Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 10 de septiembre de 2022
Indice:
Francisco: «Profundamente entristecido por el fallecimiento de la Reina Isabel II»
Papa Francisco: “Con una sonrisa, el Papa Luciani supo transmitir la bondad del Señor”
LLENA DE GRACIA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: rumiar la Palabra de Dios
“La verdadera humildad lleva... ¡a pedir perdón!” : San Josemaria
Mensaje del prelado (10 septiembre 2022)
Aprender a reconocer las señales de la acción de Dios
Os he llamado amigos (IV): El mejor seguro de vida : Andrés Cárdenas M.
“Pablo, el apóstol de Cristo” – Inspiradora película sobre los comienzos del cristianismo : primeroscristianos
Torreciudad celebrará el 17 de septiembre la 30ª Jornada Mariana de la Familia
El hombre, «imagen de Dios» : Miguel A. Tabet
Barbaridades Ideológicas : Jorge Hernández Mollar
Binsar, de Indonesia, el seminarista más joven de Bidasoa con 21 años : Marta Santín
Cómo pasar del egoísmo y la comodidad al amor destineresado : Carlos Padilla Esteban
Prevenir la infidelidad : Luz Ivonne Ream
Sánchez se autodestruye : Jorge Hernández Mollar
Los abuelos : José Morales Martín
Crímenes contra la humanidad : Pedro García
Gorbachov y la "perestroika" : Domingo Martínez Madrid
El delirio de las masas por “sus dioses” : Antonio García Fuentes
Francisco: «Profundamente entristecido por el fallecimiento de la Reina Isabel II»
Telegrama del Santo Padre por la desaparición de Su Majestad la Reina Isabel II
© Vatican Media
Publicamos a continuación el telegrama de condolencias por el fallecimiento de Su Majestad la Reina Isabel II enviado por el Santo Padre Francisco a Su Majestad el Rey Carlos III:
A Su Majestad el Rey Carlos III
El Palacio de Buckingham
Londres
Profundamente entristecido al enterarme de la muerte de Su Majestad la Reina Isabel II, ofrezco mis más sinceras condolencias a Su Majestad, a los miembros de la familia real, al pueblo del Reino Unido y a la Commonwealth.
De buena gana me uno a todos los que lloran su pérdida para orar por el descanso eterno de la difunta Reina y para rendir homenaje a su vida de incansable servicio por el bien de la Nación y la Commonwealth, su ejemplo de devoción al deber, su firme testimonio de fe en Jesucristo y su firme esperanza en sus promesas.
Encomendando su noble alma a la bondad misericordiosa de nuestro Padre Celestial, le aseguro a Su Majestad mis oraciones para que Dios Todopoderoso lo sostenga con su gracia inagotable al asumir ahora sus altas responsabilidades como Rey. Sobre ti y todos los que atesoran la memoria de tu difunta madre, invoco una abundancia de bendiciones divinas como prenda de consuelo y fortaleza en el Señor.
FRANCISCO
Vaticano, 8 de septiembre de 2022
Papa Francisco: “Con una sonrisa, el Papa Luciani supo transmitir la bondad del Señor”
Homilía beatificación Juan Pablo I
Beatificación Juan Pablo I Homlía © Vatican Media
Alas 10.30 horas de hoy, domingo 4 de septiembre de 2022, el Santo Padre Francisco ha presidido, en la esplanada de la Basílica Vaticana la Celebración Eucarística durante la cual proclamó Beato al Siervo de Dios Juan Pablo I, nacido, Albino Luciani (1912-1978).
Publicamos a continuación el texto de la homilía que el Papa pronunció durante el rito solemne de la beatificación.
***
Homilía del Santo Padre
Jesús estaba en camino hacia Jerusalén y el Evangelio de hoy dice que junto con Él «iba un gran gentío» (Lc 14,25). Ir con Jesús significa seguirlo, es decir, ser sus discípulos. Sin embargo, a estas personas el Señor les hace un discurso poco atractivo y muy exigente: el que no lo ama más que a sus seres queridos, el que no carga con su cruz, el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser su discípulo (cf. vv. 26-27.33). ¿Por qué Jesús dirige esas palabras a la multitud? ¿Cuál es el significado de sus advertencias? Intentemos responder a estas preguntas.
En primer lugar, vemos una muchedumbre numerosa, mucha gente que sigue a Jesús. Podemos imaginar que muchos habían quedado fascinados por sus palabras y asombrados por los gestos que realizó; y, por tanto, habían visto en Él una esperanza para su futuro. ¿Qué habría hecho cualquier maestro de aquella época, o —podemos preguntarnos incluso— qué habría hecho un líder astuto al ver que sus palabras y su carisma atraían a las multitudes y aumentaban su popularidad? Sucede también hoy, especialmente en los momentos de crisis personal y social, cuando estamos más expuestos a sentimientos de rabia o tenemos miedo por algo que amenaza nuestro futuro, nos volvemos más vulnerables; y, así, dejándonos llevar por las emociones, nos ponemos en las manos de quien con destreza y astucia sabe manejar esa situación, aprovechando los miedos de la sociedad y prometiéndonos ser el “salvador” que resolverá los problemas, mientras en realidad lo que quiere es que su aceptación y su poder aumenten, su imagen, su capacidad de tener las cosas bajo control.
El Evangelio nos dice que Jesús no actúa de ese modo. El estilo de Dios es distinto. Es importante comprender el estilo de Dios, cómo actúa Dios. Dios actúa de acuerdo a un estilo, y el estilo de Dios es diferente del que sigue este tipo de personas, porque Él no instrumentaliza nuestras necesidades, no usa nunca nuestras debilidades para engrandecerse a sí mismo. Él no quiere seducirnos con el engaño, no quiere distribuir alegrías baratas ni le interesan las mareas humanas. No profesa el culto a los números, no busca la aceptación, no es un idólatra del éxito personal. Al contrario, parece que le preocupa que la gente lo siga con euforia y entusiasmos fáciles. De esta manera, en vez de dejarse atraer por el encanto de la popularidad —porque la popularidad encanta—, pide que cada uno discierna con atención las motivaciones que le llevan a seguirlo y las consecuencias que eso implica. Quizá muchos de esa multitud, en efecto, seguían a Jesús porque esperaban que fuera un jefe que los liberara de sus enemigos, alguien que conquistara el poder y lo repartiera con ellos; o bien, uno que, haciendo milagros, resolviera los problemas del hambre y las enfermedades. De hecho, se puede ir en pos del Señor por varias razones, y algunas, debemos reconocerlo, son mundanas. Detrás de una perfecta apariencia religiosa se puede esconder la mera satisfacción de las propias necesidades, la búsqueda del prestigio personal, el deseo de tener una posición, de tener las cosas bajo control, el ansia de ocupar espacios y obtener privilegios, y la aspiración de recibir reconocimientos, entre otras cosas. Esto sucede hoy entre los cristianos. Pero este no es el estilo de Jesús. Y no puede ser el estilo del discípulo y de la Iglesia. Si alguien sigue a Jesús con dichos intereses personales, se ha equivocado de camino.
El Señor pide otra actitud. Seguirlo no significa entrar en una corte o participar en un desfile triunfal, y tampoco recibir un seguro de vida. Al contrario, significa cargar la cruz (cf. Lc 14,27). Es decir, tomar como Él las propias cargas y las cargas de los demás, hacer de la vida un don, no una posesión, gastarla imitando el amor generoso y misericordioso que Él tiene por nosotros. Se trata de decisiones que comprometen la totalidad de la existencia; por eso Jesús desea que el discípulo no anteponga nada a este amor, ni siquiera los afectos más entrañables y los bienes más grandes.
Pero para hacer esto es necesario mirarlo más a Él que a nosotros mismos, aprender a amar, obtener ese amor del Crucificado. Allí vemos el amor que se da hasta el extremo, sin medidas y sin límites. La medida del amor es amar sin medidas. Nosotros mismos —dijo el Papa Luciani— «somos objeto, por parte de Dios, de un amor que nunca decae» (Ángelus, 10 septiembre 1978). Que nunca decae, es decir, que no se eclipsa nunca en nuestra vida, que resplandece sobre nosotros y que ilumina también las noches más oscuras. Y entonces, mirando al Crucificado, estamos llamados a la altura de ese amor: a purificarnos de nuestras ideas distorsionadas sobre Dios y de nuestras cerrazones, a amarlo a Él y a los demás, en la Iglesia y en la sociedad, también a aquellos que no piensan como nosotros, e incluso a los enemigos.
Amar; aunque cueste la cruz del sacrificio, del silencio, de la incomprensión y de la soledad, aunque nos pongan trabas y seamos perseguidos; amar así, incluso a este precio. Porque —como dijo también el Beato Juan Pablo I— si quieres besar a Jesús crucificado «no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona, que tiene la cabeza del Señor» (Audiencia General, 27 septiembre 1978). El amor hasta el extremo, con todas sus espinas; no las cosas hechas a medias, las componendas o la vida tranquila. Si no apuntamos hacia lo alto, si no arriesgamos, si nos contentamos con una fe al agua de rosas, somos —dice Jesús— como el que quiere construir una torre, pero no calcula bien los medios para hacerlo; éste “pone los cimientos” y después “no puede terminar el trabajo” (cf. v. 29). Si, por miedo a perdernos, renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas: las relaciones, el trabajo, las responsabilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe. Y entonces acabamos por vivir a medias —y cuánta gente vive a medias, también nosotros a veces tenemos la tentación de vivir a medias—; sin dar nunca el paso decisivo —esto significa vivir a medias—, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos verdaderamente por los demás. Jesús nos pide esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Vive el Evangelio, vive la vida, sin concesiones.
Hermanos, hermanas, el nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir (cf. A. Luciani/Juan Pablo I, Opera omnia, Padua 1988, vol. II, 11). Por eso, decía: «¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: siervos inútiles somos» (Audiencia General, 6 septiembre 1978).
Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, el rostro sereno, el rostro sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada, no es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado cayendo en el “involucionismo”. Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga “la sonrisa del alma”, que es transparente, que no engaña: la sonrisa del alma. Supliquemos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas» (Audiencia General, 13 septiembre 1978). Amén.
Ángelus
Al final de la Santa Misa celebrada en la explanada de la Basílica Vaticana para el proclamación del Beato Juan Pablo I, antes del rezo del Ángelus, el Santo Padre Francisco dirigió las siguientes palabras a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro:
***
Queridos hermanos y hermanas:
Antes de concluir esta celebración, os saludo a todos y os agradezco vuestra participación. Estoy agradecido a mis hermanos cardenales, a los obispos y a los sacerdotes procedentes de diversos países. Saludo a las Delegaciones oficiales reunidas aquí para rendir homenaje al nuevo Beato. Mis deferentes pensamientos van dirigidos al señor Presidente de la República Italiana y al Primer Ministro del Principado de Mónaco.
Os saludo a todos vosotros, peregrinos, especialmente a los fieles de Venecia, Belluno y Vittorio Veneto, localidades vinculadas a la experiencia humana, sacerdotal y episcopal del Beato Albino Luciani.
Y ahora nos dirigimos en oración a la Virgen María, para que obtenga el don de la paz en todo el mundo, especialmente en la martirizada Ucrania. Que ella, la primera y perfecta discípula del Señor, nos ayude a seguir el ejemplo y la santidad de vida de Juan Pablo I.
© Librería Editora Vaticana
— El corazón de Nuestra Madre Santa María fue colmado de gracias por el Espíritu Santo.
— La plenitud de gracia de María, un regalo inmenso para nosotros. Gratitud al Señor por este privilegio mariano.
— Correspondencia fidelísima de María a todas las gracias.
I. Dice el Señor: No hay árbol bueno que dé mal fruto, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se cosechan uvas del zarzal. El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo de su mal saca cosas malas: porque de la abundancia del corazón habla la boca1.
Mediante esta doble comparación –la del árbol, que si es bueno da buenos frutos, y la del hombre que habla de aquello que lleva en su corazón– nos enseña Jesús que la santidad ni se disimula, ni se puede sustituir por nada: lo que uno tenga, eso da. Y comenta San Beda. «El tesoro del corazón es lo mismo que la raíz del árbol. La persona que tiene un tesoro de paciencia y de caridad en el corazón produce excelentes frutos: ama a su prójimo y reúne las otras cualidades que enseña Jesús; ama a los enemigos, hace el bien a quien le odia, bendice a quien le maldice, reza por el que le calumnia... Pero la persona que tiene en su corazón un fondo de maldad hace exactamente lo contrario: odia a sus amigos, habla mal de quien le quiere, y todas las demás cosas condenadas por el Señor»2.
El corazón de Nuestra Madre Santa María fue colmado de gracias por el Espíritu Santo. Salvo Cristo, jamás se dio ni se dará un árbol con savia tan buena como la vida de la Virgen. Todas las gracias nos han llegado y vienen ahora por medio de Ella; sobre todo, nos llegó el mismo Jesús, fruto bendito de las entrañas purísimas de Santa María. De sus labios han nacido las mejores alabanzas a Dios, las más gratas, las de mayor ternura. De Ella hemos recibido los hombres el mejor consejo: Haced lo que Él os diga3, un consejo que nos repite calladamente en la intimidad del corazón.
En Nazaret la Virgen recibió la embajada del Ángel, que le dio a conocer la voluntad de Dios para Ella desde toda la eternidad: la de ser Madre de su Hijo, Salvador del género humano. «El mensajero saluda a María como “llena de gracia”; la llama así como si este fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil: “Miryam” (María), sino con este nombre nuevo: “llena de gracia”. ¿Qué significa este nombre? ¿Por qué el Arcángel llama así a la Virgen de Nazaret? (...).
»Cuando leemos que el mensajero dice a María “llena de gracia”, el contexto evangélico, en el que confluyen revelaciones y promesas antiguas, nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las “bendiciones espirituales en Cristo”. En el misterio de Cristo, María está presente ya “antes de la creación del mundo” como aquella que el Padre “ha elegido” como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad»4.
La razón de esta dignidad estriba en que la gracia inicial de María debió ser tal que la dispusiera para ser Madre de Dios, lo cual pertenece a un orden distinto del de los santos y de los ángeles. María –afirma el Concilio Vaticano II– es «Madre de Dios Hijo y, por tanto, la Hija predilecta del Padre y el Sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede en mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas»5.
«Toda la bondad, toda la hermosura, toda la majestad, toda la belleza, toda la gracia adornan a nuestra Madre. —¿No te enamora tener una Madre así?»6.
II. Afirma Santo Tomás que el bien de una gracia es mayor que el bien natural de todo el universo7. La menor gracia santificante contenida en el alma de un niño después de su bautismo vale más que los bienes naturales de todo el universo, más que toda la naturaleza creada, comprendiendo a los ángeles. Existe en la gracia una participación en la vida íntima de Dios, que es superior también a todos los milagros. ¿Cómo sería el alma de María, cuando Dios la rodeó de toda la dignidad posible y de su amor infinito?
En María se complace Dios desde la eternidad de su Ser. «Desde siempre, en un continuo presente, Dios se goza en el pensamiento de su Madre, Hija y Esposa. No es casualidad ni capricho el que la Iglesia, en su Liturgia, aplique y haya aplicado a Nuestra Señora palabras de la Escritura cuyo sentido directo se refiere a la increada Sabiduría»8. Así, leemos en el Libro de los Proverbios: Desde la eternidad fui establecida; desde los orígenes, antes que la tierra fuese. Todavía no existían los abismos, y yo estaba ya concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, no estaba sentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había ya nacido; aún no había criado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo. Cuando extendía Él los cielos estaba yo presente; cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito, cuando establecía allá en lo alto las regiones etéreas y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas, cuando circunscribía al mar en sus términos, e imponía ley a las aguas para que no traspasasen sus límites, cuando asentaba los cimientos de la tierra, con Él estaba yo disponiendo todas las cosas, y eran mis diarios placeres el holgarme continuamente en su presencia, el holgarme del universo; siendo todas mis delicias el estar con los hijos de los hombres. Ahora, pues, ¡oh hijos!, escuchadme: Bienaventurados los que siguen mis caminos9.
La Virgen es, de un modo muy profundo, trono de la gracia. A Ella se pueden aplicar unas palabras de la Epístola a los Hebreos: Acudamos confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia, y encontremos la gracia que nos ayude en el tiempo oportuno10. El trono, símbolo de autoridad, pertenece a Cristo, que es Rey de vivos y de muertos. Pero es un trono de gracia y de misericordia11, y lo podemos aplicar a María –y así está en textos litúrgicos antiguos12–, por quien nos llegan todas las gracias. La protección de María es «como un río espiritual que desde cerca de dos mil años se derrama sobre todos los hombres»13. Es la savia que no cesa de dar fruto en ese árbol que Dios quiso plantar con tanto amor. Es el tesoro inmenso de María, que beneficia continuamente a sus hijos. ¿De qué manera vamos a alcanzar mejor la misericordia divina, sino acudiendo a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra?
La plenitud de gracia con que Dios quiso llenar su alma es también un regalo inmenso para nosotros. Demos gracias a Dios por habernos dado a su Madre como Madre nuestra, por haberla creado tan excepcionalmente hermosa en todo su ser. Y la mejor forma de agradecérselo es quererla mucho, tratarla a lo largo del día, aprender a imitarla en el amor a su Hijo, en su plena disponibilidad para lo que a Dios se refiere.
Le decimos: Dios te salve, llena de gracia..., y nos quedamos prendados de tanta grandeza, de tanta hermosura, como debió de quedarse el Arcángel Gabriel cuando se presentó ante Ella. «¡Oh nombre de la Madre de Dios! ¡Tú eres todo mi amor!»14.
III. La Virgen tuvo en todo instante la plenitud de la gracia que le correspondía, y esta fue creciendo y aumentando de día en día, pues las gracias y dones sobrenaturales no limitan la capacidad de su recipiente, sino que lo dilatan y ensanchan para nuevas comunicaciones. Cuanto más se ama a Dios, tanto más se capacita el alma para amarlo más y recibir más gracia. Amando se adquieren nuevas fuerzas para amar, y quien más ama, más quiere y más puede amar: la gracia llama a la gracia y la plenitud de gracia a una plenitud siempre mayor.
El tesoro de gracias que recibió María en el instante mismo de la creación de su alma santa fue inmenso. En aquel momento se cumplieron ya las palabras que el Ángel le dirigió el día de la Anunciación: Dios te salve, llena de gracia15. María, desde el principio, ha sido amada por Dios más que todas las criaturas, pues el Señor se complació plenamente en Ella y la colmó sobreabundantemente de todas sus gracias, «más que a todos los espíritus angélicos y que a todos los santos»16. Muchos santos y doctores de la Iglesia piensan que la gracia inicial de María es superior a la gracia final de todos los demás seres. Santo Tomás afirma de la Virgen que «su dignidad es en cierto modo infinita»17. Esta gracia le fue dada a la Virgen en razón de su Maternidad divina.
Además, el contacto maternal –físico y espiritual– de María con la Humanidad Santísima de Cristo, constituye para Ella una fuente continua e inagotable de crecimiento en gracia. «María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este “Amado” eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda “la gloria de la gracia”»18. Los frutos de ese trato maternal fueron máximos, según aquel principio que expresa así Santo Tomás: cuanto más cerca de la fuente se encuentra el recipiente, tanto más participa de su influjo19. Ninguna criatura estuvo nunca más cerca de Dios. El aumento continuo de la plenitud de gracia de Nuestra Madre fue más intenso en algunos momentos concretos de su vida: en la Encarnación, en el Nacimiento, en la Cruz, en Pentecostés, cuando la Virgen recibiera la Sagrada Eucaristía...
A la plenitud de gracia de la Virgen correspondió una plenitud de libertad –se es más libre cuanto más santo se es–, y, en consecuencia, una respuesta fidelísima a estos dones de Dios, por la cual obtuvo una inmensidad de méritos. A Ella acudimos ahora nosotros, que somos sus hijos, y que tenemos tanta necesidad de ayuda.
1 Lc 6, 43-49. — 2 San Beda, Comentario al Evangelio de San Lucas, 2, 6. — 3 Jn 2, 5. — 4 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 8. — 5 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, n. 53. — 6 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 491. — 7 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 113, a. 9. — 8 C. López Pardo, El Avemaría, Palabra, Madrid 1975, p. 24. — 9 Prov 8, 23-32. — 10 Heb 4, 16. — 11 Cfr. Sagrada Biblia, Epístola a los Hebreos, EUNSA, Pamplona 1987, in loc. — 12 Cfr. Introito de la Misa del 22 de agosto, anterior a la reforma de Pablo VI. — 13 R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 58. — 14 San Alfonso Mª de Ligorio, Las glorias de María, Rialp, Madrid 1977, p. 305. — 15 Lc 1, 28. — 16 Cfr. Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. — 17 Santo Tomás, o. c., 1, q. 25, a, 6, ad 4. — 18 Juan Pablo II, o. c., 8. — 19 Cfr. Santo Tomás, o. c., 3, q. 7, a. 1.
Evangelio del sábado: rumiar la Palabra de Dios
Comentario del sábado de la 23.ª semana del tiempo ordinario. "Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica (...) se parece a un hombre que, al edificar una casa, cavó muy hondo y puso los cimientos sobre la roca. Al venir una inundación, (...) no pudo derribarla porque estaba bien edificada". Poner en Dios nuestros ideales a veces puede costar, como excavar en la roca, pero es lo que nos dará una felicidad que ninguna riada se podrá llevar.
10/09/2022
Evangelio (Lc 6, 43-49)
Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas del zarzal. El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.
¿Por qué me llamáis: «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os diré a quién se parece. Se parece a un hombre que, al edificar una casa, cavó muy hondo y puso los cimientos sobre la roca. Al venir una inundación, el río rompió contra aquella casa, y no pudo derribarla porque estaba bien edificada.
El que oye y no pone en práctica se parece a un hombre que edificó su casa sobre la tierra sin cimientos; rompió contra ella el río y enseguida se derrumbó, y fue tremenda la ruina de aquella casa.
Comentario
El capítulo 6 del evangelio de Lucas, denso y sencillo a la vez, que marca el camino a todos los seguidores de Cristo, acaba con este conjunto de enseñanzas.
Qué hermosas suenan las palabras de Jesús: “el hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno” Y eso a pesar de que en la vida no faltan sufrimientos, dudas o catástrofes como la inundación que arrasa con campos y viviendas. Pero el hombre bueno, el que tiene en su corazón las palabras y la vida del Señor es capaz de salir victorioso de todo trance, porque la Palabra del Señor es gracia que fortalece e ilumina. Y también en medio de la dificultad o el sufrimiento, la fe permanece, crece y da fruto copioso: saca lo bueno de su corazón.
¡Cuánto nos ayuda cavar muy hondo en nuestro corazón, para que entren hasta el fondo las enseñanzas de Cristo! Meditarlas en la oración una y otra vez, aprenderlas, conocer su significado, pedir al Espíritu Santo que nos las recuerde y a María, la que ha hecho de su vida un “hágase en mi según tu Palabra”, que nos ayude a tomar y retomar la decisión más trascendente de nuestra vida: desear cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios.
“La verdadera humildad lleva... ¡a pedir perdón!”
Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a fondo, para que te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela como en una operación quirúrgica. (Forja, 192)
10 de septiembre
La sinceridad es indispensable para adelantar en la unión con Dios.
–Si dentro de ti, hijo mío, hay un "sapo", ¡suéltalo! Di primero, como te aconsejo siempre, lo que no querrías que se supiera. Una vez que se ha soltado el "sapo" en la Confesión, ¡qué bien se está! (Forja, 193)
¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.
Luego, proseguiste con serenidad: «Domine, quid me vis facere?» –Señor, ¿qué quieres que haga?
–Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: «serviam!» –¡te serviré sin condiciones! (Forja, 238)
La humildad lleva, a cada alma, a no desanimarse ante los propios yerros.
–La verdadera humildad lleva... ¡a pedir perdón! (Forja, 189)
Si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría. Sin miedo ni reparo alguno, me besaría las llagas.
–Pues, ¿y la Virgen Santísima? Al sentir que tenemos lepra, que estamos llagados, hemos de gritar: ¡Madre! Y la protección de nuestra Madre es como un beso en las heridas, que nos alcanza la curación. (Forja, 190)
Mensaje del prelado (10 septiembre 2022)
El prelado del Opus Dei nos invita a poner en el centro de nuestras vidas el sagrario.
10/09/2022
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En los días pasados en Tierra Santa, os he tenido especialmente presentes en mi oración, sabiéndome a la vez acompañado por la vuestra. En cada uno de esos santos lugares, como es natural, imaginaba allí al Señor y, al mismo tiempo, consideraba que Él está siempre con nosotros en cada Sagrario. No me resisto a escribir estas palabras de nuestro Padre, que conocemos todos muy bien: «Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!» (Forja, n. 835). Procuremos, día a día, hacerlas vida nuestra.
Seguid rezando por el trabajo que nos ha encomendado el Papa para adecuar los Estatutos de la Obra a lo indicado el Motu proprio Ad charisma tuendum. Ya hemos iniciado –en el Consejo General y la Asesoría Central– los estudios oportunos para realizarlo.
El próximo día 15 recordaremos la elección del beato Álvaro; acudamos a su intercesión y procuremos imitar su fidelidad, como nos aconsejaba san Josemaría.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
Roma, 10 de septiembre de 2022
Aprender a reconocer las señales de la acción de Dios
El Papa Francisco, en su segunda catequesis en la serie sobre el discernimiento, se ha inspirado en el ejemplo de San Ignacio de Loyola para explicar cómo podemos reconocer las señales con las cuales el Señor se hace encontrar.
07/09/2022
Queridos hermanos y hermanas:
Proseguimos nuestra reflexión sobre el discernimiento —en este tiempo hablaremos cada miércoles del discernimiento espiritual— y para esto puede ayudarnos hacer referencia a un testimonio concreto.
Uno de los ejemplos más instructivos nos lo ofrece san Ignacio de Loyola, con un episodio decisivo de su vida. Ignacio se encuentra en casa convaleciente, después de haber sido herido en batalla en una pierna. Para liberarse del aburrimiento pide leer algo. A él le encantaban los libros de caballería, pero lamentablemente en casa había solo vidas de santos. Un poco a regañadientes se adapta, pero durante la lectura comienza a descubrir otro mundo, un mundo que lo conquista y parece competir con el de los caballeros. Se queda fascinado por las figuras de san Francisco y de santo Domingo y siente el deseo de imitarles. Pero también el mundo caballeresco sigue ejerciendo su fascinación sobre él. Y así siente dentro de sí esta alternancia de pensamientos, los caballerescos y los de los santos, que parecen ser equivalentes.
Pero Ignacio empieza también a notar las diferencias. En su autobiografía —en tercera persona— escribe así: «Cuando pensaba en aquello del mundo —y en las cosas caballerescas, se entiende— se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalem descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que vía haber hecho los santos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre» (n. 8), le dejaban un rastro de alegría.
LOS PENSAMIENTOS DE DIOS SUSCITAN AL PRINCIPIO UNA CIERTA RESISTENCIA, PERO CUANDO SE LES ACOGE TRAEN UNA PAZ DESCONOCIDA
En esta experiencia podemos notar sobre todo dos aspectos. El primero es el tiempo: es decir, los pensamientos del mundo al principio son atractivos, pero después pierden brillo y dejan vacíos, descontentos, te dejan así, una cosa vacía. Los pensamientos de Dios, al contrario, suscitan al principio una cierta resistencia —“Esto aburrido de los santos no lo leeré” —, pero cuando se les acoge traen una paz desconocida, que dura mucho tiempo.
Aparece entonces el otro aspecto: el punto de llegada de los pensamientos. Al principio la situación no parece tan clara. Hay un desarrollo del discernimiento: por ejemplo, entendemos qué es el bien para nosotros no de forma abstracta, general, sino en el recorrido de nuestra vida.
En las reglas para el discernimiento, fruto de esta experiencia fundamental, Ignacio pone una premisa importante, que ayuda a comprender tal proceso: «En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, tranquilizarles que todo va bien, haciéndoles imaginar deleites y placeres de los sentidos, para conservarlos y hacerlos crecer más en sus vicios y pecados; en dichas personas el buen espíritu actúa de modo contrario, punzándoles y remordiéndoles la conciencia por el juicio recto de la razón» (Ejercicios Espirituales, 314); pero esto no va bien.
Hay una historia que precede a quien discierne, una historia que es indispensable conocer, porque el discernimiento no es una especie de oráculo o de fatalismo o algo de laboratorio, como echar a suertes dos posibilidades.
Las grandes preguntas surgen cuando en la vida hemos hecho un tramo de camino, y es a ese recorrido que debemos volver para entender qué estamos buscando. Si en la vida se hace un poco de camino, ahí: “¿Pero por qué camino en esta dirección, qué estoy buscando?”, y ahí se hace el discernimiento.
Ignacio, cuando estaba herido en la casa paterna, no pensaba precisamente en Dios o en cómo reformar su vida, no. Él hace su primera experiencia de Dios escuchando su propio corazón, que le muestra una inversión curiosa: las cosas a primera vista atractivas lo dejan decepcionado y en otras, menos brillantes, siente una paz que dura en el tiempo.
ESTO ES LO QUE NOSOTROS TENEMOS QUE APRENDER: ESCUCHAR A NUESTRO PROPIO CORAZÓN
También nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces empezamos a pensar una cosa y nos quedamos ahí y luego quedamos decepcionados. Sin embargo, hacemos una obra de caridad, hacemos algo bueno y sentimos algo de felicidad, te viene un buen pensamiento y te viene la felicidad, algo de alegría, es una experiencia nuestra.
Él, Ignacio, hace la primera experiencia de Dios, escuchando al propio corazón que le muestra una curiosa inversión. Esto es lo que nosotros tenemos que aprender: escuchar a nuestro propio corazón. Para conocer qué sucede, qué decisión tomar, opinar sobre una situación, es necesario escuchar al propio corazón. Nosotros escuchamos la televisión, la radio, el móvil, somos maestros de la escucha, pero te pregunto: ¿tú sabes escuchar tu corazón? Tú te detienes para decir: “¿Pero mi corazón cómo está? ¿Está satisfecho, está triste, busca algo?”. Para tomar decisiones buenas es necesario escuchar al propio corazón.
Por esto Ignacio sugerirá leer las vidas de los santos, porque muestran de forma narrativa y comprensible el estilo de Dios en la vida de personas no muy diferentes de nosotros, porque los santos eran de carne y hueso como nosotros. Sus acciones hablan a las nuestras y nos ayudan a comprender el significado.
En ese famoso episodio de los dos sentimientos que tenía Ignacio, uno cuando leía las cosas de los caballeros y otro cuando leía la vida de los santos, podemos reconocer otro aspecto importante del discernimiento, que ya mencionamos la vez pasada. Hay una aparente casualidad en los acontecimientos de la vida: todo parece nacer de un banal contratiempo: no había libros de caballería, sino solo vidas de santos. Un contratiempo que, sin embargo, encierra un posible punto de inflexión. Tan solo después de algún tiempo Ignacio se dará cuenta, y en ese momento le dedicará toda su atención.
Escuchad bien: Dios trabaja a través de los eventos no programables, ese por casualidad, por casualidad me ha sucedido esto, por casualidad he visto a esta persona, por casualidad he visto esta película, no estaba programado, pero Dios trabaja a través de los eventos no programables, y también en los contratiempos: “Tenía que dar un paseo y he tenido un problema en los pies, no puedo…”. Contratiempo: ¿qué te dice Dios? ¿Qué te dice la vida ahí?
ESCUCHAD BIEN: DIOS TRABAJA A TRAVÉS DE LOS EVENTOS NO PROGRAMABLES
Lo hemos visto también en un pasaje del Evangelio de Mateo: un hombre que está arando un campo se encuentra casualmente con un tesoro enterrado. Una situación completamente inesperada. Pero lo importante es que lo reconoce como el golpe de suerte de su vida y decide en consecuencia: vende todo y compra ese campo (cf. 13,44).
Os doy un consejo, estad atentos a las cosas inesperadas. Aquel que dice: “pero esto por casualidad yo no lo esperaba”. Ahí te está hablando la vida, ¿te está hablado el Señor o te está hablado el diablo? Alguien. Pero hay algo para discernir, cómo reacciono yo frente a las cosas inesperadas. Yo estaba tan tranquilo en casa y “pum, pum”, llega la suegra y ¿tú cómo reaccionas con la suegra? ¿Es amor o es otra cosa dentro? Y haces el discernimiento. Yo estaba trabajando en la oficina bien y viene un compañero a decirme que necesita dinero y ¿tú cómo has reaccionado? Ver qué sucede cuando vivimos cosas que no esperamos y ahí aprendemos a conocer nuestro corazón, cómo se mueve.
El discernimiento es la ayuda para reconocer las señales con las cuales el Señor se hace encontrar en las situaciones imprevistas, incluso desagradables, como fue para Ignacio la herida en la pierna. De estas puede nacer un encuentro que cambia la vida, para siempre, como el caso de san Ignacio. Puede nacer algo que te haga mejorar en el camino o empeorar no lo sé, pero estad atentos y el hilo conductor más bonito es dado por las cosas inesperadas: “¿cómo me muevo frente a esto?”.
Que el Señor nos ayude a sentir nuestro corazón y a ver cuándo es Él quien actúa y cuándo no es Él y es otra cosa.
Os he llamado amigos (IV): El mejor seguro de vida
La amistad entre las personas llamadas a una misma misión permite que esta sea siempre un camino lleno de felicidad.
15/07/2020
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Finales de los años cuarenta. En Zurbarán, una de las primeras residencias universitarias femeninas de Madrid, tienen la costumbre de pasar en vela una noche al mes adorando a Jesús en la Eucaristía. Levantarse de madrugada, por turnos, para no dejar solo al Señor siempre tiene su emoción en el espíritu de una universitaria. La beata Guadalupe, que es la directora, encabeza esa empresa nocturna; se queda despierta escribiendo cartas en su despacho, muy cerca del oratorio, por si alguna de las chicas quiere continuar ese momento de oración con una buena conversación. Entonces, en medio del silencio de la noche, se comparten mutuamente ilusiones, propósitos, preocupaciones… Guadalupe no duerme para ofrecer a todas su amistad. No es extraño que quienes la conocieron recuerden que «tenía una facilidad extraordinaria para hacer amigas. Es obvio que tenía un don de gentes especial, una simpatía muy atractiva, y muchos valores humanos; pero me gustaría hacer hincapié en su fuerte sentido de la amistad»[1].
Una relación circular
La amistad está siempre caracterizada por la gratuidad; si se la busca por obligación o si se quiere conseguir algo como fin, simplemente no surge de manera auténtica. Guadalupe, por ejemplo, no acumulaba ese cansancio físico de dormir un poco menos porque lo exigiera un contrato, ni las chicas que acudían con prisa a sentarse en su despacho lo hacían por tener que rendir cuentas sobre su vida, mucho menos durante aquellas horas de la noche. Guadalupe y cada residente compartían algo que las empujaba a abrirse mutuamente. Tal vez alguna de ellas también estudiaría química, otra tendría la ilusión de viajar por el mundo, quizá una tercera habría perdido hace poco a su padre; probablemente Guadalupe compartiría con alguna ese anhelo por tener una vida interior más profunda y con otra incluso la vocación al Opus Dei. Pensando en esa variedad de gustos e ilusiones que podemos tener en común con los demás, san Juan Crisóstomo señala que, mientras más importante es aquello que nos une, mayores pueden ser los vínculos que de allí pueden surgir: «Si el solo hecho de ser de una misma ciudad les basta a muchos para hacerse amigos, ¿cuál tendrá que ser el amor entre nosotros, que tenemos la misma casa, la misma mesa, el mismo camino, la misma puerta, idéntica vida, idéntica cabeza; el mismo pastor y rey y maestro y juez y Creador y Padre?»[2].
COMPARTIR LA MISMA LLAMADA OFRECE UNA BASE PARA UNA AUTÉNTICA AMISTAD QUE LLEVE A AMBOS A SER SANTOS
El prelado del Opus Dei –a quien muchos llaman Padre precisamente por presidir una familia– señala que «entre fraternidad y amistad se da una íntima relación. La fraternidad, de simple relación fundamentada en la común filiación, se hace amistad por el cariño entre hermanos»[3]. Y, al mismo tiempo, Dios actúa en las relaciones de amistad, llegando muchas veces incluso a escoger a dos o más amigos para una misma misión, como ha pasado con tantos santos a lo largo de la historia. Es decir, entre fraternidad y amistad se genera una relación circular positiva: mientras la primera ofrece permanentemente a las personas una sólida base común –cimentada, por ejemplo, en haber recibido una igual llamada–, la segunda contribuye a que esos deseos permanezcan en el tiempo a lo largo de un camino feliz. San Josemaría, en el año 1974, apenas hubo llegado al lugar en el que tendría una reunión con hijos suyos supernumerarios en Argentina, decía: «Os pido hoy, al comenzar, que viváis de tal manera vuestra fraternidad, que cuando alguno tenga penas no le dejéis, y cuando tenga alegrías, tampoco. Esto no es un seguro de vida, es más: es un seguro de vida eterna»[4].
Aquí está el dedo de Dios
Precisamente en Argentina había nacido, en el año 1902, Isidoro Zorzano, hijo de padres españoles. Tres años después regresó a Europa, a la ciudad de Logroño, en donde conoció a san Josemaría cuando ambos eran adolescentes. Rápidamente se hicieron amigos aunque, al terminar los estudios, uno optó por la ingeniería y otro por el sacerdocio. Pero el contacto entre ambos no terminó allí y su correspondencia epistolar es testimonio de aquella amistad. «Mi querido amigo: Como ya estoy más descansado, puedo salir la tarde que tú gustes, para lo cual no tienes más que ponerme una tarjeta. Recibe un abrazo de tu buen amigo, Isidoro»[5], escribía uno. Mientras el otro, cuando ya vivía en la capital española, en alguna carta respondía: «Querido Isidoro: Cuando vengas por Madrid no dejes de venir a verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte. Un abrazo de tu buen amigo»[6]. Al poco tiempo, cuando tenía veintinueve años, llegaría aquel momento crucial en la vida de Isidoro. Por un lado, sentía en su interior que Dios le pedía algo; por otro, su amigo Josemaría quería hablarle sobre el Opus Dei, que estaba dando sus primeros pasos. Fue necesario un solo encuentro, en el que charlaron sobre la santidad en medio del mundo, para que Isidoro se diera cuenta de que Dios había obrado dentro de esa amistad regalándole la vocación a la Obra. Esa relación que los unía desde la adolescencia, esa preocupación mutua, adquiría entonces un nuevo vigor y llevó a Isidoro a concluir: «El dedo de Dios está aquí»[7].
Es lógico que el descubrimiento de la vocación por parte de Isidoro no dejara en un segundo plano los vínculos afectivos de aquellos años de amistad. Dios nos ha creado en alma y en cuerpo, por lo que la unión sobrenatural no anula los bienes naturales que todos buscamos; lo vemos en el ejemplo de Jesús, que compartía su vida con amigos. Por eso señala san Josemaría que «Dios Nuestro Señor quiere, en la Obra, la caridad cristiana y la natural convivencia, que se hace fraternidad sobrenatural, y no el convencionalismo de la forma»[8]. El cariño no es algo espiritualizado sino que es concreto, encarnado, se manifiesta en el tú a tú. No se trata de un formalismo que puede quedarse en unos simples buenos modales o en una cortesía que tranquiliza la propia conciencia, sino que busca querer a todos como lo haría su propia madre.
DIOS ACTÚA ENTRE LOS AMIGOS, COMO SUCEDIÓ CON ISIDORO Y SAN JOSEMARÍA
El 14 de julio de 1943, poco más de diez años después de aquel crucial encuentro en Madrid, ambos amigos –ahora convertidos en padre e hijo de una familia sobrenatural– tienen su última conversación. Durante esos momentos recuerdan quizá su adolescencia, sus cartas, los trabajos codo con codo en la Academia DYA, los trámites para abrir la primera residencia, los vaivenes de la guerra civil, el diagnóstico del cáncer de Isidoro… San Josemaría se despidió de Isidoro confesando un deseo: «Le pido al Señor que me dé una muerte como la tuya»[9]. Jesús nos enseñó que «nadie tiene amor más grande que el de dar la vida por sus amigos» (Jn. 15,13) y eso es precisamente lo que ilusionaba a Isidoro durante sus últimos días: poder seguir unido a todos en la Obra desde el cielo tal y como lo había estado en la tierra.
El menos celoso de los amores
Todos conocemos que, en muchas importantes relaciones humanas, el vínculo objetivo que las une –como el ser marido y mujer, o hermano y hermana– no genera de manera automática una relación de amistad. Incluso la existencia, en algún momento, de una verdadera amistad no garantiza la inmunidad de esa relación frente a las normales secuelas del paso del tiempo. También Benedicto XVI –siendo todavía cardenal–, al ponderar la fraternidad sobrenatural entre los cristianos, hacía notar con realismo que «el hecho de ser hermanos no significa, automáticamente, que sean un modelo de amor»[10]. Y recordaba que en la Sagrada Escritura abundan los ejemplos, desde el libro del Génesis hasta las parábolas que relata Jesús.
Por eso, «la fraternidad radicada en la común vocación a la Obra pide expresarse en una amistad»[11] que, como en las demás relaciones en las que interviene la libertad humana, no surge de manera instantánea. Requiere el paciente trabajo de ir al encuentro del otro, de abrir el propio mundo interior para enriquecerlo con lo que Dios nos quiere regalar a través de los demás. Las tertulias o las reuniones familiares, por ejemplo, en las que cada uno despliega su personalidad, son momentos para crear lazos de auténtica amistad. Allí no existen temas de la vida de los demás –preocupaciones, alegrías, tristezas, intereses– que no nos toquen personalmente. Crear un hogar con pasillos luminosos y puertas abiertas a los demás es también parte de un proceso de maduración personal, ya que «la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios»[12]. El hombre se explica satisfactoriamente a sí mismo solo dentro del tejido social en el que despliega sus afectos.
CONSTRUIR UNA AMISTAD REQUIERE SIEMPRE LA PACIENTE TAREA DE ABRIRSE A LA OTRA PERSONA
Esto sucede porque la amistad, cuando busca ser auténtica, procura no mezclarse con un afán de posesión del otro. Al contrario, al haber experimentado ese gran bien, sabe lo que tiene para ofrecer a otras personas: una amistad auténtica es escuela de más amistades, nos enseña a disfrutar de la compañía de las demás personas aunque, naturalmente, no con todas se llegue a tener la misma cercanía. C. S. Lewis notaba que «la verdadera amistad es el menos celoso de los amores. Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y tres cuando se les une un cuarto, siempre que el recién llegado esté cualificado para ser un verdadero amigo. Pueden entonces decir, como dicen las ánimas benditas en el Dante, “aquí llega uno que aumentará nuestro amor”; porque en este amor “compartir no es quitar”»[13]. Incluso llega a compararlo con la imagen que nos podemos hacer del cielo, ya que allá cada uno de los bienaventurados aumentará el gozo de todos, comunicando su singular visión de Dios a los demás.
***
San Agustín, en sus Confesiones, al recordar con cierta nostalgia a un grupo de amigos suyos, dice sin contener la emoción: «De muchos hacíamos uno solo»[14]. Relata que lo que los unía eran largas conversaciones acompañadas de risas, servirse mutuamente con buena voluntad, leer cosas juntos e, incluso, los repentinos desacuerdos que ayudaban a poner el foco en todo lo que tenían en común; recuerda las amargas sensaciones ante la ausencia de alguno, que luego se veían compensadas por la alegría de su llegada. «La felicidad personal no depende de los éxitos que conseguimos sino del amor que recibimos y del amor que damos»[15]; depende de sentirnos queridos y de tener un hogar, en donde nuestra sola presencia es insustituible, al cual siempre volver, pase lo que pase. Es lo que san Josemaría quería que fueran las casas de sus hijos e hijas. Precisamente en esos términos se recuerda a la primera labor apostólica del Opus Dei en Madrid, el año 1936: «Si al piso de Luchana se acudía por invitación, en cambio se permanecía por amistad»[16]; este es el amable vínculo que, humanamente, es capaz de mantener la unidad. «Si os amáis, cada una de nuestras casas será el hogar que yo he visto, lo que yo quiero que haya en cada uno de nuestros rincones. Y cada uno de vuestros hermanos tendrá un hambre santa de llegar a casa, después de la jornada de trabajo; y tendrá después ganas de salir a la calle, a la guerra santa, a esta guerra de paz»[17].
Andrés Cárdenas M.
[1] Mercedes Montero, En vanguardia, Rialp, Madrid, 2019, p. 79.
[2] San Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. 32,7.
[3] Monseñor Fernando Ocáriz, Carta 1-IX-2019, n. 14.
[4] San Josemaría, Apuntes tomados de una reunión, 24-VI-1974
[5] José Miguel Pero-Sanz, Isidoro Zorzano, Ediciones Palabra, Madrid, 1996, p. 86.
[6] Ibíd., p. 112-113.
[7] Ibíd., p. 118.
[8] San Josemaría, Instrucción sobre la obra de San Miguel, n. 101
[9] José Miguel Cejas, Amigos del fundador del Opus Dei, Palabra, Madrid, 1992, p. 47.
[10] Joseph Ratzinger, La sal de la tierra, Palabra, Madrid, 1997, p. 206
[11] Monseñor Fernando Ocáriz, Carta 1-IX-2019, n. 14.
[12] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, n. 53.
[13] C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 2007, p. 73.
[14] San Agustín, Confesiones, IV, 8.
[15] Monseñor Fernando Ocáriz, Carta 1-IX-2019, n. 17.
[16] José Luis González Gullón, DYA, Rialp, Madrid, 2016, p. 196
[17] Crónica 1956, VII, p. 7.
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“Pablo, el apóstol de Cristo” – Inspiradora película sobre los comienzos del cristianismo
San Pablo
La película está protagonizada por Jim Caviezel como San Lucas
La historia se sitúa durante la prisión que sufrió San Pablo en Roma, mientras espera su ejecución por orden del emperador Nerón. Al ambicioso prefecto de la prisión, Mauricio, le cuesta imaginar qué clase de peligro puede ser San Pablo, cuya fe inquieta a Roma.
Con ayuda de Lucas, San Pablo consigue sacar de la cárcel algunas cartas para la creciente comunidad de creyentes que, a pesar de la inhumana persecución que afrontan por parte de Nerón, serán capaces de difundir el Evangelio y de cambiar el mundo.
Queremos recomendar el film “Pablo, el apóstol de Cristo”. Esta es la historia de dos hombres. Lucas, quien, como amigo y médico, arriesga su vida al entrar a Roma para visitar a Pablo, que está preso en la celda más oscura y sombría de la prisión del Emperador Nerón, decidido a terminar con los cristianos.
Antes de que se promulgue la sentencia de muerte de Pablo, Lucas decide escribir otro libro, uno que detalla los comienzos de «El Camino» y el nacimiento de lo que se conocerá después como la iglesia. Atado en cadenas, la lucha de Pablo es interna. Ha sobrevivido a lo inimaginable: flagelaciones, naufragios, hambre, lapidación, sed y frío, pero mientras espera su cita con la muerte, es perseguido por las sombras de sus acciones del pasado.
Solo en la oscuridad, se pregunta si es el fin de su labor… y si tiene la fuerza para terminar la carrera. Dos hombres luchan contra un Emperador obsesionado y la debilidad del espíritu humano para vivir el Evangelio de Jesucristo y difundir su mensaje al mundo.
James Faulkner, interpreta al Apóstol Pablo en el film.
Los creadores del film han hecho todo lo posible para mantenerse fieles a la Biblia en los detalles de la vida de Pablo y sus viajes; mientras que algunos personajes que interactúan con él durante la película son ficticios.
El rodaje en exteriores duró 30 días en la hermosa isla de Malta. El proceso para iniciar los rodajes duró varios años para el guionista y director Andrew Hyatt.
«Pablo siempre me ha parecido una figura fascinante», asegura Hyatt.
«Cuando pienso en la gracia y la misericordia de Dios, y en quién es la personificación exacta de eso, siempre es Pablo quien me viene a la mente. Alguien que pasa de ser básicamente el mayor perseguidor de los primeros cristianos a ser el mayor evangelizador de la historia del cristianismo».
A través de sus investigaciones, Hyatt y Berden descubrieron detalles sobre los últimos años de vida de Pablo que incorporaron a la historia, lo que se tradujo en que Lucas, el autor del Evangelio, se convirtiera en un personaje fundamental del filme.
Luego, con toda la documentación, consultaron con expertos, para asegurarse de que el mundo que habían creado —tanto los personajes bíblicos como aquellos inventados para contar la historia— ofrecían una imagen realista de la iglesia de los primeros cristianos en Roma durante el reinado de Nerón.
El guión despertó el interés de Josh Nadler, director de desarrollo, y de Rich Peluso, vicepresidente ejecutivo, de AFFIRM Films, una filial de Sony Pictures Entertainment.
«La película es universal. Para la gente de fe, es una afirmación importante y una representación interesante de los últimos días de vida de Pablo», opina. «Para los que no son cristianos, puede servir para recordarles las emociones más elevadas del espíritu humano, y algunas personas pueden, como consecuencia, sentirse impulsadas a llevar una vida mejor».
+ info –
https://www.primeroscristianos.com/articulos/san-pablo/
Torreciudad celebrará el 17 de septiembre la 30ª Jornada Mariana de la Familia
El santuario invita a miles de familias a participar en esta jornada festiva y de acción de gracias
El próximo 17 de septiembre, sábado, se celebrará en el santuario de Torreciudad (Huesca) la 30ª Jornada Mariana de la Familia, un evento festivo centrado en la devoción a la Virgen María y dirigido a familias de toda España y de algunos otros países.
Después de dos años de suspensión por la pandemia, “queremos celebrar por todo lo alto este aniversario redondo, invitando a muchísima gente a participar”, señala el rector Ángel Lasheras.
La concelebración eucarística será presidida por el obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde y tendrá lugar en el altar de la explanada. La eucaristía es el centro de la jornada, en la que las familias peregrinan para rezar por sus ilusiones y retos.
Torreciudad difunde varias opciones para aprovechar el desplazamiento al Alto Aragón y disfrutar durante el fin de semana de los atractivos con que cuentan las comarcas cercanas.
Ángel Lasheras recuerda que desde la primera jornada en 1989 han llegado miles de familias, con la ilusión de poner a los pies de la Virgen todas sus necesidades.
El rector señala que “los motivos y contenidos de las Jornadas han ido siempre de la mano de las convocatorias de la Iglesia, como los años internacionales de la familia, el jubileo del tercer milenio, los encuentros mundiales de la familia, el Año del Rosario o diversos sínodos”.
“A esta universalidad -añade- ha ayudado contar con un mensaje del Papa y la presencia a lo largo de estos años de cardenales y obispos que han venido a la concelebración participada por las familias, que son las grandes protagonistas”.
Ángel Lasheras expresó asimismo su interés en que después del parón de la pandemia “los visitantes del santuario puedan conocer el Alto Aragón y la Ruta Mariana, de forma que sumemos y complementemos los trabajos de promoción de tantos ayuntamientos y asociaciones”.
Señaló también que “pediremos la generosidad y esfuerzo de todos para colaborar y ayudar a familias necesitadas” y “contamos con el trabajo de los delegados del patronato y de agencias de viajes y parroquias para que puedan organizar viajes económicos”.
Adjuntamos el cartel de la Jornada con toda la información y horario:
· Jornada Mariana de la Familia: información práctica del evento y vídeos testimoniales.
· Museografía: información y testimonios sobre los espacios museográficos del santuario: vídeo-mapping sobre el retablo, galería de imágenes de la Virgen, Espacio «Vive la experiencia de la fe»…
· Testimonios: apartado de nuestra web en el que visitantes y peregrinos cuentan su experiencia en el santuario y hablan sobre su devoción a la Virgen de Torreciudad, muchos de ellos en vídeo.
· Torreciudad desde el cielo: vídeo del santuario a vista de dron.
Escrito por Miguel A. Tabet
Publicado: 04 Agosto 2022
Entre las diversas expresiones con que la Sagrada Escritura revela la situación del todo particular que el hombre ocupa en el universo creado resalta la de «imagen de Dios», o, en una formulación más completa, «imagen y semejanza de Dios». Su uso poco frecuente, como reservado, parece darle más realce a esta fórmula. En cualquier caso, nos la encontramos en textos claves en que se precisa el alto grado de participación de la perfección divina que el hombre goza y la especial dignidad que Dios le confirió al colocarle sobre el resto de los seres creados. Esto justifica el que la tradición patrística lo haya considerado un dato bíblico central en la exposición teológica del misterio del hombre.
En el Antiguo Testamento, aparte de los pasajes del Génesis (Gn 1, 26.27; Gn 5, 1.3; y Gn 9, 6), únicamente se encuentra en otros dos lugares, ambos de los libros sapienciales: Sb 2,23 y Si 17, 3. A estos se pueden añadir por cierta analogía Sb 7, 26 que, al personificar la sabiduría de Dios, la describe como «imagen de su Bondad». En el Nuevo Testamento aparece casi exclusivamente en textos paulinos. Se aplica primordialmente a Cristo, perfecto Hombre (2Co 4, 4; Col 1, 15), como ya lo insinuaba Sb 7, 26. En relación a los demás hombres se halla en tres textos del epistolario de San Pablo (1Co 11, 7; 2Co 3, 18 y Col 3, 10) y en St 3, 9. A este elenco se deben sumar dos textos paulinos que tratan de la imagen del hombre con respecto a Cristo (Rm 8, 29; 1Co 15, 47-49).
En esta comunicación intentamos precisar el contenido que adquiere la fórmula «imagen de Dios» en los lugares bíblicos mencionados, donde se encuentra de modo explícito. Haremos un breve análisis de cada uno de ellos, extendiéndonos algo más en el Gn 1, 26- 27, para recoger al final algunas consideraciones de conjunto.
l. El texto de Gn 1, 26.27
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine a los peces del mar (...). Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, los creó varón y hembra».
Desde el punto de vista meramente literario siempre ha llamado la atención en este texto, primero, el plural que expresa la determinación de Dios de formar al hombre; segundo, las tres veces que se repiten las palabras «imagen» y «creó». Los dos términos «hagamos» y «creó» destacan en su contexto el contenido de la palabra «imagen».
Dejando de lado las diversas explicaciones que han surgido a propósito del empleo del plural «hagamos» -por ejemplo, una revelación todavía velada del misterio de la Santísima Trinidad, un plural mayestático, el diálogo de Dios con el complejo de la corte celestial- nos parece útil fijar la atención en lo que ya en una primera lectura afirma claramente el texto sagrado. El plural «hagamos» expresa la manifestación de una voluntad de Dios del todo particular. Hasta ahora, en ningún momento del relato de la creación, Dios había pronunciado este «hagamos». El mundo y cada cosa habían sido creados con una sola palabra suya. Ahora, en cambio, en el momento de crear al hombre, Dios actúa de un modo diferente, entrando en deliberación consigo mismo. Esto da ciertamente realce a su nueva acción.
«Se dice 'hagamos' -comenta San Juan Crisóstomo- para mostrar la grandeza y la dignidad de la obra de la creación del hombre, pues Dios, para hacerlo, tomó deliberación y examinó el asunto diligentemente. Así mostraba que el hombre es lo más preeminente del mundo visible» [1]. Era tal su dignidad que, al formarlo, la plenitud de Dios tomó consejo consigo misma. La índole de esta dignidad es lo que va a especificar la fórmula «a su imagen y semejanza».
Pero Dios no sólo delibera para «hacer» al hombre: «crea» al hombre a su imagen y semejanza. El término «bara», como sabemos, tiene unas características muy determinadas. En la Escritura aparece siempre teniendo a Dios como sujeto de la acción, concretamente el Dios de Israel, nunca una divinidad extranjera. Por otra parte, se omite en su empleo cualquier referencia a una materia a partir de la cual Dios ejerza la acción expresada por el verbo. En definitiva, «bara» indica que la acción corresponde únicamente a Dios y, por ella, Dios se hace agente de algo radicalmente nuevo, algo que antes no existía o no existía de ese modo. Se trata por tanto de una acción extraordinaria, que únicamente compete al poder soberano de Dios. «Bara» se aplica a la creación de la nada en Gn 1, 1. Y el autor sagrado no tuvo reparo en emplearla tres veces en la narración de la formación del hombre: sin duda, para indicar que se trataba del hacerse de un ser único, singular, un ser que requería necesariamente de la intervención soberana de Dios, sin la cual no hubiera podido surgir. La originalidad de esta nueva criatura, que requería de una acción específicamente divina, se debe encontrar de nuevo en la frase que constituye la aclaración de lo que es el hombre en Gn 1, 26: -imagen y semejanza- de Dios. Sólo por la acción creadora de Dios podía devenir -parece decimos el pasaje bíblico- una criatura «a imagen» Suya.
El texto del Gn 1, 26 postula, por tanto, que en la formación del hombre intervino una especial deliberación divina y se puso en juego de un modo altamente manifiesto el poder de Dios, similar al que actuó en el momento de hacer surgir las cosas de la nada. El objeto de esta deliberación y este poder se denomina, en un primer momento, «hombre», «'adam» (sin artículo) [2] Pero su especificidad la declara la fórmula «a imagen y semejanza». Esta expresión viene a establecer lo peculiar de la más perfecta criatura puesta por Dios sobre la tierra según el relato del Génesis. Ella se presenta como una definición del hombre, según palabra de Juan Pablo II [3]. Sintetiza ciertamente el contenido peculiar de la decisión divina en relación al hombre, el motivo por el que Dios se detuvo un momento a deliberar antes de realizar su nueva obra, la necesidad que hubo de desplegar todo su poder. Esto nos parece central en nuestro texto.
Dos problemas se ha planteado la exégesis a propósito de esta expresión: la relación entre los vocablos «imagen» y «semejanza», y en qué consiste formalmente esa «imagen». En relación al primer tema, las diferentes posturas oscilan entre considerar los dos términos esencialmente sinónimos [4], utilizados de modo paralelo para dar énfasis a la frase, o bien subrayar un cierto matiz diferenciador [5]. La exégesis moderna, en una línea de pensamiento que encuentra antecedentes en la antigüedad, tiende a señalar que las ligeras diferen cias que se puedan descubrir no se deben subrayar, pues, con frecuencia, esos términos parecen usados cono sinónimos. Así, en Gn 1, 27 y Gn 9, 26 aparece sólo «imagen» (s. elem), en Gn 5, 1, «semejanza» (demut), en Gn 5, 3 los dos términos se encuentran en orden inverso a Gn 1, 26. Además, el TM de Gn 1, 26 y Gn 5, 3 no trae la conjunción copulativa que introducen las versiones. Allí se lee: «a nuestra imagen, a nuestra semejanza». En Sb 2, 23 se encuentra, por su parte, según algunos manuscritos: «lo hizo a imagen de su semejanza» [6]. Si se quisiera señalar algún matiz diferenciador podría ser este: el término «imagen» tiene un sentido concreto, el de la imagen-estatua, una copia que representa a otra con los matices del original, uso que aparece en algunos lugares bíblicos. Así, Am 5, 6 ironiza contra los israelitas que transportaban estatuas (s. elem) de dioses extranjeros [7]. «Demut» es más bien una palabra abstracta («similitud»), y parece precisar que la «imagen» es sólo analógica, pues se suele reservar el término «tabnit» cuando se quiere indicar el plano particularizado y perfecto del prototipo [8]. Quizá la sabiduría divina se sirvió de dos términos altamente sinónimos para realzar, por una parte, la importancia de lo que estaba por realizar, pues se trataba de una cierta «copia» de Dios sobre la tierra; a la vez, con un término precisaba el otro: con «demut» indicaba que el hombre como Dios no venía a ser Dios, sino que siempre quedaría una distancia incolmable entre Él y la más excelente de sus criaturas.
Vengamos ahora a la segunda cuestión. ¿En qué consiste esa imagen? Desde la perspectiva de un estudio exegético haría falta, para dar una respuesta lo más lograda posible a esta pregunta, el examen conjunto de todos los textos en que aparece la fórmula «imagen de Dios». Es lo que podremos hacer en nuestras conclusiones. Aquí nos limitaremos a lo que nos ofrece el pasaje del Génesis en una pausada lectura. El sintagma que sigue inmediatamente a la definición del hombre como «imagen y semejanza» de Dios parece ofrecernos la respuesta. Dios en efecto, dice Gn 1, 26-27, creó al hombre a su imagen y semejanza para que dominara «sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias, las fieras del campo y sobre todo reptil que se mueve sobre la tierra»: la «imagen» por tanto se ha de entender como dominio. Refuerza esta suposición el hecho de que la fórmula que precisa la finalidad está colocada a modo de paréntesis aclaratorio en la unidad Gn 1, 26-27; unidad que comienza con «hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» y se cierra de manera similar con la frase «Y creó Dios al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios le creó, y los creó macho y hembra». Así, pues, del texto del Gn se puede afirmar que la imagen divina hace al hombre semejante a Dios porque el hombre ha sido constituido como representante suyo en la tierra para el dominio de la creación: obra en lugar de Dios sobre las criaturas y éstas están ordenadas a él. Esta afirmación no excluye sino que por el contrario supone necesariamente como fundante la idea de que la «imagen» radica en la posibilidad que el hombre tiene de poder dominar la creación, es decir, en el hecho de poseer una naturaleza capaz de gobernar, dirigir y ordenar a otros seres, de dominarlos. Es tal vez a esto a lo que en último término remite radicalmente el texto bíblico, aunque exprese explícitamente más bien la consecuencia directa, que es lo que se presentaba de un modo concreto y más fácil de entender a los directos destinatarios del Génesis.
El hombre, por tanto, según Gn 1, 26-27 ha sido creado a «imagen y semejanza» de Dios porque Dios le proveyó de una naturaleza dotada de unas cualidades adecuadas para que le asemejase en el dominio de la creación. El análisis del texto, y el concepto profundamente transcendente de Dios que encontramos en el primer capítulo del Génesis, no permiten «pensar que sean las cualidades físicas y corpóreas de la naturaleza humana las que dan razón absoluta de esta semejanza. Esta habrá que buscarla en la esfera espiritual del hombre creado, concretamente en su inteligencia, de la que como consecuencia se derivan el dominio sobre los demás animales y el orden moral que rige la sociedad humana» [9]. Sin embargo, de ningún modo excluye el cuerpo, ya que el hombre constituye una unidad, no debilitada por el hecho de la división del ser humano en «polvo» y «aliento de vida». En el Gn 1, 26-27 se habla del «hombre» en su unidad, como queriéndose indicar que la semejanza de Dios en él hay que descubrirla en la realidad total, formada de cuerpo y alma, si bien se halle principalmente en aquello por lo que ejerce básicamente el dominio [10].
2. El tema de la imagen en Gn 5, 13 y Gn 9, 6
En el desenvolvimiento general de la revelación del Antiguo Testamento se va exponiendo con más detalle el sentido y el alcance de la fórmula «imagen y semejanza». Un primer matiz puede encontrarse en el Gn 5. Este texto expone con un estilo esquemático y reflexivo el catálogo de los descendientes de Adán hasta Noé, fijándose particularmente en la línea de Set, para dar luego paso a la narración del diluvio. El hagiógrafo tuvo un especial interés en remontar toda esta historia, hecha a base de nombres, al mismo Dios, y empalmarla con el primer capítulo del Génesis. El texto comienza así: «Este es el libro de la descendencia de Adán. Cuando Dios creó al hombre, le hizo a semejanza (demut) de Dios. Los hizo macho y hembra, y los bendijo, y les dio al crearlos nombre de hombres».
Se encuentran aquí calcadas las ideas de. Gn 1, 26-27. El texto insiste en que el hombre fue «creado» por Dios, a su «semejanza», y en la distinción de sexos. Aparece también el tema de la bendición ya presente en Gn 1, 28. Pero lo que para nuestro tema llama la atención es el hecho de que la generación de Set se conceptúe como prolongación o propagación de la «imagen y semejanza». Así leemos en el v. 3: «Tenía Adán ciento treinta años cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza, y le llamó Set». En la repetición de la fórmula «imagen y semejanza», el autor sagrado parece haber querido señalar que la «imagen» en que fue constituido Adán se trasmite, que es un bien permanente de la humanidad, que subsiste también después de la introducción del pecado en el mundo, que la naturaleza humana de ningún modo se debilitó hasta el punto de perder para siempre la «imagen» de Dios.
Queda así establecida la idea de que aquello que hizo al primer hombre una criatura del todo excepcional, por lo que se asemejaba a su Hacedor y se distanciaba de todas las demás criaturas, se trasmitió a todos sus descendientes. Gn 5 ya no vuelve a emplear esa fórmula: utilizará el verbo «engendrar» para designar .el enlace entre los demás descendientes de Set. Pero fue precisamente al «engendrar» como Adán trasmitió a Set su imagen y semejanza. Notemos, sin embargo, el salto analógico, pues en Adán la «imagen y semejanza» no indica identidad de naturaleza con Dios; en Set, sí hay esa identidad con Adán. Pero la idea doctrinal de fondo posee toda la profundidad de la afirmación de que cada hombre es «a imagen y semejanza» de Dios.
Génesis 9, 6
En este capítulo se nos narra la alianza entre Dios y Noé al terminar el diluvio. El diluvio fue un castigo purificador de la humanidad, y con él se dio comienzo a una nueva etapa, de la que Noé será el nuevo padre. En la bendición de Dios a Noé se contiene la renovación de las promesas antiguas: Dios bendice a la familia de Noé para que llene de nuevo la tierra despoblada, y les anuncia el dominio sobre los demás animales. Aparece un nuevo precepto: el de no comer carne con su sangre; precepto que tiene por finalidad impulsar a vivir las exigencias de una norma moral de mayor envergadura: no derramar la sangre del hombre impunemente. La razón básica que se da de este precepto toca los fundamentos del orden moral: «porque el hombre ha sido hecho a imagen de Dios».
Aquí se halla presente el tema de la «imagen» en una perspectiva nueva y de grandes consecuencias. Dios la propone como fundamento de la actuación moral del hombre, que ha de ver en sí y en los demás la impronta de su Hacedor. Porque lleva en sí esa imagen, que esencialmente lo distingue de otras criaturas, es por lo que nadie puede hacer uso indiscriminado de la vida. Atentar contra la vida del hombre es atentar contra Dios, pues el hombre es una cierta reproducción suya. La muerte es castigada y estigmatizada a causa de que él es «imagen» de Dios. En Gn 9, 6 la doctrina de la «imagen» ha dado así un paso adelante. No se trata ya de que el hombre ha recibido la «imagen» de Dios para dominar las criaturas, sino que en cuanto «imagen» está urgido a actuar en conformidad con el modelo según el cual fue constituido.
3. La «imagen» de dios en otros textos veterotestamentarios
El concepto de «imagen y semejanza» no tuvo un desenvolvimiento en la literatura profética, pero sí en la tradición sapiencial, que lo situó en una nueva perspectiva. Tres textos se nos ofrecen: Sb 2, 23; Sb 7, 26 y Si 17, 1-3.
Sb 2, 23: la «imagen» de Dios en el hombre y la inmortalidad
El autor sagrado muestra en el contexto de este versículo los sentimientos de los impíos respecto a la vida presente, su actitud frente a los placeres de la vida y su conducta frente a los justos. Hace además un juicio señalando el grave error en que se encuentran: están cegados por su maldad y desconocen los designios misteriosos de Dios. Es, en efecto, parte del plan divino, señala el autor sagrado, que Dios permita en esta vida los sufrimientos a los justos para concederles, mediante esa prueba, la recompensa eterna. Como fundamento de la doctrina expuesta hace esta breve reflexión: «Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo a imagen de su propia naturaleza [11]. La fe en la inmortalidad, uno de los temas centrales de este libro, se presenta íntimamente vinculada al hecho de que Dios creó al hombre a su imagen. Claramente afirma el hagiógrafo que no todo acaba con la muerte, como opinan los impíos, sino que hay una vida inmortal y una bienaventuranza eterna para la que Dios ha creado al hombre. En un peculiar paralelismo con esta idea, el autor sagrado señala que Dios hizo al hombre a «imagen» suya. El hombre, creado a «imagen» de Dios, está por lo mismo llamado a la felicidad eterna. No ciertamente por una exigencia de la naturaleza humana, pero si por la capacidad que tiene de poseer bienes imperecederos. En este texto de Sabiduría parece concebirse ligeramente el tema de la «imagen» en su plano ya sobrenatural.
Sb 7, 26: la sabiduría, imagen de la bondad de Dios
El segundo pasaje del libro de la Sabiduría tiene un interés particular por acercarnos a la revelación neo-testamentaria sobre Cristo en lo que se refiere al tema de la «imagen». El autor sagrado habla de las propiedades de la sabiduría, y después de enumerar sus atributos se remonta a su origen, mostrando mediante varias imágenes su naturaleza íntima: «es un hálito del poder divino, y una emanación pura de la gloria de Dios omnipotente, por lo cual nada manchado hay en ella. Es el resplandor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad» (vv. 25-26).
El texto establece una relación singular entre Dios y la sabiduría, fuertemente personalizada. A ésta se le denomina «imagen de su bondad». La sabiduría, en efecto, como bien difundido por Dios en la creación, especialmente en el hombre, pregona esa bondad infinita de Dios, que le impulsó a darle la existencia. Como sabiduría encarnada, que el Nuevo Testamento denomina «impronta de la sustancia de Dios» (Hb 1, 3), constituye la «imagen» más palpable de la bondad de Dios con los hombres.
Si 17, 1: relectura del Gn 1, 26
Eclesiástico 17 nos habla del papel de la sabiduría en la creación del hombre en estrecho paralelismo con los primeros capítulos del Génesis. Sus primeros versículos dicen: «De la tierra creó el Señor al hombre, y de nuevo la hará volver a ella // Días contados le dio y tiempo fijo, y dióles también poder sobre las cosas de la tierra // De una fuerza como la suya los revistió, a su imagen los hizo».
El pasaje parece presentar una doctrina ya largamente conocida. De hecho, se ha considerado el Sirácide como un resumen, escrito en un período de calma política, de la doctrina sapiencial y profética antigua. Aparece claramente la correspondencia que establece Gn 1, 26 entre la «imagen» y la posición de dominio del hombre. Pero, en los versículos siguientes, se encuentran una serie de relaciones que hasta entonces no se habían expresado. La «imagen» queda asociada a la entrega de una «fuerza» divina al hombre; sobre todo, a la donación hecha por Dios al hombre de «un corazón inteligente» (v. 5) y de otros dones espirituales: «le llenó de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal. Le dio ojos para que viera la grandeza de sus obras» (vv. 5-8). Quedan así declaradas las energías naturales y las componentes éticas y morales que implica la «imagen» de Dios en el hombre.
4. El tema de la «imagen» en el nuevo testamento
El Nuevo Testamento va a presentar el tema de la «imagen» en una perspectiva radicalmente nueva. Prácticamente se da por supuesta la doctrina veterotestamentaria que sitúa la «imagen» en el plano natural, como capacidad recibida por el hombre para dominar la creación, para mostrar ampliamente la dimensión sobrenatural que llena el concepto de «imagen».
Quizá el lugar bíblico neo-testamentario que ofrece un primer desarrollo conceptual sea 1Co 11, 7: «El varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios; más la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón» (vv. 7-8). El pasaje extrae una consecuencia práctica de la enseñanza del Gn 1, 26. Es una aplicación al comportamiento de los cristianos en las reuniones litúrgicas. La alusión al texto vetero-testamentario es evidente; pero el apóstol lo precisa en una dirección: señala que en el hombre hay una cierta preeminencia sobre la mujer por razón de la inmediatez con que recibió la «imagen»: él fue creado por Dios de un modo inmediato, la mujer sólo mediatamente, a través del hombre. Se puede notar que San Pablo no plantea una cuestión de mayor o menor dignidad del hombre o de la mujer delante de Dios debido a la «imagen», pues bien conocería el apóstol que en este aspecto la mujer está en paridad con el hombre, como lo sugiere el mismo contexto inmediato del relato de la creación. La frase conclusiva «varón y hembra los creó» (Gn 1, 27) sugiere, sin lugar a duda, que la «imagen y semejanza» fue donada a uno y a otro, al hombre y a la mujer.
Cristo, imagen perfecta de Dios
Una doctrina que por el contrario presenta una total novedad en el Nuevo Testamento a propósito de la «imagen», aunque ya vimos que se descubren vestigios en el Antiguo Testamento, es la declaración formal que encontramos en dos textos paulinos que anuncian a Cristo como la «imagen perfecta de Dios». En el primer texto, 2Co 4, 4, San Pablo, en polémica con los que adulteraban su predicación, afirma: «y si todavía nuestro evangelio está velado lo es para los que se pierden, para los incrédulos, cuya inteligencia cegó el dios de este mundo para impedir que vean brillar el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios». La frase entraña una cierta complejidad por la acumulación de genitivos. Cristo es aquí designado como «imagen de Dios» en cuanto que al reflejar la gloria de Dios permite su conocimiento, es decir, en cuanto es la revelación de Dios. En otras palabras, es imagen de Dios porque como hombre toda la riqueza del misterio de la salvación se concentró en él, convirtiéndose en la «gloria» visible de Dios, de modo que el evangelio o plan divino de la salvación, mantenido oculto desde el principio del mundo, se manifestó a través de Cristo. En el contexto anterior San Pablo había establecido de forma explícita una oposición antitética entre Moisés, que reflejaba de forma transitoria la gloria de Dios sobre su rostro, a la que no podían mirar los israelitas para no morir, y Cristo, que irradia de modo permanente en su semblante la gloria de Dios, haciéndola accesible: nosotros podemos ver en Cristo, en su persona y doctrina, la realidad de Dios.
El himno cristológico de Col 1, 15 completa la doctrina de 2Co 4, 4. San Pablo, con palabras que son eco de Sb 7, 26, habla de Cristo como «la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura». La perspectiva teológica es aquí algo diferente a la del texto anterior. Ya no se trata de las cualidades de Cristo en cuanto Verbo encarnado, sino su persona preexistente la que le constituye en imagen perfecta del Padre: en virtud de la generación eterna, Cristo es imagen perfecta del Padre. La expresión «primogénito de toda criatura» hace resaltar la perfección de la «imagen» que hay en Cristo en dos aspectos. Indica su primacía sobre todas las criaturas en el orden temporal (su persona es preexistente) y en el orden de la perfección (pues como hombre posee con mayor perfección la gracia de Dios). Sintetizando los dos textos paulinos podemos decir que, «como Dios, Cristo es imagen adecuada; como hombre, su imagen visible; y esas dos propiedades, adecuación y visibilidad, hacen que Jesucristo sea la única imagen perfecta de Dios» [12].
El hombre, llamado a ser imagen de Dios en Cristo
En relación al hombre, la originalidad de la revelación neotestamentaria radica fundamentalmente en el hecho de que la «imagen de Dios se considera en su dimensión más trascendente, sobrenatural. La razón de esta imagen ya no estriba exclusivamente en las cualidades naturales del hombre, sino en la participación real de Dios por medio del don increado de la gracia. Dos notas se ponen especialmente de relieve: por una parte, la circunstancia de que es por medio de Jesucristo como se realiza la «imagen» en el hombre, pues el creyente, en efecto, está llamado a «ser conforme con la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29). Esta es la finalidad del plan divino de salvación. Dios ha querido llamar y disponer a los creyentes no solamente a ser discípulos de Cristo, sino a ser otros Cristos, a participar de la «forma» misma de su Hijo, de manera que el hombre reproduzca y manifieste su imagen. Es lo que sugiere con fuerza el aparente pleonasmo. La «morfe» no es el aspecto exterior perceptible por los sentidos, sino que indica un modo de ser algo propio de una naturaleza. Se podría traducir por «naturaleza». El término «eikónos» en su uso bíblico, por su parte, no permite pensar en una semejanza superficial, sino en una semejanza profunda, el modelo expresivo, el ejemplar que reproduce todos los rasgos. El hombre ha de ser realmente asimilado o configurado con Cristo, «connaturalizado» si se permite el término, en lo que la fe reconoce en él como lo más específico: su ser de Hijo de Dios [13].
Interesa precisar que esta configuración con la imagen de Cristo alcanza todo el hombre, también el cuerpo, que se transformará, de un modo que nos permanece oculto, en un cuerpo glorioso a semejanza de Cristo (Flp 3, 21). En este sentido San Pablo compara a Cristo con Adán: «el primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual el celestial, tales son los celestiales. Y como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también la imagen celestial» (1Co 15, 47-49). El apóstol señala en un paralelismo antitético el contraste entre la humanidad salida de Adán y la que renace en Cristo. A imagen de Adán recibimos el cuerpo natural, sujeto a las leyes de crecimiento y corrupción, de manera que somos del todo semejantes al primer padre por el cuerpo. Por la virtud de Cristo llevaremos, cuando llegue el día de la resurección, la imagen del «celestial», Jesucristo, entrando a participar de su resurrección gloriosa, que pide la conformidad entre la cabeza y sus miembros. Algunos buenos manuscritos griegos en lugar del futuro «llevaremos» traen el aoristo subjuntivo «llevemos». En el primer caso San Pablo estaría anunciando a los cristianos su futura condición gloriosa en la resurrección; la segunda lectura supondría además una cierta posesión actual y una exhortación a ganarla plenamente, procurando conformamos cada día más y más a la imagen de Cristo.
El segundo aspecto que se pone de relieve en el Nuevo Testamento a propósito de la «imagen» de Dios en el hombre es precisa mente el hecho de que la «imagen» que recibimos de Cristo por la gracia está llamada a crecer. Cristo es imagen perfecta de Dios; el hombre debe renovarse de día en día según la imagen del que nos creó: «todos nosotros -dice San Pablo- que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, vamos trasformándonos en esa misma imagen de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor» (2Co 3, 18). De nuevo tenemos aquí como marco contextual la relación entre la antigua y la nueva ley. Los cristianos, a cara descubierta -va explicando el apóstol-, sin velo, como Moisés al hablar con Dios, estamos reflejando en nuestras almas el resplandor de Cristo, que es a su vez imagen de Dios. Pero es necesario un crecimiento, una transformación, hasta asemejarnos más y más a la imagen reflejada, crecimiento que tiene lugar según va operando en nosotros el Espíritu de Jesús.
Una idea paralela la encontramos en Col 3, 10: «despojaos del hombre viejo con sus obras -recomienda San Pablo- y revestíos del nuevo, que sin cesar se renueva hasta alcanzar un perfecto conocimiento, según la imagen de su Creador». Aquí plantea San Pablo el tema de la «imagen» dentro de un contexto claramente moral, de lucha espiritual. El cristiano ha de despojarse «del hombre viejo con todas sus obras» (Col 3, 9), es decir, desterrar el pecado de su vida en todas sus manifestaciones, y «revestirse del hombre nuevo», que es «revestirse de Cristo» (Ga 3, 27), renovándose así conforme a la «imagen de su Creador». Esta conformidad es bien real, sin duda, desde el momento en que el cristiano se incorpora a Cristo por medio del bautismo, pero no es total ni visible desde el primer momento. El cristiano ha de renovarse «sin cesar», siendo fiel a la gracia inicial y haciéndola fructificar, de modo que la semejanza progrese y se renueve hacia un fin bien preciso: ser «la imagen de su Creador». Dentro de la teología paulina esta última frase ha de entenderse en el sentido de «imagen de Dios por Cristo». El «perfecto conocimiento» hacia el que hemos de tender, y que da una connotación particular en este texto a la idea de «imagen», no es un conocimiento meramente abstracto, sino que afecta íntegramente al hombre, inteligencia y corazón, porque se alcanza a través de una renovación interior que equivale a nuestra completa asimilación a Cristo, cuyos rasgos más finos hemos de reproducir.
La renovación del cristiano en cuanto imagen de Dios se ha de concebir por tanto en una perspectiva moral. Con su actuación el hombre ha de perfeccionar la imagen de Dios que lleva impresa en su ser, imagen que la recibe sacramentalmente en el bautismo y que es fundamento de su conducta. En este sentido podemos traer aquí el último texto del Nuevo Testamento que utiliza el concepto de imagen: St 3, 19. El apóstol extrae una consecuencia práctica del hecho de haber sido constituido el hombre a imagen de Dios: «mas la lengua -dice- ningún hombre puede domarla: ella es un mal que no puede atajarse, y está llena de mortal veneno; con ella bendecimos a Dios Padre, y con la misma maldecimos a los hombres, los cuales son formados a semejanza de Dios». Como en Gn 9, 6, es también la presencia de la imagen de Dios en el hombre, pero ahora en una perspectiva sobrenatural, la que se señala como norma de conducta moral.
5. Conclusiones
Después de este breve recorrido hecho sobre los lugares bíblicos que hablan de la «imagen» de Dios de modo explícito, podemos sacar algunas conclusiones fundamentales.
En primer lugar, se descubre una diferencia y una complementariedad entre la doctrina del Antiguo y del Nuevo Testamento a propósito de la imagen. En el Nuevo el tema alcanza su plenitud. Se revela que Cristo es la imagen perfecta de Dios y que el hombre está llamado a poseer la imagen de Dios también en un plano sobrenatural.
La imagen en el hombre se presenta, por tanto, en una doble perspectiva. En una dimensión natural, como dádiva que recibió ya el primer hombre desde el momento de su creación; y en una dimensión sobrenatural, que es la que revela principalmente el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento, la fórmula «imagen y semejanza» adquiere toda la fuerza de una definición del hombre, y su riqueza de contenido queda declarada en Gn 1, 25-26 por el hecho de que en su realización se puso en juego de modo especialísimo la sabiduría y el poder creador de Dios.
Esta «imagen» de Dios significa, en un primer momento (Gn 1, 25-26), que el hombre fue dotado de unas cualidades adecuadas para que colaborase con Dios como lugarteniente suyo en el dominio de la creación. Se precisa que esa imagen se trasmite de Adán a sus descendientes (Gn 5, 1-3).
Pero ya en el Génesis mismo el tema de la «imagen» adquiere otras connotaciones. En Gen 9,6 se muestra su aspecto moral, en cuanto que la «imagen» es propuesta por Dios como fundamento radical de las relaciones del hombre con su prójimo.
Los libros sapienciales destacan sobre todo tres ideas: se detallan las cualidades que Dios donó al hombre al constituirlo en imagen suya (Si 17, 1-3); que la «imagen» da un cierto derecho a la inmortalidad (Sb 2, 23); y se anuncia a la «sabiduría» como «imagen de la bondad de Dios» (Sb 7, 26).
En su dimensión sobrenatural, tema que pone de relieve el Nuevo Testamento, la «imagen» ya no se considera en función de las cualidades naturales del hombre, sino en su participación de Dios por medio de Jesucristo, al que el hombre ha de conformarse según el designio divino de salvación (Rm 8, 29; 1Co 15, 47-49). Esta imagen, al contrario de la natural, no es algo ya plenamente poseído aunque necesitado de actualización; sino que está llamada a crecer (2Co 3, 18; Col 3, 10). El hombre debe renovarse de día en día según la imagen del que le creó, crecimiento que tiene lugar según va operando en nosotros el Espíritu de Jesús.
Se subraya además que esta «imagen» de Dios es al mismo tiempo dádiva y exigencia, pues sugiere un deber moral respecto a sí mismo y a los demás hombres: en cada hombre hay una «reproducción» de Dios.
Miguel A. Tabet, en dadun.unav.edu/
Notas:
1. In Gn 1, hom. 8, 2: MG 53, 71.
2. El término «adam» designa en este versículo la especie humana, como lo atestigua el verbo en plural «dominem» que sigue a continuación. Es un singular colectivo. El texto nos habla de la intención divina de crear a los hombres. Será el Gen 2 donde se especifique que originariamente Dios creó un primer hombre del que hizo provenir la primera mujer constituyéndose así la primera especie humana. Según la Biblia, la palabra «'adam» viene de «'adamah» (Gen 2,7), la tierra arcillosa de la que fue formado el hombre. «'Adam» significaría por tanto, en esta etimología, «terreno» o «terroso». Dios parece haber querido decir en su diálogo «hagamos algo terreno que sin embargo sea la imagen y semejanza nuestra». Dios iba a hacer algo de la tierra, sí, pero era algo singular en la creación. El texto del Gn 1, 26-27 sugiere innegablemente que el hombre no puede ser explicado en su más íntima esencia sin una clara dependencia de Dios.
3. Audiencia general del 12-JX-79 n. 4, en «Insegnamenti di Giovanni Paolo» 11, 11, 2, Libreria Editrice Vaticana, 1980, p. 288.
4. Es una interpretación frecuente entre los escritores eclesiásticos antiguos. Entre ellos se encuentra S. Gregorio de Nisa, cfr. H. Merld, 'OMOIO I 0EO von der platonischen Angleichung an Gott zur Gottiinhlichkeit bei Gregor von Nyssa, Friburgo 1952.
5. Cfr., por ejemplo, S. Ireneo, Adv. Haer. 5,6; clem. Alex. Strom., 2, 22, 131; Orígenes, De princip. 3, 6, 1. Estos autores, siguiendo el texto griego «xm;' dxóva ijµnéQUV xaí xa0' óµoíwmv» interpretan el término «dxwv» (imagen) como la imagen divina presente en la naturaleza de los hombres, y «óµoíoxnp> (semejanza) como el proceso de asimilación a Dios que, para algunos, es el que se efectúa por obra de la gracia sobrenatural (cf. Manuel Guerra, Antropologías y Teología, Ed. EUNSA, 12, Pamplona 1976, p. 48, nota [57]).
6. Así se lee, por ejemplo, en las versiones coptas, etiópicas y la Vulgata. A, B, K traen, por su parte, «imagen de su propia naturaleza». En la versión siríaca hexaplar, y en algunos padres más recientes como San Atanasio y San Epifanio, se encuentra «imagen de su propia eternidad». .
7. Cfr. Num 33,52; 1 Sam 6,11; 2 Re 11,18. Los XII traducen el término hebreo «selem» principalmente por «lxwv», que es el que se emplea en el Nuevo Testamento.
8. Cfr. E. Testa, Genesi en la Sacra Bibbia, Marietti, Torino-Roma, 2. ed. 1977, p. 264. Demüt se traduce en la Biblia griega prevalentemente por «óµolµa» y raramente por «óµoloou;». Una sola vez por «Eixwv» (Gn 5, 1), «oµoti;» (Is 13,4) y «lota» (Gn 5, 3).
9. E. OLAVARRI, Enciclopedia de la Biblia, Ed. Garriga, Barcelona, 1964, vol. IV, p. 107.
10. Se ha hecho notar la afinidad que Gn 1, 26 guarda con el Sal 8, 4 en lo que se refiere a este aspecto de la «imagen y «semejanza», pero hay una idea afín: «Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos; la luna y las estrellas, que tí has establecido// ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que de él cuides?/!Y lo has hecho poco menor que Dios, le han coronado de gloria y honor// Le diste el señorío sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto debajo de sus pies». Aunque no aparece el término «imagen» el salmo la menciona de modo equivalente, pues por una parte se afirma que el hombre es «inferior» a Dios y, por otra, es sólo «un poco inferior». Esta grandeza del hombre se define diciendo que fue llenado «de gloria» (kabod) y de «honor» (hadar). A renglón seguido se une la idea de semejanza con la de dominio: «le diste el señorío sobre las obras de tus manos». Aquí, como en el Génesis, parece afirmarse que la «imagen y semejanza» del hombre con el Creador alcanza una vertiente de significado en el hecho de haber sido asociado el hombre al dominio divino de las cosas creadas como vicario suyo. Como lugarteniente del mismo Dios en la creación, el hombre tiene el «señorío» sobre todo lo creado, habiendo puesto todo «debajo de sus pies».
11. Hemos traducido el término «uq:>8aQ<l(a» por «inmortalidad», según una interpretación entre los exégetas. Otros autores traducen por «incorruptibilidad», como hace también la Neovulgata. En uno y otro caso permanece el contenido esencial de nuestro texto: Dios creó al hombre para la vida imperecedera y, por tanto, eterna y gloriosa, como exige la lectura dentro del contexto inmediato.
12. L. Turrado, Hechos de los apóstoles, en Biblia comentada, BAC, Madrid, 1975.
13 Cf. Spicq, Dieu et l'homme selon le Nouveau Testament, Paris, 1961, pp. 199-200.
El Gobierno está colando por la puerta de atrás leyes de hondo contenido ideológico.
Es evidente que la situación económica es importante para la vida diaria de los ciudadanos. En estos momentos tenemos una inflación y unas cuentas públicas desbocadas. Además estamos atravesando momentos de enorme dificultad como consecuencia de fenómenos climáticos, naturales o derivados de una trágica y dolorosa guerra en Europa. Lo que demandamos nuestros compatriotas en general y especialmente los más necesitados es un gobierno que nos ayude, que aporte certidumbres y que no aumente nuestras penurias.
Lo preocupante es que junto a este “ruido” de diarios enfrentamientos mediáticos y partidistas que persiguen entre otros objetivos, el de conquistar la confianza de los seguidores y votantes en las próximas elecciones municipales y autonómicas, el Gobierno de Pedro Sánchez está colando por la puerta de atrás una serie de leyes de hondo contenido ideológico con la aspiración de transformar la sociedad española desde sus propias raíces milenarias.
A la ley de educación le han seguido leyes como las de la eutanasia, el “si es si” o de garantía de libertad sexual y proyectos de ley como el de la reforma sobre el aborto del 2010 y el de las personas “trans” y la garantía de los derechos LGTBI. Estos dos últimos, en trámite en el Congreso de los Diputados. Es decir imponen una nueva pseudo religión de profetas y beatería progre. Toda una nueva arquitectura para un Estado plurinacional, laico y republicano.
No se necesita ser un lince para comprender que la radical feminista y podemita Irene Montero, abandera desde su procaz verborrea este paquete de leyes para “chantajear” a Sánchez y así permanecer en el poder, aunque no es descartable que él mismo participe también de sus postulados. Lo que no entiendo es el estratégico silencio del partido popular frente a estas aberrantes tropelías jurídicas y morales que el presidente de gobierno consiente y aplaude.
Mi opinión es que al menos, algún portavoz autorizado del partido, debería oponerse públicamente a toda esta serie de barbaridades ideológicas que atentan contra las libertades de una parte muy importante de la sociedad española. Es una agresión constante a su cultura, sus convicciones morales o religiosas y una inaceptable intromisión del Estado en cuestiones que afectan a la educación familiar y a la libertad de conciencia de los profesionales sanitarios, como es el caso del aborto y la eutanasia.
“Somos el partido de las personas. La persona es, desde nuestra perspectiva humanista cristiana el centro, el inicio y el fin de toda nuestra acción política. En el Partido Popular creemos que el verdadero actor del cambio social es la persona…” Así reza el preámbulo de los Estatutos, y a la defensa de estos valores estamos obligados desde la oposición o desde el gobierno, militantes y dirigentes.
Jorge Hernández Mollar
Binsar, de Indonesia, el seminarista más joven de Bidasoa con 21 años
Procede de Indonesia, Binsar es el seminarista más joven de Bidasoa con 21 años. Su nombre completo es Alexander Binsar Tampubolon, pero todo el mundo le llama Binsar. Pertenece a la diócesis de Surabaya. Ha terminado su primer año en el Seminario Eclesiástico Internacional de Bidasoa en Pamplona. Nos habla de su vocación y de cómo una novia le llevó a la entrega a Dios y a su idea de la “evangelización digital”.
Binsar, 21 años, de Indonesia
Binsar, 21 años de Indonesia, un joven seminarista que ha entregado toda su vida a Dios.
“Nací en Surabaya – Indonesia el 4 de enero de 2001. Soy el segundo hijo de dos hermanos. Mi padre, Batak, es jefe de la oficina de Transmigración del Gobierno Provincial de Java Oriental. Mi madre es china y después de trabajar como contable en una empresa, decidió dejar el trabajo para educar a sus hijos y estar con ellos. Mi hermano mayor es enfermero en un Hospital Católico en Surabaya.
Sacrificaría todo por mi novia ¿Y por Dios?
Mis padres me bautizaron de bebé y me educaron en la fe católica. Además, para ellos también fue muy importante que asistiera a escuelas católicas. En Primaria, obtuve la mejor puntuación en el Examen Nacional de mi escuela. Fue en Secundaria cuando comencé a sentir cierto interés en ser sacerdote y paradójicamente, ese deseo surgió al comenzar a salir con una chica. En ese momento, quería hacer y sacrificar cualquier cosa por ella. Entonces, un día en el interior de mi corazón me pregunté: “Haría cualquier cosa por ella. Y, por Dios, ¿qué haría?
Desde que surgió esa pregunta en mi corazón, me di cuenta de que la base de todo es el amor. Entonces, decidí mostrar mi amor a Dios haciendo y sacrificando todo lo que tengo, incluso separarme de mi novia para seguir al Señor. Fue la mejor manera que encontré para poder dar mi vida a Dios: entregándome para ser sacerdote.
Discernimiento para el sacerdocio
Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Por la misma época en mi parroquia había un seminarista, que ahora es sacerdote, que ayudaba en las tareas pastorales. Cuando se enteró que quería ser sacerdote, nos visitó a mis padres y a mí para hablarme de la vocación y de los pasos a seguir en el Seminario.
Finalmente, después de terminar mis estudios en la escuela secundaria básica, continué en la escuela secundaria superior en el seminario de mi diócesis, un internado creado con el propósito específico de ayudar a los adolescentes en su discernimiento hacia el sacerdocio católico.
Premios académicos y trabajo pastoral
Cuando estaba estudiando en el seminario de la escuela secundaria superior y en el seminario menor de San Vicente de Paúl de la ciudad de Blitar, obtuve algunos premios académicos: por ejemplo, fui uno de los mejores autores del artículo científico del año y logré el tercer puesto en la Olimpiada Nacional de Física cuyo tema fue “Non Electronical Speed Boat Competition – NESCO”.
Al terminar mis estudios en el seminario de la escuela superior, tuve la oportunidad de realizar trabajo pastoral en un pueblo al sur de Blitar por encargo de los formadores del seminario menor de San Vicente de Paúl.
«Esta foto fue tomada como tradición de nuestro seminario propedéutico después de terminar el segundo año de formación en mi diócesis. Todos ellos son mis compañeros como seminaristas de la diócesis de Surabaya (Indonesia) mi generación junto a los formadores. Somos 8 seminaristas y 2 formadores.
La formación en el Seminario del Año Espiritual de San Juan María Vianney fue de dos años, porque según mi obispo, Mons. Vincentius Sutikno, es considerado un tiempo adecuado para que los seminaristas construyan una personalidad estable para después, tener una vida espiritual estable. Así, cuando comienzan a estudiar en el seminario mayor, su personalidad pueda contribuir a su formación académica y sus estudios».
Sacerdote diocesano y sacerdote misionero
Algo que influyó en mi decisión de convertirme en candidato a sacerdote diocesano fue conocer la diferencia entre un sacerdote misionero y un sacerdote diocesano. Si se me permite explicarlo en una analogía, el sacerdote misionero es un sembrador de semillas, mientras que un sacerdote diocesano es quien cuida y desarrolla la semilla sembrada por el sacerdote misionero.
Lo que me enseñaron en ese momento fue que el misionero siembra y luego se va a otra misión; en cambio, el sacerdote diocesano se encargaría y sería responsable de lo que había hecho el sacerdote misionero. Indirectamente podemos decir que ser sacerdote diocesano es más difícil que ser sacerdote misionero.
Constituir un hogar en la diócesis
Entonces, debido a que me prometí a mí mismo elegir algo más difícil para hacer mi vida más significativa, decidí continuar mi formación como candidato a sacerdote diocesano de Surabaya formándome en el Seminario del Año Espiritual San Juan María Vianney. También lo vi en la oración: Dios me lo pedía.
¿Por qué elegí la diócesis de Surabaya? Porque la esencia de ser sacerdote diocesano es construir hogar y mi hogar está en la diócesis de Surabaya, donde he vivido y crecido.
Al principio, la formación en el seminario del Año Espiritual San Juan María Vianney era de sólo un año. Sin embargo, Mons. Vincentius Sutikno (Obispo de Surabaya) lo ha modificado y ahora los candidatos realizan dos años. El objetivo es que los seminaristas construyan una personalidad estable para después, tener una vida espiritual estable.
Así, cuando comienzan a estudiar en el Seminario Mayor, su personalidad pueda contribuir a su formación académica y sus estudios.
Seminario del Año Espiritual
En el Seminario del Año Espiritual aprendí muchas lecciones. Una de ellas fue sobre la importancia de la vida espiritual. Y pensé que por eso Jesús le dijo a Pedro en Getsemaní: “Velad y orad para no caer en tentación – Marcos 14: 38a”.
Por lo tanto, no importa cuán inteligente y talentoso puedas ser, porque todo será inútil sin una vida espiritual estable. Sin ella, no alcanzaré la verdadera comunión con Dios en la tierra y después en el cielo.
«Como seminarista que nací en la época del móvil, las aplicaciones y las redes sociales, tengo mucho interés en el mundo digital. Y creo que los católicos debemos poner en práctica la evangelización digit
Evangelización digital
En estos años de seminarista también estoy aprendiendo que la Iglesia debe actualizar la forma de evangelizar. Como seminarista que ha nacido en la época del móvil, las aplicaciones y las redes sociales, tengo mucho interés en el mundo digital. Y creo que los católicos debemos poner en práctica la «evangelización digital».
Y explico un poco mi idea. Sabemos por la ciencia que nuestro cuerpo produce dopamina por distintas causas. Por ejemplo, las negativas podrían ser el alcohol, el tabaco o las drogas que son elementos que hacen que el cuerpo produzca más dopamina de la normal cuando se consume y por eso la gente será adicta a estas sustancias. El resultado es una adicción negativa.
Mensajes positivos en las redes sociales
Vamos a invertir este proceso. Intentar estimular causas positivas que puedan producir dopamina con resultados positivos. Las redes sociales como Instagram, YouTube, Facebook y otras social media producen dopamina en los seres humanos. Nos sentimos contentos cuando tenemos nuevos seguidores o recibimos mensajes de la gente que se interesa por nosotros. Algunos son adictos a las redes por este motivo.
Por eso, creo que debemos contribuir con mensajes positivos en las social media. Y, ¿cuáles son esos mensajes positivos? Pues algo definitivamente positivo es la evangelización y por esta razón, debemos renovar el modo que evangelizamos en las redes sociales y en internet. Mensajes que lleguen a los jóvenes y que no sean aburridos para que descubran una nueva belleza de evangelizar en el mundo digital.
Así lo intento hacer yo en mi cuenta de Instagram.
«Mi experiencia en Bidasoa»
Estoy muy agradecido de estudiar en Bidasoa porque puedo ver de primera mano el rostro de la Iglesia Universal. Esto se debe a que los seminaristas de Bidasoa procedemos de más de 15 países. Otra cosa que indirectamente nos enseñan en el Seminario Internacional Bidasoa es la atención a las cosas pequeñas, sobre todo en la preparación de las celebraciones litúrgicas.
Esto se hace no porque queramos ser perfeccionistas, sino porque amamos a Dios y queremos tratar de hacer y presentar lo mejor de nosotros mismos a Dios a través de las pequeñas cosas.
Dar las gracias a los benefactores
Por todo ello, quiero dar las gracias a todos los que me apoyan en esta vocación, especialmente a CARF que me ayuda en mis estudios en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y en mi formación en el Seminario Internacional Bidasoa. Espero que mi formación me convierta en un verdadero cristiano y un buen sacerdote.
Marta Santín
Periodista especializada en información religiosa.
Cómo pasar del egoísmo y la comodidad al amor destineresado
Quiero optar por el bien del otro más que por el propio, pero luego no es tan sencillo, con mis propias fuerzas imposible
Cuesta no pensar en el esfuerzo que tengo que hacer para lograr lo que deseo. Cuesta no imaginar el desgaste que supone una entrega hasta el final de mis días.Siempre veo ante mí dos posibilidades abiertas. Dos caminos. Dos opciones. Puedo no hacer nada y buscarme a mismo en la comodidad de mi vida. O puedo recorrer la distancia infinita que me separa del otro, de la meta, de mis sueños.Son dos formas posibles de vivir mi vida. Dos estilos radicalmente opuestos.
Me veo a veces tentado por la comodidad. Y otras veces me seduce la entrega. La generosidad hasta el extremo. La alegría en el dar sin pensar en recibir nada a cambio.
Quiero optar por el bien del otro más que por el propio. Sueño con esa entrega radical de mi vida y sonrío.
Pero luego no es tan sencillo lo que parece fácil. Me gustaría tener un corazón más grande que el que tengo. Me impresiona ver con cuánta frecuencia me vuelvo egoísta.
Pienso sólo en lo que a mí me hace falta. En lo que yo necesito. Pierdo demasiado tiempo acariciando mis sentimientos. De frustración, de rabia, de impotencia, de tristeza.
Dejo de mirar fuera de mí para mirar sólo lo que tengo dentro. Paso por delante del que me necesita y no hago nada.
Habla así el papa Francisco sobre la santidad que es caridad: “No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros sólo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”[1].
Hablo tanto de dar la vida, de entregarme hasta el extremo, de amar sin condiciones. Y súbitamente me encuentro limitado por mi ego que me ata y encadena. Sólo tengo ojos para mí.
Pienso en el amor de Jesús que vino para dar su vida por mí. Y yo que soy hijo suyo me parezco a Él muy poco.
Quisiera romper las barreras que me impiden dar hasta que duela. Llevo tan mal el dolor… Esa espina que se clava en el alma. Y no me deja ser feliz.
Dicen que seré más feliz cuanto más dé. Seré más feliz buscando el bien del otro. Alegrándome con sus victorias. Disfrutando de sus triunfos. Menguando yo para que el otro crezca. Me cuesta creérmelo.
Me sé de memoria tantas frases que me hablan de ese amor que libera, de esa entrega que plenifica, de esa vida que muere como una semilla para dar fruto. He predicado tantas veces de ello. Me lo he repetido para no olvidarlo.
Pero una y otra vez me doy cuenta de los límites de mi carne. No sé por qué me sigue doliendo más mi herida que la del prójimo. Y sigo pensando que mi bien es más importante que el bien ajeno.
Como una basurilla se mete dentro del alma esa tendencia tan propia del hombre a buscar su propio bien. Y me encuentro así encerrado dentro de la prisión de mi egoísmo.
Miro mi vida y busco cómo romper las barreras, cómo hacer saltar las puertas, como reventar los diques.
Tal vez no lo logre nunca si lo intento desde dentro. Yo con mis fuerzas no puedo, soy débil. Necesito un fuego que me rompa. Un viento que sople sobre mi casa. Una fuerza que empuje más fuerte que mis resistencias.
Necesito a Dios que venga sobre mi vida para hacer añicos mis defensas. De golpe. O poco a poco. No me importa. Sólo quiero ser más libre de estar yo bien. Y querer no sé cómo que los otros estén mejor que yo.
Como escuchaba el otro día hablando del matrimonio: “Amar de forma inmadura es querer al otro para usarlo, amar bien es querer el bien del otro. Amar en el matrimonio es desear ser uno mismo el bien del otro”.
Quiero dejar de preocuparme de mi tristeza. Para sembrar alegrías a mi alrededor. Que no me importe tanto si Dios hace en mí milagros. Y me alegre de los milagros ocultos que veo realizar en otros.
Que desaparezca la envidia de mi alma enferma. Que deje de compararme con los que están mejor que yo. Que son muchos. Y piense mejor cuál es el bien que puedo hacer y que lo haga.
Sé que esos milagros pueden doler un poco. Hasta que mi amor propio deja de tener tanta fuerza en mí. Y logro empezar a mirar fuera de mí al que más sufre.
Así me enseña María cuando me acerco a Ella pidiendo ayuda y consejo. Ella supo negarse a sí misma para que Dios creciera en Ella.
Y volcó su mirada compasivamente en el que más sufría a su lado, sufriendo al mismo tiempo Ella. Desde su dolor más hondo acarició con sus manos el dolor de los hombres que la necesitaban.
Así quiero amar yo. Consolando. Quiero aprender a amar con ternura.
Comenta el papa Francisco: “La ternura es una manifestación de este amor que se libera del deseo de la posesión egoísta. Nos lleva a vibrar ante una persona con un inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su libertad”[2].
Un amor así parece imposible. Un amor vencedor de egoísmos. Un amor descentrado y centrado sólo en el que más necesita. Un amor así es obra de Dios. Vence mis miedos, rompe mis cadenas.
Quiero aprender a amar en los detalles. Respetando, cuidando, la vida que se me confía. Sin retener. Sin querer cambiar a quien amo. Un amor libre que libera. Un amor alegre que alegra. Quiero ser fiel al amor que Dios ha sembrado en mi alma.
[1] Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia
[2] Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia
Carlos Padilla Esteban
10 cuestiones que debes tener en cuenta para que no tengáis que lamentarlo
Ya hemos hablado de cómo superar la infidelidad y de los errores que hay que evitar cuando se descubre la infidelidad. ¿Y si mejor prevenimos caer en eso y así evitamos tanto dolor? Reconocer cuáles son nuestras heridas emocionales y sanarlas, así como alimentar nuestro amor y con eso hacer más sólido nuestro vínculo es básico para prevenir que el cáncer de la infidelidad entre en nuestra pareja. Nutrir nuestro vínculo es básico para prevenir poner nuestros ojos, nuestro corazón -y luego algo más- en un tercero.
Tus tesoros son tu cónyuge y tu matrimonio. ¡Caramba! Si sabes que ese ser tiene todo en él para ayudarte a ser una persona en plenitud, cualquier persona sensata lo cuida y recuida… Conviene cuidar, proteger, resguardar nuestra relación cual ciudad amurallada. Esta debe ser tan sólida que ni siquiera la vaga sombra de un tercero le haga vacilar. Recuerda que para que entre un tercero debe de haber suficiente espacio entre dos.
Seamos claros, hormona mata neurona. Ya sabemos que el hombre es fuego y la mujer estopa, y llega el diablo y sopla. Nada de que a mí nunca me va a pasar. Causas de infidelidad hay muchas y pretextos hay aún más. Más vale conocer y prevenir que lamentarse después. Nuestro matrimonio es un «ser vivo» al que hay que cuidar y alimentar en todas sus dimensiones -cuerpo, mente y espíritu-. Por lo mismo es necesario saber cuáles son las necesidades emocionales del otro y cuáles son las mías, hacérnoslas saber, y aún más importante, satisfacérnoslas de la manera idónea.
– Heridas emocionales. Es muy importante reconocer cuál es nuestra historia emocional y qué heridas siguen tan latentes que están desembocando en que nuestro comportamiento sea de una persona infiel. Qué carencias y vacíos traemos arrastrando que pretendemos saciarlas y llenarlas con un tercero. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que conocer y sanar esas heridas, de preferencia de la mano de un profesional con ética.
– Falta de conocimiento de nuestras necesidades emocionales. Al no saber cuáles son esas necesidades estas no se satisfacen y dejan abierta la brecha para vivir emocionalmente mermados. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que conocer y satisfacer cuáles son nuestras mutuas necesidades básicas y hacer todo por satisfacérnoslas mediante continuos actos de servicio.
– Uso de anticonceptivos. Hay que ser conscientes que el uso de anticonceptivos puede llevar a la banalización del sexo, concebido éste como “diversión y placer sin consecuencias”. De esta manera, el grado de deslealtad se incrementa ya que muchos pueden llegar a pensar que no pasa nada. Para prevenir la infidelidad por esta causa las parejas necesitamos formarnos en este tema, comprometernos con la vida y reconocer que parte de la unión conyugal es también practicar la abstinencia en periodos de fertilidad. Durante esa época no nos comunicamos nuestro amor con el cuerpo por medio del acto íntimo, pero sí con palabras, con caricias, con una buena copa de vino…
– En este error están cayendo muchos matrimonios, en “sentir” que ya no estamos enamorados. Al contrario, yo les felicitaría porque uno no se casa enamorado, sino amando. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que tener claro lo que es amar. El famoso sentir que ya no hay amor es el gran engaño que está acabando con las parejas porque el amor no tiene nada que ver con sensaciones, sino con un acto de la voluntad. Es decir, yo te sigo amando, lo sienta o no.
– Es tantísimo el activismo que cada uno de manera independiente estamos viviendo que hemos perdido de vista que cuando nos casamos nuestra prioridad debe ser nuestro cónyuge. Nos estamos llenando de todo, menos del amor que realmente nos hace sentir completos, que alimenta nuestro vínculo. La consecuencia es que cada día haya más parejas viviendo una soledad acompañada. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que darnos nuestros tiempos y espacios, tener citas de amor, hacernos presentes lo más posible. Hacernos sentir que no hay nada ni nadie más importante para nosotros que estar en su compañía.
– Comunicación deficiente. El no saber transmitir nuestro pensamiento de la manera correcta desembocará en pleitos, riñas y acaloradas discusiones que, generalmente, se nos salen de control. La comunicación es un arte el cual hay que aprender para que sea eficiente. La comunicación es una calle de 2 vías. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que estar abiertos y receptivos a todo mensaje que nuestro cónyuge nos desea transmitir y validar cualquier emoción. También hay que aprender a leer entre líneas los mensajes tácitos que se nos mandan por medio del lenguaje corporal.
– Falta de atención, valoración, admiración. Cuando nuestro cónyuge se siente un cero a la izquierda -no atendido- por nosotros, lo siento, pero no va a funcionar. Lo peligroso es que querrá buscar todo eso que siente que le falta en otros caminos, en un tercero. Para prevenir la infidelidad por esta causa es importante hacerle sentir importante por medio de detalles diarios, de llamadas y mensajes sorpresa. Que sepa que a todo momento está en nuestra mente y corazón y que de verdad valoramos y admiramos todo lo que es y hace por nosotros.
– Crisis en la persona. El creer que porque ya estamos casados es un sello de que jamás seremos tentados o de que no tendremos crisis alguna es un grave error. La idea es que en nuestro matrimonio seamos capaces de desnudar nuestra alma, sin miedo a ser enjuiciados o rechazados. Para prevenir la infidelidad por esta causa hay que estar abiertos a escuchar todo de nuestro cónyuge, incluso si nos quiere decir que alguien más le está moviendo el tapete porque así esa crisis se puede trabajar en pareja, desde el amor.
– Monotonía o pérdida del amor romántico. Las parejas necesitamos tener claro que los matrimonios pasamos por edades, por etapas y que eso es muy normal. El pretender sentir mariposas en el estómago de manera indefinida… Es más, no podríamos vivir por siempre en la euforia que el enamoramiento trae consigo. Para prevenir la infidelidad por esta causa aprendamos a disfrutar hasta de los detalles más pequeños. Pongámosle chispa y picante a la relación. Salgamos de picnic, tengamos una cita, echarnos una platicadita a solas… tanto que hacer… Lo único prohibido es pretender vivir un amor romántico como la televisión y los medios de comunicación nos lo presentan. No queramos compararnos con ellos ni vivir lo que ellos viven. ¡Eso es fantasía!
– Vida sexual deficiente. La sexualidad es alimento del espíritu de los esposos y una necesidad emocional de ambos. Cuidemos nuestra entrega. No hay mejor afrodisíaco que el amor y el órgano sexual más grande que existe es el cerebro. Así que echemos mano de ellos para ser creativos, originales, para sorprender al otro de la forma más agradable posible.
No hagamos el tonto, pensemos con la cabeza y no arriesguemos lo más valioso por lo menos. Ser fiel es un acto de la voluntad, una decisión, un estilo de vida, un acto de la persona que reconoce su dignidad y valor.
Luz Ivonne Ream
Lo relevante era ver como Sánchez se mutaba en el jefe de la oposición y este en el auténtico presidente.
Era lógico que cualquier avezado parlamentario recelara de la oportunidad de celebrar un debate entre el presidente del gobierno y el jefe de la oposición en el Senado, donde la rigidez del Reglamento y la repercusión mediática eran elementos que teóricamente favorecían al presidente y aún más en las actuales circunstancias por las que atraviesa España en su doble escenario nacional e internacional.
Craso error, porque su resultado no ha podido ser más favorable para Núñez Feijóo. Pedro Sánchez ha demostrado que su capacidad de destruir todo lo que toca es proporcional a su ego sin límites. Su lenguaje corporal y verbal evidenciaban todos sus flancos débiles, así como su actual estado de ansiedad e impotencia para hacer frente a la crisis económica, social e internacional más grave que vive nuestro país desde 1978.
No vale la pena entretenerse en un análisis pormenorizado de los rifirrafes dialécticos, de las palabras o frases cruzadas o de las nerviosas sonrisas con las que Sánchez manifestaba su incomodidad a lo largo del debate. Menos aún en las impertinentes y estratégicas llamadas al orden del presidente de la Cámara al orador Feijóo para que finalizara su intervención, demostrando su incapacidad para facilitar y ordenar un debate parlamentario de este nivel.
Lo verdaderamente relevante era ver como el presidente de gobierno se mutaba en el jefe de la oposición y por el contrario éste engrandecía su figura hasta actuar como el auténtico presidente. Las graves e inconsistentes acusaciones de insolvencia y mala fe dirigidas a Núñez Feijóo han actuado como un boomerang contra Sánchez, además de romper con una regla de oro entre el campeón y el aspirante de un combate, donde es este el obligado a atacar y asestar los golpes más certeros para derribar al oponente.
Es inaudito que el jefe de la oposición (nunca mejor dicho) acuda a un debate sobre ahorro energético pertrechado con un proyecto de medidas para discutirlas con el gobierno y su presidente las ignore y responda solo con ataques personales injustos e inconsistentes. Ante el preocupante panorama que se cierne sobre los españoles y la propia Unión Europea, es imprescindible que todos los poderes del Estado, sin exclusión, estén a la altura de las circunstancias.
Todos los poderes, incluida la Jefatura del Estado, están obligados a propiciar el diálogo, el entendimiento, y el consenso a fin de intercambiar puntos de vista y proponer soluciones. Actuar con prepotencia, despreciar al adversario y afrentar a quien representa a millones de ciudadanos, como ha hecho el presidente Sánchez en este debate, es añadir un grado más de autodestrucción a su liderazgo y de debilidad en el gobierno de la nación.
Un solo gesto de acercamiento, de generosidad, de aproximación con el líder de la oposición hubiera sido lo adecuado, en estas dramáticas circunstancias, para ofrecer un álito de esperanza a tantas familias españolas agobiadas por la cesta de la compra, las subidas de los carburantes, los recibos de la luz, el gas o las hipotecas y alquileres de sus viviendas. Lamentablemente este debate ha sido otra ocasión perdida.
Jorge Hernández Mollar
Cuando una persona mayor fallece, en el tanatorio o en el cementerio quienes más lloran, con diferencia, son los nietos. Los hijos suelen ser más conscientes de que su padre tenía una edad y mala salud y, por lo tanto, no ha sido ninguna sorpresa. Lo echarán de menos, el recuerdo de los padres siempre permanece, pero quienes lloran desconsoladamente son los nietos. ¿Por qué? Todos lo sabemos: los abuelos les han permitido a los nietos cosas que nunca consienten los padres. Les regalan cosas que nunca les regalarían en casa.
Y esto nos lleva a una cuestión compleja, donde cualquier razonamiento puede ser impugnado. “Quienes educan son los padres. Los abuelos tienen menos influencia en la educación y los nietos saben que los abuelos les miman más e incluso les dan caprichos que sus padres no les consienten”. Lo dice José María Contreras que lleva muchos años apoyando a las familias de diversas maneras.
Quienes exigen son los padres, que se dan cuenta de que a base de antojos no se consigue nada. Habrá quien diga que en casa de los abuelos el niño ha aprendido a rezar más que en su propia casa. Pero además resulta que, en los tiempos que corren, acudimos a los abuelos con bastante frecuencia: los padres tienen mucho trabajo y dejan a los hijos con los abuelos. Están poco con los hijos y, por lo tanto, les enseñan pocas de esas cosas que se aprenden viendo, viviéndolas. Si los padres apenas están en casa, malamente cogerán los hijos hábitos de oración o de otros modos de vivir. Y a veces los abuelos suplen.
José Morales Martín
China podría haber cometido crímenes contra la humanidad en la región de Xinjiang, donde reprime de forma sistemática a la minoría uigur, con al menos un millón de personas internadas en campos de trabajo y reeducación. Es la contundente conclusión del informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, publicado justo en el momento en que abandonaba el cargo su máxima responsable, la ex-presidenta chilena Michelle Bachelet. El documento ha generado una agria reacción por parte de Beijing, mientras que, por el contrario, ha sorprendido gratamente a grupos de derechos humanos chinos, que no esperaban un informe tan contundente tras la complaciente visita de Bachelet a China y las injustificables demoras por parte de la ONU en su publicación.
Pedro García
Creo que la muerte de Mijail Gorbachov, el último presidente de la Unión Soviética, nos mueve, o nos ha de mover, a examinar la estrategia de Vladimir Putin para reconstruir el espacio de influencias del desaparecido imperio soviético. En la época en que Gorbachov se ganaba la confianza de los líderes occidentales con su política de reformas económicas y de transparencia, las famosas "perestroika" y "glasnost", Putin era un oficial de los servicios secretos soviéticos, la siniestra KGB de la que nunca ha renegado. Putin siempre ha considerado una catástrofe histórica el desmantelamiento de la URSS, y por eso no puede sino despreciar al hombre que lo protagonizó, con el trato tras su muerte lo ha vuelto a dar a entender, aun sin pretenderlo expresamente.
Domingo Martínez Madrid
El delirio de las masas por “sus dioses”
Se considera a la república de Roma, luego tras siglos de serlo pasó a imperio… como “el pilar” civilizatorio de todo cuanto después de desaparecido todo ello, quedó en éste planeta, puesto que nadie ha superado lo que aquellos “latinos” (los únicos que fueron tales, por lo que llamar “Latinoamérica” es una idiotez) y lo que copiaron de “sus superiores” los griegos, han aportado a lo que se denomina hoy civilización mundial; la organización en que hoy se rigen todos los países y que entre otras cosas, consiguió poner pantalones a “todo el mundo”; y los norteamericanos, hasta, “su coca cola”; que sin quitad la sed, se anuncia para quitarla o mitigarla; ¿pero qué queda hoy de todo y de qué se puede presumir? De nada, puesto que las mismas pasiones y apetitos, sienten hoy los que nacen y viven en este planeta, que en lo intrínseco, ha cambiado poco si es que en realidad algo cambió o ha cambiado, digno de ser señalado; las mismas miserias y preocupaciones, tiene hoy “el mono humano”, como las tuvieran aquellos, “grandes patricios formados en una ciudad formada por bandidos, que supo extenderse y llegar al máximo de poderío, que imperio alguna haya llegado, puesto que aún en las universidades y estudiosos, tienen que bucear en su larga estadía, para ver de entenderlos y luego copiarlos, que es lo que hoy se hace; con sólo el cambio, de que aquellos, empezaron arando y montando en burro; y hoy se puede viajar hasta en avión supersónico y dirigir cada cual su imperio, con la ayuda de sólo un portátil y la capacidad del caletre que cada cual posea; y sepa usarlo, dejando sus ambiciones libres para su propio castigo, o poniéndole bridas inteligentes para y como hoy nos han puesto, en ese lugar que yo llamo… “ninguna parte”.
Veamos sólo los delirios de las masas, que al igual que entonces y posteriormente, en todas las épocas, sus adoraciones son las mismas y sus fanatismos, enfermizos o peligrosos, como siempre lo fueron; puesto que se necesita ser bruto para creerse e incluso imponer, que, “mi dios es mejor que el tuyo… y por ello mismo, cree o muere”. Todo lo cual no va encaminado a otra cosa, que, “el vivir del prójimo y no hacer caso de lo que a ese prójimo le pueda faltar”, o sea y como siempre, imponer la esclavitud máxima que se pueda, para, “vivir bien y vivir a costa del sudor del de enfrente”. Lo de “la frente propia”, sólo lo piensan los muy inteligentes y responsables, que por lo que ocurre en este perro mundo, deben ser pocos, muy pocos.
Las adoraciones incluso han degenerado a peor, puesto que en el apogeo de la época citada, se compensaba dejando incluso herencias, al individuo intelectual que con su inteligencia, había sabido captar su fiel clientela, cosa que hoy, los denominados “fans”, se limitan a chillar, saltar como los monos, delirar como dementes; emborracharse o drogarse, y luego “hechos polvo”, decir incluso que lo pasaron bien, o “súper-bien”; por lo que infinidad de adictos, siguen consumiendo esa “droga de hormiguero”, que para mí es simplemente incomprensible.
Ya Séneca y otros estoicos famosos de aquellos tiempos, Séneca en su libro “De la brevedad de la vida”(1) y en las máximas y sentencias de los otros, nos retrataron bien lo que en realidad fue la “sociedad romana y similares de su tiempo”; y como, “lo escrito, escrito está y siempre queda”; hay en la actualidad un magnífico libro escrito por una mujer española; (“El infinito en un junco”, de Irene Vallejo) en el que esta gran escritora, nos recopila enormes informaciones de aquellos tiempos y otros posteriores, en lo que no nos dice otra cosa, que, “el mono humano sigue siendo igual, sino peor en muchos aspectos, que aquellos antepasados, que antes de usar pantalones, emplearon togas incluso purpuradas, pero las que no podían tapar sus miserias, como hoy tampoco las tapan los ropajes más o menos lujosos (yates, mansiones, lujosos coches, etc.), que nos muestran los ídolos de barro, que como en cualquier época, las masas han seguido, incansable o fanáticamente”. Recomiendo la lectura de ese gran libro, que es de los que yo he saboreado, por sus grandes contenidos, que nos ayudan a comprender muchas cosas incomprensibles.
Hoy es mucho peor la realidad, puesto que ese ser humano, se ha convertido en una nueva especie de, “termita u hormiga”, que para huir de su soledad, que en mayoría padecen, no encuentra otra salida que formar el “hormiguero”, sea bajo el estandarte de un equipo o individuo que practica el oficio de “pelotero”, motorista, cantante, santo o virgen milagrosa; y poco más; hoy ni se le da importancia a aquellos intelectuales de diferentes tipos y que sí, que eran reconocidos y les seguían en masas, no tan grandes como ahora, e incluso los tenían presentes a la hora de testar y dejar herencias, pues los consideraban como “piedras angulares”, a las que había que arrimarse y por necesidad de saber y aprender.
(1) De la brevedad de la vida, es, un texto escrito por el filósofo romano Séneca en el año 55 d. C. he incluido en su obra Diálogos. Este libro, dedicado a Paulino —quien probablemente fue cuñado de Séneca—, es quizás el que más influencia ha ejercido en la posteridad, sobre todo en los autores españoles del Siglo de Oro. En él, Séneca afirma que la vida, aunque lo pueda parecer, no es breve, sino que es el individuo quien hace que así lo sea. Uno de los motivos por los cuales se considera que la vida es corta, es porque no se sabe aprovecharla. Séneca aconseja que no se debe perder el tiempo en investigar asuntos que en realidad carecen de importancia y, sin embargo, sí se debe aprovechar bien el tiempo propio. Para evitar que la vida parezca breve, hay que intentar no estar ocupados, pues como dice el propio filósofo hispano "[...] mientras tú estás ocupado huye aprisa la vida". (Wikipedia)
Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)
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