Las Noticias de hoy 5 Septiembre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 05/09/2022 - 12:52

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Ideas  Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 05 de septiembre de 2022    

Indice:

ROME REPORTS

Francisco: Juan Pablo I vivió el Evangelio sin concesiones y amando hasta el extremo

Un cristiano convertido en Papa que nos recuerda la esencia del Evangelio

Francisco anima nuevamente a que la Iglesia sea casa de puertas abiertas

Carta inédita del Papa Luciani en vísperas del Cónclave

EXTIENDE TU MANO : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: un Dios que supera nuestros planes

“La Misa es acción trinitaria, no humana” : San Josemaria

Os he llamado amigos (II): ​Para iluminar la tierra : José Manuel Antuña

Familia: Ama y acoge a los Sacerdotes : Rosario Prieto

Cómo la psicología trata la herida de la infidelidad de él : Sheila Morataya Austin

El hijo mayor : encuentra.cm

Perdonar y pedir perdón : Ramiro Pellitero

La importancia del respeto en la educación : Dietrich von Hildebrand

Pasos del sacramento de la Confesión : Victoria Leste

A Jesús por María: la intercesión de la Virgen María : blog Carf

Siguen con la Ley del aborto : Pedro García

Los abuelos en nuestro tiempo : Jesús Domingo Martínez

Sin esperanza de paz : Jesús Martínez Madrid

¿Qué somos, de dónde venimos y dónde vamos?: Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

Francisco: Juan Pablo I vivió el Evangelio sin concesiones y amando hasta el extremo

El Santo Padre en su homilía de la beatificación del Papa Luciani recordó que seguir a Jesús es tomar como Él las propias cargas y las de los demás, hacer de la vida un don, gastarla imitando el amor generoso y misericordioso de Dios. Tal como el nuevo beato que con su sonrisa logró transmitir la bondad del Señor.

 

Vatican News

El Papa Francisco, al presidir esta mañana la misa de beatificación del Papa Juan Pablo I, afirmó que el nuevo beato vivió con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo y siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. En una jornada gris, bajo una intensa lluvia, la Plaza de San Pedro fue escenario de la celebración para elevar a los altares al Albino Luciani, un Papa que con su sonrisa – como dijo el Pontífice - logró transmitir la bondad del Señor.

La intensa lluvia sobre la Plaza de San Pedro no desanimó a los religiosos y fieles que acudieron a homenajear al Papa de la sonrisa.

 

Seguir a Jesús es cargar su cruz

Inspirado en las palabras del Evangelio de hoy, el Santo Padre en su homilía habló sobre lo que significa seguir a Jesús, ser sus discípulos, especialmente ante las advertencias que Él mismo hace a la multitud que fascinaba y asombrada lo seguía: “el que no lo ama más que a sus seres queridos, el que no carga con su cruz, el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser su discípulo”. Una condición exigente y poco atractiva, afirmó Francisco, muy diferente a lo qué habría hecho un líder astuto al ver que sus palabras y su carisma atraían a las multitudes y aumentaban su popularidad.  

“Sucede también hoy, especialmente en los momentos de crisis personal y social, cuando estamos más expuestos a sentimientos de rabia o tenemos miedo por algo que amenaza nuestro futuro, nos volvemos más vulnerables; y, así, dejándonos llevar por las emociones, nos ponemos en las manos de quien con destreza y astucia sabe manejar esa situación, aprovechando los miedos de la sociedad y prometiéndonos ser el ‘salvador’ que resolverá los problemas, mientras en realidad lo que quiere es que su aceptación y su poder aumenten”.

El retrato del beato Juan Pablo I engalana la fachada de la basílica de San Pedro

El estilo de Dios no instrumentaliza

El Pontífice explicó que Jesús no actúa de este modo, porque el estilo de Dios “no instrumentaliza nuestras necesidades, no usa nunca nuestras debilidades para engrandecerse a sí mismo”, no seduce con el engaño, no quiere “distribuir alegrías baratas ni le interesan las mareas humanas”, no busca la aceptación o la idolatría, no quiere que la gente lo siga “con euforia y entusiasmos fáciles” sin poder discernir sobre las motivaciones y las consecuencias de lo que significa seguir a Jesús.

“De hecho, se puede ir en pos del Señor por varias razones, y algunas, debemos reconocerlo, son mundanas. Detrás de una perfecta apariencia religiosa se puede esconder la mera satisfacción de las propias necesidades, la búsqueda del prestigio personal, el deseo de tener una posición, de tener las cosas bajo control, el ansia de ocupar espacios y obtener privilegios, y la aspiración de recibir reconocimientos, entre otras cosas. Y esto sucede también hoy”.

Seguir al Señor no es un seguro de vida

Francisco reiteró que este no es el “estilo de Jesús” y no puede ser el estilo del discípulo y de la Iglesia. Seguir al Señor, agregó el Papa, “no significa entrar en una corte o participar en un desfile triunfal, y tampoco recibir un seguro de vida”, sino cargar la cruz, “tomar como Él las propias cargas y las de los demás, hacer de la vida un don, gastarla imitando el amor generoso y misericordioso”, es mirarlo a Él más que a nosotros mismos.

“Mirando al Crucificado, estamos llamados a la altura de ese amor: a purificarnos de nuestras ideas distorsionadas sobre Dios y de nuestras cerrazones, a amarlo a Él y a los demás, en la Iglesia y en la sociedad, también a aquellos que no piensan como nosotros, e incluso a los enemigos”.

Francisco exhortó a no caer en la tentación de vivir a medias, sino vivir el Evangelio hasta el extremo y sin concesiones.

No vivir a medias

El Santo Padre señaló que es necesario amar “aunque cueste la cruz del sacrificio, del silencio, de la incomprensión y de la soledad, aunque nos pongan trabas y seamos perseguidos”. Inclinarse ante la cruz y que te puncen sus espinas, como decía Juan Pablo I. Un amor extremo, agregó Francisco, “con todas sus espinas”, sin esperar una vida tranquila o una “fe al agua de rosas”, sino arriesgarse y no dejas las cosas a medias.

“Si, por miedo a perdernos, renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas: las relaciones, el trabajo, las responsabilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe. Y entonces acabamos por vivir a medias, cuánta gente vive a medias, también nosotros, muchas veces, tenemos la tentación de vivir a medias; sin dar nunca el paso decisivo, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos verdaderamente por los demás. Jesús nos pide esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Sin concesiones”.

Papa Luciani y su bondad

El Papa no sólo constató que el nuevo beato vivió con esa entrega, “con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo”, sino que “encarnó la pobreza del discípulo, que no implica sólo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio ‘yo’ en el centro y buscar la propia gloria, sino que “siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde.

Francisco concluyó su homilía de la beatificación de Juan Pablo I con estas palabras:

“Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado cayendo en el “indietreismo”. Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga ‘la sonrisa del alma’, esa transparente, que no engaña, la sonrisa del alma. Pidamos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas»”.

La paz en Ucrania y el mundo

La beatificación de Juan Pablo I concluyó con un cielo abierto, claro y soleado. Palabras de agradecimiento del Papa centraron la breve alocución antes del Ángelus: a cardenales, obispos y sacerdotes y fieles de diferentes países; a las Delegaciones oficiales reunidas para rendir homenaje al nuevo Beato; al Presidente de la República Italiana y al Primer Ministro del Principado de Mónaco; y en especial a los fieles de Venecia, Belluno y Vittorio Veneto, lugares vinculados a la experiencia humana, sacerdotal y episcopal del Beato Albino Luciani.

El Santo Padre invitó a dirigirnos a la Virgen María “para que obtenga el don de la paz en todo el mundo, especialmente en la martirizada Ucrania” y para que “nos ayude a seguir el ejemplo y la santidad de vida de Juan Pablo I”.

 

Un cristiano convertido en Papa que nos recuerda la esencia del Evangelio

La beatificación de Juan Pablo I es una invitación a redescubrir la humildad que permite que las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad se traduzcan concretamente en la vida.

 

El 8 de febrero de 1970, en su primera homilía como Patriarca de Venecia en la Basílica de San Marcos, Albino Luciani repitió las palabras que había dicho once años antes a los fieles de Vittorio Veneto cuando se convertió en su obispo: "Dios, algunas cosas grandes, a veces ama escribirlas no en el bronce o en el mármol, sino en el polvo, de modo que si la escritura permanece, no descompuesta o dispersada por el viento, es evidente que el mérito es totalmente y sólo de Dios. Yo soy el polvo: el cargo de Patriarca y la diócesis de Venecia son las grandes cosas unidas al polvo; si algún bien saldrá de esta unión, está claro que todo será mérito de la misericordia del Señor'. En estas palabras, "soy polvo", está el gran secreto de la vida cristiana que Albino Luciani testimonió a lo largo de su existencia.

La santidad de Juan Pablo I -un cristiano que se convirtió en Papa el 26 de agosto de 1978 y que hoy, 44 años después, se convierte en beato- es la sencilla historia de un hombre que en cada paso de su vida confió en Dios y se encomendó a Él. Y esta confianza prosperó en la conciencia de su propia pequeñez. "Sin mí no podéis hacer nada", dijo Jesús a sus amigos. "¡Apártate de mí, Satanás!", le ordenó el Nazareno a Pedro, después de que éste le reprochara haber preanunciado su pasión y muerte. Se trata de dos valiosas indicaciones, que Albino siguió durante toda su existencia. La gracia de reconocerse pecador, necesitado de todo; la gracia de no contar con las propias fuerzas, con la propia habilidad, con las propias estrategias, sino con la ayuda y la presencia de ese Otro, han permitido al sacerdote, al obispo y al Papa dar testimonio del rostro de una Iglesia serena y confiada. Una Iglesia que vive el Evangelio en la vida cotidiana y que no necesita fuegos artificiales para demostrar que existe. Una Iglesia capaz de llevar cercanía, consuelo y esperanza a todos, empezando por los más pequeños, los más pobres, los excluidos y los impresentables.

"Por la medida de la humildad conocemos nuestro progreso espiritual", decía San Francisco de Sales, el santo favorito de Luciani. Para él, un hombre de gran cultura y preparación capaz de hablar de forma sencilla y coloquial, haciéndose entender por todos, era así. El reconocimiento de los altares para este hijo de la Iglesia veneciana, ajeno a cualquier protagonismo, que nunca había aspirado a cargos destacados y que, antes de ser elegido casi por unanimidad en el cónclave, meditaba marcharse como misionero a África una vez cumplida la edad canónica de renuncia a Venecia, es un signo de esperanza para todos. Porque, como ha reiterado la vicepostuladora de la causa de canonización, Stefania Falasca, no es el Papa ni su pontificado lo que hay que beatificar, sino un cristiano que se adhirió al Evangelio con todo su ser, reconociéndose como "polvo". Un cristiano que rezando cada día: 'Señor, tómame como soy y hazme como quieres que sea', se convirtió en el instrumento a través del cual el Dios de la misericordia escribió páginas hermosas y hoy más relevantes que nunca, para la Iglesia y para el mundo.

 

 

Francisco anima nuevamente a que la Iglesia sea casa de puertas abiertas

El Santo Padre recibió en audiencia, este sábado 3 de septiembre por la mañana, a los participantes de la iniciativa de "Hospitales abiertos" en Siria.

 

Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano

“Pensando en Siria, vienen a la mente las palabras del Libro de las Lamentaciones: ‘Porque tu desastre es inmenso como el mar: ¿quién te sanará?’ (2,13)”. Así lo subraya el Santo Padre a los miembros de la Fundación AVSI, una organización sin fines de lucro que gestiona la iniciativa “Hospitales abiertos” en Siria, a quienes recibió en audiencia en la mañana de este sábado 3 de septiembre en el Vaticano. “Son expresiones –afirma Francisco- que se refieren al sufrimiento en Jerusalén y que también pueden traer a la mente los experimentados por la población siria durante estos doce años de sangriento conflicto”.

La crisis siria, una de las más graves del mundo

Francisco observa que "considerando el número indeterminado de muertos y heridos, la destrucción de barrios y pueblos enteros y de las principales infraestructuras, incluidos los hospitales, uno se pregunta: ‘¿Quién podrá ahora curarte, Siria?’.

Sobre la gravedad de la crisis en el país, el Papa recuerda “la destrucción”, las crecientes necesidades humanitarias, el creciente colapso socio-económico, la pobreza y el hambre en niveles extremadamente graves”.

La Iglesia está llamada a ser hospital de campaña

El Sucesor de Pedro cuenta que recibió como regalo la obra de un artista que, inspirándose en una fotografía, retrata a un papá sirio, sin fuerza, llevando a su hijo sobre los hombros. “Es uno de los catorce millones de desplazados internos y refugiados, más de la mitad de la población siria anterior al conflicto”, constata Francisco. “Es una imagen impactante del gran sufrimiento que padece la población siria”, añade.

Frente a esta realidad de inmenso sufrimiento, el Pontífice insiste en el rol sanador que debe cumplir la Iglesia, tanto para curar las heridas espirituales como físicas. “Pensemos en lo que leemos en el Evangelio: ‘Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios” (Mc 1,32-34; cf. Lc 4,40). 

“Y la Iglesia, desde los tiempos de los Apóstoles, se ha mantenido fiel al mandato de Jesús: "Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos, expulsad a los demonios". Lo que recibieron gratis, denlo gratis" (Mt 10,8). Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que "incluso llevaban a los enfermos a las plazas, colocándolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, al menos su sombra cubriera a algunos de ellos" (5:15) y los curara.”

Atesorando este legado, Francisco recuerda que ha instado repetidamente a los sacerdotes, especialmente el Jueves Santo, a tocar las heridas, los pecados, las angustias de la gente (cf. Homilía en la Misa Crismal, 18 de abril de 2019). Toca. Y animé a todos los fieles a tocar las heridas de Jesús, que son los muchos problemas, dificultades, persecuciones, enfermedades de las personas que sufren (cf. Regina Caeli, 28 de abril de 2019; Evangelii gaudium, 24). Y las guerras.

La importancia de curar a los enfermos y remendar el tejido social

El Papa recuerda que el proyecto de "Hospitales abiertos" está comprometido con el apoyo a los tres hospitales católicos que funcionan en Siria desde hace unos cien años, y a cuatro ambulatorios. "Ha nacido bajo el patrocinio del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y se apoya en la generosidad de instituciones eclesiásticas -la Fundación Papal y algunas Conferencias Episcopales-, de algunos organismos gubernamentales -el húngaro y el italiano-, de instituciones humanitarias católicas y de muchas personas generosas".

Son hospitales abiertos "a los pacientes pobres, sin distinción de afiliación, ya sea étnica o religiosa", dice Francisco.

“Esta característica expresa una Iglesia que quiere ser un hogar de puertas abiertas y un lugar de fraternidad humana. En nuestras instituciones de asistencia caritativa, las personas, especialmente los pobres, deben sentirse 'en casa' y experimentar una atmósfera de acogida digna.”

Francisco destaca la promoción de "ese mosaico de convivencia ejemplar entre diversos grupos étnico-religiosos que caracteriza a Siria". En este sentido, considera que "es significativo que los numerosos musulmanes atendidos en sus hospitales sean los más agradecidos".

Otra imagen dramática de Siria 

En alusión al icono de Jesús el Buen Samaritano que le obsequiaron, el Pontífice realiza un paralelismo con la situación del país, atacado, asaltado y abandonado medio muerta en el arcén. "Pero no olvidados y abandonados por Cristo, el buen samaritano, y por tantos buenos samaritanos: individuos, asociaciones, instituciones. Algunos centenares de estos buenos samaritanos, incluidos algunos voluntarios, han perdido la vida acudiendo en ayuda del prójimo. A ellos va toda nuestra gratitud", remarca.

Citando su encíclica Fratelli tuttiel Obispo de Roma sostiene que "la historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino". E invitaba a reflexionar: "Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra".

Una gota de agua en el desierto

Hacia el término de su alocución, el Santo Padre subraya que "ante tantas necesidades graves, sentimos el límite de nuestras posibilidades de intervención. Nos sentimos un poco como los discípulos de Jesús ante la gran muchedumbre a la que hay que dar de comer: "No tenemos más que cinco panes y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?" (Jn 6,5-9). Una gota de agua en el desierto, se podría decir. Sin embargo, incluso el pedregoso desierto sirio, tras las primeras lluvias de la primavera, se cubre con un manto de verde. ¡Cuántas gotitas, cuántas briznas de hierba!".

Francisco agradece el trabajo de la institución y bendice a todos de corazón, invitándolos a seguir adelante y deseándoles "que los enfermos se curen, que la esperanza renazca, que el desierto vuelva a florecer".

Unas palabras espontáneas después de la bendición

"Esta es la imagen, de este padre sirio huyendo con su hijo, que me hizo pensar [me trajo a la mente] cuando San José tuvo que huir a Egipto: no se fue en un carruaje, no, fue así, huyendo, precariamente huyendo. Esta imagen me la regaló, el original, el autor que es un artista piamontés; me gustaría ofrecérsela para que cuando miren a este padre sirio y a su hijo piensen en esta huida a Egipto cada día, en este pueblo que sufre tanto. Gracias".

 

 

Carta inédita del Papa Luciani en vísperas del Cónclave

El fundador del canal de televisión Telepace, el padre Guido Todeschini, ha hecho pública la carta que el Patriarca de Venecia, el cardenal Albino Luciani antes de entrar en el Cónclave, dirigió al entonces obispo de Verona, monseñor Giuseppe Carraro. "Afortunadamente estoy absolutamente fuera de peligro", reza el documento. Dos días despúes fue elegido Papa, Juan Pablo I

 

Eugenio Bonanata - Ciudad del Vaticano

"Creo que éste es uno de los últimos escritos del cardenal Luciani". Así lo reiteró el padre Guido Todeschini, fundador del canal Telepace, que ayer por la noche, durante el programa "Línea Aperta", mostró una copia de una nota autógrafa recibida como regalo del obispo de Verona, Monseñor Giuseppe Carraro antes de su muerte. "Es una reliquia", dijo el prelado sobre el documento autografiado que el Patriarca de Venecia, su amigo fraternal, le dirigió el día antes de entrar en el Cónclave. "Roma, 24.8.1978", se lee de hecho en la parte superior de la hoja, junto al encabezamiento impreso con el nombre del cardenal Albino Luciani.

"Fuera de peligro"

"Afortunadamente, estoy absolutamente fuera de peligro", dice en su letra minúscula y no siempre fácil de descifrar sobre la elección del sucesor de Pablo VI. Palabras que, según el P. Guido, reflejan la humildad y la sencillez de su vida. "Escribe 'afortunadamente', lo considera una gracia, es decir, 'ciertamente no soy uno de los que serán elegidos'. También porque las predicciones se habían hecho en la víspera de las elecciones y nadie hablaba de "Luciani". "Elucubraciones y deducciones periodísticas", concluye el Patriarca de Venecia que, citando a Pío X, las define como "cábalas"". Cábalas que pronto "se derrumbarán", volvemos a leer: "Lo que quedará, en cambio, es "el compromiso serio, más que nunca, de rezar y trabajar por la Iglesia".

Carta del Cardenal Luciani

Amor a la Iglesia

Luciani está tan convencido de estar fuera de peligro que ya está pensando en volver a Venecia, incluso citando al obispo de Verona para un encuentro. "Tan pronto como sea posible iré a verte", escribe. Y añade: "Del Cónclave y del precónclave, por desgracia, no podré decir nada, llevo el secreto". Tonos confidenciales, por tanto, aunque respetando plenamente los roles. Los dos "hablaban a menudo", confirma el padre Guido. Para ambos, la Iglesia estaba en primer lugar: había que hacer todo lo posible y también dar la vida'.

Detalle de la carta del Patriarca de Venecia

Parte de la carta del Patriarca de Venecia

La parte inicial de la carta habla además del amor a la comunidad eclesial: "Rezo por la Iglesia y por el que los cardenales elegirán para suceder al difunto Pablo VI". Y hay más. El Patriarca de Venecia tiene el temor, evidentemente compartido con Carraro, de que el nuevo Papa "tendrá una tarea aún más difícil" que Montini. "No sabía que estaba hablando de él", comenta sonriente Don Guido, recordando la "fumata" blanca y el anuncio de su nombre que tendría lugar sólo dos días después.

Un documento de gran valor

"Guardamos celosamente este documento y pronto lo entregaremos a la Fundación Vaticana Juan Pablo I", prosigue el fundador de Telepace, que sin embargo expresa un pesar: el de no haber podido encontrar aún el original. Se trata de una tarjeta de cartón, de las que se usaban mucho en el pasado y que cabían perfectamente en los sobres de papel. "Se ha escrito en el anverso y en el reverso y se ha hecho una copia que une las dos caras. Esperando conseguirlo, el padre Guido recuerda el dicho "los santos se reúnen" para expresar otro deseo: que la Iglesia proclame pronto beato a monseñor Carraro, actualmente venerable.

El documento y el Padre Guido Todeschini

 

 

EXTIENDE TU MANO

— El Señor no pide cosas imposibles: nos da la gracia para ser santos.

— Luchar en lo pequeño, en aquello que está a nuestro alcance, en lo que nos aconsejan en la dirección espiritual.

— Docilidad a lo que cada día nos pide el Señor.

I. Entró Jesús un sábado en la sinagoga, donde había un hombre que tenía una mano seca. San Lucas precisa que era la derecha1. Y le observaban los escribas y los fariseos para ver si curaba en sábado. La interpretación farisea de la Ley solo permitía aplicar remedios médicos en este día dedicado al Señor si había peligro inminente de muerte; y este no era el caso de aquel hombre, que ha acudido a la sinagoga con la esperanza puesta en Jesús.

El Señor, que conocía bien los pensamientos y las intrigas de aquellos que amaban más la letra de la Ley que al Señor de la Ley, le dijo al hombre de la mano enferma: Levántate y ponte en medio. Y levantándose se puso en medio. Y Jesús, mirando a su alrededor, fijando su vista en todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y este hombre, a pesar de sus experiencias anteriores, se esforzó en lo que decía el Señor, y su mano quedó curada. Aquel enfermo sanó ante todo gracias a la fuerza divina de las palabras de Cristo, pero también por su docilidad en llevar a cabo el esfuerzo que se le pedía. Así son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en Él, manifestada en el recurso a los medios sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección espiritual.

Algunos Padres de la Iglesia han visto en estas palabras del Señor, «extiende tu mano», la necesidad de ejercitar las virtudes. «Extiéndela muchas veces –comenta San Ambrosio–, favoreciendo a tu prójimo; defiende de cualquier injuria a quien veas sufrir bajo el peso de la calumnia, extiende también tu mano al pobre que te pide; extiéndela al Señor, pidiéndole el perdón de tus pecados: así es como se debe extender la mano, y así es como se cura»2, realizando pequeños actos de aquellas virtudes que deseamos adquirir, dando pequeños pasos hacia las metas a las que queremos llegar. Si nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con estos esfuerzos que parecen poca cosa. Si aquel hombre, fiado más de su experiencia de otras veces que de las palabras del Señor, no hubiera puesto en práctica lo poco que se le pedía, quizá hubiera seguido el resto de su vida con una mano inútil. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si no estuvieran vivificadas por la gracia.

«Cada día un poco más –igual que al tallar una piedra o una madera–, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones (...). Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta»3. Él es el que realmente realiza la obra de la santidad y el que mueve las almas, pero quiere contar con nuestra colaboración, obedeciendo en aquello que nos indica, aunque parezca insignificante, como extender la mano. Esto nos lleva a una lucha ascética alegre y a no desanimarnos jamás. En lo pequeño está nuestro poder.

II. Extiende tu mano..., esfuérzate en esa trama de cosas menudas que componen un día. Muchas metas se quedan sin alcanzar porque no estamos firmemente convencidos de la ayuda de la gracia divina, que hace sobrenaturalmente eficaces los pequeños esfuerzos.

La tibieza paraliza el ejercicio de las virtudes, mientras que estas con el amor cobran alas. El amor ha sido el gran motor de la vida de los santos. La tibieza hace que parezcan irrealizables los más pequeños esfuerzos (una carta que hemos de escribir, una llamada, una visita, una conversación, la puntualidad en el plan de vida diario...); forma una montaña de un grano de arena, La persona tibia piensa que, aunque el Señor le pide que extienda su mano, ella no puede. Y, como consecuencia, no la extiende... y no se cura. Por el contrario, el amor hace que los pequeños actos de virtud que realizamos desde la mañana hasta la noche tengan una eficacia sobrenatural enorme: forjan las virtudes, liman los defectos y encienden en deseos de santidad. Como una gota de agua ablanda poco a poco la piedra y la perfora, como las gotas de agua fecundan la tierra sedienta, así las buenas obras repetidas crean el buen hábito, la virtud sólida, y la conservan y aumentan4. La caridad se afianza en actos que parecen de poco relieve: poner buena cara, sonreír, crear un clima amable a nuestro alrededor aunque estemos cansados, evitar esa palabra que puede molestar, no impacientarnos en medio del tráfico de la gran ciudad, ayudar a un compañero que aquel día va un poco más retrasado en su trabajo, prestar unos apuntes a quien estuvo enfermo...

Los defectos arraigados (pereza, egoísmo, envidia...) se vencen, tratando de vivir la escena evangélica y recordando el mandato de Cristo: Extiende tu mano. Se mejora si, con la ayuda del Señor, se lucha en lo poco: en levantarse a la hora prevista y no más tarde; en el cuidado del orden en la ropa, en los libros; si se busca servir, sin que apenas se note, a quienes conviven con nosotros; si procuramos pensar menos en la propia salud, en las preocupaciones personales; si sabernos elegir bien un programa de televisión o apagarla si resulta inconveniente... Él continuamente nos dice: extiende tu mano, haz esos pequeños esfuerzos que te sugiere el Espíritu Santo en tu alma y los que te aconsejan en la dirección espiritual para superar esa incapacidad, a pesar de haber fracasado en otras ocasiones.

Porque contamos con la gracia del Señor, la santidad depende en buena parte de nosotros, de nuestro empeño dócil y continuado. Se cuenta de Santo Tomás de Aquino, que tenía fama de ser hombre de pocas palabras. Un día le preguntó su hermana qué hacía falta para ser santos. Y casi sin detenerse, según iba andando, contestó el Santo: QUERER. Nosotros pedimos al Señor que de verdad queramos ir cada día a Él, obedeciendo en las metas que nos han indicado en la dirección espiritual.

III. Aquel hombre de la mano paralizada fue dócil a las palabras de Jesús: se puso en medio de todos, como le había pedido el Señor, y luego atendió a sus palabras cuando le dijo que extendiera aquella mano enferma. La dirección espiritual personal se engarza con la íntima acción del Espíritu Santo en el alma, que sugiere de continuo esos pequeños vencimientos que nos ayudan eficazmente a disponernos para nuevas gracias. Cuando un cristiano pone de su parte todo lo posible para que las virtudes se desarrollen en su alma –quitando los obstáculos, alejándose de las ocasiones de pecar, luchando decididamente en el comienzo de la tentación–, Dios se vuelca con nuevas ayudas para fortalecer esas virtudes incipientes y regala los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan esos hábitos formados por la gracia.

El Señor nos quiere con deseos eficaces, concretos, de ser santos; en la vida interior no bastan las ideas generales. «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas...

»¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!»5.

Es frecuente que al hablar de santidad se hagan notar algunos aspectos llamativos: las grandes pruebas, las circunstancias extraordinarias, el martirio; como si la vida cristiana vivida con todas sus consecuencias consistiera forzosamente en esos hechos y fuera empresa de unos pocos, de gente excepcional; y como si el Señor se conformara, en la mayoría de las gentes, con una vida cristiana de segunda categoría. Por el contrario, hemos de meditar hondamente que el Señor nos llama a todos a la santidad: a la madre de familia atareada porque apenas tiene tiempo para sacar adelante la casa, al empresario, al estudiante, a la dependienta de unos grandes almacenes y a la que está al frente de un puesto de verduras. El Espíritu Santo nos dice a todos: esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación6. Y se trata de una voluntad eficaz, porque Dios cuenta con todas las circunstancias por las que va a pasar la vida y da las gracias necesarias para actuar santamente.

Para crecer en las virtudes, hemos de prestar atención a lo que nos dice el Señor, muchas veces por intermediarios, y llevarlo a la práctica. «Ejemplo sublime de esta docilidad es para todos nosotros la Virgen Santísima, María de Nazaret, que pronunció el “fiat” de su disponibilidad total a los designios de Dios, de modo que el Espíritu pudo comenzar en Ella la realización concreta del plan de salvación»7. A nuestra Madre Santa María le pedimos hoy que nos ayude a ser cada vez más dóciles al Espíritu Santo, a crecer en las virtudes, luchando en las pequeñas metas de este día.

1 Lc 6, 6-11. — 2 San Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc. — 3 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 403. — 4 Cfr. R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, vol. I, p. 532. — 5 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 823. — 6 1 Tes 4, 3. — 7 Juan Pablo II, Alocución 30-V-1981.

 

 

Evangelio del lunes: un Dios que supera nuestros planes

Comentario del lunes de la 23.ª semana del tiempo ordinario. Jesús “le dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio”. Dios es un Dios vivo, que supera infinitamente nuestros planes. Pidámosle la humildad para dejarlo actuar a lo largo de nuestra vida como Él quiera; dejar que vaya más allá de lo que nosotros esperábamos.

05/09/2022

Evangelio (Lc 6, 6-11)

Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y había allí un hombre que tenía seca la mano derecha. Los escribas y los fariseos le observaban a ver si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero él conocía sus pensamientos y le dijo al hombre que tenía la mano seca:

- Levántate y ponte en medio.

Y se levantó y se puso en medio. Entonces Jesús les dijo:

- Yo os pregunto: ¿es lícito en sábado hacer el bien o hacer el mal, salvar la vida de un hombre o perderla?

Entonces, mirando a todos los que estaban a su alrededor, le dijo al que tenía la mano seca:

- Extiende tu mano.

Él lo hizo, y su mano quedó curada. Ellos se llenaron de rabia y comenzaron a discutir entre sí qué harían contra Jesús.


Comentario

Este pasaje del Evangelio nos muestra, una vez más, el contraste entre el corazón de los hombres y el de Jesús. Los escribas y fariseos están allí y “observaban a ver si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle”. Están delante de Dios hecho hombre, a punto de presenciar una manifestación de la divinidad de Jesús y, sin embargo, buscan y observan para poder tener algo con que acusarlo.

En ocasiones la acción de Dios a lo largo de nuestras vidas puede llegar a asemejarse al pasaje que estamos contemplando. Tenemos una idea, un esquema de cómo tiene que ser nuestro encuentro con Dios, de cómo debería discurrir nuestra vida y, en algunas oportunidades, la vida de las personas a las que queremos. Pero el Señor no sólo no se adecúa a nuestros preconceptos, a nuestros planes, sino que tantas veces los rompe, los echa por tierra. Ante estas situaciones puede surgir el desconcierto si perdemos de vista que Dios es un Dios vivo y que supera infinitamente nuestros planes.

Tenemos que pedir al Señor humildad para dejarlo actuar a lo largo de nuestra vida como Él quiera; dejar que rompa nuestras previsiones y esquemas. En esos momentos nos puede servir preguntarnos ¿qué quiere Dios de mí con esto? ¿Qué busca el Señor en mí ante estas circunstancias o sucesos en los que no sé cómo actuar o cómo reconducirlos a Dios?

No debe sorprendernos no comprender a Dios, no entender por qué lleva nuestra vida de un modo determinado, por qué permite que me sucedan ciertas cosas a mí o a las personas que quiero. La Virgen no siempre comprendió el modo de actuar de Jesús, pero meditaba estas cosas en su corazón. Pidámosle a ella que nos enseñe a imitarla en ese deseo de conformarnos con la voluntad de Dios con todo lo que acontezca en nuestra vida.

 

 

“La Misa es acción trinitaria, no humana”

¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar? (Camino, 530)

5 de septiembre

La Misa ‑insisto‑ es acción divina, trinitaria, no humana. El sacerdote que celebra sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre propio, sino in persona et in nomine Christe, en la Persona de Cristo, y en nombre de Cristo.

El amor de la Trinidad a los hombres hace que, de la presencia de Cristo en la Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias. Este es el sacrificio que profetizó Malaquías: desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes; y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura. Es el Sacrificio de Cristo, ofrecido al Padre con la cooperación del Espíritu Santo: oblación de valor infinito, que eterniza en nosotros la Redención, que no podían alcanzar los sacrificios de la Antigua Ley. (Es Cristo que pasa, 86)

 

 

Os he llamado amigos (II): ​Para iluminar la tierra

El "mandamiento nuevo" que nos confió Jesús al final de su vida en la tierra descubrió una nueva dimensión de la amistad humana: se trata de auténtico apostolado.

15/06/2020

Escucha el artículo Os he llamado amigos (II): Para iluminar la tierra

Los grandes ríos nacen, generalmente, de una pequeña fuente situada en lo alto de las montañas. A lo largo de su recorrido van recibiendo agua de manantiales y afluentes hasta que, al final, desembocan en el mar. De manera similar, un afecto espontáneo o un interés en común son las fuentes desde las que puede brotar una amistad. Poco a poco esa relación sigue su cauce, recibiendo torrentes que la nutren: tiempo compartido, consejos que van y vienen, conversaciones, risas, confidencias… Al igual que los ríos a su paso fecundan campos, llenan pozos y hacen florecer los árboles, la amistad embellece la vida, la colma de luz, «multiplica las alegrías y ofrece consuelo en las penas»[1]. Además, en un cristiano, si esto fuera poco, la amistad se llena también del «agua viva» que es la gracia de Cristo (cfr. Jn 4,10). Esta fuerza da a la corriente un ímpetu nuevo: transforma el afecto humano en amor de caridad. Así, al término de su curso, ese río se adentra en el vasto mar del amor de Dios por nosotros.

Un coeficiente de dilatación enorme

Cuando, en las primeras páginas de la Biblia, encontramos el momento de la creación del hombre, leemos que fue formado a «imagen» de Dios, hecho a su «semejanza» (cfr. Gen 1,26). Este modelo divino está siempre presente en lo más íntimo del alma y, si entrenamos nuestra mirada, podremos entrever a Dios en cada hombre y en cada mujer. Por esta altísima dignidad, aunque todas las personas que encontramos en el camino –al trabajar, al estudiar, al hacer deporte o al movernos de un lado a otro– son dignas de ser amadas, solamente con un grupo de ellas llegaremos a entablar una relación de amistad. Intuimos que, en la práctica, no es posible tener infinitos amigos, entre otros motivos porque el tiempo es limitado; pero nuestro corazón, movido por Dios, puede permanecer siempre abierto, ofreciendo su amistad al mayor número de personas, «dando muestras de comprensión con todos los hombres» (Tt 3,2).

DIOS PUEDE ENSANCHAR NUESTRO CORAZÓN PARA QUE QUEPAN ALLÍ CADA VEZ MÁS AMIGOS

Buscar una disposición así de nuestra alma, que «no excluye a nadie», que permanece «intencionalmente abierta a toda persona, con corazón grande»[2], ciertamente tiene un precio. La madre de san Josemaría, por ejemplo, al ver cómo su hijo se entregaba sin medida a las personas que le rodeaban, le advirtió: «Vas a sufrir mucho en la vida, porque pones todo el corazón en lo que haces»[3]. Abrirse a la amistad tiene su coste y, sin embargo, todos hemos experimentado que se trata de un camino seguro de felicidad. Al mismo tiempo, la capacidad para querer a más y más amigos es algo en lo que podemos crecer continuamente. En el corazón de san Josemaría, con el incrementarse del número de personas en el Opus Dei, surgió esta inquietud: ¿podré querer a todos los que vengan a la Obra con el mismo cariño que siento por los primeros? Fue una preocupación que resolvió la gracia divina; su corazón fue ensanchado continuamente por Dios hasta tal punto que llegó a confesar: «El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño que supera todas las barreras»[4].

En esto os conocerán

Si en las páginas del Génesis se revelaba el amor de Dios al crearnos a «imagen» suya, con la encarnación de su Hijo recibiríamos noticias mucho más impresionantes. Los apóstoles de Jesús vivieron durante tres años, con quien era su mejor amigo, sin separarse de su lado. Le llamaban Rabbi –que quiere decir «maestro»– porque, además de amigos, eran y se sentían sus discípulos. Antes de padecer, el Maestro quiso que comprendieran que les amaba con una amistad que iba más allá de la muerte, que les amaba «hasta el fin» (Jn 13,1). Este secreto de la radicalidad de su amistad es una de las confidencias íntimas que Cristo realizó durante la Última Cena. Allí manifestó también su deseo de que esta fuerza se perpetuase durante los siglos a través de todos los cristianos con la proclamación de un nuevo mandamiento: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). Y añadió: «En esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn 13,35); es decir: mis amigos serán reconocidos por su modo de querer a los demás.

Hay un suceso en la historia del Opus Dei muy unido a este mandamiento. Al concluir la guerra civil, san Josemaría regresa a Madrid y se dirige inmediatamente a la calle Ferraz. En el número 16 de esa calle, días antes del comienzo de la contienda, se había terminado de instalar la nueva Residencia DYA. Casi tres años después, encuentra todo destrozado por los saqueos y los bombardeos. Resulta inservible. Entre los escombros, cubierto de polvo, da con un cartel que había estado colgado en la pared de la biblioteca. En el recuadro, cuyo aspecto asemeja al de un pergamino, se recogen en latín esas mismas palabras del mandamiento nuevo que Jesús, como acabamos de considerar, confió a sus apóstoles: «Mandatum novum do vobis…», «Un mandamiento nuevo os doy…» (cfr. Jn 13,34-35). Lo habían colgado allí porque era una síntesis del ambiente que san Josemaría deseaba también para los centros de la Obra: «Lugares en los que muchas personas encuentren un amor sincero y aprendan a ser amigas de verdad»[5]. Tras el desastre de la guerra, cuando había que recomenzar prácticamente desde cero, lo importante seguía en pie: una de las bases fundamentales para reconstruir sería dejarse guiar por ese dulce mandamiento de Cristo.

Así es más fácil subir

Vemos que el modelo de la nueva ley es el amor de Jesús: «Como yo os he amado» (Jn 13,34). Pero, ¿cómo es este amor?, ¿cuáles son sus características? El amor de Cristo por sus apóstoles –lo ha dicho él mismo– es precisamente un amor como el que se tienen los amigos. Ellos han sido testigos y destinatarios de la intensidad de este querer. Saben que Jesús cuidaba a las personas con las que convivía. Ellos le han visto alegrarse con sus alegrías (cfr. Lc 10,21) y sufrir con su dolor (cfr. Jn 11,35). Siempre encontró tiempo para detenerse con los demás: con la samaritana (cfr. Jn 4,6), con la hemorroísa (cfr. Mc 5,32) e incluso con el buen ladrón, cuando estaba ya colgado de la cruz (cfr. Lc 23,43). El de Jesús era un cariño que se manifestaba en lo concreto: se preocupaba por el alimento de quienes le seguían (cfr. Lc 9,13) y también por su descanso (cfr. Mc 6,31). Como nos recuerda el papa Francisco, Jesús «cuidó la amistad con sus discípulos, e incluso en los momentos críticos permaneció fiel a ellos»[6].

JESÚS QUIERE QUE SUS AMIGOS SEAN RECONOCIDOS POR SU MANERA DE QUERER A LAS DEMÁS PERSONAS

La amistad es, al mismo tiempo, un bálsamo para la vida y un don que nos da Dios. No es solamente un sentimiento fugaz sino un verdadero amor «estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo»[7]. Por algunos es considerada la expresión más alta del amor ya que nos permite valorar a la otra persona por sí misma. La amistad «es mirar al otro no para servirse de él, sino para servirlo»[8]. Esta es su preciosa gratuidad. Se entiende, entonces, que sea inherente a la amistad el «desinterés», porque la intención del que ama no persigue ningún beneficio ni un posible efecto boomerang.

Descubrir esto en su auténtica profundidad siempre sorprende, pues parece chocar con una idea de la vida como competición, que puede ser común en algunos ambientes. Por eso, quien experimenta la amistad lo hace habitualmente como un regalo inmerecido; con amigos los problemas de la vida parecen más ligeros. Como dice un proverbio kikuyu que agradó mucho al beato Álvaro del Portillo cuando viajó a Kenia: «Cuando en lo alto de la montaña hay un amigo, resulta más fácil subir»[9]. Los amigos son absolutamente necesarios para alcanzar una vida feliz. Ciertamente, es posible alcanzar una vida plena sin participar del amor conyugal –como ocurre, por ejemplo, con quienes han recibido el don del celibato– pero no se puede ser feliz sin experimentar el amor de amistad. ¡Cuánto consuelo y alegría encontramos en una buena amistad! ¡Cómo se alivian las tristezas!

Más amigos para Jesús

Conociendo la vida de Jesús y creciendo en intimidad con él podemos aprender los rasgos de una amistad perfecta. Hemos visto al principio que la amistad cristiana es especial porque se nutre de un torrente divino, la gracia de Dios, y por eso adquiere una nueva «dimensión cristológica». Esta fuerza nos impulsa a mirar y a querer a todos –especialmente a los más cercanos– «por Cristo, con él y en él», como dice el sacerdote en la Misa al levantar a Jesús en el pan eucarístico. Así aprenderemos a «ver a los demás con los ojos de Cristo, descubriendo siempre de nuevo su valor»[10]. San Josemaría nos animaba a ser el mismo Cristo que pasa al lado de la gente, a dar a los demás el mismo amor de Cristo amigo. Por eso es lógico que alimentemos en nuestra oración esta ilusión humana y sobrenatural de tener siempre nuevos amigos, porque «Dios muchas veces se sirve de una amistad auténtica para llevar a cabo su obra salvadora»[11].

La amistad de Jesús con Pedro, con Juan y con todos sus discípulos, se identifica con un ardiente deseo de que vivan cerca del Padre; su amistad va unida a la ilusión de que descubran la misión a la que han sido llamados. De la misma manera, en medio de las tareas que el Señor nos ha confiado a cada uno, «no se trata de tener amigos para hacer apostolado, sino de que el Amor de Dios informe nuestras relaciones de amistad para que sean un auténtico apostolado»[12]. San Josemaría acostumbraba decir que en la vida espiritual llega un momento en el que no se distinguen la oración y el trabajo, porque se vive en una continua presencia de Dios. Algo similar sucede con la amistad, porque al desear el bien del amigo queremos que esté lo más cerca posible de Dios, fuente segura de alegría. Así, no «existen tiempos compartidos que no sean apostólicos: todo es amistad y todo es apostolado, indistintamente»[13].

TODO LO BUENO QUE COMPARTIMOS CON NUESTROS AMIGOS ES APOSTOLADO PORQUE ALLÍ ESTÁ DIOS

Por eso en el corazón de los santos siempre había espacio para un nuevo amigo. Al leer libros que cuentan sus vidas descubrimos un interés sincero por los problemas de los demás, por sus angustias y alegrías. El beato Álvaro cultivó esta disposición hasta el final de su vida; quiso llevar la amistad de Cristo incluso a las personas que le acompañaron durante las horas de su último viaje en esta tierra. Un día después de su fallecimiento, «en la mesilla de noche, estaba la tarjeta de visita de uno de los pilotos del avión que le había traído de Tierra Santa a Roma. Se había interesado por él y por su familia, especialmente durante la espera en el aeropuerto de Tel Aviv. La relación fue breve, pero profunda: aquel piloto acudió a rezar ante los restos mortales de don Álvaro en cuanto tuvo noticia de su fallecimiento»[14]. En un encuentro casual se había gestado una amistad que continuaba entre la tierra y el cielo.

* * *

El cristiano tiene un gran amor –un don– que compartir. Nuestras relaciones con los demás le dan a Cristo la posibilidad de ofrecer su amistad a nuevos amigos. «Iluminar los caminos de la tierra»[15] implica extender por el mundo esta preciosa realidad del amor de amistad. A veces pensar solo en nuestros intereses, ir demasiado de prisa o quedarnos en cierta superficialidad al conocer a las personas pone en peligro este regalo que Dios nos quiere hacer a todos los hombres. Gran parte de nuestra misión evangelizadora es justamente devolver a la amistad su auténtico brillo, poniéndola en relación con Dios, con los demás, con nuestro deseo de ser mejores… en definitiva, con la felicidad.

José Manuel Antuña


[1] Fernando Ocáriz, Carta Pastoral 1-XI-2019, n. 7.

[2] Ibíd.

[3] Andrés Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1997, tomo I, p. 164.

[4] San Josemaría, Via Crucis, estación VIII, 5.

[5] Fernando Ocáriz, Carta Pastoral 1-XI-19, n. 6.

[6] Francisco, Christus vivit, n. 31.

[7] Ibíd, n. 152.

[8] San Juan Pablo II, Angelus 13-II-94.

[9] Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid 1996, p. 278.

[10] Fernando Ocáriz, Carta Pastoral 1-XI-19, n. 16.

[11] Ibíd., n. 6.

[12] Ibíd., n. 19.

[13] Ibíd.

[14] Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid 1996, p. 179.

[15] Fragmento de la oración pública para pedir la intercesión de san Josemaría.

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Familia: Ama y acoge a los Sacerdotes

Queridas Familias, hoy escribo convencida de que el mundo necesita familias santas, es decir, familias felices que caminen por el sendero del bien, en el día a día, en lo cotidiano. Nunca había escrito de la tarea tan hermosa y necesaria de la familia al servicio del sacerdote… Y es que al pensar en un sacerdote, como que la imagen que viene a la mente es la de un hombre de Dios, consagrado a Él, que está comprometido al servicio de la Iglesia que somos nosotros, los laicos; y si, así es, pero a veces, y casi siempre, la mayoría de nosotros, caemos en un egoísmo enorme y en una visión tan corta de la realidad de un ser humano que con gran generosidad le ha dicho que sí a Cristo, para ser un instrumento de Su Amor y llegar a las más almas posibles.

Los Sacerdotes son seres humanos, como tu y como yo, son personas que, muchas veces pasan hambre, frío, soledad, tristeza, dolor… Por supuesto que su consuelo es Dios y Nuestra Santísima Madre, pero… ¿Dónde estamos los fieles a Dios? ¿Porqué nos olvidamos con tanta facilidad de ellos? ¿Porqué somos tan indiferentes a su persona?

Practiquemos la caridad con ellos también, no los “utilicemos” como camino para llegar a Dios, porque son ellos quienes ofician la Santa Misa o imparten los Sacramentos; demostremos que somos también “Otro Cristo”, que somos hombres y mujeres comprometidos con la misión de llevar a Jesús a todos los rincones de la tierra, también desde nuestro ser familia.
Que… ¿Qué podemos hacer? Muchas cosas, primero rezar por las vocaciones sacerdotales y religiosas; pedir a Dios por la persona concreta de tu Párroco, de tu Confesor, de tu Director Espiritual, de aquellas mujeres también que consagran su vida a Dios como religiosas de claustro o cualquier otro carisma, pero que se entregan completamente a Su Santo Servicio.

Ir a saludarles al final de la Celebración Eucarística, algún día invitarle a comer a casa con toda la familia reunida y presentarlo con todos, felicitarle en su cumpleaños, santo y en su Aniversario Sacerdotal o Religioso (Según sea el caso), si enferma, quizás llevarle algo de comer, llevarle al médico, ayudar con los gastos personales y médicos, regalarle quizás en Navidad algún buen libro, algún postre, en fin; atenderles también desinteresadamente como a todo hijo de Dios y de manera especial por ser quien representa aquí en la Tierra.

La vida para un sacerdote o una religiosa es una vida de amor y el amor conlleva sacrificio, entrega, donación; seamos familias que acogen a estas personas que son admirables, pidamos a Dios les ilumine para que sean siempre fieles y reflejo de Él aquí en la tierra. Necesitamos Sacerdotes Santos y ellos necesitan también Familias Santas que compartan el celo apostólico y que con la bondad de unos y otros la Iglesia se nutra y cada Parroquia sea una Comunidad, una Escuela de Caridad y Bendiciones para todos.

Rosario Prieto

 

 

Cómo la psicología trata la herida de la infidelidad de él

¿Qué pasa en el cuerpo, el corazón y el alma de aquella mujer que es atravesada por la espada de la infidelidad? La coach de pareja Sheila Morataya explica este problema y el modo de afrontarlo

¿Cómo se construye la confianza después de una traición? ¿Qué pasa en el cuerpo, el corazón y el alma de aquella mujer que es atravesada por la espada de la infidelidad? En este artículo me dirigiré a la mujer, pues su psicología es diferente a la del hombre. En un artículo posterior me dirigiré al hombre.

Parece una epidemia

Son cuatro matrimonios a los que acompaño actualmente por la infidelidad de él. Existen muchos modelos de aproximación terapéutica para trabajar con matrimonios.

Personalmente me ayudo de varios de ellos, pero hay uno que ocupa un lugar muy especial en mi corazón, dada la eficacia del mismo para recuperarse después del trauma que ocasiona engañar a tu pareja. Es el método Gottman para parejas.

Además, estudios realizados por los investigadores independientes Donald Baucom, de la Universidad de Carolina del Norte, y Andy Christensen, de la Universidad de California de Los Ángeles, muestran que el pronóstico para aquellas parejas que se muestran decididas a salvar el amor tras una experiencia de infidelidad es relativamente prometedor si se inicia una terapia con una serie de sesiones estructuradas.

Gottman

Esto es lo que hace el método Gottman creado por los doctores Julie y John Gottman en lo que se llama “el laboratorio del amor” en la Universidad de Seattle, Estados Unidos. He sido muy  afortunada al haber sido formada directamente por los doctores Gottman en su ahora Instituto Gottman en Washington. Además soy testigo de cómo las parejas que se ven obligadas a trabajar con las consecuencias de una traición no sólo fortalecen la amistad entre ellos, sino también la vida sexual y el sentido de la vida juntos. Claro que para llegar a ello, se tiene que seguir un proceso que no es corto.

Tres pasos hacia la recuperación

¿Cómo se conocieron ustedes? ¿Recuerdas qué ropa llevaba tu esposa el día que la conociste? ¿Cuándo supiste que ella era la mujer de tu vida? ¿Qué valores o principios viste en ella que te ayudaron a decir “ella será la madre de mis hijos»? Estas son preguntas con las que se inicia un protocolo hacia la sanación de esta herida tan tremenda, tan honda y tan mortal llamada infidelidad.  Recuerdo que cuando hacía mis prácticas en Seattle, el doctor Gottman dijo algo que he comprobado con los años:

“Encontrar oportunidades de engañar a tu pareja es fácil, pero resulta extraordinariamente difícil recuperar la salud, la armonía y la ilusión después de una infidelidad”.

Por ello, el hombre debería pensar muchas veces en esta decisión de ser infiel.

Para ello y solo en esta etapa inicial de recuperación y curación de heridas, se siguen tres pasos:

1. Expiación o reparación.

En este primer paso todavía no se aborda el perdonar al marido traidor. Este es el calificativo que se utiliza dentro del método para cualquier miembro de la pareja que haya cometido la infidelidad. Este paso es la oportunidad para el infiel de expresar su arrepentimiento y deseo de reparación. También es necesario que comprenda que la responsabilidad de esto es 100% suya. Ha provocado sufrimiento y dolor a su esposa y nada justifica este hecho. La esposa tiene aquí la oportunidad de preguntar, aclarar dudas, etc.

Y, ¿por qué es importante esto? Porque la esposa queda con su autoestima mutilada, con pensamientos recurrentes que la persiguen día y noche y con un estado de hipervigilancia que la lleva a depresiones profundas. La esposa puede hacer las preguntas necesarias para ellamenos aquellas preguntas que pueden profundizar el trauma como son aquellas preguntas de carácter sexual. Él deberá responder sin mentir. Aquí ya no cabe ninguna mentira pues se trata de reparar el amor. El marido no sólo ha de  escuchar a su esposa, sino deberá esforzarse por comprender su dolor, su inseguridad y su miedo. Esta etapa siempre es la más larga de las tres, pues ella deberá experimentar que de parte de su esposo existe un verdadero arrepentimiento que será mostrado por medio de acciones concretas que se aprenden dentro del tratamiento.

2. Entrar en sintonía.

Desde mi experiencia puedo decir que la mayoría de parejas no saben cómo sintonizar o alinearse con los intentos de conexión que su esposa hace para mostrarle sus necesidades y sentimientos. ¿Es qué los hombres son insensibles y desconsiderados? No. He comprobado que no saben cómo hacer esto, pues en la gran mayoría no ha habido formación de la afectividad y expresión de los sentimientos. El hombre no sabe realmente qué hacer cuando ve llorar a la mujer que ama. Por eso se aleja, evita el conflicto porque no sabe cómo manejarlo, no sabe cómo consolar, no sabe lo que ella necesita. Por ello en esta etapa se les enseña a ambos nuevas habilidades para manejar el conflicto. Además, se les enseña a ambos cómo comunicar la admiración y el cariño que siente el uno por el otro, así como la implementación de rituales de amor que les ayudará a ambos a recuperar la ilusión.

3. Unión.

Esta nueva unión se logrará en la pareja, siempre y cuando el marido sea transparente. La mentira no tiene más cabida acá. Una segunda aventura terminará definitivamente con el matrimonio. Se trabajan dos pilares que son los que sostienen lo que se llama “el sonido de una casa feliz”: el compromiso y la confianza. Esta etapa “profundiza la confianza íntima, la inversión en la relación, y el compromiso por medio de aplicar las habilidades de la conversación íntima y la auto-revelación al asunto de la intimidad física” (Gottman & Gottman, 2016).

La gracia santificante

El método Gottman no es religioso. Pero los doctores Gottman son judíos profundamente devotos y por lo mismo nos invitan a cada psicoterapeuta formado con ellos a profundizar en las enseñanzas de la logoterapia cuyo creador fue el psiquiatra Viktor Frankl.

No pude sentirme más feliz cuando a todos nos invitaron a estudiar su obra Psicoanálisis y existencialismo. Se trata de ayudar a las parejas católicas, cristianas y todas aquellas que confían en Dios para que les ayude a recuperar el amor y comprendan hasta lo más profundo de sí mismo , el alma, que el matrimonio es un viaje, es un proceso de toda la vida en la que juntos crecerán como personas y servirán de espejos del amor a sus hijos.  Recuerdo en este momento la oración espontánea que hice al final de nuestra sesión de teleterapia   con una pareja a la que veo desde Los Ángeles. Ella se ha sentido la otra durante 18 años. Hay un momento en que el dolor es tan profundo, la herida tan grave que solamente es Dios quien la podrá curar. Sin el perdón de ella no podrá haber curación. Les invité a orar. Oré. El matrimonio lloró y una vez más fui testigo del poder sanador de nuestro Dios. Pedimos abundancia de gracia para ellos  en el nombre de Cristo, Nuestro Señor, así como para todos los matrimonios que ahora mismo enfrentan la herida de la traición.  Amén.

Sheila Morataya Austin

 

 

El hijo mayor

Como el arado abre surcos, el primogénito abre terrenos jamás pisados por él y por sus padres. Y aunque cueste, hay que evitar que con ese hijo se cumpla el refrán: `echando a perder se aprende».

Aseguran los especialistas que los primogénitos son los hijos con mayor riesgo psicológico. Absurda idea, piensan los padres y sobre todo los hermanos menores. Si nos atenemos a ciertos hechos anecdóticos, el hijo mayor pareciera ser un privilegiado: acapara casi todos los álbumes de fotos y filmaciones familiares, muchas veces el nombre de uno de sus papás y se da el lujo de mandar a los más chicos.

Pero estas ventajas no son más que aparentes. La realidad es que el hijo mayor está determinado por una cuestión que por más obvia que sea, no deja de ser crucial: es el primer hijo de unos padres que nunca han ejercido como tal antes. En otras palabras eso significa que el primogénito es el depositario de las expectativas familiares ?tiene todos los ojos puestos sobre él? y que los padres ante él se encuentran, frecuentemente, sin saber cómo hacerlo.

NO ES FÁCIL SER PAPÁ

Aprender a ser padres, significa sin duda, equivocarse y corregir. Los padres primerizos son lo que la psicóloga Beatriz Zegers llama «ambivalentes, cambiantes, poco consistentes». Eso hace que los hijos mayores sean más vulnerables y ansiosos porque una regla básica de la educación es que a mayor claridad de los padres, menor es el nivel de angustia.

El primogénito va rompiendo camino para avanzar en el ciclo de la vida, y con cada paso cuestiona y desafía a los padres a dar una respuesta nueva y adecuada. No es sencillo pasar de papá de un escolar a uno de adolescente. Por ejemplo, decidir el primer permiso para que ese hijo ande solo.

El hijo mayor pone a prueba a los padres, abre camino, sienta los precedentes para la educación de sus hermanos y él se da cuenta de esto.

ERRORES CLÁSICOS

Lucirlo como trofeo:

Con su natural regocijo los padres se olvidan de respetar el ritmo de desarrollo del niño. Quieren que camine a los diez meses, para que controle antes los esfínteres lo sientan desde los ocho meses en el baño y lo sobreestimulan para que los nombre lo antes posible. Además se entabla una absurda competencia con otras madres. Sería adecuado entender que el niño no es un objeto de vanagloria.

Infantilizarlo:

El mayorazgo ?es decir, los privilegios del primero por ser el mayor? está cada vez más de capa caída, lo que no deja de ser positivo. Lo negativo es que se lo ha reemplazado por una dificultad de los padres para aceptar que el primogénito es más grande y está en otra etapa que los otros hermanos. Un típico error es tratarlo como niño chico para no hacer diferencia con los otros. Por ejemplo, no dejarlo ver televisión o acostarlo a la misma hora que los menores. Lo justo en este caso es diferenciarlo de sus hermanos.

Asumir de padre:

Es lo que Beatriz Zegers llama la «parentalización». El niño impulsado por los padres empieza a asumir como papá y mamá frente a sus hermanos menores, sobre todo en familias largas con la idea de aliviar de trabajo a la madre. Con este molde, los hijos mayores son sobreadaptados o sobremaduros, dicho de otro modo, personalidades muy exigentes y de gran responsabilidad. Les cuesta reconocer debilidades y agobios y en el futuro pedirán ayuda muy a último momento.

El hijo mayor puede y debe ayudar siempre que no se barra con su individualidad ni que sea un sustituto del padre. Ningún hermano tiene la obligación de hacerse cargo en forma permanente de otro, salvo casos extremos de orfandad o abandono.

Sobredimensionar su rendimiento académico:

Generalmente los niños responsables, autoexigentes y que no expresan sus necesidades afectivas, se asocian a altos niveles de rendimiento académico. En resumen, muchos primogénitos son «ideales». Pero eso no asegura el equilibrio emocional porque viven para los demás y de lo que los demás piensan. Su seguridad afectiva la basan en el éxito intelectual-profesional acarreando en el fondo grandes problemas de autoestima.

Mejor sería relajarlos en su rendimiento escolar y hacerles ver cuánto se los quiere por otras cualidades como sencillez o alegría.

UN FACTOR DESEQUILIBRANTE

Los abuelos suelen ser factor de rivalidad entre los nietos. Generalmente sus ojos son el mayor. ¿Quién no ha escuchado a un abuelo señalar que está en su derecho el tener preferencias?

Es cierto que en su corazón pueden tener mayores aveniencias por el mayor, pero ojalá tomaran conciencia que sus preferencias absolutas por el mayor son fuente de hostilidad y conflicto entre los hermanos. Además los padres al tratar de compensar esta preferencia se vuelcan a los otros hijos. Los abuelos establecen así una cuña en la familia desequilibrando a los propios padres. Puede ser entendible que los abuelos tengan más cariño por alguno de sus nietos, pero nunca es aconsejable que eso se exprese.

Aunque no se puede generalizar, es común que los hijos mayores sean muy obedientes, responsables y atentos, y en su defecto, poco espontáneos, originales y creativos. A decir verdad, Beatriz Zegers señala que los mayores crecen con cierto temor, que no perciben hasta que son adultos. Temor de no cumplir cabalmente con todas las expectativas de unos, padres que lo adoran y que han hecho «todo» por él.

De alguna forma esto se ve reflejado a la hora de elegir alguna carrera profesional. Como muchos llevan el nombre del padre, se niegan a seguir su misma carrera, sobre todo cuando son hijos de padres «brillantes». No quieren tener los mismos profesores que los marcarán desde el comienzo esperando que sean como su progenitor. Por eso es normal ver a hijos mayores patalear un buen tiempo antes de aceptar su camino.

¿Y qué pasa si «fracasan» en sus estudios? Si hay padres con altas expectativas el fracaso es muy doloroso para el hijo. Además los padres cargan en el primogénito el peso y la responsabilidad del ejemplo. «¿Cómo quieres que te financiemos un cambio de carrera? Así el resto de tus hermanos tendrá más adelante el mismo derecho», espetan los padres. Las relaciones se vuelven conflictivas.

El hijo mayor pasa a ser una especie de termómetro de la educación que se dio a los demás. Si no resultó, son un fracaso como padres y si resultó, un éxito.

«MAYOR, FELIZ Y REALIZADO»

Como los hijos mayores se sienten exigidos, pero a la vez muy queridos ?y de hecho lo son? generalmente cumplen con las expectativas de sus progenitores. Se convierten en buenos alumnos y mejores profesionales, lo que les da gran seguridad en si mismos. A la vez tienen toda la materia prima para constituirse en maridos y padres dedicados y responsables. Es bastante común que ellos cuando se casen construyan una familia sana y estable, lo que sumado a un buen trabajo ?ambas situaciones logradas con su esfuerzo? hacen que este primogénito una vez crecido y con hijos propios se convierta en un hombre realizado y feliz.

 

 

Perdonar y pedir perdón

 

Escrito por Ramiro Pellitero Iglesias

Publicado: 03 Agosto 2022

 

“El descubridor del papel del perdón en los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret”

En su libro La condición humana, explica Hanna Arendt (ed. Paidós, Barcelona 1993, pp. 255-262), a nivel antropológico, el asombroso poder del perdón. Sirve para deshacer los actos del pasado y liberar de sus consecuencias. Sin ser perdonados seríamos como el aprendiz de brujo que desconocía la fórmula mágica para romper el hechizo. Pero si somos perdonados podemos recomenzar a vivir. Y si perdonamos, damos la capacidad al otro de recomenzar una vez más, de iniciar algo nuevo. Al contrario que la venganza, el perdón es impredecible, y comporta la liberación de la venganza.

Reconoce la filósofa judía que “el descubridor del papel del perdón en los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret”, aunque lo hiciera en un contexto religioso.

Cabría observar, en la perspectiva de la fe cristiana, que también Jesús nos “descubrió” cómo el perdón forma parte del gran poder divino; y que, el perdón humano, a fin de cuentas, es imagen del divino, tiene siempre raíz divina.

Perdonar tiene que ver con darse a sí mismo por la salvación de todos y cada uno

En su homilía del domingo de ramos (10-IV-2022), Francisco observó que en el calvario se enfrentan dos mentalidades. En el evangelio, de hecho, las palabras de Jesús crucificado se contraponen a las de sus verdugos. En ellos suena como un estribillo: “Sálvate a ti mismo”. Por parte de los jefes: «Que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el elegido» (Lc 23,35). Por parte de los soldados: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo» (v. 37). E incluso uno de los malhechores lo repite: «¿Non eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo!» (v. 39).

“Salvarse a uno mismo, cuidarse uno mismo, pensar en uno mismo; no en los demás, sino sólo en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en tener, en poder, en aparecer. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la humanidad que crucificó al Señor”. Es Francisco quien nos invita a pensar en ello, como un aviso de hasta dónde puede llegar, la paradójica y a la vez “lógica” (con la lógica del yo) mentalidad individualista: para demostrar que no puedes salvarte a ti mismo (que es lo que supuestamente buscamos todos), te crucificamos.

Pero, continúa el Papa, “la mentalidad del yo se opone a la de Dios; el salvarse a sí mismo choca con el Salvador que se entrega”. Él no reclama nada para sí mismo; ni siquiera se defiende ni se justifica. Reza al Padre y tiene misericordia con el buen ladrón. Solo le interesa lo contrario de salvarse a sí mismo: “Padre, perdónalos” (v. 34).

Francisco nos aconseja detenernos en esas palabras que Jesús pronuncia clavado al patíbulo de la humillación, y que vienen a aumentar la intensidad de su don, hasta convertirlo en “per-dón”.

En efecto, la misma palabra parece decirlo: "perdonar" es más que dar, es dar del modo más perfecto, que es dar implicándose a sí mismo, dar por completo.

En consecuencia: “Miremos a Jesús en la cruz y comprenderemos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso. Miremos el Crucifijo y digamos: Gracias Jesús: me amas y me perdonas siempre, incluso cuando me cuesta amarme y perdonarme”.

Así es. Nos cuesta amarnos y perdonarnos, porque nuestra parte no divina (meramente humana o a veces un poco infrahumana) nos impide ver la realidad, esa realidad que implicaría aceptarnos a nosotros mismos como somos: poca cosa pero recibidos de Dios; más: hijos de Dios.

Jesús perdona a todos, también a sus enemigos: “En el momento más difícil, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor a los enemigos”. Cuando alguien nos ha ofendido, es común que nos quedemos lamiendo nuestras heridas.

Y entonces, dice Francisco, “Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar. A romper el círculo vicioso del mal y del remordimiento. A reaccionar a los clavos de la vida con amor, a los golpes del odio con la caricia del perdón”. Por eso, si queremos comprobar nuestra pertenencia a Cristo, “miremos cómo nos comportamos con los que nos han hecho daño”.

El perdón de Jesús nos enseña a perdonar: “El Señor nos pide que respondamos no como nos salga de dentro o como hacen todos, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena de “te quiero si me quieres; soy tu amigo si tú eres mi amigo; yo te ayudo si tú me ayudas”. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno un hijo. No nos divide en buenos y malos, en amigos y enemigos.

El perdón: camino de perseverancia, verdad y santidad

Tres cosas más logra el perdón: nos da la perseverancia del amor (perdonar siempre: seguir perdonando, pase lo que pase); nos devuelve a la verdad (hogar que pierde quien hace el mal); nos abre a la santidad que es la verdadera vida (la vida plena). Veamos una por una.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Francisco interpreta que Jesús pasó las horas en la cruz con estas palabras en los labios y en el corazón. Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él nunca se cansa de perdonar. Por eso nos aconseja que no nos cansemos de pedir perdón. Ni los sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y dar testimonio de él. No nos cansemos del perdón de Dios.

Es como si se nos dijera: Dios perdona continuamente para que nos dejemos perdonar y perdonemos, también continuamente. Dios perdona siempre y perdona todo, porque es su modo de servir que nos trae una paz inigualable (recordará de nuevo Francisco el jueves santo). Y así podamos servir más y mejor.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Esto no se refiere a que no lo hubieran premeditado, sino que ese "porque no saben" denota “esa ignorancia del corazón que tenemos todos los pecadores”. “Cuando se usa la violencia, nada se sabe de Dios, que es Padre, ni de los demás, que son hermanos.

Así es: cuando se rechaza el amor se desconoce la verdad.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Solo una persona acoge esa frase: el buen ladrón (Lc 23, 42). Y Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). “He aquí –señala el sucesor de Pedro– el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia.

Cierto. La santidad se alcanza pidiendo perdón y perdonando. Y así “con Dios siempre se puede volver a vivir”.

El pedir perdón, dirá el Papa pocos días después en la vigilia pascual, requiere la valentía de dejarse perdonar y la disposición para cambiar, dejando las obras del mal. El perdonar nos hará más capaces de servir a todos con una conciencia limpia (jueves santo)

Lo dijo también Francisco en Floriana, Malta (3-IV-2022): Para Dios no existe la palabra "irrecuperable". Y quien experimenta su perdón es el que lo conoce verdaderamente.

Ramiro Pellitero

 

 

La importancia del respeto en la educación

 

Escrito por Dietrich von Hildebrand

Publicado: 01 Septiembre 2022

 

La importancia del respeto como actitud general

El respeto puede ser considerado como madre de todas las virtudes (mater omnium virtutum), pues constituye la actitud fundamental que presuponen todas ellas.

El gesto más elemental del respeto consiste en la respuesta a lo existente como tal, a la en sí misma pacífica majestad del ser, en contraposición a toda mera ilusión o ficción; constituye la respuesta a su propia consistencia interior y a la realidad positiva, así como a su independencia respecto de nuestro arbitrio. En el respeto “conformamos” nuestro criterio al valor fundamental de lo existente; lo reconocemos, damos en cierto modo a lo existente la oportunidad de desplegarse, de que nos hable, de que fecunde nuestro espíritu. Por eso, la actitud básica que supone el respeto constituye ya de por sí algo indispensable para un entendimiento adecuado. La profundidad, la abundancia, y sobre todo el arcano misterioso de lo real sólo se descubre al espíritu respetuoso. El respeto es, por otra parte, un elemento constitutivo del asombro (thaumátsein) que, según Platón y Aristóteles, constituye un presupuesto ineludible del filosofar. La falta de respeto es la fuente principal de errores filosóficos. Si es un fundamento necesario para cualquier conocimiento auténtico y adecuado, es aún más indispensable para una captación y comprensión de los valores. Solamente al respetuoso se le abre el mundo sublime de los valores, en tanto se siente inclinado a reconocer la existencia de una realidad superior a la que se abre, estando dispuesto a callar y a dejarla hablar. Se entiende así por qué el respeto es la madre de todas las virtudes, pues cada virtud contiene en sí misma una respuesta actualizada al valor de un determinado sector del ser, y supone entonces la comprensión y el entendimiento de los valores.

La respuesta apropiada a lo existente que en su valor se capta contiene a su vez un elemento de respeto. Esa nueva manifestación del respeto responde no sólo al valor de lo existente como tal, sino también al valor particular de un ente determinado, y a su rango en la jerarquía de los valores. Esta nueva forma de respeto abre nuestros ojos al descubrimiento de nuevos valores.

Así, el respeto es, de un lado, un presupuesto para entender y captar los valores y, de otro, una parte central de la adecuada respuesta de valor. De ahí que represente una condición necesaria y, al mismo tiempo, un elemento esencial de todas las virtudes. Es como si en el hombre individual el respeto fuese algo inherente a su esencial carácter de persona creada. Constituye la suprema grandeza del individuo el ser capaz de Dios (capax Dei). Podemos entenderlo en otro sentido: el hombre tiene la capacidad de concebir algo que es más grande que él, de ser atraído y fecundado por ello, y él mismo puede entregarse a ese bien mediante una pura respuesta de valor nacida de su propio querer. Esa esencial trascendencia del hombre lo distingue de una planta o de un animal, ambos exclusivamente inclinados a desplegar su propia esencia. Sólo el hombre respetuoso ratifica conscientemente su verdadera condición humana y su situación metafísica. Asume una actitud ante lo existente que actualiza sólo por su facultad receptiva y su capacidad cognoscitiva, a través de la cual puede ser fecundado por una realidad superior.

El individuo que se acerca a lo existente sin respeto, bien con una actitud de superioridad insolente, presuntuosa, o bien tratándola de una manera superficial y sin tacto, se convierte en una persona ciega para la comprensión y entendimiento adecuados de la profundidad y de los secretos de lo existente y, sobre todo, para una percepción real de los valores. Se comporta como quien se aproxima tanto a un árbol o a un edificio que ya no consigue verlos. En lugar del espacio espiritual que nos distancia del objeto merecedor de respeto, y en lugar del respetuoso silencio de la propia persona que hace posible que lo existente se exprese, el individuo irrespetuoso irrumpe de manera indiscreta e impertinente, con una conversación incesante, sonora y pretenciosa.

El respeto juega un papel especial en el reino de la pureza. La castidad supone esencialmente una actitud respetuosa en relación al secreto del amor entre el hombre y la mujer, una conciencia que impregna la esfera de lo sexual con santo recato, y a la que debiera uno aproximarse sólo con la expresa sanción de Dios. La castidad es incompatible con una actitud general presuntuosa frente a lo existente, ya asuma un carácter frívolo y cínico, ya pueda convertirse en una aproximación íntima, obtusa, ingenua y pagada de sí misma respecto a los secretos del cosmos. La castidad exige estima a la persona amada, a su cuerpo, y profundo respeto a la honda y misteriosa unidad de dos almas en una sola carne, así como al misterio del alumbramiento de una nueva persona.

Puede que no se valore suficientemente la importancia del respeto como actitud fundamental en materia de la educación de la castidad. No podemos esperar que un hombre joven asuma la actitud correcta en la esfera de lo sexual si desatendemos su educación en materia de respeto.

Los impedimentos específicos para el desarrollo del respeto         

Antes de analizar con detalle los medios para el desarrollo del respeto, hemos de examinar brevemente las concretas dificultades para una educación orientada en este sentido, dificultades que en parte surgen durante la pubertad, y en parte provienen de la mentalidad de nuestra época. Los jóvenes, principalmente entre los quince y dieciocho años, tienen el peligro de incurrir en una actitud que pudiéramos denominar histeria de la independencia y del aparentar más de lo que son. El hombre joven demanda independencia y, ante todo, desea imponerse al otro con su superioridad y con su independencia. No quisiera tener que confesar que algo le puede conmover, producir una consideración extrema o sorprender. Se preocupa convulsivamente de jugar el papel del “hombre independiente”, del que todo lo adivina, de quien está por encima de todo haciendo ostentación de una seguridad imperturbable. Pero cuanto mayor es su pretensión de exhibir esa seguridad, más inseguro resulta ser en realidad. Realmente depende por completo del otro, incluso de una manera ilegítima. Imita indiscriminadamente a otros hombres que le suelen imponer por su virilidad, independencia y seguridad, y que le hacen sentir precisamente su dependencia. Confía en conseguir su independencia y superioridad imitándolas en todos sus aspectos. Es el tipo mismo de lo que Dostoievsky ha descrito tan magistralmente en El idiota y en Los hermanos Karamazov. Esa mezcla de complejo de inferioridad, de sufrimiento por sentir que no se ha crecido todavía del todo, de deseo de impresionar exteriormente, como si esa combinación de orgullo e inseguridad y esa inmadurez específica pudiera imponerse con fanfarronería… Todo ello constituye claramente la antítesis del respeto. Esa clase de disposición moral ve en toda respetuosa abnegación un menoscabo, una minimización de la virilidad y de la superioridad verdaderamente independientes. El hombre joven dominado por esa disposición moral se empeña en mostrar una actitud irrespetuosa frente a todo lo que normalmente demanda respeto, sumisión y estima. Propende, además, a hablar de modo irreverente sobre la Santa Iglesia, las obligaciones morales, el matrimonio, etc. Este peligro general del joven, incluso después de la pubertad, constituye uno de los grandes obstáculos a los que se enfrenta la educación para el respeto.

El otro principal inconveniente es la tendencia hacia la falta de respeto propia de la mentalidad de nuestra época. El hombre ya no quiere reconocer su condición de criatura ni quiere confesar su esencial vínculo con algo que está por encima de él. Rechaza la sumisión a obligaciones que no se deriven de su libre consentimiento. Se resiste a considerar de forma respetuosa los grandes bienes como el matrimonio, los hijos y su propia vida. Frente a ellos, no quiere asumir el papel de un mero administrador, sino que por el contrario se arroga un poder soberano y arbitrario respecto de ellos. Contrae matrimonio y se divorcia después como si se tratara de ponerse un guante tras otro. Ya no ve en los hijos un don de Dios, sino que desea establecer por sí mismo su número, controlando los nacimientos. Considera justo acortar su propia vida y la de otros por medio de la eutanasia, si piensa que no son felices. El hombre moderno ya no quiere reconocer a la Providencia sino decidirlo todo por sí mismo. Se orienta hacia un modo de vida en el que ya no se dan ni regalos ni sorpresas, sino que todo lo que le sucede proviene de un plan establecido por él mismo. Rechaza toda autoridad auténtica en la vida social y rehúsa afirmar cualquier autoridad que no se deriva de su propia voluntad, en cuya creación no haya intervenido él mismo.

En este intento moderno de desechar la índole creatural del hombre, de renegar de su condición metafísica, se manifiesta claramente la antítesis del respeto. Dicha mentalidad, que encuentra su expresión filosófica en el existencialismo de Sartre, penetra la vida moderna hasta sus entretelas más sutiles, y el hombre joven respira a cada momento la atmósfera nociva de la falta de respeto. El utilitarismo progresista y el pragmatismo de nuestra vida diaria, la desvalorización del espacio y el tiempo a causa de la técnica moderna, así como el sobredimensionamiento de todo lo individualista, destruyen la conciencia de una realidad autónoma que se nos impone, y aumentan la insana sensación de una ilimitada soberanía del hombre.

A menudo, la destrucción de la actitud respetuosa se provee de canales cuya peligrosidad pasa por alto el educador católico; quizá acontece más bien que no se le antojan como destructivos del respeto.

El educador se queja ciertamente de determinados males: divorcios, control de natalidad, eutanasia, frecuentes suicidios, creciente desvergüenza en la relación que se da entre ambos sexos… Pero probablemente no reconoce la falta de respeto en la raíz de esos males, o bien sólo lo hace cuando pone de manifiesto una amenaza o desconsideración hacia Dios y hacia los valores morales. No percibe claramente la existencia de muchas presiones en nuestra vida moderna que alimentan una actitud irrespetuosa contra cosas que no están directa y expresamente conectadas con la religión y la moral.

Ahí tenemos, por ejemplo, la actitud del hombre moderno hacia el arte y la belleza en general, o la tendencia continuada a apreciar escasamente las formas exteriores, a tomar las cosas a la ligera, a dejarse llevar y, en fin, nuestra forma cotidiana de hablar, las formas descuidadas de expresarse. El hombre moderno ya no encuentra la belleza en la naturaleza y en el arte con el profundo respeto que debiera, como un reflejo de un mundo más elevado y situado sobre él. No se esfuerza por prepararse para una verdadera comprensión de la obra de arte; elude el sursum corda (¡arriba los corazones!) que nos reclama cada “ser encontrados” y cada “ser regalados” por una gran obra de arte. Desearía le fuera ofrecida la belleza como un alimento, como algo que se puede comer, mientras él mismo se relaja corporal y espiritualmente y se pone cómodo. Se mueve entre grandes obras de arte como si constituyeran una simple fuente de placer; no se espanta de transformarlas caprichosamente, de hacer de un cuarteto una pieza de orquesta, o de una novela un guión cinematográfico. Tal actitud respecto de los valores estéticos aparenta ser algo más bien inofensivo en primera instancia, desde el punto de vista moral o religioso, pero en realidad representa un síntoma espantoso de la creciente falta de respeto. El hombre constituye una unidad, y si la falta de respeto descompone un sector de la vida, toda nuestra personalidad se contagia de esa carencia. La falta de respeto y la desidia que tan estrechamente la acompaña, el rechazo a todo esfuerzo mental para entrar verdaderamente en contacto con una gran obra de arte, la renuncia a percibir la belleza sublime de la naturaleza, la aversión contra el indispensable recogimiento espiritual, o la resistencia a emerger de lo periférico y superficial, todo eso es la venenosa semilla que se hará presente, incluso en nuestra vida moral y religiosa.

Esto vale también para la actitud moderna respecto de las formas exteriores en general. El saludo a nuestros prójimos con un apretón de manos, o con el gesto de quitarse el sombrero, constituye una profunda expresión de la exigencia interior de dirigirnos a los otros como personas por un acto comunicativo anterior a la conversación con ellos sobre cualquier tema. Sustituir esa entrega, ese darse, por un ¡Hola! –precisamente la resonancia de aquella actitud descuidada en –passant– o incluso abandonar totalmente esa ofrenda constituye un síntoma típico de la falta de respeto hacia nuestros semejantes, de la conformidad presuntuosa y del abandono.

La camaradería en la relación entre los dos sexos como sustitutivo de la caballerosidad que supone una respuesta auténtica al secreto de lo femenino; la falta de cortesía, virtud que erróneamente se contempla como comportamiento blando y superficial; todo esto constituye igualmente un signo de la pérdida del sentido del respeto. No queremos pasar por alto la influencia destructiva que posee tal descuido de las formas exteriores, tanto de nuestra postura corporal como del ritmo vital de nuestro comportamiento físico. No en vano la liturgia en la oración exige una actitud corporal decorosa; no en balde atribuye San Benito una gran importancia al hecho de que el comportamiento exterior del monje respire dignidad y aquel habitare secum (morar consigo mismo), lo que supone la antítesis de cualquier modo de negligencia y descuido. El comportamiento exterior no es solamente expresión de una actitud interior, sino que posee al mismo tiempo una influencia directa sobre la misma y, cuando menos, facilita la formación de una actitud interior de respeto.

Dos factores representan las raíces de la disolución de las formas en nuestra vida moderna: el utilitarismo, la actitud pragmática que considera todo en función de la consecución de un determinado objetivo, a veces más superfluo que necesario y, en segundo lugar, el ídolo de la comodidad, la persecución desenfrenada del “camino fácil”, que exige el mínimo esfuerzo físico y mental. No obstante, sería completamente desacertado hacer responsable de la falta de virilidad y dominio de sí mismo al ídolo del confort. Nuestra época se distingue, muy al contrario, por los grandes records deportivos y por conceder un valor especial a la educación física. Más bien es la actitud irrespetuosa y soberbia que teme cualquier fatiga y, antes que nada, cualquier esfuerzo espiritual que no haya sido libre y voluntariamente decidido por nosotros la responsable y contraria a lo que nos exigiría el auténtico valor del objeto en cuestión. La liquidación del habitare secum, la difusión de una actitud reservada y la disminución del recogimiento en nuestro comportamiento exterior ha contribuido a esa decadencia de las formas. Por eso hay que tomar más en serio tales factores como algo más que una simple falta de disciplina. Aplicar exclusivamente un entrenamiento hacia el exterior o una disciplina militar nunca podría evitar ese mal. Por el contrario, resulta necesario despertar el sentido de las formas externas como expresión adecuada de la actitud interior del respeto, del comedimiento y de la discretio, formas que nos ayudan, a la vez, a permanecer en esa disposición interior de ánimo.

Pero ante todo, nuestra propia forma de expresarnos, es decir, la manera en que hablamos de las cosas grandes y sublimes, constituye una puerta falsa, causante de la descomposición de nuestra actitud hacia el respeto. Y en esto es el propio educador religioso muchas veces el culpable. En el desafortunado, aunque bien intencionado intento de hacer a los hombres más cercana la esfera religiosa, se traslada el mundo sublime de lo sobrenatural a una forma trivial de hablar que contribuye a socavar la discretio y el respeto. Se conversa sobre las cosas santas en jerga, en lugar de seguir el ejemplo de la liturgia, que se acerca a lo divino con palabras llenas de veneración respetuosa y elevada, que nos alza sobre nuestra propia estrechez y nos introduce en la luz de Cristo (lumen Christi), convocándonos a un sursum corda.

¡No nos engañemos! Aunque podamos destacar todavía muy frecuentemente la necesidad del respeto a Dios y al conjunto de la esfera sobrenatural y religiosa, en realidad sucede que las expresiones y la falta de respeto, que se extienden y que conducen a una presuntuosa confianza con Dios, hurtan al mismo tiempo su sustancia, la que deseamos edificar en el alma del hombre joven. De esta forma, desbaratamos nuestro propio empeño.

Los medios para el desarrollo del respeto        

A la vista de las dificultades mencionadas, sólo podemos esperar que se renueve y conserve el respeto en los jóvenes si los rodeamos de una atmósfera llena de respeto hacia todas las cosas que lo merecen. Tenemos que abstenernos de todo uso del idioma y de toda expresión que suene a irreverente, y desistir de todos los compromisos con las múltiples formas modernas de presentación de la falta de respeto, mostrando a los jóvenes un estilo de vida impregnado de una profunda actitud favorable al respeto debido.

Además, deberíamos guardarnos cuidadosamente de cualquier compromiso con la obsesión por la independencia y el afán de aparentar antes descritos. El educador no debe servirse de una jerga descuidada con objeto de hacerse comprender mejor por la gente joven. Muy al contrario, debería esforzarse en todo momento por hacer desaparecer esa especie de encogimiento, y ese estar cautivo de los respetos humanos que le llevan a hacer el ridículo al querer ser visto como “mamaíta” ante el niño mimado, con toda esa pseudo-masculinidad y apocamiento.

El ideal de imponerse a otros por medio de la independencia y la superioridad debiera hacer patente siempre que en realidad nos encontramos ante la consecuencia obligada de una completa dependencia respecto de la opinión de otros, como fruto del respeto humano y como un encerramiento en la propia persona sin sentido alguno. Debiéramos igualmente presentar a los jóvenes, una y otra vez, la grandeza de la humildad, del arrepentimiento, de la obediencia y de la auténtica libertad, que solamente poseen los humildes y temerosos. Deberíamos ser conscientes del peligro que resulta de fortalecer en los jóvenes el ídolo de su masculinidad, mediante una insistencia exagerada en el auto-dominio y en la apelación a su honor para motivar un comportamiento moral. El temor a mostrar cualquier tipo de emoción honda –aquella actitud que muestra el llanto como algo de lo que uno debería avergonzarse con independencia de su causa y modo– debería no sólo no ser apoyado sino más bien combatido. Indudablemente ese ídolo de masculinidad será utilizado como medio y contribuirá a la obtención de ciertos resultados. Con ello puede conseguirse el objetivo inmediato, pero esa motivación a la que servimos para evitar riesgos mayores se manifestará a la larga como algo funesto.

Aún hemos de desarrollar todos los puntos anteriores en relación a la castidad de manera pormenorizada. El significado fundamental del respeto en esta materia ya ha sido mencionado anteriormente. Quisiera añadir que la mayor parte de los desvaríos cometidos hoy en materia del sexto mandamiento no hay que achacarlos a la desbordante vitalidad y a los indomables instintos, sino a una falta de respeto. Por eso, una de las tareas más importantes de la educación en la castidad es volver a despertar una actitud respetuosa ante el misterio que rodea la esfera sexual. A esto pertenece, en primer lugar, el modo en el que el niño toma conocimiento de esa esfera. Toda explicación “neutral”, que exponga esta materia desde puntos de vista predominantemente biológico-científicos, es incapaz de producir tal actitud de respeto; más bien al contrario, destruye el sentido del misterio propuesto en ese campo. Semejante interpretación no conseguirá acallar la especial fuerza de atracción de esa esfera, ni tampoco situar el punto de vista neutral que se utiliza de forma temática, por ejemplo, en medicina, en lugar de su peligroso encanto. Tal interpretación, por otro lado, tampoco sería deseable desde el punto de vista moral y religioso. Se trata de un intento de superar el riesgo moral de la impureza desde abajo en lugar de desde arriba, lo que en todo caso constituye una actitud equivocada. El enfoque exclusivamente biológico y neutral en este campo no considera, en primer lugar, los riesgos emergentes que amenazan una visión verdadera y auténtica, y exige una actitud no deseable; en segundo lugar, se trata incluso de un medio incapaz para guardar la castidad.

Por el contrario, debería enseñarse al niño esa esfera, según su capacidad moral, cuando haya alcanzado la edad correspondiente y resulte imprescindible explicarle ciertas cosas. Se le debe anunciar como la expresión misteriosa del amor supremo entre hombre y mujer, como la unión más elevada a cuya hondura y belleza está permitido acercarse sólo con una sanción especial de Dios. Deberá presentarse a la luz del matrimonio y su carácter sacramental, bajo la analogía de la unión de Cristo con su Iglesia.

La necesidad de mantener dicha esfera a una distancia respetuosa deberá destacarse y presentarse sobre el fondo de la belleza del sentido que Dios le ha dado, y de la unidad entre el amor, la pasión y el sentimiento. Solamente a través de una estima reverente ante la grandeza y profundidad del misterio que este dominio encierra en el lugar asignado por Dios, en la comprensión de su valor positivo, se podrá descubrir el misterio de maldad (mysterium iniquitatis) que todo abuso en ese campo comporta de suyo.

No debemos comenzar con la mera insistencia sobre el pecado que encierra cada acto ilegítimo en este ámbito. No debemos hablar sobre ello con los jóvenes, utilizando expresiones que convierten toda esta esfera en el reino del diablo. Una actitud de ese tipo no puede constituir jamás el fundamento de la castidad auténtica y verdadera. ¿Cómo podría ensalzarse algo tan negativo y elevarlo a la dignidad propia de un sacramento? Muy al contrario, sólo en la medida en que se ilumine la grandeza misteriosa de esta esfera, en su función de donación propia, suprema y recíproca, y en el aspecto de la unión de dos individuos en una sola carne, podrá aparecer con claridad el carácter terrible de cada apartamiento de ese dominio, así como la pecaminosidad de toda aproximación a él no sancionada expresamente por Dios.

En esta materia, nuestra meta debe ser no hurtar el carácter misterioso ni inmunizar su peligrosidad tentadora mediante reflexiones científicas, sino imprimir un santo temor y respeto hacia ella en el alma de los jóvenes; llevarles a considerar todo esto como un huerto cerrado (hortus conclusus), hasta que Dios les llame para entrar en el misterioso terreno del matrimonio.

Dietrich von Hildebrand, dialnet.unirioja.es/

Traducido por: José María Barrio Maestre

 

 

Pasos del sacramento de la Confesión

 

Repasemos cuáles son los pasos del sacramento de la Confesión. “Jesucristo Señor Nuestro, nuestro Dios, instituyó los sacramentos, que son como huellas de sus pisadas, para que nosotros pisemos allí y podamos llegar al Cielo. Y uno de los sacramentos más hermosos, más consoladores, es el sacramento de la Confesión”. San Josemaría, Argentina, 15 junio de 1974.

Sacramento de la Confesión

Cristo instituyó el este sacramento ofreciéndonos una nueva posibilidad de convertirnos y de recuperar, después del Bautismo, la gracia de Dios. “El sacramento de la Reconciliación es un sacramento de curación. Cuando yo voy a confesarme es para sanarme, curar mi alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona bien”. Papa Francisco, Audiencia general, 19 de febrero de 2014.

Como todos los a sacramentos, este es un encuentro con Jesús. Durante la Confesión, contamos nuestros pecados al sacerdote que actúa en la persona de Cristo y con la autoridad de Jesús para escuchar, ofrecer orientación, proporcionar una penitencia adecuada y pronunciar las palabras de absolución.

«En la celebración del Sacramento de la Reconciliación, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: “yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia, y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote«. Papa Francisco, Catequesis del miércoles, 19 de febrero de 2013.

San Josemaría solía llamar a la Confesión el sacramento de la alegría, porque a través de él se recuperan el gozo y la paz que trae la amistad con Dios.

Importancia de la Confesión

Este sacramento no solo restaura nuestra relación como hijos e hijas de Dios, sino que también nos reconcilia entre nosotros rehaciendo nuestra unión con el Cuerpo de Cristo, su Iglesia. El Papa Francisco explica la importancia de la confesión con estas palabras “el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo”.

Pasos de la Confesión

El Catecismo de la Iglesia nos propone cuatro pasos para una buena confesión. Estos expresan el camino hacia la conversión, que va desde el análisis de nuestros actos, hasta la acción que demuestra el cambio que se ha realizado en nosotros. Son cuatro los pasos que damos para poder recibir el gran abrazo de amor que Dios, nuestro Padre, nos quiere dar con este sacramento: “Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso de hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón”. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 64.

"La Madrecita buena de Dios" Mons. Álvaro del Portillo - A Jesús por María

“El perdón nos viene de la misericordia de Dios”, san Josemaría.

 

 

Primer paso: examen de conciencia

En el examen de conciencia tratamos de examinar nuestra alma en oración ante Dios, a la luz de las enseñanzas de la Iglesia, a partir de nuestra última confesión. Reflexionamos sobre aquellas acciones, pensamientos o palabras, que nos hayan podido alejar de Dios, ofender a los demás o dañarnos interiormente.

Hay varios detalles que podemos tener en cuenta para hacerlo de un modo más profundo y efectivo. Por ejemplo, podemos ayudarnos de una guía con las claves necesarias para un buen examen de conciencia. Es el momento de ser sinceros con uno mismo y con Dios, sabiendo que Él no quiere que nuestros pecados pasados nos opriman, sino que desea liberarnos de ellos para poder vivir como buenos hijos suyos.

Segundo paso: contrición y propósito de no volver a pecar

La contrición o arrepentimiento, es un don de Dios. Es un dolor del alma y un rechazo de nuestros pecados, que incluye la resolución de no volver a pecar. A veces, el arrepentimiento llega con un sentimiento intenso de dolor o vergüenza, que nos ayuda a enmendarnos. Pero este sentimiento, no es indispensable. Lo importante es comprender que hemos obrado mal, y tener deseos de mejorar como cristianos. De no ser así, nos pondremos en manos de Dios para pedirle a Él que obre en nuestro corazón, para rechazar el mal.

“La contrición –explica el Papa– es el pórtico del arrepentimiento, es esa senda privilegiada que lleva al corazón de Dios, que nos acoge y nos ofrece otra oportunidad, siempre que nos abramos a la verdad de la penitencia y nos dejemos transformar por su misericordia”.

Tercer paso: confesión

El sacerdote es un instrumento de Dios. Dejemos a un lado la vergüenza o el orgullo, y abramos nuestra alma seguros de que es Dios quien nos escucha. “Confesarse con un sacerdote es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús. […] Es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la Misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que, en ese momento, es el trámite de la gracia que me llega y me cura”. Papa Francisco. El nombre de Dios es misericordia, 2016.

  • La confesión consiste en decir los pecados al sacerdote. Se suele decir que una buena confesión tiene «4 C»:
  • Clara: señalar cuál fue la falta específica, sin añadir excusas.
  • Concreta: decir el acto o pensamiento preciso, no usar frases genéricas.
  • Concisa: evitar dar explicaciones o descripciones innecesarias.
  • Completa: sin callar ningún pecado grave, venciendo la vergüenza.

La confesión es un sacramento, cuya celebración incluye ciertos gestos y palabras por parte del penitente y del sacerdote.

Cuarto paso: cumplir la penitencia

Este el momento más hermoso del sacramento de la Confesión, pues recibimos el perdón de Dios. La penitencia es un acto sencillo que representa nuestra reparación por la falta que cometimos. Es una buena ocasión también para dar gracias a Dios por el perdón recibido, y para renovar el propósito de no volver a pecar.

 

Bibliografía

Opusdei.org.
“Es Cristo que pasa”, n. 64. San Josemaría.
«El nombre de Dios es misericordia», Papa Francisco.
Audiencia general del 19 de febrero de 2014, Papa Francisco.

 

 

A Jesús por María: la intercesión de la Virgen María

La Virgen intercede por cada uno de nosotros. Lo mismo que para una madre sus hijos son únicos y diferentes entre sí, así somos nosotros para María. Ella guarda siempre para nosotros una mirada que invita a la confianza que nos acerca más a Ella, y así llegamos a Jesús por María.

 

Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!,
¡Todos, con Pedro, a Jesús por María!
San Josemaría Escrivá de Balaguer.

 A Jesús por María

La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es “omnipotente por gracia”.

Hace tiempo el Papa san Juan Pablo II, en Redemptoris Mater escribió sobre la intercesión de la Virgen María y puntualizó que María «cooperó libremente en la obra de la Salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía con su divino Hijo».

De esta cooperación «se deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada a Cristo en la obra de la Redención, que incluye la regeneración espiritual de la humanidad y se convierte en Madre de los hombres renacidos a una vida nueva».

Es la Virgen María quien «guía la fe de la Iglesia hacia una acogida de la Palabra de Dios cada vez más profunda, sosteniendo su esperanza, animando la caridad y la comunión fraterna, y alentando el dinamismo apostólico».

Dios ha querido unir «a la intercesión sacerdotal del Redentor la intercesión maternal de la Virgen. Es una función que Ella ejercita en beneficio de quienes están en peligro y tienen necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvación eterna».

Letanías a la Virgen María

Los títulos con los que los cristianos nos dirigimos a la Virgen María cuando rezamos las letanías que acompañan la oración del Santo Rosario, “ayudan a comprender mejor la naturaleza de su intervención en la vida de la Iglesia y de cada fiel». San Juan Pablo II.

Como «Abogada«, defiende a sus hijos y los protege de los daños causados por sus propias culpas. Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno que ve las necesidades de sus hijos y está dispuesta a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está en juego la salvación eterna».

Recibe el título de «Socorro» porque está cerca de cuantos sufren o se encuentran en situaciones de grave peligro. Y como «maternal Mediadora«, María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas y nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en favor nuestro.

 

«¡Madre! —llámala fuerte, fuerte. —Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la Gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha».
San Josemaría Escrivá, Camino N° 516.

 

La intercesión de la Virgen María: “Mediación en Cristo”

María no quiere atraer la atención hacia su persona. Vivió en la tierra con la mirada fija en Jesús y en el Padre celestial. Su deseo más intenso consiste en hacer que las miradas de todos converjan en esa misma dirección. Quiere promover una mirada de fe y de esperanza en el Salvador que nos envió el Padre. Con esta mirada de fe y de esperanza, impulsa a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, que nos ha manifestado Cristo.

De la Homilía sobre la Virgen María pronunciada por san Josemaría Escrivá, el 4 de mayo de 1957, e incluida en el libro “Es Cristo que pasa”:

María, Madre de Dios y Madre de los hombres

“Estaban junto a la cruz de Jesús, su madre, y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Habiendo mirado, pues, Jesús a su madre, y al discípulo que él amaba, que estaba allí, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después, dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel punto el discípulo la tuvo por Madre”. Juan 19, 25-27.

Así es, porque así lo quiso el Señor. Y el Espíritu Santo dispuso que quedase escrito, para que constase por todas las generaciones.

María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre (Monstra te esse Matrem – Himno litúrgico Ave maris stella).

Es una madre que no se hace rogar, que incluso se adelanta a nuestras súplicas, porque conoce nuestras necesidades y viene prontamente en nuestra ayuda, demostrando con obras que se acuerda constantemente de sus hijos.

La entrega de Jesús de su Madre significa un Don que Cristo hace personalmente a cada hombre. Es el regalo de Él para nosotros; no le bastó con regalarnos la creación, la vida, el perdón, sino que fue más allá y nos dejó a su Madre Santísima como Madre Nuestra.

María se unió íntimamente a su sacrificio, un sacrificio que implicaba seguir guardando cosas en su corazón. Los 7 Dolores de la Virgen, son varios momentos de la vida de la Virgen María en donde estaba unida a Jesús de un modo particular y único. Lo cual le permitió compartir la profundidad del dolor de su Hijo y el amor de su sacrificio.

María acompaña a Jesús paso a paso

“Hagan lo que Él les diga”. Juan 2, 5. Es Juan quien cuenta la escena de Caná. Él es el único evangelista que ha recogido este rasgo de solicitud materna. San Juan nos quiere recordar que María ha estado presente en el comienzo de la vida pública del Señor. Esto nos demuestra que ha sabido profundizar en la importancia de esa presencia de la Señora. Jesús sabía a quién confiaba su Madre: a un discípulo que la había amado, que había aprendido a quererla como a su propia madre y era capaz de entenderla.

Entre las criaturas nadie mejor que María conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

León XIII, en una Encíclica sobre el Rosario, dice: “Por expresa voluntad de Dios, ningún bien nos es concedido si no es por María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así generalmente nadie puede llegar a Jesús sino por María”.

María es madre de todos los cristianos

“Cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella cabeza, de la que es efectivamente madre según el cuerpo.” San Agustín, De sancta virginitate, 6.

San Lucas, el evangelista que ha narrado con más extensión la infancia de Jesús. Parece como si quisiera darnos a entender que, así como María tuvo un papel de primer plano en la Encarnación del Verbo, de una manera análoga estuvo presente también en los orígenes de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.

Desde el primer momento de la vida de la Iglesia, todos los cristianos que han buscado el amor de Dios, ese amor que se nos revela y se hace carne en Jesucristo, se han encontrado con la Virgen, y han experimentado de maneras muy diversas su maternal solicitud.

 

 

"La Madrecita buena de Dios" Mons. Álvaro del Portillo - A Jesús por María

Mons. Álvaro del Portillo, prelado del Opus Dei, en 1987, en Toshi. 

Acercarse a la Virgen María

Jesús es un camino transitable, abierto a todos. La Virgen María hoy nos lo indica, nos muestra el camino: ¡Sigámosla! Y Tú, Madre Santa de Dios, acompáñanos con tu protección, Amén. Benedicto XVI, Homilia del 01/02/2012.

La Madrecita buena de Dios: Mons. Álvaro del Portillo

Como Prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo en 1987 habló sobre el poder de intercesión de la Virgen María, cuando viajo a la isla de Toshi, frente a la costa de Toba en Japón.

“Ya veis la fuerza de la intercesión de nuestra Madre. Cuando Ella pide, su Hijo Dios no puede decir que no, dice que sí. Ella es la Madrecita buena de Dios y Dios dice que sí a su Madrecita buena. Y esa Madrecita buena de Dios, es Madrecita buena también, que nos hace caso siempre, que nos oye y que nos escucha. Y por eso, cuando estamos en un apuro, cuando estamos con un dolor, con una pena conviene tratar a la Santísima Virgen para que ella, que lo puede todo, interceda ante su Hijo”.

Como buenos hijos debemos amar cada día a nuestra Madre del Cielo; sabemos que Ella es regalo de Jesús, y Dios nos otorga el Inmaculado Corazón de María para nuestra salvación, para acercarnos más a Él.

Oración para pedir la intercesión de la Virgen María

Nos acogemos bajo tu protección, Santa Madre de Dios:
no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestra necesidad,
antes bien sálvanos siempre de todos los peligros,
Virgen gloriosa y bendita.

Bibliografía

Opusdei.org.
“Es Cristo que pasa”, san Josemaría Escrivá.
Corazones.org.
Carta Enciclíca, Redemptoris Missio, 1990, san Juan Pablo II.
Homilia del 01/01/2012, Benedicto XVI.

 

 

Siguen con la Ley del aborto

El Consejo de Ministros dará el visto bueno a un anteproyecto de ley del aborto que, según la ministra Irene Montero, acabará con lo que frenaba en España el “ejercicio del derecho al aborto libre, gratuito y universal”. La propuesta va más allá de la simple modificación de los cambios que introdujo el Gobierno de Rajoy en lo relativo a las menores de edad. Coloca a España lamentablemente entre los países del mundo en los que el aborto se convierte en un derecho cuya práctica libre y gratuita no tendrá ningún freno legal ni moral, lo que supone un profundo desprecio a la dignidad del concebido y no nacido.

Esta nueva reforma de la Ley del aborto da vía libre a las menores de edad para que puedan abortar sin el consentimiento de los padres. Elimina el período de reflexión y la documentación informativa que se daba a la mujer encinta y, entre otras muchas y disparatadas propuestas, endurece las condiciones a los médicos que se acojan a la objeción de conciencia, tanto de la red pública como en la privada.

Pedro García

 

 

 

Los abuelos en nuestro tiempo

“En nuestro tiempo, por las circunstancias sociales en que vivimos, los abuelos están teniendo un gran protagonismo en la vida de las familias. Hay que agradecerlo y hacérselo saber con frecuencia. Están conviviendo muchas horas con los niños, sin que los padres estén presentes, a una edad en que en muchas ocasiones les es muy costoso”. Hay que agradecérselo, porque, aunque lo  hacen con gran amor y con gran alegría, en muchos casos supone un esfuerzo quizá no muy propio de su edad.

El equilibrio es complejo. Que los abuelos sean buenos educadores en todas las facetas de los niños pequeños no es fácil. Y hay que comprenderles. Es una gran falta de Justicia y de cariño las malas formas con las que se reprende a los abuelos ante algunas cosas que nos parecen mal. Tenemos que saber que los abuelos no tienen la obligación de quedarse con los hijos y es de Justicia que los padres tengan un plan B para que ellos puedan descansar en algunas ocasiones.

O sea, no podemos olvidar que los hijos deben ser educados por los padres. Que un fin de semana los abuelos hagan de canguros para que los padres puedan tener un respiro y salir de viaje, es una cosa buena. Que eso suceda con frecuencia, no es una cosa recomendable. Que se  crea la costumbre de comer todos los domingos con los abuelos, no es muy recomendable, aunque a veces sale bien. Es un poco pereza por parte de los padres pero supone aprovechar menos esos momentos tan buenos como son los fines de semana para dar un paseo, salir a una visita cultural, hacer una excursión al monte.

Sí, dirán que eso se puede hacer el sábado y lo otro el domingo o viceversa. Lo que está claro en todo esto es que no hay nada claro. No parece que haya nada decisivo, pero no podemos olvidar lo fundamental: los padres deben dedicar tiempo a los hijos, en la pubertad, en la adolescencia, mientras vivan en casa, y eso lo notan y les sirve.

Jesús Domingo Martínez

 

 

Sin esperanza de paz

El pasado miércoles, 24 de agosto, debería haber sido un día de fiesta en Ucrania, que conmemoraba el 31 aniversario de su independencia de la antigua Unión Soviética. La fecha, sin embargo, coincidió con el sexto mes de la invasión por Rusia, sumido el país en una guerra que ha costado decenas de miles de muertos y la destrucción de buena parte de las ciudades más importantes. Y, lo que acaso sea peor, sin la esperanza de una paz que cada día parece más inalcanzable.

Si las guerras suelen acabar mediante una negociación cuando una de las partes es derrotada militarmente, en el caso de Ucrania no parece que haya visos de un diálogo que abra las puertas a un definitivo alto el fuego. De momento, incluso, el presidente ucraniano, Volodimir Zalenski, ha descartado cualquier tipo de negociación que para él sería una capitulación, mientras que Rusia redobla su empeño por engullir parte del territorio invadido, ahora movida por la sed de venganza tras la muerte en atentado de la hija del ideólogo de la guerra, Alenxander Daguin.

Jesús Martínez Madrid

 

 

¿Qué somos, de dónde venimos y dónde vamos?

 

                                Es el insondable misterio, junto con el de la, “existencia de Dios o Ser Supremo”, que se nos dice Creador de todo, lo que el “hombre o mono humano”, no puede crear; el que a lo sumo, transforma “ese producto universal”, del que tampoco tiene idea, o ideas claras de lo que es y menos de donde procede.

                                De la existencia de ese Dios o Creador único (“no creo que el Universo fuese creado en una asamblea de dioses y por el voto de los mismos) tenemos la evidencia de “lo creado”; puesto que lo que yo no creo, es que alguien y como individuo lo haya visto nunca; puede que “algunos elegidos”, sintieran ciertos e intensos efluvios, que sólo ellos sabrán, pues hasta pudiera ser cierto lo que “aquel monje rebelde” (Martín Lutero) dijera u opinara sobre que… “Los hombres somos marionetas cuyos hilos mueve Dios”; y si es así, el destino (siempre trágico e irremisible) del mono humano, es seguro y llegará a su final, en el tiempo y el espacio, que según la teoría de la reencarnación, es largo-larguísimo, hasta llegar a una perfección, de la que ni se sabe y nadie puede explicar, pero que los creyentes en ello, se afirman, como una esperanza en la que hay que tener fe (mucha) para aceptarla, con la infinita paciencia de que se necesita para ello.

                                Para hacernos una idea, de “estos imposibles”, les copio unos párrafos, de un libro muy interesante, al que ya me he referido en otras ocasiones y creo que me seguiré refiriendo, por la enormidad de datos que el mismo contiene, sobre, “el andar, pensar, escribir y obrar, de esa pobre criatura cuál es, el mono humano; de la que me considero una unidad más”: veamos, que nos dice su autora (es una mujer que aún está viva (1) y en edad fructífera, puesto que la considero con una inteligencia superior) de lo que somos; y de dónde procedemos. Nos dice lo que sigue:

                                “Hace unos 3.800 millones de años en el planeta Tierra, ciertas moléculas se unieron para formar unas estructuras particularmente grandes e intrincadas llamadas organismos vivos. Animales muy parecidos a los seres humanos modernos aparecieron por primera vez hace 2,5 millones de años. Hace 300.000 años, nuestros antepasados domesticaron el fuego. Hace unos 100.000 años, la especie humana conquistó la palabra. Entre el año 3500 y el 3000 a. C., bajo el sol abrasador de Mesopotamia, algunos genios sumerios, anónimos; trazaron sobre el barro, los primeros signos que, superando las barreras temporales y espaciales de la voz, lograron dejar huella duradera del lenguaje”.

                                Así ésta autora nos quiere significar el tiempo infinito que nos antecede, antes de saber escribir y dar testimonio de su idioma, en unas tablillas de arcilla, que afortunadamente aguantaron la desaparición de aquellas primeras “civilizaciones”; que se estima fueron las fuentes de la cultura que “nos sostiene”. Hoy con los “modernísimos” sistemas electrónicos, sus archivos, puede que no aguanten mucho para información de los arqueólogos del futuro; hoy “la chatarra” desaparece y no dejará rastro, ¿“y qué es la moderna electrónica sino chatarra como lo es una lavadora o frigorífico”? Asumamos pues, que, “todo lo que nace, nace para morir y desaparecer, en el tiempo y el espacio infinitos”.

                                Pero en todo ello yo encuentro más misterios; y es que si en esa Creación evolutiva, al perro y a la gallina (por ejemplo) la misma, les da voz o idioma, que les sirve a toda la raza, puesto que un perro, “dice guau, aquí o en China, e igualmente una gallina cacarean lo mismo en cualquier latitud donde las hay”. ¿Por qué entonces, los monos humanos, desarrollaron, miles de idiomas, miles de culturas diferentes, y aún hoy y tras esas inmensas distancias de tiempo y espacio, esa especie (para mí la más dañina y destructiva de todo el planeta, al propio tiempo de la más miserable y desgraciada) sigue en esas luchas que son de exterminio muchas de ellas (puesto que hicieron desaparecer razas y culturas) y en esa especie de, “vivir sin vivir, siempre descontenta e insaciable en no se sabe bien qué y para qué?; tantos afanes y en definitiva, luchas sin sentido alguno de un verdadero avance o progreso de verdad entendible como tal”, puesto que intrínsecamente y salvo, “las tramoyas de los teatros trágicos”, de que nos cuenta la historia; el “mono actual”, es el mismo que los antediluvianos, que clasificaron los “entendidos”, sobre las bases de sus huesos, encontrados en las excavaciones fortuitas, de algunos curiosos que emplearon sus teorías; como los otros que nos hablan de esos millones de años, o de indeterminadas magnitudes de tiempo y espacio, en las que basan sus conclusiones; las que para mí no tienen explicación, por cuanto en realidad todo son teorías, ya que; “coordenadas” que fijen realidades, no las dio ni da nadie.

                                La realidad es simple; o sea, que “no sabemos nada de nada”, que muchos se complican la vida, se amargan e incluso se ahogan o suicidan, por inquietudes que no tienen base alguna; y que es por lo que yo mismo y ya hace muchos años, me consideré “un nada”, que simplemente acepta, “la vida que le han dado, sean los que sean, el autor o autores”; y que ya aguarda ese futuro, con la mayor tranquilidad de que soy capaz de atesorar en mi pobre y miserable ser; pero el que ya hace mucho tiempo que cuando duerme, duerme tranquilo y aún despierto no se altera esa tranquilidad e indiferencia, en la que deduzco está, “el mejor vivir en este miserable planeta”, el que sin embargo, sigue consumiéndose, en ambiciones y vanidades, absurdas, que sienten, en general, “las masas”, pero mucho más agudizadas en “las denominadas élites o clases dominantes”, de los que hay que sentir, más que desprecio total, una lástima infinita, puesto que… “pobrecillos; son otros nada mucho más desgraciados;  y no quieren saberlo”. Amén:

 

(1)Irene Vallejo, en su libro: “El infinito en un junco”, página 290.

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

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