Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 26 de noviembre de 2022
Indice:
El Papa: La salvación nos viene al dejarnos amar por Jesús crucificado
El Papa propone que todos los cristianos celebren la Pascua el mismo día
“¿Qué es la consolación espiritual?”
HACIA LA CASA DEL PADRE : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: el examen de conciencia y la oración
"Acabar bien las tareas" : San Josemaria
El Adviento: preparar el camino al Señor que viene
El Adviento – ¿Cómo y cuando empieza a vivirse?
Querer ser hijos, abrirnos a un hogar. Filiación y paternidad en el Opus Dei
La luz de la fe (I): la luz de la fe: vosotros sois la luz del mundo : Carlos Ayxelà
Dios nos pedirá cuentas : Luce Bustillo-Schott
Dar sentido a nuestro momento de género : Abigail Favale
El caso Hans Küng : Juan Luis Lorda
La Belleza de la Liturgia (20). Evitar ser analfabeta : José Martínez Colín.
Consejos para fortalecer la comunicación : Bárbara & Gabriel
Historia del joven embajador del Mundial de Qatar al que su madre no quiso abortar :
La humildad de amar : Domingo Martínez Madrid
La autodeterminación de sexo : JD Mez Madrid
Por las almas del purgatorio : Jesús Martínez Madrid
¿Un jardín rodeado de jungla? : Jesús D Mez Madrid
Aprender en la Misa a tratar a Dios : Juan José Silvestre Valor
El Papa: La salvación nos viene al dejarnos amar por Jesús crucificado
Homilía del Papa en Asti
Homilía del Papa en Asti © Vatican Media
Tras un almuerzo familiar en Portocomaro, a las 15:30, el Papa Francisco visitó un hogar de descanso y hospitalidad para ancianos no muy lejos. A continuación, viajó a Tigliole, aldea de San Carlo, para visitar a otra prima.
A las 11:00 de esta mañana, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, el Papa presidió la misa en la catedral de Asti, para encontrarse con la comunidad diocesana de la que los padres habían salido para emigrar a Argentina y los jóvenes de toda la región con motivo de la XXXVII Jornada Mundial de la Juventud que se celebra hoy en las Iglesias particulares.
Al final de la celebración eucarística, el Santo Padre dirigió el rezo del Ángelus con los fieles y peregrinos.
Tras el rezo del Ángelus y la bendición final, el Santo Padre se dirigió al Episcopado para comer. Por la tarde se trasladó en coche al Estadio Municipal Censin Bosia de Asti, desde donde -a eso de las 16:00 horas,- sale para volver al Vaticano.
Publicamos a continuación la homilía que el Papa pronunció tras la proclamación del Evangelio y
las palabras del Santo Padre en el rezo del Ángelus.
***
Homilía del Papa
De estas tierras partió mi padre para emigrar a Argentina. Y en estas tierras, valiosas por sus
buenos productos agrícolas y sobre todo por la auténtica laboriosidad de la gente, he venido a
reencontrar el sabor de las raíces. Hoy el Evangelio nos lleva nuevamente a las raíces de la fe. Estas
se encuentran en el árido terreno del Calvario, donde la semilla de Jesús, al morir, hizo germinar la
esperanza, pues plantado en el corazón de la tierra nos abrió el camino al cielo. Con su muerte nos
dio la vida eterna. Por medio del árbol de la cruz nos trajo los frutos de la salvación. Por eso mirémoslo
a Él, al Crucificado.
Sobre la cruz aparece una sola frase: «Este es el rey de los judíos» (Lc 23,38). He aquí el
título: rey. Pero observando a Jesús, la idea que tenemos de un rey da un vuelco. Intentemos imaginar
visualmente un rey. Nos vendrá a la mente un hombre fuerte sentado en un trono con espléndidas
insignias, un cetro en las manos y anillos brillantes en los dedos, mientras dirige a sus súbditos
discursos solemnes. Esta es, más o menos, la imagen que tenemos en la mente. Mirando a Jesús,
vemos que Él es todo lo contrario. No está sentado en un cómodo trono, sino más bien colgado en un
patíbulo. El Dios que «derribó a los poderosos de su trono» (Lc 1,52) se comporta como siervo
crucificado por los poderosos. Está adornado sólo con clavos y espinas, despojado de todo mas rico
en amor; desde el trono de la cruz ya no instruye a la multitud con palabras, ni levanta la mano para
enseñar. Hace mucho más: en vez de apuntar el dedo contra alguien, extiende los brazos para todos.
Así se manifiesta nuestro rey, con los brazos abiertos, a brasa aduerte.
Sólo entrando en su abrazo entendemos que Dios se aventuró hasta ahí, hasta la paradoja de
la cruz, justamente para abrazar todo lo que es nuestro, aun aquello que estaba más lejos de Él: nuestra
muerte, nuestro dolor, nuestra pobreza, nuestras fragilidades. Se hizo siervo para que cada uno de
nosotros se sienta hijo. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación
ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la
propia dignidad. Subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios.
Este es nuestro rey, rey del universo, porque Él cruzó los más recónditos confines de lo humano; entró
en la oscura inmensidad del odio y del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad.
Hermanos, hermanas, este es el rey que festejamos. Y las preguntas que deberíamos hacernos son:
¿Este rey del universo es el rey de mi existencia? ¿Cómo puedo celebrarlo como Señor de todas las
cosas si no se convierte también en el Señor de mi vi
Por tanto, fijemos de nuevo la mirada en Jesús Crucificado. Date cuenta, Él no mira tu vida
sólo un momento y ya, no te dedica una mirada fugaz como frecuentemente hacemos nosotros con
Él, sino que permanece ahí, a brasa aduerte, para decirte en silencio que nada de lo tuyo le es ajeno,
que quiere abrazarte, volverte a levantar y salvarte, así como eres, con tu historia, con tus miserias,
con tus pecados. Te da la posibilidad de reinar en la vida, si te rindes ante la mansedumbre de su
amor, que se propone pero no se impone; a su amor que siempre te perdona, que siempre te vuelve a
poner en pie, que siempre te restituye tu dignidad real. Sí, la salvación nos viene al dejarnos amar por
Él, porque sólo así somos liberados de la esclavitud de nuestro yo, del miedo de estar solos, de pensar
que no lo lograremos. Hermanos, hermanas, pongámonos constantemente ante el Crucificado, y
dejémonos amar, pues esos brasa aduerte nos abren también a nosotros el paraíso, como al “buen
ladrón”. Sintamos como dirigida a nosotros la frase que Jesús hoy, en el Evangelio, pronuncia desde
la cruz: «Estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Esto es lo que quiere decirnos Dios cada vez que
nos dejamos mirar por Él. Y entonces entendemos que no tenemos un dios desconocido que está allá
arriba en el cielo, poderoso y distante, sino un Dios cercano, tierno y compasivo, cuyos brazos abiertos
consuelan y acarician. ¡Ese es nuestro rey!
Hermanos, hermanas, después de haberlo mirado, ¿qué podemos hacer? Hoy el Evangelio nos
pone ante dos caminos. Frente a Jesús hay quien se queda de espectador y quien se involucra. Los
espectadores son muchos, la mayoría. De hecho –dice el texto– «el pueblo permanecía allí y miraba»
(v. 35). No era gente mala, muchos eran creyentes, pero al ver al Crucificado se quedan como
espectadores. No dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo ven desde lejos, curiosos e indiferentes,
sin interesarse verdaderamente, sin preguntarse qué podrían hacer. Habrán comentado, habrán
expresado juicios y opiniones, alguno se habrá lamentado, pero todos se quedaron mirando sin hacer nada, con los brazos cruzados. Pero también cerca de la cruz hay espectadores: los jefes del pueblo,
que quieren asistir al espectáculo cruento del final ignominioso de Cristo; los soldados, que esperan
que la ejecución termine pronto; uno de los malhechores, que descarga sobre Jesús su rabia. Se burlan,
insultan, se desahogan.
Todos estos espectadores tienen en común una frase recurrente: “Si eres rey, ¡sálvate a ti
mismo!” (cf. vv. 35.37.39). Sálvate a ti mismo, exactamente lo contrario de lo que está haciendo Jesús,
que no piensa en sí mismo, sino en salvarlos a ellos. Pero ese sálvate a ti mismo es contagioso, de los
jefes a los soldados y a la gente, la ola del mal alcanza a casi todos. Y es una marejada que se transmite
por indiferencia, porque aquella gente habla de Jesús pero no sintoniza ni un solo momento con Él.
Es el contagio letal de la indiferencia. La ola del mal se propaga siempre así: comienza tomando
distancia, mirando sin hacer nada, sin dar importancia, y luego se piensa sólo en los propios intereses
y se acostumbra a mirar hacia otro lado. Es un riesgo también para nuestra fe, que se marchita si se
queda en una teoría y no se hace práctica, si no hay compromiso, si no se da en primera persona, si
no se arriesga. Entonces nos convertimos en cristianos superficiales, que dicen creer en Dios y querer
la paz, pero que no rezan ni se preocupan por el prójimo.
Pero también está la ola benéfica del bien. Entre los muchos espectadores, uno se involucra,
el “buen ladrón”. Los otros se ríen del Señor. Él le habla y lo llama por su nombre, “Jesús”. Muchos
descargan sobre Él su rabia; él confiesa a Cristo sus faltas. Muchos dicen «sálvate a ti mismo»; él
ruega: «Jesús, acuérdate de mí» (v. 42). Es así que un malhechor se convierte en el primer santo. Se
acerca a Jesús por un instante y el Señor lo tiene consigo para siempre. El Evangelio habla del buen
ladrón por nosotros, para invitarnos a vencer el mal dejando de ser espectadores. ¿Por dónde
comenzar? Por la confianza, por llamar a Dios por su nombre, tal como lo hizo el buen ladrón, que al
final de la vida vuelve a encontrar la confianza valiente que caracteriza a los niños, que se fían, piden,
insisten. Y con esa confianza admite sus fallas, llora, pero no compadeciéndose de sí mismo, sino
poniéndose delante del Señor. Y nosotros, ¿tenemos esta confianza, le llevamos a Jesús todo lo que
tenemos en nuestro interior, o nos disfrazamos frente a Dios, quizás con un poco de sacralidad y de
incienso? Aquel que pone en práctica la confianza aprende la intercesión, aprende a presentar ante
Dios lo que ve, los sufrimientos del mundo, las personas que encuentra. Aprende a decirle, como el
buen ladrón, “¡acuérdate, Señor!”. No estamos en el mundo únicamente para salvarnos a nosotros
mismos, sino para llevar a los hermanos y hermanas al abrazo del Rey. Interceder, recordarle al Señor,
abre las puertas del paraíso. Pero nosotros, cuando rezamos, ¿intercedemos?
Hermanos, hermanas, hoy nuestro rey nos mira desde la cruz a brasa aduerte. Depende de
nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos. Vemos las crisis de hoy, la disminución de la
fe, la falta de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, a criticar, o nos
ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del “si” de las excusas a los
“sí” de la oración y del servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, en
el mundo, incluso en la Iglesia, pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro
Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando? Hoy, mientras Jesús, que
está despojado en la cruz, levanta el velo sobre Dios y destruye toda imagen falsa de su realeza,
mirémoslo a Él, para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos; de recorrer las vías de la
confianza y de la intercesión; de hacernos siervos para reinar con Él.
***
Ángelus
Al final de esta celebración deseo expresar mi agradecimiento a la diócesis, a la provincia y a la ciudad de Asti: ¡gracias por la acogida entusiasta que me habéis ofrecido! También estoy muy agradecido a las autoridades civiles y religiosas por los preparativos que han hecho posible esta deseada visita. Os quiero decir a todos que a la fame propri piasi’ encuntreve! [en dialecto piamontés: ha sido un placer encontrarme con vosotros]; y desearos: ch’a staga bin! [que vaya bien]
Me gustaría dirigir un pensamiento y un abrazo especial a los jóvenes —gracias por haber venido tan numerosos—. Desde el año pasado, la Jornada Mundial de la Juventud se celebra en las Iglesias particulares precisamente en la solemnidad de Cristo Rey. El tema, el mismo que el de la JMJ de Lisboa, en la que os invito de nuevo a participar, es «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). La Virgen hizo esto cuando era joven, y nos dice que el secreto para mantenerse jóvenes está precisamente es esos dos verbos, levantarse y partir. Me gusta pensar en la Virgen que partió deprisa, realmente se fue deprisa y muchas veces le pido a la Virgen: “Date prisa en resolver este problema”. Levantarse y partir: no quedarse quietos pensando en uno mismo, desperdiciando la vida tras comodidades y últimas modas, sino apuntar alto, ponerse en camino, salir de los propios miedos para tender la mano a quien lo necesita. Y hoy hacen falta jóvenes realmente “transgresores”, no conformistas, que no sean esclavos del móvil, sino que cambien el mundo como María, llevando Jesús a los demás, cuidando a los demás, construyendo comunidades fraternas con los demás, realizando sueños de paz.
Nuestro tiempo está viviendo una carestía de paz: estamos viviendo una carestía de paz. Pensemos en los muchos lugares del mundo asolados por la guerra, en particular en la martirizada Ucrania. ¡Manos a la obra y sigamos rezando por la paz! Recemos también por las familias de las víctimas del grave incendio ocurrido hace unos días en un campo de refugiados en Gaza, Palestina, donde también fallecieron varios niños. Que el Señor acoja en el cielo a los que han perdido la vida y consuele a esa población tan probada por años de conflicto. Y ahora invocamos a la Reina de la Paz, la Virgen, a la que está dedicada esta hermosa catedral. A ella encomiendo nuestras familias, los enfermos y cada uno de vosotros, con las preocupaciones y las buenas intenciones que lleváis en el corazón.
El Papa propone que todos los cristianos celebren la Pascua el mismo día
En la audiencia a Su Santidad Mar Awa III, Catolicós y patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente
Su Santidad el Papa francisco junto a Mar Awa III, Catolicós y Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente. (VATICAN MEDIA Divisione Foto)
El Papa Francisco compartió su deseo de que todos los cristianos celebren la Pascua, la Resurrección de Jesús, el mismo día desde 2025 en su encuentro con el patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente.
Este sábado, 19 de noviembre de 2022, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en Audiencia a Su Santidad Mar Awa III, Catolicós y Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente, y Seguidores.
El Papa expresó su gratitud “por los lazos tejidos en las últimas décadas” y rememoró “el cálido abrazo en Erbil” el con el Catolicós Mar Gewargis III, durante el viaje a Irak, al final de la Eucaristía. En concreto, Francisco agradeció a Su Santidad Mar Awa III “por haber dado voz al deseo de encontrar una fecha común para que los cristianos celebren la Pascua”.
“A este respecto, quiero decir -más aún, repetir- lo que dijo en su día san Pablo VI: estamos dispuestos a aceptar cualquier propuesta que se haga en común. 2025 es un año importante: celebraremos el aniversario del primer Concilio Ecuménico (de Nicea), pero también es importante porque celebraremos la Pascua en la misma fecha. Así que tengamos el valor de poner fin a esta división que a veces nos hace reír: ‘¿Cuándo resucita tu Cristo?’. La señal que debemos dar es: un solo Cristo para todos nosotros. Seamos valientes y busquemos juntos: Yo estoy dispuesto, pero no yo, la Iglesia católica está dispuesta a seguir lo que dijo San Pablo VI. Pónganse de acuerdo y vamos a ir donde ustedes digan. Me atrevo incluso a expresar un sueño: que la separación con la querida Iglesia asiria de Oriente, la más larga de la historia de la Iglesia, pueda ser también, por Dios, la primera en resolverse”, expresó el Pontífice.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes durante la Audiencia:
***
Discurso del Santo Padre
Santidad,
le agradezco sus amables palabras y esta visita fraterna, la primera que realiza al Vaticano como Catolicós-Patriarca de la venerable y querida Iglesia asiria de Oriente. Para Su Santidad, sin embargo, Roma no es extranjera: usted vivió y estudió aquí, y le aseguro, parafraseando al apóstol Pablo, que aquí no es usted extranjero ni forastero, sino conciudadano (cf. Ef 2,19). En efecto, eres un hermano amado, sobre el fundamento común de los apóstoles y profetas, con Cristo Jesús mismo como piedra angular (cf. v. 20)
Doy gracias a Cristo por los lazos que han surgido entre nuestras Iglesias en las últimas décadas. Comenzaron con las numerosas visitas a Roma de Su Santidad Mar Dinkha IV, de bendita memoria: desde su primera visita en 1984 hasta la de diez años más tarde, cuando se unió al Papa Juan Pablo II en la firma de la histórica Declaración cristológica común que puso fin a 1.500 años de disputas doctrinales sobre el Concilio de Éfeso. También guardo un recuerdo agradecido de mis propios encuentros con su venerable predecesor, Su Santidad Mar Gewargis III. En su última visita a Roma en 2018, ambos firmamos una Declaración sobre la situación de los cristianos en Oriente Medio. Recuerdo también nuestro propio y cálido abrazo en Erbil, durante mi viaje a Irak, tras el final de la celebración eucarística. Aquel día, tantos creyentes que soportaban inmensos sufrimientos por el mero hecho de ser cristianos, nos rodearon con su calor y su alegría: ¡el santo pueblo de Dios parecía animarnos en el camino hacia una mayor unidad!
A propósito de ese camino, quisiera saludar a los miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria de Oriente, y expresar mi aprecio por el trabajo que ha realizado hasta la fecha. Desde su creación en 1994, vuestra Comisión ha obtenido resultados notables. Pienso en el estudio sobre la Anáfora de los Apóstoles Addai y Mari, que en 2001 permitió la admisión recíproca a la Eucaristía, en circunstancias específicas, por parte de los fieles de la Iglesia Asiria de Oriente y de la Iglesia Caldea, pero también en la publicación en 2017 de una Declaración Común sobre la Vida Sacramental. Sus encuentros y su diálogo han dado, con la ayuda de Dios, buenos frutos y han fomentado la cooperación pastoral en beneficio de nuestros fieles, un ecumenismo pastoral que es el camino natural hacia la plena unidad.
Volviendo al presente, me parece muy hermoso el tema del nuevo documento que estáis terminando: las imágenes de la Iglesia en la tradición patrística siria y latina. Usted se ha inspirado en la eclesiología de los Padres, que fue formulada en un lenguaje tipológico y simbólico inspirado en las Escrituras. Más que en términos conceptuales y sistemáticos, los Padres hablaban de la Iglesia utilizando diversas imágenes, como la luna, el vestido sin costuras, un banquete, una cámara nupcial, una nave, un jardín, una vid… Este lenguaje, sencillo y universalmente accesible, es más cercano al de Jesús y, por consiguiente, más vivo y adecuado: habla a nuestros contemporáneos más que muchos conceptos. Es importante que en nuestro camino ecuménico nos acerquemos cada vez más, no sólo volviendo a nuestras raíces comunes, sino también anunciando juntos al mundo contemporáneo, con nuestro testimonio de vida y con nuestras palabras de vida, el misterio del amor entre Cristo y su esposa, la Iglesia.
Su Santidad, su Iglesia tiene en común con la Iglesia católica caldea una luminosa historia de fe y misión, la vida ejemplar de grandes santos, un rico patrimonio teológico y litúrgico y, especialmente en los últimos años, inmensos sufrimientos y el testimonio de muchos mártires. Desgraciadamente, Oriente Medio sigue asolado por una gran violencia, inestabilidad e inseguridad, y muchos de nuestros hermanos y hermanas en la fe se han visto obligados a abandonar su tierra. Muchos otros luchan por permanecer allí, y renuevo con Vuestra Santidad el llamamiento para que se respeten sus derechos, en particular el de la libertad religiosa y el de la plena ciudadanía. En esta situación, el clero y los fieles de nuestras Iglesias se esfuerzan por ofrecer un testimonio compartido del Evangelio de Cristo en condiciones difíciles y ya, en muchos lugares, viven en comunión casi total. Esto es cierto, y es un signo de los tiempos, un poderoso incentivo para que recemos y trabajemos con diligencia en la preparación del tan esperado día en que podamos celebrar juntos la Eucaristía, la santa Qurbana, en el mismo altar, como realización de la unidad de nuestras Iglesias, una unidad que no es absorción ni fusión, sino comunión fraterna en la verdad y en el amor.
Querido hermano, Su Santidad, sé que dentro de unos días pronunciará una conferencia sobre la sinodalidad en la tradición siríaca, en el marco del simposio “Escuchando a Oriente»” organizado por el Angelicum, sobre la experiencia sinodal de las diversas Iglesias ortodoxas y orientales. El camino de la sinodalidad emprendido por la Iglesia católica es y debe ser ecuménico, así como el camino ecuménico es sinodal. Espero que podamos proseguir, cada vez más fraternalmente y de manera concreta, nuestro propio sinodal, nuestro “camino común”, encontrándonos unos a otros, mostrando preocupación por los demás, compartiendo nuestras esperanzas y luchas y, sobre todo, como hemos hecho esta mañana, nuestra oración y alabanza al Señor. A este respecto, agradezco a Su Santidad que haya expresado el deseo de encontrar una fecha común para que los cristianos se unan en la celebración de la Pascua. A este respecto, quiero decir -más aún, repetir- lo que dijo en su día san Pablo VI: estamos dispuestos a aceptar cualquier propuesta que se haga en común. 2025 es un año importante: celebraremos el aniversario del primer Concilio Ecuménico (de Nicea), pero también es importante porque celebraremos la Pascua en la misma fecha. Así que tengamos el valor de poner fin a esta división que a veces nos hace reír: “¿Cuándo resucita tu Cristo?”. La señal que debemos dar es: un solo Cristo para todos nosotros. Seamos valientes y busquemos juntos: Yo estoy dispuesto, pero no yo, la Iglesia católica está dispuesta a seguir lo que dijo San Pablo VI. Pónganse de acuerdo y vamos a ir donde ustedes digan. Me atrevo incluso a expresar un sueño: que la separación con la querida Iglesia asiria de Oriente, la más larga de la historia de la Iglesia, pueda ser también, por Dios, la primera en resolverse.
Confiemos éste, nuestro camino, a la intercesión de los mártires y de los santos que, ya unidos en el cielo, alientan nuestro progreso aquí en la tierra. A este respecto, he pensado ofrecerte, querido hermano, una reliquia del apóstol Santo Tomás, regalo que agradezco al arzobispo Emidio Cipollone y a la archidiócesis de Lanciano-Ortona. Sé que será colocada en la nueva Catedral Patriarcal de la Iglesia Asiria de Oriente en Erbil. Que Santo Tomás, que tocó con su mano las heridas del Señor, acelere la completa curación de nuestras heridas del pasado, para que pronto podamos reconocer en torno al mismo altar eucarístico a Cristo crucificado y resucitado, y decirle, juntos: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).
Quisiera decir una palabra más. Quería compartir el almuerzo con vosotros, para concluir bien, como es debido, pero tengo que irme a las 10:30. Les ruego que me disculpen. No quisiera que se dijera que este Papa es un poco tacaño y no nos invita a comer. Me encantaría compartir la mesa, pero habrá otras oportunidades. Gracias, Santidad, y gracias a todos.
“¿Qué es la consolación espiritual?”
Texto completo de la 9ª catequesis del ciclo sobre el discernimiento
Audiencia general, 23 noviembre 22 © Vatican Media
“¿Qué es la consolación espiritual? Es una experiencia de alegría interior, que consiente ver la presencia de Dios en todas las cosas; esta refuerza la fe y la esperanza, y también la capacidad de hacer el bien”, ha explicado el Papa Francisco en la catequesis de la audiencia general de hoy.
“La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba. Se trata por tanto de un gran don para la vida espiritual y para la vida en su conjunto. Y vivir esta alegría interior”, remarcó el Pontífice.
El Santo Padre ha continuado este miércoles 23 de noviembre de 2022 con el ciclo de catequesis sobre el discernimiento. La 9ª de ellas se titula “La consolación”.
El ejemplo de los santos
El Papa ha propuesto el ejemplo de varios santos que experimentaron dicha consolación, como es el caso de san Agustín “cuando habla con su madre Mónica de la belleza de la vida eterna; o en la perfecta leticia de san Francisco —asociada además a situaciones muy duras de soportar—; y pensemos en tantos santos y santas que han sabido hacer grandes cosas, no porque se consideraban buenos y capaces, sino porque fueron conquistados por la dulzura pacificante del amor de Dios”
Asimismo, la consolación también es “la paz que san Ignacio notaba en sí con estupor cuando leía las vidas de los santos. Ser consolado es estar en paz con Dios, sentir que todo está arreglado en paz, todo es armónico dentro de nosotros” y “la paz que siente Edith Stein después de la conversión; un año después de haber recibido el Bautismo, ella escribe – así dice Edith Stein: ‘Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y que, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, va a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una actividad y de una fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí’ (Psicologia e scienze dello spirito, Città Nuova, 1996, 116)”.
Es decir, se trata “de una paz genuina es una paz que hace brotar los buenos sentimientos en nosotros”. Para Francisco, la consolación “tiene que ver sobre todo con la esperanza, mira hacia el futuro, pone en camino, consiente tomar iniciativas hasta ese momento siempre postergadas, o ni siquiera imaginadas, como el Bautismo para Edith Stein”.
Después, el Sucesor de Pedro propone también el ejemplo de santa Teresita de Lisieux: “Una chica de catorce años nos da una descripción espléndida de la consolación espiritual: se advierte un sentido de ternura hacia Dios, que nos hace audaces en el deseo de participar de su misma vida, de hacer lo que le agrada, porque nos sentimos familiares con Él, sentimos que su casa es nuestra casa, nos sentimos acogidos, amados, revitalizados. Con esta consolación, prosigue, “no nos rendimos frente a las dificultades: de hecho, con la misma audacia, Teresa pedirá al Papa el permiso para entrar en el Carmelo, aunque sea demasiado joven, y le será concedido. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la consolación nos hace audaces: cuando estamos en tiempo de oscuridad, de desolación (…)”.
De este modo, la consolación, “te impulsa a ir adelante y a hacer las cosas que en tiempo de desolación tú no serías capaz; te impulsa a dar el primer paso. Esto es lo hermoso de la consolación”.
Discernir si la consolación es de Dios o es falsa
El Papa Francisco también advierte sobre la necesidad de distinguir la consolación “que es de Dios” y de las “falsas consolaciones”. Es preciso, por tanto, “hacer discernimiento, también cuando uno se siente consolado. Porque la falsa consolación puede convertirse en un peligro, si la buscamos como fin en sí misma, de forma obsesiva, y olvidándonos del Señor”.
“Como diría san Bernardo, se buscan las consolaciones de Dios y no se busca al Dios de las consolaciones. Nosotros debemos buscar al Señor y el Señor, con su presencia, nos consuela, nos hace ir adelante. Y no buscar a Dios porque nos trae las consolaciones: no, esto no va, no debemos estar interesados en esto. Es la dinámica del niño de la que hablábamos la vez pasada, que busca a los padres solo para obtener cosas de ellos, pero no por ellos mismos: va por interés (…)”.
De este modo, “corremos el riesgo de vivir la relación con Dios de forma infantil, buscando nuestro interés, buscando reducir a Dios a un objeto para nuestro uso y consumo, perdiendo el don más hermoso que es Él mismo. Así vamos adelante en nuestra vida, que procede entre las consolaciones de Dios y las desolaciones del pecado del mundo, pero sabiendo distinguir cuando es una consolación de Dios, que te da paz hasta el fondo del alma, de cuando es un entusiasmo pasajero que no es malo, pero no es la consolación de Dios”, matiza.
A continuación, sigue el texto completo de la audiencia del Santo Padre, los saludos a los hispanoparlantes, los llamamientos y el resumen de sus palabras en español.
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Catequesis sobre el discernimiento 9. La consolación
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre el discernimiento del espíritu: cómo discernir lo que sucede en nuestro corazón, en nuestra alma. Y después de haber considerado algunos aspectos de la desolación —esa oscuridad del alma— hablamos hoy de la consolación, que sería la luz del alma, y que es otro elemento importante para el discernimiento, que no debe darse por descontado, porque se puede prestar a equívocos. Nosotros debemos entender qué es la consolación, como hemos tratado de entender bien qué es la desolación.
¿Qué es la consolación espiritual? Es una experiencia de alegría interior, que consiente ver la presencia de Dios en todas las cosas; esta refuerza la fe y la esperanza, y también la capacidad de hacer el bien. La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba. Se trata por tanto de un gran don para la vida espiritual y para la vida en su conjunto. Y vivir esta alegría interior.
La consolación es un movimiento íntimo, que toca lo profundo de nosotros mismos. No es llamativa, sino que es suave, delicada, como una gota de agua en una esponja (cfr. S. Ignacio de L., Ejercicios espirituales, 335): la persona se siente envuelta en la presencia de Dios, siempre de una forma respetuosa con la propia libertad. Nunca es algo desafinado, que trata de forzar nuestra voluntad, tampoco es una euforia pasajera: al contrario, como hemos visto, también el dolor —por ejemplo, por los propios pecados— puede convertirse en motivo de consolación.
Pensemos en la experiencia vivida por san Agustín cuando habla con su madre Mónica de la belleza de la vida eterna; o en la perfecta leticia de san Francisco —asociada además a situaciones muy duras de soportar—; y pensemos en tantos santos y santas que han sabido hacer grandes cosas, no porque se consideraban buenos y capaces, sino porque fueron conquistados por la dulzura pacificante del amor de Dios. Es la paz que san Ignacio notaba en sí con estupor cuando leía las vidas de los santos. Ser consolado es estar en paz con Dios, sentir que todo está arreglado en paz, todo es armónico dentro de nosotros. Es la paz que siente Edith Stein después de la conversión; un año después de haber recibido el Bautismo, ella escribe – así dice Edith Stein: «Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y que, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, va a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una actividad y de una fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí» (Psicologia e scienze dello spirito, Città Nuova, 1996, 116). Es decir, una paz genuina es una paz que hace brotar los buenos sentimientos en nosotros.
La consolación tiene que ver sobre todo con la esperanza, mira hacia el futuro, pone en camino, consiente tomar iniciativas hasta ese momento siempre postergadas, o ni siquiera imaginadas, como el Bautismo para Edith Stein.
La consolación es una paz grande, pero no para permanecer sentados ahí disfrutándola, no, te da la paz y te atrae hacia el Señor y te pone en camino para hacer cosas, para hacer cosas buenas. En tiempo de consolación, cuando somos consolados, nos vienen ganas de hacer mucho bien, siempre. En cambio, cuando llega el momento de la desolación, nos vienen ganas de cerrarnos en nosotros mismos y de no hacer nada. La consolación te impulsa adelante, al servicio de los demás, de la sociedad, de las personas. La consolación espiritual no es “controlable” —tú no puedes decir ahora que venga la consolación, no, no es controlable— no es programable a voluntad, es un don del Espíritu Santo: permite una familiaridad con Dios que parece anular las distancias. Santa Teresa del Niño Jesús, visitando la basílica de Santa Cruz en Jerusalén a la edad de catorce años en Roma, intenta tocar el clavo allí venerado, uno de aquellos con los que Jesús fue crucificado. Teresa siente esta osadía suya como un arranque de amor y confianza. Y luego escribe: «Fui realmente demasiado audaz. Pero el Señor ve el fondo de los corazones, sabe que mi intención era pura […]. Actuaba con él como niña que se cree todo permitido y considera como propios los tesoros del Padre» (Manuscrito autobiográfico, 183). La consolación es espontánea, te lleva a hacer todo espontáneo, como si fuéramos niños. Los niños son espontáneos, y la consolación te lleva a ser espontáneo con una dulzura, con una paz muy grande. Una chica de catorce años nos da una descripción espléndida de la consolación espiritual: se advierte un sentido de ternura hacia Dios, que nos hace audaces en el deseo de participar de su misma vida, de hacer lo que le agrada, porque nos sentimos familiares con Él, sentimos que su casa es nuestra casa, nos sentimos acogidos, amados, revitalizados. Con esta consolación no nos rendimos frente a las dificultades: de hecho, con la misma audacia, Teresa pedirá al Papa el permiso para entrar en el Carmelo, aunque sea demasiado joven, y le será concedido. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la consolación nos hace audaces: cuando estamos en tiempo de oscuridad, de desolación, y pensamos: “Esto no soy capaz de hacerlo”. Te abate la desolación, te hace ver todo oscuro: “No, yo no puedo hacerlo, no lo haré”. En cambio, en tiempo de consolación, ves las mismas cosas de forma diferente y dices: “No, yo voy adelante, lo hago”. “Pero ¿estás seguro?”. “Yo siento la fuerza de Dios y voy adelante”. Y así la consolación te impulsa a ir adelante y a hacer las cosas que en tiempo de desolación tú no serías capaz; te impulsa a dar el primer paso. Esto es lo hermoso de la consolación.
Pero estemos atentos. Tenemos que distinguir bien la consolación que es de Dios, de las falsas consolaciones. En la vida espiritual sucede algo similar a lo que sucede en las producciones humanas: están los originales y están las imitaciones. Si la consolación auténtica es como una gota en una esponja, es suave e íntima, sus imitaciones son más ruidosas y llamativas, son puro entusiasmo, son un fuego fatuo, sin consistencia, llevan a plegarse sobre uno mismo, y a no cuidar de los otros. La falsa consolación al final nos deja vacíos, lejos del centro de nuestra existencia. Por esto, cuando nosotros nos sentimos felices, en paz, somos capaces de hacer cualquier cosa. Pero no confundir esa paz con un entusiasmo pasajero, porque el entusiasmo hoy está, después cae y ya no está.
Por eso se debe hacer discernimiento, también cuando uno se siente consolado. Porque la falsa consolación puede convertirse en un peligro, si la buscamos como fin en sí misma, de forma obsesiva, y olvidándonos del Señor. Como diría san Bernardo, se buscan las consolaciones de Dios y no se busca al Dios de las consolaciones. Nosotros debemos buscar al Señor y el Señor, con su presencia, nos consuela, nos hace ir adelante. Y no buscar a Dios porque nos trae las consolaciones: no, esto no va, no debemos estar interesados en esto. Es la dinámica del niño de la que hablábamos la vez pasada, que busca a los padres solo para obtener cosas de ellos, pero no por ellos mismos: va por interés. “Papá, mamá”. Y los niños saben hacer esto, saben jugar y cuando la familia está dividida, y tienen esta costumbre de buscar ahí y buscar aquí, esto no hace bien, esto no es consolación, eso es interés. También nosotros corremos el riesgo de vivir la relación con Dios de forma infantil, buscando nuestro interés, buscando reducir a Dios a un objeto para nuestro uso y consumo, perdiendo el don más hermoso que es Él mismo. Así vamos adelante en nuestra vida, que procede entre las consolaciones de Dios y las desolaciones del pecado del mundo, pero sabiendo distinguir cuando es una consolación de Dios, que te da paz hasta el fondo del alma, de cuando es un entusiasmo pasajero que no es malo, pero no es la consolación de Dios.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, hay muchos mexicanos por aquí. El próximo domingo comenzamos el tiempo de Adviento. Pidamos al Señor que nos ayude a mantener encendida en nuestra vida la lámpara de la fe y a estar preparados para recibir su visita, que nos llena de paz y alegría. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
Llamamientos
En las pasadas horas la Isla de Java, en Indonesia, fue sacudida por un fuerte terremoto. Expreso mi cercanía a esa querida población y rezo por los muertos y por los heridos.
El domingo pasado en Kalongo, Uganda, fue beatificado el padre Giuseppe Ambrosoli, misionero comboniano, sacerdote y médico. Nacido en la diócesis de Como, murió en Uganda en 1987 después de haber gastado su vida por los enfermos, en los cuales veía el rostro de Cristo. Que su extraordinario testimonio ayude a cada uno de nosotros a ser un signo de una Iglesia en “salida”. ¡Un aplauso al nuevo beato!
Deseo enviar mi saludo a los jugadores, a los aficionados y a los espectadores que siguen, desde varios continentes, el campeonato mundial de fútbol, que se está jugando en Qatar. Que este importante evento pueda ser ocasión de encuentro y de armonía entre las naciones, favoreciendo la fraternidad y la paz entre los pueblos. Recemos por la paz en el mundo y por el final de todos los conflictos, con un pensamiento particular por los terribles sufrimientos del querido y martirizado pueblo ucraniano. A propósito, el próximo sábado es el aniversario del terrible genocidio del Holodomor, el exterminio por el hambre en 1932-33 causado artificiosamente por Stalin en Ucrania. Recemos por las víctimas de este genocidio y recemos por tantos ucranianos, niños, mujeres y ancianos, niños, que hoy sufren el martirio de la agresión.
La Jornada Mundial de la Pesca, celebrada antes de ayer, pueda favorecer la sostenibilidad en la pesca y en la acuicultura, a través del respeto de los derechos de los pescadores, que con su trabajo contribuyen a la seguridad alimenticia, a la nutrición y a la reducción de la pobreza en el mundo.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestras catequesis sobre el discernimiento hemos hablado anteriormente de la desolación, hoy reflexionamos sobre otro elemento importante: la consolación. La consolación espiritual es un don del Espíritu Santo que nos hace experimentar la presencia de Dios en nuestro interior, nos da alegría y paz, y refuerza en nosotros la fe, la esperanza y el deseo de hacer el bien. También nos da fortaleza en los momentos de prueba y nos impulsa a buscar a Dios sobre todas las cosas.
El discernimiento nos ayuda a distinguir la consolación auténtica de otras falsas consolaciones que en realidad nos alejan de Dios y nos dejan vacíos. La vida de los santos nos brinda hermosos ejemplos de verdadera consolación espiritual. Su “secreto” fue abandonarse con confianza en las manos de Dios y dejarle que sea Él quien haga su obra en ellos y por medio de ellos. Los santos nos enseñan que lo esencial en nuestra vida no es buscar los consuelos de Dios sino al Dios de los consuelos.
© Librería Editora Vaticana
HACIA LA CASA DEL PADRE
— Anhelo del Cielo.
— La «divinización» del alma, de sus potencias y del cuerpo glorioso.
— La gloria accidental. Estar vigilantes.
I. Me mostró el río del agua de la vida claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y en una y otra orilla del río, está el árbol de la vida, que produce frutos doce veces (...). En ella estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto, verán su rostro y llevarán su nombre grabado en sus frentes1. La Sagrada Escritura acaba donde comenzó: en el Paraíso. Y las lecturas de este último día del año litúrgico nos señalan el fin de nuestro caminar aquí en la tierra: la Casa del Padre, nuestra morada definitiva,
El Apocalipsis nos enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin. San Juan nos presenta en esta lectura el encuentro de quienes fueron fieles en esta vida: el agua es el símbolo del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, representado por el río que surge del trono de Dios y del Cordero. El nombre de Dios sobre las frentes de los elegidos expresa su pertenencia al Señor2. En el Cielo ya no habrá noche: no será necesaria luz ni lámparas ni el sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinará por los siglos de los Siglos3.
La muerte de los hijos de Dios será solo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con Él por toda la eternidad. Junto a Él ya no habrá noche. En la medida en que vamos creciendo en el sentido de la filiación divina, perdemos el miedo a la muerte, porque sentimos con más fuerza el anhelo de encontrarnos con nuestro Padre, que nos espera. Esta vida es solo el camino hasta Él; «por eso es necesario vivir y trabajar en el tiempo llevando en el corazón la nostalgia del Cielo»4.
Muchos hombres, sin embargo, no tienen en su corazón esta «nostalgia del Cielo» porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente5 y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos. Han empequeñecido su corazón y lo han llenado de cosas que poco o nada valen, y que dejarán para siempre dentro de un tiempo no demasiado largo.
Los cristianos amamos la vida y todo lo que en ella encontramos de noble: amistad, trabajo, alegría, amor humano..., y no debe extrañarnos que a la hora de dejar este mundo experimentemos cierto temor y desazón, pues el cuerpo y el alma fueron creados por Dios para estar unidos y solo tenemos experiencia de este mundo. Sin embargo, la fe nos dará el consuelo inefable de saber que la vida se transforma, no se pierde; y al deshacerse la casa de nuestra habitación terrena, se nos prepara en el Cielo una eterna morada6. Después nos espera la Vida.
Los hijos de Dios quedarán maravillados en la gloria al ver todas las perfecciones de su Padre, de las que solo tuvieron un anticipo en la tierra. Y se sentirán plenamente en su casa, en su morada ya definitiva, en el seno de la Trinidad Beatísima7.
Por eso, podemos exclamar: «¡Si no nos morimos!: cambiamos de casa y nada más. Con la fe y el amor, los cristianos tenemos esta esperanza; una esperanza cierta. No es más que un hasta luego. Nos debíamos morir despidiéndonos así: ¡hasta luego!»8.
II. Los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos9.
En el Cielo todo nos parecerá enteramente joven y nuevo. Y esta novedad será tan impresionante que el viejo universo habrá desaparecido como un volumen enrollado10; y, sin embargo, el Cielo no será extraño a nuestros ojos. Será la morada que aun el corazón más depravado siempre anheló en el fondo de su ser. Será la nueva comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su adopción. Estaremos con nuevos corazones y voluntades nuevas, con nuestros propios cuerpos transfigurados después de la resurrección. Y esta felicidad en Dios no excluirá las genuinas relaciones personales. «Ahí entran todos los amores humanos verdaderos, auténticamente personales: El amor de los esposos, aquel entre padre e hijos, la amistad, el parentesco, la limpia camaradería...
»Vamos todos caminando por la vida y, según pasan los años, son cada vez más numerosos los seres queridos que nos aguardan al otro lado de la barrera de la muerte. Esta se convierte en algo menos temeroso, incluso en algo alegre, cuando vamos siendo capaces de advertir que es la puerta de nuestro verdadero hogar en el que nos aguardan ya los que nos han precedido en el signo de la fe. Nuestro común hogar no es la tumba fría; es el seno de Dios»11.
Aquí nos encontramos con una pobreza desoladora para hacernos cargo de lo que será nuestra vida en el Cielo junto a nuestro Padre Dios. El Antiguo Testamento apunta la vida del Cielo evocando la tierra prometida, en la que ya no se sufrirán la sed y el cansancio, sino que, por el contrario, abundarán todos los bienes. No padecerán hambre ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiará el que se ha compadecido de ellos, y los llevará a manantiales de agua12. Jesús, en el que tiene lugar la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en esta felicidad perfecta e inacabable. Su mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar.
El alma y sus potencias, y el cuerpo después de la resurrección, quedarán como divinizados, sin que esto suprima la diferencia infinita entre la creatura y su Creador. Además de contemplar a Dios tal como es en sí mismo, los bienaventurados conocen en Dios de modo perfectísimo a las criaturas especialmente relacionadas con ellos, y de este conocimiento obtienen también un inmenso gozo. Afirma Santo Tomás que los bienaventurados conocen en Cristo todo lo que pertenece a la belleza e integridad del mundo, en cuanto forman parte del universo. Y por ser miembros de la comunidad humana, conocen lo que fue objeto de su cariño o interés en la tierra; y en cuanto criaturas elevadas al orden de la gracia, tienen un conocimiento claro de las verdades de fe referentes a la salvación: la encarnación del Señor, la maternidad divina de María, la Iglesia, la gracia y los sacramentos13.
«Piensa qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban...
«En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia ... ! Y sin empalago: te saciará sin saciar»14.
III. En el Cielo veremos a Dios y gozaremos en Él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos adquiridos aquí en la tierra. Pero la misericordia de Dios es tan grande, y tanta su largueza, que ha querido que sus elegidos encuentren también un nuevo motivo de felicidad en el Cielo a través de los bienes legítimos creados a los que el hombre aspira; es lo que llaman los teólogos gloria accidental. A esta bienaventuranza pertenecen la compañía de Jesucristo, a quien veremos glorioso, al que reconoceremos después de tantos ratos de conversación con Él, de tantas veces como le recibimos en la Sagrada Comunión..., la compañía de la Virgen, de San José, de los Ángeles, en particular del propio Ángel Custodio, y de todos los santos. Especial alegría nos producirá encontrarnos con los que más amamos en la tierra: padres, hermanos, parientes, amigos..., personas que influyeron de una manera decisiva en nuestra salvación...
Además, como cada hombre, cada mujer, conserva su propia individualidad y sus facultades intelectuales, también en el Cielo es capaz de adquirir otros conocimientos utilizando sus potencias15. Por eso será un motivo de gozo la llegada de nuevas almas al Cielo, el progreso espiritual de las personas queridas que quedaron en la tierra, el fruto de los propios trabajos apostólicos a lo largo del tiempo, la fecundidad sobrenatural de las contrariedades y dificultades padecidas por servir al Maestro... A esto se añadirá, después del juicio universal, la posesión del propio cuerpo, resucitado y glorioso, para el que fue creada el alma. Esta gloria accidental aumentará hasta el día del juicio universal16.
Es bueno y necesario fomentar la esperanza del Cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad. Es tanto lo que nos espera dentro de poco tiempo que se entienden bien las continuas advertencias del Señor para estar vigilantes y no dejarnos envolver por los asuntos de la tierra de tal manera que olvidemos los del Cielo. En el Evangelio de la Misa de hoy17, el último del año litúrgico, nos advierte Jesús: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida, la preocupación del dinero y se os eche encima aquel día... Estad siempre despiertos... y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.
Pensemos con frecuencia en aquellas otras palabras de Jesús: Voy a prepararos un lugar18. Allí, en el Cielo, tenemos nuestra casa definitiva, muy cerca de Él y de su Madre Santísima. Aquí solo estamos de paso. «Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. Vita mutatur, non tollitur (Prefacio I de Difuntos) (...). La vida se cambia, no nos la arrebatan. Empezaremos a vivir de un modo nuevo, muy unidos a la Santísima Virgen, para adorar eternamente a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el premio que nos está reservado»19.
Mañana comienza el Adviento, el tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos a Jesús muy cerca de María.
1 Primera lectura. Año II. Apoc 22, 1-6. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, EUNSA, Pamplona 1989, vol. XII, Apocalipsis, in loc. — 3 Apoc 22, 5. — 4 Juan Pablo II, Alocución 22-X-1985. — 5 Heb 13, 14. — 6 Misal Romano, Prefacio de difuntos. — 7 Cfr. B. Perquin, Abba, Padre, p. 343. — 8 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa sobre el proceso de beatificación de este Siervo de Dios, n. 1, p. 5. — 9 Primera lectura. Año I. Dan 7, 18. — 10 Apoc 6, 14. — 11 C. López-Pardo, Sobre la vida y la muerte, Rialp, Madrid 1973, p. 358. — 12 Is 49, 10. — 13 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 89, a. 8. — 14 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 995. — 15 Cfr. Santo Tomás, o. c., 1, q. 89, ad 1 ad 3, aa. 5 y 6; 3, q. 67, a. 2. — 16 Cfr. Catecismo Romano, 1, 13, n. 8. — 17 Lc 21, 34-36. — 18 Jn 14, 2. — 19 A. del Portillo, Homilía 15-VIII-1989, en Romana, n. 9, VII-XII-89, p. 243.
Evangelio del sábado: el examen de conciencia y la oración
Comentario del sábado de la 34.º semana del tiempo ordinario. “Vigilad orando en todo tiempo”. Examinar la conciencia supone abrir el alma a la luz de Dios, invocando al Espíritu Santo, para ver todo lo que nos separa de Dios, para pedirle perdón y poner los medios oportunos para evitarlo.
26/11/2022
Evangelio (Lc 21, 34-36)
Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros, porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra. Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre.
Comentario
El evangelio de hoy nos ofrece dos medios para estar vigilantes y preparados para cuando el Señor nos llame a su presencia: el examen de conciencia y la oración.
El primero es el examen de conciencia, ofrecido también por la Iglesia desde sus inicios, que se presenta como un modo conveniente para vivir eficazmente nuestra vocación cristiana y también como un medio necesario para acercarnos al sacramento de la misericordia de Dios, a la confesión sacramental.
Examinar la conciencia supone abrir el alma a la luz de Dios, invocando al Espíritu Santo, para ver todo lo que nos separa de Dios, lo que dificulta nuestra unión con Él, para pedirle perdón y poner, con su ayuda, los medios oportunos para evitarlo.
El Señor nos previene contra los ofuscamientos del corazón, fruto de una vida entregada a las demandas de los sentidos; vidas que buscan como fin el placer, o cegueras del alma que son consecuencia de andar preocupados exclusivamente por las cosas temporales.
Esas situaciones conducen a una insensibilidad ante las gracias y misericordias de Dios, que llama a la conversión. La respuesta al Señor se pospone para un mañana o un futuro que nunca llegan o bien se esquivan, para seguir ofuscados en aquello que complace o ante la urgencia de resolver con nuestras solas fuerzas los problemas que se presentan.
El segundo medio es la oración. Un diálogo personal con Dios que nos mantenga en su presencia y nos disponga para secundar dócilmente los dones del Espíritu Santo y alcanzar sus frutos, particularmente la caridad, porque el juicio con el que se abre la eternidad, versará sobre cómo hemos cultivado el talento de amar.
La santidad está compuesta de heroísmos. –Por tanto, en el trabajo se nos pide el heroísmo de "acabar" bien las tareas que nos corresponden, día tras día, aunque se repitan las mismas ocupaciones. Si no, ¡no queremos ser santos! (Surco, 529)
26 de noviembre
Me has preguntado qué puedes ofrecer al Señor. –No necesito pensar mi respuesta: lo mismo de siempre, pero mejor acabado, con un remate de amor, que te lleve a pensar más en Él y menos en ti. (Surco, 495)
Al reanudar tu tarea ordinaria, se te escapó como un grito de protesta: ¡siempre la misma cosa!
Y yo te dije: –sí, siempre la misma cosa. Pero esa tarea vulgar –igual que la que realizan tus compañeros de oficio– ha de ser para ti una continua oración, con las mismas palabras entrañables, pero cada día con música distinta.
Es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica. (Surco, 500)
Pon en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera..., una imagen de Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar tu tarea, mientras la realizas y al terminarla. Ella te alcanzará –¡te lo aseguro!– la fuerza para hacer, de tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios. (Surco, 531)
El Adviento: preparar el camino al Señor que viene
Este domingo comienza el Adviento, un período de preparación para celebrar la Navidad. Ofrecemos varios recursos para orar; unos textos para profundizar en el sentido de este tiempo litúrgico; y cómo vivir algunas tradiciones cristianas.
25/11/2022
1. Para orar en Adviento
Audio y texto de la homilía de san Josemaría sobre el Adviento, recogida en el volumen "Es Cristo que pasa".
Textos breves del fundador del Opus Dei para orar sobre este tiempo del Año Litúrgico.
• ¿Qué es el Adviento? El Adviento es el tiempo litúrgico que precede a la Navidad.
En el artículo se explica con detalle el sentido de estas semanas, en las que la Iglesia se prepara para celebrar el nacimiento de Cristo.
• Meditación del prelado del Opus Dei sobre el Adviento.
En este audio, considera los efectos del ‘Fiat’ -el “así sea”- de la Virgen y de cómo ella se preparó para acoger a su Hijo.
• Meditaciones sobre el Adviento
2. Tres textos para profundizar en el significado del Adviento
• Tiempo de Adviento: Preparar la venida del Señor. El Adviento nos invita a detenernos, en silencio, para captar la presencia de Dios. Son días en los que volver a considerar, con palabras de san Josemaría, que “Dios está junto a nosotros de continuo”.
• «El hermoso signo del pesebre». Carta apostólica del Papa Francisco sobre el significado y el valor del belén.
• Un tierno silencio de Navidad (Guillaume Derville): Reflexión sobre el valor del silencio: Adviento es el tiempo de la humilde espera del Salvador, de la plena alegría por su nacimiento.
3. Costumbres de Adviento
• Caminito de Belén... como un personaje más.
Una familia dispersa por cuatro países y una ilusión: volver a preparar la Navidad como les enseñaron sus padres. ¿Cómo? Han sido meses de reuniones a horas intempestivas, diseños interminables, redacción de cuentos y edición de vídeos. ¿El resultado? Un calendario de Adviento para meterse en las escenas del Evangelio “como un personaje más”.
• ¿Cómo se hace una corona de Adviento?
Tutorial para elaborar una corona de adviento sencilla, que ayude a preparar la Navidad en familia.
El Adviento – ¿Cómo y cuando empieza a vivirse?
Tiempo litúrgico que prepara la Navidad
Expectación penitente, piadosa y alegre
La venida del Hijo de Dios a la Tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos (…). Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 522 y 524)
Con el tiempo de Adviento, la Iglesia romana da comienzo al nuevo año litúrgico. El tiempo de Adviento gravita en torno a la celebración del misterio de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
A partir del siglo IV
El origen y significado del Adviento es un tanto oscuro; en cualquier caso, el término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros siglos de la vida de la Iglesia, y probablemente se acuñó a partir de su uso en la lengua latina clásica.
La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (durante el siglo IV) designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne –encarnación- y advenimiento glorioso –parusía-.
La tensión entre uno y otro significado se encuentra a lo largo de toda la historia del tiempo litúrgico del Adviento, si bien el sentido de “venida” cambió a “momento de preparación para la venida”.
Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje. De hecho, el ciclo de adviento fue uno de los últimos elementos que entraron a formar parte del conjunto del año litúrgico (siglo V).
Parece ser que desde fines del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las iglesias de Hispania y de las Galias particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar unos días a la preparación de esas celebraciones.
Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380:
“Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente” (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14).
La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de adviento actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa.
Un tiempo de penitencia
Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes “desde antiguo” para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia. Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes “deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días”.
El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que “ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma” (Mansi, IX, 796 y 933). Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de adviento se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto.
Sin embargo, las primeras noticias a cerca de la celebración del tiempo litúrgico del Adviento, se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de Roma.
Según parece, este Adviento romano comprendía al principio seis semanas, aunque muy pronto -durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604)- se redujo a las cuatro actuales.
Una doble espera
El significado teológico original del Adviento se ha prestado a distintas interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para la celebración litúrgica anual del nacimiento de Cristo y sólo más tarde –a partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida- su significado se desdoblaría hasta incluir también la espera gozosa de la Parusía del Señor.
No faltan, sin embargo, partidarios de la tesis contraria: el Adviento habría comenzado como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, la superposición ha llegado a ser tan íntima que resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo litúrgico.
El Calendario Romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa:
“El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.
Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre” (Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 39).
Fuente: www.primeroscristianos.com
Querer ser hijos, abrirnos a un hogar. Filiación y paternidad en el Opus Dei
Con ocasión del cumpleaños del Prelado del Opus Dei, reflexionamos sobre la paternidad y la filiación en esta familia.
27/10/2022
Cada vez que es elegido un nuevo sucesor de san Josemaría y, posteriormente, nombrado por el Papa, esa persona pasa de ser hijo a ser Padre de esta familia sobrenatural. El Espíritu Santo obra una transformación en su corazón. Ocurrió en 1975, año en que falleció el fundador, así como en 1994, en 2017, y seguirá sucediendo mientras la Obra continúe su camino. Cuando acontece esta sucesión, también cada fiel de la Obra aprende a ser hijo de una manera nueva. En realidad, se trata de una oportunidad que se nos presenta, diariamente, toda la vida.
Aunque uno sea hijo por generación natural o por vínculos espirituales, aquella relación puede permanecer simplemente como un «hecho», como algo que está allí, tal vez olvidado, y que no es elegido en presente con una fuerza personal. Porque, por encima de ese «hecho», podemos además escoger «vivir como hijos», de la misma manera que un padre de familia supera el simple «saberse padre» para, efectivamente, escoger «vivir como padre», para asumir la belleza de esa relación. Aquella elección supone no contentarnos con «ser hijos», que ya es bastante, sino también «querer ser hijos», abrirnos al calor de un hogar.
El Espíritu Santo: escuela para ser hijos y para ser Padre
Sin irnos muy lejos, san Josemaría tuvo que aprender a ser padre. «Hasta el año 1933 me daba una especie de vergüenza el llamarme “Padre” de toda esta gente mía», comentaba, refiriéndose a los primeros años que siguieron a la fundación del Opus Dei. «Por eso yo les llamaba casi siempre “hermanos” en vez de “hijos”»[1]. Se puso, sin embargo, a la escucha del Espíritu Santo, y pronto pudo entreverse en sus expresiones ese sentimiento de sano orgullo por los suyos: «No puedo dejar de levantar el alma agradecida al Señor, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra, por haberme dado esta paternidad espiritual que, con su gracia, he asumido con la plena conciencia de estar sobre la tierra solo para realizarla. Por eso, os quiero con corazón de padre y de madre»[2].
Muchas veces el fundador del Opus Dei confesaba que, inexplicablemente, sentía su corazón ensancharse cada vez más, conforme eran más numerosas las personas que se acercaban al calor de esta familia. Al mismo tiempo, era consciente de que él, personalmente, no era imprescindible. Sabía que estaríamos bien cuidados cuando ya no se encontrara físicamente en la tierra para ejercer su paternidad: «Hijos míos, os quiero –no me importa decirlo, porque no exagero– más que vuestros padres. Y estoy seguro de que en el corazón de los que me sucedan, encontraréis este mismo cariño –iba a añadir que más, aunque me parece imposible–, porque tendrán muy metido dentro del alma este espíritu tan de familia que informa la Obra entera. Llamadles Padre, como lo hacéis conmigo»[3].
La familia es mayor que la parte
La decisión de asumir una paternidad o asumir una filiación –querer vivir verdaderamente como padres o como hijos– supone superar la lógica del aislamiento y entrar en la lógica de la familia. Decía san Juan Pablo II que «Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor»[4]. Por eso, siempre hace germinar su palabra en el terreno fértil de esos vínculos humanos: una familia, una agrupación, un pueblo… hasta llegar a la comunidad universal que es la Iglesia. De Dios Padre, señala san Pablo, «toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Ef 3,15).
Dice el refrán africano: «Si quieres ir rápido ve solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado». Una familia nos regala una mirada más amplia: nos enriquecemos con muchas otras sensibilidades y perspectivas. En el caso de la Obra, nos enriquecemos de los fieles de todas las latitudes, guiados por el Padre. El Papa Francisco ha hablado muchas veces sobre la bonita tarea de conjugar nuestro afán santo por mejorar lo que tenemos a mano, con la pertenencia a una familia que se extiende más allá de lo que alcanzamos a tocar: «El todo es más que las partes y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar»[5].
A medida que van creciendo, los hijos se entusiasman cuando su padre les confía algo importante. Sentirse valorados forma parte del proceso que les lleva a ser adultos. Y esos actos de confianza suelen ser cada vez de mayor envergadura. No siempre hace falta que la petición sea expresa. Cuando el hijo ha aprendido a adelantarse a las necesidades de su familia, le basta una insinuación. Trata de comprender la voluntad de su padre, quiere asumirla como propia, se ofrece para realizarla. En el caso de la familia de la Obra, esas señales del Padre las podemos recibir a través de sus frecuentes comunicaciones en mensajes y cartas; teniendo la atención despierta para detectar sus preocupaciones cuando participa en encuentros o entrevistas; procurando reconocer su guía en las orientaciones y sugerencias que nos hace llegar para toda la Obra que, de algún modo, tienen prioridad sobre lo particular. Los hijos buscan sorprender al padre demostrándole que no solamente comprenden bien sus palabras, sino que incluso van más allá: las recuerdan en cada momento, se impulsan en ellas y las hacen fecundas.
Dificultades de moverse al ritmo divino
Mirando la vida de Cristo comprendemos bien que filiación y cruz no son incompatibles, sino todo lo contrario: ambas están marcadas por la promesa de la resurrección. Toda filiación natural y espiritual tienen también, de alguna manera, esta doble dimensión. Su fundamento es el amor y, por eso, el dolor puede hacerse presente: no para estropearlo todo, sino para mostrar hasta qué punto esa relación es firme, segura, resistente a la fuerza de cualquier vaivén. Ser hijo implica estar unido a la voluntad amorosa de un padre. Y no debe sorprendernos que esto requiera, en ocasiones, sufrir.
Esta actitud no anula las dificultades que podamos encontrar, ni siquiera nos asegura que se optará por la mejor solución desde el punto de vista humano, pues todos nos podemos equivocar. Lo que sí sabemos es que el Espíritu Santo es quien nos guía, y que para él no hay obstáculo insalvable, ni descamino que no tenga retorno. Este dinamismo es parte de sabernos insertados en una lógica sobrenatural, de Dios, con muchas más dimensiones que solamente ese largo y ancho que se asoma ante nuestros ojos. Tantos santos se han movido con estas coordenadas, a veces sin mucho acuerdo humano, pero de acuerdo con el Espíritu Santo que suena una melodía que a veces no comprendemos del todo. «Para ser buen bailarín contigo –decía una escritora del siglo XX, refiriéndose a la docilidad hacia aquella música divina– no es preciso saber adónde lleva el baile. Hay que seguir, ser alegre, ser ligero (…). No hay por qué querer avanzar a toda costa sino aceptar el dar la vuelta, ir de lado, saber detenerse y deslizarse»[6].
Esa cruz que puede venir junto a cualquier filiación no será de ordinario grande y pesada. No pretendemos sostener todo el peso, sino solamente lo que un hijo puede llevar. Es nuestro deseo más grande aportar, con nuestros ahorros, un granito de arena al negocio familiar.
Un mensaje velado
Entre las costumbres que san Josemaría, por inspiración de Dios, quería que vivieran las personas del Opus Dei, se encuentran la oración y la mortificación diarias por el Prelado. A ojos humanos puede parecer muy poco, pero, unidas y avivadas con la caridad de Dios que las impulsa, se convierten en un potente flujo de gracia.
Es lógico que los sucesores de san Josemaría hayan sentido el peso de esa bendita carga que Dios ha puesto en sus hombros. Al mismo tiempo, es el Espíritu Santo quien de verdad realiza la misión sobrenatural que se les ha encomendado como pastores. El Padre confesaba, al final de su carta del 14 de febrero de 2017, pocos días después de ser nombrado Prelado del Opus Dei por el Papa: «Hijas e hijos míos, si en este mundo, tan bello y a la vez tan atormentado, alguno se siente alguna vez solo, que sepa que el Padre reza por él y le acompaña de verdad, en la comunión de los santos, y que lo lleva en su corazón. Me gusta recordar en ese sentido cómo la liturgia canta la presentación del Niño en el Templo (…): parecía, dice, que Simeón sostuviera a Jesús en sus brazos; en realidad, era al revés, (…) era el Niño quien sostenía al anciano y lo dirigía. Así nos sostiene Dios, aunque a veces podamos percibir solamente lo que nos pesan las almas»[7].
Detrás de estas palabras, quizá podemos intuir un mensaje velado y discreto para cada uno. Es como si el Padre nos dijera que le sostenemos nosotros. Siente el peso de ser el Padre, de haberse convertido en guía y pastor de este rebaño, pero le alivia descubrir que somos nosotros los que le sostenemos con nuestra oración, con nuestro sacrificio y con nuestro impulso en la aventura que nos propone. Dios se sirve de nosotros para sostenerle.
[1] San Josemaría, Apuntes íntimos, 28-X-1935. Citado en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, tomo I, Rialp, Madrid 1997, p. 555.
[2] San Josemaría, Cartas 11, n. 23.
[3] San Josemaría, Comunicación leída por don Álvaro del Portillo al inicio del Congreso Electivo del primer sucesor del Opus Dei, 15-IX-1975.
[4] San Juan Pablo II, Homilía, 28-I-1979.
[5] Francisco, Ex. ap. Evangelii Gaudium, n. 235.
[6] Sierva de Dios Madeleine Delbrêl, “El baile de la obediencia”.
[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta Pastoral 14-II-2017, n. 33.
La luz de la fe (I): la luz de la fe: vosotros sois la luz del mundo
La fe es un regalo de Dios que nos cambia la vida. La serie de editoriales que ahora comenzamos con el título “La luz de la fe” —dirigida a creyentes, vacilantes y no creyentes abiertos a Dios— desea ayudar a descubrirlo, y a compartir el hallazgo.
09/07/2017
«El pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; para los que yacían en región y sombra de muerte una luz ha amanecido» (Mt 4,16). De la mano del profeta Isaías, san Mateo presenta bajo el signo de la luz el inicio de la actividad apostólica del Señor en Galilea, tierra de transición entre Israel y el mundo pagano. Jesús, como profetizaba el anciano Simeón décadas antes con el Niño entre sus brazos, es «luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). Lo dirá el Señor de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Con la luz de la fe, con la luz que es Él, la realidad adquiere su verdadera profundidad, la vida encuentra su sentido. Sin ella, al final parece que «todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija»[1].
Son muchas las personas que, a veces sin saberlo, buscan a Dios. Buscan su felicidad, que solo pueden encontrar en Dios, porque su corazón está hecho por Él y para Él. «Ya estás tú en sus corazones —reza San Agustín—, en los corazones de los que te confiesan, y se arrojan en ti, y lloran en tu seno a vista de sus caminos difíciles (…) porque eres tú, Señor, y no un hombre de carne y sangre; eres tú, Señor, que los hiciste, quien los restablece y consuela»[2]. Sin embargo, también hay quienes esperan encontrar la felicidad en otra parte, como si el Dios de los cristianos fuera un competidor de sus ansias de felicidad. En realidad, le están buscando a Él: se encaran solo «con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina»[3].
SON MUCHAS LAS PERSONAS QUE, A VECES SIN SABERLO, BUSCAN A DIOS: SU CORAZÓN ESTÁ HECHO POR ÉL Y PARA ÉL.
—«¿Crees tú en el Hijo del Hombre?» —pregunta Jesús al ciego de nacimiento, que ha recobrado ya la vista. —«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» (Jn 9,35s). En todos los rincones del mundo hay hombres y mujeres que, en el fondo de la indiferencia u hostilidad que puedan mostrar hacia la fe, esperan quien les indique dónde está Dios, dónde está el que puede iluminar sus ojos y saciar su sed. Retratan bien su situación unas palabras que san Ireneo escribe sobre Abrahán: «Cuando, siguiendo el ardiente deseo de su corazón, peregrinaba por el mundo preguntándose dónde estaba Dios, y comenzó a flaquear y estaba a punto de desistir en la búsqueda, Dios tuvo piedad de aquel que, solo, le buscaba en silencio»[4]. A cada uno de ellos debemos llegarnos los cristianos, con el convencimiento humilde y sereno de que sabemos de Aquel a quien buscan (cfr. Jn 1,45s; Hch 17,23), aunque también nosotros constatemos tantas veces que aún no le conocemos bien. A todos los cristianos el Señor nos dice: «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14); «dadles vosotros de comer» (Mt 14,16).
Levadura de esta masa
El Evangelio «es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar»[5], porque alcanza a «iluminar toda la existencia del hombre»[6], a diferencia de los saberes humanos, que solo consiguen esclarecer algunas dimensiones de la vida. Sin embargo, esta luz que «brilla en las tinieblas» (Jn 1,5) se encuentra con frecuencia con la frialdad de un mundo que tiene por real solamente lo que se puede ver y tocar, lo que se deja ver a la luz de la ciencia o del consenso social. Por una inercia cultural de siglos, la fe se percibe a veces como «un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás»[7].
Sin embargo, también aquí hay motivos para el optimismo. Benedicto XVI constataba ya hace unos años cómo la ciencia ha empezado a tomar conciencia de sus límites: «muchos científicos dicen hoy que de alguna parte tiene que venir todo, que debemos volver a plantearnos esa pregunta. Con ello vuelve a crecer también una nueva comprensión de lo religioso, no como un fenómeno de naturaleza mitológica, arcaica, sino a partir de la conexión interior del Logos»[8]: poco a poco va quedando atrás la idea, demasiado simple, de que creer en Dios es un recurso para cubrir lo que no sabemos. Se abre camino una concepción de la fe como la mirada que logra dar mejor cuenta del sentido del mundo, de la historia, del hombre y, a la vez, de su complejidad y misterio[9].
EL EVANGELIO «ES UNA RESPUESTA QUE CAE EN LO MÁS HONDO DEL SER HUMANO. ES LA VERDAD QUE NO PASA DE MODA PORQUE ES CAPAZ DE PENETRAR ALLÍ DONDE NADA MÁS PUEDE LLEGAR» (PAPA FRANCISCO)
Estas nuevas perspectivas traen consigo un desafío para la teología, la catequesis y, en definitiva, el apostolado personal: «la religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en este gran contexto y encontrar así nuevas formas de expresión y de comprensión. El hombre de hoy no comprende ya sin más que la sangre de Cristo en la cruz es expiación por sus pecados (…); se trata de fórmulas que hay que traducir y captar de nuevo»[10]. En efecto, es tarea de la teología no solo profundizar en los distintos aspectos de la fe, sino también acercar cada generación al Evangelio. La teología y la catequesis no deben contemporizar, en el sentido de rebajar la fe a las miopías de cada época, pero están llamadas a hacer contemporáneo a Cristo: a acoger las inquietudes, el lenguaje y los desafíos de cada momento, no como un mal menor, sino como la materia y el ambiente en que Dios espera que hagamos un pan sabroso, un pan para alimentar a todos (cfr. Mt 14,16). «Fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. Es cierto podrán existir “harinas” mejores, pero el Señor nos invitó a leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan. No desde la defensiva, no desde nuestros miedos sino con las manos en el arado, ayudando a hacer crecer el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña»[11].
La atención a la sensibilidad del presente no viene a añadirse desde fuera a la fidelidad al Evangelio, sino que forma parte esencial de ella. Para proteger la fe, para vivirla con sentido, y para ir por todo el mundo enseñándola (cfr. Mc 16,15), se hace necesario recibirla hoy de nuevo, percibirla y hacer que los demás la perciban como lo que verdaderamente es: un don de Dios que nos cambia la vida, que la llena de luz. «Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe»[12]. El esfuerzo por mostrar esa luz y calor de la fe está transido de una solicitud sincera por hacerse cargo de las perplejidades y las dudas de nuestros coetáneos, sin considerarlas de antemano como impertinencias o complicaciones. Así uno se pone en mejores condiciones de encontrar, en cada caso, las palabras adecuadas. Hay personas, escribía San Josemaría, «que no saben nada de Dios..., porque no les han hablado en términos comprensibles»[13]. Cuando alguien no entiende, puede ser porque quien les habla tampoco ha comprendido lo que explica, o no se ha hecho cargo de sus inquietudes, y habla, quizá sin querer, de un modo abstracto y despegado. A la vez, es bueno no olvidar que «nunca podremos convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo fácilmente comprendido y felizmente valorado por todos. La fe siempre conserva un aspecto de cruz (…). Hay cosas que solo se comprenden desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos»[14].
Los católicos pueden verse a veces criticados como gente de miras estrechas, por el hecho de que no se pliegan a ciertos postulados que el mundo da por buenos. Sin embargo, si no dejan que les invada el miedo o el resentimiento ante las descalificaciones, si procuran desentrañar la inquietud o la herida que late en una respuesta airada, si no se cansan de pensar nuevos modos de dar cuenta de su visión del mundo, de hecho serán reconocidos, cada uno a su nivel, como personas con «amplitud de horizontes (…); una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento (…); una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[15].
EL LENGUAJE QUE MUEVE NO ES NECESARIAMENTE EL DEL GRAN ORADOR, SINO EL DE QUIEN HABLA, DESDE SU MODO DE SER, CON SUS PALABRAS, DE SU EXPERIENCIA DE LA FE.
La serie de editoriales que ahora inicia se propone ilustrar cómo la fe responde a las aspiraciones más profundas del corazón del hombre del siglo XXI, cómo Cristo, en enseñanza del Concilio Vaticano II, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»[16]. Se quiere prestar atención a las dificultades que muchas personas encuentran —incluso cristianos con buena formación— para comprender el sentido de determinados aspectos de la fe, y para explicarlos a otros cuya fe se ha enfriado, o que querrían acercarse a ella. Se dirige, por tanto, a un público amplio: creyentes, vacilantes y no creyentes con apertura, quizá latente, a la fe. Las distintas cuestiones se abordan sin pretensión de exhaustividad, centrando el esfuerzo en recuperar accesos, en trazar nuevos caminos hacia puntos que pueden resultar menos claros hoy: mostrando, en fin, cómo la fe ilumina la realidad, y cómo se puede vivir la propia vida bajo esa luz. ¿Qué significa para mi vida, por ejemplo, que Jesucristo haya resucitado, o que Dios sea una Trinidad de personas? ¿En qué sentido la fe en la creación cambia la visión de la realidad? ¿Si el más allá no es un lugar físico, cómo pensar que sea tan real como el suelo que piso?
Donde está tu síntesis
Quien sigue un partido de tenis por la televisión no mejora con eso su forma física o su técnica: solo al jugar en la cancha entran en movimiento la técnica, el estilo, el golpe. De modo análogo, la formación doctrinal no se limita al acopio de conocimientos o de argumentos. Nos podemos beneficiar mucho de lo que leemos o estudiamos, pero no basta con retener: es necesario elaborar una comprensión propia de las cosas, hacerlas nuestras. «El estudio de la teología, no rutinario ni simplemente memorístico, sino vital, ayuda en gran medida a que lleguen a ser plenamente connaturales a la inteligencia las verdades de nuestra fe y a aprender a pensar en la fe y desde la fe. Sólo así se está en condiciones de valorar las múltiples cuestiones, en ocasiones complejas, que suscitan las ocupaciones profesionales y el desarrollo de la sociedad en su conjunto»[17].
La caridad, el amor fraterno, por el que vemos en cada hombre un hermano, es sin duda el testimonio más auténtico y luminoso de la fe: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,35). Cuando una persona se sabe querida de verdad, sin reservas, adivina el Amor de quien «nos amó primero» (1 Jn 4,19), un Amor que no es de este mundo, porque pasa por encima de tantas cosas —errores, antipatías, timidez, desconocimiento— que en el mundo llevan a la gente a ignorarse o a despreciarse. «A Dios se le puede ver con el corazón: la simple razón no basta»[18]: si la caridad, que habla al corazón, hace visible a Dios, su falta desdibuja su presencia en el mundo, y deslegitima al evangelizador; hace de él un falso profeta (Cfr. Mt 7,15). Sin embargo, la autenticidad que se espera hoy de un cristiano no se limita al testimonio de la caridad: se refiere también, en una medida importante, al modo personal y natural en que habla de Dios. Si uno tiene el hábito de pensar y de explicarse su propia fe, si ese diálogo interior nutre su oración y se nutre de ella, al hablar de Dios no transmitirá solo nociones teológicas o doctrinales: hablará de su experiencia, la de alguien que vive con Él y de Él. Por contraste, decía san Agustín, «pierde el tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior»[19]. Escuchar la Palabra de Dios es dejar que modele nuestro modo de pensar, de hablar, de vivir; que ilumine nuestras situaciones, intereses, encuentros; que se haga, en definitiva, nuestra.
LAS IDEAS DE OTROS PUEDEN AYUDARNOS MUCHO, PERO NO BASTA CON HACER ACOPIO DE ELLAS SI QUEREMOS HABLAR DE CORAZÓN A CORAZÓN.
«Donde está tu síntesis, allí está tu corazón», escribe el Papa, parafraseando una frase del Señor (cfr. Mt 6,21): «la diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón»[20]. El lenguaje que mueve no es necesariamente el del gran orador, sino el de quien habla, desde su modo de ser, con sus palabras, de su experiencia de la fe. Por eso la formación doctrinal no está llamada a discurrir en un sector de nuestro saber, aislado del resto, sino a dialogar con todo lo que vivimos y somos, de modo que aun tomando tantas formas como personas, se pueda reconocer el mismo Espíritu en todas ellas. Así lo vemos en los santos, que nos hablan de Dios de mil modos, y así sucede con tantos santos escondidos. Si cada época —hoy quizá más— tiene sus Babeles, marañas de voces enfrentadas o discordantes (cfr. Gn 11,1-9), la pluralidad de lenguas del Espíritu Santo sigue ensanchándose en una «nueva Pentecostés»[21] allí donde hay cristianos que le escuchan, porque «si el Espíritu Santo no da interiormente la inteligencia, el hombre trabaja en vano (...): si el Espíritu Santo no acompaña el corazón del que oye, será inútil la palabra del doctor»[22].
Intenta beber de tu propia fuente
Se ha dicho que la cultura es lo que queda cuando uno olvida lo que estudió: es aquello que crece al cultivar la tierra de nuestra alma. «Nuestra formación no termina nunca»[23], solía decir san Josemaría: es necesario estudiar durante toda la vida, y hacerlo con la mentalidad evangélica y evangelizadora del agricultor (cfr. Mt 13,3-43). El cultivo es un trabajo paciente y sostenido, pero lleno de gratificaciones, cuando salen los primeros brotes, y cuando llegan los frutos. Junto al diálogo con Dios en la oración, y la disposición a conversar con los demás, facilita mucho ese cultivo la reflexión personal, por la que se adquiere una voz propia, auténtica, abierta. En ese diálogo interior, es necesario arar, sembrar, regar: ir dando forma a las ideas, buscar las palabras, aunque a veces salgan solo balbuceos. Las ideas de otros pueden ayudarnos mucho, pero no basta con hacer acopio de ellas si queremos hablar de corazón a corazón.
No se trata, pues, solamente de saber cosas, según una noción meramente cuantitativa del saber, sino de adquirir y renovar una mirada penetrante y apasionada sobre la realidad en toda su amplitud, es decir, con los demás y con Dios. La comprensión de la fe es tarea para cada uno, con sus modos: la profesora universitaria, el trabajador manual, la asistenta social, el auditor. Esta tarea intransferible no se añade al interés por conocer la fe, sino que le da forma: es una actitud por la que uno procura hacer suyo lo que oye, no solo en las obras, sino también en las ideas, en el lenguaje. «Soy un hombre de este tiempo si vivo sinceramente mi fe en la cultura de hoy, siendo uno que vive con los medios de comunicación de hoy, con los diálogos, con las realidades de la economía, con todo, si yo mismo tomo en serio mi propia experiencia e intento personalizar en mí esta realidad. Así estamos en el camino de hacer que también los demás nos entiendan. San Bernardo de Claraval, en su libro de reflexiones a su discípulo el Papa Eugenio, dijo: intenta beber de tu propia fuente, es decir, de tu propia humanidad. Si eres sincero contigo mismo y empiezas a ver en ti qué es la fe, con tu experiencia humana en este tiempo, bebiendo de tu propio pozo, como dice san Bernardo, también puedes decir a los demás lo que hay que decir»[24].
AUNQUE EL CRISTIANO TIENE LA RESPONSABILIDAD DE DEFENDER LA FE, SU ESPÍRITU DE FONDO NO ES EL DE QUIEN RECUPERA UN ESPACIO PERDIDO, SINO EL DE QUIEN SE SABE PARTE DE UNA SERENA CONQUISTA.
Quien se conduce así aprende de todas las conversaciones, no se arredra ante las objeciones, sino que las acepta como retos para comprender mejor su propia fe, para hacerse cargo de cómo piensan los demás, para percibir con ellos sus vértigos. Quien vive así escucha mucho, aprende con todos y de todos; concibe el diálogo, más que como una lucha por afianzar posiciones y rebatir argumentos, como un baile, en el que todo puede cooperar a esclarecer la realidad, aunque no sea siempre por la línea recta. «Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo»[25].
Aunque el cristiano tiene la responsabilidad de defender la fe, su espíritu de fondo no es el de quien recupera un espacio perdido, sino el de quien se sabe parte de una serena conquista. Sabemos dónde está la felicidad que busca nuestro corazón y el de todos los hombres y mujeres. Y la buscamos con ellos: «de ti piensa mi corazón: “Busca su rostro”» (Sal 27,8). Qué paz nos da esa certeza, para dialogar con todos, como hermanos que buscan a quien yo busco, que comparten conmigo mucho más de lo que piensan; para crecer con ellos, sabiendo que a su tiempo se hará la luz: nuestros amigos descubrirán «ubi vera sunt gaudia», dónde se encuentra la verdadera alegría[26], y nosotros lo redescubriremos con ellos.
Carlos Ayxelà
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Lecturas para profundizar
Sigue una lista, no exhaustiva, de libros, artículos y documentos acerca del modo de hablar de la fe hoy. Se indican en primer lugar algunos textos del Magisterio reciente y de otros organismos de la Iglesia, y después textos de otros autores. En las próximas entregas de esta serie se indicarán también textos específicos sobre los respectivos temas.
Francisco, Enc. Lumen Fidei, 29-VI-2013.
Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, 24-XI-2013, esp. capítulo 3, “El anuncio del evangelio”.
Francisco, Catequesis en el Año de la Fe, de marzo a diciembre 2013 (disponibles en vatican.va)
Benedicto XVI, Catequesis en el Año de la Fe (octubre 2012 – febrero 2013, disponibles en vatican.va; p.ej. “¿Cómo hablar de Dios?”, 28-XI-2012 [leer]; “El deseo de Dios”, 7-XI-2012 [leer]).
San Juan Pablo II, Carta Ap. Novo Millennio Ineunte, 6-I-2001 (leer)
San Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo (marzo 1985 – noviembre 1997, disponibles en vatican.va, pdb)
Beato Pablo VI, Ex. Ap. Evangelii Nuntiandi, 8-XII-1975 (leer).
Catecismo de la Iglesia Católica (vatican.va, intratext) y Compendio del Catecismo (ebook)
Consejo Pontificio de la Cultura ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa, Valencia: Edicep, 2005 (leer).
Consejo Pontificio de la Cultura La vía pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo (leer).
Babendreier, J. La fe explicada hoy, Rialp, 2016 (The Faith Explained Today: Popular Edition)
Barron, R. Catolicismo: un viaje al corazón de la fe, Doubleday, 2013; disponible también en dvd (Catholicism: a Journey to the Heart of the Faith).
Biffi, G. Corso inusuale di catechesi (3 vols.) Elledici, 2006.
Burggraff, J. “La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna”, en Burggraff, J. La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna y otros escritos, Eunsa, 2015 (disponible en opusdei.org).
Chaput, Ch. Strangers in a Strange Land. Living the Catholic Faith in a Post-Christian World, Henry Holt, 2017.
Dolan, T. – Allen J. Un pueblo de esperanza. Conversaciones con Timothy Dolan, Palabra, 2015 (A People of Hope. The Challenges facing the Catholic Church and the Faith that can save it).
Hadjadj, F. La suerte de haber nacido en nuestro tiempo, Rialp, 2016 (L’aubaine d’être né en ce temps).
Hadjadj, F. ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de evangelización, Nuevo Inicio, 2013 (Comment parler de Dieu aujourd’hui? Anti-manuel d’évangelisation).
Hahn, S. La evangelización de los católicos. Manual para la misión de la Nueva Evangelización, Palabra, 2014 (Evangelizing Catholics).
Hahn, S. - Socías, J. La fe cristiana explicada. Introducción al catolicismo, Edibesa - MTF, 2015 (Introduction to Catholicism for Adults)
Ivereigh, A. - De la Cierva, Y. Cómo defender la fe sin levantar la voz. Respuestas civilizadas a preguntas desafiantes, Palabra, 2016 (Ivereigh, A. - Lopez, K. J. How to Defend the Faith without Raising your Voice).
San Josemaría, “Sed amigos sinceros y realizaréis un apostolado y un diálogo fecundos”, ABC, 17-V-1992 (leer).
Knox, R. El Credo a cámara lenta, Palabra, 2000 [3ª ed.] (The Creed in Slow Motion).
Lewis, C.S. Mero cristianismo, Rialp, 1995 (Mere Christianity).
Mora, J.M. “10 claves para comunicar la fe”.
Ratzinger, J. Dios y el mundo: creer y vivir en nuestra época, Galaxia Gutenberg, 2002 (Gott und die Welt. Glauben und Leben in unserer Zeit).
Ratzinger, J. “La nueva evangelización”, Conferencia en el Congreso de Catequistas y Profesores de Religión, Roma 10-XII-2000 (leer).
Trese, L.J. La fe explicada, Rialp, 2014 [28ª ed.] (Faith Explained).
[1] Francisco, Enc. Lumen Fidei (29-VI-2013), 3.
[2] San Agustín, Confesiones V.2.2.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 179.
[4] San Ireneo de Lyon, Demostración de la predicación apostólica, 24 (Sources Chrétiennes 406, 117).
[5] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium (24-XI-2013), 265.
[6] Francisco, Lumen Fidei, 4.
[7] Francisco, Lumen Fidei, 4.
[8] Benedicto XVI, Luz del mundo, Herder, Barcelona 2010, 145.
[9] Cfr. Benedicto XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12-IX-2006.
[10] Benedicto XVI, Luz del mundo, 145.
[11] Francisco, Homilía, 2-II-2017.
[12] San Josemaría, Camino, 575.
[13] San Josemaría, Surco, 941.
[14] Francisco, Evangelii Gaudium, 42.
[15] Surco, 428.
[16] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et Spes (7-XII-1965), 22.
[17] Javier Echevarría, Carta Pastoral con ocasión del Año de la Fe (29-XI-2012), 35.
[18] Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, La esfera de los libros, Madrid 2007, 121.
[19] San Agustín, Sermón 179, 1.1.
[20] Francisco, Evangelii gaudium, 143.
[21] Surco, 213. Cfr. Hch 2,1-13.
[22] Santo Tomás de Aquino, Super Evangelium S. Ioannis, 14.6.
[23] San Josemaría, notas de una reunión familiar, 18-VI-1972 (citado en J. Echevarría, Carta sobre la nueva evangelización, 2-X-2011).
[24] Benedicto XVI, Discurso, 26-II-2009 (cfr. San Bernardo, De consideratione libri quinque ad Eugenium tertium, II.3.6. [PL 182, 745]).
[25] Francisco, Evangelii gaudium, 142.
[26] Misal Romano, domingo XXI del tiempo ordinario, oración colecta.
Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.
(Proverbios 22,6)
Es indispensable tener siempre presente que Dios nos pedirá cuentas de nuestros hijos, y como padres debemos tener claro que no sólo debemos hablarles de la importancia de los valores morales, doctrina y enseñanzas de nuestra iglesia, sino que nuestro ejemplo y coherencia de vida son parte importante de la educación que debemos darles viviendo esos valores morales y siendo personas de bien.
No debemos olvidar que podemos descansar y confiar en Dios, que El traerá a nuestros hijos de regreso cuando hemos hecho nuestra parte y les hemos enseñado el buen camino; no hemos consentido su pecado, le hemos enseñado el temor de Dios y hemos hecho todo lo posible por guiarlos en los caminos de Dios auncuando algunos puedan ser rebeldes y alejarse de ese camino un tiempo.
Sin embargo, Dios nos pedirá cuentas estrictas de nuestra misión que como padres nos confió y debemos honrar a nuestros hijos; criándolos en disciplina y enseñanzas del Señor. Enseñándoles la verdad y no el error, enseñándoles a amar y a servir a Dios.
Dios nos dio responsabilidades tanto a los padres como a los hijos; y las Escrituras enseñan que debemos ser amables, alegres y considerados los unos con los otros. Como padres debemos amar sin condición y deigual forma, un buen padre debe dar todo de sí por el bien de su familia.
…¿Y qué es lo que Él quiere? De esa unión quiere hijos que vivan para Dios. Por eso, guarda tu corazón y permanece fiel a la esposa de tu juventud. Malaquías2:15
Siendo los hijos evidencia de lo que Dios deseaba como una familia única con un sólo propósito, el de ser ejemplo y testimonio del pacto matrimonial y llevar a futuras generaciones, a los nietos, a un camino honroso lleno de amor y principios morales que han sido establecidos a través de sus mandamientos.
Ser padre es una oportunidad de llegar a ser semejante a Dios, de amar y cuidar de los hijos como Dios nos ama y se preocupa por nosotros. Dios ama y apoya a todos aquellos padres que se esfuerzan al máximo por criar, cuidar y están presentes en la vida de esos hijos que les confió.
Padre amado, te doy infinitas gracias por nuestros hijos, te pido que los protejas, guíes e ilumines el camino que cada uno ha de seguir. Sé que he cometido muchas equivocaciones y reconociendo mis pecados te pido me perdón y tengas en cuenta mis mejores intenciones y deseos para educar a nuestros hijos para que siempre sigan el camino del bien.
Si he dejado en ellos falta de amor y vacíos para que pudieran realizarse, llénalos con Tu amor de Padre que es el único y verdadero.
Madre mía que tu amor materno los cobije también y sientan tu bendición de día y de noche.
San José intercede ante Jesús por ellos.
Amén
Por Luce Bustillo-Schott
Dar sentido a nuestro momento de género
El notable ascenso de la teoría de la identidad de género a la prominencia -e incluso a la popularidad- en todo Occidente durante la última década ha provocado un cambio radical en la forma en que los jóvenes conceptualizan y articulan su autocomprensión del género.
Históricamente, la gran mayoría de las personas que buscaban la reasignación de género eran hombres adultos; ahora son mujeres jóvenes.
Anteriormente, el escaso número de niños que declaraban experimentar disforia de género no eran etiquetados como transgénero ni recibían tratamiento médico. De hecho, las investigaciones muestran que en el 80-85% de los casos, la angustia relacionada con el género se resuelve al final de la adolescencia sin intervención médica.
Pero desde 2010 este panorama ha cambiado drásticamente. Se ha producido una repentina escalada de disforia de género y de identificación trans entre los jóvenes, en particular las mujeres natales.
Según datos del Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género del Reino Unido, la escalada comenzó gradualmente en 2011 antes de un aumento precipitado en 2014. Las cifras más recientes, publicadas en septiembre de 2022, revelan un ligero descenso en las derivaciones durante el COVID, seguido del mayor aumento hasta ahora en 2021.
En poco más de una década, el número de jóvenes que solicitan intervenciones en las clínicas de género ha aumentado en más de un 3.600%.
Este aumento es más pronunciado en los pacientes de entre 12 y 18 años, lo que revela otro aspecto novedoso de este fenómeno: la aparición de la disforia de género de inicio tardío que surge por primera vez en la adolescencia, en lugar de manifestarse en la primera infancia.
Es más difícil identificar cifras claras en los Estados Unidos, debido a nuestro sistema sanitario descentralizado. Pero un estudio del Instituto Williams de 2022 encontró que la identificación trans en jóvenes menores de 25 años se ha duplicado desde 2017, y casi la mitad de las personas trans en los Estados Unidos son menores de 25 años. Un estudio de 2021 publicado en Pediatrics encontró que el 9,2% de los estudiantes de secundaria se identifican como un género incongruente con su sexo.
Esta ruptura con el pasado en la identificación de género se ha desarrollado en paralelo con un nuevo modelo de medicalización para tratar la disforia de género entre los jóvenes: la atención de afirmación de género (GAC).
Antes de 2007, no había clínicas pediátricas de género en Estados Unidos. Hoy en día, hay más de 60 clínicas especializadas en la atención de niños para la afirmación del género, y casi 300 clínicas que proporcionan intervenciones médicas relacionadas con el género a los menores, muchas de ellas con consentimiento informado, sin la supervisión de un médico o una evaluación psicológica exhaustiva.
Según un memorándum de 2022 del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de EE.UU., la CAG para los menores implica un proceso de cuatro etapas: transición social; bloqueo de la pubertad; terapia hormonal entre sexos; y cirugías que alteran los genitales, extirpan los órganos sexuales y/o realizan otros cambios cosméticos. Aunque no todos los niños con disforia de género pasarán por todos estos procedimientos, el memorándum respalda claramente el modelo en su conjunto, al afirmar que «la atención temprana para la afirmación del género es crucial para la salud y el bienestar general».
Esta afirmación, sin embargo, no está bien respaldada por la investigación existente. La base de pruebas de la atención para la afirmación del género es de baja calidad y está plagada de
numerosas limitaciones metodológicas, como la falta de herramientas de evaluación estandarizadas, el pequeño tamaño de las muestras, las elevadas pérdidas de seguimiento y la escasa investigación sobre los resultados a largo plazo. La gran mayoría de los estudios carecen de controles y no están diseñados para determinar una relación causal entre la intervención y el resultado.
Estos problemas metodológicos son aún más pronunciados en la base de pruebas, mucho más reducida, para el tratamiento específico de los jóvenes. Lo más importante es que actualmente no hay estudios que hagan un seguimiento de los resultados a largo plazo de la transición médica pediátrica.
Además, la transición médica plantea riesgos pronunciados para la salud física. Se ha demostrado que la supresión de la pubertad, a menudo promocionada como inofensiva y totalmente reversible, compromete la densidad ósea y reduce las puntuaciones del coeficiente intelectual. En 2022, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA) modificó el etiquetado de los bloqueadores de la pubertad en los niños tras descubrir que estos fármacos pueden causar inflamación cerebral y pérdida de visión.
También existen riesgos establecidos en el uso de hormonas entre sexos a largo plazo, como la atrofia de órganos; la alteración metabólica; la baja densidad ósea y las mayores tasas de ictus, cáncer e infarto de miocardio. Las intervenciones quirúrgicas pueden provocar esterilidad permanente, pérdida de la función sexual, incontinencia, complicaciones postoperatorias, nuevas cirugías correctivas e incluso la muerte.
A pesar de los riesgos de la transición médica y de la falta de pruebas sólidas sobre su eficacia, estas intervenciones invasivas, de por vida y a menudo irreversibles, son pregonadas por los defensores del CAG como salvíficas, reduciendo el riesgo de suicidio. Sin embargo, esta afirmación no está bien fundamentada. Varios estudios demuestran que la tasa de suicidio en la población transexual sigue siendo alta incluso después de la transición médica.
Por ejemplo, dos estudios a largo plazo basados en la población de los países progresistas de Suecia y los Países Bajos descubrieron que las tasas de suicidio y de mortalidad por todas las causas eran sistemáticamente más altas en la población transgénero. Estos estudios, entre otros, demuestran que la transición médica no salva la vida como se anuncia.
Recientemente, varios países europeos han examinado las pruebas y han llegado a la conclusión de que los supuestos beneficios de la atención de afirmación del género para los menores no compensan los riesgos establecidos. Suecia, que ha sido durante mucho tiempo pionera en medicina transgénero, está dando prioridad a las intervenciones psicoterapéuticas para los jóvenes. Finlandia, Francia y el Reino Unido también están cambiando el protocolo.
Y el 28 de julio de 2022, el Servicio Nacional de Salud británico anunció que cerraría su clínica nacional de género después de que una revisión independiente concluyera que su modelo de género afirmativo dejaba a los jóvenes en un riesgo considerable de mala salud mental y angustia.
Sin embargo, en Norteamérica aún no se ha producido este cambio de rumbo. En cambio, el HHS ha enmarcado el acceso de los jóvenes a la CAG como una cuestión de derechos civiles y está proponiendo una revisión de la Sección 1557 de la Ley de Asistencia Asequible que obligaría a los trabajadores de la salud a realizar procedimientos de transición médica.
En respuesta a estas presiones legales, las instituciones católicas necesitan una misión e identidad claramente articuladas que se basen en la antropología católica. Al mismo tiempo, sin embargo, las instituciones católicas no pueden perder de vista la dignidad y el sufrimiento de quienes se identifican como transgénero.
Incluso en un tema tan controvertido, hay un punto de acuerdo generalizado: los transexuales constituyen una población vulnerable. Quienes experimentan disforia de género, especialmente los jóvenes, necesitan un fuerte apoyo social, familiar y comunitario. Este apoyo, sin embargo, no tiene por qué implicar la aprobación de la teoría de la identidad de género o del modelo de medicalización.
La Iglesia -en sus familias, escuelas, hospitales y parroquias- tiene una llamada sagrada a responder con compasión y sabiduría, a crear estrategias pastorales que se resistan a la falsa dicotomía de la afirmación acrítica o el rechazo rotundo, recorriendo en su lugar el suave camino del acompañamiento.
Por Abigail Favale
En la posteridad quedarán ligadas las figuras de dos teólogos casi coetáneos de lengua alemana: el bávaro Joseph Ratzinger (1927-) y el suizo Hans Küng (1928-2021).
Juan Luis Lorda·24 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 8 minutos
Joseph Ratzinger y Hans Küng coincidieron como peritos en el Concilio Vaticano II (1962-1965) y como colegas en la Universidad de Tubinga (1966-1968); y recorrieron después caminos muy divergentes: Ratzinger hacia el papado y Küng hacia una sonada disidencia. “Una comparación de nuestras respectivas trayectorias vitales […] podría ofrecer análisis sumamente reveladores de la evolución de la teología y la Iglesia católica e incluso de la sociedad en general”, escribe Küng en el prólogo de su segundo volumen de memorias, Verdad comprometida, al tiempo que expresa su decepción de que Ratzinger haya llegado a ser Papa.
Un coche y una misión
Se suele recordar que, en Tubinga, Ratzinger circulaba en bicicleta y con boina negra, y Küng lo hacía con un Alfa Romeo rojo y atuendo deportivo. Una anécdota no retrata una persona. Pero cambiar su viejo Volkswagen escarabajo, habitual entre los curas, por un Alfa Romeo “rojo” (color llamativo entonces) algo dice. En oficios tan expuestos al público como sacerdote y profesor, estos detalles son muy significativos. Este, por lo menos, señala dos cosas. La primera que, al contrario de Ratzinger, Küng había decidido no pasar inadvertido. La segunda es su intención de romper con los clichés eclesiásticos y acomodarse al mundo moderno y democrático.
Küng nunca simpatizó con la estética e ideas marxistas que entonces presionaban en la universidad y en la Iglesia. Pero amó el mundo y el mundo le amó. Ningún otro teólogo o eclesiástico ha recibido tanto apoyo en medios laicistas, y tal cantidad de doctorados honoris causa. Se premiaba su brillantez, pero también, o sobre todo, su crítica a la Iglesia. El mundo moderno occidental no ama a la Iglesia católica. A medida que pierde sus raíces cristianas, se siente incómodo con ella y quiere que cambie con él o desaparezca. Küng se impuso la tarea de superar lo inaceptable para poner el cristianismo a la altura de los tiempos.
Formación y cátedra
Hans Küng nació en Sursee, una pequeña población del cantón suizo de Lucerna, donde su padre era zapatero.
Tras los estudios secundarios, entró en el Colegio Germánico de Roma (1947-1954), y estudió filosofía y teología en la Universidad Gregoriana, con trabajos sobre Sartre y Barth: siete años que recordaría con aprecio. Los completaría en el Instituto Católico de París (1955-1957), con una tesis sobre la justificación en Barth, que le dirigió Louis Bouyer y se publicó con carta laudatoria de Barth.
En 1958, Juan XIII convocó el Concilio Vaticano II, que empezaría en 1962. Küng tenía muchas ideas sobre lo que había que mejorar. Entretanto, después de pasar por Münster, consiguió la cátedra de Teología Fundamental en Tubinga, donde permanecería casi toda su vida (1960-1996).
El concilio y el posconcilio de Küng
Se adelantó escribiendo El Concilio y la unión de los cristianos (1960), que le produjo fama y críticas. Para cuando comenzó el Concilio (1962), ya había dado conferencias sobre el Concilio por media Europa, y publicó otro libro, Estructuras de la Iglesia (1962), con más fama y más críticas. Fue llamado como perito por Juan XXIII y se movió entre los obispos y ante los medios de comunicación, llegando a ser una de las caras más visibles.
Pero, quizá por aquellas reticencias, no entró en la comisión teológica central ni jugó un papel relevante en la redacción. Enorme decepción, que le llevó a impulsar su reforma desde fuera. Así se inició un itinerario cada vez más crítico (y despectivo) con la “estructura”, que duraría toda su vida. Se convertiría en el mayor exponente del “espíritu del Concilio” para impulsar en paralelo la reforma que, en su opinión, el Concilio real no había logrado articular. Tuvo una inmensa influencia por su talento para la narrativa de las ideas, y porque la crítica interesaba.
Tras el Concilio, el trabajo de Küng se desarrolla en dos fases, una interna, de reforma crítica de la Iglesia y su mensaje; y la segunda, externa, de diálogo interreligioso con la propuesta subsiguiente de una ética mundial. Entre las dos fases, está la retirada de la venia como teólogo católico (1979).
La reforma de Küng
Como después muchos otros, Küng asumió el rol (algo barthiano) del profeta puro que se enfrenta valientemente a la corrupción interesada de los impuros. Pero mientras Barth atacaba la desviación de los teólogos liberales, Küng encarnó de nuevo los “gravamina nationis germanicae”: las quejas históricas de la nación alemana (y de toda la historia) contra la autoridad de Roma. Küng duda de que Cristo quisiera fundar una Iglesia, y desde luego no la que existe. Le encantan las manifestaciones carismáticas de la primera época, pero ve el desarrollo de la jerarquía como ajeno y contrario a la voluntad de Cristo. Esto aparece en su libro La Iglesia (1967) y se desarrollará después. Cabe objetar que el despliegue de la estructura fue tan obra del Espíritu como lo demás. Así lo entendieron los primeros. Los errores históricos, consecuencia de una real “encarnación” del “Cuerpo de Cristo”, no desdicen esto.
A continuación, va a revisar a fondo la figura de Cristo y desvestirla de los añadidos “helénicos” y “bizantinos”, expresados en el Credo. No le gusta la “Trinidad” ni sus “personas” y quiere volver al Cristo de los Evangelios, de la comunidad “judeocristiana”, un hombre justo elevado “a la derecha de Dios” (Hch 7, 56, Hb 10, 12), animado por el Espíritu, entendido como fuerza de Dios. También contesta la idea de una resurrección en sentido literal. Hay que decir que esa comunidad “judeocristiana”, además de creer en la resurrección física de Cristo, también creía en él como “imagen de la substancia divina” (Hb 1, 3), Verbo encarnado (Jn 1, 14), “de condición divina” (Flp 2, 6), “Imagen del Dios invisible… en quien fueron creadas todas las cosas… y que existe con anterioridad a todo” (Col 1, 15-17). Pero esto va a la papelera. Quiere un Cristo creíble para el mundo. En su libro más famoso y difundido, Ser cristiano (1974), reconstruye el cristianismo desde la reinterpretación de Cristo. Y, mucho más duro, en El cristianismo, esencia e historia (1994).
Por supuesto, de paso, en esta renovación cristiana se asumen todas las reivindicaciones típicas del mundo moderno frente a la Iglesia: ordenación de mujeres, dudas sobre el ministerio ordenado y el papel de los laicos, supresión del celibato y de la moral matrimonial, y, al final, la posibilidad de la eutanasia.
El “fundamento” exegético
Küng dice apoyarse en la opinión de “la mayoría de los exegetas”. Pero el problema de la exégesis “científica” es que apenas es “científica”, porque su base es muy estrecha. Casi no hay más datos para reconstruir los hechos que los textos del Nuevo Testamento. Por eso, depende de conjeturas; y éstas dependen de los propios prejuicios. Si no crees posible que Cristo sea realmente Hijo de Dios o que haya resucitado, tienes que explicarte cómo han podido llegar a creérselo los primeros. Pero esa reconstrucción inventada es solo una explicación de la fe sin fe. Mientras que la fe de la Iglesia, base de la teología, comparte la fe de los primeros, testimoniada en los textos.
En este contexto, se entiende el esfuerzo de Joseph Ratzinger en su Jesús de Nazaret, obra deseada toda su vida, para hacer una exégesis creyente (no reinventada) de la figura de Cristo.
Infalible
Todo esto hacía mucho ruido en la Iglesia. En distintos momentos, la jerarquía alemana y romana le pidió explicaciones que no quiso dar. En contraste con el descaro insultante de Küng, las objeciones de la autoridad eran notoriamente tímidas. El viejo Santo Oficio, convertido en Congregación para la Doctrina de la Fe, se veía atenazado tanto por los excesos de su celo en intervenciones antes del Concilio, que no quería repetir, como por la previsible tempestad mediática que desataría la más mínima intervención.
La gota que colmó el vaso o, para ser más gráficos, el pastel que estalló ante las caras de todos, fue el libro de Küng, ¿Infalible? Una pregunta (1970). Era una revisión histórica provocativa del Concilio Vaticano I con un ataque directo a la autoridad del Papa en la Iglesia. Muchos teólogos de primera fila le hicieron serias objeciones (Rahner, Congar, Von Balthasar, Ratzinger, Scheffczyk…). Pero Küng se reafirmó: Falible, un balance (1973). Circuló entonces el chiste de que unos cardenales habían ido a ofrecer a Hans Küng que fuera Papa, pero él se disculpó argumentando que, si aceptaba, dejaría de ser infalible.
La retirada de la venia docendi (1979)
Tras muchas dudas, ya con Juan Pablo II, se decidió retirarle la venia docendi que le habilitaba para enseñar como teólogo católico (15-XII-1979). Era lo mínimo. Contra lo que se suele repetir, todavía no estaba Ratzinger a la cabeza de la Congregación. Mientras la jerarquía alemana le transmitía, entre algodones, que quizá algunos aspectos no se acomodaban del todo a la doctrina, él denunciaba un corrompido, necio, constante e inquisitorial abuso de poder de una jerarquía ilegítima y sin fundamento en el Evangelio. Siempre fue pródigo en descalificaciones “proféticas” con los contrarios: en todas sus obras, en sus memorias y especialmente en sus entrevistas. Gustaba a sus fans y a los medios, aunque incomodaba a sus colegas académicos.
El efecto de aquella retirada fue simplemente que su Universidad trasladó su cátedra de la Facultad de teología a la de filosofía, con lo que no hacía falta venia; la prensa laicista montó un escándalo, lleno de elogios para él y denostaciones para la autoridad eclesiástica; el mundo le colmó de doctorados honoris causa; y así alcanzó una nueva fama mundial.
Nuevos intereses
“La retirada de la licencia eclesiástica […] fue para mí una experiencia profundamente deprimente. Pero al mismo tiempo significó el comienzo de una nueva etapa de mi vida. Pude ocuparme de toda una serie de temas […]: la mujer y el cristianismo, teología y literatura, religión y música, religión y ciencia de la naturaleza, el diálogo de las religiones y las culturas, la contribución de las religiones a la paz mundial y la necesidad de una ética común a toda la humanidad, de una ética mundial” (Humanidad vivida, prólogo; es el tercer y último volumen de memorias).
Dirigió, efectivamente, su atención hacia las religiones y escribió gruesos volúmenes bastante interesantes, como El judaísmo, pasado presente y futuro (1991), El Islam. Historia, presencia y futuro (2004), con su buena narrativa (aunque con alguna puya cuando se terciaba). También mantuvo una inteligente defensa de Dios ante el mundo moderno y las ciencias: El principio de todas las cosas. Ciencia y religión (2005).
Desde el diálogo interreligioso, se embarcó después en un proyecto de ética mundial, buscando unos mínimos éticos comunes. Creó la Fundación por una Ética Mundial (Stiftung Weltethos) que dirigió muy activamente (1995-2013), involucrando muchas celebridades y organismos internacionales. El proyecto no carece de interés, como destacó Benedicto XVI en la larga entrevista que mantuvieron en Castelgandolfo (24-IX-2005), donde, de común acuerdo, se centraron en esto y no en las dificultades doctrinales.
Hemos empezado por Barth, y es difícil evitar darse cuenta de que hemos pasado de la fe cristiana a la ética. Es precisamente lo que Barth criticaba a la teología liberal protestante y Kierkegaard a la sociedad burguesa. Pero es inevitable si convertimos a Cristo solo en un hombre bueno elegido y encumbrado por Dios. Sin duda, Küng aprecia a ese Cristo “evangélico” y quiere asumirlo y proponerlo como modelo, pero si no es realmente Hijo de Dios, no se nos ha abierto Dios y se acaba la “teo”-logía. Apenas podemos hablar de Dios, como sucede en el judaísmo y en el islam. A Küng le gusta el último título de Dios en el islam: el desconocido o innombrable. Por contra: “A Dios nadie le ha visto nunca, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha revelado” (Jn 1, 18). Así podemos vivir en Él. Pero tampoco le gustaba a Küng el tema de la inhabitación y divinización: le parecía que ningún hombre moderno podía desear tal cosa…
¿Küng hereje?
Aparte de que el asunto necesita ser repensado, hoy es prácticamente imposible declarar a nadie hereje. Küng no lo es: no ha habido condena ni expulsión formal, ni siquiera suspensión a divinis. Küng ha comparado muchas veces el Magisterio y la curia romana con la Gestapo, pero el hecho es que hoy la Iglesia no tiene poder. Es mucho más víctima que verdugo; y quizá es mejor, porque así se parece más a Cristo.
Desde luego, Küng representa una opción heterodoxa muy extendida en la Iglesia católica del siglo XX. Él mismo estaba seguro de no decir lo que la Iglesia dice sobre sí misma y sobre Jesucristo (y sobre la moral) por parecerle impresentable. Así logró el aprecio del mundo y el reconocimiento entusiasta del sector más progresista de la Iglesia, dominante entonces, aunque en los últimos decenios ha declinado mucho más rápido que la Iglesia misma (no puede uno aserrar sus fundamentos). Al final va quedando claro que la teología católica no puede seguir a Küng y que (el pobre) Ratzinger es mejor camino.
La Belleza de la Liturgia (20). Evitar ser analfabeta
Escrito por José Martínez Colín.
El ser humano tiene la capacidad de conocer, a partir de las cosas sensibles, realidades que van más allá de ellas mismas, que las trascienden.
1) Para saber
Con la proliferación de la comunicación a través de mensajes, se han popularizado muchos símbolos que representan emociones o expresiones. Por ejemplo, se envía el símbolo XD, para expresar risa a carcajadas, pues si lo giramos 90° a la derecha se asemeja a la representación de una cara con la boca muy abierta y los ojos apretados fuertemente como síntoma de una fuerte carcajada.
En la Liturgia, señala el papa Francisco, se utilizan muchos símbolos que representan realidades profundas y que es necesario aprenderlos y comprenderlos. Decía el pensador alemán Romano Guardini: «Se delinea la primera tarea del trabajo de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de símbolos».
2) Para pensar
Existe el peligro de no aprender a leer lo que los símbolos me representan, y quedarme analfabeta, como dice el papa. Y no solo se refiere al ámbito litúrgico, sino también con realidades cotidianas. Por ejemplo, con algo tan cercano como es el cuerpo humano, el cual es un símbolo, porque no sólo es algo material, sino que está unido a un alma espiritual, que es superior al cuerpo. El alma humana se deja “ver” a través del cuerpo y hemos de saberla descubrir.
Si nos quedáramos solo con lo que vemos del cuerpo, estaríamos empobreciendo a la persona no considerando lo valiosa que es con su alma. Eso sucede con la pornografía, que invita a limitarse a ver lo corporal olvidándose de lo espiritual, es decir, no deja ver a la persona completa, es una invitación a ser analfabeta al no descubrir la belleza espiritual de la persona. Además, la pornografía reduce a la persona a un objeto de placer, rebajando la dignidad de la persona que es digna de amor, no de ser usada.
El ser humano tiene la capacidad de conocer, a partir de las cosas sensibles, realidades que van más allá de ellas mismas, que las trascienden. Si dejáramos de ver más allá de lo sensible nos llevaría a un desconocimiento no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. Eso sucede cuando se exagera la importancia del cuerpo y se le dedica demasiado tiempo a su cuidado, dándole casi un culto.
Pensemos si, nosotros mismos, no nos estaremos preocupando demasiado de nuestro cuerpo y, sin embargo, no le demos la debida importancia al estado de nuestra alma.
3) Para vivir
Si se logra comprender el valor simbólico de las criaturas, también se comprenderá el lenguaje simbólico de la Liturgia. No es extraño que los santos han sabido contemplar las criaturas y descubrir en ellas la mano de Dios. El Papa Francisco nos invita a tener la mirada de San Francisco de Asís, quien llamaba hermanos al sol, la luna, los pájaros… Los veía asombrado como criaturas de Dios, llenos de belleza y esplendor, que le hacía levantar su voz en alabanza a Dios.
No se puede renunciar al lenguaje simbólico porque es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo. Se trata más bien de recuperar la capacidad de comprender los símbolos. Dice san Josemaría: “Todo, hasta el más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino” (Amigos de Dios, n 125). Y a cada uno nos corresponderá, con la ayuda del Espíritu Santo, saber descubrirlo.
Consejos para fortalecer la comunicación
En una relación, sea de amistad, familiar, laboral o amorosa, resulta primordial la comunicación. Eso algo que todos sabemos —o que, al menos, hemos oído de alguien alguna vez—. Sin embargo, no son pocas las ocasiones en las que preferimos callar, retener lo que nos gustaría decir… A veces, por vergüenza; otras, por prudencia; en ocasiones, porque nos cuesta sacarlo; otras tantas, por miedo… Y unas más, simplemente por falta de tiempo.
Hoy queremos cavar en lo profundo de nuestros corazones, para descubrir aquello que a veces preferimos no decir, y así darte algunos tips que podrían ayudarte a fortalecer la comunicación en tu noviazgo.
1. Dediquen siempre un momento del día a conversar
Sabemos que suena lógico y hasta obvio, pero en muchos casos, las ocupaciones, los compromisos, el trabajo y los quehaceres del día a día nos dejan sin tiempo ni energías. A pesar de ello, resulta importante reservar un momento del día para conversar: ¿cómo ha estado tu día?, ¿hay algo que quisieras contarme…?
Incluso pueden hablar sobre algún tema aleatorio que ambos disfruten o que les apasione compartir: sobre la última película que viste, sobre una noticia importante, sobre algún acontecimiento, sobre un libro que hayas leído, etcétera.
2. Hazle saber cuándo algo no te agrada
Es normal que con cierta frecuencia encuentres que algo en la relación no te agrada: una situación específica, alguna actitud, o un comentario hecho en el pasado. En estos casos, resulta muy bueno comunicar aquello que desagrada, hacérselo saber a la otra persona y estar abiertos a escuchar lo que tiene para decir. Así podrán entender la causa, y buscar una solución.
No se trata de pelear o de buscar tener la razón: se trata de que, como equipo, trabajen de la mano para solventar cualquier inconveniente o piedra en el camino, y entenderse el uno al otro. Quedarse callado sólo causará que la situación siga presente, e incluso que pueda agravarse en el futuro. También puede causar frustración al no poder decir aquello que tanto quisieras expresar.
3. Palabras de amor, aliento y apoyo
Expresar con palabras lo bonita que está tu pareja, agradecerle por algo que hizo por ti, animarla y apoyarla en sus proyectos, decirle que la amas, expresarle que estás ahí para él o para ella… A veces una sola palabra puede marcar una gran diferencia entre sentirse amado o no. ¡Más aún si el lenguaje de amor de tu pareja son las palabras de apoyo! Pero, aunque no lo sea, puede resultar de gran ayuda para fortalecer los lazos y la comunicación.
Incluso con pequeñas acciones puedes expresar aquello que a veces cuesta poner en palabras: un abrazo, una sonrisa, un beso, una caricia o una compañía cuando se la necesita.
4. No olviden hablar sobre sus proyectos como pareja
Para construir un noviazgo con propósito, es necesario hablar sobre los proyectos y metas que se plantean a futuro. ¿Ven posible un compromiso para el matrimonio? ¿Qué piensan de la fidelidad? ¿Es posible un amor para toda la vida? ¿Sus proyectos personales son compatibles? ¿Qué deberían mejorar para que su relación se fortalezca? Estas son sólo algunas preguntas, de tantas que podrían hacerse, cuyo fin es el de ir vislumbrando el camino que desean seguir como novios.
Por último, no olvides que para que exista una comunicación efectiva debe existir reciprocidad, voluntad y apertura de corazón para escuchar, entender y ponerme en los zapatos del otro. De nada sirven las comunicaciones unidireccionales, o aquellas que tienen como fin herir o humillar a la otra persona.
* * *
Aquí te dejamos solo 4 consejos, pero seguro hay muchas otras cosas que pueden hacer para fortalecer aún más la comunicación.
Publicado por Bárbara & Gabriel
Historia del joven embajador del Mundial de Qatar al que su madre no quiso abortar
ReL - 22.11.2022
Cuando la madre estaba embarazada, recibió muchas presiones para que lo abortara. Sin embargo, sus padres decidieron seguir adelante con el embarazo: "Yo seré su pierna izquierda y tú serás su pierna derecha".
Cuando el pasado domingo, en la inauguración de la Copa del Mundo, millones de personas vieron a Morgan Freeman (actor de "Como Dios") escenificar sobre el césped catarí el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, pocos sabían quién era la persona que hacía de Adán.
Se trata de Ghanim Al-Muftah, tiene 19 años, es catarí, empresario, estudia Ciencias Políticas en el Reino Unido, es el embajador del Mundial de Qatar 2022, y nació sin la mitad inferior de su cuerpo. Cuando su madre estaba embarazada de él, y de su hermano gemelo, Ahmad, recibió muchas presiones para que lo abortara, muchos creían que la discapacidad causada por su enfermedad, Síndrome de Regresión Caudal, solo traería sufrimiento.
Comprometidos a cuidarlo
Sin embargo, los padres de Ghanim, Eman Al-Obaidli y Mohammed Al-Muftah, decidieron seguir adelante con el embarazo, y se comprometieron a cuidarlo. La madre le llegó a decir a su padre: "Yo seré su pierna izquierda y tú serás su pierna derecha", comentaron en su día a la web The Epoch Times.
El aborto en Catar está permitido, siempre que se considere que el embarazo pone en peligro la vida de la madre o si hay evidencia de que el niño nacerá con una enfermedad intratable y/o deficiencias mentales o físicas. Actualmente se estima que hay unos 100 abortos al año en territorio catarí y otros 20 en el extranjero.
Los gemelos Ghanim y Ahmad nacieron el 5 de mayo de 2002. Ahmad, que suele aparecer en las publicaciones de la popular cuenta de Instagram de Ghanim, respiró por primera vez un minuto antes que su hermano. La pareja tiene, además, una hermana mayor, Gharissa Al-Muftah.
Los gemelos Ghanim (Foto: Ghanim Al-Muftah).
Un decidido luchador
La vida de Ghanim no ha sido fácil, de niño se vio sometido a las burlas de sus compañeros de colegio. Para responder a estos ataques, su madre le animó a hablar con ellos para informarles sobre su enfermedad. Un trastorno congénito que se produce cuando la parte inferior de la columna vertebral no se forma completamente antes del nacimiento.
Tras una infancia complicada, Ghanim se graduó en una escuela internacional y ahora estudia Ciencias Políticas. Resulta también admirable que el joven no quiera utilizar una silla de ruedas, y opte por moverse apoyándose en sus brazos y manos. El catarí reconoce que debe aprovechar todo aquello con lo que ha sido bendecido, en lugar de fijarse en lo que no tiene.
Y, es que, como demuestran sus redes sociales, a Ghanim no hay actividad que se le resista. Submarinismo, natación, monopatín, pesas o escalada en roca son solo algunas de ellas. El joven empresario, que quiere ser embajador de Catar, da charlas para concienzar y de ayuda para otras personas con discapacidad.
Aquí puedes ver el momento en el que aparece Ghanim en la inauguración del Mundial.
"Lo más importante es ver a mis padres orgullosos de mí y de mis logros", comentó en su día el joven. "Esos momentos son un reabastecimiento de combustible que me anima a continuar y a dar lo mejor de mí, y a ver a mis padres con ese brillo en sus ojos", añadió Ghanim Al-Muftah.
Además de los problemas de movilidad, el joven debe lidiar con frecuentes intervenciones quirúrgicas. "Dicen que 'lo que no te mata te hace más fuerte', y mi estado de salud me ha convertido en una persona fuerte y ha revelado todos los puntos fuertes de mi personalidad", explicó.
El amor no tiene nada que ver con el triunfo, con el jolgorio, con un empeño egoísta de disfrutar. Y tampoco es un empeño desesperado de tener descendencia. Es imprescindible la entrega, o sea generosidad, o sea pensar en el otro. Constantemente pensando en el otro. Por eso queda claro para un cristiano que es un camino de santidad. Por eso entendemos que hace falta humildad, que en el fondo es procurar que desaparezca el yo.
“Confiar es lo más difícil del mundo, mucho más que construir una pirámide. Difícil porque exige la confesión de nuestra impotencia, que admitamos que no tenemos el control de nada. Confía, me ha dicho el dentista. Y su voz, esas palabras triviales pero cargadas de ternura, era la misma vida invitándome a salir de mi acostumbrada cobardía. Acaso la realidad, como el dentista, hace con nosotros cosas incomprensibles, pero necesarias para curarnos”.
Confiar. Supone el reconocimiento de nuestra impotencia. Yo no lo puedo hacer todo. La maravillosa empresa que es el matrimonio supone ese convencimiento de que es tarea de dos. Sí, debo dejarme ayudar. Igual que hay que confiar en el dentista, yo debo confiar ciegamente en mi mujer, en mi marido. Pedir ayuda, y hablar de los planes y calcular entre los dos las opciones que tenemos para sacar adelante este asunto y este otro. Hablar.
“El susurro es propiedad de los que aman, mientras que el mal es un niño afónico, con la garganta irritada de tanto llamar la atención. Nadie dice te quiero con un alarido ni susurra durante el odio. El amor exige una voz tan educada como los guantes de un mayordomo”. Hablar despacito y con delicadeza. Con la ilusión de la auténtica unión. Hace falta humildad.
Domingo Martínez Madrid
La tramitación del proyecto para facilitar la “autodeterminación de género” (habría que hablar de autodeterminación de sexo) ha vuelto a encender el debate entre las diferentes familias del feminismo. Se trata de un debate sobre la identidad personal. Las feministas que impulsan la nueva normativa, defensoras de un cambio de sexo que no necesita ni de operaciones ni de informes médicos, encarnan el rechazo de lo que nos es dado, nuestro propio cuerpo. Representan la radicalización de ese nihilismo fatuo que nos rodea.
Las feministas que se oponen a la ley, las feministas clásicas o ilustradas, denuncian que es muy peligroso permitir a los menores el cambio de sexo sin necesidad del consentimiento paterno. Señalan la inseguridad jurídica que comporta la modificación de la identidad personal con una mera declaración. Critican la fuerza de ciertos lobbies. Y subrayan que el sexo es un “dato objetivo”, un factor que determina toda la personalidad, un hecho biológico.
JD Mez Madrid
La Iglesia católica, especialmente durante el mes de noviembre, nos anima a rezar por las almas del purgatorio o benditas almas, es decir, por aquellas almas que “continúan su camino hacia el Reino de Dios”, como decía San Juan Crisóstomo. De hecho, él destacó la importancia de rezar por ellas diciendo: “sigamos ayudando y rezando por los muertos, no descuidemos este deber”.
En otras palabras, todos, pero especialmente los católicos, estamos llamados a rezar constantemente por los difuntos: en cada misa, durante la plegaria eucarística, y por supuesto, diariamente, mediante la Liturgia de las Horas. Además de estas oraciones, también podemos hacer la Novena de la Divina Misericordia, que nos propone rezar la coronilla de la Divina Misericordia por las almas del Purgatorio, durante el octavo día de la novena.
Así que, tenemos muchas opciones para rezar por los difuntos, ¿cierto?... Entonces, ¿te animas a rezar por ellos de ahora en adelante?
Jesús Martínez Madrid
“Europa no puede ser un herbívoro en un mundo de carnívoros”, ha dicho el Alto Representante de la Política Exterior, José Borrell. La idea no es nueva. Hace 20 años Robert Kagan identificaba a los europeos con Venus y a los americanos con Marte. El paraguas estadounidense permitía a la UE el lujo de dar la espalda a la geopolítica. El crecimiento europeo de estas décadas, dice Borrell, se ha sostenido sobre los bajos precios del gas ruso y el lucrativo negocio con China.
Con la conmoción de Ucrania llegan las prisas por reducir la dependencia de socios tan poco fiables. En la búsqueda de metáforas para resaltar la gravedad del momento, Borrell desataba una polémica internacional al referirse a Europa como “un jardín” rodeado de “jungla”. Sus palabras han sonado a colonialismo. No lo eran. Pero remiten a esa Europa-fortaleza de bienestar, indiferente a lo que sucede fuera.
Jesús D Mez Madrid
Aprender en la Misa a tratar a Dios
Escrito por Juan José Silvestre Valor
Publicado: 17 Noviembre 2022
«La Trinidad se ha enamorado del hombre, elevado al orden de la gracia y hecho “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26) lo ha redimido del pecado —del pecado de Adán que sobre toda su descendencia recayó, y de los pecados personales de cada uno— y desea vivamente morar en el alma nuestra: “El que me ama observará mi doctrina y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos mansión dentro de él” (Jn 14, 23)» [1]. Estas palabras de una homilía de san Josemaría, fechada el Jueves Santo de 1960, reflejan su profunda compresión del misterio eucarístico como un derroche de amor de la Trinidad, que desea acercarse a los hombres.
Cada uno de nosotros está llamado a ser morada de Dios. Este sueño puede hacerse realidad, si nos transformamos en Cristo, si vivimos su vida [2] y nos hacemos una cosa con él. Esta identificación se realiza de modo singular gracias a la Eucaristía [3]. En la vida y enseñanzas de san Josemaría notamos una percepción de la fuerza transformadora de la Eucaristía, de la trascendencia de la Santa Misa para la existencia cristiana, como se refleja más adelante en la misma homilía: «Quizá, a veces nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana. La solución es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros» [4].
«Aprender en la Misa a tratar a Dios». Se expresa así el convencimiento de que los ritos litúrgicos en los que se desenvuelve la celebración eucarística tienen un valor pedagógico para los creyentes [5]. Resulta lógico verlo así, porque «es en la Misa donde se pone de manifiesto de modo diáfano que la respuesta a la entrega de Dios ha de ser la de un amor total, con todo el corazón, con todas las fuerzas, hasta dar la vida» [6]. En este artículo nos proponemos poner de relieve la aguda conciencia que tuvo san Josemaría acerca de la fuerza transformadora de la liturgia de la Santa Misa para los fieles corrientes. Son vastas sus enseñanzas al respecto, y aparecen con frecuencia en sus escritos. Por eso, en este trabajo hemos elegido centrar nuestra atención especialmente en la homilía «La Eucaristía, misterio de fe y de amor» [7] donde, al hilo de las distintas partes de la celebración eucarística, san Josemaría propone consecuencias para la vida espiritual de los cristianos.
1. El valor mistagógico del rito
El fundador del Opus Dei sugiere un modo concreto de asistir a las lecciones de la escuela de vida que es la Eucaristía: «Permitidme que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres» [8].
En cierto sentido se puede afirmar que san Josemaría se dispone a hablar a los fieles sobre la Misa, no de un modo discursivo, sino mistagógico, desde los ritos [9]. Es lógico que sea así pues la extensa y profunda realidad de los efectos espirituales de la Santa Misa no debe discurrir de modo autónomo e independiente de los textos y ritos que jalonan la celebración [10].
La atención al sentido de los ritos se ha hecho presente con frecuencia en el Magisterio de la Iglesia durante el siglo XX. Pío XII dice al respecto: «La liturgia no es una parte solo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la jerarquía eclesiástica ordena el cumplimiento de los ritos» [11]. Por el contrario, como recuerda la doctrina conciliar de la Constitución Sacrosanctum Concilium, en la liturgia, «obra por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno. Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En este ejercicio, los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro» [12]. En esta misma línea, san Josemaría resaltó, desde los comienzos de su predicación, el potencial santificador del misterio del culto cristiano [13].
La liturgia es, por consiguiente, «el lugar privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios y con quien él envió, Jesucristo» [14]. Un encuentro que «se expresa como un diálogo, a través de acciones y palabras» [15], bajo los signos visibles que usa la sagrada liturgia, escogidos por Cristo o por la Iglesia, significando realidades divinas invisibles [16].
Así pues, las palabras y los gestos de la liturgia tienen una importancia particular que reclama la participación interior de los fieles, como se desprende del número 543 de Camino: «Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo —mesa y ara—, sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta. —Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?» [17]. Y comenta Arocena: «El texto refleja la sensibilidad mistagógica del autor: los signos del misterio de Cristo conducen a él. Vivida con autenticidad, la celebración constituye la mediación y, a la vez, la catequesis más elocuente de su misterio» [18].
2. La Misa, encuentro filial de amor
Este epígrafe presupone dos consideraciones fundamentales. De una parte, que la Santa Misa, como todo encuentro, es cosa de dos: Cristo realmente presente y los participantes en la celebración que, cristificados por la efusión del Espíritu Santo, nos reconocemos hijos de Dios, hijos en el Hijo con el derecho y el deber de presentarnos y ofrecernos con Cristo al Padre. Se trata de un encuentro especial: un encuentro de enamorados. Por eso, san Josemaría describía la Santa Misa como una «corriente trinitaria de amor» [19], a la que el cristiano procura sumarse con «un amor filial empapado de espíritu sacerdotal» [20].
En efecto, en la Eucaristía «se contiene verdadera, real y sustancialmente, el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero» [21]. Por eso “la fe nos pide que estemos ante la Eucaristía con la conciencia de estar ante el propio Cristo. Precisamente su presencia da a las demás dimensiones de la Eucaristía —convivial, de memorial de la Pascua, de anticipación escatológica— un significado que trasciende, con mucho, el de un mero simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, por medio del cual se realiza de forma suprema la promesa de Jesús de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo” [22].
Toda esta maravilla nos manifiesta la cercanía, la preocupación, el amor de Dios por los hombres. San Josemaría, recuerda el prelado del Opus Dei, «nos ha enseñado a asumir con plenitud la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, de manera que el Señor entre verdaderamente en nuestra vida y nosotros en la suya, que le miremos y le contemplemos —con los ojos de la fe— como a una persona realmente presente: nos ve, nos oye, nos espera, nos habla, se acerca y nos busca, se inmola por nosotros en la Santa Misa» [23].
Verdaderamente, en la Eucaristía el Señor nos muestra un amor que llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida [24]. Por eso, el santo de lo ordinario la comprendía como una locura de amor, y aplicaba incluso una comparación audaz: «Ningún enamorado dice que no tiene tiempo para estar junto al ser querido, o que tiene prisa. Nuestros padres no tenían problemas de tiempo para estar siempre juntos, porque estaban enamorados» [25]. Y continuaba aconsejando: «No os importe llevar los ejemplos del amor humano, noble y limpio, a las cosas de Dios. Si amamos al Señor con este corazón de carne —no poseemos otro—, no habrá prisa por terminar ese encuentro, esa cita amorosa con él» [26].
3. Acercarnos al encuentro de amor
Si la Eucaristía es un encuentro de amor, entonces la preparación interior es un aspecto importante. Incluso también la exterior, como señala el fundador del Opus Dei rememorando escenas de la infancia: «Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor» [27]. En Forja, esta preparación externa se convierte en una imagen de lo que sucede en el ámbito espiritual: «Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!: con adornos, luces, trajes nuevos... —Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has de tener, te contestaré: limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma» [28].
Al iniciar la Santa Misa, la conciencia de encontrarse en presencia de la Trinidad suscitaba en san Josemaría un amor y admiración que le llevaban a adentrarse con intensidad en la liturgia. Cada detalle cobraba un significado particular para él. Se dirigía al altar con alegría, «porque Dios está aquí. Es la alegría que, junto con el recogimiento y el amor, se manifiesta en el beso a la mesa del altar, símbolo de Cristo y recuerdo de los santos: un espacio pequeño, santificado, porque en esta ara se confecciona el Sacramento de la infinita eficacia» [29]. Por eso confesaba: «Yo beso apasionadamente el altar. Pienso que allí se renueva el Sacrificio del Calvario; y allí, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se vuelcan con la humanidad... Llenaos de deseos de amor, de reparación y de sacrificio. Él nos ha dado su Amor y amor con amor se paga. Que no me digan que Dios está lejos: está bien metido dentro de cada uno de nosotros» [30].
Ante ese encuentro con la grandeza y la bondad infinita de Dios, que tiene lugar en la liturgia, señalaba san Juan Pablo II, «la actitud apropiada no puede ser otra que una actitud impregnada de reverencia y sentido de estupor, que brota del saberse en la presencia de la majestad de Dios» [31]. Estamos ante Dios, llamados a ser sus hijos, convocados a su presencia mientras esperamos ser transformados en el Hijo por obra del Espíritu Santo. ¿No es lógico experimentar el deseo de examinar la propia vida, pedir el don de la conversión continua?
El rezo del Confiteor, prosigue el fundador del Opus Dei, «nos pone por delante nuestra indignidad; no el recuerdo abstracto de la culpa, sino la presencia, tan concreta, de nuestros pecados y de nuestras faltas. Por eso repetimos: Kyrie eleison, Christe eleison, Señor, ten piedad de nosotros; Cristo, ten piedad de nosotros. Si el perdón que necesitamos estuviera en relación con nuestros méritos, en este momento brotaría en el alma una tristeza amarga. Pero, por bondad divina, el perdón nos viene de la misericordia de Dios, al que ya ensalzamos —¡Gloria!—, porque tú solo eres santo, tú solo Señor, tú solo altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre» [32].
4. Entablar un diálogo de amor
Acaba la oración colecta, con las palabras que tanto le gustaba repetir a san Josemaría pues le recordaban que la Trinidad entera actúa en el santo Sacrificio del Altar: Por Jesucristo, Señor Nuestro, Hijo tuyo —nos dirigimos al Padre—que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Da comienzo a continuación la Liturgia de la Palabra en la que nos encontramos ante un verdadero discurso que espera y exige una respuesta. Este momento de la celebración posee, en efecto, un carácter de proclamación y de diálogo: Dios que habla a su pueblo y éste que responde y hace suya esta palabra divina por medio del silencio, del canto; se adhiere a ella profesando su fe en la professio fidei, y lleno de confianza acude con sus peticiones al Señor [33].
«Impresionaba mucho —recuerda el prelado del Opus Dei, testigo de tantas celebraciones eucarísticas del fundador— el tono con que leía los textos litúrgicos, con la nitidez propia de quien los pronuncia a la vez con la boca y con el corazón. Se metía tanto en estos textos, y concretamente en las lecturas, que —si asistían otras personas— no podía contenerse y, al término del Evangelio, exteriorizaba su sentimiento en una homilía» [34]. Vivía realmente, pues, las consideraciones que hacía sobre esta parte de la Santa Misa: «Oímos ahora la Palabra de la Escritura, la Epístola y el Evangelio, luces del Paráclito, que habla con voces humanas para que nuestra inteligencia sepa y contemple, para que la voluntad se robustezca y la acción se cumpla» [35]. Este cumplirse la acción no es otra cosa que «la dimensión performativa de la Palabra celebrada: la liturgia realiza la actualización perfecta de los textos bíblicos, y lo que la Palabra anuncia lo realiza el sacramento» [36].
«La primera exigencia para una buena celebración —enseña Benedicto XVI— es que el sacerdote entable realmente este coloquio. Al anunciar la Palabra, él mismo se siente en coloquio con Dios. Es oyente de la Palabra y anunciador de la Palabra, en el sentido de que se hace instrumento del Señor y trata de comprender esta palabra de Dios, que luego debe transmitir al pueblo. Está en coloquio con Dios, porque los textos de la Santa Misa no son textos teatrales o algo semejante, sino que son plegarias, gracias a las cuales, juntamente con la asamblea, hablamos con Dios» [37].
Cabe afirmar que esta ruminatio es connatural a la compresión que san Josemaría tiene de los textos litúrgicos, y en especial de la Palabra de Dios proclamada en la Liturgia de la Palabra, que se convierte en oración y se proyecta sobre la vida. «Nada extraño, pues, que sus homilías y escritos recojan abundantes comentarios a la lex orandi, cuya vivacidad responde a la hondura bíblica y litúrgica de su experiencia celebrativa. En algunos pasajes, su estilo evoca la mistagogía de los Padres de la Iglesia» [38].
5. Encuentro de amor entre Cristo y su Iglesia
«Somos un solo pueblo que confiesa una sola fe, un Credo; un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» [39]. Estas palabras nos conducen a dar un paso más. La identificación con los sentimientos de Cristo supone una progresiva transformación en él por medio de la oración, pero ¿cómo aprender a rezar? La respuesta es clara: rezando con otros. En realidad no cabe separar a Dios Padre de su Pueblo: «Cada vez que clamamos y decimos: ¡Abba, Padre! es la Iglesia, toda la comunión de los hombres en oración, la que sostiene nuestra invocación, y nuestra invocación es invocación de la Iglesia» [40]. Solo Jesús puede decir «Padre mío». Todos los demás nos dirigimos a Dios como Padre, siempre en comunión con aquel nosotros que Jesús ha inaugurado, haciendo posible por el Bautismo que seamos hijos en el Hijo.
La liturgia misma nos muestra de modo palpable esta realidad. Cuando el sacerdote deja el ambón o la sede, para situarse en el altar —centro de la liturgia eucarística [41]—, todos se preparan de un modo más inmediato para la oración común, que sacerdote y pueblo dirigen al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo [42]. En esta parte de la celebración, el sacerdote habla al pueblo únicamente en los diálogos desde el altar [43], pues la acción sacrificial que tiene lugar en la liturgia eucarística no se dirige principalmente a la comunidad. Sacerdote y pueblo no oran uno hacia el otro, sino hacia el único Señor. De hecho, la orientación espiritual e interior de todos, del sacerdote —como representante de la Iglesia entera— y de los fieles, es versus Deum per Iesum Christum. Así entendemos mejor la exclamación de la Iglesia antigua: «Conversi ad Dominum» [44].
Concretamente, la posición de la cruz en el centro del altar indica la centralidad del crucifijo en la celebración eucarística y la orientación precisa que toda la asamblea está llamada a tener durante la liturgia eucarística: no nos miramos unos a otros, sino que miramos a aquél que ha nacido, muerto y resucitado por nosotros, el Salvador. En este marco se sitúa la disposición que san Josemaría escribía ya a inicios de 1935: «La Santa Cruz y el ara —completamente aislada la mesa del altar— ocupen el lugar sobresaliente» [45]. Es a Cristo, de quien toda salvación proviene, el sol que surge, a quien todos hemos de dirigir nuestra mirada, de quien hemos de recibir el don de la gracia [46]. Como señala con sencillez el Papa Francisco: «Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino» [47].
En la medida en que comprendamos esta estructura, en que asimilemos las palabras de la liturgia, entraremos en consonancia interior y estaremos con la Iglesia en coloquio con Dios. En la celebración de los sacramentos el sacerdote habla con Cristo y a través de él con el Dios trino, y reza así con y por los demás. Como señala san Josemaría: «Llevar a los hombres a la gloria eterna en el amor de Dios: ésa es nuestra aspiración fundamental al celebrar la Misa, como fue la de Cristo al entregar su vida en el Calvario» [48].
Si se puede afirmar sin temor a equivocarse que el cristiano, por la comunión de los santos, nunca está solo, en la liturgia esto se palpa continuamente. «Orate, fratres, —reza el sacerdote— porque este sacrificio es mío y vuestro, de toda la Iglesia Santa. Orad, hermanos, aunque seáis pocos los que os encontráis reunidos; aunque solo se halle materialmente presente nada más un cristiano, y aunque estuviese solo el celebrante: porque cualquier Misa es el holocausto universal, rescate de todas las tribus y lenguas y pueblos y naciones (Cfr. Ap 5, 9)» [49].
Ya en la Plegaria eucarística, esta universalidad adquiere su verdadera amplitud: «La tierra y el cielo se unen para entonar con los Ángeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplaudo y ensalzo con los Ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa Misa. Están adorando a la Trinidad. Como sé también que, de algún modo, interviene la Santísima Virgen, por la intima unión que tiene con la Trinidad Beatísima y porque es Madre de Cristo, de su Carne y de su Sangre: Madre de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre» [50].
Se entiende así que el cristiano no puede rezar a Dios de modo auténtico si vive espiritualmente aislado de los demás, sin abrirse a los otros. «La fe cristiana nunca es mera relación subjetiva o personal—privada con Cristo y su palabra, sino que es totalmente concreta y eclesial» [51]. De ahí que ningún cristiano ora solo: le acompaña siempre el Espíritu Santo. Su oración es siempre a dúo y a coro: resuena siempre en ella la invocación de la Iglesia en la epíclesis continua a su Señor. Por eso «vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es éste un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos» [52].
Este sentido de la unidad informa toda la vida de cada fiel: «Nos hemos de esforzar, en nuestra vida interior y en el desarrollo de las virtudes cristianas, pensando en el bien de toda la Iglesia» [53]. La plegaria eucarística es un ejemplo elocuente de esta apertura del corazón hacia las intenciones de la Esposa de Cristo presente en toda la tierra: «Así se entra en el canon, con la confianza filial que llama a nuestro Padre Dios clementísimo. Le pedimos por la Iglesia y por todos en la Iglesia: por el Papa, por nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros. Y el católico, con corazón universal, ruega por todo el mundo, porque nada puede quedar excluido de su celo entusiasta» [54].
A lo largo de la plegaria eucarística se vuelve en diversos momentos a la petición, y a veces se acude a los santos, pidiendo su intercesión. «Para que la petición sea acogida, hacemos presente nuestro recuerdo y nuestra comunicación con la gloriosa siempre Virgen María y con un puñado de hombres, que siguieron los primeros a Cristo y murieron por él» [55]. Y con la intercesión, la petición: «Más peticiones: porque los hombres estamos casi siempre inclinados a pedir: por nuestros hermanos difuntos, por nosotros mismos. Aquí caben también todas nuestras infidelidades, nuestras miserias. La carga es mucha, pero él quiere llevarla por nosotros y con nosotros» [56].
Se acerca el instante de la Consagración. Se reitera aquí «la infinita locura divina dictada por el Amor» [57]. Estamos en el vértice de la plegaria eucarística, como señala la Instrucción General del Misal Romano: «Con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la Última Cena, cuando, bajo las especies de pan y vino, ofreció su Cuerpo y su Sangre, y se los dio a los apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio» [58].
El sacerdote junta las manos y pronuncia con claridad las palabras del Señor, tal y como lo requiere la naturaleza de las mismas [59]. Especialmente en este momento de la celebración, el sacerdote actúa in persona Christi, lo cual «quiere decir más que en nombre, o también, en vez de Cristo. In persona: es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie» [60]. Se trata para san Josemaría de una realidad diáfana: «Soy, por un lado, un fiel como los demás; pero soy, sobre todo, ¡Cristo en el Altar! Renuevo incruentamente el divino sacrificio del Calvario y consagro in persona Christi, representando realmente a Jesucristo, porque le presto mi cuerpo, y mi voz y mis manos, mi pobre corazón, tantas veces manchado, que quiero que él purifique» [61].
«Termina el canon con otra invocación a la Trinidad Santísima: per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso..., por Cristo, con Cristo y en Cristo, Amor nuestro, a ti, Padre Todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, te sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos» [62]. Recordamos de nuevo que estamos metidos en la corriente trinitaria de amor de Dios por los hombres que es la Eucaristía. El canon concluye dirigiendo a la Trinidad una oración de alabanza, «la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria» [63]. Si bien es cierto que toda la celebración eucarística es una magna acción de gracias dirigida a la Santísima Trinidad, sin embargo la doxología final de la plegaria eucarística resume y concentra la totalidad de esta alabanza.
A su vez, el gesto de elevar la patena y el cáliz pretende presentar al Padre, para ofrecérsela, la gran Víctima inmolada: Cristo, la expresión suprema del honor y de la gloria debidos a Dios. De hecho, la fórmula de la doxología final muestra que toda oración de alabanza «solo es posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él» [64].
En esta misma línea afirmaba san Josemaría: «En el Santo Sacrificio del altar, el sacerdote toma el Cuerpo de nuestro Dios y el Cáliz con su Sangre, y los levanta sobre todas las cosas de la tierra, diciendo: “Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso” —¡por mi Amor!, ¡con mi Amor!, ¡en mi Amor!— Únete a ese gesto. Más: incorpora esa realidad a tu vida» [65]. Las últimas palabras —«incorpora esa realidad a tu vida»—, nos animan a hacer efectivo este gesto a lo largo de la jornada [66], porque «corresponder a tanto amor exige de nosotros una total entrega, del cuerpo y el alma» [67].
6. La comunión: cuando el encuentro se hace adoración y unión
Parte esencial de la Misa es la Comunión. San Josemaría la recomendó frecuentemente en su predicación [68]. Ya en 1931, al señalar la praxis que deberían seguir los que se incorporasen al Opus Dei, escribió que «ordinariamente recibirán la Sagrada Comunión dentro de la Misa, porque ése es el sentir de la liturgia» [69]. De la misma época son también estas palabras: «La comunión dentro de la Misa es la regla, no la excepción. Intra Missam, con hostias ofrecidas y consagradas en la Misa. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Sacrificio unido al Sacramento. ¿Por qué separarlo sin causa razonable?» [70].
El rito de comunión tiene como finalidad que los fieles, debidamente dispuestos, reciban el Pan del cielo y el Cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo [71]. Facilitar este cometido es el objetivo de los tres momentos de preparación inmediata: el Padrenuestro, el gesto de paz y la acción simbólica de la fracción del pan.
San Josemaría se refiere al Padrenuestro diciéndonos: «Jesús es el Camino, el Mediador; en él todo; fuera de él, nada. En Cristo, enseñados por él, nos atrevemos a llamar Padre nuestro al Todopoderoso: el que hizo el cielo y la tierra es ese Padre entrañable que espera que volvamos a él continuamente, cada uno como un nuevo y constante hijo pródigo» [72]. Estas palabras nos introducen directamente en la realidad de la Comunión, que acrecienta nuestra unión con Cristo, nos une a él separándonos del pecado, y construye la Iglesia [73]. Unirnos a Cristo y por él a todos los hermanos; filiación en Cristo y fraternidad: son sentimientos que encontramos a lo largo de toda la celebración eucarística.
Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme, esta oración que precede a la comunión son señal de contrición, de un dolor de amor adorante que arroja luz sobre lo que sucede en ese momento: «No es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación solo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a aquel a quien recibimos. Precisamente así, y solo así, nos hacemos uno con él» [74]. Por eso, el fundador del Opus Dei propone un contraste gráfico: «Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?» [75].
Concluye la Santa Misa: «Con Cristo en el alma [...] la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos acompaña durante toda la jornada, en nuestra tarea sencilla y normal de santificar todas las nobles actividades humanas» [76]. Aranda glosa así esta consideración: «De una manera natural y espontánea, viene una y otra vez a la mente y a la pluma del autor la formulación de su doctrina fundamental, fruto de los dones fundacionales impresos por Dios en su alma: la llamada de todos los fieles cristianos a la santidad en su propio estado y circunstancias de vida, y en particular la vocación—misión de los fieles laicos de santificar todas las nobles actividades humanas. La califica de tarea sencilla y normal, puesto que no desborda los cauces de la vida profesional y social ordinaria, sino que ha de desenvolverse en el interior de los deberes y obligaciones de cada uno» [77].
La Santa Misa se proyecta, de algún modo, en la vida entera de los fieles. «Muy unidos a Jesús en la Eucaristía, lograremos una continua presencia de Dios, en medio de las ocupaciones ordinarias propias de la situación de cada uno en este peregrinar terreno, buscando al Señor en todo tiempo y en todas las cosas» [78]. Esta coherencia cristiana que reclaman las celebraciones litúrgicas ha sido recordada por el Papa Francisco: «Celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cfr. Rm 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura» [79].
Este breve recorrido que hemos hecho de la liturgia de la Santa Misa de la mano de san Josemaría nos ayuda a comprender por qué afirmaba que: «Asistiendo a la Santa Misa, aprenderéis a tratar a cada una de las Personas divinas» [80]. En la celebración, los fieles se pueden dirigir al Padre, en Cristo por la acción del Espíritu Santo: en este entrar en diálogo con las personas divinas, crece su vida cristiana. Un diálogo al que invita cada gesto y palabra propia del rito, que cobran así un significado especial. Nos vemos impulsados a cuidarlos con atención, con afán de seguir este camino de amor: «No ama a Cristo quien no ama la Santa Misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con devoción, con cariño. El amor hace a los enamorados finos, delicados; les descubre, para que los cuiden, detalles a veces mínimos pero que son siempre expresión de un corazón apasionado» [81].
Juan José Silvestre Valor, en romana.org/es
Notas:
[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa. Edición crítico-histórica (por Antonio Aranda), Rialp, Madrid, 2013, n. 84d.
[2] Cfr. Ga 2, 20.
[3] Acerca del modo en que san Josemaría comprendía esta identificación a través de la Eucaristía, cfr. Ángel García Ibáñez, “Eucaristía” en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2013, p. 463.
[4] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88b.
[5] En este aspecto se percibe una sintonía de fondo entre el pensamiento de san Josemaría y la enseñanza de Benedicto XVI: «¿Qué significa celebrar la Eucaristía de modo adecuado? Es encontrarnos con el Señor, que por nosotros se despoja de su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en la cruz y así se entrega a cada uno de nosotros. Es muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo a este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que Él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo. La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida». Benedicto XVI, Homilía en una ordenación sacerdotal, 7-V-2006.
[6] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría. Estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid, 2010, vol. I, p. 555.
[7] Como ya se ha dicho anteriormente, esta homilía se publicó en el libro Es Cristo que pasa; comprende los nn. 83-94. Sobre la historia de su redacción se pueden consultar las pp. 485-490 de la Edición crítico-histórica preparada por Antonio Aranda (vid. nota 1).
[8] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88c.
[9] Cfr. San Josemaría, Camino. Edición crítico-histórica (por Pedro Rodríguez), Rialp, Madrid, 20043, n. 529, nota 11, p. 678.
[10] Cfr. José Antonio Abad, “Liturgia y vida espiritual”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 757.
[11] Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei, en Heinrich Joseph Dominicus Denzinger—Peter Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona, 20002, n. 3843.
[12] Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilium, n. 7. La misma idea ha sido recogida en Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1070, 1089. Parece interesante notar que el texto latino dice: «Merito igitur Liturgia habetur veluti Iesu Christi sacerdotalis muneris exercitatio, in qua per signa sensibilia significatur et modo singulis proprio efficitur...» El antecedente de qua entendemos que es exercitatio y de este modo resulta claro que las acciones litúrgicas son ejercicio del sacerdocio de Cristo por medio de signos sensibles.
[13] Cfr. Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 747.
[14] San Juan Pablo II, Carta Apost. Vicesimus quintus annus, 4-XII-1988, n. 7.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1153.
[16] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum concilium, n. 33.
[17] San Josemaría, Camino, n. 543.
[18] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 749.
[19] Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, 85a.
[20] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, p. 556.
[21] Concilio de Trento, Decr. De SS. Eucharistia, can. 1: DH, 1651; Cfr. cap. 3: DH, 1641.
[22] San Juan Pablo II, Carta Apost. Mane nobiscum Domine, 7-X-2004, n. 18.
[23] Javier Echevarría, Carta 6-X-2004, n. 5.
[24] Cfr. San Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17-IX-2003, n. 11.
[25] San Josemaría, Notas tomadas en una reunión familiar, 6-I-1972.
[26] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, Palabra, Madrid, 1986, p. 75.
[27] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91c.
[28] San Josemaría, Forja, Rialp, Madrid, 1987, n. 834.
[29] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88d.
[30] Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, Rialp, Madrid, 2000, p. 226.
[31] San Juan Pablo II, Discurso a la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los sacramentos, 21-IX-2001.
[32] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88d.
[33] Cfr. Misal Romano, “Instrucción General del Misal Romano”, n. 55. A partir de ahora IGMR.
[34] Javier Echevarría, Memoria del Beato Josemaría, p. 226.
[35] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89a.
[36] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 753.
[37] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con sacerdotes de la diócesis de Albano, 31-VIII-2006.
[38] Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 748.
[39] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89a.
[40] Benedicto XVI, Audiencia general, 23-V-2012.
[41] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 73.
[42] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 78.
[43] Cfr. “Pregare ad Orientem versus”, Notitiae 322, vol. 29/5 (1993) 249.
[44] Efectivamente, «en la Iglesia antigua existía la costumbre de que el obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: Conversi ad Dominum —volveos ahora hacia el Señor—. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este, en la dirección por donde sale el sol como signo de Cristo que vuelve, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la cruz, para orientarse hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera». Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia pascual, 22-III-2008.
[45] San Josemaría, Instrucción 9-I-1935, n. 254, en AGP, serie A.3, 90-1-1; citado en Félix María Arocena, “Liturgia: visión general”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, p. 750.
[46] Benedicto XVI ha insistido en este punto. En 2002, el entonces cardenal Joseph Ratzinger señalaba que «la representación del sacerdote se realiza en el acto sacramental, en el que con respeto y estremecimiento se puede hablar y actuar en nombre de Cristo, pero esto no quiere decir que haya que mirar al sacerdote, como si él fuera en su figura física un icono de Cristo. Él debe intentar llegar a serlo por su vida, pero pertenece precisamente a ello que él, junto con los fieles, mire a Cristo para poder imitarlo. El traslado de la representación de Cristo a la forma física del sacerdote, que P. Farnés y otros nos ofrecen, lleva a la falsa divinización del sacerdote, de la que deberíamos liberarnos cuanto antes. No, cada vez me resulta más insoportable ver cómo la cruz se deja a un lado para que se pueda ver al sacerdote. El carácter esencial de la Iglesia como una procesión, como un caminar orante hacia el Señor, se oscurece así de una manera inadecuada». Joseph Ratzinger, “Respuesta del cardenal Joseph Ratzinger a Pere Farnés”, Phase 252 (2002) 511-512.
[47] Francisco, Audiencia general, 5-II-2014.
[48] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, 80.
[49] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89d.
[50] bíd. En otro momento, realiza una consideración similar, involucrando incluso a toda la creación en este movimiento de alabanza: «Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda, también hay allí pueblo. Siento junto a mí a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios —la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas—, dando gloria al Señor la Creación entera. Y especialmente, diré con palabras del Concilio Vaticano II, nos unimos en sumo grado al culto de la Iglesia celestial, comunicando y venerando sobre todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, de San José, de los santos Apóstoles y Mártires y de todos los santos”. San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, p. 75.
[51] Joseph Ratzinger, Convocados en el camino de la fe, Ed. Cristiandad, Madrid, 2004, p. 172.
[52] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 88a.
[53] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 145b.
[54] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90a. Es la oración de intercesión que, en palabras del Papa Francisco, «nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás [...] Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño». FRANCISCO, Exh. apost. post. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 281.
[55] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90a.
[56] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90c.
[57] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90b.
[58] Misal Romano, IGMR, n. 79 d).
[59] El Papa Pablo VI sugirió, el 22 de enero de 1968, esta rúbrica sobre el modo de pronunciar las palabras del Señor (Cfr. Annibale Bugnini, La reforma de la liturgia (1948-1975), 408, nota 15). De este modo se «subraya la trascendencia del momento de la consagración, la expresividad y la diferencia de estas palabras sobre las restantes, como vértice que son de toda la plegaria eucarística e, incluso, de toda la celebración». Félix María Arocena, En el corazón de la liturgia. La celebración eucarística, Palabra, Madrid, 1999, p. 178.
[60] San Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24-II-1980, n. 8.
[61] San Josemaría, “Sacerdote para la eternidad”, en Amar a la Iglesia, p. 74.
[62] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 90c.
[63] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2639.
[64] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1361.
[65] San Josemaría, Forja, n. 541.
[66] Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, p. 557.
[67] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 87c.
[68] Cfr. José Antonio Abad, “Liturgia y vida espiritual”, en José Luis Illanes (coord.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, pp. 758-759.
[69] San Josemaría, Apuntes íntimos, Cuaderno V, n. 496, 23-XII-1931; citado en Camino. Edición crítico-histórica, comentario al n. 536, p. 687.
[70] Ibíd.
[71] Cfr. Misal Romano, IGMR, n. 80.
[72] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91a.
[73] «Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia», Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1396.
[74] Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22-XII-2005.
[75] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91b.
[76] Ibíd., n. 91d.
[77] San Josemaría, Es Cristo que pasa. Edición crítico-histórica, comentario al n. 91d, p. 512.
[78] San Josemaría, Carta 2-II-1945, n. 11, citada en Ernst Burkhart—Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. I, pp. 565-566.
[79] Francisco, Mensaje a los participantes en el Simposio “Sacrosanctum Concilium, Gratitud y compromiso por un gran movimiento eclesial”, 18-II-2014.
[80] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 91e.
[81] Ibíd., n. 92a.
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