Camino Sinodal y que se puede leer en la revista correspondiente al mes de febrero de 2023.
El Camino sinodal alemán ha suscitado el interés más allá de sus fronteras, especialmente, ante la presentación de diversas propuestas claramente enfrentadas con la doctrina y la moral de la Iglesia católica.
A lo largo de las 30 páginas del Dossier, Omnes entrevista a varios de los principales protagonistas de este Camino Sinodal
Sinodal, como es el caso del presidente de los obispos alemanes, Georg Bätzing, la
Presidenta del Comité Central de los católicos alemanes ZdK, Irme Stetter-Karp, el obispo de Ratisbona
Rudolf Voderholzer o la filósofa Hanna B. Gerl-Falkovitz, miembros de este Camino sinodal y
representantes de sus principales tendencias. También presentamos una importante entrevista con
el Cardenal Marc Ouellet, hasta ahora Prefecto del Dicasterio para los Obispos, que junto con los cardenales Parolin y Ladaria, en coordinación con el Papa, mantiene la posición de la Santa Sede.
Este Dossier cuenta también con el análisis de dos afamados periodistas, conocedores del proceso de gestación y desarrollo de este Camino Sinodal: Alexander Kissler y Peter Hahne.
Asimismo se ofrece un clarificador mapa del desarrollo del Camino, los puntos clave de las sesiones, los enfrentamientos que sus propuestas han creado en el seno de la Iglesia alemana así como la posición y distintas intervenciones de la Santa Sede ante este Camino Sinodal.
Por su interés, el Dossier se ofrecerá además en lengua alemana.
LA BELLEZA DE LA LITURGIA (Y 25). UN AÑO ORGANIZADO
José Martínez Colín
1) Para saber
“Con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien” (Pitágoras). Cuando se tienen varias actividades es muy eficaz tener una agenda en la que se ordenen. La Liturgia también ayuda a poner orden, no sólo en el tiempo, sino en su prioridad. En los últimos puntos de su carta sobre la liturgia (“Desiderio desideravi”), el papa Francisco ha querido resaltar dos aspectos de la liturgia que ordenan nuestro tiempo: el año litúrgico y el día del Señor, el domingo.
El año litúrgico distribuye los distintos misterios del Señor que nos ayudan a crecer en su conocimiento. Cada año está centrado en la Pascua de Resurrección del Señor, fiesta principal, que nos hace tener a Cristo como centro del año, invitándonos a seguirlo e imitarlo. Al tener ordenado el año, no caemos en un pasar los acontecimientos al azar y de modo caótico. Además, cada domingo del año se celebra esa Pascua que trajo nuestra salvación. El domingo es un regalo que Dios nos hace a su pueblo, y por eso, la Iglesia lo protege con un mandamiento. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia, y nos une al sacrificio de Cristo. Cada domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene para seguir anunciando el Evangelio. Los más beneficiados al asistir a la Santa Misa son los mismos participantes.
2) Para pensar
Desea el papa Francisco que las consideraciones sobre la liturgia nos ayuden a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana. Es una riqueza que no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento. Sólo falta descubrirla y valorarla.
Al final de la Carta el Papa nos pone bajo la mirada de la Virgen, para que así como cuidó los primeros pasos de la Iglesia, ahora también conserve los gestos de la liturgia que hacen presente a su Hijo y nos convierta en instrumentos para que arda en la tierra el fuego del amor de Dios.
3) Para vivir
Al final de su Carta, el papa Francisco quiso poner como colofón un bello texto de San Francisco de Asís (Carta a toda la Orden II, 26-29), que a continuación se reproduce:
“¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!
Mirad, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones; humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él. En conclusión: nada de vosotros retengáis para vosotros mismos a fin de enteros os reciba el que todo entero se os entrega”.
LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ
Es una antigua tradición en la Iglesia preparar la fiesta de San José, el 19 de marzo, con la contemplación de los dolores y gozos del Santo Patriarca durante los siete domingos anteriores a su fiesta.
DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ
De la mano de san José iremos contemplando los dolores: aquellos momentos en los que tuvo que pasar las pruebas que el Señor le tenía preparadas, los momentos que se entregó de forma plena al querer de Dios, aun sin comprender del todo lo que tenía guardado para él.
También iremos meditando los gozos de san José: la alegría y la felicidad de compartir su vida junto a su esposa, la Santísima Virgen y el Niño. El gozo de saberse en las manos de un Dios que le había escogido para tan gran tarea.
Los cristianos siempre han visto en san José un ejemplo de entrega y de fe en Dios y podemos considerarlo maestro de oración. Fue él, después de la Virgen, quien más de cerca trató al Niño Dios, quien tuvo con él el trato más amable y sencillo.
Antífona (para todos los días):
¡Oh feliz Varón, bienaventurado José!
A quién le fue concedido no sólo ver y oir al Hijo de Dios,
a quién muchos quisieron ver y no vieron , oir y no oyeron,
sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo.
V: Rogad por nosotros bienaventurado San José.
R: Para que seamos dignos de alcanzar las
promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amen.
SEGUNDO DOMINGO
Oh bienaventurado patriarca glorioso San José,
escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios
hecho hombre: el dolor que sentisteis, viendo nacer al
Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambio de pronto
en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los
ángeles, y al contemplar las maravillas de aquella noche
tan resplandeciente.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos
que después del camino de esta vida vayamos a
escuchar las alabanzas de los ángeles, y a gozar de los
resplandores de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
FINAL (para todos los días):
Acordaos Oh purísimo Esposo de María, oh dulce protector mío
San José, que jamás se oyó decir que haya dejado
de ser consolado uno solo de cuantos han acudido a
vuestra protección e implorado vuestro auxilio. Con esta
confianza vengo a vuestra presencia y me encomiendo
a Vos fervorosamente, oh padre nutricio del Redentor.
No desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas
piadosamente. Amén.
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|20 enero, 2023|BIOÉTICA PRESS, Informes, Objeción de Conciencia, Top News
1. Introducción
En determinados ámbitos, no ciertamente jurídicos, es habitual escuchar la afirmación, manifestada de modo tajante, de que la objeción de conciencia es un derecho fundamental. Sin embargo, sobre la objeción de conciencia hay más dudas que certezas. Claridad es, precisamente, aquello de lo que carece.
No en vano, Ruiz Miguel (2021, en Tomás-Valiente, ed., p. 243), lo confirma al decir “Que una legislación que admite el derecho a la eutanasia voluntaria debe reconocer también la objeción de conciencia del personal sanitario parece una cuestión sencilla. (…). La cuestión sin embargo dista mucho de ser sencilla”.
Por otro lado, la objeción de conciencia tiene admiradores y detractores. Y este es, junto al anterior, su problema fundamental. Es un derecho que genera tensión: para unos fascina y, para otros, genera recelo, cuando no rechazo.
El Comité de Bioética de España (2021, p. 3) señala al respecto que “la objeción de conciencia genera también enfrentamiento (…)”.
Y esto ocurre por varias razones:
La primera es que no acaba de estar muy claro si es un derecho y, si lo es, sea un derecho fundamental y, aun así, en qué derecho habría que encajarla: quizá, el derecho donde su anclaje sea el más adecuado se residenciaría en el derecho a la libertad de conciencia. Pero se trata de un derecho que no está en nuestra Constitución.
La segunda es que, según cierto parecer, puede llegar a ser un obstáculo para el ejercicio de los derechos de los demás[1].
La tercera es que tenemos una idea vaga sobre qué es la conciencia, es decir, no sabemos qué es cabalmente.
Todos esos son los motivos por los que ambos aspectos de la objeción de conciencia, incertidumbre y tensión, configuran la acotación del objeto de investigación del presente artículo. Porque incertidumbre y tensión son transversales, toda vez que se dan a nivel legal, jurisprudencial y doctrinal.
En coherencia con todo lo dicho, el objetivo general que se persigue es triple: 1) Detectar y aclarar las incertidumbres que existen en la ley y en la jurisprudencia. 2) Demostrar la tensión transversal. 3) Plantear, al final, unas propuestas de solución.
El método empleado ha consistido en una investigación cualitativa basada en la observación indirecta y en la inferencia sobre determinados documentos escritos bioéticos y jurídicos en los que los datos extraídos de los hechos sociales investigados han quedado reflejados. Método que, además, no ha estado exento tanto de un análisis descriptivo, explicativo y exploratorio/confirmatorio; como de una hermenéutica crítica de los textos utilizados.
Por último, los objetivos específicos coinciden con las partes en que se estructura el artículo.
2. QUÉ ES Y QUÉ NO ES DERECHO A LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA
Con la finalidad, ya dicha, de empezar a aclarar, trataremos de deslindar qué es y qué no es objeción de conciencia. Pero, antes, habrá que preguntarse una cuestión no fácil de responder, como también se ha anticipado: ¿qué es la conciencia?
Según Cortina (en Arroyo et al, 1997, pp. 6-7), “la conciencia moral, en concreto, es la capacidad de percatare de que unos principios, valores, normas o ideales de vida, son más humanizadores –más morales- que otros”. Por no alargar la cita, continúa diciendo que función de la conciencia es captar los principios, formular juicios, y aplicarlos al caso concreto.
Al modo de ver de Ruiz Miguel (p. 245), el núcleo está configurado por “las creencias éticas esenciales.”
Finalmente, el artículo 3.f) de la Ley Orgánica Reguladora de la Eutanasia alude a las “propias convicciones”.
Como se ve en prácticamente todas estas definiciones hay una interacción entre lo externo y lo interno. De hecho, como dice Stein (en Abellán, 1990, p. 258), “la libertad de conciencia se refiere necesariamente a la conducta humana y no se limita a la libre formación de la conciencia, sino que se extiende también a la libertad de actuar según dicha conciencia”.
Empieza a quedar claro, por tanto, que el ejercicio de dicho derecho está vinculado con el derecho a la libertad de conciencia, que, según la STC 15/1982, en su FJ 6, “supone no sólo el derecho a formar libremente la propia conciencia sino también a obrar de modo conforme a los imperativos de la misma”.
Especial atención merece la distinción entre objeción de conciencia y desobediencia civil. Y a tal finalidad, la incluimos en la siguiente Tabla, sobre la base de las ideas de Gewirth (en Abellán, 1990, pp. 67 y siguientes):
Una vez aclarado el contenido de este derecho, vamos a proponer dos definiciones del mismo:
Según Gascón Abellán (1990, p. 85), es “aquel incumplimiento de un deber jurídico motivado por la existencia de un dictamen de conciencia, que impide observar el comportamiento prescrito y cuya finalidad se agota en la defensa de la moral individual, renunciando a cualquier estrategia de cambio político o de búsqueda de adhesiones”.
Por su parte, el Fundamento Jurídico 3º de la STC 161/87 dice: “La objeción de conciencia con carácter general, es decir, el derecho a ser eximido del cumplimiento de los deberes constitucionales o legales por resultar ese cumplimiento contrario a las propias convicciones, (…)”.
Siendo, por tanto, sus elementos: 1) Incumplimiento de un deber legal. 2) Colisión de normas. 3) Motivación. 4) Finalidad. 5) Derechos de los demás. 6) Casuismo.
3. JURISPRUDENCIA
Las meritadas incertidumbre y tensión, ¿se dan en la jurisprudencia? La evolución se puede esquematizar del siguiente modo:
- Derecho general a la objeción de conciencia: Forma parte del derecho fundamental a la libertad ideológica del artículo 16.1 CE. Es una concreción o especificación del mismo. No hace falta ley porque los derechos fundamentales pueden aplicarse directamente. (STC 15/82, STC 53/85)
- No existe un derecho general a la objeción de conciencia. Sólo se admiten objeciones de conciencia excepcionalmente, las expresamente reconocidas por la Constitución o por la ley. Sin ese reconocimiento, según la STC 160/87, en su Fundamento Jurídico 3º, “no podría ejercerse ese derecho, ni siquiera al amparo de la libertad ideológica o de conciencia (art. 16 C.E.) que, por sí mismo, no sería suficiente (…), con el riesgo de relativizar los mandatos jurídicos”. Por su parte, la STC 161/87, FJ 3, dice: “La objeción de conciencia con carácter general (…) no está reconocido ni cabe imaginar que lo estuviera en nuestro Derecho o en Derecho alguno, pues significaría la negación misma de la idea del Estado. Lo que puede ocurrir es que sea admitida excepcionalmente respecto a un deber concreto.”.
- Sólo se reconoce aplicada al servicio militar: La Constitución refiere la objeción de conciencia única y exclusivamente al servicio militar, ni siquiera a la prestación social sustitutoria. (STC 321/94, FJ 4)
- No es un derecho constitucional, sino de rango legislativo: Debe respetar las exigencias de igualdad. Con la libertad del legislador de crearlo, modificarlo o suprimirlo. En esta ocasión es el Tribunal Supremo quien lo dice, pero es interesante recoger esta afirmación. (STS, Sala 3ª, Sección Pleno, de 11 de febrero de 2009; rec. 905/2008)
- El derecho a la objeción de conciencia existe, forma parte del contenido del derecho a la libertad ideológica y religiosa del artículo 16.1 CE y es directamente aplicable (STC 145/2015). De esa afirmación puede desprenderse que sea un derecho constitucional de carácter general, pero previamente dice “a ese respecto”, es decir, en relación al aborto, cuya ley sí recoge la objeción de conciencia. De tal modo que, como dice Gómez Abeja (2016, p. 162), “(…) no puede decirse que el Tribunal se haya vuelto a desdecir de su última doctrina conocida sobre la objeción con carácter general”.
Por otro lado, en los votos particulares de esta última Sentencia se advierte la meritada tensión.
Como se ha podido comprobar, la zigzaguenate doctrina jurisprudencial en torno a la objeción de conciencia no ayuda del todo a aclarar su fundamento.
4. LEGISLACIÓN INTERNACIONAL Y TRIBUNAL EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS
4.1. Legislación internacional
En la legislación internacional se reconoce el derecho de libertad de conciencia y la objeción de conciencia:
- Artículo 18 Declaración Universal de Derechos Humanos y artículo 9.1 Convenio Europeo de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; (…).”
- Artículo 10 Carta europea de los Derechos Fundamentales: “1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. (…). 2. Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio.”
- Consejo de Europa, Resolución 1763/2010: “La Asamblea Parlamentaria enfatiza la necesidad de afirmar el derecho a la objeción de conciencia junto con la responsabilidad del Estado de asegurar que los pacientes puedan acceder a la asistencia médica legal en el momento oportuno.”
- Resolución del Parlamento Europeo de 8 de abril de 1997: “La objeción de conciencia al servicio militar, a la producción y distribución de determinados materiales, a formas concretas de práctica sanitaria y a determinadas formas de investigación científica y militar forma parte de la libertad de pensamiento, conciencia y religión”
- Por su parte, no pocas legislaciones internacionales recogen la objeción al servicio militar, a la colaboración en la práctica del aborto, a la eutanasia y a algún supuesto de investigación: Austria, Alemania, Bélgica, Canadá, Colombia, Dinamarca, Ecuador, EEUU (en concreto dice que la empresa es responsable de evitar discriminaciones por motivos de conciencia), Francia, Hungría, Italia, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Países Bajos, Paraguay, Perú, y Portugal[2].
4.2. Tribunal Europeo de Derechos Humanos
Conforme a lo afirmado por Gómez Abeja (2016, p. 170), la situación es la misma que en nuestra jurisprudencia: no es un derecho con carácter general, pero sí excepcionalmente por vulneración del artículo 9 CEDH.
Ahora bien, por ejemplo, según la STEDH Pichon et Sajous v. France, de 7 de junio de 1999, el artículo 9 del Convenio protege el orden interno de la persona, pero no el comportamiento público.
Sin embargo, otras Sentencias, como la STEDH Silva Monteiro v. Portugal, de 26 de octubre de 2004, recuerda que “el artículo 9 protege tanto la dimensión interna como la externa de las convicciones personales y las creencias religiosas, (…)”. (Gómez Abeja, p. 172)
La primera de las citadas, suele ser la Sentencia a la que se acogen tanto los abogados que plantean la demanda y, en su caso, el recurso, como los/ magistrados del TC que tienen una interpretación restrictiva de la objeción de conciencia y que emiten su voto particular. De igual modo, los que tienen una interpretación amplia de la objeción de conciencia, o bien la omiten o bien hacen una interpretación de la Sentencia acomodándola a su parecer[3].
Se aprecia, pues, la meritada tensión.
5. ANÁLISIS DE LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA EN LA LEY 3/2021.
La objeción de conciencia se regula en tres artículos (3.f, 14 y 16), la DA 3ª y la ya referida DF 3ª.
También se recogen: A) Ley Foral 16/2010. B) Decreto – Ley 13/2021, de 22 de junio, por el que se regula la Comisión de Garantía y Evaluación de Cataluña y el Registro de profesionales sanitarios objetores de conciencia, en desarrollo de la LO 2/2021, de 24 de marzo, de regulación de eutanasia. C) La guía valenciana[4].
En lugar de analizar cada artículo, resulta más sistemático examinar los aspectos que regula, en los que se observa mejor tanto la incertidumbre, cuando la hay, como la tensión. Concretamente, son: 1) Definición. 2) Profesionales sanitarios directamente implicados e instituciones. 3) Registro: por escrito y anticipadamente.
5.1 Definición
Conforme al artículo 3.f): “«Objeción de conciencia sanitaria»: derecho individual de los profesionales sanitarios a no atender aquellas demandas de actuación sanitaria reguladas en esta Ley que resultan incompatibles con sus propias convicciones.”
Es, pues, un derecho “a no atender”. No dice, por tanto, que es una exención, que se le exime al profesional, que hubiera sido más coherente con la jurisprudencia (FJ 3, STC 161/87, por ejemplo).
Según Navarro-Valls (2021, pp. 105-106), hubiera sido preferible decir “se garantiza” o, al menos, “se reconoce”, puesto que sería coherente con la DA 3ª: “(…) facilitar en su caso el ejercicio por los profesionales del derecho a la objeción de conciencia”.
Ahora bien, en el Preámbulo se indica que “(…) mediante la posibilidad de objeción de conciencia, se garantiza la seguridad jurídica y el respeto a la libertad de conciencia del personal sanitario (…)”.
Por otro lado, habla de “aquellas demandas de actuación sanitaria reguladas en esta Ley”. No concreta qué actos están incluidos y qué actos no (aspecto que trataremos más adelante).
Respecto a esas demandas, son aquellas “que resultan incompatibles con sus propias convicciones”. Como ya dijimos supra, habla de convicciones, lo cual es bastante plausible.
Ya anticipa que es un derecho. Y un derecho individual de los profesionales sanitarios.
5.2. Individual e Instituciones
5.2.1. Individual
En el Preámbulo y en el articulado de la Ley (16.1, DA 7ª) se habla de “personal sanitario” y de “profesional sanitario”. Y, además, “directamente implicado”.
Al hacerlo así, no aclara, por tanto, quién puede ejercer el derecho a la objeción de conciencia y quién no. Todos los profesionales sanitarios son personal sanitario, pero no todos los que comprenden el personal sanitario son profesionales sanitarios. Finalmente, hay profesionales no sanitarios al servicio de la Seguridad Social.
La Ley lo deja a interpretación. Y cabe tanto una interpretación restrictiva (se infiere de las páginas 263-264 de Ruiz Miguel, y del Decreto catalán, por ejemplo) como una interpretación más amplia.
En este último caso, interpretación amplia, el CBE (2021, p. 18) distingue entre la eutanasia como “acto médico” y la eutanasia como “acto sanitario”, categorización que tendrá como consecuencia una interpretación restrictiva o lata. Si es la primera, se estará a la titulación oficial en el ámbito de salud. Si es la segunda, “la objeción deberá alcanzar a todos los profesionales que prestan servicio en un centro sanitario, (…)”.
Navarro-Valls (pp. 106-108), por su parte, está en sintonía con el CBE: “toda persona que trabaje en un centro en el que se lleve a cabo una eutanasia o suicidio asistido (…)”.
En nuestro caso, sin perjuicio de remitirnos a lo que diremos en el apartado de las Conclusiones, nuestro análisis y opinión es la siguiente:
5.2.1.1. Profesional sanitario
Del artículo 1 de la Ley 44/2003, de 21 de noviembre, de ordenación de las profesiones sanitarias, se desprende como más razonable, en principio, la interpretación amplia. Porque habla de: a) Ejercicio por profesionales titulados, es decir asistencia. b) Formación. c) Gestión. d) Y todo profesional que permite hacer efectivo los derechos de los ciudadanos respecto a las prestaciones sanitarias.
La última frase, lejos de acotar un numerus clausus, permite (verbo que emplea expresamente) una interpretación abierta, pero entendemos que no absoluta.
Así, por ejemplo, en el artículo 3.2.b) incluye a los auxiliares de enfermería (que, sin embargo, no recoge expresamente el Decreto catalán, como luego veremos, a no ser que se incluyan en la expresión “el personal de enfermería”) y a los farmacéuticos (sí incluidos en el citado Decreto).
Ahora bien, la citada interpretación amplia habría que descartarla. Así:
En cuanto a los administrativos, a los auxiliares administrativos y a los celadores, no aparecen en esta Ley porque su marco legal está regulado por el Estatuto Profesional de Personal no Sanitario al Servicio de las Instituciones Sanitarias de la Seguridad Social, más en concreto en los artículos 12.3 y 14.2, respectivamente.
Al Personal de Servicios le ocurre lo mismo: no entran dentro de los/las profesionales con derecho a ejercer la objeción de conciencia porque lo normal es que sean empresas concertadas.
Cosa distinta es que, en relación con los profesionales indicados en los dos últimos párrafos anteriores, y según las convicciones de cada uno y la función concreta, se distribuyan y organicen entre todos ellos en el día a día.
5.2.1.2. Directamente implicado
También hay interpretaciones amplias y restrictivas.
Entendemos que el legislador trata de evitar el aumento de objetores, o de profesionales que quieren objetar, bien por la tensión antes dicha, bien para garantizar la prestación.
De hecho, esa finalidad legislativa la encauza mediante la expresión “directamente implicados”: un adverbio y un participio.
El problema está sobre todo en el participio. Estamos de acuerdo con Galán (2018, pp. 921-922): “Además, la ley habla de profesionales directamente implicados, y debe tenerse presente que implicación y ejecución son realidades muy distintas.”
Aplicando tales criterios a los profesionales sanitarios que menciona la Ley:
El artículo 3.d) define al médico responsable (artículo 3.d) y su equipo: «Médico responsable»: facultativo que tiene a su cargo coordinar toda la información y la asistencia sanitaria del paciente, con el carácter de interlocutor principal del mismo en todo lo referente a su atención e información durante el proceso asistencial, y sin perjuicio de las obligaciones de otros profesionales que participan en las actuaciones asistenciales”.
Tal definición plantea los siguientes problemas: ¿Quiénes forman su equipo? ¿Qué especialidad debe tener ese médico? ¿En todas las fases del procedimiento?
Una primera respuesta a la primera pregunta, la ofrece el Decreto catalán en su artículo 19.2: “A los efectos de inscripción al Registro, se entiende que son profesionales sanitarios directamente implicados en la prestación de ayuda para morir el personal médico, el personal de enfermería, el personal titulado en psicología y el personal farmacéutico.”
La segunda y la tercera trataremos de responderlas después, así como la primera cabalmente.
La citada Ley también habla del Médico consultor (artículo 3.e): “«Médico consultor»: facultativo con formación en el ámbito de las patologías que padece el paciente y que no pertenece al mismo equipo del médico responsable.”
La Ley no lo resuelve, pero es claro y aconsejable que puedan ejercer el derecho de objeción de conciencia, sobre todo por el riesgo del sesgo a la hora de interpretar los documentos que le aportan como por la emisión del Informe.
En cuanto a la Comisión de Garantías y Evaluación, el artículo 17 no dice nada, sin perjuicio de que, atendiendo a su número 4 se regule por medio del reglamento de orden interno. En cualquier caso, el artículo 4.5 del Decreto–Ley de Cataluña dice que la aceptación y el nombramiento son voluntarios y expresos.
Por otro lado, no está resuelta la cuestión relativa a qué fases del proceso eutanásico pueden ser objeto de objeción de conciencia. En la Ley Foral 16/2010 de Navarra, si bien se refiere al aborto, sí está resuelta.
Al no aclararlo, plantea una serie de dudas no baladíes, como el problema de si el que previsiblemente va a ser objetor puede realizar el derecho a la información con el consiguiente consentimiento informado o, más ampliamente, puede colaborar con el paciente en todo el proceso deliberativo (artículo 8).
Por nuestra parte, entendemos que, si se objeta, se objeta. Y que es responsabilidad del médico responsable, nunca mejor dicho, hacer un proceso deliberativo con toda la información, la cual, conforme al artículo 4.2 de la Ley 41/2002, “(…), será verdadera, (…)”. De tal modo que, por ejemplo, si se les deriva a cuidados paliativos, que se haga; o si hay crisis psíquicas (que son habituales en enfermos crónicos), que se derive al especialista en este tipo de patologías.
Sí está resuelto, aunque no de modo expreso ni –quizá- totalmente, el problema sobre qué especialidad debe tener el/la médico/a responsable, que es quien ejecuta el acto eutanásico (artículo 11). Se desprende que ha de ser el médico responsable especialista de cada Unidad del Hospital donde el paciente se encuentre ingresado en función de su patología, y que le está atendiendo. Esta interpretación es confirmada y calificada acertadamente por Ruiz Miguel (p. 263) como mucho más probable.
Ahora bien, el citado autor (pp. 263-264) alude al médico especialista en cuidados paliativos. Por nuestra parte, discrepamos de su opinión, toda vez que eutanasia y cuidados paliativos son antagónicos. De hecho, el artículo 5.1. b) de la Ley 3/2021, al hablar del derecho a la información, reza: “Disponer por escrito de la información que exista sobre su proceso médico, las diferentes alternativas y posibilidades de curación, incluida la de acceder a cuidados paliativos integrales (…)”: si es alternativa, no es eutanasia.
Tampoco entraría como médico de Atención Primaria cuando la prestación se practica en el domicilio del paciente, sea eutanasia o sea suicidio asistido: lo haría el médico responsable que es quien le ha atendido durante todo el proceso (artículo 8, siguientes y concordantes).
5.2. Instituciones
¿Se puede objetar como institución?
En principio hay que entender que no. Se dice expresamente que es un derecho individual y, además, el artículo 14 concreta: “La prestación de la ayuda para morir se realizará en centros sanitarios públicos, privados o concertados, y en el domicilio, (…)”.
Ahora bien, Navarro-Valls (pp. 48-54 y 125-132) y el CBE (pp. 26-32) entienden que sí cabe la objeción de conciencia en las instituciones.
Por nuestra parte, del artículo 14 no se desprende, en contra de lo que dice Ruiz Miguel (p. 263), que sean todas las instituciones las que deban realizar la prestación.
De modo que la objeción de conciencia no es aplicable a instituciones públicas, pero esto no es ampliable necesariamente a todas las privadas: cada institución privada tiene sus valores, como toda empresa. No es cuestión de objeción de conciencia, sino de valores o ideario de la misma. No en vano, la STC 106/1996, si bien se refiere a los Centros docentes, señala: “(…) lo que no significa, desde luego, que existan otro tipo de empresas, centros, asociaciones u organizaciones que puedan aparecer hacia el exterior como defensoras de una determinada opción ideológica”.
5.3. Registro
La Ley 3/21 lo regula en el artículo 16.2: “Las administraciones sanitarias crearán un registro de profesionales sanitarios objetores de conciencia a realizar la ayuda para morir, (…)”.
Es conveniente traer a colación la STC 51/2014, la cual, aunque se refiere al registro de los objetores de conciencia en relación con el aborto y trae su causa en la Ley Foral de Navarra 16/2010, no es menos cierto que es aplicable también a la eutanasia. Se intercalará, además, lo que dice la Ley 3/2021 y el Decreto-Ley catalán.
Así, según la citada Sentencia el registro es un medio. Y un medio que ayuda a la organización y gestión del hospital para garantizar las prestaciones (FJ 5).
Por otro lado, el objetor, al inscribirse, colabora con el hospital para que su derecho se haga efectivo. Al inscribirse, además, este derecho deja de permanecer en su esfera íntima (FJ 5).
Para amparar los derechos del objetor y evitar accesos indebidos, este registro debe estar protegido por la Ley de Protección de Datos (“cuyo objeto es más amplio que el del derecho a la intimidad”: SSTC 292/2000 y 96/2012), que lo está, y, por tanto, no cualquier persona tiene derecho de acceso a él: solamente lo tendrá quien tiene funciones de Dirección del Centro, Médica y Enfermera, nadie más (FJ 7).
Motivo por el cual, el TC declaró inconstitucional y nulo el inciso del art. 5 de la Ley Foral de Navarra 16/2010, que señala: “podrán acceder aquellas personas que autorice expresamente la persona titular de la Gerencia del Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea, en ejercicio legítimo de sus funciones”.
De hecho, el artículo 16.2 de la Ley 3/21 dice que el registro “(…) tendrá por objeto facilitar la necesaria información a la administración sanitaria para que esta pueda garantizar una adecuada gestión de la prestación de ayuda para morir.”
Y continúa diciendo: “El registro se someterá al principio de estricta confidencialidad y a la normativa de protección de datos de carácter personal.”
El Decreto-Ley catalán va en la misma dirección (artículo 18.2: recogida de datos y gestión)
Hablar de “listas” no tiene otra finalidad que generar miedo y tensión.
Lo que se pretende transmitir con intención de claridad es que el registro obedece a razones de organización, nada más. Es, por tanto, necesario.
En cualquier caso, nos remitimos al apartado de las Conclusiones.
5.4. Presentación del documento
Deberá manifestarse por escrito (artículo 16.1). Pero, ¿dónde se presenta?
El Decreto-Ley catalán dice en su artículo 20.2: “La solicitud se tiene que dirigir al órgano competente en materia de profesionales de la salud del departamento competente en materia de salud y se tiene que presentar por vía telemática”.
En su artículo 19.3 se ordena que: “No es objeto de inscripción en el Registro la decisión de una persona profesional sanitaria de no realizar la prestación de ayuda para morir relativa a un caso concreto. Esta decisión tiene que ser comunicada a la persona responsable del centro sanitario donde se esté llevando a cabo el proceso de ayuda para morir, con la suficiente antelación para no afectar a la prestación solicitada, y a los efectos que se realicen las actuaciones necesarias para poder hacerla efectiva”.
La Guía Valenciana, por su parte, dice que se ha de hacer personalmente en el Departamento de salud correspondiente, es decir, al que pertenezca el personal sanitario/a que quiera objetar. Si lo hace telemáticamente, se sigue el enlace que indica.
5.5. Anticipadamente
La manifestación, además de por escrito, ha de hacerse anticipadamente, según el mismo artículo. Pero no concreta exactamente cuándo.
El artículo 3 de la citada Ley de Navarra, aunque se refiere al aborto, también es aplicable a la eutanasia, dice que ha de hacerse con una antelación mínima de siete días hábiles a la fecha prevista para la intervención.
Tanto la norma catalana como la Guía Valenciana también dicen anticipadamente, concretando la valenciana que el plazo de presentación es durante todo el año.
No hace falta en ningún caso especificar los motivos de la objeción, como se desprende tanto del Anexo de la Ley navarra como del artículo 19.3 del Decreto-Ley catalán.
Entendemos que de lo que se trata es de hacerlo con la antelación suficiente para que no impida la organización y administración de los servicios sanitarios.
6. CONCLUSIONES
1. Se ha mostrado en cada apartado del presente artículo que sí existe incertidumbre y tensión. Esa tensión empezaría a reducirse si recordamos que convivimos en una sociedad abierta, plural y diversa. La tolerancia y el respeto deben formar parte de la misma.
2. En esta misma línea, el legislador también ha de respetar e integrar en la ley esa diversidad, donde los planteamientos de conciencia moral de las mayorías, que en estos temas y en principio son los que el legislador recoge, conviven con los de las minorías. Se legisla para todos, no para unos sí y para otros no. Al menos en una democracia.
El problema es, pues, el principio de proporcionalidad: ¿cómo legislar de tal modo que los derechos de unos y de otros no se vean sacrificados más allá de lo estrictamente necesario por vivir en una sociedad plural?
3. La causa de la incertidumbre y de la tensión se residencia en un problema de fundamento: no existe en nuestra CE el derecho a la libertad de conciencia. De ahí la zigzagueante doctrina del TC.
4. En cuanto al Registro, tomar como modelo la regulación holandesa, no la belga, que es esta última sobre la que se ha basado la Ley 3/2021.
En concreto, crear un registro abierto y voluntario para los médicos y demás profesionales sanitarios que quieran practicar eutanasias. Así sí que se facilita la organización del hospital: es más fácil acudir a quien quiere, que acudir a quien no quiere para después acudir a quien quiere.
5. Estas dos últimas conclusiones están adquiriendo hoy una importancia que antes no tenían: ¿cómo pueden influir el neuroderecho la neurociencia en el ámbito de la objeción de conciencia o, incluso y más concretamente, en la propia conciencia? Quizá haya de darle la razón a Navarro-Valls (pp. 17 y siguientes), quien postula la inclusión expresa del derecho a la objeción de conciencia en el artículo 16 CE; y, por su parte, ser más estrictos en el control del Registro, con una mayor protección por medio de la Ley de Datos Personales, y regulándolo tal y como se acaba de proponer.
David Guillem-Tatay
Observatorio de Bioética
La Universidad de Navarra imparte una nueva edición del curso online de Estudios sobre la Mujer, cuyo objetivo es “recuperar su protagonismo en la historia”
FotoManuel Castells/La profesora María Cruz Díaz de Terán, coordinadora del Curso Online de Estudios sobre la Mujer, durante una sesión.
03 | 02 | 2023
La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad ha lanzado una nueva edición del Curso Enfocado de Estudios sobre la Mujer, que se impartirá online a partir del próximo 20 de febrero. ¿Cómo ha contribuido la mujer al desarrollo de la historia? ¿Cuáles han sido las aportaciones femeninas a las humanidades, las ciencias sanitarias y sociales, el arte, o el mundo del derecho? Estos serán algunos de los temas que expertos de distintos ámbitos abordarán en el programa, que se prolongará hasta el 11 de junio.
“Para poder participar con rigor en la conversación sobre la igualdad es importante tener argumentos bien fundamentados, con datos históricos, fuentes originales y fidedignas. De esta manera, tendremos una visión completa, real y auténtica de los acontecimientos”. Así lo afirmó María Cruz Díaz de Terán, profesora de Filosofía del Derecho y coordinadora docente del curso, durante la sesión “¿Feminismo o Feminismos?”, organizada para presentar el programa.
“No hay que tener miedo al concepto “feminismo”. Si acudimos a su sentido original, significa igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres”, señaló la jurista. “Otro asunto es que determinados movimientos feministas le hayan dado otro sentido, por eso hoy en día es más acertado hablar de feminismos, pues hay muchos movimientos”, agregó.
En este contexto, el objetivo del Curso Enfocado Online de Estudios sobre la Mujer es rescatar del olvido a aquellas mujeres que desde distintos campos del saber han favorecido la evolución de sus disciplinas. Para ello, se abordarán temas como el sufragismo femenino, el acceso de la mujer a la Universidad, su papel en los conflictos bélicos o su presencia en las artes plásticas, el cine o la literatura occidental.
Como explicó la profesora Díaz de Terán, el claustro está compuesto por profesores y profesoras, “pues la igualdad no es una cuestión solo de mujeres para mujeres, sino que nos concierne a todas las personas y hombres y mujeres debemos ir de la mano”.
El precio de la matrícula es de 336,30 euros. Los interesados pueden inscribirse hasta el próximo 10 de febrero.
EN NUESTRA FAMILIA, ¿QUÉ TANTO SABEMOS DE LA VIDA CONSAGRADA?
Silvia Del Valle
Es una realidad que existen diferentes vocaciones y así es que tenemos distintas profesiones y ocupaciones pero también es una realidad que para el estado de vida que vamos a tener durante nuestra vida también existen diferentes vocaciones.
Este tema no es tan conocido o por lo menos no se trata mucho en las familias a veces por temor y otras veces por desconocimiento, pero es muy bueno que nosotros lo tengamos claro para poder transmitirlo a nuestros hijos y que conozcan todas las opciones que tienen.
Existe la vocación al matrimonio, a quedarse solteros, a ser sacerdotes o a la vida consagrada y estos dos últimos estados de vida en muchas ocasiones se vuelven un punto difícil de tratar en las familias. Por eso debemos conocer bien lo que es y lo que implica cada uno de ellos para así tener claro a que nos comprometemos y cuáles son las cosas que podemos vivir en ese estado de vida.
Todos son hermosos y todos son necesarios, aunque tanto la vocación al sacerdocio como a la vida consagrada requieren de una mayor donación de la persona y de la familia a Dios, y de una respuesta generosa al llamado de Dios a dedicarle la vida.
Cuando esto sucede, la vida familiar cambia, a veces para bien y en otras ocasiones se genera un rechazo a las personas que han sentido ese llamado a consagrar su vida a Dios, pero debemos ver esto como un rasgo de Amor de Dios y como familia debemos apoyar a nuestros hijos para que tomen el estado de vida para el que Dios los ha pensado y llamado.
Hoy platicaremos sobre la vida consagrada de manera particular, por eso aquí te dejo mis 5Tips para apoyar a nuestros hijos que sienten ese llamado.
PRIMERO. Pensemos seriamente ¿Estamos dispuestos a apoyar a nuestros hijos si sienten el llamado a la vida consagrada?
Es super necesario detenernos a reflexionar cómo reaccionaríamos si alguno de nuestros hijos siente este llamado.
En la teoría se dice fácil pero ya en la práctica ¿seremos verdaderamente capaces de apoyarlos?
Es bueno que no lo perdamos de vista ya que este llamado es personal y no depende de si somos más buenos o mejores que otros; o si servimos en la parroquia o no, este llamado puede ser para cualquiera de nuestros hijos y también puede darse en diferentes edades, es decir, algunos desde muy pequeños lo experimentan y algunos otros ya habiendo terminado una carrera.
Tampoco depende de si nuestros hijos han tenido novio o novia, según sea el caso, porque cuando Dios llama no hay nada más fuerte en la vida y todo lo que se tiene se puede dejar de lado.
Si nuestros hijos están pequeños podemos prepararnos con oración y conociendo en qué consiste este estado de vida, pero sobre todo, tratando de ver cuál es la voluntad de Dios para cada uno de ellos.
Es necesario pedir a Dios la virtud de la generosidad y la docilidad de corazón para estar dispuestos a dedicarle a nuestro hijo con un corazón agradecido y lleno de Amor de Dios.
Si nuestros hijos ya son grandes, nunca es tarde para hacer un acto de consagración de nuestros hijos a Dios y ya Él sabrá si decide llamar a alguno a la vida consagrada, a final de cuentas, nuestros hijos son don suyo y nosotros solo estamos para guiarlos por el camino que los lleve al cielo, no nos pertenecen.
SEGUNDO. Que sepan que nos pueden contar sus cosas y consultar sus dudas.
En cuanto a nuestra actitud para con nuestros hijos es bueno que sepan que siempre estamos para escucharlos, orientarles, encausarles y, por qué no, acompañarles en este proceso de discernimiento vocacional.
Es muy común que tengan muchas dudas y que su cabeza y corazón estén hechos una maraña, pero en nuestras manos está el ser apoyo para ellos y no piedra de tropiezo por cuestionarles todo y tratar de convencerlos de que ese llamado no es real.
Es cierto que, cuando nuestros hijos participan en algún grupo juvenil o sirven en alguna Misa en la parroquia, pueden estar muy entusiasmados por conocer más y más la vida consagrada, por eso es necesario que les ayudemos a madurar ese llamado y discernir si verdaderamente es a la vida consagrada o solamente a servir más de lleno en la parroquia y conocer mucho más a la Iglesia y llevar una vida conforme a lo que Dios nos pide.
Pero que en nosotros tengan un apoyo y un canal abierto de comunicación siempre para que puedan expresar sus dudas y reflexiones.
TERCERO. Que nuestros hijos conozcan personas con este estado de vida y convivan con ellas.
Es muy saludable que procuremos encuentros con las diferentes órdenes o carismas para que nuestros hijos puedan ir definiendo poco a poco lo que más les llena y les hace felices.
No es lo mismo la vida consagrada que el sacerdocio, no es lo mismo ser religioso que hermano, no es lo mismo ser monja de clausura que religiosa al servicio de una escuela o de la curia diocesana.
Mientras más convivencia tengan con personas que tengan este estado de vida, más fácil será clarificar sus dudas y tener claridad en cómo y dónde quieren entregar su vida.
En todas las órdenes religiosas y seminarios existe la posibilidad de realizar experiencias vocacionales que les permite estar en contacto con el carisma y estilo de vida de cada una.
El hecho de que nuestros hijos hagan una de estas experiencias no quiere decir que ya se quedarán en ese lugar para toda la vida, por eso es muy normal que hagan varias de estas experiencias y nuestro papel será apoyarles y propiciar diálogos que les ayuden a expresar lo que piensan y sienten.
CUARTO. Que toda la familia esté dispuesta a apoyar ese llamado.
Es muy bueno involucrar a toda la familia para que la vida familiar sea propicia y para que se pueda vivir plenamente este llamado, que es personal, pero que está arropado en el seno familiar.
Es bueno que se les explique a los hijos más pequeños lo que está pasando con su hermano o hermana para que nos ayuden a apoyarlos y para que se vivas en comunión.
En ocasiones podemos ir juntos a conocer las diferentes ordenes o seminarios, podemos acompañarlos a alguna convivencia o simplemente podemos no acosarlos con preguntas que puedan incomodarlos o que influyan en el discernimiento que están llevando.
Y QUINTO. Oremos por la vocación de nuestros hijos.
La mejor forma de apoyar a nuestros hijos en la elección del estado de vida es con nuestra oración amorosa y dedicada por ellos.
Dios no desoye la oración de una madre o un padre preocupados por la santidad de sus hijos, o que buscan que encuentren su estado de vida para el que Dios los pensó.
No importa que estén pequeños, podemos comenzar a rezar por ellos y estoy segura que estas oraciones servirán de intercesión para que Dios les allane el camino y les muestre con claridad cual es Su Voluntad para cada uno de ellos.
Al mismo tiempo debemos enseñarles a ellos a rezar por su vocación y para que pidan las virtudes que necesitan para realizarla y tomar el estado de vida en el que le pueden dar más gloria a Dios y ser felices.
Y si es la vida consagrada, para que sepan con claridad cual de todas las opciones que tienen es la que Dios ha pensado para ellos.
Todo esto necesita valentía y generosidad, pero sobre todo pureza de intención y mucha caridad. Ojalá que nuestros hijos la encuentren en nosotros y puedan responder así al llamado que Dios les hace de manera particular, en lo profundo del corazón.
Sobre la obligación de proteger a los niños
Los niños son lo más valioso de la sociedad, y la esperanza del futuro. No son propiedad de sus padres; pero sí, su responsabilidad. La función del Estado es sólo subsidiaria, y el interés de gobernantes de aniquilar la patria potestad es abuso de poder y exponente de totalitarismo. Los niños son personas en etapa desarrollo, inmaduras en todos los órdenes. Por su fragilidad física y psicológica; por su ignorancia e ingenuidad; por la volatilidad de su voluntad, orientada al capricho más que a sus necesidades y conveniencias; por su inexperiencia; por los peligros que corren -también, a nivel moral-, los padres tienen el deber de enseñarles, educarlos, advertirles y protegerlos. Es responsabilidad de los padres, conocer los riesgos a los que se exponen sus hijos, no sólo para su integridad física, expuestos, como están, también, a heridas emocionales y morales por parte de depredadores sexuales y de empresas sin escrúpulos, creadoras de adicciones que esclavizan y envilecen a niños y adolescentes.
Hoy, el enemigo se cuela en el hogar: la puerta está entreabierta, o abierta de par en par: no pocos padres la franquean. Me refiero al uso indebido y abusivo del móvil conectado a Intenet. Sí, los niños y adolescentes tienen a su disposición un material que, si bien es dañino e inapropiado para todos, especialmente lo es para niños y adolescentes. Por ignorancia, comodidad y, sobre todo, por irresponsabilidad, muchos padres no regulan el uso horario y los contenidos de aprendizaje y entretenimiento de sus hijos. Si a esto se une la desaprensión de gobernantes empeñados en cambiar los principios de nuestra civilización, el mal está servido. Ilustrativo y nada extraño, el ejemplo de jefes y empleados de la industria tecnológica que llevan a sus hijos a colegios en donde el uso del móvil está prohibido.
Josefa Romo
La tarea complementaría, sentirse querido, depende de la forma en que los que nos quieren nos trasmiten su cariño. Es necesario dejarse querer, lo que es fruto del agradecimiento hacía los que nos quieren. Las formas de percibir esas demostraciones de cariño son tan variadas y distintas como las personas. El “sentirse querido” nos da fuerza y confianza para llevar a cabo nuestros objetivos. Este sentimiento, “sentirse querido”, es necesario para lograr la felicidad plena.
Para demostrar el cariño necesitamos: conocer a los demás, pensar en lo que les agrada, etc., lo que requiere tiempo y dedicación. a la vez que ingenio y creatividad. El tiempo no hay que medirlo en cantidad, sino en calidad, ya que el conocimiento mutuo es la base del amor. El ingenio y la creatividad se tiene que concretar en detalles, que al otro le gusten, como nos recuerda el dicho popular: “obras son amores y no buenas razones “. Uno de los mejores detalles es una sonrisa ya que facilita el trato amable y generoso.
Amar de verdad a una persona va más allá del sentimiento, hace falta poner la cabeza y el corazón, es decir, inteligencia y voluntad. Los sentimientos cambian, la razón y la voluntad son más estables. La razón ayuda a discernir si lo que sentimos es bueno para nosotros y, en ese caso, la voluntad nos ayuda a optar por ese bien.
Nuestro equilibrio emocional, nuestra felicidad, dependen de ese binomio: querer y ser querido, por ello hay que empeñarse en vivirlo y mejorarlo. Para vivirlo, cabe preguntarse si se tienen detalles de cariño con las personas a las que se quieren y, en el segundo caso, el “sentirse querido”, puede darse por hecho si somos personas alegres, optimistas y confiadas.
Jesús Martínez Madrid
Hace unos pocos días, a principios de mes y de año, todos nos hemos deseado “feliz año”. Yo me pregunto, si somos conscientes de que la llave de la felicidad es el amor. Los matemáticos dirían que la relación entre esos dos términos, felicidad y amor, es directa. Así que podemos afirmar que: quien más ama es más feliz. Por tanto, la asignatura perenne de nuestra vida debería ser aprender a amar.
Además, siempre me ha llamado la atención, el hecho de que los educadores y los médicos señalen, al unísono, que lo más importante para ser buenos profesionales es querer a los alumnos o a los pacientes, “Saber querer” es el arma poderosa para educar y para curar, lo que indica que deberíamos aprender a querer de verdad. “Querer y ser querido” constituyen la necesidad más profunda del ser humano y, al mismo tiempo, determinan su grandeza.
Querer de verdad presupone la donación de lo mejor de uno mismo. Para ello, necesitamos ejercitarnos en el olvido propio y poner nuestra mirada en lo que el otro necesita. La característica principal de esa donación es su gratuidad, no el propio interés. “Saber querer” es una tarea que todos debemos afrontar y poner en práctica, porque de ella depende nuestra felicidad, que sin duda se complementa con la seguridad de “saberse querido”.
El querer de verdad exige también generosidad y sacrificio, estas cualidades nos ayudan a darle al otro, libre y generosamente, lo que necesita. Esta forma de proceder nos hace más felices, nos impulsa a amar y a vivir más plenamente. La felicidad es fruto de la entrega y del servicio alegre a los demás.
Domingo Martínez Madrid
La decisión de eliminar a un ser humano en el vientre de su madre es una guerra absolutamente injusta. Es la afirmación más plena de que el Poder, un Poder absoluto, que es la única ley para sí mismo y que se impone en las reglas de la convivencia humana. Es el Poder que el hombre que ha salido del vientre materno se da a sí mismo, para exterminar a cualquier otro ser humano que todavía no ha salido del vientre materno; y que, por cualquier razón, o sin ninguna razón, por puro poder de su voluntad, decide matar. El “derecho a abortar” es la afirmación más neta del ser humano, no sólo contra Dios, contra su Creador, sino contra todo principio de buena convivencia social. Ese “derecho” es el principio del suicidio de una sociedad. Si el aborto es un “derecho” saltan todas las reglas que se quieran establecer para el convivir humano. Si el aborto se acepta, “todo” está permitido; y Todo es Todo.
Se puede entender que, en un momento de desesperación, en un momento en el que la oscuridad del futuro unida a la fragilidad del ser humano, oscurezca la inteligencia y la voluntad y una mujer se decida a abortar. Todo Pecado puede clamar por el Perdón, y alcanzarlo.
Jesús Domingo Martínez
La trascendencia teológica de Benedicto XVI
Todavía siguen resonando los cánticos de "santo subito" en la plaza de san Pedro durante su funeral el pasado 5 de enero. Desde la Fundación CARF queremos recordar al papa Ratzinger, y hacer un repaso de su legado de infinito valor por su trascendencia teológica e intelectual ligada a su inmensa humildad.
Recordaremos siempre al papa Benedicto XVI, fallecido el sábado 31 de diciembre de 2022, por estimular a todos los fieles católicos a buscar, conocer y amar a Jesucristo; por enseñarnos a comportarnos y a vivir cristianamente en una sociedad pagana, con el optimismo y con el vigor que da la esperanza de difundir el Evangelio, motivándonos a transformarla desde dentro.
Breve perfil de Benedicto XVI
El pontificado de Benedicto XVI duró solo ocho años, sin embargo ha sido trascendental en la Historia de la Iglesia por sus reflexiones sobre la fe y la doctrina. Fiel a su lema, “colaborador de la verdad”, el impulso intelectual al diálogo entre fe y la razón, y a la lucha contra los abusos y la división en la Iglesia fueron los estandartes de su pontificado. Siempre tuvo una postura clara y fraterna con todas las personas y posiciones teológicas que se apartaban de las verdades de fe de la Iglesia.
Por otra parte, Benedicto XVI consideraba que había que actuar en favor de un orden justo en la sociedad, y que se debía promover el bien común a través de la acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural. Sus tres encíclicas, culminan su gran labor teológica para dar respuesta a los problemas del mundo actual.
Algunos hitos de su vida
- 29 de junio de 1951: Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote junto a su hermano Georg en la catedral de Freising.
- En 1953: se doctora en Teología con la disertación Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de San Agustín.
- 24 de marzo de 1977: san Pablo VI lo nombra arzobispo de München und Freising. Joseph Ratzinger no llegaba a los 50 años cuando fue nombrado arzobispo, pero ya era ya un teólogo conocido y respetado. Aquel nombramiento dio un giro inesperado a su vida. Lo suyo era el estudio, la investigación y la docencia de la Teología. Los cargos de gobierno los aceptó por obediencia y por servicio de la Iglesia. El mismo año el papa lo crea también cardenal.
- 19 de abril de 2005: El cardenal Joseph Ratzinger fue elegido como sucesor de Pedro y presentado al mundo como papa Benedicto XVI a sus 78 años. En sus primeras palabras recordó a san Juan Pablo II y se definió como un «simple y humilde trabajador en la viña del Señor». Siguiendo el ejemplo de su predecesor visitó 24 países.
- 25 de diciembre de 2005: Publica su primera encíclica Deus caritas est dedicada al amor de Dios. Como Papa habla continuamente de la «alegría de ser cristiano».
- 30 de noviembre 2007: Publica la encíclica Spe Salvi donde trata el tema de la esperanza. También publica la primera parte de su obra Jesús de Nazaret, un gran trabajo teológico y pastoral, que termina de publicar en 2012.
- 29 de junio de 2009: Publica su última encíclica Caritas in veritate sobre la justicia social en el siglo XXI. Fue en esta última donde criticó el consumismo y también el actual sistema económico completamente alejado del bien común.
- 11 de febrero de 2013: Anuncia su renuncia al pontificado generando una revolución cultural y teológica, que conformará su gran legado a la Historia de la Iglesia, y marcará definitivamente la manera en que los papas deberán concebir ya sus pontificados.
- 31 de diciembre de 2023: El papa emérito Benedicto XVI fallece en Roma a los 95 años. Con él desaparece el último de los pontífices implicados personalmente en los trabajos del Concilio Vaticano II.
«Para mí no faltan los momentos de encuentro personal, fraterno y afectuoso con el Papa emérito. Pero esta ocasión es importante para reafirmar que la contribución de su obra teológica y, en general, de su pensamiento sigue siendo fecunda y activa, no dirigida al pasado, sino fecunda para el futuro, para la aplicación del Concilio y para el diálogo entre la Iglesia y el mundo de hoy. Estas aportaciones nos ofrecen una sólida base teológica para el camino de la Iglesia: una Iglesia ‘viva’, que él nos enseñó a ver y vivir como comunión, y que está en movimiento –en ‘synodos’–, guiada por el Espíritu del Señor, siempre abierta a la misión de anunciar el Evangelio y de servir al mundo en el que vive».
Papa Francisco, durante la ceremonia de entrega del Premio Ratzinger 2022.
Benedicto XVI: un gran papa teólogo
La contribución de la obra y del pensamiento teológico de Benedicto XVI al cristianismo y a la humanidad es ya hoy prolífica y eficaz. Una de sus preocupaciones fue la de dar respuesta a los problemas actuales a través de la reflexión y de la interpretación de las Sagradas Escrituras.
Joseph Ratzinger trabajó muchos años estrechamente con san Juan Pablo II, quien lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe en noviembre de 1981, donde se dio a conocer como teólogo, inspirando a la Iglesia durante 31 años.
Fue testigo directo de la crisis postconciliar, del cuestionamiento de las verdades esenciales de la fe y de la experimentación en el ámbito litúrgico. Ya en 1966, un año después del final del Concilio Vaticano II, dijo que veía el avance de un «cristianismo a precios rebajados».
Así, el papa teólogo, logró expresar con gran fuerza argumentativa y, al mismo tiempo, con gran unción espiritual lo que constituye el corazón de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia. Frente a los escándalos eclesiásticos, Benedicto XVI hacia llamamientos a la conversión, a la penitencia y a la humildad. En septiembre de 2011 invitaba a la Iglesia a ser menos mundana: «los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo…».
Jesucristo: núcleo central de la teología de Joseph Ratzinger
Su legado como teólogo y pastor, cuyos elementos principales es bueno recordar en estos momentos y donde confluye el trabajo de toda una vida, se centra en la figura de Cristo.
Jesucristo presente en la escritura y en la liturgia, y su relación con la Iglesia y con María, es el núcleo central de su teología. En Jesucristo, Dios mismo se ha hecho visible y ha mostrado a los hombres su Amor salvador. Puntualizando que esa revelación de Dios no es un simple hecho del pasado, sino una fuerza divina de hoy y para el futuro, accesible en la Iglesia de los santos, habilitados como testigos de la resurrección por medio del Espíritu Santo.
Entre los pilares teológicos y ontológicos de su pensamiento se encuentra también la persona, y el significado que para ella tienen el amor, la verdad, la belleza y la esperanza, temas plasmados en sus encíclicas.
Para el anuncio del mensaje cristiano, Benedicto XVI insistía tanto en la fe como en la razón; y de la relación entre ambas se desprende su concepción de la teología, de la catequesis y de la predicación. Finalmente, en lo que se refiere a la misión, resultan interesantes sus afirmaciones sobre el ministerio y la Eucaristía (con importantes consecuencias para la teología ecuménica), la creación, las religiones y la relación de la Iglesia.
Benedicto XVI: humildad y servicio a la Iglesia
Benedicto XVI ha sido uno de los grandes teólogos del siglo XX y XXI; un intelectual que ha buscado durante toda su vida, con el estudio de la Teología, la investigación y la enseñanza, el rostro de Dios. Y al mismo tiempo, era un hombre sencillo, muy cordial y gentil, incluso tímido, que se puso su vida a disposición total y al servicio de la Iglesia.
Cuando en 2005 es elegido Papa con el nombre de Benedicto XVI, comentó en una entrevista que durante el conclave rezó «al Señor para que eligiera a alguien más fuerte que yo, pero en esa oración evidentemente Él no me escuchó». El nombre no fue casual, lo eligió en honor a Benedicto XV y de Benito de Nursia, el papa de la Paz y el iniciador de la vida monástica en Occidente, respectivamente.
La renuncia al pontificado
Una de las acciones sorprendentes y más humildes de Benedicto XVI, además de una demostración de su valentía, fue el hecho de su renuncia como Papa. Se trató de un hecho histórico en la vida de la Iglesia. Solo en 1294, setecientos años antes, Celestino V había renunciado al papado. La realidad es que hasta ese momento nadie pensaba que el obispo de Roma tuviera un límite de edad. El papa Benedicto XVI rompió una tradición milenaria y lo hizo de forma meditada y razonada.
Es por todo ello que la figura de Benedicto XVI, como papa, teólogo, antes como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es y será de especial trascendencia para la historia de la Iglesia. Influyó notoriamente en Francisco I, y también lo hará en los posteriores papados. Sus aportes interpretativos del Concilio Vaticano II han definido algunas de las líneas de la Iglesia Católica, así como lo han hecho las decenas de obras de extraordinario valor teológico y metafísico que escribió. Su legado permanecerá más allá y alcanzará cotas que ahora son difíciles de valorar en su justa medida.
Bibliografía
– Joseph Ratzinger – Benedicto XVI. Una vida en la continuidad del pensamiento y la fe, Hansjürgen Verweyen.
– El Papa teólogo, Jean-Heiner Tück.
– La teología de Joseph Ratzinger, Blanco P.
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