Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY lunes, 09 de enero de 2023
Indice:
La justicia de Dios no es pena ni castigo, sino misericordia que salva
El Papa bautiza a trece niños: "Es como un cumpleaños"
LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del lunes: ¡buenas noticias!
“Bendita perseverancia la del borrico” : San Josemaria
«Que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz»
Retiro de enero #DesdeCasa (2023)
Transmitir la fe : A. Aguiló
Educar para la vida : A. Villar
La revolución de la esperanza : Jorge Hernández Mollar
30 frases memorables de Benedicto XVI : LaFamilia.info
Descubrimiento y evangelización : José María Irabur
Otra lección de la naturaleza : Juan Luis Selma
Tanto amigos como enemigos : José Morales Martín
Nada es igual en Ucrania : JD Mez Madrid
Frente al socialcomunismo : Jesús D Mez Madrid
Fiesta de la Sagrada Familia, cuna de la vocación al amor : CARF
La justicia de Dios no es pena ni castigo, sino misericordia que salva
Compartir las cargas de los demás, mirarse con compasión, ayudarse mutuamente, no dividir sino compartir: así es como los cristianos están llamados a ejercer la justicia en la Iglesia y en la sociedad. A la hora del Ángelus el Papa Francisco se refirió a la misión de Jesús: no condenar a los culpables, sino salvar a los pecadores y hacerlos justos
Cecilia Seppia – Ciudad del Vaticano
Cuántas veces hemos invocado y obtenido justicia contra un mal sufrido, un agravio recibido, una calumnia, un abuso de poder, pensando que quien obra mal debe pagar, es más, es justo que pague, tal vez con una sentencia establecida por un tribunal. Esta es quizás la justicia del hombre, pero ciertamente no la de Dios.
08/01/2023"Recemos por las mamás ucranianas y rusas que perdieron a sus hijos"
Desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico, en el día en que la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor, Francisco se centró en este tema, iniciando su catequesis con la imagen "sorprendente" que propone el Evangelio de hoy, la de Jesús inclinando la cabeza a orillas del Jordán, para ser bautizado por Juan. Era un rito, el de ir al río a recibir el Bautismo, en el que la gente se arrepentía y se comprometía a convertirse con humildad y un corazón transparente. ¿Pero cuál fue el motivo que impulsó a Cristo a humillarse?
“Al ver a Jesús que se mezcla con los pecadores, uno se asombra y se pregunta: ¿Por qué Él, el Santo de Dios, el Hijo de Dios sin pecado, hizo esta elección? Encontramos la respuesta en las palabras de Jesús a Juan: ‘Déjalo por ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia’”
08/01/2023El Papa bautiza a trece niños: "Es como un cumpleaños"
La justicia que proviene del amor
¿Qué significa cumplir toda justicia? Lo preguntó el Papa mientras explicaba que, al ser bautizado, Jesús quiso revelarnos en qué consiste la justicia que Dios vino a traer al mundo. Nada que ver con la idea estrecha y meramente humana de "quien se equivoca, paga". La justicia de Dios, dijo Francisco, es mucho mayor: "No tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y renacimiento", la voluntad de hacer justo incluso al más obstinado de los pecadores.
Es una justicia que nace del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, el Padre que se conmueve cuando nos oprime el mal y caemos bajo el peso del pecado y de la fragilidad.
“La justicia de Dios, por tanto, no quiere distribuir penas y castigos, sino que, como afirma el apóstol Pablo, consiste en hacer justos a sus hijos, liberándonos de las asechanzas del mal, curándonos, levantándonos”
Sólo la misericordia salva
Salvar a todos los pecadores, cargar sobre sus hombros el pecado del mundo entero: he aquí, pues, el sentido de ese gesto perturbador que Jesús hace a orillas del Jordán y que deja estupefacto al propio Juan, he aquí la justicia que vino a cumplir.
“Él nos muestra que la verdadera justicia de Dios es la misericordia que salva, el amor que comparte nuestra condición humana, se hace cercano, comprensivo con nuestro dolor, entrando en nuestras tinieblas para traer la luz”
Francisco citó además a su predecesor, Benedicto XVI, cuyo funeral celebró el pasado 5 de enero, para subrayar la profundidad y la amplitud de esta redención que Dios concede a todos, sin distinción, y que lo lleva a descender él mismo "hasta el fondo del abismo de la muerte, para que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, encuentre la mano de Dios a la que asirse" (homilía del 13 de enero de 2008).
No dividir sino compartir
La tarea más difícil para los cristianos, concluyó el Santo Padre, es precisamente la de ejercer así la justicia no sólo en la Iglesia, sino también en la sociedad, en la vida cotidiana, en las relaciones con los demás. ¿Cómo se consigue? Ciertamente no chismorreando sobre los hermanos, acusando, parloteando, porque parlotear divide, es un arma letal.
“No con la dureza de quien juzga y condena dividiendo a las personas en buenos y malos, sino con la misericordia de quien acoge compartiendo las heridas y las fragilidades de las hermanas y los hermanos, para levantarlos. Me gustaría decirlo así: no dividir, sino compartir”
No dividir, sino compartir. Hagamos como Jesús: compartamos, llevemos las cargas unos de otros, en lugar de hablar mal y dividir, mirémonos con compasión, ayudémonos. Preguntémonos: Yo ¿divido o comparto? ¿Soy discípulo del amor o del chismorreo? El chismorreo es un arma letal.
El Papa bautiza a trece niños: "Es como un cumpleaños"
En la fiesta del Bautismo del Señor, algunos bebés de los empleados del Vaticano recibieron este Sacramento de manos del Pontífice en la Capilla Sixtina. El Papa Francisco invitó a padres y padrinos a acompañar a los pequeños en el camino de la fe. "Enséñenles desde ahora a rezar, porque la oración es lo que les dará fuerza durante toda la vida”, dijo
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Vagidos y pequeños gritos caracterizaron esta celebración, si bien se oyeron pocos este año en la Capilla Sixtina, donde el Papa bautizó a trece bebés, hijos de empleados del Vaticano, en la fiesta del Bautismo del Señor. Damiano, Francesca, Olimpia y otros diez niños y niñas dormían o permanecían tranquilos en brazos de sus madres y padres. "Ahora están todos callados, pero quizá alguien dará el La... Y como los niños son sinfónicos, todos seguirán al primero ", dijo el Papa Francisco en su homilía, en que se expresó libremente hablando poco a propósito para no "cansar" a los pequeños.
“Déjenlos que griten, déjenlos que lloren. Quizá alguno llora de hambre, amamántenlos, con libertad... Quizá alguno tenga calor: ¡que se sientan cómodos! Todos cómodos. Lo importante es que esta celebración sea la fiesta de un bello camino cristiano”
Fue una verdadera fiesta en la que las familias se convierten en una sola familia con la Iglesia a través de un Sacramento que, como subrayó repetidamente el Papa, "hace renacer a la vida cristiana".
“Es como un cumpleaños, enseñen a los niños la fecha”
Una fiesta de familias
De este modo Francisco prosiguió en este 2023 la tradición iniciada en los años 80 por san Juan Pablo II, es decir la de bautizar a los hijos de los empleados del Vaticano. Una evocadora ceremonia que reunió a más de cincuenta personas entre los majestuosos frescos de la Capilla Sixtina – muy bien climatizada para esta ocasión – incluidos padres, padrinos, hermanos y hermanas.
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Es precisamente a estos últimos a los que el Papa dirigió su atención, repartiendo caricias y palmadas en las mejillas, como hizo, por ejemplo, con los dos pequeños gemelos pelirrojos que se apoyaron en la pila bautismal que representa el Árbol de la Vida, con el sol saliendo entre las ramas y, en la base, una piedra del río Jordán donde Cristo recibió el Bautismo.
Una imagen de la celebración
El inicio de un camino
Hasta el 2020, eran más de treinta los bebés bautizados por el Santo Padre. En el 2021, debido a las restricciones de la pandemia de COVID, se saltó la celebración; luego se reanudó el año pasado con menos familias. También este año el número fue reducido: trece niños y niñas. El pensamiento del Papa – durante su homilía – fue para su futuro:
“Estos niños que traen ahora empiezan un camino, pero les corresponde a ustedes y a los padrinos ayudarlos a continuar en este camino”
Es de niños cuando aprenden a rezar, al menos a hacerlo con las manos, con los gestos... Pero es de niños cuando aprendemos la oración, porque la oración será lo que les dará fuerzas a lo largo de su vida: en los buenos momentos para dar gracias a Dios, y en los malos, para encontrar la fuerza.
Como un cumpleaños
Además de la oración, el Papa Francisco recomendó a los padres que enseñen a sus hijos la fecha del Bautismo:
“Es como un cumpleaños, porque nos hace renacer a la vida cristiana. Por eso les aconsejo que enseñen a sus hijos la fecha del Bautismo, como un nuevo cumpleaños: que cada año recuerden y den gracias a Dios por esta gracia de venir a ser cristianos”
El rito del Bautismo
El saludo al final de la celebración
Con el Papa concelebraron el cardenal Konrad Krajewski, limosnero pontificio, y el cardenal Fernando Vérgez Alzaga, presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano. Los dos cardenales marcaron el pecho de cada recién nacido con el óleo consagrado. La celebración estuvo marcada por los diferentes ritos: la túnica blanca, la profesión de fe, el encendido del cirio.
Al término de la celebración, el Santo Padre, aferrado al bastón de cuatro puntas que lo acompaña desde hace unos meses, descendió entre las familias y se detuvo a saludar a cada uno de los presentes. Acarició los vientres de las mujeres embarazadas, intercambió algunas palabras con los familiares de los bautizados, especialmente con los niños, y distribuyó rosarios y bendiciones. Luego incluso posó para alguna foto de grupo. Finalmente se dirigió al pequeño belén instalado en la Capilla Sixtina y allí permaneció unos instantes a solas para rezar.
Los pequeños en brazos de sus padres
LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS
— El Señor llama a los discípulos en medio de su trabajo. A nosotros nos llama también en nuestros quehaceres, y nos deja en ellos para que los santifiquemos y le demos a conocer.
— La santificación del trabajo. El ejemplo de Cristo.
— Trabajo y oración.
I. Después del Bautismo, con el que inaugura su ministerio público, Jesús busca a aquellos a quienes hará partícipes de su misión salvífica. Y los encuentra en su trabajo profesional. Son hombres habituados al esfuerzo, recios, sencillos de costumbres. Al pasar junto al mar de Galilea -se lee en el Evangelio de la Misa1-, vio a Simón y a Andrés, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y cambia la vida de estos hombres.
Los Apóstoles fueron generosos ante la llamada de Dios. Estos cuatro discípulos –Pedro, Andrés, Juan y Santiago– conocían ya al Señor2, pero es este el momento preciso en el que, respondiendo a la llamada divina, deciden seguirle del todo, sin condiciones, sin cálculos, sin reservas. Así la siguen hoy muchos en medio del mundo, con entrega total en un celibato apostólico. Desde ahora, Cristo será el centro de sus vidas, y ejercerá en sus almas una indescriptible atracción. Jesucristo los busca en medio de su tarea ordinaria, como hizo Dios con los Magos –según hemos contemplado hace pocos días–: por aquello que les podía ser más familiar, el brillo de una estrella; como llamó el Ángel a los pastores de Belén, mientras cumplen con su deber de guardar el ganado, para que fueran a adorar al Niño Dios y acompañaran aquella noche a María y a José...
En medio de nuestro trabajo, de nuestros quehaceres, nos invita Jesús a seguirle, para ponerle en el centro de la propia existencia, para servirle en la tarea de evangelizar el mundo. «Dios nos saca de las tinieblas de nuestra ignorancia, de nuestro caminar incierto entre las incidencias de la historia, y nos llama con voz fuerte, como un día lo hizo con Pedro y con Andrés: Venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum (Mt 4, 19), seguidme y yo os haré pescadores de hombres, cualquiera que sea el puesto que en el mundo ocupemos»3. Nos elige y nos deja –a la mayor parte de los cristianos, los laicos– allí donde estamos: en la familia, en el mismo trabajo, en la asociación cultural o deportiva a la que pertenecemos... para que en ese lugar y en ese ambiente le amemos y le demos a conocer a través de los vínculos familiares, o de las relaciones de trabajo, de amistad...
Desde el momento en que nos decidimos a poner a Cristo como centro de nuestra vida, todo cuanto hacemos queda afectado por esa decisión. Debemos preguntarnos si somos consecuentes ante lo que significa que el trabajo se convierta en el lugar para crecer en esa amistad con Jesucristo, mediante el desarrollo de las virtudes humanas y de las sobrenaturales.
II. El Señor nos busca y nos envía a nuestro ambiente y a nuestra profesión. Pero quiere que ese trabajo sea ya diferente. «Me escribes en la cocina, junto al fogón. Está comenzando la tarde. Hace frío. A tu lado, tu hermana pequeña –la última que ha descubierto la locura divina de vivir a fondo su vocación cristiana– pela patatas. Aparentemente –piensas– su labor es igual que antes. Sin embargo, ¡hay tanta diferencia!
»—Es verdad: antes “solo” pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas»4.
Para santificarnos con los quehaceres del hogar, con las gasas y las pinzas del hospital (¡con esa sonrisa habitual ante los enfermos!), en la oficina, en la cátedra, conduciendo un tractor o delante de las mulas, limpiando la casa o pelando patatas..., nuestro trabajo debe asemejarse al de Cristo, a quien hemos contemplado en el taller de José hace unos días, y al trabajo de los apóstoles, a quienes hoy, en el Evangelio de la Misa, vemos pescando. Debemos fijar nuestra atención en el Hijo de Dios hecho Hombre mientras trabaja, y preguntarnos muchas veces: ¿qué haría Jesús en mi lugar?, ¿cómo realizaría mi tarea? El Evangelio nos dice que todo lo hizo bien5, con perfección humana, sin chapuzas; y eso significa hacer el trabajo con espíritu de servicio a sus vecinos, con orden, con serenidad, con intensidad; entregaría los encargos en el plazo convenido, remataría su trabajo artesano con amor, pensando en la alegría de los clientes al recibir un trabajo sencillo, pero perfecto; se fatigaría... También realizó Jesús su quehacer con plena eficacia sobrenatural, pues a la vez, con ese mismo trabajo, estaba realizando la redención de la humanidad, unido a su Padre con amor y por amor, unido a los hombres también por amor a ellos6, y lo que se hace por amor, compromete.
Ningún cristiano puede pensar que, aunque su trabajo sea aparentemente de poca importancia –o así lo juzguen con ligereza algunos, con sus comentarios superficiales–, puede realizarlo de cualquier modo, con dejadez, sin cuidado y sin perfección. Ese trabajo lo ve Dios y tiene una importancia que nosotros no podemos sospechar. «Me has preguntado qué puedes ofrecer al Señor. —No necesito pensar mi respuesta: lo mismo de siempre, pero mejor acabado, con un remate de amor, que te lleve a pensar más en Él y menos en ti»7.
III. Para un cristiano que vive cara a Dios, el trabajo debe ser oración –pues sería una gran pena que «solo» pele patatas, en vez de santificarse mientras las pela bien–, una forma de estar a lo largo del día con el Señor, y una gran oportunidad de ejercitarse en las virtudes, sin las cuales no podría alcanzar la santidad a la que ha sido llamado; es, a la vez, un eficaz medio de apostolado.
Oración es conversar con el Señor, elevar el alma y el corazón hasta Él para alabarle, darle gracias, desagraviarle, pedirle nuevas ayudas. Esto se puede llevar a cabo por medio de pensamientos, de palabras, de afectos: es la llamada oración mental y la oración vocal; pero también se puede hacer por medio de acciones capaces de transmitir a Dios lo mucho que queremos amarle y lo mucho que lo necesitamos. Así pues, oración es también todo trabajo bien acabado y realizado con visión sobrenatural8, es decir, con la conciencia de estar colaborando con Dios en la perfección de las cosas creadas y de estar impregnando todas ellas con el amor de Cristo, completando así su obra redentora, cumplida no solo en el Calvario, sino también en el taller de Nazaret.
El cristiano que está unido a Cristo por la gracia convierte sus obras rectas en oración; por eso es tan importante la devoción del ofrecimiento de obras por las mañanas, al levantarnos, en la que, con pocas palabras, le decimos al Señor que toda la jornada es para Él; renovarlo luego algunas veces durante el día, y principalmente en la Santa Misa, es de gran importancia para la vida interior. Pero el valor de esta oración que es el trabajo del cristiano dependerá del amor que se ponga al realizarlo, de la rectitud de intención, del ejercicio de la caridad, del esfuerzo para acabarlo con competencia profesional. Cuanto más actualicemos la intención de convertirlo en instrumento de redención, mejor lo realizaremos humanamente, y más ayuda estaremos prestando a toda la Iglesia. Por la naturaleza de algunos trabajos, que exijan una gran concentración de la atención, no será fácil tener la mente con frecuencia en Dios; pero, si nos hemos acostumbrado a tratarle, buscándole de modo esforzado, Él estará como «una música de fondo» de todo lo que hacemos. Desempeñando así nuestras tareas, trabajo y vida interior no se interrumpirán, «como el latir del corazón no interrumpe la atención a nuestras actividades de cualquier tipo que sean»9. Por el contrario, trabajo y oración se complementan, como se enlazan con armonía las voces y los instrumentos. El trabajo no solo no entorpece la vida de oración, sino que se convierte en su vehículo. Se cumple entonces lo que le pedimos en esa hermosa oración10 al Señor: Actiones nostras, quaesumus, Domine, aspirando praeveni et adiuvando prosequere: ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur: que todo nuestro día, nuestra oración y nuestro trabajo, tomen su fuerza y empiecen siempre en Ti, Señor, y que todo lo que hemos comenzado por Ti llegue a su fin11.
Si Jesucristo, a quien hemos constituido en centro de nuestra existencia, está en el trasfondo de todo lo que realizamos, nos resultará cada vez más natural aprovechar las pausas que hay en toda labor para que esa «música de fondo» se transforme en auténtica canción. Al cambiar de actividad, al permanecer con el coche parado ante la luz roja de un semáforo, al acabar un tema de estudio, mientras se consigue una comunicación telefónica, al colocar las herramientas en su sitio..., vendrá esa jaculatoria, esa mirada a una imagen de Nuestra Señora o al Crucifijo, una petición sin palabras al Ángel Custodio, que nos reconfortan por dentro y nos ayudan a seguir en nuestro quehacer.
Como el amor sabe encontrar recursos, es ingenioso, sabremos poner algunas «industrias humanas», algunos recordatorios, que nos ayuden a no olvidarnos de que a través de lo humano hemos de ir a Dios. «Pon en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera..., una imagen de Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar tu tarea, mientras la realizas y al terminarla. Ella te alcanzará –¡te lo aseguro!– la fuerza para hacer, de tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios»12.
1 Mc 1, 14-20. — 2 Cfr. Jn 1, 35-42. — 3 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Rialp, 1ª ed., Madrid 1973, 45. — 4 ídem, Surco, Rialp, 3ª ed., Madrid 1986, n. 498. — 5 Mc 7, 37. — 6 Cfr. J. L. Illanes, La santificación del trabajo, Palabra, 5ª ed., Madrid 1974, p. 77 ss. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 495. — 8 Cfr. R. Gómez Pérez, La fe y los días, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, pp. 107-110. — 9 San Josemaría Escrivá, Carta 15-X-1948. — 10 Enchiridion Indulgentiarum, Políglota Vaticana, Roma 1968, n. 1. — 11 Cfr. S. Canals, Ascética meditada, Rialp, 15ª ed., Madrid 1981, p. 142. — 12 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 531.
Evangelio del lunes: ¡buenas noticias!
Comentario del lunes de la 1.ª semana del tiempo ordinario. “Vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios”. El Señor nos sigue llamando a cada uno a participar en la difusión de la Buena nueva, en el servicio y el amor a los demás.
09/01/2023
Evangelio (Mc 1, 14-20)
Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: -El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio. Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: -Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres. Y, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Y pasando un poco más adelante, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que estaban en la barca remendando las redes; y enseguida los llamó. Y dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se fueron tras él.
Comentario
El primer capítulo del evangelista Marcos nos cuenta que Jesús comienza su vida pública predicando el Evangelio de Dios. Quizá estemos acostumbrados a estas palabras pero vale la pena pararse una vez más para escucharlas con toda su fuerza: Jesús ha venido a traer en persona buenas noticias a los hombres y mujeres que estén dispuestos a escucharlo con fe.
Iremos descubriendo poco a poco en las páginas del evangelio en que consisten estas buenas noticias pero el Señor desde el inicio aclara que para escucharlas se necesita tener voluntad para cambiar lo que no vaya de acuerdo con su mensaje, para convertirse y para abrir los oídos del corazón.
En el pasaje que hoy leemos, se nos adelanta que el evangelio tiene que ver con que Dios es rey y quiere reinar en la tierra. Ciertamente este mensaje corre riesgo de ser malinterpretado, ya que su reinado es de un tipo especial y no es como los reinados de la tierra. Junto con los apóstoles aprenderemos que Dios no quiere basar su poder en el control y en la fuerza sino en el servicio y el amor mutuo.
Al igual que a los apóstoles, el Señor sigue llamando a cada una y a cada uno a participar en la difusión del evangelio y al mismo tiempo nos plantea la pregunta de si vivo mi fe como una buena noticia o no. Quizá es esta una buena ocasión para proponerse conocer mejor el sentido profundo del mensaje de Jesús y poder así experimentar con renovadas fuerzas la alegría ante tan buenas noticias.
“Bendita perseverancia la del borrico”
Si no es para construir una obra muy grande, muy de Dios –la santidad–, no vale la pena entregarse. Por eso, la Iglesia –al canonizar a los santos– proclama la heroicidad de su vida. (Surco, 611)
9 de enero
Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible. (Camino, 783)
Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales.
Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín.
Lleva este pensamiento a tu vida interior. (Camino, 998)
¿Que cuál es el secreto de la perseverancia?
El Amor. -Enamórate, y no "le" dejarás. (Camino, 999)
La entrega es el primer paso de una carrera de sacrificio, de alegría, de amor, de unión con Dios. –Y así, toda la vida se llena de una bendita locura, que hace encontrar felicidad donde la lógica humana no ve más que negación, padecimiento, dolor. (Surco, 2)
¿Que cuál es el fundamento de nuestra fidelidad?
–Te diría, a grandes rasgos, que se basa en el amor de Dios, que hace vencer todos los obstáculos: el egoísmo, la soberbia, el cansancio, la impaciencia...
–Un hombre que ama se pisotea a sí mismo; le consta que, aun amando con toda su alma, todavía no sabe amar bastante. (Forja, 532)
«Que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz»
Roma despidió a Benedicto XVI en su austero funeral en una mañana muy nublada. Al inicio de la Misa, un grupo de mayordomos vaticanos transportaron el féretro de Benedicto XVI hasta el altar. En su homilía, el Papa Francisco elogió las formas en que Benedicto XVI se entregó a la Iglesia.
05/01/2023
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» ( Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro —podríamos decir— capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos.
El Señor, abierto a las historias que encontraba en el camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor: «Aquí están mis manos» (Jn 20,27), le dijo a Tomás, y lo dice a cada uno de nosotros: “aquí están mis manos”. Manos llagadas que salen al encuentro y no cesan de ofrecerse para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16) [1].
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5).
Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: “Tú me perteneces… tú les perteneces”, susurra el Señor; “tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas” [2]. Es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, cuerpo que se entrega por ustedes (cf. Lc 22,19). La synkatabasis total de Dios.
Entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar (cf. 1 P 1,6-7) y la confiada invitación a apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17). Como el Maestro, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad (cf. Hb 5,7-9). Encuentro de intercesión donde el Señor va gestando esa mansedumbre capaz de comprender, recibir, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que esto puede generar. Fecundidad invisible e inaferrable, que nace de saber en qué manos se ha puesto la confianza (cf. 2 Tm 1,12). Confianza orante y adoradora, capaz de interpretar las acciones del pastor y ajustar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18): «Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia» [3].
Y también entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 57), en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla; y en la terca pero paciente esperanza en que el Señor cumplirá su promesa, como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre (cf. Lc 1,54-55).
También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida (cf. Mt 25,6-7).
San Gregorio Magno, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme».
Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado [4]. Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.
Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.
[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1.
[2] Cf. Íd., Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril de 2006.
[3] Íd., Homilía en la Misa de inicio del pontificado, 24 de abril de 2005.
[4] Cf. ibíd.
Retiro de enero #DesdeCasa (2023)
Esta guía es una ayuda para hacer por tu cuenta el retiro mensual, allí dónde te encuentres, especialmente en caso de dificultad de asistir en el oratorio o iglesia donde habitualmente nos reunimos para orar.
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∙ Descarga el retiro mensual #DesdeCasa (PDF)
1. Introducción. La misión del cristiano en el hogar y en el mundo.
2. Meditación I. La vida en Nazaret.
3. Meditación II. Los primeros discípulos. El seguimiento de Jesucristo.
4. Charla.
5. Lectura espiritual.
6. Examen de conciencia.
Retiro de enero #DesdeCasa (2023) from Opus Dei
Introducción. La misión del cristiano en el hogar y en el mundo
“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar”.
De la Carta a Diogneto (escrita a finales del s. II).
Primera meditación
Opción 1. Meditación: La vida en Nazaret.
Opción 2:Seis mensajes de san Josemaría para ser felices en la vida cotidiana.
Segunda meditación
Opción 1. Meditación: Los primeros discípulos.
Opción 2: Amistad y evangelización. Carta pastoral Mons. F. Ocáriz (1 noviembre de 2019), números 4-10.
Charla
Contribuir a que el mundo sea el hogar que Dios desea para los hombres desde el lugar y trabajo que cada uno tiene. ¿Qué es el bien común? Participación y responsabilidad de todos.
Lectura espiritual
La misión de los laicos en el mundo: una nueva evangelización, servir a la persona y a la sociedad, el valor de la familia en la sociedad; la política, la economía, la sociedad, la cultura. San Juan Pablo II, Ex. Ap. Christifideles laici, nn 32-44.
Examen de conciencia
Acto de presencia de Dios
1. «Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto. (...) Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2, 51-52) ¿Cómo ilumina mi vida la certeza de que la santidad consiste en poner amor en lo cotidiano? ¿En qué aspectos de mi vida familiar, de mi trabajo, etc. Jesús me llama a manifestar ese amor?
2. «O sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos» (San Josemaría, Homilía Amar al mundo apasionadamente) ¿Soy consciente de que muchos de esos encuentros con el Señor tienen lugar en mi día a día, en mi relación con mi cónyuge, mis hijos, mis amigos?; ¿También cuando voy por la calle, en mi lugar de trabajo o en mis momentos de descanso?
3. «¿Tengo en mi alma la confianza necesaria en mi Padre Dios para pedirle, como el niño pequeño, ¡la luna!?» (Camino, n. 857). ¿Qué podría pedirle a Dios con la confianza de un niño para mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y vecinos de modo que con el tiempo descubran a Cristo y tengan una relación personal con él?
4. «Ellos le dijeron: “Rabbí –que significa Maestro–, ¿dónde vives?”. Les respondió: “Venid y veréis”» (Jn 1, 38-39) ¿Cómo comparto con el Señor las preocupaciones y deseos más profundos de mi alma? ¿Le pido ayuda?
5. «En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa» (Forja, n. 565). ¿Fomento la amistad con Cristo y con las personas que me rodean? ¿Contemplo cómo Cristo se detiene con cada uno, cómo les escucha, se compadece, se hace cargo de sus problemas, etc.? ¿Procuro hacer lo mismo?
6. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). ¿Podría ser aún más coherente con mi fe? ¿Soy consciente de que las palabras avaladas por el ejemplo personal tienen la fuerza de conmover el corazón?
7. «Oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe» (2 Ts 1,11-12). Cuando contemplo mi vida, ¿puedo decir que Dios sigue infundiendo su luz a través de mí allí donde estoy?
Acto de contrición
En el fondo del espíritu humano encontramos una nostalgia de felicidad que apunta a la esperanza de un hogar, de una patria definitiva. Somos terrenos, pero anhelamos lo eterno, anhelamos a Dios. Un Dios que podemos con certeza conocer como origen y fin del universo y como sumo bien, a partir del mundo y de la persona humana.
01/10/2022
Sumario
1. El anhelo de Dios: la persona humana es capaz de Dios, deseo de la plena felicidad y deseo de Él
2. El conocimiento racional de Dios
3. Características actuales de las personas y de la sociedad respecto a lo trascendente
- Bibliografía y Lecturas
1. El anhelo de Dios: la persona humana es capaz de Dios, deseo de la plena felicidad y deseo de Él
«El hombre está hecho para ser feliz como el pájaro para volar», escribió un literato ruso del siglo XIX. Todo el mundo busca la felicidad, el propio bien, y orienta su vida del modo que le parece más adecuado para alcanzarla. Poder gozar de bienes humanos que nos perfeccionan y enriquecen nos hace felices. Pero, mientras vivimos, la felicidad está siempre atravesada por una sombra. No solo porque, a veces, después de obtener cosas buenas, nos acostumbramos a ellas (lo que sucede con frecuencia cuando recibimos algo que habíamos deseado tener) sino, más radicalmente, porque ningún bien creado es capaz de colmar el anhelo de felicidad del hombre y porque además los bienes creados son pasajeros.
Somos hombres, hechos de cuerpo y espíritu en unidad, seres personales. Nuestra dimensión espiritual nos hace capaces de ir más allá de las realidades concretas con las que nos relacionamos: las personas, las instituciones, los bienes materiales, los instrumentos que nos ayudan a crecer… Conocer los distintos aspectos de la realidad no consume ni agota nuestra capacidad de conocer ni nuestras preguntas, siempre podemos conocer cosas nuevas o entenderlas con mayor profundidad. Y algo semejante sucede con nuestra capacidad de querer: no hay nada creado que nos sacie por completo y para siempre: podemos amar más, podemos amar cosas mejores. Y, de algún modo, nos sentimos impulsados hacia todo eso: conseguir objetivos nuevos nos hace felices, nos gusta comprender mejor los problemas y las realidades que tenemos alrededor, encontrar nuevas situaciones y adquirir experiencia. Procuramos realizar todo esto en nuestra vida y nos deprimimos cuando no alcanzamos a conseguirlo. Sentimos anhelos de plenitud. Todo eso es signo de una grandeza, del hecho que hay en nosotros algo infinito, que trasciende cada concreta realidad que forma parte de nuestra vida.
El mundo, sin embargo, es pasajero. Somos pasajeros nosotros mismos, y también el entorno que nos rodea. Las personas que amamos, los logros que alcanzamos, los bienes de que disfrutamos…, no hay nada que podamos retener para siempre. Nos gustaría aferrarlos, tenerlos siempre con nosotros porque mejoran nuestra vida, nos alegran con sus dones y cualidades, nos deleitan. Sin embargo, en el fondo de nuestra conciencia percibimos que son pasajeros, que no nos acompañarán siempre, que a veces nos prometen una felicidad que solo pueden dar por algún tiempo. «Todo lleva en sí el sello de su caducidad, oculto entre promesas. Porque el horror y la vergüenza de las cosas es ser caducas y, para cubrir esa llaga vergonzosa y engañar a los incautos, se disfrazan con vestidos de colores»[1]. Esa sombra que todo lo terreno posee nos toca profundamente, y si lo pensamos bien, nos asusta, nos lleva a desear que no sea así, que exista una salida para nuestro deseo de vida, de plenitud. Son anhelos de salvación, que están ahí, presentes en el corazón del hombre.
Hemos encontrado, entonces, dos tipos diferentes de anhelos humanos que señalan el “hambre de trascendencia” que tiene el hombre. Ante las diversas experiencias trascendentes del bien, se despiertan anhelos de plenitud (de ser, de verdad, de bondad, de belleza, de amor). Y ante las diversas experiencias del mal, de la pérdida de esos bienes, se despiertan anhelos de salvación (pervivencia, rectitud, justicia, paz). Son experiencias de trascendencia que dejan una nostalgia del más allá. Porque «el hombre está hecho para ser feliz como el pájaro para volar», pero la experiencia indica que la felicidad en este mundo no es completa, que la vida no es nunca plenamente satisfactoria, que queda más allá de nuestros intentos de alcanzarla, como siempre entrevista y nunca conseguida. Hay, por eso, en el fondo del espíritu humano una desazón, una insatisfacción, una nostalgia de felicidad que apunta a una secreta esperanza: la esperanza de un hogar, de una patria definitiva, en la que el sueño de una felicidad eterna, de un amor para siempre, quede colmada. Somos terrenos, pero anhelamos lo eterno.
Este deseo no funda por sí mismo la religiosidad natural, sino que más bien es como un “indicador” de Dios. El hombre es un ser naturalmente religioso porque su experiencia del mundo le lleva a pensar espontáneamente a un ser que es fundamento de toda la realidad: ese «a lo que todos llaman Dios», como decía santo Tomás concluyendo sus famosas cinco vías de acceso a Dios (cfr. Summa Theologiae, I, q.2, a.3). El conocimiento de Dios es accesible al sentido común, es decir, al pensamiento filosófico espontáneo que ejercita todo ser humano, como resultado de la experiencia de vida personal: la maravilla ante la hermosura y el orden de la naturaleza, la sorpresa por el don gratuito de la vida, la alegría de percibir el amor de otros... llevan a pensar en el “misterio” del que todo eso procede. También las diversas dimensiones de la espiritualidad humana, como la capacidad de reflexionar sobre sí mismo, de progresar cultural y técnicamente, de percibir la moralidad de las propias acciones, muestran que, a diferencia de los demás seres corpóreos, el hombre trasciende el resto del cosmos material y apuntan a un ser espiritual superior y trascendente que dé razón de estas cualidades del ser humano.
El fenómeno religioso no es, como pensaba Ludwig Feuerbach, una proyección de la subjetividad humana y de sus deseos de felicidad, sino que surge de una espontánea consideración de la realidad tal como es. Esto explica el hecho de que la negación de Dios y el intento de excluirlo de la cultura y de la vida social y civil sean fenómenos relativamente recientes, limitados a algunas áreas del mundo occidental. Los grandes interrogantes religiosos y existenciales continúan permaneciendo invariables en el tiempo, lo que viene a desmentir la idea de que la religión esté circunscrita a una fase “infantil” de la historia humana, destinada a desaparecer con el progreso del conocimiento.
La constatación de que el hombre es un ser naturalmente religioso llevó a algunos filósofos y teólogos a la idea de que Dios, al crearlo, lo había preparado ya, de algún modo, para recibir ese don en que consiste su vocación última y definitiva: la unión con Dios en Jesucristo. Tertuliano, por ejemplo, al notar cómo los paganos de su tiempo decían de modo natural “Dios es grande” o “Dios es bueno”, pensó que el alma humana estaba de algún modo orientada hacia la fe cristiana y en su Apologético escribió: «Anima naturaliter christiana[2] »(17,6). Santo Tomás, considerando el fin último del hombre y la apertura ilimitada de su espíritu, afirmó que los seres humanos tienen «un deseo natural de ver a Dios» (Contra Gentiles, lib.3, c.57, n.4). La experiencia muestra, sin embargo, que este deseo no es algo que podamos alcanzar por nuestras propias fuerzas, por lo que sólo se puede realizar si Dios se revela y sale de su misterio, si viene Él mismo al encuentro del hombre y se muestra tal como es. Pero este es el objeto de la Revelación.
El Catecismo de la Iglesia Católica ha resumido sintéticamente algunas de estas ideas en el n. 27: «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar».
2. El conocimiento racional de Dios
El intelecto humano puede conocer la existencia de Dios acercándose a Él a través de un camino que parte del mundo creado y que posee dos itinerarios, las creaturas materiales (vías cosmológicas) y la persona humana (vías antropológicas).
Estas vías hacia la existencia de Dios no son propiamente “pruebas” en el sentido que la ciencia matemática o natural da a este término, sino argumentos filosóficos convergentes, que serán más convincentes o menos según el grado de formación y de reflexión que posee quien los considera (cfr. Catecismo, 31). Tampoco son “pruebas” en el sentido de las ciencias experimentales (física, biología, etc.) porque Dios no es objeto de nuestro conocimiento empírico: no lo podemos observar, como se contempla una puesta de sol o una tormenta de arena para sacar conclusiones.
Las vías cosmológicas parten de las creaturas materiales. La formulación más conocida se debe a santo Tomás de Aquino: son las célebres “cinco vías” que él elaboró. En forma sintética y simplificada podemos resumirlas así: las dos primeras proponen la idea de que las cadenas de causas (causa-efecto) que observamos en la naturaleza no pueden proseguir en el pasado hasta el infinito: ha de haber un origen, un primer motor y una primera causa; la tercera vía, parte de la idea de que las cosas que vemos en el mundo pueden darse o no darse, y llega a la idea de que eso no puede ser así para toda la realidad: debe haber algo o alguien que exista necesariamente y no pueda no existir, porque de otra manera no existiría nada; la cuarta vía considera que todas las realidades que conocemos poseen cualidades buenas y deduce que debe existir un ser que sea fuente de todas ellas; la última (quinta) observa el orden y la finalidad que están presentes en los fenómenos del mundo, el hecho de que tienen leyes que los regulan, y concluye la existencia de una inteligencia ordenadora que explique esas leyes y sea también causa final de todo (cfr. Summa Theologiae, I, q.2).
Junto a las vías que parten del análisis del cosmos, existen otras de carácter antropológico; en ellas la reflexión comienza desde la realidad del hombre, de la persona humana. Estas vías tienen más fuerza entendidas como convergentes que consideradas aisladamente, una por una. En parte, ya nos hemos referido a ellas. En primer lugar, el carácter espiritual del hombre, marcado por su capacidad de pensar, su interioridad y su libertad, no parece tener fundamento en ninguna otra realidad del cosmos. Tampoco tiene sentido realmente el hombre con su deseo insatisfecho de felicidad si no existe un Dios que se la pueda dar. Vemos además en la naturaleza humana un sentido moral de solidaridad y de caridad, que lleva al hombre a abrirse a los demás y a reconocer en sí mismo la vocación de trascender el yo y sus intereses egoístas. Uno se pregunta por qué está ahí: por qué el hombre es capaz de discernir en modo no utilitarista, por qué se da cuenta de que algunas cosas son acordes con su dignidad y otras no, por qué experimenta la culpa y la vergüenza cuando obra mal, y el gozo y la paz, en cambio, cuando se comporta con justicia; por qué es capaz de extasiarse ante la belleza de una puesta de sol, del cielo lleno de estrellas o de una excelsa obra de arte. Nada de eso se puede atribuir razonablemente a la obra ciega del cosmos, al producto impersonal de las interacciones materiales. ¿No son todo eso signos de un ser infinitamente bueno, hermoso y justo que ha puesto en nosotros un atisbo de lo que Él es y desea para nosotros? Esta segunda opción es más lógica y satisfactoria. Ciertamente estas vías no son inapelables, pero conllevan una lógica luminosa para el que mira la realidad con sencillez.
El Catecismo de la Iglesia Católica las resume de este modo: «Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia”, su alma, no puede tener origen más que en Dios» (Catecismo, 33. La cita interna es de Gaudium et spes, 18).
Las diversas argumentaciones filosóficas empleadas para “probar” la existencia de Dios no causan necesariamente la fe en Él; aseguran solamente que esa fe es razonable. En el fondo nos dicen muy poco de Dios y se apoyan con frecuencia en otras convicciones que no siempre están presentes en las personas. Por ejemplo, en la cultura actual un conocimiento más científico de los procesos de la naturaleza podría oponer a algunas de las vías cosmológicas que, aunque el universo muestra un cierto orden, belleza y finalidad en sus fenómenos, también posee una notable dosis de desorden, caos y tragedia, pues muchos fenómenos parecen darse en modo fortuito (azar, caos) y descoordinado con otros, por lo que pueden ser fuentes de tragedia cósmica. De modo análogo, quien considere que la persona humana es sólo un animal un poco más desarrollado que los otros, cuyo actuar está regulado por pulsiones necesarias, no aceptará las vías personales que se refieren a la moralidad o a la trascendencia del espíritu, puesto que identifica la sede de la vida espiritual (mente, conciencia, alma) con la corporeidad de los órganos cerebrales y de los procesos neurales.
A estas objeciones se puede responder con argumentos que muestran que el desorden y el azar pueden tener un puesto dentro de una finalidad general del universo (y por tanto dentro de un proyecto creador de Dios). Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza «se revela una razón tan superior que toda la racionalidad del pensamiento y de los ordenamientos humanos es, en comparación, un reflejo absolutamente insignificante»[3]. Análogamente, se puede mostrar en el plano de la razón y de la fenomenología humana, la autotrascendencia de la persona, el libre arbitrio que obra en las elecciones -aunque dependan y estén en cierta medida condicionadas por la naturaleza- y la imposibilidad de reducir la mente al cerebro. Por tanto, lleva razón el Compendio del Catecismo cuando afirma que a partir «del mundo y de la persona humana, el hombre, con la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del universo y como sumo bien» (n. 3), pero para adquirir esta certeza hay que entender aspectos complejos de la realidad, que ofrecen bastante margen de discusión, lo que explica por qué las vías racionales de acceso a Dios no son, con frecuencia, realmente persuasivas.
3. Características actuales de las personas y de la sociedad respecto a lo trascendente
A pesar del fenómeno de la globalización, las actitudes respecto a Dios y la visión religiosa de la vida tienen notables diferencias en las distintas partes del mundo. En términos generales, para la mayoría de las personas la referencia a la trascendencia –aunque expresada en formas religiosas y culturales muy diversas– sigue siendo un aspecto importante de la vida.
En este panorama general hay que exceptuar el mundo occidental, y sobre todo Europa, donde una serie de factores históricos y culturales han determinado una actitud extensa de rechazo o de indiferencia ante Dios y ante la que ha sido históricamente la religión dominante en Occidente: el cristianismo. Se puede resumir este cambio en palabras del sociólogo de la religión Peter Berger con la idea de que en la sociedad occidental la fe cristiana se ha quedado sin su “estructura de plausibilidad”, de modo que, si en épocas pasadas bastaba dejarse llevar para ser católico, en nuestros días basta dejarse llevar para dejar de serlo. Se puede decir que el deseo de Dios parece haber desaparecido en la sociedad occidental: «Para amplios sectores de la sociedad Él ya no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferente, ante la cual no se debe siquiera hacer el esfuerzo de pronunciarse»[4].
Las causas de este cambio son muchas. Por una parte, los grandes logros científicos y técnicos de los últimos dos siglos, que tantos beneficios han aportado a la humanidad, han suscitado, sin embargo, una mentalidad materialista que considera las ciencias experimentales como las únicas formas válidas de conocimiento racional. Se ha difundido una visión del mundo según la cual sólo es auténtico lo que es susceptible de verificación empírica, lo que se puede ver y tocar. Esto reduce el “horizonte de la racionalidad”, ya que, además de minusvalorar las formas no científicas de conocimiento (la confianza, por ejemplo, en lo que otros nos dicen), lleva a interesarse sólo por buscar los instrumentos que hacen el mundo más confortable y placentero. Este proceso, sin embargo, no es algo necesario. Considerar la misteriosa belleza y grandeza del mundo creado no conduce a idolatrar la ciencia, sino al contrario, a admirar las maravillas que Dios ha puesto en su creación. Hoy, como en el pasado, muchos científicos continúan abriéndose a la trascendencia al descubrir la perfección contenida en el universo.
Un segundo aspecto, ligado al anterior, es la secularización de la sociedad, es decir, ese proceso por el que muchas realidades que anteriormente se relacionaban con las nociones, creencias e instituciones religiosas han perdido esa dimensión y han pasado a ser vistas en términos puramente humanos, sociales o civiles. Este aspecto está ligado al anterior, porque el progreso científico ha permitido conocer las causas de muchos fenómenos naturales (en el ámbito de la salud, de los procesos vitales, de las ciencias humanas) que anteriormente se relacionaban directamente con la voluntad de Dios. Por ejemplo, en la antigüedad una peste se podía entender como un castigo divino por los pecados de los hombres, pero actualmente se considera como fruto de condiciones higiénicas, de vida, etc., que podemos precisar y determinar. En sí mismo este mejor conocimiento de la realidad es algo bueno, y ayuda también a purificar la idea que tenemos del modo de obrar de Dios, que no es una causa más de los fenómenos de la naturaleza. Dios está a otro nivel: responde a las preguntas últimas que los hombres nos hacemos: el sentido de la vida, del destino final de cada uno, de la alegría y del dolor, etc. La ciencia no llega a dar una explicación a este nivel, por lo que cuando las personas se plantean preguntas más profundas es fácil que entren en ese espacio en el que Dios se hace imprescindible.
Otro aspecto importante del debilitamiento de la orientación hacia Dios en la cultura actual de Occidente está ligado a la actitud individualista que plasma profundamente el modo de pensar de la colectividad. Esta actitud es uno de los frutos del proceso de emancipación que caracterizó la cultura desde la época de la Ilustración (siglo XVIII). Ese proceso tiene también, como los anteriores, aspectos positivos, puesto que es contrario a la dignidad humana que, con pretextos religiosos o de otro tipo, el hombre sea puesto “bajo tutela”, y se vea obligado a tomar decisiones en nombre de doctrinas impuestas que no son evidentes; sin embargo, ha difundido también la idea de que es mejor no depender de nadie y no ligarse a nadie, para no estar atado y poder realizar lo que uno desea. ¿Quién no ha escuchado a veces –formulada quizá en modos distintos– la idea de que lo principal es “ser auténticos”, “vivir la propia vida”, y vivirla como nos dé la gana? Esta actitud lleva a tratar las relaciones de manera utilitarista, buscando que no tengan vínculos, para que no aten ni coarten la espontaneidad personal. Se admiten solo relaciones que proporcionen satisfacción.
Desde esta perspectiva, una relación seria con Dios va a ser molesta, porque la sujeción a sus preceptos no se siente como algo que libera del propio egoísmo, por lo que la religión tendrá espacio solo en la medida en que proporcione paz, serenidad, bienestar y no comprometa. De ahí que la actitud individualista dé lugar a formas de religiosidad ligeras y con escasos contenidos e instituciones, que se caracterizan por un notable peso del subjetivismo y de la afectividad y que cambian fácilmente según las necesidades personales. La orientación actual hacia algunas prácticas orientales muy “personalizables” es prueba de todo esto.
Se podrían añadir otros rasgos para describir la mentalidad que domina actualmente en las sociedades occidentales. Características como el culto de la novedad y del progreso, el deseo de compartir emociones fuertes con otros, el predominio de la tecnología que marca el modo de trabajar, relacionarse o descansar… tienen sin duda un impacto en la actitud hacia la realidad trascendente y hacia el Dios cristiano. Es también cierto que hay mucho de positivo en estos procesos: las sociedades occidentales han conocido un largo periodo de paz, de desarrollo material, se han hecho más participativas y han procurado incluir a todos sus miembros en estos procesos benéficos. En todo ello hay mucho de cristiano. Sin embargo, es también evidente que, actualmente, muchos rehúyen el tema “Dios” y muestran, no raramente, indiferencia o rechazo.
Ante una sociedad con estas características, refractaria a lo trascendente, el cristiano solo será convincente si evangeliza, en primer lugar, con el testimonio de la propia vida. El testimonio y la palabra: las dos cosas son necesarias, pero el testimonio tiene prioridad. Al comenzar recordábamos que «el hombre está hecho para ser feliz como el pájaro para volar». La felicidad está ligada al amor y el cristiano sabe por la fe que no hay amor más verdadero y puro que el amor que Dios nos tiene, que se mostró en la Cruz de Cristo y se comunica en la Eucaristía. El único modo de mostrar a una sociedad que ha vuelto sus espaldas a Dios que vale la pena comprometerse con Él es que el cristiano manifieste en su propia vida la presencia de ese amor y de esa felicidad.
«No todas las satisfacciones producen el mismo efecto: algunas dejan un rastro positivo, son capaces de pacificar el alma, hacen más activos y generosos. Otras, en cambio, tras la luz inicial, parecen decepcionar las expectativas que habían suscitado y entonces dejan a su paso amargura, insatisfacción o una sensación de vacío»[5]. La felicidad de quienes creen sólo en lo que se puede ver y tocar, o están dominados por una concepción utilitarista de la vida, o la del individualista que no se quiere ligar a nada, es pasajera, “dura mientras dura”, y necesita ser frecuentemente renovada porque no da más de sí. Es, con frecuencia, una felicidad que no mejora a las personas. En cambio, los que sirven a Jesús de corazón llevan una vida diversa y tienen también una felicidad distinta: más profunda, más duradera, que produce frutos en ellos mismos y en los demás.
No está de más releer el famoso texto de la Epístola a Diogneto (V y VI) sobre la vida de los cristianos en el mundo: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres (…). Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
»Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
»Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo».
Bibliografía básica
– Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 27-49.
– Francisco, «Raíz humana de la crisis ecológica», Encíclica Laudato si’.
– Benedicto XVI, «El año de la fe. El deseo de Dios», Audiencia, 7-XI-2012.
– Benedicto XVI, «El Año de la fe. Los caminos que conducen al conocimiento de Dios», Audiencia, 14-XI-2012.
Lecturas recomendadas
– J. Burgraff, Teología fundamental. Manual de iniciación, Rialp, Madrid 2007, cap. II.
– A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Rialp, Madrid 1989.
[1] J. L. Lorda, La señal de la Cruz, Rialp, Madrid 2011, pp. 65-66.
[2] Todos tenemos un alma cristiana por naturaleza.
[3] A. Einstein, Mi visión del mundo, Barcelona2013.
[4] Benedicto XVI, Audiencia, 7-XI-2012.
[5] Ibídem.
Respuesta a las preguntas más habituales sobre el sacramento del Bautismo: qué es, origen de la denominación, por qué se bautizó Jesús, cuándo comenzó la práctica del Bautismo en la Iglesia, y cómo se celebra este sacramento.
Respuesta a las preguntas más habituales sobre el sacramento del Bautismo.
08/06/2018
Sumario
1. ¿Qué es el Bautismo?
2. ¿De dónde surge la denominación de Bautismo?
3. ¿Por qué se bautizó Jesús?
4. ¿Desde cuándo se bautiza en la Iglesia?
5. ¿Cómo se celebra el sacramento del Bautismo?
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Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros límites, con nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente por el Sacramento en el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Papa Francisco, Audiencia 8 de enero de 2014
1. ¿Qué es el Bautismo?
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1213
2. ¿De dónde surge la denominación de Bautismo?
Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él transformado en una "nueva criatura", como explica san Pablo a los Corintios y a los Gálatas (2 Co5,17; Ga 6,15).
Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”, porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios", como dice el Evangelio de san Juan.
Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, se convierte en "hijo de la luz", y en "luz" él mismo. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1214, 1215, 1216
Textos de san Josemaría para meditar
Por el Bautismo, somos portadores de la palabra de Cristo, que serena, que enciende y aquieta las conciencias heridas. Y para que el Señor actúe en nosotros y por nosotros, hemos de decirle que estamos dispuestos a luchar cada jornada, aunque nos veamos flojos e inútiles, aunque percibamos el peso inmenso de las miserias personales y de la pobre personal debilidad. Hemos de repetirle que confiamos en El, en su asistencia: si es preciso, como Abraham, contra toda esperanza. Así, trabajaremos con renovado empeño, y enseñaremos a la gente a reaccionar con serenidad, libres de odios, de recelos, de ignorancias, de incomprensiones, de pesimismos, porque Dios todo lo puede. Amigos de Dios, 210
No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad.
Podemos, por tanto, tomar como dirigida a nosotros la pregunta que formula el Apóstol: ¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros?, y recibirla como una invitación a un trato más personal y directo con Dios. Es Cristo que pasa, 134
3. ¿Por qué se bautizó Jesús?
Jesús comienza su vida pública tras hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado".
Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan donde el Espíritu desciendió sobre Él, y el Padre manifiestó a Jesús como su "Hijo amado".
Con su Muerte y Resurrección, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes de la gracia. Por eso, el bautismo de la Iglesia borra el pecado original y nos hace hijos de Dios. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1223, 1224, 1225
Textos de san Josemaría para meditar
Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan [...]. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido (Mt 3, 13.17).
En el Bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo.
La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra.
¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra!... Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin.
Yo te oigo clamar, Rey mío, con voz viva, que aún vibra: "ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?" —Y contesto —todo yo— con mis sentidos y mis potencias: "ecce ego: quia vocasti me!".
El Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios.
Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen?
Santo Rosario, primer misterio de luz
Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo.
La conciencia de la magnitud de la dignidad humana —de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios— junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino. Es Cristo que pasa, 133
4. ¿Desde cuándo se bautiza en la Iglesia?
Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos [...] y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos. El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato de los Hechos de los Apóstoles continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos".
Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4)
Los bautizados se han "revestido de Cristo". Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1226, 1227
Textos de san Josemaría para meditar
Me gustaría que meditaseis en un punto fundamental, que nos enfrenta con la responsabilidad de nuestra conciencia. Nadie puede elegir por nosotros: he aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismos, y no por otros, se dirijan hacia el bien. Muchos hemos heredado de nuestros padres la fe católica y, por gracia de Dios, desde que recibimos el Bautismo, apenas nacidos, comenzó en el alma la vida sobrenatural. Pero hemos de renovar a lo largo de nuestra existencia —y aun a lo largo de cada jornada— la determinación de amar a Dios sobre todas las cosas. Es cristiano, digo verdadero cristiano, el que se somete al imperio del único Verbo de Dios, sin señalar condiciones a ese acatamiento, dispuesto a resistir la tentación diabólica con la misma actitud de Cristo: adorarás a tu Dios y Señor y a El sólo servirás. Amigos de Dios, 27
Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de Cristo, que —siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio ministerial— capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación.
Cada uno de nosotros ha de ser ipse Christus. El es el único mediador entre Dios y los hombres; y nosotros nos unimos a El para ofrecer, con El, todas las cosas al Padre. Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exige que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las actividades temporales, para ser levadura que ha de informar la masa entera. Es Cristo que pasa, 120
5. ¿Cómo se celebra el sacramento del Bautismo?
El rito esencial del sacramento del Bautismo significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.
La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. Ritual del Bautismo de niños, 62).
En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1240, 1241, 1242, 1243
Textos de san Josemaría para meditar
El bautismo nos hace “fideles —fieles, palabra que, como aquella otra, “sancti —santos, empleaban los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se usa: se habla de los "fieles" de la Iglesia.
—¡Piénsalo!
Forja, 622
En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El Señor, nos dice la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo, que El derramó copiosamente sobre nosotros por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos.
La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad. Es Cristo que pasa, 128
La mayor muestra de agradecimiento a Dios es amar apasionadamente nuestra condición de hijos suyos. Forja, 333
Quisiera que considerásemos ahora ese manantial de gracia divina de los Sacramentos, maravillosa manifestación de la misericordia de Dios. Meditemos despacio la definición que recoge el Catecismo de San Pío V: ciertas señales sensibles que causan la gracia, y al mismo tiempo la declaran, como poniéndola delante de los ojos. Dios Nuestro Señor es infinito, su amor es inagotable, su clemencia y su piedad con nosotros no admiten límites. Y, aunque nos concede su gracia de muchos otros modos, ha instituido expresa y libremente —sólo El podía hacerlo— estos siete signos eficaces, para que de una manera estable, sencilla y asequible a todos, los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la Redención. Es Cristo que pasa, 78
Dar ejemplo, dedicar tiempo, rezar... la transmisión de la fe a los hijos resulta una tarea que exige empeño. Segunda parte del artículo sobre la fe y la familia.
18/01/2012
Cuando se busca educar en la fe, no cabe separar la semilla de la doctrina de la semilla de la piedad [1] : es preciso unir el conocimiento con la virtud, la inteligencia con los afectos. En este campo, más que en muchos otros, los padres y educadores deben velar por el crecimiento armónico de los hijos. No bastan unas cuantas prácticas de piedad con un barniz de doctrina, ni una doctrina que no fortalezca la convicción de dar el culto debido a Dios, de tratarle, de vivir las exigencias del mensaje cristiano, de hacer apostolado. Es preciso que la doctrina se haga vida, que se resuelva en determinaciones, que no sea algo desligado del día a día, que desemboque en el compromiso, que lleve a amar a Cristo y a los demás.
Elemento insustituible de la educación es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres: rezar con los hijos (al levantarse, al acostarse, al bendecir las comidas); dar la importancia debida al papel de la fe en el hogar (previendo la participación en la Santa Misa durante las vacaciones o buscando lugares adecuados –que no sean dispersivos– para veranear); enseñar de forma natural a defender y transmitir su fe, a difundir el amor a Jesús. «Así, los padres calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar» [2] .
Es necesario dedicar tiempo a los hijos: el tiempo es vida [3] , y la vida –la de Cristo que vive en el cristiano– es lo mejor que se les puede dar. Pasear, organizar excursiones, hablar de sus preocupaciones, de sus conflictos: en la transmisión de la fe, es preciso, sobre todo, “estar y rezar"; y si nos equivocamos, pedir perdón. Por otro lado, los hijos también han de experimentar el perdón, que les lleva a sentir que el amor que se les tiene es incondicional.
De profesión, padre
Explica Benedicto XVI que los más jóvenes, « desde que son pequeños, tienen necesidad de Dios y tienen la capacidad de percibir su grandeza; saben apreciar el valor de la oración y de los ritos, así como intuir la diferencia entre el bien y el mal. Acompañadles, por tanto, en la fe, desde la edad más tierna» [4] . Lograr en los hijos la unidad entre lo que se cree y lo que se vive es un desafío que debe afrontarse evitando la improvisación, y con cierta mentalidad profesional. La educación en la fe debe ser equilibrada y sistemática. Se trata de transmitir un mensaje de salvación, que afecta a toda la persona, y que debe arraigar en la cabeza y el corazón de quien lo recibe: y esto, entre aquellos a quienes más queremos. Está en juego la amistad que los hijos tengan con Jesucristo, tarea que merece los mejores esfuerzos. Dios cuenta con nuestro interés por hacerles asequible la doctrina, para darles su gracia y asentarse en sus almas; por eso, el modo de comunicar no es algo añadido o secundario a la transmisión de la fe, sino que pertenece a su misma dinámica.
Para ser un buen médico no es suficiente atender a unos pacientes: hay que estudiar, leer, reflexionar, preguntar, investigar, asistir a congresos. Para ser padres, hay que dedicar tiempo a examinarse sobre cómo mejorar en la propia labor educadora. En nuestra vida familiar saber es importante, el saber hacer es indispensable y el querer hacer es determinante. Puede no ser fácil, pero no cabe auto-engañarse excusándose en las otras tareas que tenemos: conviene siempre sacar unos minutos al día, o unas horas en periodos de vacaciones, para dedicarlos a la propia formación pedagógica.
No faltan recursos que pueden ayudar a este perfeccionamiento: abundan los libros, vídeos y portales de internet bien orientados en los que los padres encontrarán ideas para educar mejor. Además, son especialmente eficaces los cursos de Orientación Familiar, que no sólo transmiten un conocimiento, o unas técnicas, sino que ayudan a recorrer el camino de la educación de los hijos y el de la mejora personal, matrimonial y familiar. Conocer con más claridad las características propias de la edad de los hijos, así como el ambiente en el que se mueven sus coetáneos, forma parte del interés normal por saber qué piensan, qué les mueve, qué les interpela. En definitiva, permite conocerlos, y eso facilita educarlos de un modo más consciente y responsable.
Mostrar la belleza de la fe
Lograr que los hijos interioricen la fe requiere aprovechar las diferentes situaciones de modo que adviertan la consonancia entre las razones humanas y las sobrenaturales. Los padres y educadores deben, sí, proponer metas, pero mostrando la belleza de la virtud y de una existencia cristiana plena. Conviene, pues, abrir horizontes, sin limitarse a señalar lo que está prohibido o es obligatorio. Si no fuera así, podríamos inducir a pensar que la fe es una dura y fría normativa que coarta, o un código de pecados e imposiciones; nuestros hijos acabarían fijándose sólo en la parte áspera del sendero, sin tener en cuenta la promesa de Jesús: "mi yugo es suave" [5] . Por el contrario, en la educación debe estar muy presente que los mandamientos del Señor vigorizan a la persona, la aúpan a un desarrollo más pleno: no son insensibles negaciones, sino propuestas de acción para proteger y fomentar la vida, la confianza, la paz en las relaciones familiares y sociales. Es intentar imitar a Jesús en el camino de las bienaventuranzas.
Sería, por eso, un error asociar “motivos sobrenaturales" al cumplimiento de encargos, o de tareas, o de “obligaciones" que les resultan costosas. No es bueno, por ejemplo, abusar del recurso de pedir al niño que se tome la sopa como un sacrificio para el Señor: dependiendo de su vida de piedad y de su edad, puede resultar conveniente, pero hay que buscar otros motivos que le muevan. Dios no puede ser el “antagonista" de los caprichos; más bien hay que intentar que no tengan caprichos, y lleguen a estar en condiciones de alcanzar una vida feliz, desasida, guiada por el amor a Dios y a los demás.
La familia cristiana transmite la belleza de la fe y del amor a Cristo, cuando se vive en armonía familiar por caridad, sabiendo sonreír y olvidarse de las propias preocupaciones para atender a los demás , a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria [6] .
Una vida orientada por el olvido propio es, en sí misma, un ideal atractivo para una persona joven. Somos los educadores los que a veces no nos lo creemos del todo, tal vez porque aún nos queda mucho que caminar. El secreto está en relacionar los objetivos de la educación con motivos que nuestros interlocutores entiendan y valoren: ayudar a los amigos, ser útiles o valientes… Cada chico tendrá sus propias inquietudes, que haremos aparecer cuando se planteen por qué vivir la castidad, la templanza, la laboriosidad, el desprendimiento; por qué ser prudentes con internet, o por qué no conviene que pasen horas y horas ante los videojuegos. Así, el mensaje cristiano será percibido en su racionalidad y en su hermosura. Los hijos descubrirán a Dios no como un “instrumento" con el que los padres logran pequeñas metas domésticas, sino como quien es: el Padre que nos ama por encima de todas las cosas, y a quien hemos de querer y adorar; el Creador del universo, al que debemos nuestra existencia; el Maestro bueno, el Amigo que nunca defrauda, y al que no queremos ni podemos decepcionar.
Ayudarles a encontrar su camino
Pero sobre todo, educar en este campo es poner los medios para que los hijos conviertan su entera existencia en un acto de adoración a Dios. Como enseña el Concilio, «la criatura sin el Creador desaparece» [7] : en la adoración encontramos el verdadero fundamento de la madurez personal: si las gentes no adoran a Dios, se adorarán a sí mismas en las diversas formas que registra la historia: el poder, el placer, la riqueza, la ciencia, la belleza … [8] . Promover esta actitud pasa necesariamente por que los chicos descubran en primera persona la figura de Jesús; algo que puede fomentarse desde que son pequeños, propiciando que aprendan a hablar personalmente con Él. ¿No es acaso hacer oración con los hijos contarles cosas de Jesús y sus amigos, o entrar con ellos en las escenas del Evangelio, a raíz de algún incidente cotidiano?
En el fondo, fomentar la piedad en los niños quiere decir facilitar que pongan el corazón en Jesús, que le expliquen los sucesos buenos y los malos; que escuchen la voz de la conciencia, en la que Dios mismo revela su voluntad, y que intenten ponerla en práctica. Los niños adquieren estos hábitos casi como por ósmosis, viendo cómo sus padres tratan al Señor, o lo tienen presente en su día a día. Pues la fe, más que con contenidos o deberes, tiene que ver en primer término con una persona, a la que asentimos sin reservas: nos confiamos. Si se pretende mostrar cómo una Vida –la de Jesús– cambia la existencia del hombre, implicando todas las facultades de la persona, es lógico que los hijos noten que, en primer lugar, nos ha cambiado a nosotros. Ser buenos transmisores de la fe en Jesucristo implica manifestar con nuestra vida nuestra adhesión a su Persona [9] . Ser un buen padre es, en gran medida, ser un padre bueno, que lucha por ser santo: los hijos lo ven, y pueden admirar ese esfuerzo e intentar imitarlo.
Los buenos padres desean que sus hijos alcancen la excelencia y sean felices en todos los aspectos de la existencia: en lo profesional, en lo cultural, en lo afectivo; es lógico, por tanto, que deseen también que no se queden en la mediocridad espiritual. No hay proyecto más maravilloso que el que Dios tiene previsto para cada uno. El mejor servicio que se puede prestar a una persona –a un hijo de modo muy especial– es apoyarla para que responda plenamente a su vocación cristiana, y atine con lo que Dios quiere para él. Porque no se trata de una cuestión accesoria, de la que depende sólo un poco más de felicidad, sino que afecta al resultado global de su vida.
Descubrir cómo se concreta la propia llamada a la santidad es hallar la piedrecita blanca, con un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe [10] : es el encuentro con la verdad sobre uno mismo que dota de sentido a la existencia entera. La biografía de un hombre será distinta según la generosidad con que afronte las distintas opciones que Dios le presentará: pero, en todo caso, la felicidad propia y la de muchas otras personas dependerá de esas respuestas.
Vocación de los hijos, vocación de los padres
La fe es por naturaleza un acto libre, que no se puede imponer, ni siquiera indirectamente, mediante argumentos “irrefutables": creer es un don que hunde sus raíces en el misterio de la gracia de Dios y la libre correspondencia humana. Por eso, es natural que los padres cristianos recen por sus hijos, pidiendo que la semilla de la fe que están sembrando en sus almas fructifique; con frecuencia, el Espíritu Santo se servirá de ese afán para suscitar, en el seno de las familias cristianas, vocaciones de muy diverso tipo, para el bien de la Iglesia.
Sin duda, la llamada del hijo puede suponer para los padres la entrega de planes y proyectos muy queridos. Pero eso no es un simple imprevisto, pues forma parte de la maravillosa vocación a la maternidad y a la paternidad. Podría decirse que la llamada divina es doble: la del hijo que se da, y la de los padres que lo dan; y, a veces, puede ser mayor el mérito de estos últimos, elegidos por Dios para entregar lo que más quieren, y hacerlo con alegría.
La vocación de un hijo se convierte así en un motivo de santo orgullo [11] , que lleva a los padres a secundarla con su oración y con su cariño. Así lo explicaba el Beato Juan Pablo II: «Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad» [12] .
Las decisiones de entrega a Dios germinan en el seno de una educación cristiana: se podría decir que son como su culmen. La familia se convierte así, gracias a la solicitud de los padres, en una verdadera Iglesia doméstica [13] , donde el Espíritu Santo promueve sus carismas. De este modo, la tarea educadora de los padres trasciende la felicidad de los hijos, y llega a ser fuente de vida divina en ambientes hasta entonces ajenos a Cristo.
A. Aguiló
[1] Forja, n. 918.
[2] Juan Pablo II, Exhort. apost. Familiaris consortio , 22-XI-1981, n. 60.
[3] Surco , n. 963.
[4] Benedicto XVI, Discurso al congreso eclesial de la diócesis de Roma , 13-VI-2011.
[5] Surco , n. 198.
[6] Es Cristo que pasa , n. 23.
[7] Conc. Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes , n. 36.
[8] Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral , 1-VI-2011
[9] Santo Tomás, S. Th. II-II , q. 11, a. 1: «dado que el que cree asiente a las palabras de otro, parece que lo principal y como fin de cualquier acto de creer es aquel en cuya aserción se cree; son, en cambio, secundarias las verdades a las que se asiente creyendo en él».
[10] Ap , 2, 17.
[11] Forja , n. 17.
[12] Juan Pablo II, Homilía, 25-II-1981.
[13] Cfr. Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium , n. 11.
"Querer bien a los hijos es ponerles en situación de alcanzar dominio sobre sí mismos: hacer de ellos personas libres". Nuevo texto de la colección "Textos sobre la familia".
13/10/2011
Formar a la gente joven es una tarea entusiasmante: labor que Dios mismo ha delegado fundamentalmente en los padres. Trabajo delicado y fuerte, paciente y alegre, no exento de perplejidades, que lleva tantas veces a dirigirse al Señor, en busca de luz.
Educar es obra de artista que quiere llevar a plenitud las potencialidades que residen en cada uno de sus hijos: ayudar a descubrir la importancia de preocuparse por los demás, enseñar a ser creadores de relaciones auténticamente humanas, a vencer el miedo al compromiso... Capacitar, en definitiva, a cada una y a cada uno para que pueda responder al proyecto de Dios sobre sus vidas.
Al mismo tiempo que siempre habrá dificultades ambientales y aspectos mejorables, San Josemaría anima a los padres a mantener el corazón joven, para que les sea más fácil recibir con simpatía las aspiraciones nobles e incluso las extravagancias de los chicos.
La vida cambia, y hay muchas cosas nuevas que quizá no nos gusten –hasta es posible que no sean objetivamente mejores que otras de antes–, pero que no son malas: son simplemente otros modos de vivir, sin más trascendencia. En no pocas ocasiones, los conflictos aparecen porque se da importancia a pequeñeces, que se superan con un poco de perspectiva y sentido del humor [1].
Partimos de que en la difícil tarea de educar siempre podremos mejorar, y de que no hay educación perfecta: hasta de los errores se aprende. Merece la pena dedicar tiempo a actualizar nuestra formación con un objetivo claro: educamos para la vida.
Autoridad y libertad
Cuando los padres, confundiendo felicidad con bienestar, centran sus esfuerzos en procurar que sus hijos tengan de todo, que lo pasen lo mejor posible y que no sufran ninguna contradicción, se olvidan de que lo importante no es sólo querer mucho a los hijos –eso ya suele darse– sino quererlos bien. Y, objetivamente, no es un bien para ellos que se encuentren todo hecho, que no tengan que luchar.
La lucha y el esfuerzo que comporta son imprescindibles para crecer, para madurar, para apropiarse de la existencia personal y dirigirla con libertad, sin sucumbir acríticamente a cualquier influencia externa.
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que ignorar la situación real del hombre, su naturaleza herida, da lugar a graves errores en la educación [2]. Contar con el pecado original y con sus consecuencias –debilidad, inclinación al mal y por tanto necesidad de luchar contra uno mismo, de vencerse– es indispensable para formar personas libres.
Un niño o un joven, abandonado a los gustos e inclinaciones de su naturaleza, desciende por un plano inclinado que termina por anquilosar las energías de su libertad. Si esa tendencia no se contrarresta con una exigencia adecuada a cada edad, que provoque lucha, tendrán después serias dificultades para realizar un proyecto de vida que merezca la pena.
Querer bien a los hijos es ponerles en situación de alcanzar dominio sobre sí mismos: hacer de ellos personas libres. Para ello, es innegable la necesidad de marcar límites e imponer reglas, que no sólo cumplan los hijos, sino también los padres.
Educar es también proponer virtudes: abnegación, laboriosidad, lealtad, sinceridad, limpieza..., presentándolas de forma atractiva, pero a la vez sin rebajar su exigencia. Motivar a los hijos para que hagan las cosas bien, pero sin exagerar, sin dramatizar cuando llegan los fracasos, enseñándoles a sacar experiencia. Animarles a ambicionar metas nobles, sin suplirles en el esfuerzo. Y, sobre todo, es necesario fomentar la autoexigencia, la lucha; una autoexigencia que no debe presentarse como un fin en sí misma, sino como un medio para aprender a actuar rectamente con independencia de los padres.
El niño, el joven, todavía no comprende el sentido de muchas obligaciones. Para suplir su natural falta de experiencia necesita apoyos firmes: personas que, habiendo ganado su confianza, le aconsejen con autoridad. Necesita, en concreto, apoyarse en la autoridad de los padres y de los profesores, que no pueden olvidar que parte de su papel es enseñar a los hijos a desenvolverse con libertad y responsabilidad.
Como decía san Josemaría, los padres que aman de verdad, que buscan sinceramente el bien de sus hijos, después de los consejos y de las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza para que nada perjudique el gran bien de la libertad, que hace al hombre capaz de amar y de servir a Dios [3].
La autoridad de los padres ante los hijos no viene de un carácter rígido y autoritario; se basa más bien en el buen ejemplo: en el amor que se tienen los esposos, en la unidad de criterio que los hijos ven en ellos, en su generosidad, en el tiempo que les dedican, en el cariño –cariño exigente– que les muestran, en el tono de vida cristiana que dan al hogar; y también, en la claridad y confianza con que se les trata.
Esta autoridad debe ejercitarse con fortaleza, valorando lo que es razonable exigir en cada edad y situación; con amor y con firmeza; sin dejarse vencer por un cariño mal entendido, que podría conducir a evitar disgustar a los hijos por encima de todo y que, a la larga, provocaría una actitud pasiva y caprichosa.
Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros (...) [4]. Son los padres los que deben guiar, conjugando autoridad y comprensión. Dejar que los caprichos de los hijos gobiernen la casa indica a veces la comodidad de evitar situaciones incómodas.
Con paciencia, conviene hacerles ver cuándo han obrado mal. Así se va formando también su conciencia, no dejando pasar las oportunidades de enseñar a distinguir el bien del mal, lo que se debe hacer y evitar. Con razonamientos adecuados a su edad, se irán dando cuenta de lo que agrada a Dios y a los demás, y del porqué.
Madurar supone salir de uno mismo, y esto comporta sacrificios. El niño, al principio, está centrado en su mundo ; crece en la medida en que comprende que él no es el centro del universo, cuando comienza a abrirse a la realidad y a los demás.
Esto conlleva aprender a sacrificarse por sus hermanos, a servir, a cumplir sus obligaciones en la casa, en la escuela y con Dios; implica también obedecer; renunciar a los caprichos; procurar no disgustar a sus padres... Es un itinerario que nadie puede recorrer solo. La misión de los padres es sacar lo mejor de ellos, aunque a veces duela un poco.
Con cariño, con imaginación y fortaleza, se les debe ayudar a ganar una personalidad sólida y equilibrada. Con el tiempo, también los hijos comprenderán con más hondura el sentido de muchos comportamientos, prohibiciones o mandatos de sus padres, que entonces podían parecer algo arbitrarios; se llenarán de agradecimiento, también por aquellas palabras claras o momentos de más severidad –no fruto de la ira, sino del amor– que entonces les hicieron sufrir. Además, habrán aprendido ellos mismos a educar a las generaciones futuras.
Educar para la vida
Educar es preparar para la vida, una vida que ordinariamente no está exenta de dificultades: habitualmente hay que esforzarse para alcanzar cualquier objetivo en el ámbito profesional, humano o espiritual. ¿Por qué entonces ese miedo a que los hijos se sientan
frustrados cuando les falta algún medio material?
Tendrán que aprender lo que cuesta ganarse la vida y convivir con personas de mayor inteligencia, fortuna, o prestigio social; afrontar carencias y limitaciones, materiales o humanas; asumir riesgos, si quieren acometer empresas que merezcan la pena; y vérselas con el fracaso, sin que esto provoque el derrumbamiento personal.
El afán de allanarles el camino, para impedir el más mínimo tropiezo, lejos de causarles un bien, les debilita y les incapacita para afrontar las dificultades que encontrarán en la universidad, en el trabajo o en la relación con los demás. Sólo se aprende a superar obstáculos afrontándolos.
No hay ninguna necesidad de que los hijos posean de todo, ni de que lo posean al momento cediendo a sus caprichos. Al contrario, deben aprender a renunciar y a esperar: ¿no es verdad que en la vida hay muchas cosas que pueden esperar y otras que necesariamente deben esperar ? En efecto, Benedicto XVI sostiene que “no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad” [5].
Un exceso de protección, que aleje al hijo de cualquier contrariedad, le deja indefenso ante el ambiente; esta actitud proteccionista contrasta radicalmente con la verdadera educación.
El término educar deriva de las voces latinas e-ducere y e-ducare . La primera etimología está relacionada con la acción de suministrar valores que conducen al pleno desarrollo de la persona. La segunda es indicativa de la acción de extraer de ella lo mejor que puede dar de sí misma, al modo que hace el artista cuando extrae del bloque de mármol una bella escultura. En cualquiera de las dos acepciones, la libertad del educando juega un papel decisivo.
En vez de mantener una actitud proteccionista, es conveniente que los padres faciliten a los hijos la oportunidad de tomar decisiones y asumir sus consecuencias, de modo que puedan resolver sus pequeños problemas con esfuerzo. En general, conviene promover situaciones que favorezcan su autonomía personal, objetivo prioritario de cualquier tarea educativa. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que esa autonomía debe ser proporcional a su capacidad de ejercerla; no tendría sentido dotarles de unos medios económicos o materiales que no saben todavía emplear con prudencia; ni dejarles solos ante el televisor o navegando en internet; como tampoco sería lógico ignorar en qué consisten los videojuegos que tienen.
Educar en la responsabilidad es la otra cara de educar en la libertad. El afán por justificar todo lo que hacen dificulta que se sientan responsables de sus equivocaciones, privándoles de una valoración real de sus actos y, como consecuencia, de una fuente indispensable de conocimiento propio y de experiencia. Si, por ejemplo, en vez de ayudarles a asumir un bajo rendimiento escolar, se echa la culpa a los profesores o a la institución académica, se irá formando en ellos un modo irreal de enfrentarse con la vida: sólo se sentirían responsables de lo bueno, mientras que cualquier fracaso o error sería causado desde fuera.
Se alimenta de ese modo una actitud habitual de queja, que echa siempre la culpa al sistema o a los compañeros de trabajo; o una tendencia a la autocompasión y a la búsqueda de compensaciones que conduce a la inmadurez.
Educar siempre
Todos estos planteamientos no son específicos de la adolescencia o de etapas especialmente intensas en la vida de un hijo. Los padres –de un modo o de otro– educan siempre. Sus actuaciones nunca son neutras o indiferentes, aunque los hijos tengan pocos meses de vida. Precisamente no es nada extraña la figura del
pequeño tirano
, el niño de 4 a 6 años que impone en casa la ley de sus caprichos, desbordando la capacidad de los padres para educarlo.
Pero los padres no sólo educan siempre sino que además deben educar para siempre . De poco serviría una educación que se limitara a resolver las situaciones coyunturales del momento, si olvidara su proyección futura. Está en juego dotarles de la autonomía personal necesaria. Sin ella quedarían a merced de todo tipo de dependencias. Unas más visibles, como las relacionadas con el consumismo, el sexo, o la droga; y otras más sutiles, pero no por ello menos importantes, como las procedentes de algunas ideologías de moda.
Hay que tener en cuenta que el tiempo que los hijos permanecen en el hogar familiar es limitado. Es más, incluso durante ese periodo, el tiempo que transcurren al margen de los padres es muy superior al de convivencia real con ellos. Pero ese tiempo es preciosísimo. Muchas personas se encuentran hoy con serias dificultades para estar con sus hijos y, ciertamente, ésta es una de las causas de algunas situaciones que hemos descrito.
Efectivamente, cuando se ve poco a los hijos, se hace mucho más difícil exigirles: en primer lugar porque se ignora lo que hacen y no se les conoce bien; y también porque se puede hacer muy cuesta arriba amargar con incómodas exigencias los escasos momentos de convivencia familiar. Nada puede suplir la presencia en el hogar.
Confianza
La autoridad de los padres depende mucho del cariño efectivo que perciben los hijos. Se sienten verdaderamente queridos cuando ordinariamente se les presta atención e interés, y cuando ven que se hace lo posible por dedicarles tiempo.
En este contexto se les puede ayudar con autoridad y con acierto: cuando se conocen sus preocupaciones, las dificultades que atraviesan con el estudio o con las amistades, los ambientes que frecuentan; cuando se sabe en qué emplean su tiempo; cuando se ve cómo reaccionan, qué les alegra o les entristece; cuando detectamos sus victorias o derrotas.
Los niños, los adolescentes y los jóvenes necesitan hablar sin miedo con sus padres. ¡Cuánto se adelanta en su formación cuando hemos conseguido que haya comunicación y diálogo con nuestros hijos! San Josemaría así lo aconsejaba: Aconsejo siempre a los padres que procuren hacerse amigos de sus hijos. Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos.
Los chicos —aun los que parecen más díscolos y despegados— desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal.
Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre [6].
Hay que alimentar constantemente este ambiente de confianza, creyendo siempre lo que digan, sin recelos, no permitiendo nunca que se cree una distancia tan grande que se haga difícil de cerrar.
La ayuda de profesionales de la educación en los colegios o instituciones a los que asisten nuestros hijos puede ser de gran ayuda: en la tutoría o preceptuación los chicos pueden recibir una formación personal valiosísima. Pero esta labor de asesoramiento no debe quitar el protagonismo a los padres. Y esto supone tiempo, dedicación, pensar en ellos, buscar el momento adecuado, aceptar sus formas, dar confianza...
Conviene apostar fuerte por la familia; sacar tiempo de donde parece no haberlo, y aprovecharlo al máximo. Supone mucha abnegación y no pocas veces implicará sacrificios grandes, que en algunos casos podrían incluso afectar a la posición económica. Pero el prestigio profesional bien entendido forma parte de algo más amplio: el prestigio humano y cristiano, en el que el bien de la familia se sitúa por encima de los éxitos laborales. Los dilemas, a veces aparentes, que puedan darse en este campo, se deben resolver desde la fe y en la oración, buscando la voluntad de Dios.
La virtud de la esperanza es muy necesaria en los padres. Educar a los hijos produce muchas satisfacciones, pero también sinsabores y preocupaciones no pequeñas. No hay que dejarse llevar por sentimientos de fracaso, pase lo que pase. Al contrario, con optimismo, con fe y con esperanza, se puede recomenzar siempre. Ningún esfuerzo será vano, aunque pueda parecer que llega tarde o no se vean los resultados.
La paternidad y la maternidad no terminan nunca. Los hijos están siempre necesitados de la oración y del cariño de sus padres, también cuando ya son independientes. Santa María no abandonó a Jesús en el Calvario. Su ejemplo de entrega y sacrificio hasta el final puede iluminar esta apasionante tarea que Dios encomienda a las madres y a los padres. Educar para la vida: tarea de amor.
A. Villar
[1] San Josemaría, Conversaciones , n. 100.
[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 407.
[3] San Josemaría, Conversaciones, n. 104.
[4] San Josemaría, Forja, n. 577
[5] Benedicto XVI, audiencia 27 de mayo de 2009
[6] San Josemaría, Conversaciones, n. 100.
España será lo que ellos crean y decidan, no lo que realmente es…
Acabamos de cruzar la frontera de un nuevo año. El pasado forma parte ya de nuestra historia personal para lo bueno y para lo malo. Pero no está de más reflexionar sobre los hechos acontecidos, tratar de entenderlos y encarar el nuevo año con un espíritu renovado para luchar y no dejarse vencer por los acontecimientos indeseados que a veces nos sobrevienen de una forma inesperada.
A través de los medios de comunicación, el mundo entero ha sido testigo de la sobrecogedora ceremonia de la celebración eucarística en el Vaticano con ocasión de las exequias del Papa emérito, Benedicto XVI. Ya se ha dicho prácticamente todo sobre su vida y su obra. Pero su fallecimiento nos ha dejado dos últimas enseñanzas: la humildad con la que ha vivido hasta que la muerte le ha despojado de su vestimenta papal, y la dignidad merecida con la que se le ha despedido de este mundo, al que tanto amó intelectual y espiritualmente.
Otro acontecimiento que ha sorprendido a Europa ha sido la guerra en Ucrania. Esta confrontación bélica ha sacado a la luz una de las antiguas disputas nacionalistas que el comunismo soviético tenía amordazado y que su agente Putin ha desenterrado desde su desenfreno imperialista.
Una guerra cruel, que al más puro estilo medieval, destroza vidas humanas inocentes, siembra destrucción de pueblos y ciudades y está originando una grave crisis económica y energética en Europa. Pero se advierte una peligrosa escalada armamentística y escasos deseos de acabar con este conflicto.
En España está nuestra más cercana y próxima preocupación. Todo lo ocurrido en el mes de diciembre ha sido de una gravedad tal, que en el escueto espacio de esta columna solo puedo permitirme citar las cuestiones sobre las que en este año electoral estamos obligados a reflexionar. La mayoría “progresista” del TC va a ser la antesala de la apertura de un proceso constituyente como ya anunció en sede parlamentaria el ex ministro Juan Carlos Campos, uno de los magistrados elegidos para ese cometido.
No es menor la inquietud que han despertado las primeras declaraciones de la nueva magistrada María Luisa Segoviano que deja abierta la posibilidad de “estudiar el derecho de autodeterminación” porque según ella es un tema muy complejo y muy técnico. Está claro que para esta nueva ola socialprogresista, la ley y consecuentemente la Constitución es fácilmente superable, porque definen la realidad como una construcción subjetiva y social. España será lo que ellos crean y decidan, no lo que realmente es…
¿Es que alguien duda de que este proceso se ha iniciado ya después de haber eliminado del Código Penal el delito de sedición, y haber desnaturalizado la malversación? Con esta alucinante reforma se ha abierto una puerta, primero en Cataluña y en otras regiones después, para la quiebra de la unidad e integridad territorial del Estado. Resulta también evidente, que desde ese Tribunal van a defender con uñas y dientes, la involución política, ideológica y cultural que han puesto en marcha con todo el paquete legislativo aprobado a lo largo del pasado año.
No es ajena a esta revolución la monarquía parlamentaria. Los constantes desprecios al Rey desde el propio gobierno son un mal presagio para la Casa Real. Sin embargo decía Benedicto XVI que “se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza”. Esta es la verdadera revolución, la revolución de la esperanza.
Jorge Hernández Mollar
30 frases memorables de Benedicto XVI
LaFamilia.info - 02.01.2023
Imagen de Vatican News
A lo largo de su pontificado de casi ocho años, Benedicto XVI, fallecido este 31 de diciembre de 2022, dejó importantes mensajes.
1. “Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones”
2. “La locura de la Cruz es convertir el sufrimiento en grito de amor a Dios”.
3. "La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana".
4. “El aborto no puede ser un derecho humano, es totalmente opuesto. Es una gran herida en la sociedad”. "Matar a inocentes en nombre de Dios es una ofensa contra él y contra la dignidad humana".
5. “El amor es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el mundo”.
6. “Ser cristiano no es una especie de traje que se usa en lo privado”
7. “Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo que vive en la oscuridad”.
8. “Que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.
9. "Las tendencias de disolución del matrimonio (...) hasta el pseudomatrimonio entre personas del mismo sexo son (...)expresión de una libertad anárquica, que se presenta injustamente como verdadera liberación del ser humano".
10. "Los pueblos de los países ricos deben estar dispuestos a asumir la carga de condonar las deudas a los países pobres".
11. "El papa no es ningún oráculo y (...) sólo es infalible en escasísimos casos".
12. "Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy".
13. "Cuando la política pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca".
14. "El fundamentalismo es siempre una falsificación de las religiones".
15. "Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano".
16. "La verdad no se determina mediante un voto de la mayoría".
17. "El laicismo no puede ser una religión universal, porque es parcial y no responde a las preguntas del ser humano".
18. "La bondad implica también la capacidad de decir no".
19. "Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo".
20. "El hundimiento del comunismo no significa automáticamente la bondad del capitalismo".
21. "El terrorismo, sea cual sea su origen, es una decisión perversa y cruel, que pisotea el sagrado derecho a la vida".
22. "La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona".
23. "El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios".
24. "Conservad la llama que Dios ha encendido en vuestros corazones, procurad que no se apague, alimentadla cada día, compartidla con vuestros coetáneos que viven en la oscuridad y buscan una luz para su camino".
25. "En el fondo, lo que nuestro corazón desea es lo bueno y bello de la vida. No permitáis que vuestros deseos y anhelos caigan en el vacío, antes bien haced que cobren fuerza en Cristo. Él es el cimiento firme, el punto de referencia seguro para una vida plena".
26. "Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios.
27. "La bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral".
28. "Sí, hay muchos que, creyéndose dioses (…), desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso a lazar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho”.
29. "Hace cien años a todo el mundo le hubiera parecido absurdo hablar de matrimonio homosexual. Hoy todo el que se oponga a él queda excomulgado socialmente".
30. (En su despedida como Papa) “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! Gracias de corazón y pido perdón por mis errores".
Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 18 Diciembre 2022
La nueva fusión nuclear produce energía limpia, abundante e inagotable, como los niños
Nos han explicado los divulgadores científicos las ventajas de un reciente descubrimiento: “El Departamento de Energía de EEUU anuncia que, por primera vez, ha logrado generar más energía de fusión nuclear de la que ha consumido para obtenerla. El avance podría revolucionar la economía en las próximas décadas”. También nos dicen que es energía limpia, abundante e inagotable. ¡Hurra!: interjección usada para expresar alegría y satisfacción o excitar el entusiasmo según los crucigramas.
Estamos a las puertas de la Navidad en la que se celebra algo muy sencillo: el nacimiento de un Niño especial, hijo de Dios y niño como todos. También los niños son potencia inagotable. Energía gastada para traerlos al mundo y educarlos y fuente de vigor inagotable para la sociedad una vez crecidos y maduros.
Nos recuerda hoy el Evangelio: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. No tengas miedo de recibir en tu casa a ese Niño inesperado, te va a dar muchas alegrías con algún quebradero de cabeza. No temas, será el mejor regalo que puedas imaginar. Es el rey del mundo, su salvador, el Emanuel: Dios con nosotros. ¡Hurra!
Todo lo vivo, lo real, es complicado. La vida es impredecible, como lo es la naturaleza, el tiempo, los hombres, el mismo Dios. Vivir es una aventura, como ganar un Mundial de fútbol. Sacar adelante una familia, una empresa, enamorarse, viajar, un hobbie, la amistad, un deporte… Todo lo que tiene que ver con la vida es desbordante. Hemos perdido la capacidad de asombro, la alegría de vivir; lo queremos todo previsto, medido. Nos olvidamos del potencial inmenso de recursos que el Creador nos regala. Al perder de vista su grandeza e infinitud, lo hemos hecho todo pequeño, a nuestra media, rácano, limitado. Y la vida siempre desborda.
Pero volvamos a la energía de fusión. Parece que se ha conseguido lograr en un laboratorio lo que el sol hace espontáneamente. Hay una gran diferencia con la energía de fisión nuclear hasta ahora utilizada: es limpia y controlable, no contamina y no “explota”. La nueva se consigue uniendo partículas, la vieja disgregándolas. En ambos casos se requiere trabajo y esfuerzo. Lo que parece que la naturaleza hace fácilmente, a nosotros nos cuesta esfuerzo, pero también le cuesta a ella. En realidad, “el todo gratis” no existe, es un infantilismo pensar así.
Lo que funciona es el esfuerzo, la dedicación, la atención; el poner cabeza y corazón en las cosas, en las relaciones personales y familiares. Sumar, más que dividir. La apuesta por la esperanza y la paciencia. Los anuncios, las series, los realities, Instagram… nos engañan. Los poderosos nos quieren fuera de la realidad, lo dicen claramente, nos venden el metaverso, la irrealidad virtual.
La Navidad nos pone cara a cara con lo bonito, vivo y real, lo que se toca. Vemos una pareja que se quiere, que tiene dificultades, incomprensiones; la vida les hace parecer que algo no funciona en su relación, pero es un espejismo; en realidad está Dios, hay una prueba que desde la confianza y el amor se puede superar. Cuando se suma, se confía y se cuenta con Dios, todo acaba bien.
La ciencia viene a confirmar lo que la fe siempre nos ha dicho: que las dificultades se superan; que unir es mucho más eficaz que dividir; que las cosas tienden al mínimo esfuerzo, al desorden y hace falta esfuerzo, energía, para reordenarlas. Arriesgar, invertir, sumar y trabajar es el único modo de ganar. Esto vale para todo, de modo especial para la fe y la vida familiar.
No podemos encerrar a Dios en nuestra pequeña cabeza. Siempre habrá algo que no entendamos, oscuridades que son, en realidad, exceso de luz. Su grandeza nos supera, pero vale la pena fiarse de Él, confiar. No hagamos un dios pequeño, a nuestra medida, no le digamos lo que tiene que hacer, no le demos lecciones; vamos a escucharle, a hacerle caso.
En la familia hay que optar por sumar, por saber que el otro/a no es el enemigo, que estamos en el mismo bando, aunque no lo parezca. En vez de gastar energía en discutir, enfrentarse, en intentar que me tengan en cuenta ─fisión nuclear─, pongamos esfuerzo en comprender, en ver lo positivo del choque, roce, herida, carácter… Sumemos, fusionemos, pensemos en el otro, perdonemos, demos oportunidades. Se trata de resetear el modo de ver las cosas, percibirlas con esperanza, con la paciencia del científico que quiere imitar al sol. Todo es posible: en medio de esta profunda crisis energética, vemos que hay futuro, horizonte, fuerza.
La Navidad nos enseña que hay Luz, que Dios está con nosotros, que todo está muy bien pensado, pero tenemos que poner esfuerzo.
Juan Luis Selma
Tanto amigos como enemigos, desde todos lados, vierten calificativos de todo plumaje sobre Sánchez, pero el calificativo que mejor le define es el de “hormiguita de la política”.
Todo es labor de la hormiguita que, poco a poco, con más o menos ruido, siempre pasajero, aprovechando vacaciones, puentes, fiestas, letargos y adormecimientos de la sociedad se está saliendo con la suya y, lo que es más grave, preparando el terreno para seguir gobernando, quitando todo tipo de trabas jurídicas y de obstáculos constitucionales, para conseguir lo que se ha propuesto.
Y el peligro está en que a los llamados a apear a Sánchez del poder, parece claro que les está entrando una somnolencia política que no solo les afecta a ellos sino que se está contagiando a gran parte de la sociedad.
José Morales Martín
La ofensiva rusa en Ucrania se concentra ahora en la destrucción del sistema energético ucraniano. Eso implica que los ciudadanos sufran continuos cortes de electricidad en un momento en que se producen temperaturas bajo cero. El uso de generadores eléctricos no impedirá que las personas mayores y los enfermos que puedan hacerlo abandonen el país generando una nueva oleada de refugiados. La otra cara de la moneda son otros ciudadanos que, después de nueve meses fuera del país, han decidido regresar. Kiev está recuperando la vida comercial y escolar, así como el ritmo laboral.
Las iglesias se llenan y las celebraciones de la Misa han regresado al ritmo previo a la guerra. Nada es igual en Ucrania desde el pasado mes de febrero. La Navidad segoro que ha sido dolorosa. El frío causa más muertes. Pero el pueblo quiere estar preparado para que la verdadera paz, que no es el simple alto el fuego, se construya desde el presente de un pueblo que ha decidido vivir.
JD Mez Madrid
Descubrimiento y evangelización
En referencia a América, desde hace cinco siglos, ya desde los primeros cronistas hispanos, venimos hablando de Descubrimiento, palabra en la que se expresa una triple verdad.
Por: José María Irabur | Fuente: Catholic.net
Descubrimiento
La palabra descubrir, según el Diccionario, significa simplemente «hallar lo que estaba ignorado o escondido», sin ninguna acepción peyorativa. En referencia a América, desde hace cinco siglos, ya desde los primeros cronistas hispanos, venimos hablando de Descubrimiento, palabra en la que se expresa una triple verdad.
1. España, Europa, y pronto todo el mundo, descubre América, un continente del que no había noticia alguna. Este es el sentido primero y más obvio. El Descubrimiento de 1492 es como si del océano ignoto surgiera de pronto un Nuevo Mundo, inmenso, grandioso y variadísimo.
2. Los indígenas americanos descubren también América a partir de 1492, pues hasta entonces no la conocían. Cuando los exploradores hispanos, que solían andar medio perdidos, pedían orientación a los indios, comprobaban con frecuencia que éstos se hallaban casi tan perdidos como ellos, pues apenas sabían algo -como no fueran leyendas inseguras- acerca de lo que había al otro lado de la selva, de los montes o del gran río que les hacía de frontera. En este sentido es evidente que la Conquista llevó consigo un Descubrimiento de las Indias no sólo para los europeos, sino para los mismos indios. Los otomíes, por poner un ejemplo, eran tan ignorados para los guaraníes como para los andaluces. Entre imperios formidables, como el de los incas y el de los aztecas, había una abismo de mutua ignorancia. Es, pues, un grueso error decir que la palabra Descubrimiento sólo tiene sentido para los europeos, pero no para los indios, alegando que «ellos ya estaban allí». Los indios, es evidente, no tenían la menor idea de la geografía de «América», y conocían muy poco de las mismas naciones vecinas, casi siempre enemigas. Para un indio, un viaje largo a través de muchos pueblos de América, al estilo del que a fines del siglo XIII hizo Marco Polo por Asia, era del todo imposible.
En este sentido, la llegada de los europeos en 1492 hace que aquéllos que apenas conocían poco más que su región y cultura, en unos pocos decenios, queden deslumbrados ante el conocimiento nuevo de un continente fascinante, América. Y a medida que la cartografía y las escuelas se desarrollan, los indios americanos descubren la fisonomía completa del Nuevo Mundo, conocen la existencia de cordilleras, selvas y ríos formidables, amplios valles fértiles, y una variedad casi indecible de pueblos, lenguas y culturas...
Madariaga escribe: «Los naturales del Nuevo Mundo no habían pensado jamás unos en otros no ya como una unidad humana, sino ni siquiera como extraños. No se conocían mutuamente, no existían unos para otros antes de la conquista. A sus propios ojos, no fueron nunca un solo pueblo. «En cada provincia -escribe el oidor Zorita que tan bien conoció a las Indias- hay grande diferencia en todo, y aun muchos pueblos hay dos y tres lenguas diferentes, y casi no se tratan ni conocen, y esto es general en todas las Indias, según he oído» [...] Los indios puros no tenían solidaridad, ni siquiera dentro de los límites de sus territorios, y, por lo tanto, menos todavía en lo vasto del continente de cuya misma existencia apenas si tenían noción. Lo que llamamos ahora Méjico, la Nueva España de entonces, era un núcleo de organización azteca, el Anahuac, rodeado de una nebulosa de tribus independientes o semiindependientes, de lenguajes distintos, dioses y costumbres de la mayor variedad. Los chibcha de la Nueva Granada eran grupos de tribus apenas organizadas, rodeados de hordas de salvajes, caníbales y sodomitas. Y en cuanto al Perú, sabemos que los incas lucharon siglos enteros por reducir a una obediencia de buen pasar a tribus de naturales de muy diferentes costumbres y grados de cultura, y que cuando llegaron los españoles, estaba este proceso a la vez en decadencia y por terminar. Ahora bien, éstos fueron los únicos tres centros de organización que los españoles encontraron. Allende aztecas, chibchas e incas, el continente era un mar de seres humanos en estado por demás primitivo para ni soñar con unidad de cualquier forma que fuese» (El auge 381-382).
3. Hay, por fin, en el término Descubrimiento un sentido más profundo y religioso, poco usual. En efecto, Cristo, por sus apóstoles, fue a América a descubrir con su gracia a los hombres que estaban ocultos en las tinieblas. Jesucristo, nuestro Señor, cumpliendo el anuncio profético, es el «Príncipe de la paz... que arrancará el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones» (Is 25,7). Fue Cristo el que, allí, por ejemplo, en Cuautitlán y Tulpetlac, descubrió toda la bondad que podía haber en el corazón del indio Cuauhtlatoatzin, si su gracia le sanaba y hacía de él un hombre nuevo: el beato Juan Diego.
Así pues, bien decimos con toda exactitud que en el año de gracia de 1492 se produjo el Descubrimiento de América.
Encuentro
En 1492 se inica un Encuentro entre dos mundos sumamente diferentes en su desarrollo cultural y técnico. Europa halla en América dos culturas notables, la mayo-azteca, en México y América central, y la incaica en Perú, y un conjunto de pueblos sumidos en condiciones sumamente primitivas.
La Europa cristiana y las Indias son, pues, dos entidades que se encuentran en un drama grandioso, que se desenvuelve, sin una norma previa, a tientas, sin precedente alguno orientador. Ambas, dice Rubert de Ventós, citado por Pedro Voltes, eran «partes de un encuentro puro, cuyo carácter traumático rebasaba la voluntad misma de las partes, que no habían desarrollado anticuerpos físicos ni culturales que preparasen la amalgama. De ahí que ésta fuera necesariamente trágica» (Cinco siglos 10).
Quizá nunca en la historia se ha dado un encuentro profundo y estable entre pueblos de tan diversos modos de vida como el ocasionado por el descubrimiento hispánico de América. En el Norte los anglosajones se limitaron a ocupar las tierras que habían vaciado previamente por la expulsión o la eliminación de los indios. Pero en la América hispana se realizó algo infinitamente más complejo y difícil: la fusión de dos mundos inmensamente diversos en mentalidad, costumbres, religiosidad, hábitos familiares y laborales, económicos y políticos. Ni los europeos ni los indios estaban preparados para ello, y tampoco tenían modelo alguno de referencia. En este encuentro se inició un inmenso proceso de mestizaje biológico y cultural, que dio lugar a un Mundo Nuevo.
La renovación de lo viejo
El mundo indígena americano, al encontrarse con el mundo cristiano que le viene del otro lado del mar, es, en un cierto sentido, un mundo indeciblemente arcaico, cinco mil años más viejo que el europeo. Sus cientos de variedades culturales, todas sumamente primitivas, sólo hubieran podido subsistir precariamente en el absoluto aislamiento de unas reservas. Pero en un encuentro intercultural profundo y estable, como fue el caso de la América hispana, el proceso era necesario: lo nuevo prevalece.
Una cultura está formada por un conjunto muy complejo de ideas y prácticas, sentimientos e instituciones, vigente en un pueblo determinado. Pues bien, muchas de las modalidades culturales de las Indias, puestas en contacto con el nuevo mundo europeo y cristiano, van desfalleciendo hasta desaparecer. Cerbatanas y hondas, arcos y macanas, poco a poco, dejan ya de fabricarse, ante el poder increíble de las armas de fuego, que permiten a los hombres lanzar rayos. Las flautas, hechas quizá con huesos de enemigos difuntos, y los demás instrumentos musicales, quedan olvidados en un rincón ante la selva sonora de un órgano o ante el clamor restallante de la trompeta.
Ya los indios abandonan su incipiente arte pictográfico, cuando conocen el milagro de la escritura, de la imprenta, de los libros. Ya no fabrican pirámides pesadísimas, sino que, una vez conocida la construcción del arco y de otras técnicas para los edificios, ellos mismos, superado el asombro inicial, elevan bóvedas formidables, sostenidas por misteriosas leyes físicas sobre sus cabezas. La desnudez huye avergonzada ante la elocuencia no verbal de los vestidos. Ya no se cultivan pequeños campos, arando la tierra con un bastón punzante endurecido al fuego, sino que, con menos esfuerzo, se labran inmensas extensiones gracias a los arados y a los animales de tracción, antes desconocidos.
Ante el espectáculo pavoroso que ofrecen los hombres vestidos de hierro, que parecen bilocarse en el campo de batalla sobre animales velocísimos, nunca conocidos, caen desanimados los brazos de los guerreros más valientes. Y luego están las puertas y ventanas, que giran suavemente sobre sí mismas, abriendo y cerrando los huecos antes tapados con una tela; y las cerraduras, que ni el hombre más fuerte puede vencer, mientras que una niña, con la varita mágica de una llave, puede abrir sin el menor esfuerzo. Y está la eficacia rechinante de los carros, tirados por animales, que avanzan sobre el prodigio de unas ruedas, de suave movimiento sin fin...
Pero si esto sucede en las cosas materiales, aún mayor es el desmayo de las realidades espirituales viejas ante el resplandor de lo nuevo y mejor. La perversión de la poligamia -con la profunda desigualdad que implica entre el hombre y la mujer, y entre los ricos, que tienen decenas de mujeres, y los pobres, que no tienen ninguna-, no puede menos de desaparecer ante la verdad del matrimonio monogámico, o sólo podrá ya practicarse en formas clandestinas y vergonzantes. El politeísmo, los torpes ídolos de piedra o de madera, la adoración ignominiosa de huesos, piedras o animales, ante la majestuosa veracidad del Dios único, creador del cielo y de la tierra, no pueden menos de difuminarse hasta una desaparición total. Y con ello toda la vida social, centrada en el poder de los sacerdotes y en el ritmo anual del calendario religioso, se ve despojada de sus seculares coordenadas comunitarias...
¿Qué queda entonces de las antiguas culturas indígenas?... Permanece lo más importante: sobreviven los valores espirituales indios más genuinos, el trabajo y la paciencia, la abnegación familiar y el amor a los mayores y a los hijos, la capacidad de silencio contemplativo, el sentido de la gratuidad y de la fiesta, y tantos otros valores, todos purificados y elevados por el cristianismo. Sobrevive todo aquello que, como la artesanía, el folklore y el arte, da un color, un sentimiento, un perfume peculiar, al Mundo Nuevo que se impone y nace.
Conquista
Al Descubrimiento siguió la Conquista, que se realizó con una gran rapidez, en unos veinticinco años (1518-1555), y que, como hemos visto, no fue tanto una conquista de armas, como una conquista de seducción -que las dos acepciones admite el Diccionario-. En contra de lo que quizá pensaban entonces los orgullosos conquistadores hispanos, las Indias no fueron ganadas tanto por la fuerza de las armas, como por la fuerza seductora de lo nuevo y superior.
¿Cómo se explica si no que unos miles de hombres sujetaran a decenas de millones de indios? En La crónica del Perú, hacia 1550, el conquistador Pedro de Cieza se muestra asombrado ante el súbito desvanecimiento del imperio incaico: «Baste decir que pueblan una provincia, donde hay treinta o cuarenta mil indios, cuarenta o cincuenta cristianos» (cp.119). ¿Cómo entender, si no es por vía de fascinación, que unos pocos miles de europeos, tras un tiempo de armas muy escaso, gobernaran millones y millones de indios, repartidos en territorios inmensos, sin la presencia continua de algo que pudiera llamarse ejército de ocupación? El número de españoles en América, en la época de la conquista, era ínfimo frente a millones de indios.
En Perú y México se dio la mayor concentración de población hispana. Pues bien, según informa Ortiz de la Tabla, hacia 1560, había en Perú «unos 8.000 españoles, de los cuales sólo 480 o 500 poseían repartimientos; otros 1.000 disfrutaban de algún cargo de distinta categoría y sueldo, y los demás no tenían qué comer»... Apenas es posible conocer el número total de los indios de aquella región, pero sólamente los indios tributarios eran ya 396.866 (Introd. a Vázquez, F., El Dorado). Así las cosas, los españoles peruanos pudieron pelearse entre sí, cosa que hicieron con el mayor entusiasmo, pero no hubieran podido sostener una guerra prolongada contra millones de indios.
Unos años después, en la Lima de 1600, según cuenta fray Diego de Ocaña, «hay en esta ciudad dos compañías de gentileshombres muy honrados, la una [50 hombres] es de arcabuces y la otra [100] de lanzas... Estas dos compañías son para guarda del reino y de la ciudad», y por lo que se ve lucían sobre todo en las procesiones (A través cp.18).
Se comprende, pues, que el término «conquista», aunque usado en documentos y crónicas desde un principio, suscitará con el tiempo serias reservas. A mediados del XVI «desaparece cada vez más la palabra y aun la idea de conquista en la fraseología oficial, aunque alguna rara vez se produce de nuevo» (Lopetegui, Historia 87). Y en la Recopilación de las leyes de Indias, en 1680, la ley 6ª insiste en suprimir la palabra «conquista», y en emplear las de «pacificación» y «población», ateniéndose así a las ordenanzas de Felipe II y de sus sucesores.
La conquista no se produjo tanto por las armas, sino más bien, como veíamos, por la fascinación y, al mismo tiempo, por el desfallecimiento de los indios ante la irrupción brusca, y a veces brutal, de un mundo nuevo y superior. El chileno Enrique Zorrilla, en unas páginas admirables, describe este trauma psicológico, que apenas tiene parangón alguno en la historia: «El efecto paralizador producido por la aparición de un puñado de hombres superiores que se enseñoreaba del mundo americano, no sería menos que el que produciría hoy la visita sorpresiva a nuestro globo terráqueo de alguna expedición interplanetaria» (Gestación 78)...
Por último, conviene tener en cuenta que, como señala Céspedes del Castillo, «el más importante y decisivo instrumento de la conquista fueron los mismos aborígenes. Los castellanos reclutaron con facilidad entre ellos a guías, intérpretes, informantes, espías, auxiliares para el transporte y el trabajo, leales consejeros y hasta muy eficaces aliados. Este fue, por ejemplo, el caso de los indios de Tlaxcala y de otras ciudades mexicanas, hartos hasta la saciedad de la brutal opresión de los aztecas. La humana inclinación a hacer de todo una historia de buenos y malos, una situación simplista en blanco y negro, tiende a convertir la conquista en un duelo entre europeos y nativos, cuando en realidad muchos indios consideraron preferible el gobierno de los invasores a la perpetuación de las elites gobernantes prehispánicas, muchas veces rapaces y opresoras (si tal juicio era acertado o erróneo, no hace al caso)» (América hisp. 86).
Luces y sombras de las Indias
A lo largo de nuestra crónica, tendremos ocasión de poner de relieve los grandes tesoros de humanidad y de religiosidad que los misioneros hallaron en América. Eran tesoros que, ciertamente, estaban enterrados en la idolatría, la crueldad y la ignorancia, pero que una vez excavados por la evangelización cristiana, salieron muy pronto a la luz en toda su belleza sorprendente.
Estos contrastes tan marcados entre las atrocidades y las excelencias que al mismo tiempo se hallan en el mundo precristiano de las Indias son muy notables. Nos limitaremos a traer ahora un testimonio. El franciscano Bernardino de Sahagún, el mismo que en el libro II de su magna Historia general de las cosas de Nueva España hace una relación escalofriante de los sacrificios humanos exigidos por los ritos aztecas, unas páginas más adelante, en el libro VI, describe la pedagogía familiar y escolar del Antiguo México de un modo que no puede menos de producir admiración y sorpresa:
«Del lenguaje y afectos que usaban cuando oraban al principal dios... Es oración de los sacerdotes en la cual le confiesan por todopoderoso, no visible ni palpable. Usan de muy hermosas metáforas y maneras de hablar» (1), «Es oración donde se ponen delicadezas muchas en penitencia y en lenguaje» (5), «De la confesión auricular que estos naturales usaban en tiempo de su infidelidad» (7), «Del lenguaje y afectos que usaban para hablar al señor recién electo. Tiene maravilloso lenguaje y muy delicadas metáforas y admirables avisos» (10), «En que el señor hablaba a todo el pueblo la primera vez; exhórtalos a que nadie se emborrache, ni hurte, ni cometa adulterio; exhórtalos a la cultura de los dioses, al ejercicio de las armas y a la agricultura» (14), «Del razonamiento, lleno de muy buena doctrina en lo moral, que el señor hacía a sus hijos cuando ya habían llegado a los años de discreción, exhortándolos a huir de los vicios y a que se diesen a los ejercicios de nobleza y de virtud» (17), y lo mismo exhortando a sus hijas «a toda disciplina y honestidad interior y exterior y a la consideración de su nobleza, para que ninguna cosa hagan por donde afrenten a su linaje, háblanlas con muy tiernas palabras y en cosas muy particulares» (18)... En un lenguaje antiguo, de dignidad impresionante, estos hombres enseñaban «la humildad y conocimiento de sí mismo, para ser acepto a los dioses y a los hombres» (20), «el amor de la castidad» (21) y a las buenas maneras y «policía [buen orden] exterior» (22).
Poco después nos contará Sahagún, con la misma pulcra y serena minuciosidad, «De cómo mataban los esclavos del banquete» (Lib.9, 14), u otras atrocidades semejantes, todas ellas orientadas perdidamente por un sentido indudable de religiosidad. Es la situación normal del mundo pagano. Cristo ve a sus discípulos como luz que brilla en la tinieblas del mundo (Mt 5,14), y San Pablo lo mismo: sois, escribe a los cristianos, «hijos de Dios sin mancha en medio de una gente torcida y depravada, en la que brilláis como estrellas en el mundo, llevando en alto la Palabra de vida» (Flp 2,15-16).
La descripción, bien concreta, que hace San Pablo de los paganos y judíos de su tiempo (Rm 1-2), nos muestra el mundo como un ámbito oscuro y siniestro. Así era, de modo semejante, el mundo que los europeos hallaron en las Indias: opresión de los ricos, poligamia, religiones demoníacas, sacrificios humanos, antropofagia, crueldades indecibles, guerras continuas, esclavitud, tiranía de un pueblo sobre otros... Son males horribles, que sin embargo hoy vemos, por así decirlo, como males excusables, causados en buena parte por inmensas ignorancias y opresiones.
Primeras actitudes de los españoles
¿Cuales fueron las reacciones de los españoles, que hace cinco siglos llegaron a las Indias, ante aquel cuadro nuevo de luces y sombras?
-El imperio del Demonio.
Los primeros españoles, que muchas veces quedaron fascinados por la bondad de los indios, al ver en América los horrores que ellos mismos describen, no veían tanto a los indios como malos, sino como pobres endemoniados, que había que liberar, exorcizándoles con la cruz de Cristo.
El soldado Cieza de León, viendo aquellos tablados de los indios de Arma, con aquellos cuerpos muertos, colgados y comidos, comenta: «Muy grande es el dominio y señorío que el demonio, enemigo de natura humana, por los pecados de aquesta gente, sobre ellos tuvo, permitiéndolo Dios» (Crónica 19). Esta era la reflexión más común.
Un texto de Motolinía, fray Toribio de Benavente, lo expresa bien: «Era esta tierra un traslado del infierno; ver los moradores de ella de noche dar voces, unos llamando al demonio, otros borrachos, otros cantando y bailando; tañían atabales, bocina, cornetas y caracoles grandes, en especial en las fiestas de sus demonios. Las beoderas [borracheras] que hacían muy ordinarias, es increíble el vino que en ellas gastaban, y lo que cada uno en el cuerpo metía... Era cosa de grandísima lástima ver los hombres criados a la imagen de Dios vueltos peores que brutos animales; y lo que peor era, que no quedaban en aquel solo pecado, mas cometían otros muchos, y se herían y descalabraban unos a otros, y acontecía matarse, aunque fuesen muy amigos y muy propincuos parientes» (Historia I,2,57). Los aullidos de las víctimas horrorizadas, los cuerpos descabezados que en los teocalli bajaban rodando por las gradas cubiertas por una alfombra de sangre pestilente, los danzantes revestidos con el pellejo de las víctimas, los bailes y evoluciones de cientos de hombres y mujeres al son de músicas enajenantes... no podían ser sino la acción desaforada del Demonio.
-Excusa.
Conquistadores y misioneros vieron desde el primer momento que ni todos los indios cometían las perversidades que algunos hacían, ni tampoco eran completamente responsables de aquellos crímenes. Así lo entiende, por ejemplo, el soldado Cieza de León:
«Porque algunas personas dicen de los indios grandes males, comparándolos con las bestias, diciendo que sus costumbres y manera de vivir son más de brutos que de hombres, y que son tan malos que no solamente usan el pecado nefando, mas que se comen unos a otros, y puesto que en esta mi historia yo haya escrito algo desto y de algunas otras fealdades y abusos dellos, quiero que se sepa que no es mi intención decir que esto se entienda por todos; antes es de saber que si en una provincia comen carne humana y sacrifican sangre de hombres, en otras muchas aborrecen este pecado. Y si, por el consiguiente, en otra el pecado de contra natura, en muchas lo tienen por gran fealdad y no lo acostumbran, antes lo aborrecen; y así son las costumbres dellos: por manera que será cosa injusta condenarlos en general. Y aun de estos males que éstos hacían, parece que los descarga la falta que tenían de la lumbre de nuestra santa fe, por la cual ignoraban el mal que cometían, como otras muchas naciones» (Crónica cp.117).
-Compasión.
Cuando los cronistas españoles del XVI describen las atrocidades que a veces hallaron en las Indias, es cosa notable que lo hacen con toda sencillez, sin cargar las tintas y como de paso, con una ingenua objetividad, ajena por completo a los calificativos y a los aspavientos. A ellos no se les pasaba por la mente la posibilidad de un hombre naturalmente bueno, a la manera rousseauniana, y recordaban además los males que habían dejado en Europa, nada despreciables.
En los misioneros, especialmente, llama la atención un profundísimo sentimiento de piedad, como el que refleja esta página de Bernardino de Sahagún sobre México:
«¡Oh infelicísima y desventurada nación, que de tantos y de tan grandes engaños fue por gran número de años engañada y entenebrecida, y de tan innumerables errores deslumbrada y desvanecida! ¡Oh cruelísimo odio de aquel capitán enemigo del género humano, Satanás, el cual con grandísimo estudio procura de abatir y envilecer con innumerables mentiras, crueldades y traiciones a los hijos de Adán! ¡Oh juicios divinos, profundísimos y rectísimos de nuestro Señor Dios! ¡Qué es esto, señor Dios, que habéis permitido, tantos tiempos, que aquel enemigo del género humano tan a su gusto se enseñorease de esta triste y desamparada nación, sin que nadie le resistiese, donde con tanta libertad derramó toda su ponzoña y todas sus tinieblas!». Y continúa con esta oración: «¡Señor Dios, esta injuria no solamente es vuestra, pero también de todo el género humano, y por la parte que me toca suplico a V. D. Majestad que después de haber quitado todo el poder al tirano enemigo, hagáis que donde abundó el delito abunde la gracia [Rm 5,20], y conforme a la abundancia de las tinieblas venga la abundancia de la luz, sobre esta gente, que tantos tiempos habéis permitido estar supeditada y opresa de tan grande tiranía!» (Historia lib.I, confutación).
-Esperanza.
Como es sabido, las imágenes dadas por Colón, después de su Primer Viaje, acerca de los indios buenos, tuvieron influjo cierto en el mito del buen salvaje elaborado posteriormente en tiempos de la ilustración y el romanticismo. Cristóbal Colón fue el primer descubridor de la bondad de los indios. Cierto que, en su Primer Viaje, tiende a un entusiasmo extasiado ante todo cuanto va descubriendo, pero su estima por los indios fue siempre muy grande. Así, cuando llegan a la Española (24 dic.), escribe:
«Crean Vuestras Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego [pronto] los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser».
Al día siguiente encallaron en un arrecife, y el Almirante confirma su juicio anterior, pues en canoas los indios con su rey fueron a ayudarles cuanto les fue posible:
«El, con todo el pueblo, lloraba; son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué».
Así las cosas, los misioneros, ante el mundo nuevo de las Indias, oscilaban continuamente entre la admiración y el espanto, pero, en todo caso, intentaban la evangelización con una esperanza muy cierta, tan cierta que puede hoy causar sorpresa. El optimismo evangelizador de Colón -«no puede haber más mejor gente, luego los harán cristianos»- parece ser el pensamiento dominante de los conquistadores y evangelizadores. Nunca se dijeron los misioneros «no hay nada que hacer», al ver los males de aquel mundo. Nunca se les ve espantados del mal, sino compadecidos. Y desde el primer momento predicaron el Evangelio, absolutamente convencidos de que la gracia de Cristo iba a hacer el milagro.
También los cristianos laicos, descubridores y conquistadores, participaban de esta misma esperanza.
«Si miramos -escribe Cieza-, muchos [indios] hay que han profesado nuestra ley y recibido agua del santo bautismo [...], de manera que si estos indios usaban de las costumbres que he escrito, fue porque no tuvieron quien los encaminase en el camino de la verdad en los tiempos pasados. Ahora los que oyen la doctrina del santo Evangelio conocen las tinieblas de la perdición que tienen los que della se apartan; y el demonio, como le crece más la envidia de ver el fruto que sale de nuestra santa fe, procura de engañar con temores y espantos a estas gentes; pero poca parte es, y cada día será menos, mirando lo que Dios nuestro Señor obra en todo tiempo, con ensalzamiento de su santa fe» (Crónica cp.117).
Evangelización portentosamente rápida
Las esperanzas de aquellos evangelizadores se cumplieron en las Indias. Adelantaremos aquí sólamente unos cuantos datos significativos:
-Imperio azteca.
1487. Solemne inauguración del teocali de Tenochtitlán, en lo que había de ser la ciudad de México, con decenas de miles de sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales antropofágicos.
1520. En Tlaxcala, en una hermosa pila bautismal, fueron bautizados los cuatro señores tlaxcaltecas, que habían de facilitar a Hernán Cortés la entrada de los españoles en México.
1521. Caída de Tenochtitlán.
1527. Martirio de los tres niños tlaxcaltecas, descrito en 1539 por Motolinía, y que fueron beatificados por Juan Pablo II en 1990.
1531. El indio Cuauhtlatóhuac, nacido en 1474, es bautizado en 1524 con el nombre de Juan Diego. A los cincuenta años de edad, en 1531, tiene las visiones de la Virgen de Guadalupe, que hacia 1540-1545 son narradas, en lengua náhuatl, en el Nican Mopohua. Fue beatificado en 1990.
1536. «Yo creo -dice Motolinía- que después que la tierra [de México] se ganó, que fue el año 1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es en el año 1536, más de cuatro millones de ánimas [se han bautizado]» (Historia II,2, 208).
-Imperio inca.
1535. En el antiguo imperio de los incas, Pizarro funda la ciudad de Lima, capital del virreinato del Perú, una ciudad, a pesar de sus revueltas, netamente cristiana.
1600. Cuando Diego de Ocaña la visita en 1600, afirma impresionado: «Es mucho de ver donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las cosas de la fe católica tan adelante» (A través cp.18).
Son años en que en la ciudad de Lima conviven cinco grandes santos: el arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo (+1606), el franciscano San Francisco Solano (+1610), la terciaria dominica Santa Rosa de Lima (+1617), el hermano dominico San Martín de Porres (+1639) -estos dos nativos-, y el hermano dominico San Juan Macías (+1645).
Todo, pues, parece indicar, como dice el franciscano Mendieta, que «los indios estaban dispuestos a recibir la fe católica», sobre todo porque «no tenían fundamento para defender sus idolatrías, y fácilmente las fueron poco a poco dejando» (Hª ecl. indiana cp.45).
Así las cosas, cuando Cristo llegó a las Indias en 1492, hace ahora cinco siglos, fue bien recibido.
El nosotros hispanoamericano
El mexicano Carlos Pereyra observó, ya hace años, un fenómeno muy curioso, por el cual los hispanos europeos, tratando de reconciliar a los hispanos americanos con sus propios antepasados criollos, defendían la memoria de éstos. Según eso, «el peninsular no se da cuenta de que toma a su cargo la causa de los padres contra los hijos» (La obra 298). Esa defensa, en todo caso, es necesaria, pues en la América hispana, en los ambientes ilustrados sobre todo, el resentimiento hacia la propia historia ocasiona con cierta frecuencia una conciencia dividida, un elemento morboso en la propia identificación nacional.
Ahora bien, «este resentimiento -escribe Salvador de Madariaga- ¿contra quién va? Toma, contra lo españoles. ¿Seguro? Vamos a verlo. Hace veintitantos años, una dama de Lima, apenas presentada, me espetó: "Ustedes los españoles se apresuraron mucho a destruir todo lo Inca". "Yo, señora, no he destruido nada. Mis antepasados tampoco, porque se quedaron en España. Los que destruyeron lo inca fueron los antepasados de usted". Se quedó la dama limeña como quien ve visiones. No se le había ocurrido que los conquistadores se habían quedado aquí y eran los padres de los criollos» (Presente 60).
En fin, cada pueblo encuentra su identidad y su fuerza en la conciencia verdadera de su propia historia, viendo en ella la mano de Dios. Es la verdad la que nos hace libres. En este sentido, Madariaga, meditando sobre la realidad humana del Perú, observa: «El Perú es en su vera esencia mestizo. Sin lo español, no es Perú. Sin lo indio, no es Perú. Quien quita del Perú lo español mata al Perú. Quien quita al Perú lo indio mata al Perú. Ni el uno ni el otro quiere de verdad ser peruano... El Perú tiene que ser indoespañol, hispanoinca» (59).
Estas verdades elementales, tan ignoradas a veces, son afirmadas con particular acierto por el venezolano Arturo Uslar Pietri, concretamente en su artículo El «nosotros» hispanoamericano:
«Los descubridores y colonizadores fueron precisamente nuestros más influyentes antepasados culturales y no podemos, sin grave daño a la verdad, considerarlos como gente extraña a nuestro ser actual. Los conquistados y colonizados también forman parte de nosotros [... y] su influencia cultural sigue presente y activa en infinitas formas en nuestra persona. [...] La verdad es que todo ese pasado nos pertenece, de todo él, sin exclusión posible, venimos, y que tan sólo por una especie de mutilación ontológica podemos hablar como de cosa ajena de los españoles, los indios y los africanos que formaron la cultura a la que pertenecemos» (23-12-1991).
Un día de éstos acabaremos por descubrir el Mediterráneo. O el Pacífico.
Mucha razón tenía el gran poeta argentino José Hernández, cuando en el Martín Fierro decía:
«Ansí ninguno se agravie;
no se trata de ofender;
a todo se ha de poner
el nombre con que se llama,
y a naides le quita fama
lo que recibió al nacer».
Es momento de serenidad, ideas claras y determinación. Todos los ciudadanos, también los que, aunque de muy jóvenes, sufrimos los últimos coletazos del franquismo, tenemos toda la razón para “poner pie en pared”, como diría Juan Carlos Girauta, frente al socialcomunismo que gobierna difundiendo un tipo específico de doctrina y pensamiento único para todos, machacando al discrepante.
No les parece que cada vez más españoles ven gravísima la actuación política de Pedro Sánchez y adláteres y que eso en cualquier lugar con tradición de rendición de cuentas provocaría la caída de gobiernos y la expulsión de la vida pública.
Sí, desde el gobierno de Pedro Sánchez quieren el control total y eliminar cualquier otra forma de influencia en los ciudadanos. Es un modo autoritario de quitar libertad a la gente, incluso “coordinando” todos los aspectos de las relaciones sociales y el comercio, lo mismo que históricamente se sabe que ha ocurrido en los países donde se inició una dictadura, fascista o comunista.
Quienes destrozan, sin inmutarse, nuestro Estado de derecho, rompen sus costuras y lo desmantelan de continuo, merecen que levantemos la voz, también los que votaron socialista, pues, ahora sí, se saben estafados y ven, pues parece claro, que en el PSOE tiene más influencia Rufián que Felipe González.
Jesús D Mez Madrid
Fiesta de la Sagrada Familia, cuna de la vocación al amor
El viernes, si Navidad cae en domingo, se celebra la Fiesta de la Sagrada Familia este año bajo el lema “La familia, cuna de la vocación al amor”. Porque la Sagrada Familia es reflejo de la Trinidad y modelo de familia cristiana, la Iglesia nos invita a mirar a José, María y al Niño Jesús, profundizar en el amor familiar y examinar la propia situación de nuestro hogar.
«El Redentor del mundo eligió a la familia como lugar para su nacimiento y crecimiento, santificando así esta institución fundamental de toda sociedad».
Papa san Juan Pablo II,
mensaje del Ángelus, 30 de diciembre de 2001, Fiesta de la Sagrada Familia.
Las enseñanzas de la Sagrada Familia
La familia es una comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, abierto al don de la vida humana, y al amor para siempre. Esta fiesta señala a la Sagrada Familia de Nazaret como el verdadero modelo de vida. Todas las familias del mundo, deben siempre acudir al amparo y protección de la Sagrada Familia, para así aprender a vivir el amor y el sacrificio.
A la familia se la define como escuela del amor e Iglesia doméstica. La familia es el lugar providencial donde somos formados como humanos y como cristianos. Nuestra familia es donde crecemos en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Debe ser sitio de diálogo entre Dios y el hombre, abierta a la Palabra y a la escucha. Secundada por la oración en familia que une con fuerza. San Juan Pablo II recomendaba mucho el rezo del Santo Rosario dentro de las familias, y tenía muy presente aquella frase que dice: “la familia que reza unida, permanece unida”.
Es por todo esto que la Fiesta de la Sagrada Familia nos invita a acoger, vivir y proclamar la verdad y la belleza de la familia, según el plan de Dios.
Familia cristiana, fuente de vocaciones sacerdotales
La identidad de Cristo y su misión han cobrado forma en la historia y en el mundo en el seno de la Sagrada Familia. Podemos decir que éste es el modelo dentro del cual acontece, en la inmensa mayoría de los casos, la llamada del Señor a los hijos de familias cristianas a su consagración y a la vocación al sacerdocio. Por eso el papel de las familias cristianas es fundamental en el surgir de las vocaciones.
Tanto el sacerdocio como la vida consagrada son dones gratuitos del Señor y resulta indiscutible que la gran mayoría de las vocaciones surgen en el seno de las familias que creen y practican, de ambientes en los que se viven los valores de la Sagrada Familia de Nazaret.
Para descubrir esa vocación, es crucial el papel de los padres en la formación de los hijos. Ninguna institución puede suplir su labor en la educación «especialmente en lo que se refiere a la formación de la conciencia. Cualquier intromisión en este ámbito sagrado debe ser denunciada porque vulnera el derecho que tienen los padres de trasmitir a sus hijos una educación conforme a sus valores y creencias», Conferencia Episcopal Española 2022.
La familia cristiana cuna de la vocación al amor
En la Familiaris consortio, el papa san Juan Pablo II enseñó que «el matrimonio cristiano y la familia cristiana edifican la Iglesia: porque en la familia cristiana la persona humana no sólo es llevada al ser e introducida progresivamente por medio de la educación en la comunidad humana, sino por medio del renacimiento del bautismo y la educación en la fe en que el niño también se introduce en la familia de Dios, que es la Iglesia».
La familia que vive siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia es escuela de oración. En ella se aprende desde niños a colocar a Dios espontáneamente en el primer lugar reconociéndolo y dialogando con Él en toda circunstancia. También una escuela de fe vivida, donde no se aprende de forma teórica, sino que se plasma en las obras cotidianas. Asimismo es escuela de difusión misionera como promotoras activas de las vocaciones consagradas.
Vivir el evangelio de la familia no es fácil hoy en día, más aún en estos tiempos. Sin embargo, en el Evangelio encontramos el camino para vivir una vida santa en el ámbito personal y familiar, un camino ciertamente exigente pero fascinante. Camino, que podemos recorrer siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret y gracias a su intercesión.
En toda familia hay momentos felices y tristes, pacíficos y difíciles. Vivir el evangelio de la familia no nos exime de experimentar dificultades y tensiones, de encontrar momentos de feliz fortaleza y momentos de triste fragilidad. Debemos comprender que es el Espíritu Santo quien guía hoy a todas las familias. Pero hay que escuchar al Espíritu que habla en nosotros; hace falta una mirada de fe para captar la realidad más allá de las apariencias.
Monseñor Javier Echevarría en el santuario de Torreciudad aludió al hecho de que es el hogar familiar «donde se forjan las diversas vocaciones en la Iglesia», y expresó el deseo de que las familias sean «verdaderamente cristianas, que consideren una gran bendición divina la llamada de algunos de sus hijos al sacerdocio».
Discernimiento de la vocación en la familia cristiana
El papa Francisco nos ofrece en la exhortación apostólica Christus vivit, diez pautas para reflexionar sobre la fiesta de la Sagrada Familia, la educación en familia y facilitar a los hijos el proceso de discernimiento de la vocación.
- La familia es el ámbito privilegiado para escuchar la llamada del Señor y para aprender a responderle con generosidad, porque «es el ámbito en que uno es amado por sí mismo, no por lo que produce o por lo que tiene».
- La importancia de la educación en la fe. En familia es donde mejor se aprende la relación con Jesucristo vivo. Por eso animan a rezar en familia y a participar en los sacramentos.
- La formación en las virtudes «para que los llamados puedan dar su sí generoso al Señor y mantenerse fieles a este sí». Entre estas virtudes, destacan la fortaleza, «para poder ir contracorriente frente a la sociedad del bienestar».
- El papa exhorta a la familia católica a vivir la experiencia de encuentro con Cristo, «escuchar su Palabra y a reconocer su voz por medio del discernimiento», abierto a la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio o en la vida consagrada.
- También aconsejan a los padres tener muy presente en la formación de sus hijos que «no somos dueños del don sino sus administradores cuidadosos enseñando a reconocerse como don y acompañarlos en el discernimiento, pero no tomar las decisiones por ellos».
- Considerar la vida como ofrenda. Inculcar que «yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo».
Forjar en la caridad
- Forjar a los hijos en la caridad porque «la familia no es una célula aislada en sí misma, a la que no importa lo que sucede alrededor. Esta dimensión caritativa empieza en la familia ampliada, cuidando especialmente a los abuelos y a los mayores, pero debe estar abierta a las necesidades de los demás».
- Fomentar el conocimiento de las diversas vocaciones e instaurar una cultura vocacional. Lamenta el Papa que familias cristianas «se opongan a la vocación de sus hijos al sacerdocio o a la vida consagrada o que les pidan que prioricen su futuro profesional, postergando la llamada del Señor». En cuanto a la vocación al matrimonio, «no hay nada más estimulante para los hijos que ver a los propios padres vivir el matrimonio y la familia como una misión, con felicidad y paciencia, a pesar de las dificultades, los momentos tristes y las pruebas».
- Como Iglesia, «tenemos la misión de acompañar a las familias que viven en nuestras comunidades. Acercarse a las familias que viven la marginación y la pobreza; tener muy presentes a las familias migrantes; no dejar a un lado a las familias que han sufrido la separación y el divorcio».
Bibliografía
– Sínodo de los Obispos, 2001.
– Clerus.org.
– Conferencia Episcopal Española 2022.
– Audiencia del Papa Francisco, 2019.
– Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit , Papa Francisco, 2019.
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