Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY viernes, 23 de diciembre de 2022
Indice:
El Papa, en la nueva catequesis sobre san José: «Es un verdadero maestro de lo esencial»
Ante el Príncipe de la paz que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo
El Papa en la catequesis: No canceles el diálogo con el Espíritu Santo
EL MAGNIFICAT. LA HUMILDAD DE MARÍA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del 23 de diciembre: un largo silencio
“Se ha hecho Hombre para redimirnos” : San Josemaria
Nuevos Mediterráneos (I): «Aquella primera oración de hijo de Dios» : Lucas Buch
¿Por qué se celebra el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre? : primeroscristianos
Los orígenes de la Navidad : FRANCISCO VARO
¿QUÉ NAVIDAD LE GUSTA A JESÚS? : Alberto García-Mina.
Pensemos, vivamos y oremos en plural cristiano : Salvador I. Reding V..
El aumento desmedido de infecciones de transmisión sexual es ya un alarmante problema de salud pública : Julio Tudela
El Congreso da vía libre al aborto de menores de 16 años sin consentimiento paterno : Julio Tudela
Volver a nacer en Nazaret : Jorge Hernández Mollar
«El matrimonio debe estar por delante del trabajo, está en juego nuestra felicidad» : Luis Javier Moxó
No quedará piedra sobre piedra : Juan Luis Selma
La baja estima : Juan García.
La sociedad española está asustada : Domingo Martínez Madrid
Asustados y gregarios : Jesús D Mez Madrid
La ley es la que es : JD Mez Madrid
La familia al revés si mandan los hijos : Pedro Beteta López
El Papa, en la nueva catequesis sobre san José: «Es un verdadero maestro de lo esencial»
A pocas semanas de concluir el año dedicado a San José, el Papa Francisco quiere centrar un ciclo de catequesis en la figura del santo patriarca.
David Fernández Alonso·26 de noviembre de 2021·Tiempo de lectura: 5 minutos
Foto: ©2021 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.
El Papa Francisco comenzó la catequesis recordando que «el 8 de diciembre de 1870, el beato Pío IX proclamó a san José patrón de la Iglesia universal. Ahora, 150 años después de aquel acontecimiento, estamos viviendo un año especial dedicado a san José, y en la Carta Apostólica Patris corde he recogido algunas reflexiones sobre su figura. Nunca antes como hoy, en este tiempo marcado por una crisis global con diferentes componentes, puede servirnos de apoyo, consuelo y guía. Por eso he decidido dedicarle una serie de catequesis, que espero nos ayuden a dejarnos iluminar por su ejemplo y su testimonio. Durante algunas semanas hablaremos de san José».
«En la Biblia», destacó el Santo Padre, «hay más de diez personajes que llevan el nombre de José. El más importante de ellos es el hijo de Jacob y Raquel, que, a través de diversas peripecias, pasó de ser un esclavo a convertirse en la segunda persona más importante de Egipto después del faraón (cf. Gn 37-50). El nombre José en hebreo significa “que Dios acreciente. Que Dios haga crecer”. Es un deseo, una bendición fundada en la confianza en la providencia y referida especialmente a la fecundidad y al crecimiento de los hijos. De hecho, precisamente este nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en su providencia: cree en la providencia de Dios, tiene fe en la providencia de Dios. Cada una de sus acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que Dios dispone la continuación de su plan de salvación. Y en esto, José de Nazaret se parece mucho a José de Egipto».
Francisco afirmó que también las principales referencias geográficas que se refieren a José: Belén y Nazaret, asumen un papel importante en la comprensión de su figura, y quiso detenerse en el ambiente en el que vivió para darnos algunas luces sobre su figura.
«En el Antiguo Testamento», dijo, «la ciudad de Belén se llama con el nombre de Beth Lehem, es decir, “Casa del pan”, o también Efratá, por la tribu que se asentó allí. En árabe, en cambio, el nombre significa “Casa de la carne”, probablemente por el gran número de rebaños de ovejas y cabras presentes en la zona. De hecho, no es casualidad que, cuando nació Jesús, los pastores fueran los primeros testigos del acontecimiento (cf. Lc 2,8-20). A la luz del relato de Jesús, estas alusiones al pan y a la carne remiten al misterio de la Eucaristía: Jesús es el pan vivo bajado del cielo (cf. Jn 6,51). Él mismo dirá de sí: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna» (Jn 6,54)».
«Belén se menciona varias veces en la Biblia, ya en el libro del Génesis. Belén también está vinculada a la historia de Rut y Noemí, contada en el pequeño pero maravilloso Libro de Rut. Rut dio a luz a un hijo llamado Obed, que a su vez dio a luz a Jesé, el padre del rey David. Y fue de la línea de David de donde provino José, el padre legal de Jesús. El profeta Miqueas predijo grandes cosas sobre Belén: «Mas tú, Belén-Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel» (Mi 5,1). El evangelista Mateo retomará esta profecía y la vinculará a la historia de Jesús como su evidente cumplimiento».
«De hecho, el Hijo de Dios no eligió Jerusalén como lugar de su encarnación, sino Belén y Nazaret, dos pueblos periféricos, alejados del clamor de las noticias y del poder del tiempo. Sin embargo, Jerusalén era la ciudad amada por el Señor (cf. Is 62,1-12), la «ciudad santa» (Dn 3,28), elegida por Dios para habitarla (cf. Zac 3,2; Sal 132,13). Aquí, en efecto, habitaban los maestros de la Ley, los escribas y fariseos, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (cf. Lc 2,46; Mt 15,1; Mc 3,22; Jn1,19; Mt 26,3)».
«Por eso», continuó el Papa, «la elección de Belén y Nazaret nos dice que la periferia y la marginalidad son predilectas de Dios. Jesús no nace en Jerusalén con toda la corte… no: nace en una periferia y pasó su vida, hasta los 30 años, en esa periferia, trabajando como carpintero, como José. Para Jesús, las periferias y las marginalidades son predilectas. No tomar en serio esta realidad equivale a no tomar en serio el Evangelio y la obra de Dios, que sigue manifestándose en las periferias geográficas y existenciales. El Señor actúa siempre a escondidas en las periferias, también en nuestra alma, en las periferias del alma, de los sentimientos, tal vez sentimientos de los que nos avergonzamos; pero el Señor está ahí para ayudarnos a ir adelante».
«El Señor continúa manifestándose en las periferias, tanto en las geográficas, como en las existenciales. En particular, Jesús va en busca de los pecadores, entra en sus casas, les habla, los llama a la conversión. Y también se le reprende por ello: “Pero mira a este Maestro —dicen los doctores de la ley— mira a este Maestro: come con los pecadores, se ensucia, va a buscar a aquellos que no han hecho el mal, pero lo han sufrido: los enfermos, los hambrientos, los pobres, los últimos. Siempre Jesús va hacia las periferias. Y esto nos debe dar mucha confianza, porque el Señor conoce las periferias de nuestro corazón, las periferias de nuestra alma, las periferias de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, de nuestra familia, es decir, esa parte un poco oscura que no dejamos ver, tal vez por vergüenza».
«Bajo este aspecto», concluía Francisco, «la sociedad de aquella época no es muy diferente de la nuestra. También hoy hay un centro y una periferia. Y la Iglesia sabe que está llamada a anunciar la buena nueva a partir de las periferias. José, que es un carpintero de Nazaret y que confía en el plan de Dios para su joven prometida y para él mismo, recuerda a la Iglesia que debe fijar su mirada en lo que el mundo ignora deliberadamente. Hoy José nos enseña esto: “a no mirar tanto a las cosas que el mundo alaba, a mirar los ángulos, a mirar las sombras, a mirar las periferias, lo que el mundo no quiere”. Nos recuerda a cada uno de nosotros que debemos dar importancia a lo que otros descartan. En este sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que lo realmente valioso no llama nuestra atención, sino que requiere un paciente discernimiento para ser descubierto y valorado. Descubrir lo que vale. Pidámosle que interceda para que toda la Iglesia recupere esta mirada, esta capacidad de discernir y esta capacidad de evaluar lo esencial. Volvamos a empezar desde Belén, volvamos a empezar desde Nazaret».
«Quisiera hoy enviar un mensaje a todos los hombres y mujeres que viven en las periferias geográficas más olvidadas del mundo o que viven situaciones de marginalidad existencial. Que puedan encontrar en san José el testigo y el protector al que mirar. A él podemos dirigirnos con esta oración, oración “hecha en casa”, pero que ha salido del corazón»:
San José,
tú que siempre te has fiado de Dios,
y has tomado tus decisiones
guiado por su providencia,
enséñanos a no contar tanto en nuestros proyectos,
sino en su plan de amor.
Tú que vienes de las periferias,
ayúdanos a convertir nuestra mirada
y a preferir lo que el mundo descarta y pone en los márgenes.
Conforta a quien se siente solo
Y sostiene a quien se empeña en silencio
Por defender la vida y la dignidad humana. Amén
Ante el Príncipe de la paz que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo
Al recibir a los miembros de la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas, el Papa Francisco recordó que la cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros.
Vatican News
Que la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad. Fue el deseo expresado por el Papa Francisco a la Curia Romana, recibida en audiencia esta mañana en el Aula de las Bendiciones de la Basílica vaticana, con motivo de las felicitaciones navideñas.
Iniciando un extenso y rico discurso, el Papa recordó que la humildad del Hijo de Dios que viene en nuestra condición humana es para nosotros escuela de adhesión a la realidad, un llamado a volver a la esencialidad de la vida:
Así como Él elige la pobreza, que no es simplemente ausencia de bienes, sino esencialidad, del mismo modo cada uno de nosotros está llamado a volver a la esencialidad de la propia vida, para deshacerse de lo que es superfluo y que puede volverse un impedimento en el camino de santidad.
Agradecimiento y conversión
Al examinar la propia existencia, siempre es necesario tener como punto de partida la 'memoria del bien' que el Señor ha hecho por nosotros y en este sentido, la actitud interior a la que habríamos de dar más importancia es la gratitud, señaló.
Sin un ejercicio de gratitud constante sólo acabaremos por hacer la lista de nuestras caídas y opacaremos lo más importante, es decir, las gracias que el Señor nos concede cada día.
Considerando las muchas cosas que sucedieron en este último año, en primer lugar, “queremos decir gracias al Señor por todos los beneficios que nos ha concedido” - añadió el Santo Padre - señalando que “entre todos estos beneficios esperamos que esté también nuestra conversión, que nunca es un discurso acabado. Lo peor que nos podría pasar es pensar que ya no necesitamos conversión, sea a nivel personal o comunitario”.
Convertirse es aprender a tomar cada vez más en serio el mensaje del Evangelio e intentar ponerlo en práctica en nuestra vida. No se trata sencillamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible.
Entre los acontecimientos que marcaron el 2022, Francisco recordó la celebración de los sesenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, que definió como "una gran ocasión de conversión para toda la Iglesia", una “oportunidad de comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y operante en este momento histórico. La actual reflexión sobre la sinodalidad de la Iglesia nace precisamente de la convicción de que el itinerario de comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía”.
Lo contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio, la forma debe poder cambiar para que la sustancia siga siendo siempre la misma. La herejía verdadera no consiste sólo en predicar otro Evangelio (cf. Ga 1,9), como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes. Conservar significa mantener vivo y no aprisionar el mensaje de Cristo.
Nuestro problema es confiar demasiado en nosotros mismos
Francisco remarcó que el verdadero problema, que tantas veces olvidamos, es que la conversión no sólo nos hace caer en la cuenta del mal para hacernos elegir nuevamente el bien, sino que, al mismo tiempo, impulsa al mal a evolucionar, a volverse cada vez más insidioso, a enmascararse de manera nueva para que nos cueste reconocerlo”.
Nuestro primer gran problema es confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras estrategias, en nuestros programas. Es el espíritu pelagiano del que he hablado otras veces.
Necesaria una actitud de vigilancia
Además, recordó que “denunciar el mal, aun el que se propaga entre nosotros, es demasiado poco. Lo que se debe hacer ante ello es optar por una conversión”. No basta una simple denuncia que “puede hacernos creer que hemos resuelto el problema, pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas mundanas". Y en este sentido señaló que una de las virtudes más útiles que tenemos que practicar es la de la “vigilancia”, que nos llevará a reconocer y a desenmascarar a los “demonios educados”, que “entran con educación, sin que uno se dé cuenta. Sólo la práctica cotidiana del examen de conciencia puede hacer que nos demos cuenta”.
La tentación de pensar que estamos seguros
“Queridos hermanos y hermanas, a todos nosotros nos habrá pasado que nos hemos perdido como esa oveja o nos hemos alejado de Dios como el hijo menor”, constató el Pontífice. “Pero la mayor atención que debemos prestar en este momento de nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir”.
El gran deseo de paz
Finalmente, el Papa dedicó la parte final de su discurso al tema de la paz:
“Nunca como en este momento sentimos un gran deseo de paz. Pienso en los mártires ucranianos, pero también en los numerosos conflictos en curso en diversas partes del mundo. La guerra y la violencia son siempre un fracaso. La religión no debe utilizarse para alimentar conflictos. El Evangelio es siempre el Evangelio de la paz, y en nombre de ningún Dios puede declararse 'santa' la guerra".
Dirigiendo su pensamiento a los que sufren, Francisco recordó que la cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros.
Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros.
Construir la paz comenzando desde nosotros mismos
“Si es verdad que queremos que el clamor de la guerra cese dando lugar a la paz, entonces que cada uno comience desde sí mismo”, añadió, recordando las palabras de San Pablo que dice claramente que la benevolencia, la misericordia y el perdón son la medicina que tenemos para construir la paz. “La benevolencia es elegir siempre la modalidad del bien para relacionarnos entre nosotros”. “No existe sólo la violencia de las armas - recordó - existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías”. De aquí su exhortación:
“Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo. Que ninguno saque provecho de la propia posición o del propio rol para mortificar al otro”
La misericordia – añadió el Papa - también es aceptar que el otro pueda tener sus límites. Incluso en este caso, es justo admitir que personas e instituciones, precisamente porque son humanas, son también limitadas.
Por último, señaló que perdón significa “conceder siempre otra oportunidad, es decir, comprender que uno se hace santo a base de intentos”. “Dios hace así con cada uno de nosotros, nos perdona siempre, vuelve a ponernos siempre en pie y nos da aún otra oportunidad. Entre nosotros debe ser así”.
Toda guerra, para que se extinga, necesita del perdón. De lo contrario, la justicia se convierte en venganza, y el amor sólo se reconoce como una forma de debilidad.
“Dios se hizo niño, y este niño, al hacerse grande, se dejó clavar en la cruz. No hay nada más débil que un hombre crucificado y, sin embargo, en esa debilidad se manifestó la omnipotencia de Dios”, concluyó, expresando su deseo que la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad.
El Papa en la catequesis: No canceles el diálogo con el Espíritu Santo
La vida nos pone siempre frente a elecciones, y si no las realizamos de forma consciente, al final es la vida la que elige por nosotros, llevándonos donde no quisiéramos. Pero con el discernimiento, leyendo un pedacito de la Biblia cada día recibes “pequeños telegramas de Dios que te llegan de inmediato al corazón”.
Vatican News
Continuando con las catequesis sobre el discernimiento, este miércoles 21 de diciembre, el Papa Francisco habló hoy sobre las “ayudas” que pueden facilitar este “ejercicio” de la vida espiritual. Siguiendo estas catequesis se podría pensar cuán “complicado” es discernir, pero en realidad – observó el Papa – es la vida la que es complicada y, si no aprendemos a leerla, corremos el riesgo de malgastarla, llevándola adelante con trucos que terminan por desalentarnos.
La vida nos pone siempre frente a elecciones, y si no las realizamos de forma consciente, al final es la vida la que elige por nosotros, llevándonos donde no quisiéramos.
La confrontación con la Palabra de Dios
Adentrándose en las “ayudas” para el discernimiento, el Pontífice señaló que la primera e indispensable es “la confrontación con la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia”, que “ayuda a leer lo que se mueve en el corazón, aprendiendo a reconocer la voz de Dios y a distinguirla entre otras voces, que parecen imponerse a nuestra atención, pero que al final nos dejan confundidos”. “La voz de Dios resuena en la calma, en la atención, en el silencio”:
La voz de Dios no se impone, es discreta, respetuosa, y precisamente por esto es pacificadora. Y sólo en la paz podemos entrar en lo profundo de nosotros mismos y reconocer los auténticos deseos que el Señor ha puesto en nuestro corazón.
Muchas veces – reconoció Francisco - no es fácil entrar en esa paz del corazón, porque estamos ocupados de aquí para allá todo el día... Por eso pidió: “Por favor, cálmate un poco. Entra en ti, en ti mismo”. “Detente. Mira lo que siente tu corazón”. En ese momento de calma, escuchamos “la voz de Dios”.
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Una relación afectiva con el Señor
Como para el creyente la Palabra de Dios “no es simplemente un texto para leer”, sino “una presencia viva”, esta relación afectiva con la Escritura “lleva a vivir una relación afectiva con el Señor Jesús”, y esta es otra ayuda. “Leer la Biblia, leer un fragmento, uno o dos fragmentos de la Biblia, son como pequeños telegramas de Dios que te llegan de inmediato al corazón”.
Muchas veces podemos tener una idea distorsionada de Dios, considerándolo como un juez hosco, severo, preparado para vernos fallar. Jesús, al contrario, nos revela un Dios lleno de compasión y de ternura, preparado a sacrificarse a sí mismo para encontrarnos, precisamente como el padre de la parábola del hijo pródigo.
Quien permanece frente al Crucifijo – constató el Papa - advierte una paz nueva, aprende a no tener miedo de Dios, porque Jesús en la cruz no da miedo a nadie, es la imagen de la impotencia total y a la vez del amor más pleno, capaz de afrontar toda prueba por nosotros.
El Espíritu Santo hace viva la Palabra de Dios
“Nada puede oponerse al amor de Dios”, Padre tierno, afectuoso, que nos ha amado siempre. Francisco lo subraya cuando invita a pensar en la vida con el Señor “como una relación de amistad que crece día tras día”. Sucede que “la amistad con Dios tiene la capacidad de cambiar el corazón” y es “uno de los grandes dones del Espíritu Santo”. Cuando se experimenta este amor “el corazón se derrite y caen dudas, miedos y sensaciones de indignidad”. El Espíritu Santo es “discernimiento en acción” y el don “más grande que el Padre asegura a aquellos que lo piden”. Y es la tercera “gran ayuda” que señala el Papa en la catequesis.
Yo les pregunto: ¿rezan al Espíritu Santo? Pero, ¿quién es? ¿El Gran Desconocido? Rezamos al Padre, sí, el Padrenuestro, rezamos a Jesús, ¡pero nos olvidamos del Espíritu! […] ¡El Espíritu Santo es quien da vida a tu alma! Déjenlo entrar. Hablen con el Espíritu como hablan con el Padre, como hablan con el Hijo […] Es la fuerza de la Iglesia, es Quien te hace avanzar.
Nunca abandonar el diálogo con el Espíritu
«Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme». Esta invocación de salvación de la Liturgia de las Horas, continuó Francisco, “es la petición irreprimible que brota de lo profundo de nuestro ser”. Y, el discernimiento, “tiene el objetivo de reconocer la salvación que el Señor ha obrado en mi vida”:
Me recuerda que nunca estoy solo y que, si estoy luchando, es porque lo que está en juego es importante.
“No canceles el diálogo con el Espíritu Santo”, insiste el Pontífice al final de la catequesis. Él “está siempre con nosotros”.
¿Has hecho algo malo? Habla al Espíritu que está contigo y dile: 'Ayúdame, he hecho esta cosa feísima...'. Pero no canceles el diálogo con el Espíritu Santo. 'Padre, estoy en pecado mortal': no importa, habla con Él para que te ayude a perdonarte. Nunca abandones este diálogo con el Espíritu Santo.
Con estas ayudas, que el Señor nos da, - concluyó Francisco - no debemos temer.
El Papa en la Audiencia General con los Reyes Magos
EL MAGNIFICAT. LA HUMILDAD DE MARÍA
— Humildad de la Virgen. Qué es la humildad.
— Fundamento de la caridad. Frutos de la humildad.
— Caminos para alcanzar esta virtud.
I. Portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las antiguas compuertas, va a entrar el Rey de la gloria1.
La Virgen lleva la alegría por donde pasa: en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno2, le dice Santa Isabel refiriéndose a Juan el Bautista, que crecía en su vientre. A la alabanza de su prima, la Virgen responde con un bellísimo canto de júbilo. Mi alma glorifica al Señor; y mi espíritu está transportado de gozo en Dios mi Salvador.
En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso.
En este tono de grandeza y de humildad transcurre toda la vida de Nuestra Señora. «¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! —No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni –fuera de las primicias de Caná– a la hora de los grandes milagros.
»—Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, “juxta crucem Jesu” — junto a la cruz de Jesús, su Madre»3. No buscó nunca gloria personal alguna.
La virtud de la humildad –que tanto se transparenta en la vida de la Virgen– es la verdad4, es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia. «Es rechazo de las apariencias y de la superficialidad; es la expresión de la profundidad del espíritu humano; es condición de su grandeza»5.
La humildad se apoya en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros siempre desmesurados deseos de gloria. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez, con la pusilanimidad o la mediocridad.
No se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutarlos plenamente con corazón recto; la humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, a Dios pertenece, porque de su plenitud hemos recibido todos6. El Señor es toda nuestra grandeza; lo nuestro es deficiencia y flaqueza. Frente a Dios, nos encontramos como deudores que no saben cómo pagar7, y por eso acudimos como Medianera de todas las gracias a María, Madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; «abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María le pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios, y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída»8.
II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. Sin la humildad todo lo demás es «como un montón muy voluminoso de paja que habremos levantado, pero al primer embate de los vientos queda derribado y deshecho. El demonio teme muy poco esas devociones que no están fundadas en la humildad, pues sabe muy bien que podrá echarlas al traste cuando le plazca»9. No es posible la santidad si no hay lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. El humilde tiene, además, una especial facilidad para la amistad, incluso con gente muy diferente en gustos, edad, etc., que le prepara para todo apostolado personal.
La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad. Le da consistencia y la hace posible: «la morada de la caridad es la humildad»10, decía San Agustín. En la medida en que el hombre se olvida de sí mismo, puede preocuparse y atender a los demás. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir, etc. Y estas dos virtudes, humildad y caridad, «son las virtudes madres; las otras las siguen como polluelos a la clueca»11.
El que es humilde no gusta de exhibirse. Sabe bien que no se encuentra en el puesto que ocupa para lucir y recibir consideraciones, sino para servir, para cumplir una misión. No te sientes en el primer puesto..., por el contrario, cuando seas invitado ve a sentarte en el último lugar12. Y si el cristiano se encuentra entre los primeros puestos, ocupando un lugar de preeminencia, sabe que «este motivo de excelencia se lo ha dado Dios para que aproveche a los demás, de donde se sigue que tanto debe agradarle al hombre el testimonio de los demás, cuanto que esto contribuya al bien ajeno»13.
Hemos de estar en nuestro sitio (en conversaciones, familia, etc.), trabajando cara a Dios, y evitar que la ambición nos ofusque. Mucho menos convertir la vida, llevados por la vanidad, en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos y que más tarde habrían de humillarnos creando en nosotros el profundo malestar de sentir que no estamos en el lugar que nos corresponde y para el que tampoco estábamos dotados. Esto no se opone a la llamada del Señor para hacer rendir al máximo nuestros talentos, con muchos sacrificios a la hora del aprovechamiento del tiempo.
Sí se opone, por el contrario, a la falta de rectitud de intención, síntoma claro de soberbia. La persona humilde sabe estar en su papel, se siente centrada y es feliz en su quehacer. Además, es siempre una ayuda. Conoce sus limitaciones y posibilidades, y no se deja engañar fácilmente por su ambición. Sus cualidades son ayuda, mayor o menor, pero nunca estorbo. Cumple su función dentro del conjunto.
Otra manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. El conocimiento de nuestra flaqueza impedirá «un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras u obras del interesado den pie para juzgar así razonablemente»14. Veremos a los demás con respeto y comprensión, que llevarán, cuando sea necesario, a hacer la corrección fraterna.
III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; fomentar la docilidad ante los consejos recibidos en la dirección espiritual, y esforzarse por ponerlos en práctica; recibir con alegría agradecida la corrección fraterna, llena de delicadeza, que nos hacen; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y de corazón; y, sobre todo, la alcanzaremos a través de la caridad, en constantes detalles de servicio alegre a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de humildad. Nadie tuvo jamás dignidad comparable a la suya, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo; yo estoy en medio de vosotros como un sirviente15. Imitando al Señor, aceptaremos a los demás como son y pasaremos por alto muchos detalles quizá molestos que, en el fondo, casi siempre carecen de verdadera importancia. La humildad nos dispone y nos ayuda a tener paciencia con los defectos de quienes nos rodean y, también, con los propios. Prestaremos pequeños servicios en la convivencia diaria, sin darles excesiva importancia y sin pedir nada a cambio, y aprenderemos de Jesús y de María a convivir con todos, a saber comprender a los demás, también con sus defectos. Si procuramos ver a los demás como los ve el Señor, será fácil acogerles también como Él los acoge.
Al meditar los pasajes del Evangelio en los que se manifiestan las imperfecciones de los Apóstoles, aprenderemos nosotros a no impacientarnos con las nuestras: el Señor cuenta con ellas, y cuenta con el tiempo, con la gracia, con nuestros deseos de mejorar en esas virtudes o en esa determinada faceta del propio carácter.
Terminaremos este día nuestra oración contemplando a Nuestra Madre Santa María, que alcanzará de su Hijo para nosotros esta virtud que tanto necesitamos. «Mirad a María. Jamás criatura alguna se ha entregado con más humildad a los designios de Dios. La humildad de la ancilla Domini (Lc 1, 38), de la esclava del Señor, es el motivo de que la invoquemos como causa nostrae laetitiae, causa de nuestra alegría (...). María, al confesarse esclava del Señor, es hecha Madre del Verbo divino, y se llena de gozo. Que este júbilo suyo, de Madre buena, se nos pegue a todos nosotros: que salgamos en esto a Ella –a Santa María–, y así nos pareceremos más a Cristo»16.
1 Antífona de entrada, Sal 23, 7. — 2 Lc 1, 44. — 3 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 507. — 4 Cfr. Santa Teresa, Moradas sextas, c. 10 b. — 5 Juan Pablo II, Ángelus 4-III-1979. — 6 1 Cor 1, 4. — 7 Cfr. Mt 18, 23-25. — 8 J. Pecci (León XIII), Práctica de la humildad, 56. — 9 Santo Cura de Ars, Sermón sobre la humildad. — 10 San Agustín, Sobre la Virginidad, 51. — 11 San Francisco de Sales, Epistolario, fragm. 17, vol. II, p. 651. — 12 Lc 14, 7 ss. — 13 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 131. — 14 San Josemaría Escrivá, cfr. Camino, n. 442. — 15 Lc 22, 27. — 16 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 109.
Evangelio del 23 de diciembre: un largo silencio
Comentario del 23 de diciembre. “En aquel momento [Zacarías] recobró el habla, se soltó su lengua y hablaba bendiciendo a Dios”. También nosotros necesitamos del silencio para aprender a meditar las maravillas y los misterios de Dios.
23/12/2022
Evangelio (Lc 1, 57-66)
Entretanto le llegó a Isabel el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y sus vecinos y parientes oyeron que el Señor había agrandado su misericordia con ella y se congratulaban con ella. El día octavo fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo:
—De ninguna manera, sino que se llamará Juan.
Y le dijeron:
—No hay nadie en tu familia que tenga este nombre.
Al mismo tiempo preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él, pidiendo una tablilla, escribió: «Juan es su nombre». Lo cual llenó a todos de admiración. En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua y hablaba bendiciendo a Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos los oían los grababan en su corazón, diciendo:
—¿Qué va a ser, entonces, este niño?
Porque la mano del Señor estaba con él.
Comentario
El nacimiento de san Juan Bautista ilumina la vida de Zacarías e Isabel y trae consigo la alegría y el asombro de los parientes y vecinos.
Estos padres habían soñado muchas veces aquel día, pero ya no lo esperaban. Es muy posible que Zacarías se sintiese abandonado de Dios. Había esperado mucho. En su juventud y madurez había rezado con fe por su familia, por su pueblo, por la llegada del Mesías.
Pero llegó un momento en que se cansó de esperar. Se contentaba con cumplir los rituales propios de su labor sacerdotal, acompañados con oraciones, ayunos y sacrificios. Pero todo lo hace sin mucha fe, desesperanzado, con poco amor.
El Señor lo dejó mudo durante todo el tiempo de embarazo de Isabel. Nueve meses de silencio. Para aprender a meditar; para aprender a mirar y contemplar el paso de Dios por su vida; para renovar el amor.
Dios le da un tiempo para que aprenda a fiarse y callar frente al misterio de Dios y contemplar con humildad y silencio su acción, que se revela en la historia de los hombres y que siempre supera nuestra imaginación. Zacarías experimenta que nada es imposible para Dios.
El evangelio de hoy se detiene en el momento de imposición del nombre al niño. Isabel escoge un nombre extraño a la tradición familiar. Zacarías confirma esa elección, escribiéndolo en una tablilla: “Juan es su nombre”.
El nacimiento de san Juan Bautista está rodeado de asombro, sorpresa, alegría y gratitud. La gente fue invadida por un santo temor de Dios “y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea” y se preguntan admirados: “¿Qué va a ser, entonces, este niño?”.
Podemos preguntarnos también nosotros cómo es nuestra fe: ¿Es una fe acostumbrada, cumplidora de actos de piedad, plana? ¿Soy como Zacarías, una persona cansada de esperar, desamorada? ¿Tengo sentido de asombro cuando veo las obras del Señor en mi vida y en la vida de los demás? ¿Estoy abierto a las sorpresas de Dios?
También nosotros necesitamos como Zacarías un tiempo de silencio, para aprender a meditar, para aprender a mirar y contemplar las maravillas de Dios, para renovar nuestro amor cada día.
“Se ha hecho Hombre para redimirnos”
Pásmate ante la magnanimidad de Dios: se ha hecho Hombre para redimirnos, para que tú y yo –¡que no valemos nada, reconócelo!– le tratemos con confianza. (Forja, 30)
23 de diciembre
Lux fulgebit hodie super nos, quia natus est nobis Dominus, hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Es el gran anuncio que conmueve en este día a los cristianos y que, a través de ellos, se dirige a la Humanidad entera. Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma.
Nos detenemos delante del Niño, de María y de José: estamos contemplando al Hijo de Dios revestido de nuestra carne. Viene a mi recuerdo el viaje que hice a Loreto, el 15 de agosto de 1951, para visitar la Santa Casa, por un motivo entrañable. Celebré allí la Misa. Quería decirla con recogimiento, pero no contaba con el fervor de la muchedumbre. No había calculado que, en ese gran día de fiesta, muchas personas de los contornos acudirían a Loreto, con la fe bendita de esta tierra y con el amor que tienen a la Madonna. Su piedad les llevaba a manifestaciones no del todo apropiadas, si se consideran las cosas -¿cómo lo explicaré?- sólo desde el punto de vista de las leyes rituales de la Iglesia.
Así, mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa, tres o cuatro campesinas lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero me emocionaba. Atraía también mi atención el pensamiento de que en aquella Santa Casa que la tradición asegura que es el lugar donde vivieron Jesús, María y José , encima de la mesa del altar, han puesto estas palabras: Hic Verbum caro factum est. Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres, en un pedazo de la tierra en que vivimos, habitó Dios. (Es Cristo que pasa, 12)
Nuevos Mediterráneos (I): «Aquella primera oración de hijo de Dios»
El sentido de la filiación divina lo cambia todo, como cambió la vida de san Josemaría cuando descubrió inesperadamente ese Mediterráneo.
31/07/2017
«Son momentos, hijas e hijos míos, para adentrarnos más y más por «caminos de contemplación» en medio del mundo»[1]. Con estas palabras señala el prelado del Opus Dei una de las prioridades del momento actual. El apostolado de los cristianos es, hoy como siempre, «una superabundancia de nuestra vida interior»[2]. Por una parte, porque consiste en comunicar precisamente esa Vida; por otra, porque para proponer la fe al mundo es necesario comprenderla y vivirla en profundidad. Se trata, en definitiva, como nos indicó san Josemaría, de «ahondar en la hondura del Amor de Dios, para poder así, con la palabra y con las obras, mostrarlo a los hombres»[3].
NO BASTA SER HIJOS DE DIOS, SINO QUE HEMOS DE SABERNOS HIJOS DE DIOS, DE MODO TAL QUE NUESTRA VIDA ADQUIERA ESE SENTIDO
Este camino hacia adentro tiene una peculiaridad. No transita de un lugar conocido a otro desconocido: consiste más bien en ahondar en lo que ya se conoce, en lo que parece obvio, de tan oído. Se descubre entonces algo que, en realidad, se sabía, pero que ahora se percibe con una fuerza y una profundidad nueva. San Josemaría se refiere a esa experiencia hablando de distintos «Mediterráneos» que se fueron abriendo ante sus ojos de manera inesperada. Así lo expone, por ejemplo, en Forja:
«En la vida interior, como en el amor humano, es preciso ser perseverante. Sí, has de meditar muchas veces los mismos argumentos, insistiendo hasta descubrir un nuevo Mediterráneo.
»–¿Y cómo no habré visto antes esto así de claro?, te preguntarás sorprendido. –Sencillamente, porque a veces somos como las piedras, que dejan resbalar el agua, sin absorber ni una gota.
»–Por eso, es necesario volver a discurrir sobre lo mismo, ¡que no es lo mismo!, para empaparnos de las bendiciones de Dios»[4].
«Discurrir sobre lo mismo» para intentar abrirnos a toda su riqueza y descubrir así «¡que no es lo mismo!» Ese es el camino de contemplación al que estamos llamados. Se trata de surcar un mar que, a primera vista, no tiene nada de nuevo, porque ya forma parte de nuestro paisaje cotidiano. Los romanos llamaban al Mediterráneo Mare nostrum: se trataba del mar conocido, del mar con el que convivían. San Josemaría habla de descubrir Mediterráneos porque, en cuanto nos adentramos en los mares que creemos conocer bien, se abren ante nuestros ojos horizontes amplios, insospechados. Podemos decir entonces al Señor, con palabras de santa Catalina de Siena: «eres como un mar profundo, en el que cuanto más busco más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco»[5].
Estos descubrimientos responden a luces que Dios da cuando y como quiere. Con todo, nuestra consideración pausada nos pone en disposición de recibir esas luces del Señor. «Y como aquél que primero estaba en las tinieblas y después ve de pronto el sol que le ilumina la cara, y distingue claramente lo que hasta entonces no veía, del mismo modo el que recibe el Espíritu Santo queda con el alma iluminada»[6]. En los siguientes editoriales repasaremos algunos de estos Mediterráneos que san Josemaría descubrió en su vida interior, para ahondar con él «en la hondura del Amor de Dios».
Abba Pater!
Una de las convicciones más arraigadas en los primeros cristianos era que podían dirigirse a Dios como hijos amados. Jesús mismo les había enseñado: «Vosotros orad así: Padre nuestro que estás en el cielo…» (Mt 6,9). Él se había presentado ante los judíos como el Hijo amado del Padre, y había enseñado a sus discípulos a comportarse de igual modo. Los apóstoles le habían oído dirigirse a Dios con el término que usaban los niños hebreos para dirigirse a sus padres. Y, al recibir el Espíritu Santo, ellos mismos habían comenzado a usar esa fórmula. Se trataba de algo radicalmente nuevo, respecto a la piedad de Israel, pero San Pablo lo referiría como algo común y conocido por todos: «recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abbá, Padre!”. Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rm 8,15-16). Era una convicción que les llenaba de confianza y les daba una audacia insospechada: «si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo» (Rm 8,17). Jesús no es solo el Unigénito del Padre, sino también el Primogénito de muchos hermanos (cfr. Rm 8,29; Col 1,15). La Vida nueva, traída por Cristo, se presentaba ante los ojos de aquellos primeros creyentes como una vida de hijos amados de Dios. No era esta una verdad teórica o abstracta, sino algo real que les llenaba de una desbordante alegría. Buena muestra de ello es el grito que se le escapa al apóstol san Juan en su primera carta: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1).
La paternidad de Dios, su amor singularísimo y tierno por cada uno, es algo que los cristianos aprendemos desde pequeños. Y, sin embargo, estamos llamados a descubrirlo de un modo personal y vivo, que llegue a transformar nuestra relación con Dios. Al hacerlo, se abre ante nuestros ojos un Mediterráneo de paz y confianza, un horizonte inmenso en el que podremos ahondar a lo largo de toda la vida. Para san Josemaría, fue un hallazgo inesperado, la repentina apertura de un panorama que se encontraba en realidad como escondido en algo que conocía bien. Era el otoño de 1931; lo recordaba muchos años después: «Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios. Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos…, en la calle y en un tranvía –una hora, hora y media, no lo sé–; Abba, Pater!, tenía que gritar»[7].
SAN JOSEMARÍA HABLA DE DESCUBRIR «MEDITERRÁNEOS» PORQUE, EN CUANTO NOS ADENTRAMOS EN LOS MARES QUE CREEMOS CONOCER BIEN, SE ABREN ANTE NUESTROS OJOS HORIZONTES AMPLIOS, INSOSPECHADOS
En los meses siguientes, san Josemaría volvió repetidamente sobre este punto. En el retiro que hizo un año más tarde, por ejemplo, apuntaba: «Día primero. Dios es mi Padre. –Y no salgo de esta consideración»[8]. ¡El día entero considerando la Paternidad de Dios! Aunque de entrada una contemplación tan dilatada en el tiempo pueda sorprendernos, de hecho señala la profundidad con la que caló en él la experiencia de la filiación divina. También nuestra primera actitud, en la oración y, en general, al dirigirnos a Dios, debe cifrarse en un confiado abandono y agradecimiento. Pero, para que nuestro trato con Dios adquiera esta forma, conviene descubrir personalmente, una vez más, que Él ha querido ser Padre nuestro.
¿Quién es Dios para mí?
Como san Josemaría, tal vez aprendimos siendo muy pequeños que Dios es Padre, pero quizá nos queda un buen trecho de camino para vivir nuestra condición de hijos en toda su radicalidad. ¿Cómo podemos facilitar ese descubrimiento?
En primer lugar, para descubrir la paternidad de Dios, es necesario muchas veces restaurar su auténtica imagen. ¿Quién es Él para mí? De modo consciente o inconsciente, hay quien piensa en Dios como Alguien que impone leyes y anuncia castigos para quienes no las cumplan; Alguien que espera que se acate su voluntad y se enfurece ante la desobediencia; en una palabra, un Amo del que nosotros no seríamos más que involuntarios súbditos. En otros casos –sucede también a algunos cristianos–, Dios es percibido fundamentalmente como el motivo por el que hay que portarse bien. Se piensa en Él como la razón por la que cada uno se mueve hacia donde realmente no quiere, pero debe ir. Sin embargo, Dios «no es un Dominador tiránico, ni un Juez rígido e implacable: es nuestro Padre. Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su Amor»[9].
La dificultad para percibir que «Dios es Amor» (1 Jn 4,8) se debe a veces también a la crisis que atraviesa la paternidad en diversos países. Tal vez lo hemos comprobado al hablar con amigos o compañeros: su padre no les genera buenos recuerdos, y un Dios que es Padre no les parece particularmente atractivo. Al proponerles la fe, es bueno ayudarles a ver cómo su dolor por esa carencia muestra hasta qué punto llevan la paternidad inscrita en el corazón: una paternidad que les precede y que les llama. Por otra parte, un amigo, un sacerdote, pueden ayudarles con su cercanía a descubrir el amor del «Padre de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Ef 3,14), y a experimentar esa ternura también en la «vocación de custodiar»[10] que palpita dentro de cada uno, y que se abre camino en el padre o la madre que ellos mismos ya son, o que quisieran ser un día. Así pueden ir descubriendo en el fondo de su alma el auténtico rostro de Dios y la manera en que sus hijos estamos llamados a vivir, sabiéndonos mirados por Él con infinito cariño. En efecto, un padre no quiere a su hijo por lo que hace, por sus resultados, sino sencillamente porque es su hijo. Al mismo tiempo, le lanza al mundo y procura sacar lo mejor de él, pero siempre partiendo de lo mucho que vale a sus ojos.
UN PADRE NO QUIERE A SU HIJO POR LO QUE HACE, POR SUS RESULTADOS, SINO SENCILLAMENTE PORQUE ES SU HIJO
Puede servirnos considerarlo, en particular, en los momentos de fracaso, o cuando la distancia entre nuestra vida y los modelos que nos presenta el mundo en que vivimos nos lleven a tener una baja consideración de nosotros mismos. Quizá deberíamos recordar más a menudo que «esta es nuestra “estatura”, esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre (…). No aceptarse, vivir descontentos y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea»[11].
Darnos cuenta de que Dios es Padre va de la mano con dejarnos mirar por Él como hijos muy amados. De este modo, comprendemos que nuestra valía no depende de lo que tengamos –nuestros talentos– o de lo que hagamos –nuestros éxitos–, sino del Amor que nos ha creado, que ha soñado con nosotros y nos ha afirmado «antes de la fundación del mundo» (Ef 1,4). Ante la fría idea de Dios que se hace a veces el mundo contemporáneo, Benedicto XVI quiso recordar desde el inicio de su pontificado que «no somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[12]. ¿De verdad incide esta idea en nuestra vida diaria?
La confiada esperanza de los hijos de Dios
San Josemaría recordaba con frecuencia a los fieles del Opus Dei que «el fundamento de nuestra vida espiritual es el sentido de nuestra filiación divina»[13]. Lo comparaba al «hilo que une las perlas de un gran collar maravilloso. La filiación divina es el hilo, y ahí se van engarzando todas las virtudes, porque son virtudes de hijo de Dios»[14]. Por eso es crucial pedir a Dios que nos abra este Mediterráneo, que sostiene y da forma a toda nuestra vida espiritual.
El hilo de la filiación divina se traduce en «una actitud cotidiana de abandono esperanzado»[15], una actitud que es propia de los hijos, especialmente cuando son pequeños. Por eso en la vida y en los escritos de san Josemaría, la filiación divina iba a menudo unida a la infancia espiritual. Ciertamente, ¿qué le importan las sucesivas caídas al niño que está aprendiendo a ir en bicicleta? No valen nada, mientras vea a su padre cerca, animándole a volver a intentarlo. En eso consiste su abandono esperanzado: «Papá dice que puedo… ¡vamos!».
Sabernos hijos de Dios es también la seguridad sobre la que apoyarnos para llevar a cabo la misión que el Señor nos ha confiado. Nos sentiremos como aquel hijo a quien su padre dice: «Hijo mío, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Tal vez nos asaltará primero la inseguridad, o mil ocurrencias de diverso tipo. Pero enseguida consideraremos que es nuestro Padre quien nos lo pide, demostrándonos una confianza inmensa. Como Cristo, aprenderemos a abandonarnos en las manos del Padre y a decirle desde el fondo de nuestra alma: «Que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36). San Josemaría nos enseñó con su vida a comportarnos de este modo, a imagen de Cristo: «A lo largo de los años, he procurado apoyarme sin desmayos en esta gozosa realidad. Mi oración, ante cualquier circunstancia, ha sido la misma, con tonos diferentes. Le he dicho: Señor, Tú me has puesto aquí; Tú me has confiado eso o aquello, y yo confío en Ti. Sé que eres mi Padre, y he visto siempre que los pequeños están absolutamente seguros de sus padres»[16].
Desde luego, no podemos negar que habrá dificultades. Pero las encararemos desde la conciencia de que, pase lo que pase, ese Padre todopoderoso nos acompaña, está a nuestro lado y vela por nosotros. Él hará lo que nos proponemos, porque a fin de cuentas es obra suya; lo hará quizá de un modo distinto, pero más fecundo. «Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas –a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos– no salen a tu gusto... Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan»[17].
Cultivar el «sentido de la filiación divina»
San Josemaría, es preciso conviene notarlo, no señalaba como fundamento del espíritu del Opus Dei la filiación divina, sino el sentido de la filiación divina. No basta ser hijos de Dios, sino que hemos de sabernos hijos de Dios, de modo tal que nuestra vida adquiera ese sentido. Tener esa seguridad en el corazón es el fundamento más sólido; la verdad de nuestra filiación divina se convierte entonces en algo operativo, con repercusiones concretas en nuestra vida.
Para cultivar tal sentido, es bueno ahondar en esa realidad con la cabeza y con el corazón. Con la cabeza, primero, meditando en la oración los pasajes de la Escritura que hablan de la paternidad de Dios, de nuestra filiación, de la vida de los hijos de Dios. Esta meditación puede recibir luz de los muchos textos de san Josemaría sobre nuestra condición de hijos de Dios[18], o de las reflexiones de otros santos y escritores cristianos[19].
NO HAY DERROTA PARA QUIEN DESEA ACOGER CADA DÍA EL AMOR DE DIOS. INCLUSO EL PECADO PUEDE CONVERTIRSE EN OCASIÓN DE RECORDAR NUESTRA IDENTIDAD DE HIJOS
Con el corazón podemos ahondar en nuestra condición de hijos de Dios acudiendo al Padre confiadamente, abandonándonos en su Amor, actualizando con o sin palabras nuestra actitud filial, y procurando tener siempre presente el Amor que Él nos tiene. Un modo de hacerlo es acudir a Él con breves invocaciones o jaculatorias. San Josemaría sugería: «Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón– que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»[20]. También podemos acudir a alguna breve oración que nos ayude a afrontar la jornada desde la seguridad de sentirnos hijos de Dios, o a terminarla, con agradecimiento, contrición y esperanza. El papa Francisco proponía esta a los jóvenes: «“Señor, te doy gracias porque me amas; estoy seguro de que me amas; haz que me enamore de mi vida”. No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado»[21].
Volver a la casa del Padre
Se ha descrito la familia como «el lugar al que se vuelve», donde hallamos reparo y descanso. Lo es de modo particular en cuanto «santuario del amor y de la vida»[22], como le gustaba decir a san Juan Pablo II. Allí reencontramos el Amor que da sentido y valía a nuestra vida, porque está en su mismo origen.
De igual modo, sentirnos hijos de Dios nos permite volver a Él confiadamente cuando estamos cansados, cuando nos han tratado mal o nos sentimos heridos… o también cuando le hemos ofendido. Volver al Padre es otro modo de vivir en esa actitud de «abandono esperanzado». Conviene meditar a menudo la parábola del padre que tenía dos hijos, recogida por san Lucas (Cfr. Lc 15,11-32): «Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos»[23].
Aquel hijo quizá apenas pensó en el dolor que había causado a su Padre: sobre todo añoraba el buen trato que recibía en la casa paterna (cfr. Lc 15,17-19). Se dirige hacia allá con la idea de no ser más que un siervo entre otros. Sin embargo, su padre le recibe –¡sale a buscarle, se le echa al cuello y le llena de besos!– recordándole su identidad más profunda: es su hijo. Enseguida dispone que le devuelvan los vestidos, las sandalias, el anillo… las señales de esa filiación que ni siquiera su mal comportamiento podía borrar. «A fin de cuentas se trataba del propio hijo y tal relación no podía ser alienada, ni destruida por ningún comportamiento»[24].
Aunque a veces podamos ver a Dios como un Amo del que somos siervos, o como un frío Juez, Él se mantiene fiel a su Amor de Padre. La posibilidad de acercarnos a Él después de haber caído es siempre una ocasión magnífica para descubrirlo. Al mismo tiempo, eso nos revela nuestra propia identidad. No se trata solamente de que Él haya decidido amarnos, porque sí, sino de que verdaderamente somos –por gracia– hijos de Dios. Somos hijos de Dios y nada, ni nadie, podrá robarnos jamás esa dignidad. Ni siquiera nosotros mismos. Por eso, ante la realidad de nuestra debilidad y del pecado –consciente y voluntario– no dejemos que nos invada la desesperanza. Como señalaba san Josemaría, «esta conclusión no es la última palabra. La última palabra la dice Dios, y es la palabra de su amor salvador y misericordioso y, por tanto, la palabra de nuestra filiación divina»[25].
Ocupados en amar
El sentido de la filiación divina lo cambia todo, como cambió la vida de san Josemaría cuando descubrió inesperadamente ese Mediterráneo. ¡Qué distinta es la vida interior cuando, en lugar de basarla en nuestros avances o en nuestros propósitos de mejora, la centramos en el Amor que nos precede y nos espera! Si uno da prioridad a lo que él mismo hace, su vida espiritual gira casi exclusivamente en torno a la mejora personal. A la larga, este modo de vivir no solo corre el riesgo de dejarse el amor de Dios olvidado en una esquina del alma, sino también de caer en el desánimo, porque se trata de una lucha en la que uno está solo ante el fracaso.
Cuando, en cambio, nos centramos en lo que Dios hace, en dejarnos amar cada día por Él, acogiendo diariamente su Salvación, la lucha adquiere otro temple. Si salimos vencedores, se abrirán paso con gran naturalidad el agradecimiento y la alabanza; si caemos derrotados, nuestro trato con Dios consistirá en volver confiadamente al Padre, pidiendo perdón y dejándonos abrazar por Él. Se entiende así que «la filiación divina no es una virtud particular, que tenga sus propios actos, sino la condición permanente del sujeto de las virtudes. Por eso no se obra como hijo de Dios con unas acciones determinadas: toda nuestra actividad, el ejercicio de nuestras virtudes, puede y debe ser ejercicio de la filiación divina»[26].
No hay derrota para quien desea acoger cada día el Amor de Dios. Incluso el pecado puede convertirse en ocasión de recordar nuestra identidad de hijos y de volver al Padre, que insiste en salir a nuestro encuentro clamando: «¡Hijo, hijo mío!». De esa misma conciencia nacerá –como nacía en san Josemaría– la fuerza que necesitamos para volver a caminar en pos del Señor: «Sé que vosotros y yo, decididamente, con el resplandor y la ayuda de la gracia, veremos qué cosas hay que quemar, y las quemaremos; qué cosas hay que arrancar, y las arrancaremos; qué cosas hay que entregar, y las entregaremos»[27]. Pero lo haremos sin agobio, y sin desánimo, procurando no confundir el ideal de la vida cristiana con el perfeccionismo[28]. Viviremos, así, pendientes del Amor que Dios nos tiene, ocupados en amar. Seremos como hijos pequeños que han descubierto un poco el amor de su Padre, y quieren agradecérselo de mil modos y corresponder con todo el amor –poco o mucho– que son capaces de expresar.
Lucas Buch
[1] F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 30.
[2] Ibidem. Cfr. San Josemaría, Camino, n. 961; Amigos de Dios, n. 239.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 97.
[4] San Josemaría, Forja, n. 540.
[5] Santa Catalina de Siena, Diálogo, c. 167.
[6] San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 16, 16.
[7] San Josemaría, Meditación del 24-XII-1969 (en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. 1, Rialp, Madrid 1997, p. 390).
[8] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 1637 (en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. 1, p. 465).
[9] Es Cristo que pasa, n. 64.
[10] Francisco, Homilía en la Misa de inicio del pontificado, 19-III-2013.
[11] Francisco, Homilía, 31-VII-2016.
[12] Benedicto XVI, Homilía en la Misa de inicio del pontificado, 24-IV-2005.
[13] San Josemaría, Carta 25-I-1961, n. 54 (en E. Burkhart, J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. 2, Rialp, Madrid 2013, p. 20, nota 3).
[14] San Josemaría, Apuntes de la predicación, 6-VII-1974, en E. Burkhart, J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. 2, p. 108.
[15] F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 8.
[16] Amigos de Dios, n. 143.
[17] San Josemaría, Surco, n. 860.
[18] Cfr. p.ej. F. Ocáriz, “Filiación divina” en Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, Monte Carmelo, Burgos 2013, pp. 519-526.
[19] El año jubilar de la Misericordia ha permitido redescubrir a algunos de ellos. Cfr. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Misericordiosos como el Padre. Subsidios para el Jubileo de la Misericordia 2015-2016.
[20] Amigos de Dios, n. 150.
[21] Francisco, Homilía, 31-VII-2016.
[22] San Juan Pablo II, Homilía, 4-V-2003.
[23] Es Cristo que pasa, n. 64.
[24] San Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia (30-XI-1980), n. 5.
[25] Es Cristo que pasa, n. 66.
[26] F. Ocáriz – I. de Celaya, Vivir como hijos de Dios, Eunsa, Pamplona 1993, p. 54.
[27] Es Cristo que pasa, n. 66.
[28] Cfr. F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 8.
¿Por qué se celebra el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre?
¿Por qué el 25 de diciembre?
Los primeros cristianos no parece que celebrasen su cumpleaños (cf., por ej., Orígenes, PG XII, 495). Celebraban su dies natalis, el día de su entrada en la patria definitiva (por ej.,Martirio de Policarpo18,3), como participación en la salvación obrada por Jesús al vencer a la muerte con su pasión gloriosa. Recuerdan con precisión el día de la glorificación de Jesús, el 14/15 de Nisán, pero no la fecha de su nacimiento, de la que nada nos dicen los datos evangélicos.
No celebraban el cumpleaños
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre la fecha del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”).
Nacimiento del Sol Invicto
A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero. Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por ese día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma el dies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año.
Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como «sol de justicia» (Ma 4,2) y «luz del mundo» (Jn 1,4ss.).
Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución. Es posible, no obstante, que con el transcurso del tiempo la fiesta cristiana fuera asimilando la fiesta pagana.
Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte. En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte,Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33).
Tradición Oriental
En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero. La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.
Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán. El arte cristiano ha reflejado esta misma idea alo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz.
Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento. “Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger,El espíritu de la liturgia, 131).
Juan Chapa
Bibliografía: Josef Ratzinger,El espíritu de la liturgia. Una introducción(Cristiandad, Madrid, 2001); Thomas J. Tolley,The origins of the liturgical year, 2nd ed., Liturgical Press, Collegeville, MN, 1991). Existe edición en italiano,Le origini dell’anno liturgico, Queriniana, Brescia 1991.
¿Cuáles son los orígenes de la celebración de la Navidad?
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre el día del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La difusión de la celebración litúrgica de la Navidad fue rápida.
En la segunda mitad del siglo IV se va extendiendo por todo el mundo cristiano: por el norte de Africa (año 360), por España (año 384).
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SOBRE LOS ORÍGENES DE LA CELEBRACIÓN DE LA NAVIDAD
Los cristianos de la primera generación, es decir, aquellos que escucharon directamente la predicación de los Apóstoles, conocían bien y meditaban con frecuencia la vida de Jesús. Especialmente los momentos decisivos: su pasión, muerte redentora y resurrección gloriosa.
También recordaban sus milagros, sus parábolas y muchos detalles de su predicación. Era lo que habían oído contar a aquellos que habían seguido al Maestro durante su vida pública, que habían sido testigos directos de todos aquellos acontecimientos. Acerca de su infancia sólo conocían algunos detalles que tal vez narrara el propio Jesús o su Madre, aunque la mayor parte de ellos María los conservaba en su corazón.
Cuando se escriben los evangelios sólo se deja constancia en ellos de lo más significativo acerca del nacimiento de Jesús. Desde perspectivas diferentes, Mateo y Lucas recuerdan los mismos hechos esenciales: que Jesús nació en Belén de Judá, de la Virgen María, desposada con José, pero sin que Ella hubiese conocido varón. Además, hacia el final de los relatos sobre la infancia de Jesús, ambos señalan que después fueron a vivir a Nazaret.
Mateo subraya que Jesús es el Mesías descendiente de David, el Salvador en el que se han cumplido las promesas de Dios al antiguo pueblo de Israel. Por eso, como la pertenencia de Jesús al linaje de David viene dada por ser hijo legal de José, Mateo narra los hechos fijándose especialmente en el cometido del Santo Patriarca.
San José con el Niño Jesús
Por su parte, Lucas, centrándose en la Virgen —que representa también a la humanidad fiel a Dios—, enseña que el Niño que nace en Belén es el Salvador prometido, el Mesías y Señor, que ha venido al mundo para salvar a todos los hombres.
En el siglo II el deseo de saber más sobre el nacimiento de Jesús y su infancia hizo que algunas personas piadosas, pero sin una información histórica precisa, inventaran relatos fantásticos y llenos de imaginación. Se conocen algunos a través de los evangelios apócrifos. Uno de los relatos más desarrollados sobre el nacimiento de Jesús contenido en los apócrifos es el que se presenta en el llamado Protoevangelio de Santiago, según otros manuscritos, Natividad de María, escrito a mediados del siglo II.
En las primeras generaciones de cristianos la fiesta por excelencia era la Pascua, conmemoración de la Resurrección del Señor. Todos sabían bien en qué fechas había sido crucificado Jesús y cuándo había resucitado: en los díascentrales de la celebración de la fiesta judía de la Pascua, en torno al día 15 de Nisán, es decir, el día de luna llena del primer mes de primavera.
Sin embargo, posiblemente no conocían con la misma certeza el momento de su nacimiento. No formaba parte de las costumbres de los primeros cristianos la celebración del cumpleaños, y no se había instituido una fiesta particular para conmemorar el cumpleaños de Jesús.
¿POR QUÉ SE CELEBRA EL 25 DE DICIEMBRE?
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre el día del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”). A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero.
Gruta de la Natividad. Belén
Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por ese día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma el dies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año.
Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como «sol de justicia» (Ma 4,2) y «luz del mundo» (Jn 1,4ss.).
Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución.
Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte.
En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte, Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33).
En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero.
La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.
Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán. El arte cristiano ha reflejado esta misma idea a lo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz.
Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento. “Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 131).
La difusión de la celebración litúrgica de la Navidad fue rápida. En la segunda mitad del siglo IV se va extendiendo por todo el mundo cristiano:por el norte de Africa (año 360), por Constantinopla (año 380), por España (año 384) o por Antioquía (año 386). En el siglo V la Navidad es una fiesta casi universal.
FRANCISCO VARO, www.primeroscristianos.com
Profesor de Sagrada Escritura en la
¿QUÉ NAVIDAD LE GUSTA A JESÚS?
“Mi hermano escuchó a una mujer en el autobús decir, cuando el bus pasaba junto a una iglesia con un pesebre fuera: <quieren meter la religión en todo, fíjese, ahora ¡incluso en la Navidad!>”. C.S. Lewis[1] escribía estas palabras en una carta personal en la década de los 50 del siglo XX. ¿Qué podríamos escuchar ahora?
A continuación, recuerdo algunas ideas que faciliten ahondar en la verdad de la Navidad y apremien a acoger el Amor encarnado y festejar tal maravilla; como los pastores, lo anunciemos; como la Estrella a los Magos, acompañemos a otros a encontrarse con el Salvador que se nos ha dado, y aceptemos todos el regalo del infinito amor de Dios por nosotros. Para que esto ocurra preguntemos a Jesús qué Navidad le gusta celebremos.
Qué maravillosa sorpresa: “el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”[2]
Comparto un cuento navideño[3] que revela esta maravilla que llena de estupor y de alegría. Érase una vez un granjero que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente y educaba a sus hijos en la fe en Jesucristo, a pesar de los reproches e ironías de su marido. Una Nochebuena en la que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa de Gallo e invitó a su esposo a que los acompañara, pero él se negó. <¡Qué tonterías! –arguyó–. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra haciéndose hombre? ¡Qué ridiculez!> Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó sólo, en medio de la granja en la que vivían…
Al poco rato, se desató una fuerte ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre alcanzaba a ver era una cegadora tormenta de nieve. Decidió relajarse sentado ante la chimenea, pero al poco tiempo escuchó golpes violentos en las ventanas. Miró hacia afuera, y como no era capaz de distinguir nada, se aventuró a salir para averiguar lo que estaba ocurriendo. Junto a su casa, una bandada de gansos salvajes se había visto sorprendida y atrapada por la tempestad. Incapaces de continuar su ruta, los gansos volaban bajo en círculos y sin rumbo, cegados por la borrasca. El granjero dedujo que algunas de esas aves habían chocado contra su ventana… Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos. <¡Se podrían quedar en el granero! –pensó–. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta>.
Dirigiéndose al granero, abrió las puertas de par en par. Luego, permaneció observando, con la esperanza de que las aves advirtieran el lugar donde podrían resguardarse. Los gansos, no obstante, se limitaron a seguir revoloteando en círculo. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar para ellos en esas circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y dispersarlas en todas las direcciones... Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.
El hombre empezó a sentir frustración. Por mucho que lo intentaba, no conseguía atraerlos hacia el lugar donde habrían de estar abrigados y seguros. <¿Por qué no me seguirán? –se preguntó– ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrían sobrevivir?> Tras reflexionar por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano. <Si yo fuera uno de ellos, entonces me seguirían y podría salvarlos –dijo, pensando en voz alta>. Seguidamente, puso en práctica una estrategia. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás dirigiéndose directamente al interior del granero. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo… El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza: <¡Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos!>. Entonces recapacitó sobre lo que le había dicho a su mujer aquel día: <¿Por qué iba Dios a querer ser uno de nosotros? ¡Qué ridiculez!>
Esa es la lógica divina: por amor, se abajó para compartir la condición humana y así remediar la tragedia en que vivíamos y recrearnos. Liberarnos de la esclavitud del pecado y del dominio del demonio, y hacernos hijos suyos, de su familia, llamados a la vida con Él en la tierra para disfrutarla plenamente y para siempre en el Cielo.
¿Qué significa la palabra Navidad? Deriva del vocablo latino Nativitate, que está formado por tres voces: nati (nacimiento), vita (vida) y te (para ti), es decir, la vida ha nacido para cada uno de nosotros. Ese es el núcleo de la Navidad: ha llegado la “plenitud de los tiempos” (Gálatas 4, 4), Dios realiza su plan de salvación. Es tanto su amor por nosotros que se hace uno de los nuestros: el Hijo eterno toma naturaleza humana, “nacido de mujer”, de María, para salvar a los hombres y concedernos una vida nueva. “Dios ha entrado en la historia para liberarnos de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios”[4]. Celebramos el nacimiento de Jesús; el Amor gratuito, tierno e incondicional de Dios por mi tiene un nombre y un rostro. Esta es la Buena nueva, no hay mejor que esta. En Jesús, Dios nos llama a convertirnos en hijos suyos, a acoger su amor infinito. Esta es la alegría que cambia todo y alcanza a todos.
Así lo manifestaba un cristiano de mediados del siglo II en una “carta a Diogneto”, un importante personaje del mundo pagano[5]. Al explicar la historia de nuestra salvación y llegar a la encarnación del Hijo de Dios, escribía: “¡oh inmenso amor de Dios a los hombres! y no nos odió ni nos rechazó ni se vengó de nuestras ofensas, sino que nos soportó con grandeza de ánimo y paciencia, apiadándose de nosotros y cargando él mismo con nuestros pecados. Nos dio a su propio Hijo como precio de nuestra redención: entregó al que es santo para redimir a los impíos, al inocente por los malos, al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales (…) ¡Oh admirable intercambio, mediación incomprensible, beneficios inesperados!”. A partir de entonces la historia se divide en antes y después del nacimiento de Cristo.
A Jesús le gustaría encontrar sitio en nuestro corazón
Jesús que nació en Belén, desea hacerlo en nuestro corazón y ser el Dios-con-nosotros, permanecer siempre a nuestro lado. ¿Podrá cumplir su sueño? El Papa ponía un ejemplo que orienta. “Creemos que un ser querido va a venir a visitarnos. Lo esperamos con alegría, con impaciencia. Para recibirlo como es debido, limpiaremos la casa, prepararemos la mejor comida posible, quizás un regalo… En definitiva, nos pondremos manos a la obra”. Y concluía: “Así es con el Señor, la alegría de su venida nos hace decir: ¿qué debemos hacer? Pero Dios eleva esta cuestión a un nivel superior: ¿qué hacer con mi vida? ¿A qué estoy llamado? ¿Qué es lo que me llena?”[6]
El Adviento es tiempo de gracia para disponer el corazón, es tiempo de conversión. De lo contrario, puede ocurrir que Jesús no encuentre hueco, como le ocurrió en Belén: “no había sitio para ellos en la posada” (Lucas 2, 7). “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Juan 1, 11). Es el momento oportuno para confiar en la Misericordia, pedir a Dios que nos aumente la fe en su amor sanador. “Ánimo es la palabra de Dios, decía el Papa[7]. Todos somos pecadores, pero mira la raíz de tu pecado y deja que el Señor vaya allá y la recree; y esa raíz amarga florecerá, florecerá con las obras de justicia; y tú serás un hombre nuevo, una mujer nueva”. Para transformarnos, Dios necesita que le confiemos arrepentidos nuestros pecados, “con nombre y apellido: yo he hecho esto, esto, esto y me avergüenzo dentro del corazón”. Acojamos el consejo del Papa para vivirlo en estos días, acudamos a recibir el perdón en el sacramento de la Confesión. Así Jesús encontrará la puerta abierta y entrará a hospedarse en nuestra casa bien dispuesta por la gracia, comulgando en Navidad.
Esa mudanza reclama reformas para construir un sitio para Jesús en el corazón. “Asumamos un compromiso concreto, aunque sea pequeño, que se ajuste a nuestra situación de vida, y llevémoslo adelante para prepararnos a esta Navidad, proponía el Papa. Por ejemplo: puedo llamar por teléfono a esa persona que está sola, visitar a aquel anciano o aquel enfermo, hacer algo para servir a un pobre, a un necesitado. Y además: quizás tenga un perdón que pedir o un perdón que dar, una situación que aclarar, una deuda que saldar. Quizás he descuidado la oración y después de mucho tiempo es hora de acercarse al perdón del Señor” (nota 6).
A Jesús le gustaría que redescubriéramos el admirable signo del Belén
La tarde del 1 de diciembre de 2019, 1º domingo de Adviento, el Papa Francisco viajó a Greccio, el lugar donde San Francisco de Asís hizo el primer Belén e inició esta tradición en la Iglesia. Allí firmó una carta[8] sobre el significado y el valor del Belén. “Es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”, escribía Francisco. Promocionemos el Belén entre familiares y amigos, y si depende de nuestra iniciativa, en otros sitios: lugares de trabajo, escuelas, hospitales, cárceles, plazas…sugería. Meditando su carta redescubriremos “el hermoso signo del pesebre”.
No olvidemos valernos de otras tradiciones heredadas. Son la Corona de Adviento, el Árbol de Navidad, las luces y adornos, los christmas, los villancicos, los regalos, los turrones… Todas ellas nos recuerdan a quién estamos esperando, qué estamos celebrando; activan nuestro deseo y alientan nuestro clamor: “Ven a libramos, Señor, Dios nuestro; que brille tu rostro y nos salve” (Salmo 79, 4). Reavivan nuestra “memoria agradecida” ante “el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos, nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible”[9].
A Jesús le gustaría que le acompañemos
Es natural, viene para estar con nosotros; es un niño necesitado de cuidados, a merced de nuestra iniciativa. “El Nacimiento” será un lugar destacado para estar con “el Niño de Belén”, así lo llamaba con tierno afecto san Francisco de Asís. “Delante del pesebre descubrimos cómo de importante es para nuestra vida, con frecuencia tan frenética, encontrar momentos de silencio y de oración. El silencio, para contemplar la belleza del rostro de Jesús niño, el Hijo de Dios, nacido en la pobreza de un establo” (nota 9). Para esos ratos de oración puede servir el consejo de san Josemaría de “intervenir en los pasajes del Evangelio, como un personaje más”[10] y ponerse en el lugar de los protagonistas que pueblan el Belén. En su carta, el Papa nos da pistas para contemplar el misterio de amor divino encerrado en “el niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2, 12). “Me gustaría ahora repasar los diversos signos del Belén para comprender el significado que llevan consigo” y, empezando por “el cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche”, propone consideraciones que, con la asistencia del Espíritu Santo, seguro nos abrirán los ojos del alma para crecer en el amor a Dios y a los demás. Además, podemos servirnos de los textos de la Liturgia[11], para adentrarse en este misterio gozoso en la oración.
Y aprendamos a saborear la presencia del Dios escondido en la Eucaristía. “Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño”[12]. San Josemaría calificaba al sagrario de “Belén perenne”. “El Sagrario es Belén, casa del pan, siempre demasiado pobre para el Señor. Es Belén porque allí está con su alma, con su cuerpo, con su sangre y su divinidad, porque se ofrece, como en Belén, a nuestra contemplación y a nuestra adoración. No vamos a Él con las manos vacías, sino con el trabajo ya hecho y el que queda por hacer”[13]. En las salidas de estos días podemos encajar visitas a iglesias, para saludar al Santísimo Sacramento en el sagrario: postrados adoremos y ofrezcamos las obras del día, como los pastores, como los magos… de ahora. Y de paso, ver el Nacimiento.
A Jesús le gustaría que lo celebremos en familia
La Navidad ocurrió en el seno de una familia. Dios quiso nacer y crecer en un hogar, con una madre y un padre, y vivir durante 30 años en familia. En Cristo, Dios reafirmó la bondad de lo que había creado en el Principio: llamó a Adán y Eva, hechos a su imagen y semejanza, a amarse fundando una familia. Será Cristo quien revele que Dios es amor familiar: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor”[14]. Y en la Sagrada Familia, nos propone un modelo e invita a ser parte de ella. “Cada familia cristiana –como hicieron María y José–, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo”[15]. Por eso, a Jesús le gusta que lo celebremos juntos, en familia, y desea que el mensaje de la Navidad se transmita a través de las familias.
A Jesús le gustaría recibir el regalo de darnos a los demás
“Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. ¡Dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente! Entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo”[16]. Preguntémonos qué más podemos hacer por los demás en Navidad. El ejemplo de Jesús en Belén nos saca del egoísmo y mueve a servir con pequeños gestos. “Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor”[17]. Compartamos el amor divino con todos, empezando por los más próximos.
Regalemos una sonrisa sincera aunque sea a veces costosa; regalemos compañía aunque exija ajustar los planes; regalemos consuelo al que sufre, al que está solo, a los mayores; regalemos comprensión para pasar por alto lo que nos molesta y facilitar la convivencia; regalemos atenciones a aquellos que lo están pasando mal, podemos acercarnos a la parroquia y ofrecernos para ayudar, por ejemplo a familias necesitadas de comida especial para las fiestas o de regalos para los hijos; podemos ayudar en algún comedor social; participar en alguna iniciativa solidaria; hacer una limosna generosa…. Recientemente el Papa pidió: “Es muy bonito festejar, pero bajemos el nivel, el nivel de los gastos de Navidad. Celebremos una Navidad más humilde, con regalos más humildes y lo que ahorremos, lo enviemos al pueblo ucraniano, que lo necesita”[18].
A Jesús le gustaría enseñarnos desde la cátedra del pesebre
Contemplamos a Jesús en el pesebre; es un infante[19], no puede hablar, pero es la Palabra eterna del Padre. ¿Qué nos quiere enseñar con sus obras? San Josemaría procuraba ver a Jesús en la cuna como Maestro. “Necesito considerarle de este modo”, escribía: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús”[20]. Si meditamos los primeros capítulos de Mateo y de Lucas descubriremos las lecciones que nos da el Niño-Dios. La lectura de “La Infancia de Jesús” de Ratzinger-Benedicto XVI puede ayudar a ahondar en el significado de esos pasajes. También podemos acudir a las homilías de Navidad del papa Francisco[21]. En diferentes web[22] hay abundantes materiales. Dios elige la humildad, la pobreza, la sencillez, el servicio, la ternura, la cercanía…para despertarnos de la soberbia, la vanidad, el afán de poder, la codicia, la violencia…. “En el niño Jesús se hace patente, más que en ninguna otra parte, la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas, porque no pretende asaltar desde fuera, sino conquistar desde dentro y transformar a partir de dentro”[23].
A Jesús le gustaría que sembráramos paz y alegría
Sembremos paz; el telón de fondo de la guerra en Ucrania y otros lugares lo reclama con urgencia. Para dar paz hemos de cultivarla con esmero, será un don del Espíritu Santo si recibimos sinceramente a Jesús. “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2, 14) cantan los ángeles. “Esta Navidad queremos que el canto de los ángeles resuene, en primer lugar, en nuestra alma. Es en lo más profundo de nuestro corazón donde forjamos las actitudes que repercuten en la armonía con los que nos rodean: privilegiar la unidad por encima de las diferencias, alegrarnos con las cosas buenas de los demás, ofrecer nuestra ayuda a quien lo necesita, pedir perdón con frecuencia…”[24]. Seamos artesanos de paz e imploremos a Jesús, príncipe de la paz, el fin de las guerras.
“Jesús es la sonrisa de Dios. Vino al mundo para revelarnos el amor del Padre, su bondad, y la primera manera en que lo hizo fue sonriendo a sus padres, como cualquier recién nacido. Y, gracias a su extraordinaria fe, la Virgen María y san José supieron recibir el mensaje, reconocieron en la sonrisa de Jesús la misericordia que Dios les mostraba, a ellos y a todos los que aguardaban su llegada, la del Mesías, el Hijo de Dios, el rey de Israel”[25]. La celebración auténtica de la Navidad llena el corazón de alegría, que es “para todo el pueblo” (Lucas 2, 10), anunciaron los ángeles a los pastores. Compartamos la alegría. Muchos pretenden conseguir robarnos la alegría, despojándonos de la Navidad. No lo permitamos. Disfrutemos de la fiesta, celebrando la Navidad que le gusta a Jesús, e invitemos a todos, también a los que no creen, a disfrutarla. ¡Feliz Navidad a todos!
[1] C. S. Lewis (1988-1963) fue académico de Oxford, anglicano, volvió a la fe a los 30 años, escritor, locutor de radio y crítico literario.
[2] San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione 54.
[3] Recogido en un artículo de d. José Ignacio Munilla, publicado en Diario Vasco (24.12.2018).
[4] Francisco, Angelus (11.12.2016).
[5] El nombre del autor se desconoce. El destinatario, Diogneto, podría tratarse del emperador Marco Aurelio, según los investigadores.
[6] Francisco, Angelus (12.12.2021).
[7] Francisco, homilía de la misa diaria en santa Marta (5.12.2016).
[8] Carta Admirabile signum https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20191201_admirabile-signum.html
[9] Francisco, Angelus (1.12.2019).
[10] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios n. 253.
[11] Esos textos puedes encontrarlos en https://www.eucaristiadiaria.cl/dia.php
[12] Catecismo de la Iglesia Católica n. 563.
[13] http://www.opusdei.es/es-es/article/el-belen-perenne-del-sagrario
[14] San Juan Pablo II, Audiencia (28.01.1979).
[15] Francisco, Audiencia (17.12.2014).
[16] Benedicto XVI, homilía (24.12.2006).
[17] Francisco, carta Admirabile signum n. 9.
[18] Al acabar la Audiencia del 14 de diciembre.
[19] Infante procede del latín infans-infantis, del prefijo in y fans, participio presente de for ("hablar", "decir").
[20] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa n. 14.
[21] Las encuentras en www.vatican.va , en Homilías; las correspondientes a Nochebuena, Año nuevo, Epifanía de cada año.
[22] Por ejemplo https://opusdei.org/es-es/article/navidad/
[23] Cardenal Ratzinger, El rostro de Dios p. 20.
[24] Palabras de la felicitación navideña de d. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. https://opusdei.org/es-es/article/mons-ocariz-felicita-la-navidad/
[25] Francisco, “Te deseo la sonrisa” (Para recuperar la alegría). Es su último libro, puede ser un buen regalo para estas fiestas.
Pensemos, vivamos y oremos en plural cristiano
Escrito por Salvador I. Reding V..
Las buenas acciones, esas llamadas de misericordia, son siempre la ayuda a otros, no la autosatisfacción.
La costumbre de decir “Dios mío” se repite en muchos idiomas, y a veces me permito bromear con mis amigos diciendo que Dios es de todos, que mejor digan Dios “nuestro”, y no “mío”. Pero ya en serio, cuando nos dirigimos al Señor, debemos hacerlo como reza el Padre Nuestro. Jesús, cuando responde a la petición de sus discípulos de “enséñanos a orar”, les da una oración en plural. Esta oración no inicia diciendo “Padre mío”, sino “nuestro”.
Cuando Jesús pedía algo al Padre, salvo milagros especiales, personalizados (que servían para demostrar su poder divino como forma de predicación), siempre lo hacía en plural, pidiendo para muchos, o para todos. Así debemos vivir, pensar y orar como buenos cristianos. La cristiandad es una comunidad, no una simple suma de personas. De hecho, la naturaleza humana es comunitaria, gregaria, la solidaridad es innata, el interés por ayudar, servir a otros, es parte de la misma naturaleza del hombre. Que algunos decidan ir en contra de todo ello, es otra cosa.
En el amor, cuando pensamos en él, cuando queremos vivir, es siempre en conjunción de alguien más, alguna otra persona o muchas personas, como en una familia, o un grupo de buenos amigos, o la comunidad en donde vivimos. Si por naturaleza la persona humana es gregaria, con mayor razón debemos pensar, vivir y orar en plural. Y en principio, sale por instinto el orar en plural. Si pedimos la paz, es para muchos, no para uno mismo solamente. No decimos “dame la paz”, sino “danos la paz”. Si hay alguna necesidad colectiva, como tras un desastre natural, una hambruna, una guerra, por instinto pedimos a Dios que se superen o cesen dichas calamidades para todos, no para uno nada más.
La oración no es ni puede ser egoísta, eso desagrada al Señor. Por eso nos enseñó a pedir al Padre y ofrecerle nuestras acciones en plural. No decimos dame mi pan nuestro, ni perdona mis pecados, sino danos y perdónanos, líbranos del mal. Las buenas acciones, esas llamadas de misericordia, son siempre la ayuda a otros, no la autosatisfacción. Y Jesús nos enseñó que el gran juicio final tendrá como materia lo que hicimos por otros, y que al haberlo hecho lo hicimos como si hubiera sido a Él mismo.
Desde el principio, tras dar vida a Adán, el Señor dijo que “no es bueno que el hombre esté solo” y le dio una compañera. Así inició la familia. Jesús no nos quiere tener solos, sino como una comunidad de fieles, de actores en bien de los demás, que pensemos siempre en quienes amamos, y en quienes están en necesidad, quienes tienen hambre, por ejemplo, o en las ánimas del purgatorio, para que ya pasen a gozar eternamente de la compañía del Señor.
Para estar con Cristo, debemos enseñar al que no sabe, debemos, a nuestra manera y alcances, ir y predicar el Evangelio, sobre todo con el ejemplo. Ser cristiano implica ser evangelizador, con nuestra familia, con los cercanos y como más se pueda. Para ello, debemos tener en mente a los seguidores de Jesús como un rebaño del divino Pastor, del cual somos una de sus ovejas.
Pero para poder pensar en cristiano, teniendo en mente a los demás y en lo que Dios quiere que hagamos como sus fieles, es necesario conocer Su enseñanza, estudiar la Palabra, la tradición, sus mandamientos, y todo lo que nos pide para vivir como buenos servidores de Jesús.
Sí, debemos seguir nuestro instinto gregario de pensar en plural, vivir con otros y para otros, practicando las buenas obras, y orar por muchos, por todos, por conocidos o desconocidos, como se nos enseñó en el Padre Nuestro y en el ejemplo vital de Jesús. Por supuesto que podemos orar al Señor pidiendo algún favor o ayuda personal, pero en general, la oración es para otros también, tanto como iglesia como también parte de comunidades humanas, empezando por la familia. Jesús nos pidió que pidamos (oremos) juntos al Padre, y que, haciéndolo así, Él estará en medio de nosotros y que entonces, por su intercesión, lo que pidamos juntos, dos o más personas en Su nombre, nos será concedido.
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|13 diciembre, 2022|BIOÉTICA PRESS, Informes, Sexualidad y ETS, Top News
Según los últimos datos disponibles, en 2019 se notificaron en España más de 36.000 diagnósticos de infecciones de transmisión sexual (ITS) sometidas a vigilancia epidemiológica, observándose un aumento en todas ellas en los últimos años. El patrón por edad y sexo muestra una mayor prevalencia entre los 25 y los 34 años, y más frecuentes en varones, a excepción de la infección por Chlamydia trachomatis que presenta tasas más elevadas en mujeres menores de 25 años. Las crisis sanitarias, sociales y políticas a lo largo de la historia se han asociado a aumentos de ITS, por lo que se puede anticipar que el impacto provocado por la COVID-19 incremente su incidencia, si no se realizan las intervenciones apropiadas.
Según el informe del Ministerio de Sanidad español, publicado en junio de 2021, los casos de gonorrea se han duplicado entre 2016 y 2019. En el caso de la sífilis han pasado de una tasa de 7.25 por 100.000 en 2016 a 13.29 por 100.000 en 2019, casi el doble. La infección por Chlamydia ha experimentado un incremento de prevalencia de más del doble de casos, pasando de los 7.236 de 2016 a 17.718 en 2019.
Según el observatorio de salud femenina Bloom, el incremento en el caso de las mujeres es de más del 1000 % en una década (diez veces más).
Campañas preventivas: ¿eficaces?
Desde las campañas institucionales del “Póntelo, pónselo” de hace algunos años hasta la más reciente promovida por el Ministerio de Sanidad, “Sal como quieras, pero no salgas sin condones”, parecen confiar la solución de este grave problema de salud pública a la mera utilización del preservativo.
En el caso de Francia, el presidente Macron ha anunciado que los preservativos serán gratuitos en Francia a partir de enero de 2023 en las farmacias para los jóvenes de 18 a 25 años.
La Seguridad Social gala ya los rembolsaba desde 2018 si se contaba con la receta de un médico o una matrona, como forma de contener el sida y las infecciones de transmisión sexual, y Macron ha anunciado nuevas medidas como la vacunación contra el virus del papiloma humano, que podría ser obligatoria si los científicos la recomiendan (ver más).
Sin embargo, y según informa el diario “El País”, el 45 % de los jóvenes entre 15 y 29 años ha mantenido relaciones sexuales sin utilizar el preservativo, a pesar de que en su mayoría conocen los riesgos. Uno de cada cuatro afirma hacerlo habitualmente.
El alarmante incremento en las tasas de ITS observado en los últimos años, parecen poner de manifiesto la ineficacia de las campañas preventivas basadas en el uso del preservativo, en ausencia de otras medidas educativas más necesarias.
Eficacia del preservativo en la prevención del contagio de ETS
El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidense (CDC) ha elaborado un informe sobre la eficacia del preservativo en la prevención del contagio de ITS, destacando su capacidad para reducir su transmisión. Pero deben destacarse algunas limitaciones señaladas en el mencionado informe:
En primer lugar, su eficacia depende en buena medida del uso regular y correcto. Una mala utilización o hacerlo de forma discontinua la reduce significativamente.
En segundo lugar, el informe afirma que “los condones ofrecen un mayor grado de protección contra las enfermedades transmitidas por las secreciones genitales y un menor grado de protección contra las úlceras genitales o el virus del Papiloma Humano (VPH) debido a que estas infecciones también pueden transmitirse mediante la exposición a áreas (por ejemplo, piel o superficies mucosas infectadas) que no están cubiertas o protegidas por un condón.” Debe recordarse que la exposición a este virus está íntimamente relacionada con la prevalencia de cáncer de cuello de útero
En tercer lugar, y respecto a las evidencias disponibles sobre la eficacia real del preservativo, afirma que “la solidez de las pruebas sobre la eficacia de los condones en la reducción del riesgo de contagio de otras enfermedades de transmisión sexual (ETS), no se encuentra al nivel de las realizadas para el VIH, principalmente debido a la menor cantidad de estudios que se han realizado para abordar las otras ETS y su menor solidez en cuanto a la metodología y diseño.”
Finalmente, en el caso de la sífilis y el virus herpes simple tipo II, los expertos del CDC aseguran que “los condones de látex ofrecen protección limitada” contra su transmisión.
Alternativas: el precedente de Uganda
Un artículo publicado en la prestigiosa revista Plos Medicine, analiza el caso de Uganda, uno de los pocos países africanos donde las tasas de infección por el VIH han disminuido, de alrededor del 15 por ciento a principios de la década de 1990 a alrededor del cinco por ciento en 2001. El mencionado trabajo afirma que, a finales de 2005, ONUSIDA estimó que el 6,7 por ciento de los adultos estaban infectados con el virus VIH. Las razones que han hecho posible el éxito de Uganda en la contención de la infección se han estudiado intensamente con la esperanza de que otros países puedan emular las estrategias que se mostraron eficaces. Algunos investigadores atribuyen el éxito a la promoción del gobierno de Uganda de los “comportamientos ABC”, por las siglas en inglés de “Abstinence, Being Faithful, Using Condoms”, es decir la abstinencia sexual, la fidelidad como opuesta a la promiscuidad y la utilización del preservativo.
Uganda ha recibido fondos del Plan de Emergencia del presidente de los Estados Unidos para el control del SIDA, que promueve el enfoque ABC con campañas de salud pública impulsadas por la abstinencia.
Valoración bioética
Los insuficientes resultados ofrecidos por las campañas de promoción del uso del preservativo en cuanto a la reducción de los embarazos no deseados, abortos y, tal como analizamos en este artículo, la prevalencia de las infecciones de transmisión sexual, cuestionan seriamente la validez de las políticas preventivas emprendidas por los organismos responsables de su contención.
Asociar el uso del preservativo a la ausencia de riesgo en la transmisión de ITS, constituye un doble error, cuyas consecuencias comentamos ahora. Primero, porque la eficacia del preservativo para evitar el contagio de ITS no es, ni mucho menos, del 100 %, tal como se ha argumentado. Y, segundo, porque la falsa sensación de seguridad que pretende transmitirse denominando “sexo seguro” al que se mantiene utilizándolo, favorece los tres factores que están detrás del incremento en la prevalencia de las ITS: relaciones sexuales más frecuentes, más promiscuas y de inicio más temprano.
El indiscutible efecto protector parcial de los métodos de barrera en la transmisión de ITS, así como en la contención de embarazos no deseados y abortos, puede verse devaluado, de facto, por las modificaciones en la conducta sexual descritas, promovidas por la falsa creencia de que el uso del preservativo extingue el riesgo. Si a lo ya mencionado añadimos el pobre uso que los jóvenes hacen de él -no debe olvidarse que su eficacia depende de su utilización constante y correcta- restando importancia a los graves efectos secundarios que pueden derivarse de estas enfermedades, el resultado final es la inasumible cifra de morbilidad relacionada que se incrementa sin control.
Pero la comentada experiencia de Uganda, donde además de los métodos de barrera, indudablemente eficaces, pero solo parcialmente, se implementaron otras políticas de promoción de la modificación de la conducta sexual, como la abstinencia y la fidelidad, no parece tenerse en cuenta en absoluto en los planes preventivos emprendidos en los países de nuestro entorno.
Muy al contrario, los mensajes vertidos en las políticas de educación sexual actuales promueven más bien aquello que parece estar en el origen del problema: más sexo, más promiscuo, más prematuro y, si es necesario, con ayuda de sustancias estupefacientes, el “Chemsex”, tal como se promovió desde el Instituto Valenciano de la Juventud de la Generalitat Valenciana, y detallamos en un artículo publicado en nuestro Observatorio.
Un abordaje integral de la sexualidad humana, desde una antropología correcta, basada en la riqueza de la relación, la donación y su trascendencia para la sociedad, constituye una asignatura pendiente de urgente implementación. Los animales tienen sexo. Los seres humanos, además, aman y esto es lo que confiere a su sexualidad un sentido valioso.
Julio Tudela
Instituto Ciencias de la Vida
El Congreso da vía libre al aborto de menores de 16 años sin consentimiento paterno
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|16 diciembre, 2022|Aborto, BIOÉTICA PRESS, Informes, Top News
El Congreso aprobó ayer la reforma de la ley del aborto que permite a las menores de 16 y 17 años abortar en España sin consentimiento paterno. Además regula la objeción de conciencia, contempla bajas menstruales y obliga a los colegios a impartir educación sexual. La votación se ha saldado con 190 diputados a favor. Los del PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV, EH Bildu, Más País, o Compromís, entre otros. En contra han votado 154. Los del PP, Vox, Ciudadanos y Navarra Suma. Ha habido cinco abstenciones.
La hasta ahora ley vigente, modificada por el Partido Popular en 2015, restringía el derecho al aborto en las menores de edad mayores de 16 años, que debían contar para practicarlo con el permiso de sus padres o tutores. La actual ley suprime esta restricción. Pero no solo esta: elimina el periodo de reflexión necesario de 3 días que debe transcurrir entre la petición de la mujer y la práctica del aborto. Elimina también la obligatoriedad de facilitar a la mujer información sobre los recursos y ayudas disponibles en caso de querer continuar con su embarazo y no existe tampoco ninguna obligatoriedad de mostrar imágenes de su hijo o informarle de las posibles secuelas futuras que conlleva la práctica del aborto. La nueva ley establece garantías para que los abortos se puedan practicar en la sanidad pública en toda España y obliga que haya personal disponible para hacerlo en todos los hospitales.
El aborto no beneficia a nadie
Además de provocar la muerte de cientos de miles de seres humanos, las secuelas del aborto sobre las mujeres que abortan han sido evidenciadas en estudios relacionados. Los más robustos científicamente y que se ha realizado con muestras mayores afirman que la práctica del aborto voluntario provoca secuelas de orden psicológico durante el resto de su vida, más evidentes si el aborto se repite.
Por ello, “las mujeres que han repetido abortos tienen mayores riesgos de sufrir trastornos, y, cuanto antes se practique el aborto, el riesgo es mayor.
Como hemos informado previamente desde nuestro Observatorio, una revisión sistemática, muy robusta estadísticamente, ha tratado de aglutinar estos estudios con el fin de extraer conclusiones representativas sobre la incidencia de los abortos, tanto espontáneos (“miscarriage”) como provocados (“terminations of pregnancy” (TOP))- en la frecuencia de aparición de determinados problemas de salud y tasas de mortalidad subsiguiente en las mujeres que han experimentado un embarazo, así como la posible relación entre el número de embarazos no finalizados y el incremento de estos riesgos en una misma mujer.
El estudio seleccionó un total de 68 trabajos que han relacionado la tasa de embarazos que acaban en nacimientos y los que terminan en aborto, con la prevalencia de trastornos y mortalidad en las mujeres afectadas.
Del análisis de los datos los autores extraen la conclusión de que puede establecerse una correlación entre abortos, tanto espontáneos como provocados, e incremento en el riesgo de muerte o la aparición de determinados trastornos en las mujeres analizadas. Además, este riesgo parece ser dosis-dependiente, siendo significativamente mayor en aquellas mujeres que han tenido dos o más pérdidas en embarazos previos.
El riesgo de muerte durante el embarazo y en el año posterior al aborto se compara con el de aquellas mujeres que han dado a luz a un hijo vivo. En las mujeres que han sufrido un aborto provocado (TOP) este riesgo es un 170 % mayor respecto de las que han dado a luz a un hijo vivo. El riesgo es un 84 % mayor respecto de los partos a término en el caso de abortos espontáneos. Es decir, la pérdida de un hijo tras un aborto provocado presenta el doble de riesgo de muerte en el año posterior al mismo respecto del de un aborto espontáneo.
Paralelamente, un estudio publicado en 2017 asegura que “continuar el embarazo en adolescentes es un factor protector que reduce el riesgo de suicidio en un 50% y la muerte por otras causas en un 40% con respecto a las adolescentes que finalmente abortan.”
A la luz de la evidencia científica acumulada, facilitar y extender el aborto, como ahora se promueve desde el Parlamento español, constituye no solo un atentado contra la vida de más seres humanos en estado embrionario o fetal sino, también, contra la salud de las mujeres -adolescentes en este caso- que finalmente abortan.
Julio Tudela
Observatorio de Bioética
El conflicto en el mundo es consecuencia de encerrarnos en nuestros propios intereses
Todos los años una gran parte de la humanidad ilumina de una forma extraordinaria las calles y plazas de sus pueblos y ciudades huyendo de la oscuridad de la noche para acercarse a la luz que proyecta la alegría de una buena nueva: el nacimiento del niño Dios.
No se trata del mero recordatorio de un hecho histórico y extraordinario como es que el Dios mismo hecho hombre se alumbre al mundo en un minúsculo rincón de la tierra llamado Belén y en un territorio señalado hoy por las trágicas disputas entre judíos y palestinos: “Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los clanes de Judá, porque de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo de Israel” (Mateo 2,6).
Se trata de hacer renacer, al calor de una sencilla familia de Nazaret, la esperanza de que Dios vino al mundo para permanecer entre nosotros: “Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Benedicto XVI. Homilía de Nochebuena 2009)
Vivimos hoy atribulados por las pequeñas o grandes preocupaciones que a veces nos agobian: las enfermedades sobrevenidas, penurias económicas o laborales, la creciente violencia en el ámbito de las familias y las relaciones personales, una permanente crispación en el debate político y en los propios medios de comunicación o las deprimentes noticias de guerras, violencia y catástrofes con las que diariamente los medios de comunicación riegan nuestras mentes a todas las horas del día.
En esa misma homilía el Papa también decía que “el conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia de estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros.”
El estar encerrados en nuestro pequeño mundo privado y el egoísmo grupal e individual nos está conduciendo a un peligroso distanciamiento de la realidad. Pretendemos que nuestra vida se adapte a la verdad que hemos fabricado para nuestra propia comodidad y que los demás también lo hagan. Para un cristiano en estas fiestas de la Natividad del Señor lo importante no solo es el sentimiento de paz y fraternidad que nos deseamos y transmitimos cada año, sino el baño de humanidad, calor y amor verdadero que nos debemos dar a imitación de la familia de Nazaret en Belén.
Como dice el Papa Francisco “Dios se hace pequeño, se hace niño, para atraernos con amor, para tocar nuestros corazones con su humilde bondad, para conmover con su pobreza a quienes se esfuerzan por acumular los falsos tesoros de este mundo”.
Jorge Hernández Mollar
«El matrimonio debe estar por delante del trabajo, está en juego nuestra felicidad»
Escrito por Luis Javier Moxó
Publicado: 13 Diciembre 2022
Manuel Martínez-Sellés destaca que la prioridad para un cónyuge debe ser el otro cónyuge, antes que los hijos, porque la buena relación entre ambos es el mayor bien que se les puede hacer a ellos.
Casado y padre de ocho hijos, Manuel Martínez-Sellés es jefe de sección de Cuidados Cardiológicos Agudos del hospital Gregorio Marañón, presidente del Colegio Oficial de Médicos de Madrid y autor comprometido en cuestiones bioéticas como la eutanasia o familiares, como en el caso de la última obra que ha dado a las librerías, Salva tu matrimonio (Rialp).
-¿Qué le llevó a escribir este libro?
-La experiencia de matrimonios cercanos que se han roto y la constatación de que la gente cada vez se casa menos y que terminan en ruptura más del 70% de los matrimonios. Los casados no ponemos suficiente empeño para triunfar en el proyecto más importante de nuestras vidas.
-Muchos tendrán la tentación de pensar que esto no lo necesitan o que ya es demasiado tarde. ¿Qué les diría?
-Solo pido el beneficio de la duda. Si un matrimonio lee el libro hasta el final y sigue la metodología propuesta me permito ser optimista. Cada capítulo termina con un breve ejercicio que debe realizar primero cada esposo de forma individual y luego uno que debe realizar el matrimonio de forma conjunta. Creo que será una experiencia muy bonita para los que la hagan.
-En su libro destaca que hombres y mujeres somos distintos. ¿Eso es ir contracorriente?
-Los hombres tenemos una pareja de cromosomas XY en todas y cada una de nuestras células. Las mujeres tienen XX en todas sus células. Somos distintos ya que nuestras parejas de cromosomas sexuales determinan nuestro sexo gonadal, con el desarrollo de testículos en los varones y ovarios en las mujeres y las hormonas producidas por esas gónadas determinan nuestra genitalidad y nuestro fenotipo sexual. Las diferencias entre hombres y mujeres se pueden apreciar en términos físicos, biológicos y psicológicos. Por supuesto que también existen diferencias en ámbitos sociales y culturales. Algunas de estas diferencias son muy importantes en la vida matrimonial y es importante conocerlas.
-Pero usted va más allá y dice, no solo que somos distintos, sino que percibimos un mundo distinto…
-Esta es una de las claves del libro y explica que el marido no tiene razón, pero la mujer tampoco. Un ejemplo clásico de estas percepciones distintas es la temperatura, a nosotros la que marca el termostato nos suele parecer alta y nuestras mujeres acostumbran a sentir frío. Pero hay muchos otros, nuestra visión y audición son distintas, ellas diferencian mejor los colores y nosotros poseemos una visión túnel, que nos permite ver de forma más clara y precisa a mayor distancia, mientras nuestras mujeres tienen una visión periférica mediante la que perciben mejor los detalles cercanos, pero no los más alejados. Las mujeres también tienen un mejor oído que los hombres. La lista es larga y explica muchas desavenencias en los matrimonios.
-¿Qué me dice de las familias de origen? ¿Son una ayuda o un peligro para los matrimonios?
-La respuesta no es sencilla, pero hay más de lo segundo. La familia política puede ser una gran fuente de discusiones. En los casos más graves puede ser incluso necesario cierto aislamiento, pero lo ideal es establecer límites claros, priorizar el cónyuge y estar particularmente alerta en momentos críticos como nacimiento de hijos, fiestas familiares y vacaciones. Evitar temas conflictivos con suegros y cuñados puede facilitar mucho la relación de pareja.
-¿Es usted un esposo ejemplar?
-Estoy muy lejos de ello. Pero la clave es que nos demos cada día una nueva oportunidad. La vocación matrimonial implica entregarse completamente a otra persona, nos hacemos vulnerables al otro. La vida matrimonial es fuente de muchas satisfacciones y alegrías, pero incluye problemas, exigencias y no pocas decepciones.
-¿Qué me dice del móvil?
-Su mal uso lo convierte en enemigo del matrimonio. No debe entrar en el dormitorio y hay que apagarlo por la noche. Por supuesto que debería estar prohibido en comidas y reuniones familiares y silenciado en esos momentos a dos tan importantes. Tampoco recomiendo abusar de fotos (lo importante es vivir el momento) ni espiar el móvil del cónyuge (una falta manifiesta de confianza e incluso un delito). En los casos más graves mejor pasarse a un móvil que no sea smartphone.
-Usted tiene ocho hijos. ¿Son los hijos el centro del matrimonio?
-Desde luego que no, los hijos son un don y una maravilla, como sabemos los que tenemos la suerte de tenerlos. Pero no pueden ser el centro de la familia, el cónyuge debe estar siempre delante de ellos. Curiosamente, poner al esposo antes que a los niños provoca un impacto positivo también en los hijos. Aunque resulte paradójico, si queremos lo mejor para nuestros hijos, debemos priorizar nuestro amor hacia nuestro esposo.
-¿Qué es eso del esposo 'idiota' que defiende?
-Al menos uno de los esposos debería tener las características de IDIOTA: Ignorar lo malo; Dulzura; Integrar al otro; Original; Trabajador; Agradable. Si ambos son “idiotas” ese matrimonio será una gozada.
-Matrimonio/familia frente a trabajo ¿Cómo conciliar?
-Estoy en contra de la conciliación familiar. Conciliación viene del latín conciliatio. El concepto hace referencia a conseguir que dos partes opuestas logren llegar a un acuerdo en un término medio, pero familia y trabajo no deben estar al mismo nivel. Es cierto que muchas veces es superior el esfuerzo puesto en conservar o mejorar el empleo que el que ponemos para conservar o mejorar nuestro matrimonio, pero el matrimonio debe estar por delante de cualquier trabajo, está en juego nuestra felicidad y, si los tenemos, la de nuestros hijos. ¿Qué objetivo profesional llega a los talones de ese? En los trabajos no hay nadie insustituible, en el matrimonio y en la familia somos todos irremplazables. Salir a una hora prudente, desconectar cuando estemos en casa, mirar más allá de los ingresos, son normas que nos ayudarán a mantener un equilibrio sano. No es fácil, y la dificultad aumenta a medida que vamos teniendo éxitos profesionales.
-¿Qué me dice de las “amistades peligrosas”?
-Mi consejo es que los amigos sean comunes, idealmente matrimonios, aunque eso no es imprescindible. Las amistades son necesarias para la vida matrimonial, no debemos vivir aislados en una burbuja. Pero el amor entre esposos y el amor entre amigos son de órdenes distintos y el primero debe ser siempre el conyugal. Y sí creo que hay “amistades peligrosas” como las “especiales” del otro sexo, los solteros empedernidos anti-matrimonio, los que te invitan a planes inadecuados o hablan mal de tu cónyuge o del suyo, los que huyen de planes con nuestro cónyuge o los que son tan absorbentes que se comen tu tiempo.
-Con trabajo, responsabilidades, hijos, ¿queda tiempo para el cónyuge?
-La búsqueda de espacios y tiempos para una relación a solas con el cónyuge no es que sea importante, es esencial para el matrimonio. No disponer de un espacio propio solo para los dos suele ser un punto de fricción en muchos matrimonios. Yo recomiendo planificarlo, con protocolos que pueden, por ejemplo, incluir una hora al día y/o un día a la semana y/o un fin de semana al mes y/o una semana al año. La clave es cumplir con lo que acuerden ambos. Es difícil, muy difícil, pero debemos reservar un tiempo para hablar de todo, de lo pequeño y de lo grande, sin interferencias de terceros.
-¿Qué me dice del sexo?
-Pues que es muy importante. Pero hay que ir más allá. Las muestras de cariño nos ayudan a crecer como matrimonio. Besarnos con frecuencia, mirarnos a los ojos, darnos la mano. Parecen cosas sencillas pero su importancia es enorme. La ausencia de cariño suele acabar llevando a la incomunicación, a la falta de tacto y de sutileza.
-Muchos acaban de terminar las vacaciones, ¿se habrán roto muchos matrimonios en agosto?
-Los estudios muestran que las rupturas matrimoniales aumentan en periodo vacacional. Los motivos son varios, uno de ellos es que nos solemos generar expectativas sobre un viaje idílico en el que todo va a ser perfecto. Las vacaciones están plagadas de situaciones estresantes, debemos tomar “medidas preventivas” que suavicen o eviten los riesgos. Es clave asegurar que los dos quedemos satisfechos de lo planeado y que nos esforcemos por cumplir lo pactado, sabiendo que nos tocará ceder en más de un momento. Si priorizamos al cónyuge las vacaciones tendrán que incluir momentos románticos para estar solos. Si lo planeamos así las vacaciones pueden ser momentos preciosos que nos permitan descubrir aspectos del otro que no conocíamos,
-Y el dinero, ¿une o desune?
-Yo recomiendo unión total también en ese aspecto. Si los dos somos ya uno solo, qué sentido tienen las cuentas individuales, la separación de bienes, tener pisos a nombre de uno. Tener una única cuenta bancaria simplifica pagos, promueve la transparencia, evita sorpresas desagradables y es una muestra de confianza. Además, si uno muere el otro seguirá teniendo acceso a los fondos de manera inmediata.
-Ya que menciona la muerte, ¿qué pinta un capítulo sobre la salud en un libro así?
-Es verdad que me sale la vena médica y me ha apetecido poner mi granito de arena para evitar una separación distinta, la derivada de la muerte prematura de uno de los dos. Pero unas pautas sencillas, no fumando, teniendo una dieta adecuada e incorporando el ejercicio en nuestras vidas hace que vivamos no solo más sino mejor.
-¿Qué me dice del perdón en el matrimonio?
-Equivocarse no debe ser un motivo de frustración, sino una oportunidad de disfrutar de la belleza de la reconciliación. Pero no es fácil pedir perdón ni perdonar. Todos nos equivocamos, cuando lo hace nuestro cónyuge te toca quererlo tal como es y seguir construyendo nuestro matrimonio. En la gran mayoría de casos veremos que la equivocación no fue deliberada sino fruto de las limitaciones de nuestro cónyuge. Todo se puede perdonar, aunque hay realidades que rompen la confianza y dificultan o incluso imposibilitan vivir el día a día del matrimonio. En tales circunstancias la reconciliación no será posible hasta que termine dicha realidad. Ante esta situación, muy excepcional, el cónyuge está no solo en el derecho, sino en el deber de protegerse y proteger a sus hijos mediante la separación, pero haciendo todo lo posible para que esta sea temporal.
-¿Un matrimonio “debe” ser feliz?
-Sí, la felicidad es un ingrediente fundamental del matrimonio. Los matrimonios que ríen juntos tienen un vínculo más fuerte. Nuestro amor tiene que ser alegre, optimista, no hay otra opción. Sabemos que nos va a ir bien hasta el final. Hay trucos para estar felices como no quejarse del cónyuge nunca, no comparar nuestro/a esposo/a con los demás y no culpabilizar al otro, ni criticarlo, ni presionarlo. El humor es clave, ya hay que saber quitar peso a las contrariedades, comunicarse con sinceridad y claridad. Por último, por favor centrarse en lo que el otro hace bien.
-¿Es un libro solo para creyentes?
-No, es un libro para todo matrimonio, incluso para todo hombre y mujer que tengan la ilusión de compartir su unión hasta el fin de sus días. Sí es cierto que los dos últimos capítulos abordan nuestra unión desde una perspectiva cristiana, mostrando como del sacramento del matrimonio surge una realidad nueva, mucho más profunda y bonita que la previa.
Luis Javier Moxó
No quedará piedra sobre piedra
Escrito por Juan Luis Selma
Publicado: 13 Noviembre 2022
Es tiempo para una nueva revolución, para ser felices y libres, para dar lugar al pensamiento
Hay personas, instituciones, modas que parecen eternas, poderosas, inamovibles. Pensamos que nada podrá con ellas. Son enormes y fuertes gigantes, en apariencia indestructibles. Esto pensaban los contemporáneos de Jesús de su Templo, lo estaba reconstruyendo Herodes y era impresionante. Estaban orgullosos, era la gloria del pueblo judío que no reconoció a Jesús como el Mesías. A los pocos años del gran deicidio, el emperador romano Tito asoló la ciudad de Jerusalén y no dejó piedra sobre piedra de su imponente templo.
Han caído grandes imperios y civilizaciones. No dudemos que seguirá pasando lo mismo. Cuando se pierden los ideales, lo valores y virtudes de un pueblo, entra en decadencia, en recesión moral, mucho más dañina que la económica. Los gigantes del Quijote dejan paso a los molinos del buen Sancho, sus poderosos brazos no son más que vulgares aspas movidas por el viento. La arrogancia y altivez del hombre que, al margen de su Creador, busca su independencia y seguridad construyendo torres de Babel termina con la confusión y la dispersión de los pueblos, se debilita.
Es tiempo de construir, no de lamentarse. En los momentos de crisis, los emprendedores, los que arriesgan, se llevan el gato al agua. No cabe duda de la gran debilidad de las ideologías imperantes, son como grandes “ninots” de cartón piedra, voluminosos, vistosos, ruidosos, pero vacíos y vulnerables; una simple cerilla puede acabar con ellos. Es tiempo para una nueva revolución, para ser felices y libres, para dar lugar al pensamiento, para ser diferentes, para “salir del armario” de las sacristías y sentir el orgullo de sabernos y mostrarnos como hijos de Dios. Podemos pasar de los pantanosos pasajes de la sociedad líquida, bajar de las inciertas nubes de la gaseosa a tierra firme, a lo sólido y probado.
Una sociedad y una familia religiosa, cristiana crea un entorno seguro, ordenado, apacible y luminoso. En él, se puede crecer en la confianza de una familia donde sentirse querido y apoyado incondicionalmente. Un lugar en el que se considere el matrimonio como importante, estable, seguro. Un espacio que proteja el amor de los esposos, que dé estabilidad, fidelidad y unidad, en el que los hijos pueden crecer tranquilos y seguros. Una familia sólida, en la que no cabe la traición, el egoísmo y el engaño. Donde las flaquezas y los inevitables límites se superan con la colaboración de todos, donde cabe el perdón y la reconciliación.
Igual que cayeron las Torres Gemelas, aquellos grandes gigantes, pueden caer tantos fantasmas de la modernidad. Hay que devolver al mundo su auténtica novedad. Reencontrar el sentido de la libertad. Volver al amor. Hemos avanzado mucho en tecnología, ingeniería, comunicación; la medicina ha logrado grandes avances, pero siguen muriendo miles de niños de hambre. Faltan medicinas a la mayoría de los hombres, ni siquiera tienen agua para beber o poder asearse. Hay mucho sufrimiento y dolor, mucha injusticia.
¿Qué podemos esperar de dirigentes, de profesionales, si no hacemos nada para educarlos? En un mundo sin valores, donde da igual todo, en el que no se sabe distinguir el bien del mal, donde campa la mentira porque está desprestigiada la verdad, cómo puede haber avance, progreso, justicia. ¿Qué se enseña en las escuelas, en las universidades? Se oyen voces, aunque escasas, quejándose de la falta de valores, no se les llama virtudes por miedo a ser antiguos, sin darse cuenta de que, precisamente los valores estables, arraigados son virtudes.
Cuando hay un sustrato cristiano se pone en valor la familia, el matrimonio, los hijos, el papel de los padres y madres, la riqueza de los abuelos, la comprensión, el respeto, la disciplina, el trabajo y el esfuerzo, la generosidad. Todo esto no está al mismo nivel que los sentimientos, caprichos y falsas necesidades.
Recuerdo que en una ocasión me asaltó un chico joven con notable sobrepeso, estaba comiéndose una hamburguesa y sosteniendo una lata de refresco. Me pidió una limosna alegando que pasaba necesidad. Me quedé perplejo, ya que era evidente que necesidad, necesidad, no pasaba, pero él eso creía. No podemos vivir de sentimientos subjetivos que nos traicionan.
Nos viene muy bien tener unas cuantas ideas claras, objetivas, que nos aseguren ser humanos, que nos marquen el camino de la felicidad y, viviéndolas, las podemos transmitir a nuestros hijos: no robar, no matar, no cometer adulterio, no mentir… Con este bagaje podemos caminar seguros; edificaremos sobre roca. Veremos caer los grandes templos del mal entendido modernismo y seremos un refugio, un oasis seguro donde poder vivir felices y acoger a los demás.
Decía el Papa a los jóvenes en Baréin: “si no aprendemos a hacernos cargo de lo que nos rodea (de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de la creación) terminamos pasando la vida como los que corren, se afanan, pero al final se quedan tristes y solos, porque no han experimentado la alegría de la amistad y la gratuidad”.
Juan Luis Selma
La baja estima que tenemos de nosotros mismos es una constante con raíces profundas. El problema, como se dice ahora, es de relato. Solemos contar nuestra historia minusvalorando nuestro pasado, salvo en momentos de exaltación nacionalista que han tenido un efecto contraproducente. Seguramente esta situación tiene que ver con la leyenda negra. Los humanistas italianos, alemanes y flamencos hicieron mucha propaganda antiespañola para enfrentarse al imperio de los Austrias. Después actuaron las potencias rivales, Inglaterra, Holanda y Francia, celosas de un imperio transcontinental. Y para remate, esa leyenda creció cuando los Estados Unidos se lanzaron a sustituir a España en América. Los éxitos de la propaganda extranjera no fueron respondidos desde España. Los españoles acabamos de asumir la leyenda negra tras el llamado desastre de 1898. Las élites intelectuales y políticas de entonces, en lugar de buscar en ellos mismos y en la historia las causas de la liquidación, optaron por explicar lo sucedido asegurando que nuestro país era diferente, o sea que era peor. Y sencillamente, no es verdad.
Juan García.
La sociedad española está asustada
Se aprobó la eutanasia sin escuchar a médicos y organizaciones sanitarias. Se aprobó la LOMLOE sin trabajarla a fondo con los diversos sectores implicados en la enseñanza. Se aprobó la ley del “sí es sí” de Irene Montero sin escuchar, y con las barbaridades que ahora estamos viendo. Se quiere aprobar la Ley Trans con gran preocupación de la sociedad.
Se retrasan los fondos europeos para la reactivación económica por falta de petición y, tratándose de miles de millones, no hay una alarma general proporcional. Se disparan los precios y seguimos a la cola en desempleo y las quejas casi se limitan a conversación de bar o de comercio, además de las inevitables confrontaciones parlamentarias entre políticos.
La sociedad española está asustada. La pandemia tiene una parte de explicación, que el Gobierno aprovechó para tener encerrados en sus casas a los españoles y sin capacidad de protestar. Ahora mismo, en algunas comunidades autónomas, se mantienen restricciones por Covid sin ninguna justificación médica, descaradamente justificadas en que no haya problemas hasta las elecciones de mayo. Asustar y encerrar siempre es una técnica de los enemigos de la libertad.
Ni somos los mejores ciudadanos del mundo ni los peores. Si de algo no podemos presumir, es de luchar por una mayor presencia activa en la sociedad, para ayudar a resolver los problemas con mayor eficacia, y no quedarnos en la queja. Sobran motivos de queja contra Pedro Sánchez y su Gobierno, sus nefastos pactos con independentistas y filoetarras… y con quien haga falta.
Podríamos hacer una lista de abusos de poder, injusticias e indignidades. La lista de reacciones profesionales y sociales ya no sería tan extensa, pues organizaciones profesionales y sindicatos – estos últimos, “ya se sabe” – no reaccionan con fuerza, y un generalizado que “alguien haga algo” parece haberse extendido.
Domingo Martínez Madrid
Llama la atención cómo el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha capitalizado y reforzado continuamente la valentía del pueblo ucraniano tras la invasión rusa. Lo que parecía impensable se está produciendo: el cambio en el signo de la guerra. Zelenski alude continuamente a la lucha por la libertad y la dignidad de los ucranianos para aguantar y superar esta tragedia, que parecía de claro signo ruso.
En España tenemos un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que sigue gobernando con una técnica muy distinta y, desde luego, innoble: seguir en la Moncloa pactando lo que haya que pactar, sin principios, aunque para ello diga lo contrario de un día para otro.
No podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno: pues se le ve tan feliz y contento. No cedería a los filoetarras, y acaba de acordar con Bildu que se retire de Navarra la Guardia Civil de Tráfico, claro peaje para que Bildu apruebe los presupuestos.
Los españoles estamos aguantando al peor presidente de la democracia española, pese a todo lo que hace y deshace. Si no cambiamos de actitud, nos lo podemos encontrar cuatro años más en la Moncloa, porque no parece decisivo el nivel de hartazgo y protestas de los españoles.
Me resulta preocupante que no haya más reacciones. El Gobierno ha de presentar un plan a Bruselas sobre las pensiones antes del 31 de diciembre, que es una cuestión primordial a nivel ciudadano. No lo está trabajando ni con empresarios ni sindicatos. Todo apunta a que lo aprobará el Gobierno en Consejo de Ministros, sin escuchar previamente a la sociedad. Asombroso. Y más asombra la falta de reacción proporcional a la gravedad de la cuestión. Lo que está pasando con el Poder Judicial está sobre pasando todos los límites, esperemos a ver como acaba.
Jesús D Mez Madrid
¿Por qué la nueva ley queriendo eliminar el crimen, ha derivado en un salvavidas para los criminales? En primer lugar, por puentear el artículo noveno de la Constitución, según el cual las normas más favorables tienen carácter retroactivo. Es decir, si alguien estaba condenado por un delito que la sociedad ahora no considera tan grave o directamente se elimina del Código Penal, tiene derecho a rebajar su pena, incluso a salir de prisión. Y al revés: si se tipifica un nuevo delito, a las personas que hasta la fecha lo han cometido no se les puede sancionar. Esta lógica, aplicada a la polémica reforma, se ha traducido en que aquellos que habían sido condenados por abuso se han encontrado con que su delito ya no existe y quienes habían sido condenados por agresión, aunque su delito sigue estando en vigor, han visto rebajada su pena mínima.
En segundo lugar, cuando el Gobierno de España promueve un proyecto de ley debe contar con sendos informes del Consejo de Estado y del Consejo General del Poder Judicial. Cuando el segundo organismo se encontró con el borrador, advirtió al Ministerio de Igualdad de la necesidad de incluir una disposición transitoria que aclarara qué pasa con todos los que habían sido condenados hasta la fecha por ambos delitos; dicho dictamen fue aprobado por unanimidad (algo que ocurre muy pocas veces), se remitió tanto a Igualdad como al Consejo de Ministros, pero desoyeron las advertencias, aprobaron el borrador y lo llevaron al Parlamento.
Ciertamente, la cuestión es gravísima porque la ley ya ha entrado en vigor y aunque mañana apareciera una nueva ley que suba las penas, no podrá tener carácter retroactivo, según se ha explicado. El presidente del Gobierno ha dicho que quiere esperar a que el Tribunal Supremo unifique doctrina, pero eso no es posible, pues no hay doctrina que unificar: todos los tribunales que hasta ahora se han pronunciado han llegado a la misma conclusión.
Concluyendo, la ley es la que es y lo que supone es lo que hay: muchas personas condenadas por afrentar, vilipendiar, deshonrar y ultrajar a otras personas pueden salir a la calle. De hecho, uno de los personajes de La Manada, que casualmente fue el caso que dio pie a esta reforma, ya lo ha solicitado.
JD Mez Madrid
La familia al revés si mandan los hijos
Al revés que en épocas pasadas, en que no se valoró en su justa medida el papel de la afectividad humana subrayando en exceso –hasta la extrapolación–, el valor de la razón y de la voluntad en detrimento de la adecuada armonía de la vida del hombre, hoy esto ha dado un giro de 180 grados que también es inhumano.
Se ha pasado de un estoicismo descarnado o un voluntarismo férreo a una melosa cultura del corazón, donde el capricho y los apetitos gobiernan la razón y la voluntad. No se debe confundir esa pegajosa cultura del culebrón latino-americano con la grandeza cristiana de la armonía que supone estar dotado de una afectividad profunda, intensa que suavice a las otras potencias del alma. Si antes, erróneamente, era frecuente considerar que las personas dotadas de viva sensibilidad, o de una afectividad fuerte, estaban expuestas a particulares peligros, deseamos añadir que esos peligros no los da una afectividad adecuada sino la impureza, el llamar “necesidad fisiológica” al pecado, el vivir como si Dios no existiera y, en consecuencia, la pérdida del sentido del pecado. ¡Ésa es la verdadera deformación causa de la pérdida de la armonía del hombre y de la mujer!
La persona que es vehemente puede ser considerada incorrectamente como una persona que carece de control en sus sentimientos, cuando es perfectamente compatible una afectividad fuerte con el debido control que ejerce sobre sí mismo. Sin corazón no se puede amar y sin cabeza tampoco. Sabe amar con cabeza quien ama de manera desigual a todas las personas que, por ser irrepetibles, son distintas. La mejor prueba de ello es que a los que trata “se sienten queridos”. No basta amar, han de sentirse queridos las personas amadas. Si se busca alguna compensación o recompensa aflora la falsedad del presunto amor. Esa afectividad intensa debería mirarse entonces con recelo.
Pero si bien es cierto que no debemos mirar, en principio, con desconfianza o sospecha, la esfera afectiva de la persona, tampoco podemos obviar los graves daños que produce la falta de armonía entre inteligencia, voluntad y afectividad. Miremos por un momento al exterior. Los astros siguen unas leyes cósmicas, es decir, ordenadas. El caos es desorden que ha pasado a cosmos por el orden impuesto con las leyes del Creador. Se ha pasado del caos al cosmos. Ese proceso del firmamento tiene en el planeta sus expresiones naturales, llenas de belleza que nos toca a nosotros descubrir y someter siguiendo el deseo divino de “dominar la tierra”. Los avances técnicos que en todos los campos aparecen los podemos tocar con nuestras propias manos. Un ejemplo bien cercano han sido los recientes Juegos Olímpicos de Pekín alarde de precisión y armonía en el orden.
Se ha podido así decir que es verdaderamente buena la vida del sujeto que no sólo sabe elegir rectamente, sino que también participa emotivamente en la buena conducta: que se apasiona por el bien y por el mal moral; en el primer caso para desearlo y en el segundo para rechazarlo también apasionadamente[1]. La perfección moral de las acciones humanas, la plenitud de bondad de que son capaces, requiere, pues, la participación de las emociones o sentimientos adecuados; pide que su realización esté acompañada por el sentimiento o la emoción debida.
No obstante, la libertad con que el Creador ha dotado al hombre hace que podamos poner el mundo “patas arriba”, darle la vuelta, ponerlo del revés. El desorden introducido en el hombre mediante el pecado le lleva a justificarse, y, en lugar de conducirle al arrepentimiento, a la vuelta al buen sendero, se aferra en cambiarlo todo menos hacerlo él. Tenemos un ejemplo medular, clave, y por ello más triste que otros, en la familia. El desorden introducido al fundamentar la comunión matrimonial en la mera afectividad, llamándola amor, en lugar ponerla en la lealtad atemporal que supone la fidelidad a la palabra dada libre y voluntariamente, ha conducido a la disolución sin miramientos cuando vienen las desavenencias propias de la convivencia. “El desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad –sólo esta persona–, y en el sentido del para siempre. El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad”[2].
La merma que supone para una familia la inestabilidad de este desenfoque afectivo conduce al antagonismo de volcar la afectividad desordenadamente en la educación, maleducar quiero decir, al hijo o a los hijos. El orden familiar se convierte en un caos al querer ser el centro de su vida el hijo y no el otro cónyuge. Entonces, la familia se gira entorno completamente alrededor del hijo. En estos casos al menor llanto, gesto o “puchero” del bebé, o no tan bebé, el matrimonio va a carreras. El niño se convierte en un pequeño dictador. No se le puede dar un pequeño cachete o negar un capricho porque, al parecer, eso sería ausencia de amor y origen de traumas irreversibles. No le niegan, por separado, todo lo que le apetece en todo momento originándose una competición entre los padres para ver quien le “quiere” más, al darle cuanto pida. Así sucede que quien manda en casa es el niño, un “loco bajito” y mimado en lugar de los padres y la casa se convierte un reino despótico o en un pequeño manicomio.
No es infrecuente, citando ahora a Chesterton, ya en otro orden de cosas, que una madre diga: “No quiero enseñarle ninguna religión a mi hijo. No quiero influir sobre él; quiero que la elija por sí mismo cuando sea mayor”. Éste es un ejemplo bastante común y un argumento cada vez más frecuente, y que, sin embargo, nunca se aplica verdaderamente. Pese a la actitud caótica que puede generar dar gusto en todo a un niño, una madre siempre estará influyendo sobre su hijo. De manera semejante la madre podría haber dicho: “Espero que escogerá sus propios amigos cuando crezca; y por eso no quiero que conozca a sus primas ni a sus primos”.
La persona adulta no puede en ningún caso ausentarse de la responsabilidad de influir sobre el niño. Debe formarle en la austeridad –que no es falta de cariño–, en la generosidad, en el espíritu de servicio, etc. Los padres deben cultivar en los hijos desde la infancia la afectividad de la generosidad, de no sólo dar sino darse ellos sirviendo a los demás, ayudando encasa, etc. Ceder en el encerramiento en su habitación con la videoconsola, el ordenador, los cascos, el MP4 y todo un sinfín de artilugios como muestra de amor, es fabricar locos, egoístas que se revolverán contra sus padres y la sociedad llegados el momento. Estas afirmaciones no son, en absoluto, una conjetura sino la descripción de la realidad.
En otro orden de cosas pero muy cercano está la enseñanza de la religión. Algunos padres piensan que pueden educar al hijo sin elegirle una religión; pero no sin elegirle un medio ambiente. Si optan por dejar a un lado la religión, están escogiendo ya el medio ambiente; y además, un medio ambiente nefasto por ir contra la naturaleza. El hombre –lo queramos o no– somos seres religiosos porque no nos hemos dado el ser a nosotros mismos y eso conduce a un Ser superior de quien dependemos en el ser y en el seguir siendo conforme a nuestro modo de ser.
Como decía Chesterton, la madre puede incluso para que su hijo no sufra la influencia de supersticiones y tradiciones sociales, aislar a su hijo en una isla desierta y allí educarlo. Pero la madre al hacerlo está escogiendo en esa “burbuja” de la isla, la soledad como la “religión” de su hijo, siendo tan responsable por obrar así como si hubiera escogido la secta de los mormones. Es completamente evidente, para quien piense un poco, que la responsabilidad de encauzar la infancia pertenece al adulto, por la relación existente entre éste y el niño, completamente aparte de las relaciones de religión e irreligión. Pero hay mucha gente que no piensa dos minutos[3].
El cristianismo –decía Chesterton–, por enorme que haya sido la revolución que supuso, no alteró esta cosa sagrada, tan antigua, que es la familia; también no hizo más que darle la vuelta. No negó la trinidad de padre, madre y niño: sencillamente la leyó al revés, haciéndola Niño, Madre y Padre. Y a ésta ya no se llama familia, sino Sagrada Familia, pues muchas cosas se hacen santas con sólo darles la vuelta. De manera que todo cuanto se debe decir de cada familia humana, lo podemos decir también de esta Familia Sagrada. Esta familia es realmente pobre. En el momento del nacimiento de Jesús está sin casa; después se verá obligada al exilio y, una vez pasado el peligro, sigue siendo una familia que vive modestamente, con el fruto del trabajo de sus manos. Es una familia que no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración, sino que a través de los episodios que conocemos por el Evangelio, se halla cercana a toda familia humana y se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que toda familia lleva consigo[4].
Pedro Beteta López
Doctor en Teología
[1] Cfr. G. ABBÁ, Felicitá, vita buona e virtú, librería Ateneo Salesíano, Roma 1989, cap. IV, 19.
[2] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 6
[3] Cfr. CHESTERTON, Charlas, II, Acerca de las nuevas ideas
[4]. Cfr. JUAN PABLO II, Audiencia general, 3-I-1979.
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