Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY lunes, 28 de noviembre de 2022
Indice:
Francisco en el Ángelus: ¿Cómo reconocer y acoger al Señor?
Francisco llama al fin de la violencia en Tierra Santa
Francisco a la Acción Católica: Escuchen los latidos de los signos de los tiempos
PREPARARNOS PARA RECIBIR A JESÚS : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del lunes: nunca encontré una fe tan grande
“Aquí estoy, porque me has llamado” : San Josemaria
Prelatura del Opus Dei: algunas claves
“¡Vale la pena!” (I): Una fuerza que conquista el tiempo
La luz de la fe (III): la creación (II): el Amor que abraza el mundo : Marco Vanzini / Carlos Ayxelá
La razón bajo sospecha. Panorama de las ideologías actuales : Benigno Blanco
La crisis espiritual de Europa: Joseph Weiler : María José Atienza.
El valor de la vejez : Ramiro Pellitero Iglesias
«Antes de formarte en el vientre, te elegí», Temesgen (Etiopía) : Gerardo Ferrara
Diginidad humana y defensa de la familia : Pedro Beteta
El fundamento antropológico de la familia, según Benedicto XVI
30.000 personas sin hogar en España : Domingo Martínez Madrid
Estereotipos reivindicados : Jesús Domingo Martínez
Nunca se cuestionó nuestro modelo constitucional : JD Mez Madrid
Clericalismo católico y nacional-laicismo : Andrés Ollero Tassara
Francisco en el Ángelus: ¿Cómo reconocer y acoger al Señor?
El Santo Padre pronunció su reflexión sobre el Evangelio del día en el primer domingo de Adviento, animando a sacudir nuestro letargo y estar atentos, vigilantes.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
“Vendrá tu Señor”. Este es el fundamento de la esperanza cristiana, contenida en el Evangelio que la Liturgia nos regala en el primer domingo de Adviento: según San Mateo: Mt 24, 37-44. Es “una hermosa promesa que nos introduce en el Tiempo de Adviento”. Así lo manifiesta el Papa en su alocución precedente al rezo mariano del Ángelus este domingo 27 de noviembre, desde la Plaza de San Pedro.
“Es lo que nos sostiene incluso en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestra vida: Dios viene. ¡No lo olvidemos nunca!”, insiste el Santo Padre.
“Siempre el Señor viene, nos visita, se hace cercano, y volverá al final de los tiempos para acogernos en su abrazo. Ante esta palabra, nos preguntamos: ¿cómo viene el Señor? ¿Y cómo reconocerlo y acogerlo? Detengámonos brevemente en estas dos cuestiones”.
¿Cómo viene el Señor?
Respecto a la primera pregunta, sobre el modo en el que llega el Señor, dice: “Muchas veces hemos oído decir que el Señor está presente en nuestro camino, que nos acompaña y nos habla. Pero tal vez, distraídos como estamos por tantas cosas, esta verdad nos queda sólo en teoría; sí, sabemos que el Señor viene pero no lo vivimos, ¿verdad? O nos imaginamos que el Señor viene de una manera llamativa, tal vez a través de algún signo prodigioso”.
"¿Y qué hicieron en los días de Noé? Porque Él dice 'como en los días de Noé'. Simplemente las cosas normales y corrientes de la vida: como siempre, "la gente comía, bebía y se casaba" (v. 38)”.
El Obispo de Roma invita a tener en cuenta que “Dios está escondido en nuestra vida, siempre está, está escondido en las situaciones más comunes y corrientes de nuestra vida. No viene en eventos extraordinarios, sino en cosas cotidianas”. "El Señor viene en las cosas de cada día, porque Él está ahí, se manifiesta en las cosas de cada día.
"Él está ahí en nuestro trabajo diario, en un encuentro fortuito, en el rostro de una persona necesitada, incluso cuando afrontamos días que parecen grises y monótonos, justo ahí está el Señor, llamándonos, hablándonos e inspirando nuestras acciones".
“Existe el peligro de no darse cuenta de su venida”
En el segundo punto, el Pontífice reitera la necesidad de estar despiertos, ante el riesgo de no estar preparados para su visita, y cuenta que ha recordado, en otras ocasiones, lo que decía San Agustín: “Temo que el Señor pase y no lo reconozca”. En efecto, Francisco acota que “de aquellas personas de la época de Noé, Jesús dice que comían y bebían "y no se dieron cuenta de nada hasta que llegó el diluvio y arrastró a todos" (v. 39). “Prestemos atención a esto, repite el Sucesor de Pedro: ¡no se dieron cuenta de nada! Estaban absortos en sus cosas y no se dieron cuenta de que el diluvio se acercaba. De hecho, Jesús dice que cuando Él venga, "habrá dos hombres en el campamento: uno será llevado y el otro dejado" (v. 40)”.
“¿Cuál es la diferencia? ¿En qué sentido? Simplemente que uno estaba vigilante, esperaba, capaz de discernir la presencia de Dios en la vida cotidiana; el otro, en cambio, estaba distraído, "arrastrado", así como si nada, y no se daba cuenta de nada”.
¿Soy consciente de lo que vivo?
Hacia el cierre de su mensaje, Bergoglio exhorta a todos los fieles a preguntarse: “¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por las cosas? Si no somos conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos preparados cuando venga al final de los tiempos. Por lo tanto, ¡permanezcamos atentos!”.
"Por esto, hermanos y hermanas, ¡permanezcamos vigilantes! Esperando que el Señor venga, esperando que el Señor se nos acerque, porque Él está, pero esperando: atentos. Y que nos ayude la Virgen Santa, Mujer de la esperanza, que supo captar el paso de Dios en la vida humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno, nos ayude en este camino de estar atentos para esperar al Señor que está entre nosotros y pasa".
Francisco llama al fin de la violencia en Tierra Santa
Después de rezar el Ángelus este domingo 27 de noviembre, el Santo Padre pidió a las autoridades israelíes y palestinas una mayor atención en la búsqueda del diálogo, construyendo una confianza mutua sin la cual nunca habrá una solución pacífica en Tierra Santa.
Silvonei José - Vatican News
"Sigo con preocupación el aumento de la violencia y de los enfrentamientos que se están produciendo en el Estado de Palestina y en el de Israel": fue lo que dijo el Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 27 de noviembre, el primero del Adviento. "El miércoles pasado -recordó Francisco-, dos viles atentados en Jerusalén hirieron a muchas personas y mataron a un niño israelí. Y el mismo día, durante los enfrentamientos armados en Nablus, murió un niño palestino".
"Recemos por estos jóvenes que murieron y por sus familias, especialmente por sus madres. Espero que las autoridades israelíes y palestinas se preocupen más por la búsqueda del diálogo, por construir la confianza mutua, sin la cual nunca habrá una solución de paz en Tierra Santa".
Mientras tanto, el número de muertos del último atentado palestino en Jerusalén perpetrado el pasado miércoles ha aumentado a dos. Murió en el hospital Tadese Tashume Ben Ma'ada (de 50 años), que no sobrevivió a las graves heridas que sufrió en uno de los dos atentados perpetrados cerca de una parada de autobús a la entrada de la ciudad. Ben Ma'ada era un judío que emigró a Israel desde Etiopía hace más de 20 años. Mientras tanto, la búsqueda para identificar a los responsables del ataque continúa a buen ritmo. Tadese tenía una esposa y seis hijos.
Por su parte, el sábado la policía cerró una de las principales entradas a Jerusalén después de que se encontrara un objeto sospechoso, pero que resultó ser una falsa alarma. La tensión ha aumentado en la ciudad tras el doble atentado que se cobró el miércoles la vida de un joven de 16 años, que hirió a una veintena de personas, y la posterior muerte del hombre de 50 años.
Durante una búsqueda cerca del emblemático "puente atirantado", los agentes encontraron lo que parecía ser una bomba casera. Se acordonó la zona y se llamó al escuadrón antibomba, pero determinaron que no lo era.
27/11/2022Francisco en el Ángelus: ¿Cómo reconocer y acoger al Señor?
El Santo Padre pronunció su reflexión sobre el Evangelio del día en el primer domingo de Adviento, animando a sacudir nuestro letargo y estar atentos, vigilantes.
Francisco a la Acción Católica: Escuchen los latidos de los signos de los tiempos
El Santo Padre envió un mensaje en español al Foro Internacional de la Acción Católica, reunido en su VIII Asamblea del 26 al 27 de noviembre, que estuvo precedida de una conferencia.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
Después de la elección de las nuevas autoridades del Foro Internacional de la Acción Católica (FIAC), en el marco de la VIII Asamblea del 26 al 27 de noviembre, el Papa felicita “a quienes han asumido el compromiso de llevar adelante la conducción durante el próximo período, que sigue el camino iniciado hace más de 30 años”. Lo hace en un mensaje escrito por él mismo en español, en el que recuerda:
“En aquel momento, el venerable Cardenal Eduardo Pironio intuyó la necesidad de crear este foro para que la vida de la Acción Católica contribuyera al desafío de la nueva la evangelización, enriquecida con la peculiaridad de cada lugar y cultura. Muchos de ustedes acompañaron decididamente esa intuición y pusieron sus capacidades y el deseo de anunciar el Evangelio en ese servicio, aun con las dificultades propias de la época, ya que no se contaba con los medios de comunicación y de acercamiento entre países que existen en la actualidad”.
“¡Qué importante en la vida es ser signo!”
Tras constatar que “ciertamente, el contexto mundial que acompaña a la nueva etapa no es el mismo que el de hace treinta años, ni siquiera al de la conducción anterior” y referirse a las secuelas sociales y personales de la pandemia, Bergoglio afirma:
“En ciertos ámbitos se ha reavivado el individualismo de una salvación a medida; sin olvidar el azote de la violencia entre países y hermanos que van socavando el deseo de una fraternidad universal. Sin embargo, las épocas difíciles pueden ser desafiantes y convertirse en tiempos de esperanza. Como decía el Cardenal Pironio, hombre de la esperanza: “¡Qué importante en la vida es ser signo! Pero no un signo vacío o de muerte, sino un signo de luz comunicador de esperanza. La esperanza es capaz de superar las dificultades, las desavenencias, las cruces que se presentan en la vida cotidiana”.
Necesitamos aprender a escucharnos
“Al mismo tiempo, como Iglesia, recuerda, estamos transitando un tiempo en el cual necesitamos que el espíritu sinodal se vaya arraigando en nuestro modo de ser Iglesia; esto significa el ejercicio de caminar juntos en la misma dirección”.
El Santo Padre “está convencido de que es lo que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Es decir, “que retome la conciencia que es un pueblo en camino y que debe hacerlo junto”. Por este motivo, pide a la Acción Católica que animen con este espíritu los grupos de acción católica en las diversas Iglesias locales.
“Con espíritu sinodal necesitamos aprender a escucharnos, reaprender el arte del hablar con el otro sin barreras ni prejuicios, incluso y de un modo particular, con quienes están fuera, en el margen, para buscar la cercanía, que es el estilo de Dios” (cf. Video del Papa por una Iglesia abierta a todos, octubre 2022).
“Les pido que escuchen”
En este contexto, el Pontífice exhorta a las nuevas autoridades “a ser hombres y mujeres de la escucha”. Anhela “que no sean ‘dirigentes’ de escritorio, de papeles o de Zoom, y que no caigan en la tentación del estructuralismo institucional que planifica y organiza desde estatutos, reglamentos y propuestas heredadas, que fueron buenas y útiles en su momento pero que quizás hoy no sean significativas. Por favor, les pido que escuchen”.
Y la escucha que solicita Francisco es, primero, “a los hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños concretos, en sus realidades, en sus gritos silenciosos expresados en sus miradas y en sus clamores profundos”.
“Tengan el oído atento para no dar respuestas a preguntas que nadie se hace ni decir palabras que a nadie le interesa escuchar ni sirven. Escuchen con oídos abiertos a la novedad y con un corazón samaritano”.
Segundo, les recomienda “escuchar los latidos de los signos de los tiempos”. Y explica:
“La Iglesia no puede estar al margen de la historia, enredada en sus propios asuntos, manteniendo inflada su burbuja. La Iglesia está llamada a escuchar y ver los signos de los tiempos, para hacer de la historia con sus complejidades y contradicciones, historia de salvación. Necesitamos ser una Iglesia vitalmente profética, desde los signos y los gestos, que muestren que existe otra posibilidad de convivencia, de relaciones humanas, de trabajo, de amor, de poder y servicio”.
Por último, para que esto sea posible, “necesitamos escuchar la voz del Espíritu”.
“En cada época, dice el Papa, el Espíritu nos abre a su novedad; «siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma» (Homilía del Domingo de Pentecostés, 5 junio 2022)”.
“Mientras que el espíritu mundano nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias y de grupo, el Espíritu nos libra de obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos: los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo”.
Francisco reconoce: “Quizás sientan que la propuesta de escuchar es poco, sin embrago, no es escucha pasiva; es la escucha activa que nos marca el ritmo de trabajo; es la inhalación necesaria para ser una Iglesia que respira misioneramente. Así lo hizo la Santísima Virgen, porque escuchó, se puso de pie y caminó para ir a servir”.
El Pastor de toda la Iglesia “reza para que puedan hacer de este período un tiempo de gracia, con la audacia de saber escuchar, la serenidad para poder discernir y el coraje para anunciar con la vida y desde la vida”. Les agradece haber aceptado el desafío, pide a Dios por cada uno de ellos y les pide que no se olviden de rezar por él. “Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide”, concluye fraternalmente el Obispo de Roma.
Cabe destacar que, en la alocución posterior al Ángelus en este primer domingo de Adviento, 27 de noviembre, el Pontífice envió un saludo a la Acción Católica, justamente en el marco de la Asamblea.
27/11/2022Francisco: No nos cansemos de decir no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz
Tras la oración a la Madre de Dios, el Papa recordó, este domingo 27 de noviembre, las inundaciones en Ischia, Italia; la persona en situación de calle que falleció bajo la ...
PREPARARNOS PARA RECIBIR A JESÚS
— Alegría del Adviento. Alegría al recibir al Señor en la Sagrada Comunión.
— Señor, yo no soy digno... Prepararnos para recibir al Señor. Imitar en sus disposiciones al Centurión de Cafarnaúm.
— Otros detalles referentes a la preparación del alma y del cuerpo para recibir con fruto este sacramento. La Confesión frecuente.
I. El Salmo 121, que leemos en la Misa de hoy, era un canto de los peregrinos que se acercaban a Jerusalén: Qué alegría –recitaban los peregrinos al aproximarse a la ciudad– cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor». Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén1.
Esta alegría es imagen también del Adviento, en el que cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor. Es además imagen de la alegría que experimenta nuestro corazón cuando nos acercamos bien dispuestos a la Sagrada Comunión.
Es inevitable que, junto a esta alegría, nos sintamos cada vez más indignos, a medida que se aproxima el momento de recibir al Señor, y si decidimos hacerlo, es porque Él quiso quedarse bajo las apariencias de pan y de vino precisamente para servir de alimento y, por tanto, de fortaleza para los débiles y enfermos. No se quedó para ser premio de los fuertes, sino remedio de los débiles. Y todos somos débiles y nos encontramos algo enfermos.
Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Así exhortaba San Juan Crisóstomo a sus fieles para que se dispusieran dignamente a recibir la Sagrada Comunión: «¿Acaso no es un absurdo tener tanto cuidado de las cosas del cuerpo que, al acercarse la fiesta, desde muchos días antes prepares un hermosísimo vestido..., y te adornes y embellezcas de todas las maneras posibles, y, en cambio, no tengas ningún cuidado de tu alma, abandonada, sucia, escuálida, consumida de hambre...?»2.
Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar. Procuraremos salir de este estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos el remover esa situación, pues contamos con la ayuda de la gracia. Pero no debemos confundir otros estados, por ejemplo de cansancio, con la situación de una mediocridad espiritual aceptada o de una rutina que crece por días. Cae en la tibieza el que no se prepara, el que no pone lo que está en su mano para evitar las distracciones cuando Jesús viene a su corazón. Es tibieza acercarse a comulgar manteniendo nuestra imaginación con otras cosas y pensamientos. Tibieza es no dar importancia al sacramento que se recibe.
La digna recepción del Cuerpo del Señor será siempre una oportunidad para encendernos en el amor. «Habrá quien diga: por eso, precisamente, no comulgo más a menudo, porque me veo frío en el amor (...). Y ¿porque te ves frío quieres alejarte del fuego? Precisamente porque sientes helado tu corazón debes acercarte más a menudo a este Sacramento, siempre que alimentes sincero deseo de amor a Jesucristo. Acércate a la Comunión –dice San Buenaventura– aun cuando te sientas tibio, fiándolo todo de la misericordia divina, porque cuanto más enfermo se halla uno, tanta mayor necesidad tiene del médico»3.
Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor...!
El Señor se alegra también cuando ve nuestro esfuerzo por estar bien dispuestos para recibirle. Meditemos sobre los medios y el interés que ponemos en preparar la Santa Misa, en evitar las distracciones y desechar la rutina, en que nuestra acción de gracias sea intensa y enamorada, de forma que nos haga estar unidos a Cristo todo el día.
II. El Evangelio de la Misa4 nos trae las palabras de un hombre gentil, un centurión del ejército romano.
Estas palabras están recogidas en la liturgia de la Misa desde muy antiguo, y han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus —Señor, yo no soy digno.
Los jefes judíos de la ciudad pidieron a Jesús que aliviara la pena de este gentil, curando a un siervo suyo al que estimaba mucho, que estaba a punto de morir5. La razón por la que deseaban favorecerle era que les había construido una sinagoga.
Cuando Jesús estuvo cerca de la casa, el centurión pronunció las palabras que se repiten en todas las Misas (diciendo «alma» en lugar de «siervo»): Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi siervo quedará sano. Una sola palabra de Cristo sana, purifica, alienta y llena de esperanza.
El centurión es un hombre con profunda humildad, generoso, compasivo y con un altísimo concepto de Jesús. Como es gentil, no se atreve a dirigirse personalmente al Señor, sino que envía a otros, que considera más dignos, para que intercedan por él. Fue la humildad, comenta San Agustín, «la puerta por donde el Señor entró a posesionarse del que ya poseía»6.
La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre. Por esto, la Iglesia nos propone su ejemplo y sus mismas palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión: Señor, yo no soy digno...
La Iglesia nos invita no solo a repetir sus palabras, sino a imitar sus disposiciones de fe, de humildad y de delicadeza. «Queremos decir a Jesús que aceptamos su inmerecida y singular visita, multiplicada sobre la tierra, hasta llegar a nosotros, hasta cada uno de nosotros, y decirle también que nos sentimos atónitos e indignos de tanta bondad, pero felices; felices de que se nos haya concedido a nosotros y al mundo; también queremos decirle que un prodigio tan grande no nos deja indiferentes e incrédulos, sino que pone en nuestros corazones un entusiasmo gozoso, que no debería nunca faltar en los verdaderos creyentes»7.
Es admirable observar cómo aquel centurión de Cafarnaúm quedó doblemente unido al sacramento de la Eucaristía: por las palabras que el sacerdote y los fieles dicen antes de comulgar en la Misa, y porque fue en la sinagoga de Cafarnaúm, que él había construido, donde Jesús dijo por primera vez que debíamos alimentarnos de su Cuerpo para tener vida en nosotros: Este es el pan bajado del cielo –dijo Jesús–; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. Y precisa San Juan: Esto lo dijo enseñando en Cafarnaúm, en la sinagoga8.
III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería una gravísima ofensa, un sacrilegio, quien fuera a comulgar en pecado mortal. Nunca debemos acercarnos a recibir al Señor si hay una duda fundada de haber cometido un pecado grave de pensamiento, de palabra o de obra. Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Por ello, continúa San Pablo: Examínese el hombre a sí mismo y entonces coma el pan y beba el cáliz, pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, se come y se bebe su propia condenación9.
«Hay que recordar al que libremente comulga el mandato: Que se examine cada uno a sí mismo (1 Cor 11, 28). Y la práctica de la Iglesia declara que es necesario este examen para que nadie, consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la Sagrada Eucaristía sin que haya precedido la Confesión sacramental»10.
«La participación en los beneficios de la Eucaristía depende además de la calidad de las disposiciones interiores, pues los Sacramentos de la nueva ley, al mismo tiempo que actúan ex opere operato, producen un efecto tanto mayor cuanto más perfectas son las condiciones en las que se reciben»11.
De ahí la conveniencia de una esmerada preparación del alma y del cuerpo: deseos de purificación, de tratar con delicadeza este santo sacramento, de recibirlo con la mayor piedad posible. Es una excelente preparación la lucha por vivir en presencia de Dios durante el día, y el hecho mismo de procurar cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos, sintiendo, cuando cometemos un error, la necesidad de desagraviar al Señor llenando la jornada de acciones de gracias y de comuniones espirituales Así se hará habitual, poco a poco, que en el trabajo, en la vida de familia, en las diversiones, en cualquier actividad tengamos el corazón puesto en el Señor.
Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la Iglesia, las posturas, el modo de vestir, etcétera, que son signos de respeto y reverencia.
Pensemos al terminar nuestra oración cómo recibió María a Jesús después del anuncio del Ángel. Pidámosle que nos enseñe a comulgar «con aquella pureza, humildad y devoción» con que Ella le recibió en su Seno bendito, «con el espíritu y fervor de los Santos», aunque nos sintamos indignos y poca cosa.
1 Sal 121, 1-2. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilía 6; PG 48, 756. — 3 San Alfonso Mª de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo, 2.— 4 Mt 8, 5-13. — 5 Cfr. Lc 7, 1-10. — 6 San Agustín, Sermón 6. — 7 Pablo VI, Homilía, 25-V-67. — 8 Jn 6, 58-59. — 9 1 Cor 11, 27-28. — 10 Pablo VI, Instr. Eucharisticum Mysterium, 37. — 11 San Pío X, Decr. Sacra Tridentina Synodus, 20-XII-1905.
Evangelio del lunes: nunca encontré una fe tan grande
Comentario del lunes de la 1.° semana de Adviento. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano". Pidamos al Señor que nos conceda la fe y la caridad del centurión, para ayudar a las personas que tenemos alrededor y abrir nuestro corazón a Dios.
28/11/2022
Evangelio (Mt 8,5-11)
En aquel tiempo, al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión que le rogó:
— Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes.
Jesús le dijo:
— Yo iré y le curaré.
Pero el centurión le respondió:
— Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre que se encuentra bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.
Al oírlo Jesús se admiró y les dijo a los que le seguían:
— En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de oriente y occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos.
Comentario
En el Evangelio de hoy se nos presenta a un extranjero como modelo de fe. De hecho, se lleva uno de los mayores elogios de Jesús que se recogen en los evangelios: «En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande» (v. 10).
El centurión actúa con sencillez: tiene una dificultad y acude a la persona que piensa que puede ayudarle a solucionarla. Pero para arreglar un problema, en primer lugar, es necesario que lo reconozcamos. Y esto, en algunas ocasiones, no nos resulta sencillo.
A veces será porque vamos demasiado deprisa y no nos damos cuenta. Nos falta tiempo y esto, en ocasiones, se puede traducir en que nos cuesta percibir las dificultades de las personas que nos rodean.
También puede ocurrir que hayamos dejado de rezar o que el tiempo que dediquemos a orar no sea de calidad. De esta manera, el problema se nos hace inabordable y preferimos mirar para otro lado, como si el tiempo, por sí solo, solucionara los problemas.
Es verdad que el centurión nos da una lección de fe en el Señor. Pero es una fe que viene precedida de la caridad. De una mirada que sabe detenerse, sin precipitación y con diligencia, para estar en las cosas de los demás.
Quizá por eso le resulta tan lógico acudir al Señor para pedirle un milagro tan grande. Porque sabe que él no tiene esa capacidad de curarle, pero Jesús sí la tiene.
Los deseos del centurión de cuidar de su soldado y de que esté bien, le llevan a abrir su corazón al Señor. En cierta manera, le muestra él mismo su vulnerabilidad: su incapacidad para curarle él mismo y su absoluta necesidad de un milagro por parte de Dios.
“Aquí estoy, porque me has llamado”
Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, “vocavi te nomine tuo” –te he llamado por tu nombre. Como nuestra madre, Él nos invita por el nombre.
28 de noviembre
Más: por el apelativo cariñoso, familiar. –Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: “ecce ego, quia vocasti me” –aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro. (Forja, 7)
Un día –no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia–, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana –que es la razón más sobrenatural–, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de Él.
No me gusta hablar de elegidos ni de privilegiados. Pero es Cristo quien habla, quien elige. Es el lenguaje de la Escritura: elegit nos in ipso ante mundi constitutionem –dice San Pablo– ut essemus sancti (Eph I, 4). Nos ha escogido, desde antes de la constitución del mundo, para que seamos santos. Yo sé que esto no te llena de orgullo, ni contribuye a que te consideres superior a los demás hombres. Esa elección, raíz de la llamada, debe ser la base de tu humildad. ¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor? Sirvieron para plasmar obras maestras, pero el mérito es del artista. Nosotros –los cristianos– somos sólo instrumentos del Creador del mundo, del Redentor de todos los hombres. (Es Cristo que pasa, 1)
Prelatura del Opus Dei: algunas claves
El 28 de noviembre de 1982 san Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal mediante la Constitución Apostólica “Ut sit”: ofrecemos varios vídeos y textos sobre su estructura jurídica y misión apostólica.
El Opus Dei es una prelatura personal de la Iglesia católica.
28/11/2022
• Entrega de la Bula “Ut sit”: El 28 de noviembre de 1982 Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal mediante la Constitución Apostólica “Ut sit”. En el vídeo se recuerda la entrega de la Bula en la Basílica de san Eugenio en Roma, el 19 de marzo de 1983 a Mons. Álvaro del Portillo.
• Carta de Mons. del Portillo sobre la erección del Opus Dei como Prelatura (28.XI.1982) Con esta carta, el sucesor de san Josemaría explicaba en 1982 que, con la prelatura personal, "no cambia nada del espíritu, de los fines, de los modos apostólicos que hemos venido viviendo".
• Tiempo de lanzarnos a metas apostólicas audaces: Casi 20 años después de haber erigido el Opus Dei en Prelatura Personal, san Juan Pablo II animaba a sus fieles —laicos y sacerdotes— a seguir sin temor una misma misión: evangelizar el mundo cada uno desde su estado.
• Sobre el motu proprio "Ad Charisma Tuendum": El 14 de julio de 2022 el Papa Francisco modificó los artículos V y VI de la bula "Ut sit" con el Motu Proprio "Ad charisma tuendum". Ofrecemos el texto del Motu Propio, una carta del Prelado y algunas preguntas y respuestas al respecto.
• La vocación universal a la santidad: El Papa Francisco explicó que la santidad es un don que da Dios y que todo bautizado puede ser santo.
• “El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma". Libro escrito por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes.
“¡Vale la pena!” (I): Una fuerza que conquista el tiempo
La fidelidad es la virtud que surge en medio de las relaciones entre personas –y por eso también con Dios– cuando una confía en el amor de la otra.
01/08/2022
«¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?». Estas preguntas se hacía un poeta inglés del siglo XVII al reconocer que dirigimos nuestra atención hacia aquellos sucesos –como el firmamento o la música– no como algo impersonal, como si surgiera del azar. Al detectar que detrás de todas esas experiencias siempre hay alguien, un otro involucrado, al vislumbrar que siempre esconden una relación, al menos ofrecida, concluía: «Ningún hombre es una isla entera por sí mismo (…). Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti»[1].
Espiral que es elevada entre dos
Todos componemos un tejido de relaciones que nos ha acogido y nos ha sostenido en este mundo. Y es precisamente allí, en esos vínculos personales, en donde la fidelidad puede surgir. Aunque el término fidelidad sea utilizado a niveles muy distintos, «especialmente relevante –escribe el Prelado del Opus Dei– es considerar la fidelidad en la relación entre personas, en su aspecto más humanamente profundo»[2]. Nos necesitamos unos a otros no solo para la supervivencia material, sino para ser felices. «Por el hecho de ser animal social, un hombre le debe naturalmente a otro todo aquello sin lo cual la conservación de la sociedad sería imposible», empieza diciendo santo Tomás de Aquino. Es verdad que el primer apoyo que requerimos suele ser de tipo material, o de supervivencia, pero necesitamos también sostenernos mutuamente en nuestro camino hacia el futuro, sabernos parte de una misma cadena que se extiende hacia adelante con esperanza. Por eso, continúa el santo: «La convivencia humana no sería posible si los unos no se fían de los otros»[3].
Se ha dicho que nuestra época se caracteriza más por la búsqueda personal de una autonomía total que por reconocer que nuestras acciones están ligadas a quienes nos rodean; se ha dicho también que preferimos la ilusión de ser totalmente autosuficientes, antes que reconocernos necesitados de los demás. Las actitudes que nos empujan hacia el aislamiento –y que encontramos en mayor o menor medida dentro de nosotros– son una primera grieta que debemos sortear al hablar de fidelidad.
Porque, aunque existen algunas virtudes que no están inmediatamente involucradas en la relación directa con otras personas, como pueden ser la fortaleza o la templanza, existen virtudes que se dan solo en las relaciones. La fidelidad, en particular, es una de ellas, ya que se trata de un movimiento de ida y vuelta entre dos: supone, de un lado, creer que la otra persona, situada de frente, tiene buenas intenciones hacia mí; supone construir la propia vida con la convicción de que esa otra persona me quiere ahora y lo seguirá haciendo en el futuro. En ese sentido, nace en un primer momento en el otro, no depende inicialmente de nosotros mismos; y una virtud así rompe con nuestra tendencia hacia la autosuficiencia, invitándonos a una apertura humilde que, como señala el Papa Francisco, «siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta»[4]. Surge entonces un movimiento que, entre dos, poco a poco, se eleva en espiral hacia una vida compartida y feliz. Quien entra en esta dinámica de la fidelidad está muy lejos de haber llegado a la quietud de un destino; más bien, inicia el vértigo de lo vivo, el movimiento de quien está en camino, pero tiene al lado a alguien de quien fiarse cuando lo necesite. «La fidelidad es como una fuerza que conquista el tiempo, no por rigidez o inercia, sino de un modo creativo»[5].
Teresa de Jesús y Jesús de Teresa
Al seguir los medios de comunicación, al revisar alguna encuesta o al considerar nuestras propias experiencias, quizás nos veamos impulsados a considerar como urgente el reto de redescubrir la belleza de la fidelidad, el bien humano que esta aporta, la felicidad de la que es portadora. Notamos la necesidad de redescubrirla en el matrimonio, en la familia, en la relación con Dios y, en general, en cualquier tipo de relación personal[6]. Para hacerlo, contamos, por un lado, con la ayuda del Señor. Y, por otro, con el anhelo de una fidelidad creativa que detectamos en tantas personas, también en nosotros mismos; «una fidelidad que es libre correspondencia a la gracia de Dios, vivida con alegría y también con buen humor»[7]. Nuestro corazón no se satisface con una vida absolutamente autónoma, en soledad, ya que «ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto»[8]; y tampoco con una vida estática, previsible, impropia de lo que está vivo.
En ocasiones, todo esto puede parecernos un deseo casi inalcanzable, algo que está por encima de nuestras fuerzas. Y no nos falta algo de razón: cada uno, si cuenta solamente consigo mismo, es débil, pues tenemos los pies de barro; además de que la fidelidad solo puede surgir entre dos. Pero es precisamente la experiencia de nuestra debilidad la que nos previene de fiarnos únicamente de nuestros buenos deseos o talentos. Vienen en nuestra ayuda aquellas palabras de san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). Dios, con su amor ofrecido a nosotros antes de que podamos pedirlo, pase lo que pase y hagamos lo que hagamos, se entrega como fuente de nuestra fidelidad a él y a las demás personas.
Sin embargo, si pensamos en la experiencia de la fidelidad de Dios en nuestra vida y en la vida de tantas personas, podríamos decir que sí podemos confiar en nosotros mismos. Cuántas veces, quizás sobre todo en momentos difíciles, vienen a nuestra memoria recuerdos de la confianza que ha tenido el Señor en nosotros, empezando por nuestro nacimiento –que estemos vivos es una elección suya–, para seguir con nuestro bautismo y con todas las veces que Dios nos ha mostrado su amor, su cercanía y su luz en nuestro camino. Si bien la elección por parte de Dios ha sido eterna, su confianza depositada en nosotros se va realizando en el tiempo: en nuestro interior va madurando la conciencia que tenemos de aquel privilegio.
Cuando, en cambio, queremos ser fieles solo con nuestras fuerzas, cuando ponemos distancia en aquella relación que alberga la fidelidad, dejamos de experimentar esa confianza de Dios. Entonces perdemos la memoria de los dones recibidos, como aquellos viñadores que olvidaron que trabajaban porque el dueño salió a buscarles, y no por méritos propios (cfr. Mt 21,33-46). Nos concentramos, entonces, en lo costoso e insuficiente de nuestros esfuerzos. Poco a poco pueden ir apareciendo las quejas, breves huidas, infidelidad en lo pequeño. O aquella distancia puede también insinuarse de modo más solapado en el acostumbramiento a la vida con el Señor, en una lucha que busca tranquilizar la conciencia, en la tibieza. Se pierde la novedad del otro, la sorpresa de su rostro, la creatividad que siempre porta un ser personal.
En definitiva, podemos ser fieles porque Dios confía en nosotros. Así es como han sido fieles los santos. De santa Teresa de Ávila se cuenta que un día, cuando estaba en el Monasterio de la Encarnación, al bajar por las escaleras se topó con un niño que le sonreía. Sorprendida por ver a un pequeño dentro del convento, le preguntó: «¿Y tú quién eres?». A lo que el niño respondió con otra pregunta: «¿Y quién eres tú?». La santa, admirada, replicó: «Yo soy Teresa de Jesús». Y el niño, con una sonrisa, le dijo: «Pues yo soy Jesús de Teresa». Una relación así, entre dos personas, es el ambiente en el que surge la fidelidad, también la nuestra de frente a Dios: «El cristiano no es nunca un hombre solitario, puesto que vive en un trato continuo con Dios, que está junto a nosotros y en los cielos»[9].
Fidelidad de hijos de Dios
«La virtud de la fidelidad está profundamente unida al don sobrenatural de la fe, llegando a ser expresión de la solidez que caracteriza a quien ha puesto en Dios el fundamento de toda su vida», dice Benedicto XVI. Y continúa: «En la fe encontramos de hecho la única garantía de nuestra estabilidad (cfr. Is 7,9), y solo a partir de ella podemos también nosotros ser verdaderamente fieles»[10]. Habiendo considerado la fidelidad de Dios, que antecede a la que queremos para nosotros, podemos enunciar tres ámbitos en los cuales podemos fortalecer nuestra fidelidad: experimentar la alegría de pertenecer al Padre, en Cristo, como personas libres; hacer cada vez más profunda nuestra identificación personal con su voluntad, también personal, que es siempre un regalo para nosotros; y vivir la relación fraterna que surge entre quienes quieren ser fieles.
Primero, pertenecemos a Dios; pero no como algo inerte, sino como seres vivos, como personas libres, capaces tanto de amar como de abrirse al amor de otro. Y Dios se nos ha dado también personalmente, en su amor trinitario. Entonces deseamos conocer cada vez más al Señor y a nosotros mismos para, así, gozar, padecer, trabajar y relacionarnos con los demás empapados de esa filiación divina. Como en el sueño de la escala de Jacob, según la interpretación de san Juan de la Cruz, cuanto más subimos en nuestro conocimiento y amor de Dios, más descendemos en las profundidades de nuestra alma[11]. Conocer cada vez más a Dios nos acerca a nosotros mismos, que somos obra de su mano; y, al mismo tiempo, conocer mejor su creación, sobre todo en nosotros mismos, nos puede llenar de asombro y amor hacia el creador. De ahí que sigamos con gusto el consejo de san Josemaría en el último punto de Camino: «Enamórate, y no le dejarás»[12], que el beato Álvaro complementaba, dándole la vuelta: «No le dejes, y te enamorarás»[13]. Al Señor le basta nuestro deseo de seguirle de cerca, algunas veces a contrapelo, para infundir en nosotros renovados deseos de mantener nuestro corazón enamorado.
Después, en segundo lugar, sabemos que amar a Dios es, en realidad, un camino de identificación con Jesucristo, de dejar que fructifique en nosotros su confianza. Ahora bien, para lograrlo necesitamos asimismo su ayuda. En efecto, nadie puede llamar Padre a Dios, ni considerarse hijo suyo, si no es en Jesucristo. Pero, aunque todos participemos de la misma vida de Jesús, cada uno lo hace de forma personal. Dios nos ha concedido talentos y virtudes particulares a cada uno, una personalidad única, un modo de ver el mundo que es solamente nuestro. Por eso, la fidelidad de cada uno a Dios no es algo uniforme, como sacada de un molde, sino que es personal, única, forjada en la propia vida. De ahí que no tenga sentido compararnos con nadie, ni sentirnos juzgados por nadie a partir de esquemas fijos. «La fidelidad es fidelidad a un compromiso de amor, y es el amor a Dios el sentido último de la libertad (…): “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,29-30)”»[14].
Por último, como hijos de Dios, todos somos hermanos; y como parte de su providencia ordinaria –la manera en la cual nos cuida– todos participamos igualmente de su paternidad divina: todos damos una mano a Dios al ser buenos padres y buenas madres de los demás. En realidad, no podemos ser autores solitarios de nuestra vida, sino que somos coautores con quienes nos rodean; somos los protagonistas de nuestra historia y formamos parte, a la vez, de las de los demás, en el gran libro de la vida. Entendemos así que la fidelidad de quien nos rodea depende de la nuestra. Y viceversa: para contrarrestar nuestra debilidad, está la fortaleza de los demás. Esta atención y cuidado se puede dirigir, por tanto, en primer lugar, a las personas de nuestra propia familia, natural y sobrenatural, para extenderse después a los demás miembros de la Iglesia. Y puesto que «de cien almas nos interesan las cien»[15], se dirige a la santidad de todos los que el Señor pone en nuestro camino: ese es el mejor modo de asegurar la propia fidelidad, como tuerca y contratuerca.
[1] John Donne, Devociones para ocasiones emergentes, Meditación XVII.
[2] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 1.
[3] Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, II-II, c. 109, r. 1.
[4] Francisco, ex. ap. Amoris laetitia, n. 132.
[5] Guillaume Derville, «En la fiesta de san José: una fidelidad que se renueva», en opusdei.org.
[6] Se suele asimilar la «lealtad» a la «fidelidad»; no obstante, aquella primera no necesariamente se basa en la confianza fundada en el amor de otro, sino en aspectos más cercanos a la justicia; por eso la «lealtad» no siempre se refiere a otra persona, sino a ideas, valores o instituciones.
[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 4.
[8] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 111.
[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 116.
[10] Benedicto XVI, Discurso, 11-VI-2012.
[11] Cfr. San Juan de la Cruz, Noche oscura del alma, II, 8, 5.
[12] San Josemaría, Camino, n. 999.
[13] Beato Álvaro del Portillo, Carta pastoral, 19-III-1992, n. 50.
[14] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 8.
[15] Cfr. san Josemaría, Amigos de Dios, n. 9.
La luz de la fe (III): la creación (II): el Amor que abraza el mundo
Tras haber reflexionado sobre los relatos de la creación, podemos preguntarnos una vez más: ¿en qué sentido es racional hablar hoy de creación?
14/08/2017
Que el amor tiene un lugar central en la realidad resulta una idea hermosa e inspiradora para muchas personas. Pero se trata quizá a menudo de una convicción nostálgica: el mundo, se dicen, sería un lugar mejor si todos nos guiásemos por este principio. La experiencia del mal, de las injusticias, de lo imperfecto del mundo, parecen hacer del amor más un ideal al que tender que la base sobre la que se levantaría el edificio mismo de la realidad. «En efecto, el hombre moderno cree que la cuestión del amor tiene poco que ver con la verdad. El amor se concibe hoy como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad»[1].
«NADA HAY MÁS OCULTO Y NADA MÁS PRESENTE QUE ÉL; DIFÍCILMENTE SE HALLA DÓNDE ESTÁ Y MÁS DIFÍCILMENTE DÓNDE NO ESTÁ» (SAN AGUSTÍN)
Por contraste, la fe cristiana reconoce en el origen del universo un Amor personal e infinitamente creativo, que ha llegado hasta el punto de entrar como uno más en su creación, para salvarla. «Con amor eterno te amé; por eso prolongué mi misericordia para contigo» (Jr 31,3). Muchas personas que trabajan con ilusión por mejorar el mundo reconocen la grandeza de esta visión de la realidad, pero no pueden dejar de ver la idea de un ser personal y eterno –un ser que precede el mundo– como algo que a fin de cuentas responde a un modo de pensar «mítico y contrario al sistema»[2]: algo ajeno al entramado racional que podemos compartir, en la medida en que se basa en nuestra experiencia común del mundo. Tras haber reflexionado sobre los relatos de la creación en el Génesis, podemos preguntarnos ahora, una vez más: ¿en qué sentido es racional hablar hoy de creación?
¿Dónde está Dios?
Es frecuente oír, incluso entre gente con fe, la consideración de que, mientras la ciencia basa sus afirmaciones en pruebas seguras, la idea de Dios se basaría en tradiciones o suposiciones no verificables. A primera vista, parece difícil objetar nada a esta idea. Sin embargo, si se tiene en cuenta que «pruebas seguras» significa aquí «evidencias empíricas», se comprende que esa seguridad tiene un alcance acotado por la misma ciencia, que deliberadamente se concentra en los aspectos empíricos y mensurables de la realidad. Esta decisión estratégica ha permitido a la ciencia crecer exponencialmente, pero implica también que su estudio no puede abarcar todo el espectro de la realidad, o no puede al menos descartar que este espectro sea más amplio. Por otro lado, como toda disciplina –y esto incluye también a la teología–, la ciencia experimental tiene presupuestos que ella misma no puede demostrar. Uno de ellos es la existencia de la realidad que estudia, que requiere necesariamente una reflexión racional de otro tipo. Se entiende así que la revelación cristiana no venga a cuestionar el método de la ciencia ni sus evidentes éxitos: en realidad, lo precede y le abre horizontes más amplios.
Ciertamente, el modo peculiar en que Dios se hace presente en el mundo puede hacerle aparecer a veces como un gran ausente. Escribía san Agustín: «Nada hay más oculto y nada más presente que Él; difícilmente se halla dónde está y más difícilmente dónde no está»[3]. Esta paradoja, este cruce de sí y no, que parece indicar un cortocircuito, habla en cambio de la necesidad de abrir la racionalidad a otro nivel[4]. Dios no es una realidad como otras en este mundo, ni interviene necesariamente en los procesos naturales de modos empíricamente verificables. Dios actúa en un nivel mucho más profundo, sosteniendo el ser mismo de todas las cosas, haciendo que las cosas sean. Al hablar de Él, incluso para negar su existencia, el lenguaje va siempre más allá del marco de rigor propio de la ciencia experimental, y se inserta en un lenguaje distinto, que la ciencia misma presupone, y que tiene también un rigor propio: el lenguaje filosófico o metafísico. Por eso, el dios al que se querría obligar a revelarse a través de instrumentos de observación científica no sería el verdadero Dios, sino una caricatura suya. Y el verdadero Dios no viene a interferir en la ciencia, porque se sitúa en un nivel de realidad anterior a la ciencia misma. Dios no cabe en las leyes de la física, porque son más bien las leyes de la física las que «caben» en Él[5].
UNA CIENCIA SIN DIOS NO LIBERARÍA AL MUNDO DE LOS MITOS, PORQUE SIEMPRE QUEDARÍAN INEVITABLEMENTE RENDIJAS QUE SE LLENARÍAN CON OTRAS EXPLICACIONES
La aportación de la ciencia ha sido determinante para hacer al hombre consciente de la inmensidad del universo, de su evolución dinámica; para comprender sus leyes, así como la trayectoria evolutiva, que forma una especie de prehistoria biológica de aparición del homo sapiens sobre la tierra. Sin embargo, la ciencia no puede explicar hasta el final el origen del universo, porque este evento no enlaza dos «estados» de la misma realidad. Explicar la «ley» con la que se ha pasado de la nada a la primera forma embrionaria del universo está más allá de las posibilidades de la ciencia, porque la nada escapa a cualquier representación científica. Toda teoría cosmológica asume una estructura espacio-temporal como punto de partida; y la nada en sentido radical, es decir, el no-ser, cae siempre fuera de esta estructura: el umbral que separa el ser y la nada es metafísico[6]. Se entiende por eso que el diálogo entre la ciencia y la teología no sea solo deseable sino necesario, y que requiera la mediación de la filosofía, más que como un árbitro para poner paz entre partes en litigio, como un interlocutor capaz de comprender el alcance y las posibilidades de ambas disciplinas.
En el corazón de lo real
Incluso aproximándose hasta el origen mismo del universo, pues, la ciencia se queda siempre de este lado de la realidad, dentro del ser. Son muchos los científicos que, al identificar ese umbral, se dan cuenta de la necesidad de emprender una reflexión filosófica, desde la que es posible llegar a comprender la necesidad de un Creador en el origen del universo. «Es, sin duda, un gran libro la misma hermosura de la creación. Contempla, mira, lee su parte superior y su parte inferior. Dios no hizo letras de tinta, mediante las cuales pudieras conocerle: puso ante tus ojos esas mismas cosas que hizo. ¿Por qué buscas una voz más potente? A ti claman el cielo y la tierra: “Dios me hizo”»[7].
Sin embargo, la filosofía misma topa también con preguntas límite: ¿Por qué el ser y no más bien la nada? ¿Por qué existo? En este sentido, la fe cristiana viene a aportar «una imagen de Dios nueva, más elevada que la que pudiera nunca forjarse y pensar la razón filosófica. Pero la fe tampoco contradice la doctrina filosófica de Dios; (…) la fe cristiana en Dios acepta en sí la doctrina filosófica de Dios y la consuma»[8]. Ante la pregunta acerca del porqué, del sentido último de la existencia –pregunta que en algún momento de la vida se vuelve decisiva para todos–, se hace el silencio. Se alza entonces la fe cristiana, y responde serenamente: Dios estaba ahí antes del mundo, pensó en él, y lo creó con amor.
Esta sencilla afirmación produce, en realidad, lo contrario de lo que a veces se achaca a la noción de creación: desmitifica el universo. La comprensión del mundo como creación de Dios es «la “Ilustración” decisiva de la historia (…), la ruptura con los temores que habían reprimido a los hombres. Significa la liberación del Universo por la razón, el reconocimiento de su racionalidad y de su libertad»[9]. Aunque la ciencia es capaz de leer una parte importante de la lógica interna de la naturaleza, una ciencia sin Dios no liberaría al mundo de los mitos, porque siempre quedarían inevitablemente rendijas que se llenarían con otras explicaciones[10]. No es posible, por la autolimitación de la ciencia a lo empírico, que ella misma cubra algún día todas esas rendijas; y el hombre tampoco va a dejar de preguntarse por ellas, porque el hecho mismo de hacerlo –como, por lo demás, el ejercicio mismo de la ciencia– muestra que trasciende el orden de lo empírico. El espíritu humano, que se manifiesta entre otras cosas en el hecho de que cada uno de nosotros percibe su identidad frente al mundo, en el hecho de que nos preguntemos por esas rendijas, e incluso de que alguien pueda considerar estúpido preguntarse por ellas… todo ello pone de manifiesto, incluso a una reflexión meramente filosófica, que nosotros mismos –aun siendo un microcosmos, que comparte con el universo sus mismos elementos– somos algo más que simple mundo.
La libertad personal y la autoconciencia, por las que uno se percibe distinto del mundo, son por eso también grandes rendijas a través de las cuales el hombre puede asomarse a la trascendencia: hablan del Dios personal que es aún más radicalmente distinto del mundo, y que lo crea libremente. Y viceversa, en el reconocimiento de que la realidad tiene su origen en esa Libertad creadora se juega el reconocimiento mismo de la libertad humana, y por tanto de la dignidad de cada persona[11]. Este es uno de los sentidos fundamentales en los que el Génesis dice que «creó Dios al hombre a su imagen» (Gn 1,27): nosotros mismos somos un espejo en el que se puede entrever a Dios. Por eso el beato John Henry Newman identificaba en la conciencia «nuestro gran maestro interior de religión»[12], un «principio de conexión entre la criatura y el creador»[13].
La fe en la creación, pues, no viene a añadir desde fuera el «mundo del espíritu» al mundo material: más bien afirma decididamente que Dios abraza el entero universo material. La intuición poética de Dante lo expresó de modo inmortal: «Dios es el amor que mueve el sol y las demás estrellas»[14]. En el corazón de lo real está Dios, y Dios quiere el mundo, y a cada uno: «abierta su mano con la llave del amor, surgieron las criaturas»[15]. Tiene gran profundidad teológica, en este sentido, un pensamiento recurrente en san Josemaría; a la hora de actuar, solía decir, esta es «la razón más sobrenatural: porque nos da la gana»[16]. La libertad y el amor, como la racionalidad del mundo, hablan de Dios. Por eso, si san Agustín reconocía a Dios en el libro de la naturaleza, le encontraba también en la intimidad de su alma: «he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando (…). Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera»[17].
El milagro del mundo
La realidad de los milagros responde a esta misma prioridad respecto al mundo de la libertad, el amor y la sabiduría de Dios. Con su peculiar estilo paradójico, decía Chesterton: «Si un hombre cree en la inalterabilidad de las leyes de la naturaleza, no puede creer en ningún milagro de ninguna época. Si un hombre cree en una voluntad anterior a las leyes, puede creer en cualquier milagro de cualquier época»[18]. Los tres evangelios sinópticos hablan de un leproso que se acerca a Jesús, pidiéndole su curación. Jesús responde: «Quiero, queda limpio» (Mt 8,3). Dios cura a aquel hombre porque quiere, del mismo modo que creó el mundo, y ha creado a cada uno, porque quiere, por amor. Comentando el relato de otro milagro, la curación de un ciego, observaba Benedicto XVI: «No es casualidad que el comentario conclusivo de la gente después del milagro recuerde la valoración de la creación al comienzo del Génesis: “Todo lo ha hecho bien” (Mc 7,37). En la acción sanadora de Jesús entra claramente la oración, con su mirada hacia el cielo. La fuerza que curó al sordomudo fue provocada ciertamente por la compasión hacia él, pero proviene del hecho de que recurre al Padre. Se entrecruzan estas dos relaciones: la relación humana de compasión hacia el hombre, que entra en la relación con Dios, y así se convierte en curación»[19].
VIVIMOS DE MILAGRO: CADA INSTANTE DE NUESTRA VIDA ORDINARIA SE DESENVUELVE EN MEDIO DEL MILAGRO DE UN MUNDO QUE EXISTE POR AMOR
Los milagros, pues, no son excepciones que ponen en cuestión la solidez y la racionalidad del mundo, sino que apuntan a la raíz misma de esa solidez: ponen de manifiesto el verdadero milagro, que es la existencia misma del universo y de la vida; el verdadero milagro –miraculum, algo ante lo que solo cabe admirarse– es la creación de Dios. La apertura de la razón a este inicio de los inicios no solo hace razonables los milagros, sino que hace razonable, sobre todo, el mundo mismo. «La uniformidad y la generalidad de las leyes naturales (…) llevan a pensar que la naturaleza se basta a sí misma. Y sin embargo, no hay solución de continuidad entre la creación y el acontecimiento más habitual y banal. El milagro interviene para convencernos de ello»[20].
Se dice a veces que «vivimos de milagro», para referirse a los modos sorprendentes en que se resuelven ciertos problemas o peligros. En realidad, la expresión recoge una verdad radical: cada instante de nuestra vida ordinaria se desenvuelve en medio del milagro de un mundo que existe por amor. «Cada uno de nosotros, cada hombre y cada mujer, es un milagro de Dios, es querido por él y es conocido personalmente por él»[21]. Como decía san Pablo a quienes le escuchaban en el Areópago de Atenas, «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Por eso, «para la tradición judío-cristiana, decir “creación” es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado»[22].
***
«Te doy gracias porque me has hecho como un prodigio» (Sal 139,14): la fe en la creación se cifra en una profunda actitud de agradecimiento. A pesar del dolor y del mal presentes en el mundo, la realidad entera –y en especial la propia existencia y la de quienes nos rodean– aparece como una promesa de felicidad: «¡Todos los sedientos, venid a las aguas! Y los que no tengáis dinero, ¡venid! (…) Comprad, sin dinero y sin nada a cambio, vino y leche» (Is 55,1). El hombre se sabe inerme –porque realmente lo es–, pero destinatario de una generosidad infinita que le llama a vivir, y a vivir para siempre. San Ireneo lo sintetizó en una máxima célebre: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios»[23]. Desde esta mirada, la vida no es una simple lucha por el éxito o por la supervivencia, ni siquiera en las condiciones más extremas: es espacio para el agradecimiento, para la adoración, en la que el hombre encuentra su verdadero descanso[24]. «¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: “Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía” (Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”»[25].
Marco Vanzini / Carlos Ayxelá
Lecturas para profundizar
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 279-324.
Francisco, Enc. Laudato si’, capítulo II, “El evangelio de la creación” (nn. 62-100)
Benedicto XVI, Audiencia, 6-II-2013; Audiencia, 9-XI-2005
– Homilía en la Vigilia Pascual, 23-IV-2011; Homilía en la Vigilia Pascual, 7-IV-2012.
– Mensaje al Meeting de Rimini, 10-VIII-2012.
– Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 31-X-2008.
– Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12-IX-2006.
Juan Pablo II, Catequesis sobre la creación, 8-I-1986 – 23-IV-1986.
– Memoria e identidad, Planeta, Barcelona 2005.
Artigas, M.; Turbón, D. Origen del hombre. Ciencia, filosofía y religión, Eunsa, Pamplona 2007.
Chesterton, G. K. Santo Tomás de Aquino, Rialp, Madrid 2016 (On Saint Thomas Aquinas).
Guardini, R. El principio de las cosas: Meditaciones sobre los tres primeros capítulos del Génesis, publicado en Meditaciones Teológicas, Cristiandad, Madrid, 1965, 13-113. (Der Anfang der Dinge [Meditationen über Genesis, Kapitel 1-3]).
– “El ojo y el conocimiento religioso”, en Los sentidos y el conocimiento religioso, Cristiandad, Madrid, 1965, 21-48. (“Das Auge und die religiöse Erkenntnis”).
– La aceptación de sí mismo. Lumen, Buenos Aires 2016; Cristiandad, Madrid 1962 (Die Annahme seiner selbst).
Kehl, M. La creación, Sal Terrae, Bilbao 2011 (Schöpfung: Warum es uns gibt).
Marmelada, C.; Palafox, E.; Llano, A. En busca de nuestros orígenes. Biología y trascendencia del hombre a la luz de los últimos descubrimientos, Rialp, Madrid 2017.
Maspero, G.; O’Callaghan, P. Creatore perché Padre. Introduzione all’ontologia del dono, Cantagalli, Siena 2012.
Polkinghorne, J. Science and Theology, Parallelisms, en Tanzella-Nitti, G. y Strumia, A. (eds.), Interdisciplinary Encyclopedia of Religion and Science, www.inters.org.
Ratzinger, J. Progetto di Dio. Meditazioni sulla creazione e la Chiesa, Marcianum Press, Venecia 2012 (Gottes Projekt. Nachdenken über Schöpfung und Kirche).
– Creación y pecado, Eunsa, Pamplona 2005 = En el principio creó Dios [incluye la conferencia Consecuencias de la fe en la creación], Edicep, Valencia 2008 (Im Anfang schuf Gott. Vier Münchener Fastenpredigten über Schöpfung und Fall. Konsequenzen des Schöpfungsglaubens).
– Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época, Random House Mondadori, Barcelona 2002, pp. 106-136 (Gott und die Welt. Glauben und Leben in unserer Zeit).
Sanz, S. La creación, en www.opusdei.org.
Tanzella-Nitti, G. Creation, en Tanzella-Nitti, G. y Strumia, A. (eds.), Interdisciplinary Encyclopedia of Religion and Science, www.inters.org.
[1] Francisco, Enc. Lumen Fidei (29-VI-2013), 27.
[2] J. Ratzinger, La fiesta de la fe, Desclée, Bilbao 1999, 25.
[3] San Agustín, De quantitate animae, 34, 77.
[4] Es en este sentido que Benedicto XVI habló de «la valentía para abrirse a la amplitud de la razón» (Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12-IX-2006).
[5] «Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza “se revela una razón tan superior que toda la racionalidad del pensamiento y de los ordenamientos humanos es, en comparación, un reflejo absolutamente insignificante” (…). Un primer camino, por lo tanto, que conduce al descubrimiento de Dios es contemplar la creación con ojos atentos» (Benedicto XVI, Audiencia, 14-XI-2012).
[6] En ese sentido, explica Santo Tomás de Aquino que para sacar el ser de la nada es necesaria una «potencia infinita» (cfr. Summa Theologica I, q. 45, 5, ad 3): una capacidad que no puede ser comunicada a ninguna criatura, precisamente porque –como podemos percibir en nuestra existencia misma– las criaturas son contingentes, es decir, podrían no haber sido nunca (Summa Theologica I, q. 104, 1)
[7] San Agustín, Sermón 68, 6.
[8] J. Ratzinger, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Encuentro, Barcelona 2007, 13.
[9] J. Ratzinger, Creación y pecado, Eunsa, Pamplona 2005, 37.
[10] Son muchos los científicos que así lo entienden; baste con mencionar a Einstein, que, desde una idea peculiar de Dios llegó a decir que «la ciencia sin la religión está coja; la religión sin la ciencia es ciega» (Pensieri, idee, opinioni [1934-1950], Newton Compton, Roma 1996, p. 29); y a Georges Lemaître, sacerdote y físico, que puso las bases de lo que más adelante se llamaría, al principio con ironía, y luego más seriamente, el Big Bang.
[11] Cfr. J. Ratzinger, La fiesta de la fe, 25-26: «Si, partiendo de la realidad, la personalidad no es posible o no existe, tampoco puede existir en ningún otro sitio. La libertad o es posible partiendo del fundamento de la realidad o bien no existe».
[12] Beato John Henry Newman, An Essay in Aid of a Grammar of Assent, Longmans Green and Co, Londres 1903, 389.
[13] Ibidem, 117.
[14] «L’amor che move il sole e l’altre stelle» (Dante, Commedia. Paradiso, XXXIII, 145).
[15] Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum Sententiarum, Prologus (citado en Catecismo de la Iglesia Católica, 293).
[16] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 184.
[17] San Agustín, Confesiones, X, 27, 38.
[18] G. K. Chesterton, Orthodoxy, New York, Dover 2012, 67.
[19] Benedicto XVI, Audiencia general, 14-XII-2011.
[20] J. Guitton, Le temps et l’éternité chez Plotin et saint Augustin, Aubier, Paris 1955, 176-177.
[21] Benedicto XVI, Audiencia general, 23-V-2012.
[22] Francisco, Laudato si’, 76.
[23] San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7 (citado en Catecismo de la Iglesia Católica, 294).
[24] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 347. Creación, milagro, adoración, agradecimiento… No es casual que estos motivos converjan en el misterio eucarístico: «La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración» (Francisco, Laudato si’, 236).
[25] Francisco, Laudato si’, 65; cfr. Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24-IV-2005).
La razón bajo sospecha. Panorama de las ideologías actuales
por Benigno Blanco
23 noviembre 2022 23:58
La razón bajo sospecha. Las ideologías actuales.
Colaboro desde hace algún tiempo en Nueva Revista, la publicación creada hace décadas bajo la influencia intelectual de Antonio Fontán y que ahora se edita desde UNIR La Universidad en Internet. El último número publicado en papel analiza, como tema central, la cultura woke; con colaboraciones que dan mucha luz sobre este fenómeno de trascendental actualidad, entre ellas un trabajo mío en el que analizo algunas claves que me parecen especialmente interesantes para entender nuestro mundo. Este trabajo lleva por título La razón bajo sospecha y lo podéis leer en el siguiente enlace:
https://www.nuevarevista.net/wp-content/uploads/2022/07/NR-181_Benigno-Blanco.pdf
En este artículo analizo las claves intelectuales de las ideologías modernas (género, cientificismo, transhumanismo, etc). Espero que os interese.
Nueva Revista es una publicación en papel y digital y una página web muy activa en las que se publican colaboraciones de gran interés y con carácter divulgativo sobre cuestiones de actualidad en materia de cultura, política, economía, literatura y filosofía. En ella se analizan las tendencias de fondo de nuestra época desde una óptica humanista, haciéndose eco de las tendencias del pensamiento de la comunidad universitaria del mundo hispano y europeo continental y anglosajón.
Cada número de la revista, con carácter cuatrimestral, analiza de forma singular un tema de actualidad con distintas colaboraciones que dan luces sobre el tema en cuestión; y además incorpora secciones habituales con reseñas de libros y artículos de profesores y expertos sobre las grandes cuestiones intelectuales de nuestra época.
Benigno Blanco
La crisis espiritual de Europa: Joseph Weiler
Joseph Weiler, Premio Ratzinger de Teología 2022, ha sido el ponente del Foro Omnes-CARF sobre La crisis espiritual de Europa. En un Aula Magna rebosante en el Edificio Masters de la Universidad de Navarra, en Madrid, el constitucionalista americano ha compartido las claves y reflexiones sobre el pensamiento europeo actual.
«Vemos las consecuencias de una sociedad llena de derechos pero sin responsabilidad personal»
El Aula Magna de la sede de la Universidad de Navarra en Madrid ha acogido el Foro Omnes-CARF sobre «La crisis espiritual de Europa». Un tema que ha suscitado una gran expectación traducida en el amplio público que se ha dado cita en este encuentro.
Alfonso Riobó, director de Omnes, ha abierto este Foro Omnes-CARF agradeciendo a ponentes y asistentes su presencia y destacando el nivel intelectual y humano del profesor Weiler que se convierte en el tercer galardonado con el Premio Ratzinger que acude a un Foro Omnes-CARF. Asimismo, el director de Omnes agradeció a los patrocinadores, el Banco Sabadell y la sección de Turismo Religioso y Peregrinaciones de Viajes el Corte Inglés su apoyo en este Foro como también al Máster de Cristianismo y Cultura de la Universidad de Navarra.
La catedrática María José Roca ha sido la encargada de moderar la sesión y presentar a Joseph Weiler. Roca ha señalado la defensa de «que sea posible en Europa una pluralidad de visiones dentro de un contexto de respeto a los derechos» que encarna el profesor Weiler quien representó a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el Caso Lautsi vs. Italia, que falló a favor de la libertad de la presencia de crucifijos en las escuelas públicas italianas.
La «trinidad europea»
Weiler ha comenzado su disertación destacando cómo «la crisis que vive Europa no es sólo política, defensiva o económica. Es una crisis, sobre todo de valores». En este ámbito, Weiler ha explicado los valores que, a su juicio, sustentan el pensamiento europeo y que ha denominado «la trinidad europea»: «el valor de la democracia, la defensa de los derechos humanos y el estado de derecho».
Estos tres principios son la base de los estados europeos, y son indispensables. No queremos vivir en una sociedad que no respeta esos valores, mantuvo Weiler, «pero tienen un problema, están vacíos, pueden ir en una dirección buena o en una dirección mala».
Weiler ha explicado esta vaciedad de los principios: la democracia es una tecnología de gobierno; está vacía, porque si hay una sociedad donde la mayor parte fueran personas malas, habría una democracia mala. «Al igual, los derechos fundamentales indispensables nos dan libertades, pero ¿qué hacemos con esa libertad? Según lo que hagamos se puede hacer bien o mal; por ejemplo, podemos hacer mucho mal protegidos por la libertad de expresión».
Por último, ha apuntado Weiler, lo mismo ocurre con el estado de derecho si las leyes que emana son injustas.
El vacío europeo
Ante esta realidad, Weiler ha defendido su postulado: el ser humano busca «dar un significado de nuestra vida que va más allá de nuestro interés personal».
Antes de la II Guerra Mundial, ha continuado el profesor, «este deseo humano se cubría con tres elementos: familia, Iglesia y patria. Tras la contienda, estos elementos desaparecen; y se entiende, si se tiene en cuenta la connotación con, y abuso por parte de, los regímenes fascistas. Europa se vuelve secular, las iglesias se vacían, desaparece la noción de patriotismo y la familia se desintegra. Todo ello da lugar a un vacío». De aquí deviene esa crisis espiritual de Europa: «sus valores, ‘la santa trinidad europea’ son indispensables, pero no colman la busca de significado de vida. Los valores del pasado: familia, iglesia y patria ya no existen. Se produce, pues un vacío espiritual».
Ciertamente no queremos regresar a una Europa fascista. Pero, tomando como ejemplo el patriotismo, en la versión fascista el individuo pertenece al Estado; en la versión democrático-republicana, el Estado pertenece al individuo.
Europa ¿cristiana?
El experto constitucionalista se ha preguntado en la conferencia si es posible una Europa no cristiana. Ante esta pregunta, ha continuado Weiler, podemos responder según como se defina la Europa cristiana. Si miramos «el arte, la arquitectura, la música, y también la cultura política, es imposible negar el profundo impacto que la tradición cristiana, han tenido en la cultura actual de Europa».
Pero la raíz cristiana no es la única que ha influido en la concepción de Europa: «en las raíces culturales de Europa hay también una influencia importante de Atenas. Europa culturalmente hablando es una síntesis entere Jerusalén y Atenas».
Weiler ha apuntado que junto a esto, es muy significativo que hace veinte años, «en la gran discusión sobre el preámbulo de la Constitución Europea, ésta empezaba con una cita de Pericles (Atenas) y hablaba sobre la razón iluminista y se rechazó la idea de incluir una mención a las raíces cristianas». Aunque este rechazo no cambia la realidad, demuestra la actitud con la que la clase política europea aborda este tema de las raíces cristianas de Europa.
Otra posible definición de Europa cristiana sería si hubiera «al menos una masa crítica que sean cristianos practicantes. Si no tenemos esta mayoría es difícil hablar de Europa cristiana. «Es una Europa con un pasado cristiano», ha destacado el jurista. «En la actualidad nos encontramos en una sociedad postConstantino. Ahora», ha afirmado Weiler, «la Iglesia (y los creyentes: la minoría creativa) deben buscar otra manera de influir en la sociedad».
Alfonso Riobó, Joseph Weiler y María José Roca. ©Rafael Martín
Los tres peligros de la crisis espiritual de Europa
Joseph Weiler ha apuntado tres puntos clave en esta crisis espiritual de Europa: la idea de que la fe es algo relativo al ámbito privado, una falsa concepción de la neutralidad que es, en realidad, una opción por la laicidad, y la concepción del individuo como sujeto únicamente de derechos y no de deberes:
1. Considerar la fe como algo privado.
Weiler ha expuesto, con clarividencia cómo los europeos somos «hijos de la Revolución francesa y veo muchos colegas cristianos que han asumido esta idea de que la religión es algo privado. Personas que bendicen la mesa pero que no lo hacen con sus colegas de trabajo por esta idea de que es algo privado».
En este punto, Weiler ha recordado las palabras del profeta Miqueas: «Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios» (Miqueas 6, 8) y ha apuntado que «no dice camina en secreto, sino humildemente. No es lo mismo caminar humildemente que caminar a escondidas. En la sociedad postconstantiniana, me pregunto si es una buena política esconder la fe, porque hay un deber de testimonio».
2. La falsa concepción de la neutralidad
En este punto, Weiler ha señalado esta otra «herencia de la Revolución francesa». Weiler ha ilustrado este peligro poniendo como ejemplo el ámbito de la educación. Un punto en el que, «americanos y franceses están en la misma cama. Piensan que el estado tiene la obligación de ser neutral, es decir no puede mostrar una preferencia a una u otra religión. Y eso lleva a pensar que la escuela pública debe ser laica, secular, porque si es religiosa sería una violación de la neutralidad.
¿Qué significa esto? Que familia laica, que quiere una educación laica para sus hijos puede enviar a sus hijos a la escuela pública, financiada por el estado pero una familia católica que quiere una educación católica debe pagar porque es privada. Es una falsa concepción de la neutralidad, porque opta por una opción: la laica.
Se puede demostrar con el ejemplo de Países Bajos y Gran Bretaña. Estas naciones han entendido que la ruptura social de ahora no se da entre protestantes y católicos, por ejemplo, sino entre religiosos y no religiosos. Los estados financian escuelas laicas, escuelas católicas, escuelas protestantes, escuelas judías, escuelas musulmanas… porque financiar sólo escuelas seculares es mostrar una preferencia por la opción secular».
«Dios nos pide caminar humildemente, no caminar a escondidas», Joseph Weiler, Premio Ratzinger 2022.
3. Derechos sin deberes
La última parte de la conferencia del profesor Weiler se detiene en lo que él denomina como «una consecuencia evidente de la secularización de Europa: la nueva fe son la conquista de derechos».
Aunque, como ha defendido, si el derecho pone al hombre en el centro es bueno. El problema es que nadie habla de deberes y poco a poco, se «convierte a este individuo en un individuo autocentrado. Todo empieza y termina en mí mismo, lleno de derechos y sin responsabilidades».
Ha explicado: «No juzgo a una persona según su religión. Conozco a personas religiosas que creen en Dios y que son, al mismo tiempo, horribles seres humanos. Conozco a ateos que son nobles. Pero como sociedad algo ha desaparecido cuando se ha perdido una poderosa voz religiosa».
Pero «en la Europa no secularizada», ha explicado Weiler, «cada domingo había una voz, en todos lados, que hablaba de deberes y era una voz legítima e importante. Esta era la voz de la Iglesia. Ahora ningún político de Europa podría repetir el famoso discurso de Kennedy. Podremos ver las consecuencias espirituales de una sociedad que está llena de derechos pero no hay deberes, ni responsabilidad personal».
Recuperar el sentido de responsabilidad
Ante la preguntas sobre qué valores debería recuperar la sociedad europea para evitar este colapso, Weiler ha apelado, en primer lugar a «la responsabilidad personal, sin ella las implicaciones son muy importantes». Weiler ha defendido los valores cristianos en la creación de la Unión Europea: «posiblemente más importante que el mercado, en la creación de la Unión Europea fue la paz».
Weiler ha defendido que «de una parte fue una decisión política y estratégica muy sabia, pero no sólo eso. Los padres fundadores: Jean Monet, Schumman, Adenauer, De Gasperi… católicos convencidos, hicieron un acto que mostraba la fe en el perdón y en la redención. Sin estos sentimientos, ¿pensáis que cinco años después de la Segunda Guerra Mundial se hubieran dado la mano franceses y alemanes?, ¿de dónde han venido estos sentimientos y este convencimiento en la redención y el perdón si no es de la tradición cristiana católica? Es el éxito más importante de la Unión Europea».
Joseph Weiler
Norteamericano de origen judío, nació en Johannesburgo en 1951 y ha vivido en diversos lugares de Israel así como en Gran Bretaña, donde estudió en las universidades de Sussex y Cambridge. Posteriormente se trasladó a los Estados Unidos donde ha ejercido como profesor en la Universidad de Michigan, luego en la Harvard Law School, y en la Universidad de Nueva York.
Weiler es un renombrado experto en Derecho de la Unión Europea. De religión judía, Joseph Weiler, casado y padre de cinco hijos, es miembro de la American Academy of Arts and Sciences y, en nuestro país, ha recibido el doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra y por CEU San Pablo.
Representó a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el Caso Lautsi vs. Italia, en el que su defensa de la presencia de los crucifijos en lugares públicos reviste un particular interés por la clarividencia de sus argumentos, la facilidad de sus analogías, y sobre todo, por el nivel de los razonamientos presentados ante en Tribunal, afirmando, por ejemplo, que «el mensaje de tolerancia hacia los otros no debe traducirse en un mensaje de intolerancia hacia la propia identidad».
En su argumentación Weiler puso además de manifiesto la importancia de un equilibrio real entre las libertades individuales, propias de las naciones europeas, tradicionalmente cristianas que «demuestra a los países que creen que la democracia les obligaría a despojarse de su identidad religiosa que eso no es cierto».
El próximo 1 de diciembre, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco entregará el Premio Ratzinger 2022 al Padre Michel Fédou y al Profesor Joseph Halevi Horowitz Weiler.
María José Atienza.
Ha concluido la catequesis del Papa sobre el sentido y el valor de la vejez (del 23 de marzo al 24 agosto de 2022). Quiso «animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que ella trae consigo y para las otras edades de la vida» (23-III-2022); pues, en efecto, la ancianidad es un don y bendición divinos*.
Los ancianos, maestros de sabiduría
Francisco señaló que en la cultura dominante, «los ancianos son poco valorados, en su calidad espiritual, su sentido comunitario, su madurez y sabiduría». Y esto, a los ojos del Papa, implica un «vacío de pensamiento, imaginación, creatividad» (Ibid.). Insistió en que sin el diálogo entre generaciones tenemos «una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, sino que se mira a sí misma» (2-II-2022).
A los ancianos les dijo: «Tenéis la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que vivimos y en la que continúa esa forma de vida del relativismo, totalmente relativa, como si todo fuera lícito. Adelante. El mundo precisa, necesita jóvenes fuertes, que salgan adelante, y viejos sabios» (Ibid.).
A los demás, les recordó su deber de proteger a los ancianos y de educar en el cuidado de la ancianidad. A propósito del cuarto mandamiento Honrar Padre y Madre, señaló: «El honor falta cuando el exceso de confianza, en vez de manifestarse como delicadeza y cariño, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada, como si fuera una falta. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en ocasión para la burla y la agresión» (23-II-2022).
La fe vivida, herencia de la ancianidad
Con el ejemplo del viejo Eleazar (cf. 2 M, 18 ss.) indicó que «la práctica de la fe no es el símbolo de nuestra debilidad, sino el signo de su fortaleza» (Audiencia general, 4-V-2022.). Y por eso: «Demostraremos, con toda humildad y firmeza, precisamente en nuestra vejez, que creer no es algo ‘para viejos’, sino algo vital. Creer en el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas, y con mucho gusto nos ayudará» (Ibid.). La fe vivida es herencia de la ancianidad.
«Los ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los que viven otras edades de la vida que todos necesitamos abandonarnos en el Señor, para invocar su ayuda. En ese sentido, todos tenemos que aprender de la vejez: sí, hay un don en ser viejo entendido como abandonarse al cuidado de los demás, comenzando por el mismo Dios (Ibid). De ahí surge un “magisterio de la fragilidad”: no esconder las debilidades de la vejez es una lección de los ancianos para todos».
En el evangelio de san Juan, Nicodemo le pregunta a Jesús: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? (Jn 3,4). Y Jesús le explica que la vejez es oportunidad para renacer espiritualmente y aportar un mensaje de futuro, misericordia y sabiduría (cf. Audiencia general, 8-VI-2022).
Hoy, dice el Papa, «la vejez es un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de la supervivencia biológica y robótica, pero, sobre todo, porque se abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios» (Ibid.).
Y así enseña: «Los viejos son los mensajeros del futuro, los viejos son los mensajeros de la ternura, los viejos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida» (Ibid.).
Francisco habló del papel de los médicos y agentes sanitarios en esta responsabilidad compartida entre las familias de los ancianos y el sistema de salud de una sociedad, y afirmó: «Toda la medicina tiene un papel especial en la sociedad como testigo del honor que se debe a la persona anciana y a cada persona humana».
Aceptación de los límites y espíritu de servicio
A partir del relato de la sanación de la suegra de Simón (cf. Mc 1, 29-31), considera Francisco: «Cuando eres anciano, ya no mandas sobre tu cuerpo. Es necesario aprender a aceptar los propios límites, lo que ya no podemos hacer» (cf. Audiencia general, 15-VI-2022). (“También yo tengo que ir ahora con bastón”).
La suegra de Pedro “se levantó y se puso a servirles”. Dice el Papa: «Los ancianos que conservan la disposición para la sanación, el consuelo, la intercesión por sus hermanos y hermanas —sean discípulos, sean centuriones, personas perturbadas por espíritus malignos, personas descartadas…—, son quizá el testimonio más elevado de pureza de esa gratitud que acompaña la fe. Todo ello, observa, no es exclusivo de las mujeres. Pero las mujeres pueden enseñar a los hombres sobre la gratitud y la ternura de la fe, que a veces a ellos les cuesta más comprender».
Tiempo del testimonio de la Vida que no muere
En el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al final del evangelio de Juan (21, 15-23, cf. Audiencia general 22-VI-2022), Francisco encuentra también fundamento para aconsejar a los ancianos.
«Debes ser testigo de Jesús incluso en la debilidad, en la enfermedad y en la muerte. Más aún, el Señor nos habla siempre según la edad que tengamos. Y nuestro seguimiento deberá aprender a dejarse instruir y moldear por nuestra propia fragilidad, nuestra impotencia, la dependencia de los demás, incluso en el vestir, en el andar».
La vida espiritual (por la oración y los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la confesión de los pecados) es la que nos da esa fortaleza y sabiduría para saber despedirse con una sonrisa: «una despedida alegre: he vivido mi vida, he conservado mi fe». A los demás, especialmente a los jóvenes, corresponde ayudar a los mayores a vivir y expresar esa sabiduría, y saber recibir recibirla.
En esa misma línea, ya cerca del final de las catequesis, el Papa invita a releer la despedida de Jesús (cf. Jn 14): “Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (14,3). Afirma el sucesor de Pedro: «El tiempo de la vida en la tierra es la gracia de ese paso. La presunción de detener el tiempo –querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto– no sólo es imposible, es delirante» (cf. Audiencia general, 10-VIII-2022).
Aquí abajo la vida es iniciación, imperfección camino de la vida más plena. Y aprovecha Francisco para decir que, a nuestra predicación, donde abunda la bienaventuranza, la luz y el amor, «quizá le falta un poco de vida».
El “anciano de cabellos blancos” y María
En conexión con esto se sitúa la original catequesis del Papa sobre el “anciano de cabellos blancos” que aparece en el libro de Daniel (7, 9; cf. Audiencia general, 17-VIII-2022). Así se suele representar a Dios Padre. Pero esto –observa Francisco– “no es un símbolo tonto” que habría que desmitificar. Es símbolo de una existencia eterna, de la eternidad de Dios, siempre antigua y siempre nueva, con su fuerza y su cercanía; «porque Dios siempre nos sorprende con su novedad, siempre sale a nuestro encuentro, cada día de manera especial, para ese momento, para nosotros».
Francisco puso el broche de oro a sus catequesis sobre la vejez contemplando el misterio de la asunción de la Virgen (cf. Audiencia general, 24-VIII-2022). En Occidente –recordaba– la contemplamos elevada a lo alto, envuelta en luz gloriosa; en Oriente se la representa acostada, dormida, rodeada de los Apóstoles en oración, mientras el Resucitado la lleva en sus manos como a una niña. El Papa indica que debería subrayarse la conexión de la Asunción de la Virgen con la Resurrección del Señor, a la que está vinculada la nuestra, cuando resucitaremos con él al final de los tiempos.
María nos antecede en su asunción al cielo, también como figura de la Iglesia, que eso será al final: la extensión del cuerpo resucitado de Cristo, hecha familia. Jesús habla de eso –de la vida plena que nos espera en el Reino de los cielos– con diversas imágenes: el banquete de bodas, la fiesta con los amigos, la rica cosecha, el fruto que viene, no sin dolor. De todo ello y para el bien de los demás –propone el Francisco incluyéndose en el grupo– «hemos de ser los ancianos semilla, luz, y también inquietud; de esa plenitud de vida que nos espera».
Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología Pastoral de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
«Antes de formarte en el vientre, te elegí», Temesgen (Etiopía)
Temesgen es un sacerdote de Etiopía que estudia en Roma, en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, gracias a una beca de CARF. Se forma en Teología Bíblica porque en su Vicariato no hay ningún presbítero formado en esta materia. Nos cuenta su testimonio.
Temesgen, un sacerdote de Etiopía en Roma
Temesgen Bekele Wecho es un sacerdote del Vicariato de Hosanna, en Etiopía. Nació en Hobchaka en 1987 y se encuentra en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, estudiando la licenciatura en Teología Bíblica, gracias a una beca de la Fundación CARF – Centro Académico Romano Fundación.
Es un gran reto, pues actualmente es el único estudiante de su país en la Universidad de la Santa Cruz y, además, está cursando un ciclo de estudios muy difícil, pues la Licenciatura en Teología Bíblica necesita, antes de los dos años canónicos, un año “integrativo” para emprender y profundizar el estudio de los dos idiomas bíblicos principales, que son el griego antiguo y el hebreo.
Sin embargo, el padre Temesgen lo tiene claro y la Palabra de Dios, en la Biblia, a través del profeta Jeremías, está grabada en su corazón.
“El plan de Dios para mí”
Desde que era pequeño –nos cuenta– Dios tenía un plan para mí y lo hizo posible para que llegara al altar del Señor a servir como sacerdote.
No fue tan fácil, pues nací en la zona más remota de Etiopía, en el sur del país, una región llamada Durame (Hobichaka). Tengo seis hermanas y dos hermanos. Mi padre, mi madre y todos mis hermanos y hermanas están vivos y todos son fieles cristianos católicos. Sorprendentemente, yo soy el primer niño nacido después de seis niñas.
Mi familia no tiene muchos recursos, ya que sobrevive con la agricultura de subsistencia. Y fue allí, el lugar donde comienza la historia de mi vocación. Cuando era niño el deseo de ser sacerdote crecía en mí, especialmente cuando los sacerdotes celebraban la misa.
“Antes de formarte en el vientre, te elegí”
A media que cumplía años, el deseo era cada vez más fuerte y siempre esperaba que este sueño se hiciera realidad, siguiendo las palabras del profeta Jeremías que dice: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré; te constituí profeta de las naciones” (Jeremías 1, 5).
Confiaba en Dios y admiraba el gran trabajo y la gran obra que hacía la Iglesia Católica de Etiopía y en mi diócesis, el Vicariato de Hosanna, y en todo el país, por ejemplo, contribuyendo en la educación y construyendo escuelas. También está comprometida con en el sector de la salud, ayudando a los débiles y a los pobres.
Yo también quería ser parte de aquella obra que crecía ante mis ojos y gracias a Dios fue así, ya que, después de formarme en mi país para ser sacerdote, fui ordenado el 15 de marzo de 2016. Así, se convirtió Temesgen en una sacerdote de Etiopía.
Temesgen Bekele Wecho, en la imagen con sus padres, nació en una de las zonas más remotas de Etiopía, en el sur del país, una región llamada Durame (Hobichaka). «Tengo seis hermanas y dos hermanos. Mi padre, mi madre y todos mis hermanos y hermanas están vivos y todos son fieles cristianos católicos. Sorprendentemente, yo soy el primer niño nacido después de seis niñas», relata.
Su familia no tiene muchos recursos, ya que sobrevive con la agricultura de subsistencia, el lugar donde comenzó la historia de mi vocación. «Cuando era niño, el deseo de ser sacerdote crecía en mí, especialmente cuando los sacerdotes celebraban la misa y cuando veía la gran labor de la Iglesia Católica en mi país», afirma.
Una tarea muy difícil
Desde que fui ordenado, sabía que el trabajo que me esperaba en mi diócesis no iba a ser tan fácil. Pertenezco, pues, a la Iglesia Católica de Etiopía, que es una realidad dinámica, pero es una minoría en el país, donde la mayoría de los cristianos pertenece a la Iglesia Ortodoxa Etíope.
Además, la misma Iglesia católica tiene, en mi país, dos ritos específicos: el latino y el ge’ez (rito etíope). Los que seguimos el rito latino dependemos directamente de la Santa Sede.
“Mi vicariato sigue el rito latino”
El Vicariato Apostólico de Hosanna sigue el rito latino y está exento de misión, es decir, sometido directamente a la Santa Sede, a través de la Congregación de la evangelización de los pueblos, no formando parte de ninguna conferencia eclesiástica local, y se encuentra en la parte sur de Etiopía, a 235 km de la capital, Addis Abeba.
Es el vicariato más joven, erigido el 20 de enero de 2010. Los cristianos católicos somos más de ciento veinte mil y su excelencia el obispo Seyoum Fransua es vicario apostólico.
Cuarenta sacerdotes
Como ven, es una realidad particular y compleja y hoy en día cuenta con más de cuarenta sacerdotes y un diácono permanente. Sin embargo, entre todos estos sacerdotes, sólo cuatro de ellos tienen licenciaturas en distintas facultades, ya que mi Vicariato es el más joven y el más pobre. Uno de ellos es Temesgen sacerdote de Etiopía.
Necesita, por tanto más apoyo en diferentes áreas y tareas, sobre todo, para que los sacerdotes puedan ejercer su tarea de cuidar del pueblo de Dios, deben de ser bien formados en varios campos de la educación, especialmente en los estudios eclesiásticos.
«Admiraba el gran trabajo que hacía la Iglesia Católica en Etiopía por ejemplo, contribuyendo en la educación, construyendo escuelas y ayudando a los más pobres. Yo también quería ser parte de aquella obra que crecía ante mis ojos y gracias a Dios fue así, ya que, después de formarme en mi país para ser sacerdote, fui ordenado el 15 de marzo de 2016».
Los estudios en Roma
Y ahora estoy aquí, en Roma, precisamente porque soy uno de aquellos sacerdotes que necesitan formación para seguir estudiando y ejerciendo su obra con el pueblo de Dios.
Gracias a una beca de la Fundación CARF, Centro Académico Romano Fundación, estoy estudiando Teología Bíblica en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y viviendo en una realidad tan bonita como es el Colegio Sacerdotal Tiberino, donde puedo compartir con otros sacerdotes de todo el mundo la catolicidad de la Iglesia y la vida entre hermanos en la fe y en el ministerio.
El motivo por el que estoy estudiando Teología Bíblica es que en mi Vicariato no hay nadie que tenga este tipo de formación y además también es mi interés poder contribuir a la vida y misión de la Iglesia en mi Vicariato una vez que termine los estudios, ayudando a formar a otros sacerdotes como yo.
Agradecimientos sinceros a los benefactores
En un principio la vida aquí no ha sido fácil, debido al choque con el idioma y la cultura, pero he estudiado mucho y trabajado muy duro, así que ya me estoy familiarizando, cada día más feliz de estar aquí y disfrutar de mis estudios.
Les agradezco muchísimo a mis benefactores de CARF, Centro Académico Romano Fundación, que me hayan dado esta oportunidad. El Vicariato y mi familia son tan pobres que no tienen capacidad financiera para pagar mis estudios. Así que se lo debo a vosotros, el hecho de estar aquí, y la Iglesia de Etiopía también os lo agradece enormemente.
Ni siquiera tengo palabras adecuadas para mostrar mi sincero agradecimiento. Sólo quiero asegurarles que rezo por ustedes. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias en todos vuestros esfuerzos.
Gerardo Ferrara
Diginidad humana y defensa de la familia
La familia originada en el matrimonio está sometida a un ataque feroz. Intereses ideológicos, políticos, económicos, etc., confluyen en esa agresiva persecución. Es un hecho, tristemente constatable, que existen hoy gran cantidad de focos que ponen al matrimonio y a la familia en crisis. La miopía sobre qué es el hombre desenfoca la recta actuación de la persona que ya no sabe qué es bueno y qué es malo.
Entre esos diversos focos que provocan la actual crisis en la familia podríamos destacar: la difusión de un erróneo concepto de libertad desligada de la verdad del ser humano; la trivialización del sexo desvinculándolo de la dignidad humana que expresa; la visión del matrimonio como un formalismo convencional o una tradición superada (o a superar) porque condiciona la libertad; percibir la familia cristiana como un modelo impuesto por condicionantes históricos y culturales sin fundamento en la naturaleza humana, etc.
Si a esto añadimos las posibilidades técnicas de disociación entre matrimonio y descendencia que desdibujan la verdadera naturaleza de la procreación tendremos un panorama que da explicación al aberrante y furioso ataque a la familia, tal como la ha diseñado el Creador desde que puso al hombre –varón y hembra– en el Paraíso formando la primera familia del mundo.
Ante esto, la mayor parte del mundo no ha movido un músculo, han quedado impertérritos. Pero ¿cómo se han llegado a estas aberraciones sin que haya una rebelión masiva? Una vez más para explicar las funestas consecuencias del pecado hay que volver la kirada al pecado de origen. La causa está en la primera desobediencia, en aquella libre decisión de elegir el consejo de una criatura en vez de seguir el mandato amoroso del Creador. Con ello quedó herida nuestra naturaleza. Desde entonces tenemos la inteligencia oscurecida para alcanzar la verdad fácilmente y la voluntad debilitada enormemente para hacer lo bueno.
Esta debilidad para conocer la verdad y para hacer el bien movió a la misericordia de Dios a revelarnos cosas que pudiendo nosotros alcanzar solos sería un sendero arduo. De ahí que Dios no sólo haya querido revelarnos verdades que superan el alcance de la razón (p.e el misterio trinitario), sino otras que –como ésta– el hombre podría llegar por sí mismo con esfuerzo: los Mandamientos. Así, fiándose de Dios, todos los hombres pueden llegar a conocer estas verdades fundamentales con certeza y sin mezcla de error. Por eso, cuando el hombre da la espalda a Dios queda debilitado y confundido porque “sin el Creador la criatura se diluye”[1].
Alertaba Benedicto XVI de esa crítica falsa e injusta al cristianismo acentuada a partir de la Ilustración, de valorar los Mandamientos de la Ley de Dios de manera negativa; no es un reglamento de prohibiciones sino una defensa divina del hombre de su enemigo: él mismos. Esa visión absolutamente negativa, venenosa[2], como la expuso Friedrich Nietzsche, es fuente subterránea de algunos males que afloran ahora contra la familia.
Los mandamientos de la Ley de Dios están en la entraña del hombre pero le era costoso verlos con nitidez y Dios se los revela a Moisés y Cristo los subraya en el Evangelio. ¿Qué misión tiene el Decálogo para la humanidad? Defender la dignidad de su naturaleza de cualquier tipo de vulneración. Los mandamientos del Decálogo expresan en fórmulas breves y sintéticas el deber de no lesionar la dignidad de la persona en ninguna de sus formas posibles. Desde esta perspectiva personal se capta la sublimidad del amor divino por la criatura que el Decálogo expone.
Así, en los tres primeros mandamientos se ordena la recta relación con Dios. Se manifiesta que la persona que no tiene adecuada relación su Creador es una persona dañada en su propia dignidad personal. Se garantiza esta relacion prohibiendo todo intento de manipulación por medio de palabras: blasfemias, magias, etc. Ordena esa relación en el ámbito de la vida de la persona en el mundo.
Los siete restantes prohíben vulnerar la persona a través de su condición “tradicional”, ya sea natural, cultural, etc.; defiende a la persona frente a la amenaza del daño que se le puede hacer a través de la condición corporal que ofrece su naturaleza; cuida que su dignidad personal no sea lesionada en su condición sexual, exponente de su singularidad corporal; defiende todo lo que se refiere también a la condición material de la persona en cuanto que necesita cosas del mundo para poder vivir y protege la dimensión más personal del hombre en su condición mundana, cual es la de relacionarse con sus iguales: veracidad, honor, fama, sinceridad, la fidelidad, etc., donde no pueden caber las discriminaciones.
Otro aspecto esencial que emboca en estos errores es el desenfoque del hombre como unidad sustancial; la dicotomía cartesiana en res extensa y res cogitans impide adentrarse en la realidad de la naturaleza humana tal y como Dios la ha creado. La familia originada en el matrimonio se fundamenta en un compromiso de amor. Se hace preciso subrayar antes el compromiso que dará origen al vínculo matrimonial que al amor aunque éste sea el “detonante” que hay que cultivar con esfuerzo toda la vida para que se convierta en “pólvora mojada”. Entre el amor y lo divino existe una cierta relación en la que se trasciende lo efímero; se promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Es un privilegio humano el de amar tan grande que supera al mismo hombre evitando, si quiere, el dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia[3]. Esto no es rechazar el amor humano, ni envenenarlo sino “sanearlo para que alcance su verdadera grandeza” [4].
Será imposible captar la grandeza del amor si no se entiende la constitución del ser humano como un compuesto de unidad sustancial de cuerpo y alma. “El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima”[5], pero “si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza”[6].
Pedro Beteta
[1] Gaudium et Spes, n. 36
[2] Cfr. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 3
[3] Cfr. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 5
[4] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 5
[5] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 5
[6] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 5
El fundamento antropológico de la familia, según Benedicto XVI
Discurso un congreso de la diócesis de Roma
ROMA, miércoles, 8 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la segunda parte del discurso que dirigió este lunes el Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Juan de Letrán al presidir la apertura del Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre «Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe».
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Matrimonio y familia en la historia de la salvación
La verdad del matrimonio y de la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, ha encontrado aplicación en la historia de la salvación, en cuyo centro está la palabra: «Dios ama a su pueblo». La revelación bíblica, de hecho, es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres: por este motivo, la historia del amor y de la unión de un hombre y de una mujer en la alianza del matrimonio ha podido ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación. El hecho inefable, el misterio del amor de Dios por los hombres, toma su forma lingüística del vocabulario del matrimonio y de la familia, en positivo y en negativo: el acercamiento de Dios a su pueblo es presentado con el lenguaje del amor conyugal, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, es designada como adulterio y prostitución.
En el Nuevo Testamento, Dios radicaliza su amor hasta convertirse Él mismo, por su Hijo, en carne de nuestra carne, auténtico hombre. De este modo, la unión de Dios con el hombre ha asumido su forma suprema, irreversible y definitiva. Y de este modo se traza también para el amor humano su forma definitiva, ese «sí» recíproco que no se puede revocar: no enajena al hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia para volverle a colocar en la verdad de la creación. El carácter sacramental que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación ha sido elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se superpone desde fuera a la naturaleza del hombre, no la violenta, sino que la libera y la restaura, al elevarla más allá de sus propias fronteras. Y así como la encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así también el amor humano auténtico es entrega de sí mismo, no puede existir si evita la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, este lazo profundo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios y el amor humano, es confirmado también por algunas tendencias y desarrollos negativos, cuyo peso experimentamos todos. El envilecimiento del amor humano, la supresión de la auténtica capacidad de amar se presenta en nuestro tiempo como el arma más eficaz para que el hombre aplaste a Dios, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre. Ahora bien, la voluntad de «liberar» la naturaleza de Dios lleva a perder de vista la realidad misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de funciones, de las que se puede disponer según sus propios gustos para construir un presunto mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; por el contrario, se destruye el designio del Creador y al mismo tiempo la verdad de nuestra naturaleza.
Los hijos
También en la procreación de los hijos el matrimonio refleja su modelo divino, el amor de Dios por el hombre. En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como sucede con el cuerpo y con el amor, no se circunscriben al aspecto biológico: la vida sólo se da totalmente cuando con el nacimiento se ofrecen también el amor y el sentido que hacen posible decir sí a esta vida. Precisamente por esto queda claro hasta qué punto es contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, el cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.
Ahora bien, ningún hombre y ninguna mujer, por sí solos y sólo con sus propias fuerzas, pueden dar adecuadamente a los hijos el amor y el sentido de la vida. Para poder decir a alguien: «tu vida es buena, aunque no conozca tu futuro», se necesitan una autoridad y una credibilidad superiores, que el individuo no puede darse por sí solo. El cristiano sabe que esta autoridad es conferida a esa familia más amplia que Dios, a través de su Hijo, Jesucristo, y del don del Espíritu Santo, ha creado en la historia de los hombres, es decir, a la Iglesia. Reconoce la acción de ese amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos el futuro. Por este motivo, la edificación de cada una de las familias cristianas se enmarca en el contexto de la gran familia de la Iglesia, que la apoya y la acompaña, y garantiza que hay un sentido y que en su futuro se dará el «sí» del Creador. Y recíprocamente la Iglesia es edificada por las familias, «pequeñas Iglesias domésticas», como las ha llamado el Concilio Vaticano II («Lumen gentium», 11; «Apostolicam actuositatem», 11), redescubriendo una antigua expresión patrística (san Juan Crisóstomo, «In Genesim serm.» VI,2; VII,1). En este sentido, la «Familiaris consortio» afirma que «el matrimonio cristiano… constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia» (n. 15).
La familia y la Iglesia
De todo esto se deriva una consecuencia evidente: la familia y la Iglesia, en concreto las parroquias y las demás formas de comunidad eclesial, están llamadas a la más íntima colaboración en esa tarea fundamental que está constituida, inseparablemente, por la formación de la persona y la transmisión de la fe. Sabemos bien que para que tenga lugar una auténtica obra educativa no basta una teoría justa o una doctrina que comunicar. Se necesita algo mucho más grande y humano, esa cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio ante todo en la comunidad familiar, y después en una parroquia o movimiento o asociación eclesial, en los que se encuentran personas que prestan atención a los hermanos, en particular, a los niños y jóvenes, así como a los adultos, los ancianos, los enfermos, las mismas familias, porque, en Cristo, les aman. El gran patrón de los educadores, san Juan Bosco, recordaba a sus hijos espirituales que «la educación es cosa de corazón y que sólo Dios es su dueño» («Epistolario», 4,209).
La figura del testigo es central en la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado: se convierte en punto de referencia precisamente en la medida en que sabe dar razón de la esperanza que fundamenta su vida (Cf. 1 Pedro 3,15), en la medida en que está involucrado personalmente con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no se señala a sí mismo, sino que señala hacia algo, o mejor, hacia Alguien más grande que él, con el que se ha encontrado y de quien ha experimentado una bondad confiable. De este modo, todo educador y testigo encuentra su modelo insuperable en Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba tal y como el Padre le había enseñado (Cf. Juan 8, 28).
Este es el motivo por el que en el fundamento de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del Padre. Y lo mismo se puede decir de todo nuestro compromiso misionero, en particular, de nuestra pastoral familiar: que la Familia de Nazaret sea, por tanto, para nuestras familias y comunidades objeto de constante y confiada oración, así como modelo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, y especialmente vosotros, queridos sacerdotes: soy consciente de la generosidad y la entrega con la que servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano por la formación en la fe de las nuevas generaciones, en íntima unión con los sacramentos de la iniciación cristiana, así como también por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias en su camino, que con frecuencia no es fácil, en particular en la gran tarea de la educación de los hijos, es el camino fundamental para regenerar siempre de nuevo a la Iglesia y también para vivificar el tejido social de nuestra amada ciudad de Roma.
La amenaza del relativismo
Seguid, por tanto, sin dejaros desalentar por las dificultades que encontráis. La relación educativa es, por su misma naturaleza, algo delicado: implica la libertad del otro que, aunque sea con dulzura, de todos modos es provocada a tomar una decisión. Ni los padres, ni los sacerdotes, ni los catequistas, ni los demás educadores pueden sustituir a la libertad del niño, del muchacho, o del joven al que se dirigen. Y la propuesta cristiana interpela especialmente a fondo la libertad, llamándola a la fe y a la conversión. Un obstáculo particularmente insidioso en la obra educativa es hoy la masiva presencia en nuestra sociedad y cultura de ese relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, sólo tiene como medida última el propio yo con sus gustos y que, con la apariencia de la libertad, se convierte para cada quien en una prisión, pues separa de los demás, haciendo que cada quien se encuentre encerrado dentro de su propio «yo». En un horizonte relativista así no es posible, por tanto, una auténtica educación: sin la luz de la verdad antes o después toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso para construir con los demás algo en común.
Está claro, por tanto, que no sólo tenemos que tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de personas, sino que estamos también llamados a enfrentarnos a su predominio destructivo en la sociedad y en la cultura. Por ello, es muy importante que, junto a la palabra de la Iglesia, se dé el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, en particular para reafirmar la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural, el valor único e insustituible de la familia fundada sobre el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común. Por este compromiso vuestro también os doy las gracias de corazón.
Sacerdocio y vida consagrada
El último mensaje que quisiera dejaros afecta a la atención por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: ¡todos sabemos la necesidad que tiene la Iglesia! Para que nazcan y maduren estas vocaciones, para que las personas llamadas se mantengan siempre dignas de su vocación, es decisiva ante todo la oración, que no debe faltar nunca en cada una de las familias y en la comunidad cristiana. Pero también es fundamental el testimonio de vida de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, la alegría que expresan por haber sido llamados por el Señor. Y es asimismo esencial el ejemplo que reciben los hijos dentro de su propia familia y la convicción en las familias de que la vocación de los hijos es también para ellas un gran don del Señor. La opción por la virginidad por amor de Dios y de los hermanos, que es exigida para el sacerdocio y la vida consagrada, está acompañada por la valoración del matrimonio cristiano: la una y la otra, con dos formas diferentes y complementarias, hacen en cierto sentido visible el misterio de la alianza entre Dios y su pueblo.
Queridos hermanos y hermanas, os confío estas reflexiones como contribución a vuestro trabajo en las noches del Congreso y después durante el próximo año pastoral. Le pido al Señor que os dé valentía y entusiasmo para que nuestra Iglesia de Roma, cada parroquia, cada comunidad religiosa, asociación o movimiento participe intensamente en la alegría y el esfuerzo de la misión y de este modo cada familia y toda la comunidad cristiana redescubra en el amor del Señor la clave que abre la puerta de los corazones y que hace posible una auténtica educación en la fe y en la formación de las personas. Mi afecto y mi bendición os acompañan hoy y en el futuro.
30.000 personas sin hogar en España
Alrededor de 30.000 personas en España viven en la calle, alternando cada noche cajeros y portales con albergues temporales. Se encuentran “Fuera de Cobertura”, subrayaba el lema de la Red Faciam, de la que forma parte Cáritas, en la celebración del Día de las Personas Sin Hogar. Los recientes datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística han hecho saltar todas las alarmas. En solo diez años, la cifra ha aumentado un 25%.
Los perfiles muestran que no es necesario que concurran circunstancias extraordinarias para que una persona termine en esta situación. Hay prácticamente la misma proporción de españoles y extranjeros, y la pérdida del empleo es la principal causa de sinhogarismo, a lo que se añade la ruptura de la pareja o la imposibilidad de seguir haciendo frente a los gastos de una hipoteca o un alquiler. Las palizas y agresiones están a la orden del día, por si no fuera suficientemente dura ya la vida en la calle. De este modo se van sumando nuevos factores de exclusión que aumentan el deterioro de la persona.
Domingo Martínez Madrid
Por mucho que se diga que los estereotipos de género son meros constructos sociales, a la hora de demostrar que el género de un niño no concuerda con el sexo asignado al nacimiento se esgrimen estereotipos clásicos (juegos que le gustan, modos de vestir que le atraen, lenguaje….) que serían propios y exclusivos del otro sexo. En muchos sentidos, lo trans no pone en cuestión los constructos sociales sobre el género, sino que los refuerza.
Por eso en este punto entra en contradicción con el movimiento LGTB, que rechaza la idea de que determinadas conductas afeminadas sean propias de los gais, y de que las lesbianas sean unos marimachos. En cambio, para el movimiento trans esas conductas indican que son hombres o mujeres encerrados en un cuerpo equivocado.
La teoría de que todo lo que tiene que ver con el género no es más que un constructo social se abandona, en cambio, cuando se trata de explicar la actual proliferación de menores que se declaran trans. Se produce así una respuesta indignada frente a los expertos que aseguran que esta súbita epidemia depende mucho del contagio social, en una etapa vital en que los adolescentes son muy inseguros e influenciables. Según esta explicación, el efecto imitación estaría muy determinado por los contactos en las redes sociales, por la abundancia informativa en Internet sobre los transexuales y la presencia de personajes de este tipo en la ficción actual. Explicación que la ideología queer rechaza. Curiosamente, parece que la influencia social no contaría para nada en el caso de la identidad de género sentida.
Ante la dificultad de justificar incongruencias de este tipo, el movimiento trans prefiere zanjar la discusión calificando de transfobia cualquier objeción a sus postulados. Con una fobia no se discute, porque es irracional y solo merece desprecio y sanción. Al final, la despatologización de lo trans exige la creación de la transfobia como nueva patología.
Jesús Domingo Martínez
Nunca se cuestionó nuestro modelo constitucional
Felipe González, en sus primeros gobiernos, supo contar con ministros con una amplia formación. Sus equipos, más allá de cuestiones ideológicas, formaban parte de una élite profesional que supo modernizar la economía, las infraestructuras, las relaciones laborales y las relaciones de España con los países de nuestro entorno.
El tiempo fue provocando su decadencia política. Los ministros fueron cada vez menos cualificados. González se fue aislando de la sociedad. La falta de alternancia facilitó que se extendiera la corrupción y los socialistas acabaron recurriendo a la guerra sucia contra ETA. Pero en ese período nunca se cuestionó nuestro modelo constitucional. ¿Qué está pasando ahora con el PSOE en el poder?
JD Mez Madrid
Clericalismo católico y nacional-laicismo
Escrito por Andrés Ollero Tassara
Publicado: 07 Septiembre 2022
1.- Clericalismo, laicos y creyentes
Personalmente estoy muy agradecido por la formación que he ido recibiendo desde joven. Una de las cosas que me han enseñado es a aborrecer el clericalismo. Como católico, pienso que el clericalismo es un vicio tan lamentable como arraigado. El asunto es complicado porque, si en la teología católica se entiende que la Iglesia es un Cuerpo Místico del que Jesucristo es su cabeza, el clericalismo, en la medida en que reduce a la Iglesia a su jerarquía, al clero, genera una especie de cuerpo truncado. Sin duda es indispensable y positivo el papel de la jerarquía eclesiástica y del clero; puede conseguir que ese cuerpo mantenga vivo el corazón. Pero me temo que así no consigue que se convierta en semoviente; o sea, que ande. A la hora de la verdad, los que más tienen que hacer andar ese cuerpo son los laicos; me temo que en eso andamos mal, por ambas partes. Hay clérigos que no logran entender a los laicos y hay laicos ─quizás cada vez menos─ a los que al parecer, en el fondo, les encantaría ser clérigos. Es una situación un tanto rara. Curas que aspiran a mangonear en todo lo que haya alrededor. Esto, la verdad, fue más acusado en los años sesenta: el cura obrero, el cura líder sindical... Siempre que había algún asunto que organizar, al parecer lo tenía que organizar el cura. Por otra parte, algunos seglares parecen soñar con que les dejen ser semi-curas. Les encanta estar en el presbiterio e incluso acompañan al cura en sus oraciones cuando no toca... Una especie de nostalgia por parte del seglar.
Ese es un aspecto del problema. Por otra parte, yo me siento personalmente expropiado cuando, para ser laico parece que uno esté obligado a comportarse como si fuera no creyente. Esa identificación se ha dado en el ámbito cultural en Italia, donde hay que elegir entre ser católico o laico; algunos juegan a imponer en España lo mismo. En Italia, quizás por la presencia de la Santa Sede, la actividad pública de los católicos es muy visible; parecen mucho más inclinados a dar la cara que en España. En Italia ante ciertos problemas ha sido habitual convocar referendos, que los católicos han ganado o han perdido. Aquí no se le pregunta a nadie nada; se hace lo que quiera el que manda y se acabó. Que para ser considerado laico uno esté obligado a comportarse como si no fuera creyente, no lo acabo de entender.
La ley natural contiene principios y exigencias éticas accesibles a la razón; por tanto no es preciso tener fe para conocerlas. Para asumir que no se puede matar a un ser humano no hace falta tener fe. Simplemente, dándole un poco juego a la razón ya se entiende; pero a veces somos un poco irracionales. Ha llegado a plantearse un recurso de amparo de una señora que quedó embarazada y le dijeron que el feto tenía unas malformaciones insuperables y que incluso era previsible que muriera antes de nacer; lo mejor era que abortara. Ella dijo que no; tenía sus ideas y como el niño naciera sería bien recibido. En efecto el niño nació muerto y ella se dispuso a enterrarlo. No fue posible. Según su peso, el derecho administrativo en vigor lo considerará un niño prematuramente fallecido o un mero residuo biológico que debe ser incinerado (como ocurre si a alguien le amputan el brazo). Habrá que dilucidar si ha podido vulnerarse su libertad religiosa e incluso su derecho a la intimidad. Parece un tanto absurdo que a una madre, que lo desea, no le permitan enterrar a su hijo, por muy muerto que haya nacido. Para plantearse esa duda no hace falta creer en nada; quizá el mero sentido común pudiera contribuir a despejarla.
No considero, por ejemplo, que haya una bioética cristiana. Como soy laico, mi bioética es indudablemente laica. No sé por qué no iba a serlo; no me dedico a fundamentar mi bioética en argumentos de autoridad o de dogma; la baso simplemente en razonamientos, como tantos otros.
Me parece muy positivo cómo el Tribunal Constitucional Español ha abordado ésta cuestión, al menos hasta ahora, en la jurisprudencia acumulada. Curiosamente en una sentencia en la que no parecía venir a cuento del todo; relativa a la popularmente conocida como secta Moon, es decir, a la Iglesia de la Unificación. Le habían negado la inscripción en el Registro de Entidades Religiosas, por entender que se trataba en realidad de una secta. Había un informe del Parlamento Europeo muy negativo, que la acusaba de programar mentalmente a sus adeptos, pero el Tribunal Constitucional entendió que no estaba debidamente probado y autorizó que la incluyeran en el registro. Aparte de eso, que era el problema del que se trataba, sentaba doctrina y hablaba del concepto de laicidad positiva. Me parece muy interesante, porque lleva a entender que hay una laicidad negativa, que es la que suele llamarse laicismo: el intento de entender que lo religioso no debe estar presente en el ámbito público. Así como hay espacios libres de humo, quizá por vincular lo religioso al incienso, se pretende establecer que no es bueno que lo religioso se haga presente en el ámbito público... Por otra parte, habrá una laicidad positiva, que veremos en qué podría consistir.
2.- Laicidad: positiva y negativa
Para empezar, quisiera recordar que la laicidad es una novedad cristiana; antes del cristianismo no se concebía. En una primera etapa los que tenían autoridad –es decir, auctoritas, que significa prestigio reconocido socialmente– solían ser los ancianos. Estos eran los que gobernaban y a la vez eran considerados sacerdotes. Hay un pasaje muy curioso de nuestra herencia judía; lo encontramos en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de Samuel. Se trata de un diálogo muy curioso entre el pueblo israelita y el profeta. Le dicen que, como está ya muy anciano y sus hijos no son como él, les debe dar un rey; como el que tienen las otras naciones. Quieren tener alguien con potestas, que ejerza el poder. Samuel ora a Dios, que le responde: “haz lo que te piden, no te están rechazando a ti, sino a mí, no quieren que yo sea su rey. Explícales… esto es lo que les pasará cuando tengan rey: el rey pondrá a los hijos del pueblo a trabajar en sus carros de guerra, o en su caballería o los hará oficiales de su ejército, a unos los pondrá a cultivar sus tierras y a otros a recoger sus cosechas, o a hacer armas y equipos para sus carros de guerra; ese rey hará que las hijas del pueblo le preparen perfumes, comidas y postres, a ustedes les quitará sus mejores campos y cultivos y les exigirá los tributos… ”.
La potestas pasa a sustituir a la auctoritas, pero enseguida tiende a divinizarse. Como consecuencia no se admitirá una cohabitación entre potestas y auctoritas, que es lo mismo que hoy ocurre con el laicismo. El laicista en España, con una hegemonía notable de una confesión religiosa, no concibe que pueda haber alguien con una autoridad moral que se permita expresar públicamente qué se debe moralmente hacer y qué no. Quien tiene el poder, dirá a través de la ley lo que se debe hacer y lo que no, y punto. Si uno va al Coliseo romano, quienes murieron allí, no fue por ser disidentes políticos, sino porque no estaban dispuestos a adorar al emperador; admitían su potestas, que respetaban, pero no estaban dispuestos a concederles una auctoritas religiosa.
3.- “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
Es el cristianismo, es Jesucristo, el primero que dice: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”; algo que no se había dicho nunca. Establece que hay que saber distinguir ambos ámbitos. Cuando le preguntan si hay que pagar el tributo, aclarado que es del César, dirá: págalo.
Es expresión de en qué medida un elemento decisivo dentro del catolicismo será el respeto a la libertad personal y, por tanto, a la autonomía de lo temporal. La Iglesia no tiene una doctrina que pormenorice cómo se resuelven, en concreto, los problemas sociales. Plantea simplemente unos principios, unos criterios; eso es lo que debe hacer su magisterio, difundido por la jerarquía. Tratándose de principios o criterios, por ejemplo sobre la actividad económica, tendrán que ser los laicos católicos expertos en economía los que los conviertan en una realidad practicable; no los curas, que de eso es lógico que no sepan demasiado. Esa autonomía de lo temporal y ese respeto a la libertad parte del convencimiento de que somos co-creadores. El Creador no ha dejado todo hecho hasta el último detalle, sino que se ha limitado a empezarlo; luego, pues aquí estamos... La misión del laico es colaborar creativamente. Todo eso en el marco, como es lógico, de un ecologismo ético. En la Biblia, el paraíso es el no va más de la libertad; pero también en el paraíso había que ser ecologista y por tanto no se podía hacer de todo: el árbol de la ciencia del bien y del mal no se toca. Curiosamente la tentación será la misma de hoy: “seréis como dioses”. Nuestra creatividad está delimitada; como consecuencia, la autonomía de lo temporal no significa que en su ámbito la ética no tenga nada que decir. Tiene sin duda muchísimo que decir y tendrán que concretarlo los ciudadanos, instruidos –en el caso de que sean creyentes– por su jerarquía o por su magisterio. Como cualquier otro ciudadano, lo harán aportando su punto de vista, con ese trasfondo; lo mismo que los otros lo harán con el suyo, porque trasfondo tenemos todos. Mi paisano Machado, en un libro que yo recomiendo siempre –el “Juan de Mairena”– da un buen consejo: "Zapatero, a tu zapato, os dirán. Vosotros preguntad: ¿y cuál es mi zapato? Y para evitar confusiones lamentables, ¿querría usted decirme cuál es el suyo?” En efecto, zapatos tenemos todos...
4.- Crítica al cristianismo
No le han faltado críticas al cristianismo. Feuerbach, en su libro “La Esencia del cristianismo” de 1848, indica que no es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino que es el hombre, en un intento cobarde y apocado de superar sus miedos y limitaciones, el que ha creado una imagen a la que llama Dios, para superarlos. De ahí que cuanto más engrandece el hombre a Dios, más se empobrece a sí mismo. La izquierda hegeliana consolidará ese planteamiento que en el fondo alimenta, de manera más o menos consciente, al laicismo actual. La religión en la vida pública no pinta nada; incluso no sólo no pinta nada, sino que estorba y es perturbadora.
Curiosamente el último documento que ha publicado la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Católica (en 2014) tiene un título que puede dejar asombrado, porque habla de la realidad trinitaria y de la relación entre religión y violencia. Sale al paso de autores que abordan la cuestión desde una perspectiva particularmente anti-religiosa. Para ellos, el monoteísmo lleva inevitablemente a un fundamentalismo que deriva hacia la violencia. De ahí que se ofrezca una argumentación teológica de por qué eso no es así. Si se parte de la idea de que negar a Dios es obligado para ser realmente humanos, evidentemente la consecuencia socio-política sería fácil. Recuerdo un chiste de Chumy Chúmez; dibujaba frecuentemente a un señor con chistera, que se suponía que era el poderoso, el capitalista, etc. y otro con boina. En uno de sus dibujos el de la chistera le decía al de la boina: “Y no olvides que hay que dar al César lo que es del César”. El otro respondía: “Sí, don César”... Me pareció muy laicista. Si el asunto se plantea así, mal andamos. Pienso que de ahí no saldrá nada positivo.
5. Laicidad y ley natural: cognitivismo ético
En el fondo la laicidad hay que vincularla, inevitablemente, a lo que los clásicos llamaron ley natural; o sea, a lo que de manera más técnica llamaríamos cognitivismo ético. Implica admitir que hay exigencias éticas con una realidad objetiva, racionalmente cognoscible; no expresan simplemente un elemento volitivo, emocional o sentimental, que tiene que ver con lo que uno quiera o desee y no con lo que uno pueda conocer racionalmente. Cuando la ley natural era compartida, de manera general, cumplía una función muy eficaz. En lo relativo a la relación entre religión y violencia, ayudó a superar en Europa las guerras de religión; el derecho natural sirvió de fundamento a un novedoso derecho internacional. El laico Grocio defendió lo aprendido de Francisco de Vitoria, que era un fraile. También la configuración del trato con los habitantes del mundo americano se irá basando en una igualdad ius-naturalista. Al margen de las vicisitudes de la historia concreta, Francisco de Vitoria lo tenía muy claro; de ahí su vanguardismo. También si hoy apareciera un selenita habría que plantearse si le afecta o no la Declaración de Derechos Humanos.
El problema es que ha entrado en crisis esa capacidad de encuentro. En la postguerra la querencia fenomenológica convirtió el derecho natural en Natur der Sache (naturaleza de la cosa), pero se estaba hablando de lo mismo: una realidad cognoscible racionalmente, que debe controlar cómo se ejercita del poder. En las constituciones que se promulgan después de la segunda guerra mundial, tras la triste experiencia del Holocausto, se da un giro muy relevante: los derechos no hay ya que entenderlos en el marco de las leyes, entendiendo por derechos lo que las leyes nos concedan, sino que son las leyes las que deben ser interpretadas en el marco de los derechos. Para eso están los tribunales constitucionales, que dictaminarán que una ley es nula, si vulnera el contenido esencial de un derecho. Por supuesto que eso, sin no se es ius-naturalista, resulta difícilmente inteligible. De todas maneras, todo el mundo parece entenderlo muy bien, porque hoy día resulta más conveniente mostrarse contradictorio que parecer ius-naturalista.
Benedicto XVI ante el Bundestag (2011) dijo una frase que me impresionó, porque yo di mis primeros pasos en la docencia universitaria dando clases de derecho natural, que es como se llamaba entonces la asignatura conocida hoy como Teoría del Derecho. Dijo: “Después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara. En el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término.”
Esto dicho por un profesor de la categoría de Benedicto XVI, entonces Papa y hoy Papa Emérito, impresiona. Y esto ¿a qué se ha debido? Pienso que a dos factores: en primer lugar, a que nos encontramos con una ley natural cuya interpretación parece monopolizada por representantes de lo sobrenatural. Esto empieza a complicar la cuestión. En la Iglesia católica se entiende que la jerarquía, el magisterio, es intérprete auténtico de la ley natural; no la inventa ni la crea, pero fija su interpretación adecuada. Esto produce un solapamiento de lo natural y lo sobrenatural que genera cierta complicación. Si la ley natural parece elevarse más allá de lo natural, mal asunto. Por ejemplo, puede invitar al ciudadano a pensar que “no matar” es un precepto moral muy importante; que “no robar” es un precepto moral muy importante; “no mentir” sería otro precepto moral de importancia. Todos tan importantes moralmente como para que el derecho deba apoyar coactivamente su observancia práctica. Eso no lo veo tan claro. El hecho de que en el Sinaí se hablara de “no matar”, no quiere decir que se enunciara un precepto moral; se trataba de un precepto jurídico-natural. La moral nos invita a unas exigencias maximalistas que nos lleven a la perfección. El derecho, por el contrario, expresa un mínimo ético, indispensable para que podamos convivir. El “no matar” no es un maximalismo moral sino que pertenece a ese mínimo ético; no es un maximalismo ético de no se sabe qué religión, sino un mínimo ético para que todos mantengamos la cabeza en su sitio. Lo que ocurre es que, aparte de expresar un mínimo ético, es indispensable para convivir; esto es lo que genera una obligación moral. A nadie puede extrañar que todo maximalismo ético comience por respetar el mínimo ético. El precepto no es jurídico porque sea muy relevante moralmente; se ve acompañado por una obligación moral como consecuencia de su importancia jurídica; porque sin respetarlo no se puede convivir y estamos moralmente obligados a convivir con los demás.
Situado en esta confusión, el católico radical exige que sea la jerarquía la que dé la cara cuando la ley natural sea cuestionada; se queja de que el obispo no habla, el obispo no dice; el obispo o el Papa... Se refugia en un puro clientelismo. Por otra parte, cuando la jerarquía cumple su obligación, que es instruir a sus fieles, nunca faltan otros ciudadanos que los acusan de estar practicando un intrusismo político, al ocuparse de algo más que de decir misa.
Añadamos a esto que se ha secularizado el fundamento de la dignidad humana. El mismo Grocio ya plantea que habría que obedecer al derecho natural, aunque Dios no existiera... De ahí pasamos a un decaimiento de la Ilustración, de la Aufklärung, que es lo que preocupa tanto a Habermas como a Ratzinger; por eso se pusieron de acuerdo con tanta facilidad en algunos aspectos. El problema es hoy en día que no parece haber nadie capaz de fundamentar racionalmente la dignidad humana. No es pequeño problema. La dignidad humana se ha convertido en un concepto vacío; algo que no significa nada. No es de extrañar que se soliciten derechos para los animales; si más de uno acaba tratando a su pareja como a un animal de compañía, o a los hijos (deseados, por supuesto) como si fueran su mascota. Pretender desde tal planteamiento que los animales tengan derechos, me parece un alarde de coherencia.
6.- Pretendida neutralidad del laicismo
El laicista suele erigirse en paladín de una presunta neutralidad. Nos habla de un ámbito –al que llama ética pública– que todos debemos compartir. No tendría nada que ver con la religión, que sería un capricho privado; cada uno en su casa que practique la que quiera. A esto es a lo que llamo nacional-laicismo, porque se alimenta de los complejos derivados de la condena del nacional-catolicismo franquista. De ahí surge la expulsión de lo religioso del ámbito público, e incluso actitudes inquisitoriales claramente antidemocráticas, como indica nuestra Constitución. Quizá su epígrafe menos conocido sea el artículo 16.2: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. No es raro que en el debate público, si alguien propone que la vida del no nacido debe ser respetada, le repliquen: “eso lo dirá usted porque es católico”. De acuerdo con el citado epígrafe a nadie le importa si yo soy católico o no. Si yo utilizara un argumento religioso, sería lógico que se considerara que no viene a cuento; pero, si no lo utilizo nadie puede descalificarme por el hecho de ser creyente. Eso sería una clara discriminación por razón de religión, opuesta al artículo 14.
7.- Tres autores no-católicos
He escogido tres autores, ninguno de ellos católico, para ver cómo intentan solucionar estas cuestiones.
John Rawls se convirtió en máximo exponente de la ética y filosofía política norteamericanas. No es nada laicista, ya que muestra mucho sentido común. Lo que no comparte son planteamientos metafísicos, incluida la ley natural en su versión clásica. Entiende que hemos de fundamentar nuestros planteamientos éticos en un consenso solapado, en el sentido de entrecruzado. Debemos armonizar lo que él llama doctrinas comprehensivas, o sea, visiones globales de la realidad y de la existencia humana, concepciones del mundo. Es preciso entrecruzarlas y tejer un consenso cuyo resultado sería la razón pública. ¿Quién es el intérprete de la razón pública?, ¿el Arzobispo de New York?: no. Para él, el intérprete de la razón pública será en su país el Tribunal Constitucional, o sea, el Tribunal Supremo. Las religiones en Norteamérica son muchas; no es como aquí, que hablar de religión es hablar de determinados obispos, siempre los mismos. Aportarán a ese consenso elementos de su ética comprehensiva y enriquecerán así la razón pública. Considera pues que expulsar lo religioso del ámbito público es empobrecer la vida social. Para él, es imposible entender a Martin Luther King y su lucha por los derechos humanos, si le obligáramos a prescindir de su religión; era precisamente el motor de sus sueños. Ser creyente no le impedía hacer uso de argumentos perfectamente compartibles por cualquiera con dos dedos de frente.
Rawls, aunque rechaza lo que llama el celo por la verdad absoluta, lo que rehúye es que una única concepción del mundo domine en toda la sociedad. Defiende la primacía de la consensuada “razón pública”, a la vez que considera que la existencia de un magisterio eclesiástico en una democracia es algo de lo más normal, que cualquiera que tenga razón, pública o privada, entiende fácilmente. “Cualesquiera que sean las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales,...”; porque él trata por igual esas tres fuentes. Igual de absurdo sería desterrar la religión de lo público como desterrar la filosofía. No tiene sentido que si alguien afirma “creo que esto habría que resolverlo así”, se le puede alegar “es que usted es filósofo”...
“Las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales que tengamos, todas son aceptadas libremente, políticamente hablando, pues dada la libertad de culto y la libertad de pensamiento, no puede decirse sino que nos imponemos esas doctrinas a nosotros mismos” [1]. Si un ciudadano quiere asumir una doctrina, ¿cómo se le va a negar esa libertad? ¿Va a tener que imponerse la doctrina de usted?...
En el caso de Jürgen Habermas lo que abordará es si las confesiones religiosas pueden aportar razones al debate público. Puede sorprender esta postura. Leí por primera vez a Habermas en 1970 en Alemania, cuando suscribía una teoría crítica marxista. Defendía la necesidad de teorizar movidos por un interés directivo del conocimiento emancipador. Habermas se encuentra ahora ante una sociedad con un déficit ético notable, totalmente economicista. Como era y sigue siendo anticapitalista, parece convencido de que de Wall Street no va a venir la solución de este problema. Aun siendo agnóstico, tiene la esperanza de que sean las religiones las que aporten los necesarios elementos al debate público; para superar, por ejemplo, la legitimación de la eugenesia. Afirma que la posibilidad de elegir el sexo del hijo es una postura antiética por definición. El diagnóstico pre-implantatorio le parece aún más éticamente rechazable que el aborto porque, partiendo de la igualdad de todos los seres humanos, no admite que alguien pueda planificar a otro... El problema no es solo que se estén vulnerando los derechos del otro sino que se está traicionando nuestra auto-conciencia ética como seres humanos; no se trata de que no se respete la dignidad del feto, es que no respetaríamos la nuestra.
Se muestra muy crítico ante el laicismo. Plantea en qué medida los creyentes están siendo discriminados. Hasta ahora a los únicos a los que el Estado liberal ha exigido dividir su identidad en privada y pública, ha sido a los ciudadanos creyentes. Son ellos los que tienen que aprender a traducir sus convicciones religiosas a un lenguaje secular, si aspiran a que sus argumentos encuentren una aprobación mayoritaria; mientras, los agnósticos no tienen que aprender nada. El estado liberal incurre así en una contradicción cuando imputa a todos los ciudadanos un ethos político, que distribuye de manera desigual las cargas cognitivas entre ellos. La institucionalización de la traducibilidad de las razones religiosas (usted tiene que traducir eso para que yo lo pueda entender) convive con la primacía institucional concedida a las razones de los agnósticos sobre las religiosas. Se exige a los ciudadanos creyentes un esfuerzo de aprendizaje y adaptación que se ahorran los ciudadanos agnósticos. ¿Cuál es su solución?: que aprendan unos y otros. Cuando Benedicto XVI va a Regensburg, olvidándose de que ya no es Profesor sino Papa, deja entrever que a la Iglesia Católica le ha costado siglos estar en condiciones de dialogar con la modernidad, mientras los islámicos lo tienen difícil; no asumen la ley natural y por tanto les resultará complicado ese diálogo, al no contar con un campo racional que les sirva de punto de encuentro.
Mientras él decía esto, Habermas sugiere que también a los agnósticos les queda una tarea pendiente: tienen que hacerse a la idea de que ellos deben a su vez aprender a dialogar con los creyentes. No cabe entender como algo natural y sobreentendido que los ciudadanos agnósticos saben que viven ya en una sociedad post-secular y han superado el laicismo. Todos somos iguales y hay que compartir argumentos. Ajustar sus actitudes epistémicas a la persistencia de comunidades religiosas, requiere un cambio de mentalidad no menos cognitivamente exigente, para los agnósticos, que la adaptación de la conciencia religiosa a los desafíos de un entorno que se seculariza cada vez más. Con arreglo a los criterios de la Ilustración, los ciudadanos agnósticos han de comprender su falta de coincidencia con las concepciones religiosas, como un desacuerdo con el que hay que contar razonablemente [2].
Rechaza en consecuencia todo intento de expulsar a lo religioso del ámbito público. Es preciso dar paso a un doble aprendizaje. No tiene sentido oponer un tipo de razón, la de los agnósticos, a las razones religiosas, en virtud del supuesto de que las razones religiosas provienen de una visión del mundo intrínsecamente irracional. La razón opera en las tradiciones religiosas igual que en cualquier otro ámbito cultural, incluida la ciencia. Afirmará que el criterio de lo verdadero y lo falso no lo fija es la ciencia, sino que esta forma parte de una historia de la razón a la que pertenecen también las religiones. A nivel cognitivo general sólo existe una y la misma razón humana; los creyentes no son irracionales.
Por último, Ronald Dworkin, desde su individualismo ético mantiene un planteamiento muy distinto de los dos anteriores. Critica a Rawls, en el marco de la polémica de si la mayoría, en una sociedad democrática, puede imponer un determinado modelo ético de concebir la vida, porque le resulte así más fácil desplegar la vida dentro de su concepción del bien [3]. Va a enfrentarse a lo que considera paternalismo. Consiste en obligar a alguien a hacer algo por su bien; prefiere que de su bien se ocupe cada cual. Lo lleva al extremo porque, como es individualista, llega a defender que en un debate sobre el aborto los varones no tienen nada que decir, hasta que no demuestren haberse quedado embarazados; lo cual hoy por hoy sigue siendo un poco complicado. Esto revela que ha perdido todo sentido de lo social; ante la realidad de que cabe eliminar a seres humanos, a mí me tiene que traer sin cuidado. El que, por ejemplo, casi no haya ya niños con síndrome de Down en España, no es algo que me deba afectar.
Considera que Rawls está influido por algunos filósofos y sociólogos que afirman que sólo se puede llevar una vida verdaderamente deseable en un ambiente de homogeneidad moral, y quizás incluso religiosa; lo que le parece fatal. Su propuesta es establecer una simetría entre lo ético y lo económico. Al igual que el mercado es el resultado de una serie de decisiones individuales, la ética pública debería serlo de actitudes individuales ajenas a normas impuestas. Si establecemos un paralelismo con el entorno ético, tenemos que rechazar la afirmación de que la teoría democrática atribuye a la mayoría el control total de ese entorno. Debemos insistir que en el entorno ético, como en el económico, es producto de decisiones individuales de las personas [4].
Lo complementará con otro detalle, también economicista, al aludir a las externalidades: entre las preferencias que tienen los ciudadanos hay unas personales, que tienen que ver con sus problemas individuales, mientras que hay otro tipo de preferencias, que él rechaza, relativas a cuestiones impersonales [5], que no le afectan directamente, por lo que no deberían tenerse en cuenta.
8.- Conclusión
Soy decidido partidario de una laicidad positiva, ajena a todo clericalismo. El laicismo no es sino clericalismo civil, dicho sea de paso, por lo que acaba convirtiéndose inevitablemente en una confesión religiosa más: incluso con sus ritos cuasi-sacramentales. Pienso que España experimenta en buena medida un laicismo auto-asumido por los propios católicos, por inhibición. Esto convierte al ejercicio del episcopado en deporte de alto riesgo; si el Obispo no habla, sus clericales fieles se lo echarán en cara y si habla peor…
El clericalismo civil, propio del laicismo, ignora derechos fundamentales y, a la hora de la verdad, en vez de situar el derecho fundamental de los ciudadanos a la libertad religiosa en el centro de la cuestión, reduce todo a una relación Iglesia Estado; todo dependerá del concordato de turno entre unos y otros mandamases, que tratan al ciudadano como súbdito o como oveja, lo que puede acabar siendo lo mismo.
Más allá de la mera aconfesionalidad, pienso que la clave de la laicidad positiva está en situar en el centro el derecho fundamental que la Constitución reconoce a todos los ciudadanos. No vendrá mal, por último, distinguir entre los derechos, que tienen fundamento en la justicia, y la tolerancia. Hay quien identifica indebidamente la tolerancia con el regalo de derechos. La justicia consiste en dar a cada uno lo que es suyo, su derecho. La tolerancia consiste en dar a uno lo que no es suyo; algo a lo que no tiene derecho sino mero fruto de la generosidad ajena. Quisiera por eso dejar claro que, como titular de un derecho fundamental (la libertad religiosa), no tolero que me toleren.
Andrés Ollero Tassara
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