Las Noticias de hoy 27 Agosto 2022

Enviado por adminideas el Sáb, 27/08/2022 - 12:05

100+ Frases de Justicia en la Vida y en las Personas

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    sábado, 27 de agosto de 2022       

Indice:

ROME REPORTS

“Para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él”

“Los adolescentes también son maestros para nosotros”

“Los dolores de la creación. La historia de la criatura como misterio de gestación”

El Papa: “Construir nuestro futuro común exige la búsqueda constante de la paz”

SANTA MÓNICA* : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del sábado: negociar con nuestros talentos

“La religión es la mayor rebeldía del hombre” : San Josemaria

La luz de la fe (I): la luz de la fe: vosotros sois la luz del mundo : Carlos Ayxelà

La Salvación : Luce Bustillo-Schott

Belleza de la Liturgia (8). Un agua no mágica : José Martínez Colín.

¿Son iguales todas las Biblias? ¿Cuál es la diferencia entre una Biblia católica y otra protestante? : P. Miguel A. Fuentes

La crisis social: reflexión teológica sobre las desigualdades : Fernando Verdugo

Evidencia de Dios de la Ciencia: Christian Apologética : Rich Deem

La mejor espada : La hija de Cortés.

Carta a mi amigo Juan Pablo I : Nemesio Rodríguez Lois.

El cariño de padres : Pedro García

La alegría de los jóvenes en Santiago : José Morales Martín

La campaña veraniega : Jesús Martínez Madrid

Ante esa cultura materialista : Jesús Domingo Martínez

Hay vida humana desde la concepción : José Morales Martín

Revientan al Estado no saben gobernar : Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

“Para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él”

Palabras del Santo Padre antes del Ángelus

 

Ángelus, 21 agosto 2022 © Vatican Media

 

 

 

 

 

“Para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él” dice el Papa Francisco en el Ángelus de este domingo, 21 de agosto de 2022.

 

 

 

El Santo Padre reflexiona sobre el Evangelio de este Domingo que dice: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará”. Esto quiere decir, dijo el Papa, que, para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acoger a Él y su Palabra”. “La  puerta estrecha de Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de sí mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz”.

A continuación, siguen las palabras del Papa, al introducir la oración mariana, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje del Evangelio de Lucas de la Liturgia de este domingo, un hombre le pregunta a Jesús: “¿Son pocos los que se salvan?” Y el Señor responde: “Traten de entrar por la puerta estrecha” (Lc 13,24). La puerta estrecha es una imagen que podría asustarnos, como si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos. Pero esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones; de hecho, poco más adelante, Él afirma: “Vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios” (v. 29). Por lo tanto, esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos!

Para entenderlo mejor, hay que preguntarse qué es esta puerta estrecha. Jesús extrae la imagen de la vida de esa época y, probablemente, se refiere a que, cuando llegaba el atardecer, las puertas de la ciudad se cerraban y solo quedaba abierta una, más pequeña y más estrecha: para regresar a casa se podía pasar únicamente por ahí.

Pensemos pues a cuando Jesús dice: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Nos quiere decir que para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acogerlo a Él y su Palabra. Así como para entrar en la ciudad, había que “medirse” con la única puerta estrecha que permanecía abierta, del mismo modo, la vida del cristiano es una vida “a medida de Cristo”, fundada y moldeada en Él. Esto significa que la vara de medir es Jesús y su Evangelio: no lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él. Así que se trata de una puerta estrecha no por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de sí mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz. Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del
amor, incluso cuando supone la cruz.

Pensemos concretamente en esos gestos cotidianos de amor que llevamos adelante con esfuerzo: a los padres que se dedican a los hijos haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos; a los que se ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses; a quien se dedica al servicio de los ancianos, de los más pobres y de los más frágiles; a quien sigue trabajando con esfuerzo, soportando dificultades y tal vez incomprensiones; a quien sufre a causa de la fe, pero continúa rezando y amando; a los que, en lugar de seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza para perdonar y el coraje para volver a empezar. Solo son algunos ejemplos de personas que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, sino la puerta estrecha de Jesús, de una vida entregada en el amor. Estas personas, dice hoy el Señor, serán reconocidas por el Padre mucho más de los que se creen ya salvados y, en realidad, son “los que hacen el mal” (Lc 13,27).

Hermanos y hermanas, nosotros, ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos pero nos vuelve capaces de acoger la verdadera vida que viene de Dios? ¿De qué lado estamos? Que la Virgen, que siguió a Jesús hasta la cruz, nos ayude a medir nuestra vida sobre Él, para entrar en la vida llena y eterna.

 

 

 

“Los adolescentes también son maestros para nosotros”

La economía de Francesco del 22 al 24 de septiembre

 

Economía de Francesco © Vatican Media

Justo a un mes del evento de Asís que contará con la presencia del Papa, la activista tailandesa de la ecología integral Ralyn Satiddtanasarn habla: “Estamos obligados a resolver los errores de los adultos. Gracias al Papa Francisco por llamar la atención sobre estos temas”.

Los jóvenes cada vez más protagonistas en la Economía de Francesco (eof): adolescentes de entre 13 y 17 años y la activista Ralyn Satidtanasarn, participarán en el evento de septiembre.

Luigino Bruni (Director Científico de EoF): “Los adolescentes también son maestros para nosotros”

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Asís (Italia) – No sólo los jóvenes, sino también los adolescentes estarán entre los participantes en el próximo evento global presencial de La Economía de Francisco (The Economy of Francesco, EoF), donde esta nueva comunidad global firmará un Pacto con el Santo Padre por una nueva economía el próximo 24 de septiembre, al final del evento de tres días programado del 22 al 24 de septiembre de 2022 en la Ciudad Seráfica (Asís, Italia).

La comunidad, que en estos tres años no ha dejado de reunirse y trabajar online, está integrada también por una veintena de jóvenes adolescentes de diferentes países, entre ellos Ralyn Satidtanasarn (conocida por su nickname Lilly), una jovencísima activista de la ecología integral de Tailandia que lleva años luchando contra el uso del plástico. Aunque la mayoría de los adolescentes son italianos (provienen del Collegio San Carlo de Milán, del Istituto Maria Ausiliatrice de Lecco y de los Ragazzi Mondo Unito y Nomadelfia, entre otros), también hay jóvenes de: Siria, Vietnam, Tailandia, Eslovaquia y Brasil. Todos tienen entre 13 y 17 años. Chicos y chicas involucrados en iniciativas de desarrollo sostenible como #HambreCero y en temas de ecología integral y lucha contra el cambio climático. También estará presente una joven brasileña, implicada en el proyecto de la Escuela Pacar (PacarSchool), nacida en el seno de EoF.

“Este tiempo”, comentó Luigino Bruni, Director Científico de La Economía de Francisco, “es un tiempo de nuevo protagonismo de los jóvenes y de los adolescentes en particular. Nunca como en los últimos años los más jóvenes se han puesto a la cabeza de la demanda de un cambio radical de la economía y la sociedad, el más radical que se haya exigido en las últimas décadas. Greta Thunberg y la generación de Viernes por el Futuro (Fridays for Future)”, añade Bruni, “han representado la innovación más importante del siglo XXI en términos de cultura medioambiental y de un nuevo modelo de desarrollo. Hoy estos adolescentes están en la frontera del cambio en el mundo, son maestros, ejercen un verdadero magisterio para todos nosotros y estamos particularmente contentos de que los adolescentes, la profecía de Francisco, estén presentes y activos en Eof de manera significativa”.

En la larga entrevista que Ralyn concedió en exclusiva a Marina Rosati, Responsable de Prensa desde Asís para la Economía de Francisco, la joven de 14 años destaca el compromiso de los jóvenes como ella. “Incluso los adolescentes y los niños ya no pueden permitirse el lujo de ignorar el mundo que les rodea. Nos hemos visto obligados a resolver los problemas de los adultos por miedo a no tener un futuro limpio y sostenible. Los adultos deben dejar un mundo mejor a sus hijos y descendientes. Deben tomar medidas concretas para resolver los problemas actuales, como el cambio climático, la contaminación y la desigualdad, y no limitarse a hablar de ellos”.

El compromiso de la joven tailandesa comenzó de niña, como ella misma dice. «De niño, siempre me preocupé y me comprometí con el medio ambiente: como ciudadanos del mundo, todos tenemos una responsabilidad con la sostenibilidad. Aunque entonces sólo tenía ocho años», dice, «traté de hacer lo correcto, reduciendo el plástico y diciendo a mis compañeros de clase y a mi familia que fueran conscientes de su impacto en el medio ambiente”.

Desgraciadamente, el activismo individual no puede hacer mucho, así que decidí abordar el problema de raíz, a nivel empresarial y gubernamental. (….) A principios de 2020, se prohibió el uso de bolsas de plástico de un solo uso en todo el país en más de 70 grandes comercios. Este fue uno de mis logros. Aprendí que los problemas medioambientales afectan a todos, por lo que todos tenemos la responsabilidad de contribuir al cambio».

Para Ralyn, la Eof es “una gran manera de iniciar un diálogo sobre el impacto que los jóvenes pueden tener en el clima» y cuando esté en Asís tiene claro lo que va a decir: “En primer lugar, me gustaría agradecer al Papa Francisco -concluye la entrevista- las enseñanzas y la bondad que ha compartido durante los años de su pontificado. También me gustaría darle las gracias por concienciar a todo el mundo de los problemas actuales del mundo y por apoyar firmemente a los jóvenes como yo para que alcen su voz y sean escuchados por grandes personas, como él, que pueden ayudarnos a marcar la diferencia”.

Asís, 22 de agosto de 2022

  

“Los dolores de la creación. La historia de la criatura como misterio de gestación”

Catequesis del Papa sobre la vejez

© Vatican Media

La audiencia general de esta mañana, miércoles 24 de agosto de 2022, se celebró a las 9:00 horas en el Aula Pablo VI. En su discurso en italiano, el Papa, continuando su catequesis sobre la vejez, centró su meditación sobre el tema: Los dolores de la creación. La historia de la criatura como misterio de gestación (Lectura: Rom 8,22-24). Después de resumir su catequesis en diferentes idiomas, el Santo Padre se dirigió con expresiones particulares de saludo a los fieles presentes. La Audiencia General concluyó con el rezo del Pater Noster y la Bendición Apostólica.

A continuación, sigue la catequesis completa del Papa Francisco:

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Catequesis sobre la vejez: 18. Los dolores de la creación. La historia de la criatura como misterio de la gestación.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el cumplimiento de la gracia que configuró el destino de María, y también ilumina nuestro destino. El destino es el cielo. Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo, quisiera concluir el ciclo de catequesis sobre la vejez. En Occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta en una luz gloriosa; en Oriente se la representa tumbada, rodeada de los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la sostiene en sus manos como a un niño.” La teología siempre ha reflexionado sobre la relación de este singular «supuesto” con la muerte, que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino a la generación de vida para todos nosotros. En el acto divino del reencuentro de María con Cristo resucitado, no sólo se supera la corrupción corporal normal de la muerte humana, sino que se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. De hecho, el destino de la resurrección que nos ocupa es anticipado: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos. El Señor Resucitado es el que fue primero, el que resucitó primero, luego iremos nosotros: este es nuestro destino: resucitar.

Podríamos decir -siguiendo las palabras de Jesús a Nicodemo- que es un poco como un segundo nacimiento (cf. Jn 3,3-8). Si el primero fue un nacimiento en la tierra, este segundo es el nacimiento en el cielo. No es casualidad que el apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, hable de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Así como, en cuanto salimos del vientre de nuestra madre, seguimos siendo nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos al cielo, al espacio de Dios, y seguimos siendo nosotros los que hemos caminado por esta tierra. De la misma manera que le ocurrió a Jesús: el Resucitado sigue siendo Jesús: no pierde su humanidad, su experiencia vivida, ni siquiera su corporeidad, no, porque sin ella ya no sería Él, no sería Jesús: es decir, con su humanidad, con su experiencia vivida.

Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el cumplimiento de la gracia que configuró el destino de María, y también ilumina nuestro destino. El destino es el cielo. Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo, quisiera concluir el ciclo de catequesis sobre la vejez. En Occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta en una luz gloriosa; en Oriente se la representa tumbada, rodeada de los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la sostiene en sus manos como a un niño.

La teología siempre ha reflexionado sobre la relación de este singular “supuesto» con la muerte, que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino a la generación de vida para todos nosotros. En el acto divino del reencuentro de María con Cristo resucitado, no sólo se supera la corrupción corporal normal de la muerte humana, sino que se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. De hecho, el destino de la resurrección que nos ocupa es anticipado: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos. El Señor Resucitado es el que fue primero, el que resucitó primero, luego iremos nosotros: este es nuestro destino: resucitar.

Podríamos decir -siguiendo las palabras de Jesús a Nicodemo- que es un poco como un segundo nacimiento (cf. Jn 3,3-8). Si el primero fue un nacimiento en la tierra, este segundo es el nacimiento en el cielo. No es casualidad que el apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, hable de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Así como, en cuanto salimos del vientre de nuestra madre, seguimos siendo nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos al cielo, al espacio de Dios, y seguimos siendo nosotros los que hemos caminado por esta tierra. De la misma manera que le ocurrió a Jesús: el Resucitado sigue siendo Jesús: no pierde su humanidad, su experiencia vivida, ni siquiera su corporeidad, no, porque sin ella ya no sería Él, no sería Jesús: es decir, con su humanidad, con su experiencia vivida.

La experiencia de los discípulos, a los que se les aparece durante cuarenta días después de su resurrección, nos lo dice. El Señor les muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son la fealdad del desaliento dolorosamente sufrido, ahora son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde su memoria, no abandona su historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. Prometió a sus amigos: “Cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté, estéis también vosotros” (Jn 14,3). Ha ido a preparar un lugar para todos nosotros, y habiendo preparado un lugar vendrá. No sólo vendrá al final por todos, sino que vendrá cada vez por cada uno de nosotros. Él vendrá a buscarnos para llevarnos a Él. En este sentido, la muerte es un poco un peldaño hacia el encuentro con Jesús, que me espera para llevarme a Él.

El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay un lugar para todos, donde se está formando una nueva tierra y se está construyendo la ciudad celestial, la morada definitiva del hombre. No podemos imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá seguir siendo humanos en el cielo de Dios. Nos permitirá participar, con sublime emoción, en la infinita y dichosa exuberancia del acto creador de Dios, cuyas interminables aventuras viviremos en primera persona.

Cuando Jesús habla del Reino de Dios, lo describe como una comida de bodas, como una fiesta con amigos, como el trabajo que hace que la casa sea perfecta: es la sorpresa que hace que la cosecha sea más rica que la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino permite que nuestra sensibilidad disfrute del amor obrero y creador de Dios, y nos pone en sintonía con el destino inédito de la vida que sembramos. En la vejez, queridos amigos, y me dirijo a los “viejos” y a las “viejas”, en la vejez se agudiza la importancia de tantos “detalles” de los que se compone la vida: una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría hospitalaria, un vínculo fiel. Lo esencial de la vida, lo que más apreciamos al acercarnos a la despedida, se nos hace definitivamente claro. Aquí está: esta sabiduría de la vejez es el lugar de nuestra gestación, que ilumina la vida de los niños, los jóvenes, los adultos y toda la comunidad. Los “viejos” debemos ser esto para los demás: luz para los demás. Toda nuestra vida aparece como una semilla que tendrá que ser enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo lo demás en el mundo. No sin dolores de parto, no sin dolor, pero nacerá (cf. Jn 16,21-23). Y la vida del cuerpo resucitado será ciento y mil veces más viva que la que hemos probado en esta tierra (cf. Mc 10,28-31).

El Señor Resucitado, no por casualidad, mientras espera a los Apóstoles junto al lago, asa un poco de pescado (cf. Jn 21,9) y luego se lo ofrece. Este gesto de amor solidario nos permite vislumbrar lo que nos espera al cruzar a la otra orilla. Sí, queridos hermanos y hermanas, sobre todo vosotros, los ancianos, lo mejor de la vida está por ver; «Pero somos viejos, ¿qué más tenemos que ver?». Lo mejor, porque lo mejor de la vida está por ver. Esperemos esta plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame. Que la Madre del Señor y nuestra Madre, que nos ha precedido al cielo, nos devuelva el estremecimiento de la espera porque no es una espera anestesiada, no es una espera aburrida, no, es una espera con estremecimiento: “¿Cuándo vendrá mi Señor? ¿Cuándo podré ir allí?” Un poco de miedo porque este pasaje no sé lo que significa y pasar por esa puerta da un poco de miedo, pero siempre está la mano del Señor que te hace avanzar y una vez atravesada la puerta hay celebración. Tengamos cuidado, queridos “viejos” y queridas “viejas” tengamos cuidado, Él nos espera, sólo un pasaje y luego la fiesta.

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Resumen de la catequesis en lengua española

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre la vejez, y lo hacemos recordando la Asunción de la Virgen María a los cielos. Este misterio se pone en relación con la Resurrección de Jesús, y nos anticipa el destino que nos espera cuando resucitemos. En las llagas de Jesús, que permanecen ya resucitado ―conserva las llagas―, vemos que Él no perdió su humanidad ni la memoria de su vida, ni de su historia. Nosotros, aunque no podemos imaginarnos cómo será la transformación de nuestro cuerpo al resucitar, sabemos que reconoceremos nuestros rostros y las personas que amamos. Nos encontraremos.

Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto. Esto sucederá, aunque no sin tribulación, como lo indica san Pablo al hablar de los dolores de parto que sufre la creación. Pero Jesús nos espera con amor, nos prepara un lugar a la mesa en su Reino, del cual disfrutaremos al pasar a la otra vida. Queridos hermanos, queridas ancianas, queridos ancianos, confiemos en las promesas del Señor, lo mejor de la vida está aún por llegar.

* * *

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que, en el camino de esta vida terrena, sepamos sembrar con gestos de amor y ternura lo que cosecharemos en el Reino de los cielos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

  

El Papa: “Construir nuestro futuro común exige la búsqueda constante de la paz”

A los participantes del Encuentro patrocinado por la Red Internacional de Legisladores Católicos

 

Red Internacional de Legisladores Católicos © Vatican Media

Hoy, jueves, 25 de agosto de 2022, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en Audiencia a los participantes en el Encuentro promovido por la Red Internacional de Legisladores Católicos:

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Discurso del Papa

Su Beatitud,
Sus Eminencias,
Sus Excelencias,
Distinguidas Señoras y Señores,

Me complace dar una cálida bienvenida a todos los presentes en esta reunión de la Red Internacional de Legisladores Católicos. Agradezco al cardenal Schonborn y a la doctora Alting von Geusau sus palabras de saludo, así como a todos los que han organizado este encuentro. También saludo a Su Santidad Ignacio Aphrem II, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Siria, y me alegro de que esté presente con nosotros.

Os habéis reunido para reflexionar sobre el importante tema del avance de la justicia y la paz en la actual situación geopolítica, marcada por los conflictos y la división que afectan a muchas zonas del mundo A este respecto, quiero ofrecer unas breves reflexiones sobre tres palabras clave que pueden ayudar a guiar vuestros debates durante estos días: justicia, fraternidad y paz.

La primera palabra, justicia, definida clásicamente como la voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde, implica, según la tradición bíblica, acciones concretas encaminadas a fomentar las relaciones correctas con Dios y con los demás, de modo que pueda florecer el bien de las personas y de la comunidad En nuestro mundo actual, muchas personas claman por la justicia, en particular los más vulnerables, que a menudo no tienen voz y que esperan que los dirigentes cívicos y políticos protejan, mediante políticas públicas y legislación eficaces En este sentido, pienso, por ejemplo, en los pobres, en los emigrantes y refugiados, en las víctimas de la trata de seres humanos, en los enfermos y ancianos y en tantas otras personas que corren el riesgo de ser explotadas o descartadas por la cultura actual que «usa y tira», la cultura del «usar y tirar» Suyo es el reto de trabajar para salvaguardar y potenciar dentro de la esfera pública esas correctas relaciones que permiten que cada persona sea tratada con el respeto, e incluso el amor, que se le debe Como nos recuerda el Señor «Haced a los demás lo que queráis que os hagan a vosotros» (Mt 7,12; cf. Lc 6,31).

Esto nos lleva a la segunda palabra clave fraternidad En efecto, no puede existir una sociedad justa sin el vínculo de la fraternidad, es decir, sin el sentido de la responsabilidad compartida y la preocupación por el desarrollo integral y el bienestar de cada uno de los miembros de nuestra familia humana Por eso, «una comunidad global de fraternidad basada en la práctica de la amistad social por parte de los pueblos y naciones exige una política mejor, verdaderamente al servicio del bien común» (Carta Encíclica, Fratelli Tutti, 154) Si queremos sanar nuestro mundo, Si queremos sanar nuestro mundo, tan castigado por las rivalidades y las formas de violencia que son fruto del deseo de dominar en lugar de servir, necesitamos no sólo ciudadanos responsables, sino también líderes capaces, inspirados por un amor fraterno dirigido especialmente a los que se encuentran en las condiciones de vida más precarias. Con esta perspectiva, os animo a seguir trabajando, a nivel nacional e internacional, para que se adopten políticas y leyes que traten de afrontar, con espíritu de solidaridad, las numerosas situaciones de desigualdad e injusticia que amenazan el tejido social y la dignidad inherente de todas las personas.

Por último, el esfuerzo por construir nuestro futuro común exige la búsqueda constante de la paz. La paz no es simplemente la ausencia de guerra En cambio, el camino hacia la paz duradera exige la cooperación, especialmente por parte de los que tienen una mayor responsabilidad, en la búsqueda de objetivos que beneficien a todos La paz es el resultado de un compromiso duradero con el diálogo mutuo, La paz es el resultado de un compromiso duradero de diálogo mutuo, de una búsqueda paciente de la verdad y de la voluntad de anteponer el auténtico bien de la comunidad a las ventajas personales En este esfuerzo, vuestra labor como legisladores y líderes políticos es más importante que nunca Porque la verdadera paz sólo puede alcanzarse cuando nos esforzamos, a través de procesos políticos y legislativos con visión de futuro, en construir un orden social fundado en la fraternidad universal y la justicia para todos.

Queridos amigos, que el Señor os permita convertiros en fermento para la renovación de la vida civil y política, en testigos del «amor político» (cf. ibíd., 180 ss.) hacia los más necesitados Que vuestro celo por la justicia y la paz, alimentado por un espíritu de solidaridad fraterna, os siga guiando en el noble empeño de contribuir al progreso del reino de Dios en nuestro mundo.

A vosotros, a vuestras familias y a vuestro trabajo, os imparto mi bendición Y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.

 

 

SANTA MÓNICA*

Memoria

— Oración de Santa Mónica por la conversión de su hijo Agustín.

— Transmitir la fe en la familia. Piedad familiar.

— La oración en familia.

I. El Evangelio de la Misa de hoy nos narra la llegada de Jesús a la ciudad de Naín, acompañado de sus discípulos y de una numerosa muchedumbre. Al entrar, se encontró con un cortejo fúnebre que acompañaba a una viuda, cuyo hijo único llevaban a enterrar. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: No llores. Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron; y dijo: Muchacho, a ti te lo digo, levántate. Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre1. En las almas se obra con frecuencia este milagro: muchos que estaban muertos para Dios vuelven a la Vida.

Durante muchos años, Agustín, hijo de Santa Mónica, estuvo alejado de Dios y muerto a la gracia por el pecado. La Santa, cuya memoria hoy celebramos, fue la madre intachable que con ejemplo, lágrimas y oraciones obtuvo del Señor la resurrección espiritual del que sería uno de los más grandes santos y doctores de la Iglesia. La fidelidad a Dios día a día de Santa Mónica obtuvo también la conversión de su marido Patricio, que era pagano, y ejerció una influencia decisiva en todos aquellos que de alguna manera formaban parte del ámbito familiar. San Agustín resume en estas pocas palabras la vida de su madre: «cuidaba de todos como si realmente fuera madre de todos y servía también a todos como si hubiera sido hija de todos»2.

Santa Mónica estuvo siempre pendiente de la conversión de su hijo: lloró mucho, rogó a Dios insistentemente, y no cesó de pedir a personas buenas y sabias que hablaran con él y trataran de convencerle para que abandonase sus errores. Un día, San Ambrosio, Obispo de Milán, al que había acudido repetidas veces, la despidió con estas palabras que han sido el consuelo de tantos padres y madres a lo largo de los siglos: «¡Vete en paz, mujer!, pues es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas»3. El ejemplo de Santa Mónica quedó grabado de tal modo en el ánimo de San Agustín que años más tarde, quizá recordando a su madre, exhortaba: «procurad con todo cuidado la salvación de los de vuestra casa»4.

La familia es verdaderamente el lugar adecuado para que los hijos reciban, desarrollen, y muchas veces recuperen, la fe. «¡Qué grato es al Señor ver que la familia cristiana es verdaderamente una iglesia doméstica, un lugar de oración, de transmisión de la fe, de aprendizaje a través del ejemplo de los mayores, de actitudes cristianas sólidas, que se conservan a lo largo de toda la vida como el más sagrado legado! Se dijo de Santa Mónica que había sido dos veces madre de Agustín, porque no solo lo dio a luz, sino que lo rescató para la fe católica y la vida cristiana. Así deben ser los padres cristianos: dos veces progenitores de sus hijos, en su vida natural, y en su vida en Cristo y espiritual»5. Y tendrán un doble premio del Señor y una doble alegría en el Cielo.

II. Nunca debe desfallecer la oración por los hijos: es siempre eficaz, aunque a veces, como en la vida de San Agustín, tarden algún tiempo en llegar los frutos. Esta oración por la familia es gratísima al Señor, especialmente cuando va acompañada por una vida que procura ser ejemplar. San Agustín nos dice de su madre que también «se esforzó en ganar a su esposo para Dios, sirviéndose no tanto de palabras como de su propia vida»6; una vida llena de abnegación, de alegría, de firmeza en la fe. Si queremos llevar a Dios a quienes nos rodean, el ejemplo y la alegría han de ir por delante. Las quejas, el malhumor, el celo amargo poco o nada consiguen. La constancia, la paz, la alegría y una humilde y constante oración al Señor, lo consiguen todo.

El Señor se vale de la oración, el ejemplo y la palabra de los padres para forjar el alma de los hijos. Junto a una vida ejemplar, que es una continuada enseñanza, los padres han de enseñar a sus hijos modos prácticos de tratar a Dios, muy especialmente en los primeros años de la infancia, apenas comienzan a balbucear las primeras palabras: oraciones vocales sencillas que se transmiten de generación en generación, fórmulas breves, claramente comprensibles, capaces de poner en sus corazones los primeros gérmenes de lo que llegará a ser una sólida piedad: jaculatorias, palabras de cariño a Jesús, a María y a José, invocaciones al Ángel de la guarda... Poco a poco, con los años, aprenden a saludar con piedad las imágenes del Señor o de la Virgen, a bendecir y dar gracias por la comida, a rezar antes de irse a la cama. Los padres jamás deben olvidar que sus hijos son ante todo hijos de Dios, y que han de enseñarles a comportarse como tales.

En ese clima de alegría, de piedad y de ejercicio de las virtudes humanas, en sus muchas manifestaciones de laboriosidad, sana libertad, buen humor, sobriedad, preocupación eficaz por quienes padecen necesidad... nacerán con facilidad las vocaciones que la Iglesia necesita, y que serán el mayor premio y honor que reciban los padres en este mundo. Por eso el Papa Juan Pablo II exhortaba a los padres a crear una atmósfera humana y sobrenatural en la que pudieran darse esas vocaciones. Y añadía: «Aunque vienen tiempos en los que vosotros, como padres o madres, pensáis que vuestros hijos podrían sucumbir a la fascinación de las expectativas y promesas de este tiempo, no dudéis; ellos se fijarán siempre en vosotros mismos para ver si consideráis a Jesucristo como una limitación o como encuentro de vida, como alegría y fuente de fuerza en la vida cotidiana. Pero sobre todo no dejéis de rezar. Pensad en Santa Mónica, cuyas preocupaciones y súplicas se fortalecían cuando su hijo Agustín, futuro obispo y Santo, caminaba lejos de Cristo y así creía encontrar su libertad. ¡Cuántas Mónicas hay hoy! Nadie podrá agradecer debidamente lo que muchas madres han realizado y siguen realizando en el anonimato con su oración por la Iglesia y por el reino de Dios, y con su sacrificio. ¡Que Dios se lo pague! Si es verdad que la deseada renovación de la Iglesia depende sobre todo del ministerio de los sacerdotes, es indudable que también depende en gran medida de las familias, y especialmente de las mujeres y madres»7. Ellas pueden mucho delante de Dios, y delante del resto de la familia.

III. Si fue tan grata a Dios la oración de una madre, Santa Mónica, ¡cómo será la de la familia entera, rezando por unos mismos fines! «La plegaria familiar escribe el Papa Juan Pablo II- tiene unas características propias. Es una oración “hecha en común”, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos (...). A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las cuales el Señor promete su presencia: En verdad os digo que si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os la otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt 18, 19 ss.)»8. Los miembros de la familia se unen, entre sí y con Dios, con más fuerza mediante la oración en común.

Esta plegaría tiene como contenido esencial la misma vida de familia: «alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversario de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deberán también señalar el momento favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y la responsabilidad de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vivificadas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración»9.

El centro de la familia cristiana debe estar puesto en el Señor. Por eso, cualquier acontecimiento o circunstancia que, con solo una visión humana, sería incomprensible es interpretado como algo permitido por Dios, algo que redundará siempre en bien de todos. Así, la enfermedad o la muerte de una persona querida, el nacimiento de un hermano minusválido o cualquier otra prueba son advertidos con relieve de eternidad y no llevan al desaliento o a la amargura, sino a confiar más en el Señor y a abandonarse del todo en sus brazos. Él es Padre de todos.

En el día de hoy pedimos a Santa Mónica la constancia que ella tuvo en la oración y que ayude a todas las familias a conservar ese tesoro de la piedad familiar, aunque en muchos lugares el ambiente y las costumbres que se van extendiendo no sean favorables. Esta situación, por el contrario, nos ha de llevar a todos a un mayor empeño en que Dios sea realmente el centro de todo hogar, comenzando por el nuestro. Así la vida de familia será un anticipo del Cielo.

1 Lc 7, 11-17. — 2 San Agustín, Confesiones, 9, 9, 21. — 3 Ibídem, 3, 12, 21. — 4 ídem, Sermón 94. — 5 Juan Pablo II, A los obispos de Chile en visita «ad limina», 10-III-1989. — 6 San Agustín, Confesiones 9, 9, 19. — 7 juan Pablo II, En la inauguración del seminario de Augsburgo, 4-V-1987. — 8 ídem, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, 59. — 9 Ibídem.

Santa Mónica nació en Tagaste (África) el año 331, de familia cristiana. Muy joven, fue dada en matrimonio a un hombre pagano llamado Patricio, del que tuvo varios hijos, entre ellos Agustín, cuya conversión consiguió de la misericordia divina con muchas lágrimas y oraciones. Es un modelo acabado de madre cristiana. Murió en Ostia (Italia) el año 387.

 

 Evangelio del sábado: negociar con nuestros talentos

Comentario del sábado de la 21.ª semana del tiempo ordinario. “A cada uno según su capacidad”. Dios no deja a nadie sin talentos, pero esos talentos son reflejo de su amor personal por cada uno de nosotros. En nuestras manos está trabajarlos para que den fruto abundante.

27/08/2022

Evangelio (Mt 25,14-30)

Porque es como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó. El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue, hizo un agujero en la tierra y escondió el dinero de su señor.

Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Cuando se presentó el que había recibido los cinco talentos, entregó otros cinco diciendo: «Señor, cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco talentos». Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». Se presentó también el que había recibido los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos talentos». Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». Cuando llegó por fin el que había recibido un talento, dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo». Su amo le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he sembrado y que recojo donde no he esparcido; por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera recibido lo mío con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez.

Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes.


Comentario

La parábola que nos recuerda el evangelio de la misa de hoy nos empuja a considerar algunos aspectos sobre los dones de Dios y sobre nuestra correspondencia. Nadie puede decir que carezca por completo tanto de dones humanos como de gracias divinas. Y en esto es muy importante no compararse con los demás, pensando que se haya hecho con nosotros una injusticia por no tener lo que pensamos que otros tienen. Cada uno de nosotros es irrepetible, cada uno de nosotros es objeto de un amor personal por parte de Dios.

Nuestra propia historia, que Dios tiene presente, entera, ante su vista, hace que se pueda hablar de unas capacidades: aquellas con las que comenzamos a caminar, por así decir, y aquellas que vamos fomentando o cercenando a lo largo del camino a través de nuestras decisiones. Y esto es algo precioso para considerar: que nuestra vida no está escrita, que somos realmente protagonistas de ella, que la presencia de Dios en nosotros, iluminando, sugiriendo, empujando, capacitando, consolando, sanando, es lo que nos permite llevar el timón, ser realmente protagonistas de nuestra existencia.

La grandeza de la persona humana no equivale a los dones recibidos. Hay personas que han recibido mucho y han correspondido mucho, pero también hay personas que han recibido mucho y han correspondido muy poco, del mismo modo que hay personas que han recibido menos y han correspondido mucho. En todo caso, ese poco y ese mucho en los dones recibidos no puede ser valorado con nuestra forma habitual de medir y valorar las cosas. Porque lo que hace grande al hombre y lo que transforma el mundo es la fe que obra por el amor. Y esto es lo que le faltaba al que había recibido un talento.

Todos somos capaces de amar. La vida misma nos va ayudando a discernir cuáles son nuestros talentos y hasta dónde podemos aspirar con ellos en cada momento. Pero al amor siempre podemos aspirar, y sin medida. Porque el amor no tiene límites. Es más, Dios potencia nuestros talentos según la medida de nuestro amor. Por eso, es vital no despreciar lo que está en nuestra mano hacer, aunque nos pueda parecer pequeño en comparación con lo que otros hacen. Nuestro camino es personal: en nuestras manos está el hacerlo grande, porque depende del corazón con el que lo recorramos.

 

 

“La religión es la mayor rebeldía del hombre”

Hoy, cuando el ambiente está lleno de desobediencia, de murmuración, de trapisonda, de enredo, hemos de amar más que nunca la obediencia, la sinceridad, la lealtad, la sencillez: y todo, con sentido sobrenatural, que nos hará más humanos. (Forja, 530)

27 de agosto

La religión es la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma -no se aquieta- si no trata y conoce al Creador. Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero -¡nos quiere Cristo!- hijos de Dios. Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida. O hijos de Dios o esclavos de la soberbia, de la sensualidad, de ese egoísmo angustioso en el que tantas almas parecen debatirse.

El Amor de Dios marca el camino de la verdad, de la justicia, del bien. Cuando nos decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas. Y la libertad -tesoro incalculable, perla maravillosa que sería triste arrojar a las bestias- se emplea entera en aprender a hacer el bien. (Amigos de Dios, 37-38)

 

 

La luz de la fe (I): la luz de la fe: vosotros sois la luz del mundo

La fe es un regalo de Dios que nos cambia la vida. La serie de editoriales que ahora comenzamos con el título “La luz de la fe” —dirigida a creyentes, vacilantes y no creyentes abiertos a Dios— desea ayudar a descubrirlo, y a compartir el hallazgo.

 

09/07/2017

«El pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; para los que yacían en región y sombra de muerte una luz ha amanecido» (Mt 4,16). De la mano del profeta Isaías, san Mateo presenta bajo el signo de la luz el inicio de la actividad apostólica del Señor en Galilea, tierra de transición entre Israel y el mundo pagano. Jesús, como profetizaba el anciano Simeón décadas antes con el Niño entre sus brazos, es «luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). Lo dirá el Señor de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Con la luz de la fe, con la luz que es Él, la realidad adquiere su verdadera profundidad, la vida encuentra su sentido. Sin ella, al final parece que «todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija»[1].

Son muchas las personas que, a veces sin saberlo, buscan a Dios. Buscan su felicidad, que solo pueden encontrar en Dios, porque su corazón está hecho por Él y para Él. «Ya estás tú en sus corazones —reza San Agustín—, en los corazones de los que te confiesan, y se arrojan en ti, y lloran en tu seno a vista de sus caminos difíciles (…) porque eres tú, Señor, y no un hombre de carne y sangre; eres tú, Señor, que los hiciste, quien los restablece y consuela»[2]. Sin embargo, también hay quienes esperan encontrar la felicidad en otra parte, como si el Dios de los cristianos fuera un competidor de sus ansias de felicidad. En realidad, le están buscando a Él: se encaran solo «con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina»[3].

SON MUCHAS LAS PERSONAS QUE, A VECES SIN SABERLO, BUSCAN A DIOS: SU CORAZÓN ESTÁ HECHO POR ÉL Y PARA ÉL.

—«¿Crees tú en el Hijo del Hombre?» —pregunta Jesús al ciego de nacimiento, que ha recobrado ya la vista. —«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» (Jn 9,35s). En todos los rincones del mundo hay hombres y mujeres que, en el fondo de la indiferencia u hostilidad que puedan mostrar hacia la fe, esperan quien les indique dónde está Dios, dónde está el que puede iluminar sus ojos y saciar su sed. Retratan bien su situación unas palabras que san Ireneo escribe sobre Abrahán: «Cuando, siguiendo el ardiente deseo de su corazón, peregrinaba por el mundo preguntándose dónde estaba Dios, y comenzó a flaquear y estaba a punto de desistir en la búsqueda, Dios tuvo piedad de aquel que, solo, le buscaba en silencio»[4]. A cada uno de ellos debemos llegarnos los cristianos, con el convencimiento humilde y sereno de que sabemos de Aquel a quien buscan (cfr. Jn 1,45s; Hch 17,23), aunque también nosotros constatemos tantas veces que aún no le conocemos bien. A todos los cristianos el Señor nos dice: «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14); «dadles vosotros de comer» (Mt 14,16).

Levadura de esta masa

El Evangelio «es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar»[5], porque alcanza a «iluminar toda la existencia del hombre»[6], a diferencia de los saberes humanos, que solo consiguen esclarecer algunas dimensiones de la vida. Sin embargo, esta luz que «brilla en las tinieblas» (Jn 1,5) se encuentra con frecuencia con la frialdad de un mundo que tiene por real solamente lo que se puede ver y tocar, lo que se deja ver a la luz de la ciencia o del consenso social. Por una inercia cultural de siglos, la fe se percibe a veces como «un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás»[7].

Sin embargo, también aquí hay motivos para el optimismo. Benedicto XVI constataba ya hace unos años cómo la ciencia ha empezado a tomar conciencia de sus límites: «muchos científicos dicen hoy que de alguna parte tiene que venir todo, que debemos volver a plantearnos esa pregunta. Con ello vuelve a crecer también una nueva comprensión de lo religioso, no como un fenómeno de naturaleza mitológica, arcaica, sino a partir de la conexión interior del Logos»[8]: poco a poco va quedando atrás la idea, demasiado simple, de que creer en Dios es un recurso para cubrir lo que no sabemos. Se abre camino una concepción de la fe como la mirada que logra dar mejor cuenta del sentido del mundo, de la historia, del hombre y, a la vez, de su complejidad y misterio[9].

EL EVANGELIO «ES UNA RESPUESTA QUE CAE EN LO MÁS HONDO DEL SER HUMANO. ES LA VERDAD QUE NO PASA DE MODA PORQUE ES CAPAZ DE PENETRAR ALLÍ DONDE NADA MÁS PUEDE LLEGAR» (PAPA FRANCISCO)

Estas nuevas perspectivas traen consigo un desafío para la teología, la catequesis y, en definitiva, el apostolado personal: «la religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en este gran contexto y encontrar así nuevas formas de expresión y de comprensión. El hombre de hoy no comprende ya sin más que la sangre de Cristo en la cruz es expiación por sus pecados (…); se trata de fórmulas que hay que traducir y captar de nuevo»[10]. En efecto, es tarea de la teología no solo profundizar en los distintos aspectos de la fe, sino también acercar cada generación al Evangelio. La teología y la catequesis no deben contemporizar, en el sentido de rebajar la fe a las miopías de cada época, pero están llamadas a hacer contemporáneo a Cristo: a acoger las inquietudes, el lenguaje y los desafíos de cada momento, no como un mal menor, sino como la materia y el ambiente en que Dios espera que hagamos un pan sabroso, un pan para alimentar a todos (cfr. Mt 14,16). «Fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. Es cierto podrán existir “harinas” mejores, pero el Señor nos invitó a leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan. No desde la defensiva, no desde nuestros miedos sino con las manos en el arado, ayudando a hacer crecer el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña»[11].

La atención a la sensibilidad del presente no viene a añadirse desde fuera a la fidelidad al Evangelio, sino que forma parte esencial de ella. Para proteger la fe, para vivirla con sentido, y para ir por todo el mundo enseñándola (cfr. Mc 16,15), se hace necesario recibirla hoy de nuevo, percibirla y hacer que los demás la perciban como lo que verdaderamente es: un don de Dios que nos cambia la vida, que la llena de luz. «Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe»[12]. El esfuerzo por mostrar esa luz y calor de la fe está transido de una solicitud sincera por hacerse cargo de las perplejidades y las dudas de nuestros coetáneos, sin considerarlas de antemano como impertinencias o complicaciones. Así uno se pone en mejores condiciones de encontrar, en cada caso, las palabras adecuadas. Hay personas, escribía San Josemaría, «que no saben nada de Dios..., porque no les han hablado en términos comprensibles»[13]. Cuando alguien no entiende, puede ser porque quien les habla tampoco ha comprendido lo que explica, o no se ha hecho cargo de sus inquietudes, y habla, quizá sin querer, de un modo abstracto y despegado. A la vez, es bueno no olvidar que «nunca podremos convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo fácilmente comprendido y felizmente valorado por todos. La fe siempre conserva un aspecto de cruz (…). Hay cosas que solo se comprenden desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos»[14].

Los católicos pueden verse a veces criticados como gente de miras estrechas, por el hecho de que no se pliegan a ciertos postulados que el mundo da por buenos. Sin embargo, si no dejan que les invada el miedo o el resentimiento ante las descalificaciones, si procuran desentrañar la inquietud o la herida que late en una respuesta airada, si no se cansan de pensar nuevos modos de dar cuenta de su visión del mundo, de hecho serán reconocidos, cada uno a su nivel, como personas con «amplitud de horizontes (…); una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento (…); una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[15].

EL LENGUAJE QUE MUEVE NO ES NECESARIAMENTE EL DEL GRAN ORADOR, SINO EL DE QUIEN HABLA, DESDE SU MODO DE SER, CON SUS PALABRAS, DE SU EXPERIENCIA DE LA FE.

La serie de editoriales que ahora inicia se propone ilustrar cómo la fe responde a las aspiraciones más profundas del corazón del hombre del siglo XXI, cómo Cristo, en enseñanza del Concilio Vaticano II, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»[16]. Se quiere prestar atención a las dificultades que muchas personas encuentran —incluso cristianos con buena formación— para comprender el sentido de determinados aspectos de la fe, y para explicarlos a otros cuya fe se ha enfriado, o que querrían acercarse a ella. Se dirige, por tanto, a un público amplio: creyentes, vacilantes y no creyentes con apertura, quizá latente, a la fe. Las distintas cuestiones se abordan sin pretensión de exhaustividad, centrando el esfuerzo en recuperar accesos, en trazar nuevos caminos hacia puntos que pueden resultar menos claros hoy: mostrando, en fin, cómo la fe ilumina la realidad, y cómo se puede vivir la propia vida bajo esa luz. ¿Qué significa para mi vida, por ejemplo, que Jesucristo haya resucitado, o que Dios sea una Trinidad de personas? ¿En qué sentido la fe en la creación cambia la visión de la realidad? ¿Si el más allá no es un lugar físico, cómo pensar que sea tan real como el suelo que piso?

Donde está tu síntesis

Quien sigue un partido de tenis por la televisión no mejora con eso su forma física o su técnica: solo al jugar en la cancha entran en movimiento la técnica, el estilo, el golpe. De modo análogo, la formación doctrinal no se limita al acopio de conocimientos o de argumentos. Nos podemos beneficiar mucho de lo que leemos o estudiamos, pero no basta con retener: es necesario elaborar una comprensión propia de las cosas, hacerlas nuestras. «El estudio de la teología, no rutinario ni simplemente memorístico, sino vital, ayuda en gran medida a que lleguen a ser plenamente connaturales a la inteligencia las verdades de nuestra fe y a aprender a pensar en la fe y desde la fe. Sólo así se está en condiciones de valorar las múltiples cuestiones, en ocasiones complejas, que suscitan las ocupaciones profesionales y el desarrollo de la sociedad en su conjunto»[17].

La caridad, el amor fraterno, por el que vemos en cada hombre un hermano, es sin duda el testimonio más auténtico y luminoso de la fe: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,35). Cuando una persona se sabe querida de verdad, sin reservas, adivina el Amor de quien «nos amó primero» (1 Jn 4,19), un Amor que no es de este mundo, porque pasa por encima de tantas cosas —errores, antipatías, timidez, desconocimiento— que en el mundo llevan a la gente a ignorarse o a despreciarse. «A Dios se le puede ver con el corazón: la simple razón no basta»[18]: si la caridad, que habla al corazón, hace visible a Dios, su falta desdibuja su presencia en el mundo, y deslegitima al evangelizador; hace de él un falso profeta (Cfr. Mt 7,15). Sin embargo, la autenticidad que se espera hoy de un cristiano no se limita al testimonio de la caridad: se refiere también, en una medida importante, al modo personal y natural en que habla de Dios. Si uno tiene el hábito de pensar y de explicarse su propia fe, si ese diálogo interior nutre su oración y se nutre de ella, al hablar de Dios no transmitirá solo nociones teológicas o doctrinales: hablará de su experiencia, la de alguien que vive con Él y de Él. Por contraste, decía san Agustín, «pierde el tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior»[19]. Escuchar la Palabra de Dios es dejar que modele nuestro modo de pensar, de hablar, de vivir; que ilumine nuestras situaciones, intereses, encuentros; que se haga, en definitiva, nuestra.

LAS IDEAS DE OTROS PUEDEN AYUDARNOS MUCHO, PERO NO BASTA CON HACER ACOPIO DE ELLAS SI QUEREMOS HABLAR DE CORAZÓN A CORAZÓN.

«Donde está tu síntesis, allí está tu corazón», escribe el Papa, parafraseando una frase del Señor (cfr. Mt 6,21): «la diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón»[20]. El lenguaje que mueve no es necesariamente el del gran orador, sino el de quien habla, desde su modo de ser, con sus palabras, de su experiencia de la fe. Por eso la formación doctrinal no está llamada a discurrir en un sector de nuestro saber, aislado del resto, sino a dialogar con todo lo que vivimos y somos, de modo que aun tomando tantas formas como personas, se pueda reconocer el mismo Espíritu en todas ellas. Así lo vemos en los santos, que nos hablan de Dios de mil modos, y así sucede con tantos santos escondidos. Si cada época —hoy quizá más— tiene sus Babeles, marañas de voces enfrentadas o discordantes (cfr. Gn 11,1-9), la pluralidad de lenguas del Espíritu Santo sigue ensanchándose en una «nueva Pentecostés»[21] allí donde hay cristianos que le escuchan, porque «si el Espíritu Santo no da interiormente la inteligencia, el hombre trabaja en vano (...): si el Espíritu Santo no acompaña el corazón del que oye, será inútil la palabra del doctor»[22].

Intenta beber de tu propia fuente

Se ha dicho que la cultura es lo que queda cuando uno olvida lo que estudió: es aquello que crece al cultivar la tierra de nuestra alma. «Nuestra formación no termina nunca»[23], solía decir san Josemaría: es necesario estudiar durante toda la vida, y hacerlo con la mentalidad evangélica y evangelizadora del agricultor (cfr. Mt 13,3-43). El cultivo es un trabajo paciente y sostenido, pero lleno de gratificaciones, cuando salen los primeros brotes, y cuando llegan los frutos. Junto al diálogo con Dios en la oración, y la disposición a conversar con los demás, facilita mucho ese cultivo la reflexión personal, por la que se adquiere una voz propia, auténtica, abierta. En ese diálogo interior, es necesario arar, sembrar, regar: ir dando forma a las ideas, buscar las palabras, aunque a veces salgan solo balbuceos. Las ideas de otros pueden ayudarnos mucho, pero no basta con hacer acopio de ellas si queremos hablar de corazón a corazón.

No se trata, pues, solamente de saber cosas, según una noción meramente cuantitativa del saber, sino de adquirir y renovar una mirada penetrante y apasionada sobre la realidad en toda su amplitud, es decir, con los demás y con Dios. La comprensión de la fe es tarea para cada uno, con sus modos: la profesora universitaria, el trabajador manual, la asistenta social, el auditor. Esta tarea intransferible no se añade al interés por conocer la fe, sino que le da forma: es una actitud por la que uno procura hacer suyo lo que oye, no solo en las obras, sino también en las ideas, en el lenguaje. «Soy un hombre de este tiempo si vivo sinceramente mi fe en la cultura de hoy, siendo uno que vive con los medios de comunicación de hoy, con los diálogos, con las realidades de la economía, con todo, si yo mismo tomo en serio mi propia experiencia e intento personalizar en mí esta realidad. Así estamos en el camino de hacer que también los demás nos entiendan. San Bernardo de Claraval, en su libro de reflexiones a su discípulo el Papa Eugenio, dijo: intenta beber de tu propia fuente, es decir, de tu propia humanidad. Si eres sincero contigo mismo y empiezas a ver en ti qué es la fe, con tu experiencia humana en este tiempo, bebiendo de tu propio pozo, como dice san Bernardo, también puedes decir a los demás lo que hay que decir»[24].

AUNQUE EL CRISTIANO TIENE LA RESPONSABILIDAD DE DEFENDER LA FE, SU ESPÍRITU DE FONDO NO ES EL DE QUIEN RECUPERA UN ESPACIO PERDIDO, SINO EL DE QUIEN SE SABE PARTE DE UNA SERENA CONQUISTA.

Quien se conduce así aprende de todas las conversaciones, no se arredra ante las objeciones, sino que las acepta como retos para comprender mejor su propia fe, para hacerse cargo de cómo piensan los demás, para percibir con ellos sus vértigos. Quien vive así escucha mucho, aprende con todos y de todos; concibe el diálogo, más que como una lucha por afianzar posiciones y rebatir argumentos, como un baile, en el que todo puede cooperar a esclarecer la realidad, aunque no sea siempre por la línea recta. «Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo»[25].

Aunque el cristiano tiene la responsabilidad de defender la fe, su espíritu de fondo no es el de quien recupera un espacio perdido, sino el de quien se sabe parte de una serena conquista. Sabemos dónde está la felicidad que busca nuestro corazón y el de todos los hombres y mujeres. Y la buscamos con ellos: «de ti piensa mi corazón: “Busca su rostro”» (Sal 27,8). Qué paz nos da esa certeza, para dialogar con todos, como hermanos que buscan a quien yo busco, que comparten conmigo mucho más de lo que piensan; para crecer con ellos, sabiendo que a su tiempo se hará la luz: nuestros amigos descubrirán «ubi vera sunt gaudia», dónde se encuentra la verdadera alegría[26], y nosotros lo redescubriremos con ellos.

Carlos Ayxelà

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Lecturas para profundizar

Sigue una lista, no exhaustiva, de libros, artículos y documentos acerca del modo de hablar de la fe hoy. Se indican en primer lugar algunos textos del Magisterio reciente y de otros organismos de la Iglesia, y después textos de otros autores. En las próximas entregas de esta serie se indicarán también textos específicos sobre los respectivos temas.

Francisco, Enc. Lumen Fidei, 29-VI-2013.

Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, 24-XI-2013, esp. capítulo 3, “El anuncio del evangelio”.

Francisco, Catequesis en el Año de la Fe, de marzo a diciembre 2013 (disponibles en vatican.va)

Benedicto XVI, Catequesis en el Año de la Fe (octubre 2012 – febrero 2013, disponibles en vatican.va; p.ej. “¿Cómo hablar de Dios?”, 28-XI-2012 [leer]; “El deseo de Dios”, 7-XI-2012 [leer]).

San Juan Pablo II, Carta Ap. Novo Millennio Ineunte, 6-I-2001 (leer)

San Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo (marzo 1985 – noviembre 1997, disponibles en vatican.vapdb)

Beato Pablo VI, Ex. Ap. Evangelii Nuntiandi, 8-XII-1975 (leer).

Catecismo de la Iglesia Católica (vatican.vaintratext) y Compendio del Catecismo (ebook)

Consejo Pontificio de la Cultura ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa, Valencia: Edicep, 2005 (leer).

Consejo Pontificio de la Cultura La vía pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo (leer).


Babendreier, J. La fe explicada hoy, Rialp, 2016 (The Faith Explained Today: Popular Edition)

Barron, R. Catolicismo: un viaje al corazón de la fe, Doubleday, 2013; disponible también en dvd (Catholicism: a Journey to the Heart of the Faith).

Biffi, G. Corso inusuale di catechesi (3 vols.) Elledici, 2006.

Burggraff, J. “La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna”, en Burggraff, J. La transmisión de la fe en la sociedad postmoderna y otros escritos, Eunsa, 2015 (disponible en opusdei.org).

Chaput, Ch. Strangers in a Strange Land. Living the Catholic Faith in a Post-Christian World, Henry Holt, 2017.

Dolan, T. – Allen J. Un pueblo de esperanza. Conversaciones con Timothy Dolan, Palabra, 2015 (A People of Hope. The Challenges facing the Catholic Church and the Faith that can save it).

Hadjadj, F. La suerte de haber nacido en nuestro tiempo, Rialp, 2016 (L’aubaine d’être né en ce temps).

Hadjadj, F. ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de evangelización, Nuevo Inicio, 2013 (Comment parler de Dieu aujourd’hui? Anti-manuel d’évangelisation).

Hahn, S. La evangelización de los católicos. Manual para la misión de la Nueva Evangelización, Palabra, 2014 (Evangelizing Catholics).

Hahn, S. - Socías, J. La fe cristiana explicada. Introducción al catolicismo, Edibesa - MTF, 2015 (Introduction to Catholicism for Adults)

Ivereigh, A. - De la Cierva, Y. Cómo defender la fe sin levantar la voz. Respuestas civilizadas a preguntas desafiantes, Palabra, 2016 (Ivereigh, A. - Lopez, K. J. How to Defend the Faith without Raising your Voice).

San Josemaría, “Sed amigos sinceros y realizaréis un apostolado y un diálogo fecundos”, ABC, 17-V-1992 (leer).

Knox, R. El Credo a cámara lenta, Palabra, 2000 [3ª ed.] (The Creed in Slow Motion).

Lewis, C.S. Mero cristianismo, Rialp, 1995 (Mere Christianity).

Mora, J.M. “10 claves para comunicar la fe”.

Ratzinger, J. Dios y el mundo: creer y vivir en nuestra época, Galaxia Gutenberg, 2002 (Gott und die Welt. Glauben und Leben in unserer Zeit).

Ratzinger, J. “La nueva evangelización”, Conferencia en el Congreso de Catequistas y Profesores de Religión, Roma 10-XII-2000 (leer).

Trese, L.J. La fe explicada, Rialp, 2014 [28ª ed.] (Faith Explained).


[1] Francisco, Enc. Lumen Fidei (29-VI-2013), 3.

[2] San Agustín, Confesiones V.2.2.

[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 179.

[4] San Ireneo de Lyon, Demostración de la predicación apostólica, 24 (Sources Chrétiennes 406, 117).

[5] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium (24-XI-2013), 265.

[6] Francisco, Lumen Fidei, 4.

[7] Francisco, Lumen Fidei, 4.

[8] Benedicto XVI, Luz del mundo, Herder, Barcelona 2010, 145.

[9] Cfr. Benedicto XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12-IX-2006.

[10] Benedicto XVI, Luz del mundo, 145.

[11] Francisco, Homilía, 2-II-2017.

[12] San Josemaría, Camino, 575.

[13] San Josemaría, Surco, 941.

[14] Francisco, Evangelii Gaudium, 42.

[15] Surco, 428.

[16] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et Spes (7-XII-1965), 22.

[17] Javier Echevarría, Carta Pastoral con ocasión del Año de la Fe (29-XI-2012), 35.

[18] Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, La esfera de los libros, Madrid 2007, 121.

[19] San Agustín, Sermón 179, 1.1.

[20] Francisco, Evangelii gaudium, 143.

[21] Surco, 213. Cfr. Hch 2,1-13.

[22] Santo Tomás de Aquino, Super Evangelium S. Ioannis, 14.6.

[23] San Josemaría, notas de una reunión familiar, 18-VI-1972 (citado en J. Echevarría, Carta sobre la nueva evangelización, 2-X-2011).

[24] Benedicto XVI, Discurso, 26-II-2009 (cfr. San Bernardo, De consideratione libri quinque ad Eugenium tertium, II.3.6. [PL 182, 745]).

[25] Francisco, Evangelii gaudium, 142.

[26] Misal Romano, domingo XXI del tiempo ordinario, oración colecta.

 

La Salvación

«Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia… Despojaos del hombre viejo con todas sus obras, y vestíos del nuevo» (Col 3,5-10).

«¿Qué hay de noble si soportáis el sufrimiento cuando lo merecéis? Pero si lo soportáis cuando hacéis el bien, eso sí es agradable ante Dios. Pues para esto fuisteis llamados, porque también Cristo sufrió por vosotros dejándonos ejemplo para que le imitéis». (1Pe 2, 20-21)

«Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran» (Mt 7,13-14).

¿»De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma ¨?. (Mt 16,26). Salvar nuestras almas es el mayor anhelo del hombre y es el mayor deseo de nuestro Señor. Quienes elegimos apostarle todo al rescate de nuestras familias y no nos dejamos tentar por la salida que el mundo ofrece del divorcio e uniones sucesivas, sino que creemos que trabajar por la familia unida por Dios es nuestra misión, a veces somos incomprendidos. Cuando uno de los cónyuges ha decidido dejar al otro y reemplazarlo por una tercera persona, no dejan de haber voces que alientan a que el cónyuge abandonado busque otra pareja también para cubrir el vacío.

Quienes creemos en el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo, con su «no» rotundo al divorcio, estamos llamados a perseverar en la fe y esperanza por el rescate en Jesús de las almas de los hijos pródigos, es decir de quienes se alejan de sus mandatos, comprendiendo que nosotros también tendremos que revisar nuestras actuaciones permanentemente a la luz del evangelio para actuar con caridad.

En medio de las incomprensiones del mundo a nuestras actuaciones, nos enfrentamos a que se nos tilde de masoquistas porque el camino que hemos elegido causa sufrimiento. Nosotros hemos entendido que lo que se hace por amor a Dios y a sus leyes, aunque a veces cause dolor, tenemos que unirlo a la cruz bendita de Jesús y se transformará en gracia para nosotros y para las personas por quienes luchamos por rescatar para Dios. Comprendemos que quienes han elegido caminos distintos a los planteados por Dios, aunque aparentemente puedan parecer muy felices, sabemos que es una felicidad mundana y vacía que los separa del amor de Dios y la salvación de sus almas. Nosotros que hemos elegido el camino estrecho, el camino de la cruz, el camino de la salvación eterna, sabemos que sólo así podremos disfrutar algún día de la presencia de Dios y vivir una vida eterna unidos a los santos y a los ángeles en el cielo y esa es nuestra verdadera misión y razón de esta vida terrena.

Conscientes que esta vida es pasajera y que estamos llamados a la santidad para la salvación de nuestras almas, solo hay un verdadero secreto para lograrlo, vivir el presente dentro de la voluntad de Dios haciendo el bien y viviendo en el amor y en comunión con Dios. Agradar a Dios en todo lo que hacemos, nuestras acciones, en hechos y palabras con un corazón totalmente desprendido, sencillo, limpio y con mucha humildad. Para lograr el deseo que Dios quiere para nosotros «caminar en santidad, y salvar nuestras almas», se requiere de voluntad, decisión y sobre todo plena confianza en Dios. Así sabremos que si no podemos elegir por los demás, en las circunstancias que hoy viven llevando vidas apartadas privándose del amor de Dios y poniendo en peligro la salvación de sus almas, sólo nos queda hacer bien nuestro trabajo diario, atender bien a nuestros hijos, servir a los demás y viviendo en el amor que Dios nos esta permitiendo vivir y seguir siendo perseverantes en nuestras oraciones pidiendo a Dios por nuestra conversión y la de nuestros cónyuges e hijos con la certeza que sólo Dios conoce y sabrá llegar a los corazones hoy endurecidos por el pecado, que los ha alejado de Él y de nosotros.

Sabemos que no es fácil y que es estrecho el camino pero les aseguro que vale la pena seguirlo porque estamos siguiendo a Aquel que entrego Su vida por amor a nosotros y que lo menos que podemos hacer nosotros es entregarle a Él nuestra vida, la de nuestros esposos e hijos en Sus manos, viviendo el amor como nos enseñó, con esperanza en que recibiremos lo que tanto anhelamos en el momento perfecto, que Dios disponga, y al final podremos decir: «valió la pena porque veremos la salvación de nuestras familias». «Cree en el Señor Jesús y serás salvo tú y tu familia» (Hch 16,31) Pidamos a nuestra Madre Santísima que así como en Canaa de Galilea con sólo decir «hagan lo que Él les diga», consiguió que Jesús hiciera Su primer milagro, interceda por nosotros para que arranque del corazón de Jesús el milagro que estamos esperando, la conversión nuestra, la de nuestros cónyuges e hijos y la restauración de nuestros matrimonios para mayor Gloria de Él.

Luce Bustillo-Schott

 

Belleza de la Liturgia (8). Un agua no mágica

Escrito por José Martínez Colín.

El papa Francisco explica que la oración para bendecir el agua bautismal nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo.

1) Para saber

Los franceses cuentan con un rey que fue santo: San Luis. Es el único rey canonizado de Francia. Luis IX ha sido admirado como el ideal del monarca cristiano. Su reinado gozó de gran prestigio por toda la cristiandad y es uno de los monarcas más memorables de la Edad Media. Cuando alguno de sus hijos recibía el Bautismo, era motivo de suma alegría para el rey. Estrechaba con alegría entre sus brazos a su hijo, lo besaba con gran amor mientras le decía: “Querido hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora lo eres de Dios”.

Afirma el papa Francisco, en su carta sobre la Liturgia, que el primer encuentro que tenemos con los frutos ganados por el Señor en su pasión y muerte lo tenemos en el Bautismo. Ahí la Pascua del Señor nos envuelve; es el acontecimiento que marca nuestras vidas. Ser cristianos no es simplemente adherirnos a su pensamiento o someternos a un código de comportamiento. Es algo mucho más profundo: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión, para salir renovados.

El Bautismo no es un gesto mágico: la magia es lo contrario a los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En cambio, con el Bautismo se nos da la posibilidad, por la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo.

2) Para pensar

Dice el refrán: “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Y el Bautismo es un gran don divino. Por eso se explica que muchos santos, y no sólo ellos, hayan tenido una gran devoción al lugar donde recibieron este Sacramento. Uno de ellos fue San Vicente de Ferrer que todos los años celebraba el aniversario de su Bautismo con una Misa. También san Francisco Solano, siendo religioso franciscano, al visitar su pueblo natal, entró en la iglesia donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal y, arrodillado en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra, dijo en voz alta el Credo, que al ser bautizado habían recitado sus padrinos.

San Juan Pablo II cuando viajó a Polonia en 1979 visitó Wadowice, donde había nacido y en la parroquia se encontró que la pila bautismal donde había sido bautizado en 1920 la habían adornada con muchas flores. Entonces se arrodilló ante ella y la besó reverentemente.

Podemos pensar si hemos profundizado en el significado de haber sido bautizados y del gran don que se ha recibido.

3) Para vivir

Para bautizar a alguien se requiere agua. No solo es un símbolo de ser limpiado, sino que es parte del Sacramento el cual realmente limpia del pecado. Es conveniente que dicha agua sea antes bendecida. El papa Francisco explica que la oración para bendecir el agua bautismal nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Esto quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros. En la Sagrada Escritura vemos que el agua ocupa un lugar especial: Jesús mismo es bautizado con ella. Al final de su vida, la mezcla con la sangre en la Eucaristía y desde la Cruz la derrama de su costado traspasado. Con el Bautismo, somos sumergidos en el agua para que, por el poder divino, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y, con Él, podamos resucitar a la vida inmortal.

 

¿Son iguales todas las Biblias? ¿Cuál es la diferencia entre una Biblia católica y otra protestante?

Pregunta:

¿Me podrían decir cuál o cuáles son las diferencias entre una Biblia Católica y una Biblia Evangélica? Mi hermana acaba de recibir como regalo una Biblia de una persona que la quiere convertir al Evangelismo, y no sabemos en qué difiere de la nuestra pues aparentemente son iguales.

Otras:

Tengo una pregunta o más bien curiosidad: la Biblia que leen los católicos ¿es diferente a la que leen otras religiones?

Gracias por el tiempo que se toma para nuestras preguntas; en este caso la que tengo es: ¿por qué mi Biblia como católico es diferente a la de los protestantes?

Respuesta:

Las respuestas, en los distintos casos, son muy semejantes y en cierto modo, debemos remitirnos a la historia de la formación del canon bíblico.

Responder a esta pregunta no es difícil, pero sí complicado, porque no se nos pide que digamos la diferencia de una versión católica con una determinada versión protestante sino con “la Biblia que leen los protestantes”; ahora bien, muchas personas, cuando hablan de los protestantes, engloban con este título tanto a los cristianos de iglesias reformadas tradicionales (luteranos, calvinistas, presbiterianos, etc.) cuanto a miembros de sectas que también usan la Biblia, como los Testigos de Jehová; y no es lo mismo una cosa que otra.

Trataré, por tanto, de indicar algunos puntos generales, sin hacer una comparación detallada, lo cual es imposible (para mí, aquí, con los límites que me he impuesto).

Ante todo, todas las versiones católicas y protestantes de la Biblia coinciden en muchas cosas: en la mayoría de los libros que contienen y sustancialmente en el sentido de los textos.

(1) En cuanto al número de los libros (el canon): como ya hemos indicado en el capítulo anterior, las versiones católicas de la Biblia tienen siete libros más que las versiones protestantes; son los libros que nosotros llamamos “deuterocanónicos” del Antiguo Testamento y ellos llaman “apócrifos” (1 y 2 Macabeos, Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, y Eclesiástico o Sirácida). En cambio, aceptan los 27 libros del Nuevo Testamento, aunque a siete de ellos los llaman “deuterocanónicos”. El motivo es que Lucero, en el momento de su separación de Roma, rechazó el “canon alejandrino” que contiene la lista de los 46 libros de la traducción de los “Setenta” (traducción al griego realizada en Alejandría de Egipto del hebreo al griego), adhiriéndose al “canon judío de Palestina” (los libros escritos en hebreo) que contiene 39 libros[1].

En torno a los años 90-100 d.C., algunos líderes judíos se reunieron para tratar el tema del canon (conocido como el canon de Palestina) quitando los siete libros, algunos líderes judíos se reunieron para tratar el tema del canon (conocido como el canon de Palestina) quitando los siete libros, pretendiendo volver al canon hebreo, y distinguirse así de los cristianos; pensaban que lo que no fue escrito en hebreo, no era inspirado (aunque Eclesiástico y 1 Macabeos estaban originalmente escritos en hebreo y arameo); las discusiones siguieron por muchos años, con mucho desacuerdo entre los diferentes grupos y sectas judíos. Los saduceos solamente confiaban en la Torá, los fariseos no podían decidir sobre Ester, Cantares y Eclesiastés. Solamente en el segundo siglo, los fariseos decidieron 39 libros. San Pablo, utilizaba la versión de los Setenta, y cuando los autores del Nuevo Testamento citan algo del Antiguo Testamento, lo citan según la traducción griega de los Setenta el 86% de las veces. Los descubrimientos de Qumran, en pleno siglo XX, ha mostrado que grupos judíos leían y usaban los libros “deuterocanónicos” (al menos se han encontrado los libros de Tobías, y Ben Sira o Eclesiástico).

Lutero y los demás reformadores, rechazaron los siete libros que nosotros llamamos deuterocanónicos (y ellos “apocrifos”) dando origen a la Biblia Protestante; también calificó de deuterocanónicos a varios libros del Nuevo Testamento, considerándolos de menor autoridad, sin embargo no los quitó, pues sostenía que, aunque no son iguales a las Sagradas Escrituras, son útiles y buenos para leer[2]. La Biblia de Zurich, traducida por Zwinglio y otros (1527-29), incluía los libros deuterocanónicos como útiles aunque los relegaba al último volumen y no los consideraba canónicos; algo parecido hizo la Biblia Olivetana, prologada por Calvino, en 1534-35. En 1615, el arzobispo anglicano de Cantebury, proclamó una ley que llevaba un castigo de un año de cárcel, para cualquier persona que publicara la Biblia sin los siete libros deuterocanónicos, ya que la versión original de la King James (la más famosa de las versiones inglesas) los tenía; pero fue precisamente en Inglaterra, donde fue creciendo la oposición a estos libros, y en 1827 la “Sociedad Británica y Extranjera de la Biblia” los omitió completamente en su Biblia. Luego, otras editoriales hicieron lo mismo.

Estos libros no fueron añadidos durante el Concilio de Trento, como creen algunos protestantes, pues Lutero los había rechazado del canon precisamente porque estaban en el canon comúnmente admitido (aunque algunos discutieran su valor canónico), pero él consideraba que no debían estar al no haber sido escritos originalmente en hebreo. Trento define de modo definitivo el canon, pero no hace aceptar libros que hasta el momento se rechazaban. De hecho, los manuscritos más antiguos (anteriores mil años a Trento), contienen los deuterocanónicos; y salvo el Codex Vaticanus, el más antiguo texto griego del Antiguo Testamento (en el que no están los libros de Macabeos), todos los demás manuscritos contienen los siete libros del Antiguo Testamento llamados deuterocanónicos.

Pasando de las grandes denominaciones protestantes a las sectas de inspiración pseudo-cristiana (pensemos en los Testigos de Jehová, por ejemplo), debemos decir que, en cuanto al canon bíblico, no difieren sus Biblias de las protestantes, aunque tal vez ellos han percibido con más fuerza el gran problema que plantea el dar razón del canon (o sea, por qué creemos que estos libros han sido inspirados), debiendo atribuir el poder de discernimiento “al cuerpo gobernante” de la Congregación cristiana, o sea reconociendo la necesidad de un criterio extra-bíblico[3].

(2) El segundo tema es el de las versiones, es decir, las traducciones de la Biblia. Desde un primer momento, los reformadores no se contentaron con distinguir el canon protestante del católico sino que se dedicaron a hacer traducciones de la Biblia a las lenguas modernas.

Sabemos que los textos originales de la Biblia han sido escritos en hebreo/arameo (la mayoría de los libros del Antiguo Testamento) y en griego (los libros del Antiguo Testamento que se conocen como deuterocanónicos, aunque algunos de los así denominados son traducciones del hebreo; los escritos del Nuevo Testamento, aunque se discute si algunos de éstos no son en realidad traducciones al griego de un texto original en hebreo o arameo). Hubo traducciones desde tiempos antiguos, como lo demuestra la versión al griego de los Setenta (versión griega de los libros inspirados judíos, nuestro Antiguo Testamento), o la de Aquila, prosélito judío (en torno al 130 d.C.), la de Símmaco (fines del siglo II). Orígenes hizo una de las obras más monumentales de la antigüedad, conocida como Hexapla Biblia porque el texto estaba dispuesto en seis columnas que comprendían: el texto consonántico hebreo en caracteres hebreos, el hebreo trascrito en caracteres griegos, la versión de Aquila, la de Símmaco, el texto tradicional de los Setenta y la versión de Teodoción. Hubo traducciones al siríaco (el Diatessaron de Taciano, la Biblia Vetus Syriaca, la Biblia Peshitta, etc.), al copto (la forma más reciente de la lengua egipcia), al etiópico. San Jerónimo hizo una traducción al latín de toda la Biblia, asesorándose por maestros judíos para su traducción de los textos hebreos, conocida como Vulgata. Mientras el mundo occidental cristiano se manejó en griego como lengua franca, y luego en latín, el uso de los textos bíblicos en estas lenguas no ofreció dificultad; pero con la formación de las lenguas romances y el desuso del latín por parte del vulgo, el texto latino de la Biblia se hizo ininteligible. Desde entonces, comenzaron a aparecer versiones en lenguas vulgares.

Corren sobre este tema, dos afirmaciones erróneas. La primera es que quienes comenzaron la labor de traducir y divulgar la Biblia en las lenguas vulgares o romances, o modernas, fueron los reformadores protestantes; la segunda: que éste fue un fenómeno propio de ambientes protestantes, pues la Iglesia católica prohibía a sus fieles la lectura de la Biblia. Las dos afirmaciones son históricamente falsas y no hace falta más que remitirse a los hechos históricos para corregirlas.

Es falsa, ante todo, la acusación (que es fácil de oír en ambientes protestantes) de que fueron los reformadores (principalmente Lutero) quienes por vez primera volcaron la Sagrada Escritura a las lenguas modernas. Escriben Tuya y Salguero: “Mucho antes de que Lutero iniciase la reforma protestante, existían numerosas versiones de la Biblia en las lenguas vulgares de muy diversos países. Según el P. A. Vaccari, entre los años 1450 y 1500 se cuentan unas 125 ediciones diferentes de la Biblia[4], lo que demuestra cuán extendida estaba su lectura. En España, se leía la Sagrada Escritura en romance ya antes de Alfonso X el Sabio (1252-1284). En Alemania, se hizo una versión en 1466, de la que aparecieron 15 ediciones antes del año 1500. La primera edición en lengua vulgar italiana, se publicó en Venecia el año 1471, de la que se conocen nueve ediciones antes de 1500. En Francia, también se hizo una traducción el año 1477, que tuvo tres ediciones antes del año 1500”[5].

Es igualmente incorrecta la afirmación de que la Iglesia prohibió a sus fieles la lectura de la Biblia (o al menos la lectura de la misma en lenguas modernas). La misma profusión de versiones que acabamos de mencionar, atestigua la extensión del uso de la Biblia (incluso en versiones de lenguas vulgares) antes de la Reforma protestante. El Concilio de Trento, a raíz de que los protestantes atentaron contra la integridad de la Sagrada Escritura y contra la interpretación auténtica de la Iglesia (por ejemplo, en cuanto a las afirmaciones sobre la justificación), estableció normas de lectura que preservaran de falsas interpretaciones. Pero no existe ninguna normativa canónica del Concilio tridentino que prohíba las versiones en lenguas vulgares y menos su lectura. Atestigua esto Pío XII: “No prohíbe el concilio Tridentino que, para uso y provecho de los fieles de Cristo y para más fácil inteligencia de la divina palabra, se hagan versiones en las lenguas vulgares, y eso aun tomándolas de los textos originales”[6]. Existieron, sí, prohibiciones locales, como las del concilio de Tolosa (1229), la de Tarragona (1233), el sínodo de Oxford (del año 1408); el motivo era la falta de autorización de las versiones cuestionadas y en algunos casos, el uso que hacían de ellas algunas sectas (como el caso de Tolosa que tiene relación con el problema de los albigenses).

Hay que reconocer, sin embargo, que en ambientes de la Reforma se dio un impulso particular a las versiones en lenguas vulgares modernas. Tal vez la más antigua y notable, sea la versión de Lucero, quien publicó en alemán el Nuevo Testamento en 1522 y el Antiguo entre 1523 y 1534. La más famosa de las versiones inglesas es la King James Version (de 1611), revisada sucesivamente en varias oportunidades. En castellano, la primera versión de la Biblia completa hecha por un protestante es la de Casiodoro de Reina (publicada en Basilea en 1569); en 1602 Cipriano de Valera la retocó y (según dice) cotejó la versión de Casiodoro con otras versiones, reeditándola. Es la más conocida de las versiones protestantes castellanas (conocida como Reina-Valera). Sobre esta versión, ha escrito una magnífica reseña el eminente Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los Heterodoxos[7]. Cito algunos párrafos de este crítico, por ser esta versión, la más común entre nosotros y por ser la autoridad de Menéndez Pelayo indiscutible en este punto[8]: “Esta Biblia es rarísima; llámasela comúnmente del Oso por el emblema o alegoría de la portada. Tiene año (1569), pero no lugar de impresión ni nombre del traductor; sólo sus iniciales C. R. al fin del prólogo (1858). Doce años invirtió Casiodoro en su traslación, aunque como trabajo filológico no es el suyo ninguna maravilla. Sabía poco hebreo, y se valió de la traducción latina de Santes Pagnino (muy afamada por lo literal), recurriendo a la verdad hebraica sólo en casos dudosos. De la Vulgata hizo poca cuenta, pero mucha de la Ferrariense[9], ‘no tanto por haber acertado más que las otras… cuanto por darnos la natural y primera significación de los vocablos hebreos y las diferencias de los tiempos de los verbos’, aunque la tacha de tener grandes yerros, introducidos por los judíos en odio a Cristo, especialmente en las profecías mesiánicas, y de haber dejado muchas cosas ininteligibles o ambiguas. En cuanto a Casiodoro, aunque él mismo confiesa que ‘la erudición y noticia de las lenguas no ha sido ni es la que quisiéramos’, y le habilitaba sólo para entender y cotejar los diversos pareceres de los intérpretes, procuró ceñirse al texto sin quitar nada, como no fuera algún artículo o repetición de verbo cuya falta no menoscabara la entereza del sentido, ni añadir cosa alguna sin marcarla de distinta letra que el texto común o encerrarla entre vírgulas.

Estas ediciones son, ya de una o pocas palabras que aclaran el sentido, ya de variantes, especialmente en Job, en los Salmos, en los libros de Salomón y en las historias de Tobías y Judit. De la versión siríaca del Nuevo Testamento confiesa que no pudo aprovecharse porque salió aquel mismo año, cuando ya estaba impresa la suya. Conservó en el texto la voz Jehová, aunque nunca la pronuncien los hebreos. Usa los nombres concierto, pacto, alianza, para designar lo que los Setenta y la Vulgata llaman Testamento y se defiende en el prólogo de haber usado por primera vez en castellano los nombres reptil y escultura, que en la Ferrariense son removilla y doladizo. Y procuró retener todas las formas hebraicas que conciertan con las españolas. Llenó la obra de notas marginales, que son interpretaciones o declaraciones de palabras. Las anotaciones de doctrina las reservó para imprimirlas aparte o ponerlas en otra edición (…) Como hecha en el mejor tiempo de la lengua castellana, excede mucho la versión de Casiodoro, bajo tal aspecto, a la moderna de Torres Amat y a la desdichadísima del P. Scío (…)

Cipriano de Valera (…) escribía con donaire y soltura (…) Los veinte años que dice que empleó en preparar su Biblia deben ser ponderación e hipérbole andaluza, porque su trabajo en realidad se concretó a tomar la Biblia de Casiodoro de Reina y reimprimirla con algunas enmiendas y notas que ni quitan ni ponen mucho. Tampoco he de negar que, en general, mejoró el trabajo de su predecesor (…) En cuanto a la traducción, el mismo Cipriano confiesa que siguió palabra por palabra la de Casiodoro, cotejándola con otras interpretaciones en diversas lenguas y quitando lo añadido por los Setenta o por la Vulgata que no se halle en el texto hebreo; lo cual principalmente acontece en los Proverbios de Salomón. Y a esto, a alguna que otra nota añadida, que se indica con diversa letra que las del traductor antiguo, y a algún retoque en el lenguaje se reduce toda la labor de Valera, que, sin embargo, pone su nombre, y calla el de Casiodoro, en la portada”.

He querido alargarme un poco en estas expresiones, pues creo que debe notarse el mérito literario de muchas de las primeras versiones protestantes de la Biblia. Podremos discutir las traducciones de algunos pasajes en concreto, pero no se puede poner en duda el valor de la obra en su conjunto (en cuanto a la versión literaria se refiere). Son conocidas las reiteradas ponderaciones que – entre nosotros– hace Leonardo Castellani de la versión inglesa King James.

No se puede decir lo mismo de las versiones de la Biblia divulgadas por los Testigos de Jehová. Dice el P. Petrino en su estudio sobre el uso de la Biblia por parte de esta secta: “La versión jehovista de la Sagrada Escritura ha llamado la atención de todos los estudiosos que no dudan en denunciar sus falsedades y notar sus divergencias con respecto de los textos bíblicos auténticos”[10]. Y cita a continuación las palabras de A. Hoekema: “La Traducción del Nuevo Mundo no es una traducción objetiva de la Biblia en inglés moderno, sino una traducción falsificada en la cual muchas de las enseñanzas de la Sociedad Wachtower han sido fraudulentamente introducidas”[11]. Los Testigos de Jehová introducen en el texto, por tanto, grandes cambios que no son simples cuestiones lexicográficas sino alteraciones del texto bíblico original. A pesar de que diga seguir las ediciones críticas de R. Kittel y Westcott y Hort, en realidad se separa y las ignora cuando se ve comprometida la “doctrina” de la secta.

Para mayor confusión de muchos incautos, también los mormones (o Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días) usa también la Biblia (junto a otros libros reconocidos por ellos como sagrados: el Libro de MormónDoctrinas y Convenios La Perla de Gran Precio). Ellos definen la Biblia como la historia de los tratos de Dios con los pueblos del Continente Oriental (Palestina, Egipto, etc.), mientras que el Libro de Mormón sería la historia de los tratos de Dios con los pueblos antiguos del Continente Occidental (las Américas)[12]. Los mormones enseñan expresamente que la Biblia no es el único libro revelado/inspirado[13]. Su fundador, J. Smith, usó originalmente la King James Version (en el Libro de Mormón se han contado hasta 27.000 palabras o frases tomadas literalmente de esa edición). Sin embargo, la mayoría de las doctrinas enseñadas por mormones, tienen un sentido completamente distinto del bíblico, y constituyen una negación de las verdades no sólo católicas sino cristianas; así el dios de los mormones es pura materia, puro hombre, visible, no eterno, no es creador, no es omnipresente ni perfecto, ni único, etc.[14]

(3) Finalmente, una característica general de las ediciones de la Biblia no católicas, es la ausencia de notas explicativas, mientras que las Biblias católicas tienen notas (algunas más, otras menos). Las notas no son esenciales, ciertamente, ni forman parte de la Revelación, ni son inspiradas. Pero son muy útiles, y, en algunos casos, muy convenientes. Son indicaciones, explicaciones, comentarios o simplemente referencias a otros pasajes en que, el mismo tema sobre el que se hace la nota, vuelve a aparecer con un sentido más claro. No hay que poner las manos en el fuego por las notas de muchas ediciones católicas de la Biblia, las cuales pueden contener errores o ser tendenciosas (como ocurre, por ejemplo, con las notas de la llamada Biblia Latinoamericana). Otras, en cambio, son magníficas, como la edición de la Biblia de L. Cl. Fillion, de 1887 (conozco la 4ª edición en ocho tomos de 1903, con texto en latín y notas en francés), o entre nosotros, la valiosa versión de J. Straubinger (primera versión católica americana hecha sobre los textos primitivos)[15], cuyas notas constituyen pequeños artículos que destacan las ideas fundamentales de la Biblia, mostrando su aplicación en la vida, al igual que procuran mostrar la armonía que existe entre los dos Testamentos y la coincidencia de los pasajes paralelos, para que el lector tenga siempre a la vista la unidad viva de las Escrituras desde el Génesis hasta el Apocalipsis. En nuestros días (primeros años del siglo XXI) está realizando una importante obra el Prof. Scott Hahn, publicando una nueva edición de la Revised Standard Version pero con subsidios a pie de página, que ofrecen al fiel lector de la Biblia, concordancias bíblicas, notas exegéticas a los principales versículos, y notas teológicas importantes (unas que relacionan el contenido y la unidad de la Escritura mostrando cómo pasajes del Antiguo Testamento iluminan los misterios del Nuevo Testamento; otras tomadas de la tradición viviente de la Iglesia –santos Padres, magisterio–, poniendo en relieve los sentidos espirituales de la Escritura en continuidad con la gran tradición eclesiástica, y otras que subrayan “la analogía de la fe”, mostrando cómo los misterios de la fe se iluminan unos a otros poniendo de relieve la coherencia y unidad de los dogmas definidos y la infalible interpretación de la Iglesia). De vez en cuando también se intercalan breves análisis de términos bíblicos, y temas exegéticos de interés para el lector y el estudioso (como cuándo celebró Jesús la Última Cena, y otros)[16].

Las Biblias protestantes carecen de notas por una cuestión lógica: el principio de libre examen. Cada fiel debe interpretar la Biblia de acuerdo a lo que le inspire el Espíritu Santo. No hay lugar para un magisterio que tenga por objeto la explicación de la Sagrada Escritura. Toda nota explicativa coartaría esta libertad de interpretación. Sin embargo, éste es un principio aparentemente respetado por el protestantismo; en la realidad, la ausencia de notas respeta a medias la libertad individual, puesto que: (a) por un lado, toda versión de la Biblia en otra lengua que no sea la original implica de suyo una interpretación; puede verse al respecto la versión griega del Nuevo Testamento preparada por los protestantes Nestle y Aland, para observar las distintas variantes de algunos pasajes y vocablos[17]; el traductor debe elegir entre variantes y, en muchos casos, interpretar un texto. A modo de ejemplo, podemos observar (tomando sólo las versiones españolas de Reina-Valera) diferencias (mínimas, pero diferencias al fin y al cabo):

  • El versículo de Lucas 1,28 es traducido por la versión Reina-Valera Actualizada (1989): “Cuando entró a donde ella estaba, dijo: – ¡Te saludo, muy favorecida! El Señor está contigo”. Omite las palabras “bendita tú entre las mujeres”, las cuales aparecen, en cambio, en la versión Reina-Valera (de 1909), en la Reina-Valera Revisada (1960) y la Reina-Valera Actualizada (1995).
  • El versículo de Mateo 16,18 aparece en la Reina-Valera de 1909 como “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”; pero en lugar de piedra aparece “roca” en las versiones Reina-Valera Actualizada (1989), Reina-Valera Revisada (1960) y Reina-Valera Actualizada (1995). El cambio es importante, porque está detrás la discusión de la relación entre el nombre de Pedro y la “piedra” sobre la que se edifica la Iglesia de Jesucristo; la relación entre los términos arameos “Cefas-cefas” usados por el Señor queda en evidencia en la traducción “Pedro-piedra” y no tanto cuando se traduce “Pedro-roca” (de todos modos, llegado el caso se puede explicar bien).
  • En Juan 6,56, Jesús dice “Ésta es mi sarka”. Las cuatro versiones que venimos mencionando (Reina-Valera, 1909; Reina-Valera Actualizada, 1989, Reina-Valera Revisada, 1960; Reina-Valera Actualizada, 1995) traducen “carne” (al igual que las versiones católicas); pero de hecho el término griego “sark”, admite otras acepciones como carne, cuerpo físico, naturaleza humana, descendencia terrena (como por ejemplo la usa san Pablo en Ro 9,8). Los traductores han hecho una interpretación (correcta) inclinándose, como más exacta, por la palabra “carne”[18]. En Lc 1,32 aparece dôsei, de dídômi, que si bien significa dar, garantizar, permitir, colocar, establecer, pagar, producir, causar, confiar, ofrecer, infligir (como castigo), etc., es traducido en todas las versiones como “dar” (“el Señor Dios le dará”). Etc.

Se podrían multiplicar los ejemplos. Algunas variantes son mínimas, otras no tanto, pero demuestran que el traductor es un “intérprete”, y no puede ser de otro modo.

Igualmente, los protestantes comentan, explican e interpretan la Biblia constantemente: lo hacen sus pastores y ministros en las homilías, lo hacen quienes citan algunos pasajes como aplicables en una situación determinada, y lo hacen sobre todo los que critican las interpretaciones católicas que nosotros hacemos de algunos pasajes. Por tanto, no respetan en toda su literalidad y amplitud el principio del libre examen. Una persona que acepte el principio de que la Biblia debe interpretarse individualmente, debe limitarse a darle a los demás un ejemplar de la Biblia en las lenguas originales y que se arregle solo. Y no criticar a los demás que hagan una interpretación distinta de la propia; ¿acaso un protestante niega el derecho de que un católico pueda leer la Biblia e interpretarla como el Espíritu Santo le dicte?; entonces, ¿por qué nos critican –sobre todos los miembros de las sectas– que nosotros entendamos que Jesucristo funda su Iglesia sobre Pedro, el que Jesucristo otorgue el poder de perdonar los pecados a los apóstoles y a sus sucesores, el que María sea virgen perpetuamente, etc.?

El principio del libre examen es también el principio de la estricta mudez. Si no hay magisterio pontificio ni episcopal, ni tradición válida, entonces tampoco debería haber pastores-predicadores (una fuente de ingresos que muchos pastores no dejarán escapar tan fácilmente, aunque tengan que gambetearse a Lutero –hasta cierto punto, pues tampoco Lutero lo respetó), ni deberían existir las universidades de teología, ni las escuela de Biblia (que deberían limitarse a ser escuelas de lenguas), etc. Pero esto no lo van a admitir, porque cada perro defiende su hueso, aunque enseñe (para los demás) que los huesos no se comen.

P. Miguel A. Fuentes, IVE

[1] No nos ocupamos en este libro directamente de la situación de las iglesias orientales cismáticas (se puede consultar el tema, por ejemplo, en James Turro y Raymond Brown, Canonicidad, en Comentario Bíblico San Jerónimo, Ediciones Cristiandad, Madrid 1972, Tomo V, p. 73-74). Baste decir que, con ciertas variantes, se impuso la influencia de la versión de los Setenta con el canon completo. Jugie ha demostrado que la iglesia bizantina, desde sus comienzos hasta la Edad Media, aceptó los libros deuterocanónicos; no hay noticias de disputas entre latinos y griegos sobre el canon. Recién después de la reforma protestante y por influencia de ella entre los griegos cismáticos surgen dudas y las opiniones se hacen fluctuantes, pero dentro de todo, en la mayoría de las ediciones aparecen la mayoría de estos libros.

[2] Cf, James Turro y Raymond Brown, Canonicidad, en Comentario Bíblico San Jerónimo, Ediciones Cristiandad, Madrid 1972, Tomo V, p. 71.

[3] Así dicen: “(…) tal como por su espíritu o fuerza activa Dios otorgó a ciertos cristianos discernimiento de expresiones inspiradas, también pudo guiar al cuerpo gobernante de la congregación cristiana para discernir qué escritos inspirados tenían que incluirse en el canon de las Sagradas Escrituras” (Sociedad Torre de Guardia, “Ayuda para entender la Biblia”, New York 1987, p. 797; cf. Juan D. Petrino, La lectura de la Sagrada Escritura bajo el régimen de la Organización de los Testigos de Jehová. El uso de la Biblia en el ‘Salón del Reino’, Tesis doctoral, Università San Tommaso d’Aquino, Roma 1989, p. 136).

[4] Cf. A. Vaccari, Lettura della Bibbia alla vigilia della Riforma Protestante: CivCatt 3 (1933) 313-325; 429-450; Id., Bibbia e Bibbie: CivCatt (1937,2) 231-243.

[5] Tuya-Salguero, Introducción a la Biblia, op.cit., I, pp. 579-580.

[6] Pío XII, Enc. Divino afflante Spiritu, Enchiridon Biblicum, n. 549.

[7] En la versión Emecé Editores, Buenos Aires 1945, tomo V, cap. X, III y VI.

[8] Entresaco sólo algunos párrafos de los capítulos indicados en la nota anterior. Vale la pena, incluso para un protestante, leer completo el texto del autor.

[9] Se refiere Menéndez Pelayo a la versión judía en castellano conocida como Biblia de Ferrara.

[10] Petrino, J.D., op. cit, p. 144; en nota al pie indica una variada bibliografía como los estudios de Aveta-Palmieri, Carrera, Clark, etc. Remito a su obra.

[11] Hoeckema, A., The Four Major Cults, Michigan 1963, p. 242; Petrino, op.cit, p. 145.

[12] Cf. Antonio Colom, S.J., ¿Teología? Mormona (Exposición y refutación), Fe Católica Ediciones, Madrid 1976; Montefrío, Los Mormones, Fe Católica Ediciones, Madrid 1971, Ernesto Bravo, S.J., Los Mormones, en: AA.VV. (CELAM), Las Sectas en América Latina, Claretiana, Bs.As. 1989, pp. 39ss.

[13] Se puede leer expresamente en “El libro de Mormón”, 2 Nefi, 29,10: “no por tener una Biblia debéis suponer que contiene todas mis palabras; ni tampoco debéis suponer que no he hecho escribir otras más”.

[14] Pueden leerse las citas correspondientes en los lugares citados más arriba sobre la doctrina mormona.

[15] Hay una edición reciente en tomo único: La Santa Biblia, Fundación Santa Ana, La Plata 2001.

[16] La edición (en curso) está siendo publicada en forma de cuadernillos por Ignatius Press; Hahn ha trabajado en colaboración con Curtis Mitch.

[17] La famosa edición del “Novum Testamentum Graece”, de Nestle y Aland, editado por Deutsche Bibelgesellschaft Suttgart, con numerosas ediciones, tiene a pie de cada página las numerosas variantes de algunas palabras que se encuentran en los antiguos códices; los editores han debido elegir por las variantes más seguras, lo que exige un trabajo de interpretación. Esta edición puede conseguirse tanto en librerías católicas como protestantes, como en la “American Bible Society”, de New York (1865 Broadway).

[18] Uso para estos análisis gramaticales: Barclay M. Newman, A Concise Greek-English Dictionary of the New Testament, United Bible Societies 1971 (UBS), Deutsche Bibelgesellschaft (German Bible Society), Stuttgart 1993.

 

 

La crisis social: reflexión teológica sobre las desigualdades

 

Escrito por Fernando Verdugo

Publicado: 14 Agosto 2022

 

Introducción [1]

Con ocasión de la crisis o “estallido social” que afectó a Chile con inusitada intensidad a partir de octubre del 2019, diversos análisis políticos, sociales y económicos han puesto la atención en la desigualdad como una de las principales causas del fenómeno. Las desigualdades en los ingresos, en el acceso a la salud, a la justicia y a la educación de calidad, en las pensiones de los jubilados, en términos de género, en la configuración territorial de la ciudad, etc.; desigualdades cultivadas y mantenidas por largo tiempo, parecen explicar la vehemencia e incluso violencia con que amplios sectores de la sociedad han expresado su descontento con el status quo.

La desigualdad, sobre todo aquella que hiere la convivencia humana, no es un problema que inquieta solo a la sociedad chilena. Preocupa en  el mundo entero y ha sido objeto de atención tanto desde el ámbito político, el académico y el eclesial. En este trabajo me propongo, en primer lugar, dar cuenta de algunos estudios que se han realizado en torno a la desigualdad, a nivel mundial y local, para luego detenerme, en un segundo momento más extenso, en algunos hitos bíblicos, teológicos y magisteriales y, enseguida, proponer algunas conclusiones o reflexiones finales que contribuyan al debate y al curso de la acción transformadora que demanda el presente. Obviamente, dada la complejidad de la cuestión aquí abordada, de las distintas aproximaciones disciplinares e ideológicas en juego, el esfuerzo aquí realizado no puede ser sino limitado. Por otra parte, dado el contexto en el que se ha agudizado la discusión sobre las desigualdades, el vínculo con la violencia no puede ser soslayado.

1.           Aproximaciones desde las ciencias sociales a las desigualdades

Es este apartado, de manera muy somera, recogeremos algunos análisis sobre el fenómeno de las desigualdades, consideradas sobre todo desde la economía, de la historia y las ciencias sociales, tanto en estudios globales como locales.

El historiador económico y social Walter Scheidel, en un estudio de largo aliento publicado en español hace un par de años (2018), inicia su monumental obra mostrando como la brecha entre ricos y pobres se torna cada vez mayor y más peligrosa. Como ejemplo preliminar, señala que en el año 2015 las setenta y dos familias más ricas del planeta eran propietarias de tanta riqueza personal neta como la mitad más pobre de la humanidad; es decir, 3.500 millones de seres humanos. Los desequilibrios que se dan a nivel mundial, se replican también al interior de las sociedades o países. Los datos y estadísticas que aporta son abrumadores. Pero lo más perturbador de su documentado análisis, que considera miles de años y distintas sociedades y continentes, consiste en que la violencia y algunas desgracias han sido el gran factor que ha contribuido a nivelar las desigualdades emergentes a lo largo de la historia. En efecto, la civilización no se ha prestado para nivelaciones pacíficas en sus años de existencia. Al contrario, en épocas de estabilidad, las desigualdades no han hecho más que aumentar hasta niveles que acaban siendo insostenibles, al punto de desembocar en asaltos igualitaristas abruptos. Parafraseando al libro de Apocalipsis de la Sagrada Escritura, Scheidel denomina “los cuatro jinetes de la equiparación” a las guerras con movilizaciones masivas (la Primer y Segunda guerra mundial, por ejemplo), a las revoluciones transformadoras (la francesa, la rusa, la china, etc.), a los fracasos o colapsos de los Estados (Egipto antiguo, Mesopotamia, el Imperio Romano, Somalia) y, también, a las grandes epidemias que mermaban la población, generando escasez de mano de obra y aumentado su precio. De este modo, directa o indirectamente, se aplanaban las desigualdades que solían incrementarse en tiempos de paz. De ahí que, para el autor, comprender esas “fuerzas niveladoras” que han surgido en la historia pasada parece crucial para adoptar políticas y medidas concretas que nos permitan combatir pacíficamente la desigualdad en el presente y futuro.

En todo caso, para este historiador austríaco radicado en Estados Unidos, la actual pandemia del coronavirus no se vislumbra como un “gran nivelador” al estilo de la peste negra en Europa. En una reciente entrevista (Fuentes, 2020), Scheidel señala:

La actual pandemia es diferente, porque incluso en el peor de los escenarios, la pandemia de coronavirus matará a una proporción mucho menor de la población respecto de las grandes epidemias del pasado. Como resultado, no habrá escasez de mano de obra y los salarios de los trabajadores comunes no aumentarán. Solo por esta razón, no se convertirá en un nivelador verdaderamente excelente. E incluso si la mortalidad fuera mucho mayor, como podría ser en una futura epidemia, la inteligencia artificial y la automatización podrían absorber parte de la escasez de mano de obra resultante y mantener bajo el valor del trabajo humano.

Con todo, en la línea de la tesis de su obra, considera que podrían darse condiciones para un nuevo brote de violencia, el cual podría evitarse si se adoptan medidas políticas adecuadas. En efecto,

la crisis también tiene el potencial de aumentar la presión política a favor de un cambio más progresivo. Si la flexibilización cuantitativa logra mantener a flote las economías y los avances médicos nos permiten contener el virus, podemos presenciar el regreso a alguna versión de los negocios como de costumbre, con todas las desigualdades arraigadas que esto conlleva. Pero si la crisis resulta ser más prolongada, si conduce a una depresión global o si las vacunas se retrasan mucho, la miseria popular y el descontento podrían llegar a niveles tales que las decisiones políticas más radicales se vuelvan más atractivas o incluso inevitables. Esto podría incluir intervenciones tales como nacionalizaciones de industrias privadas, esquemas de ingresos básicos universales y una tributación más alta y progresiva de los ricos. Esto, a su vez, podría reducir la concentración de ingresos y riqueza.

Cabe destacar también la obra del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI (2014), donde el autor postula, apelando no solo a estudios económicos sino, también a la historia, a la política y a otras ciencias sociales, que el capitalismo tiene la tendencia a producir desigualdades y aumentarlas. La tesis del libro es la siguiente:

Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso ―lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse la norma en el siglo XXI―, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos (…) y –dirá más adelante– los principios de justicia social que son el cimiento de nuestras sociedades democráticas. (Piketty, 2014: 14 y 39).

Para Piketty, esta desigualdad fundamental “nada tiene que ver con una imperfección del mercado; muy por el contrario: mientras más ‘perfecto’ sea el mercado del capital, en el sentido de los economistas, más posibilidades tiene de cumplirse la desigualdad” (Piketty, 2014: 39). No es, pues, en el mercado donde hay que buscar las soluciones. Luego de documentar el gigantesco incremento de las desigualdades patrimoniales mundiales, y de estudiar los “treinta gloriosos” años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, donde las desigualdades parecieron reducirse, intenta sacar fórmulas que permitan superar el capitalismo entregado a su propia inercia. Para este economista, “sólo un impuesto progresivo sobre el capital cobrado a nivel mundial (o por lo menos en zonas económicas regionales bastante importantes, como Europa o América del Norte) permitiría contrarrestar eficazmente semejante dinámica” (Piketty, 2014: 449). Además, es necesario un control democrático, de modo que esa dinámica no se torne creciente y explosiva sino, más bien, haciendo uso de la herramienta impositiva sobre el capital (preferible, pero no excluyente del impuesto progresivo sobre el ingreso) pueda utilizarse desde un Estado Social que promueva una verdadera igualdad de oportunidades, que favorezca los proyectos comunes como educación, salud, jubilación, empleo, desarrollo sostenible, etc. (Piketty, 2014: 502).

Buscando nuevas vías para superar el capitalismo generador de crecientes desigualdades, Thomas Piketty en su nuevo libro titulado Capital e Ideología (2019) retoma y profundiza el tema desde una perspectiva histórica, económica, política y sociológica. Con nuevos antecedentes, como los que aporta el World Inequality Database, ofrece una visión menos occidental o euro-céntrica y amplía el estudio hacia más países y a todos los continentes. De este modo, radicaliza su crítica y busca superar un sistema que acrecienta las desigualdades y constituye una amenaza para el planeta. No reduce el estudio al drama de la concentración de la tenencia de la propiedad, del capital y los activos de un país, sino también a las inequidades en el ámbito de la educación, a las diferencias que existen entre países en cuanto la recaudación de fondos mediante impuestos. A partir del estudio exhaustivo y análisis, considera que “es posible construir un relato más equilibrado y esbozar el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI” (Piketty, 2019: 13). Frente a un determinismo económico, Piketty vuelve a darle importancia a las ideologías y a la política; éstas están al origen de las desigualdades y pueden incidir, también, en su superación histórica. Es posible, sostiene, construir sociedades justas donde todos sus miembros puedan acceder a los bienes fundamentales, como la educación, salud, empleo, participación en la vida social, cultural, política, etc. Para que sea posible, insiste nuevamente en la recaudación fiscal justa, que combine un sistema progresivo de impuestos sobre las sucesiones, la renta y el patrimonio. La principal novedad de su propuesta en esta obra, estaría en la implantación de un impuesto anual y altamente progresivo sobre la propiedad, que permita financiar la dotación de capital para cada joven adulto, y así desplegar una forma de propiedad temporal y de circulación permanente de los patrimonios (Piketty, 2019: 689).

Además de estas obras de gran envergadura aquí muy sucintamente reseñadas, las cuales intentan explicar el origen y desarrollo de las desigualdades, sobre todo económicas, como también las fuerzas niveladoras ocurridas en el mundo y en la historia, y de proponer, además, posibles estrategias para la superación de tales males, como los impuestos progresivos al capital y la prioridad a la política por sobre la economía, conviene detenerse en el escenario más local. Para ello nos sirve el estudio del PNUD Chile, Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile [2]. Para nuestro propósito, cabe destacar que esta exhaustiva investigación multidisciplinar fue publicada un par de años antes del estallido social en Chile; es decir, las diversas formas de desigualdad que afectan a nuestro país, como a otros países de la región, estaban siendo objeto de atención desde hace un buen tiempo.

Si bien, desde la recuperación de la democracia Chile ha logrado importantes avances en términos institucionales y en la superación de la pobreza [3], a la siga de un crecimiento económico sostenido, poniéndolo en primer lugar en la región; sin embargo, el progreso alcanzado no alcanza a todos por igual. La desigualdad en términos de ingreso también lo pone en los primeros lugares del ranking latinoamericano [4].

Cabe destacar la definición de “desigualdad” con la que opera el documento: se trata de “las diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas” (PNUD Chile, 2017: 10). Se trata de desigualdades que van más allá de las brechas en los ingresos, aunque éstas no dejan de ser inquietantes.

En efecto, como se puede apreciar a lo largo del documento, que cuenta con los mejores datos disponibles y con evidencia cuantitativa y cualitativa generada para la investigación, si bien se focaliza en las desigualdades que tienen su origen en lo socioeconómico, estas abarcan también la educación, el acceso a la salud, al poder político [5]; el respeto y dignidad con que son tratadas las personas [6]; en la atención que se da al origen por sobre el mérito de las personas, etc. Las primeras víctimas son las mujeres [7], las regiones en relación al centro, los pueblos originarios y otras minorías [8]. El Informe presenta, pues, con claridad que la desigualdad socioeconómica es un fenómeno multidimensional y dinámico. Todo lo cual debilita al sistema democrático, constituye una amenaza a la cohesión social y a la convivencia pacífica, tal como lo ha quedado de manifiesto en octubre del 2019, y en estos momentos no sabemos qué vendrá después de la pandemia. Finalmente, digamos que el Informe se detiene y analiza ciertos “nudos” que reproducen la desigualdad socio-económica y que es necesario desatar para reducirla e impulsar cambios sostenibles en el tiempo. Entre otros, la concentración del capital y los ingresos, como tendencia creciente, y “que explica entre otros hechos la inconsistencia que hay entre el elevado ingreso per cápita del país y el bajo nivel de vida de la mayoría de la población” (PNUD Chile, 2017: 29). En fin, reducir las desigualdades en todos los ámbitos se plantea no sólo como un desafío ético, sino también una condición de posibilidad para un desarrollo sostenible e inclusivo.

2.           Aproximación teológica a las desigualdades injustas e hirientes

En este apartado, nos proponemos realizar una aproximación teológica al concepto o valor de la igualdad y, sobre todo, al drama humano que puede significar su antónimo, la desigualdad. Dadas las posibilidades que tenemos, me limitaré a algunos tópicos o hitos bíblicos, teológicos y magisteriales. Ciertamente debería ampliarse la indagación hacia otros temas o paradigmas afines, como la justicia y la injusticia, la pobreza y la riqueza, la inclusión y la exclusión, etc. que tienen largas resonancias bíblicas y magisteriales, pero obviamente implica un mayor espacio del que disponemos. Habiendo muchas opciones temáticas y metodológicas, me propuse comenzar por el concepto de “igualdad”, porque la lingüística y la semiótica nos ha enseñado a estar atentos al eje paradigmático de los mensajes que circulan en las culturas; es decir, a los esquemas de diferencias que subyacen en los discursos. Se habla o escribe más sobre la desigualdad, y menos sobre la igualdad. Me pareció interesante, entonces, partir por este último significante del eje paradigmático igualdad/desigualdad y desde allí moverme, enseguida, hacia algunas consideraciones teológicas y magisteriales. Espero que este ejercicio teológico sea una contribución en la necesaria atención que requieran las desigualdades que hoy día hieren a la humanidad y a nuestra sociedad, en particular. Por modesto que sea este ejercicio de discernimiento en medio de los turbulentos acontecimientos del presente, nos anima la esperanza formulada por el Concilio Vaticano II (1965) en la constitución Gaudium et spes, de que “la fe [...] orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas” (nº 11).

1.1.        La igualdad como valor

Para nuestra sorpresa, el sustantivo “igualdad”, como su antónimo “desigualdad”, prácticamente no aparecen en la Sagrada Escritura. Pero cuando lo hace, es elocuente. En efecto, tan sólo en una carta de San Pablo aparece la palabra igualdad, en el contexto de una colecta en favor de los cristianos de Jerusalén (2Co 8, 1-15; sobre la colecta, ver Rm 15, 25-28 y 1Co 16, 1). El apóstol motiva a los cristianos de Corinto a ser generosos para salir en ayuda de los necesitados y hacer que, de este modo, exista igualdad entre los creyentes. Pablo precisa, sin embargo: “No se trata de que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino de procurar la igualdad. Ahora, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que, en otro momento, su abundancia pueda remediar vuestra necesidad, y así reine la igualdad” (2Co 8, 13-14).

Es interesante notar que para San Pablo no se trata solo de ayudar a los que carecen de algún bien, sino de alcanzar un objeto-valor que denomina igualdad (ἰσότης). Ese objeto-valor buscado es resultado de la transferencia generosa de bienes que, según Rm 15, 27, pueden ser “espirituales” y “temporales”, por parte de los que tienen hacia los que no tienen o tienen poco. Pablo motiva la generosidad de los corintios apelando al testimonio que han dado los cristianos de Macedonia (2Co 8, 2-3) pero, sobre todo, a Jesucristo mismo, “el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Co 8, 9). Es decir, el fundamento de la generosidad que tiende hacia la igualdad es, en última instancia, cristológico.

Para Pablo, Jesucristo no solo es ejemplo o motivación última para la generosidad orientada a lograr la igualdad entre los cristianos o “santos”, como los llama. La muerte y resurrección de Jesucristo es también causa de que todos los seres humanos, en cuanto hijas e hijos de Dios, sean iguales en dignidad. En efecto, por la fe en el misterio pascual sellada mediante el bautismo, “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28). Así, la igualdad a la que estamos llamados no es solo cuantitativa, en términos de bienes, sino también cualitativa, en términos de dignidad: ni la raza, ni el status de ciudadano, ni el género debieran atentar contra la igualdad fundamental de las hijas e hijos de Dios, en Cristo Jesús.

Así, pues, para las cristianas y cristianos la fe en Jesucristo es el fundamento para promover la igualdad entre todos los seres humanos. El desarrollo teológico posterior, tanto del misterio de la encarnación como del misterio pascual, no han hecho sino explicitar aún más dicho fundamento. Pensemos, por ejemplo, en la teología de la divinización desarrollada por los Padres: en Cristo, Dios se hace hombre, para que el ser humano participe de su divinidad. O bien, en la teología de la justificación por la fe, sustentada en el amor reconciliador de Dios manifestado en la cruz de Cristo (ver 2Co 5, 19), que liberara al ser humano “de la obsesión constante por su propio valer. Y solo el hombre liberado de esa obsesión puede mirar a los otros como iguales” (González Faus, 2015).

1.2.        Los valores de Jesús de Nazaret

Además de los incipientes desarrollos cristológicos que hemos recogido en San Pablo para fundamentar la igualdad entre los seres humanos, es preciso poner atención en el carácter revelador de la vida misma de Jesús, de su mensaje, obras y palabras, como de hecho lo hacen muchas de las cristologías contemporáneas y algunas latinoamericanas, en particular. Allí encontramos, también, el propósito y modo de proceder Jesús para hacer que, en términos de Pablo, “reine la igualdad”. En definitiva, no se trata solo de creer en Jesucristo, sino de que continúe también en la historia la fe de Jesucristo. Es decir, que sigan marcando la historia aquellos valores por los cuales Jesús se jugó la vida. Como bien observa el teólogo uruguayo Juan Luis Segundo (1991), Jesús de Nazaret como ser humano tiene los mismos componentes que conforman nuestra existencia. Y nos habla desde ellos. Es decir, hay en su vida obvios elementos de fe, en sentido antropológico de la palabra, pues apuesta por unos valores que le dan orientación a su existencia. Hay también unas mediaciones sin las cuales sus valores habrían quedado sin plasmarse en la realidad. Y, finalmente, cuenta con datos trascendentes sobre las posibilidades últimas del ser humano y del mundo, que marcan su vida y aun su manera peculiar de morir. Segundo está convencido que atendiendo a esas dimensiones presentes en Jesús, como en todo ser humano, puede contribuir a “repensar la posible relevancia de ese personaje histórico que es Jesús de Nazaret para cualquier hombre que busque dar sentido (o un mejor sentido) a su vida”, tanto personal como social (1991: 36).

Una fe religiosa en Jesús comporta el convencimiento de que el sistema de valores adoptada por la fe de Jesús tiene relación con Dios y su revelación. En efecto, “desde que Dios no entra en nuestra experiencia sensible, cualquier presunta ‘revelación’ suya en el orden del sentido y de los valores debe ser percibida y transmitida mediante testimonios humanos” (Segundo, 1991: 94). En este caso, del testigo humano que es Jesús de Nazaret. Así, creer en el Dios revelado por Jesús, no es solo creer en la existencia de un Ser superior sino, también, estar de acuerdo con los valores de los que da testimonio el mismo Jesús. Dicho de otro modo, en la fe de Jesús desplegada en su historia, podemos hallar claves –y no cualesquiera– para responder a la realidad que reclama salvación en el presente, como son las injusticias y desigualdades que atentan contra la dignidad humana.

No es este el lugar para presentar una pormenorizada aproximación histórica a Jesús de Nazaret, pero sí para destacar algunos elementos que nos permitan dar con los principales valores que orientan su existencia [9]. Para comenzar, acudimos al evangelio de Marcos, que nos presenta lo que sería una especie de síntesis del anuncio profético de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15). El centro del mensaje de Jesús, lo que da sentido a su vida y lo pone en misión se expresa con los términos Reino de Dios, o Reino de los cielos, según Mateo. Este reino o, mejor, reinado de Dios tiene una dimensión histórica y trascendente, estrechamente relacionadas: Jesús ora, enseña y espera que venga su Reino, que Dios haga su voluntad en la tierra como en el cielo, si atendemos a la versión mateana de la llamada oración del “Padrenuestro”, que nos aporta un paralelismo explicativo (Mt 6, 10). El ejercicio de la voluntad o soberanía de Dios en la tierra implica una transformación de toda la sociedad, de todas y todos los que conforman un pueblo; consistirá en que los hombres y mujeres recuperen la humanidad que han perdido de diversas maneras: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 2-5).

En un contexto de grandes miserias, dolores y exclusiones, es claro que el reinado de Dios anunciado por Jesús tiene un destinatario específico, tiene una prioridad: “los pobres”, aquellos “que lloran” y “tienen hambre” en Israel (Mt 5, 3-6). En efecto, de acuerdo al estudio clásico de

J. Dupont (1969), en la fuente “Q” que estaría detrás de las “bienaventuranzas” de Mateo y Lucas, son los pobres los invitados a alegrarse con el Reino que llega. Que el reinado de Dios constituya un “evangelio” para todos dependerá de un cambio de mentalidad (μετάνοια) que conlleva aceptar el cambio en la sociedad: “Y feliz aquél que no se escandalice de mí!” (Mt 11, 6); es decir, que no se oponga a Jesús porque trae una Buena Nueva a los pobres que hará a éstos felices. La prioridad del reinado de Dios anunciado por Jesús consistirá, entonces, en sacar a los pobres de la situación inhumana en que se encuentran. He ahí, pues, lo que parece ser el valor principal que moviliza a Jesús.

Jesús no solo anuncia el Reino, sino que también utiliza ciertas mediaciones (un “sistema de eficacia” o “ideología”, en términos de Juan Luis Segundo) para implantar en la realidad aquello que da sentido a su vida, para hacer presente a los pobres y pecadores el amor predilecto de Dios. Además de recorrer distintos pueblos de la región de Galilea anunciando la buena nueva del Reino (ver Mt 4, 23; Mc 1, 39; Lc 4, 14-15), se conmueve y reacciona ante el dolor de los enfermos, de los pobres y débiles (Mc 1, 41; Mc  6, 34;  Mc 9, 22); pone a disposición de ellos su capacidad de aliviar males y sanar enfermedades. Jesús expulsa demonios, libera a las personas de aquellas fuerzas que les impiden ser dueñas de sí mismas, mostrando fehacientemente la victoria sobre el maligno que comporta el Reino. Jesús acoge a pecadoras y pecadores, come y habla con ellos, lo cual no solo libera de la propia esclavitud, sino que además devuelve la dignidad a quieren eran despreciados por los demás. Jesús da importancia a las comidas con toda clase de gente, le gusta hablar de banquetes, al punto que lo acusan de “comilón y borracho” (Mt 11, 18). Estas comidas son anticipos y celebraciones gozosas del Reino. Más aún, come con los que nunca son invitados: con los pobres y marginados (Lc 14, 14-24). Llama también la atención el trato y amistad de Jesús con las mujeres, en un contexto cultural donde solo el varón era protagonista. Ellas son parte del grupo de los discípulos: María de Magdala, María la madre de Santiago y José, Salomé; sus amigas Marta y María. Es probable que haya habido algunas en la última cena, pero ciertamente estuvieron al pie de la cruz y fueron las primeras testigos de la resurrección (Pagola, 2007: 211-238). En fin, mediante todas estas acciones, podemos verificar nuevamente que restituir la vida digna de todo ser humano, partiendo por los pobres y marginados, constituye el valor supremo en la escala de valores de Jesús, a los que siguen valores como la libertad, la equidad en el trato, etc. Lejos de ser un idealista, Jesús se sirve de un sistema de eficacia para anticipar lo que el Reino generalizará con su llegada. El servicio a esos valores, que brotan desde la compasión o misericordia, es lo que mejor expresa o da cuenta del Dios del Reino (Sobrino, 1991: 125-127; ver también Kasper, 2013).

También en la línea de las mediaciones que utilizó Jesús para introducir eficazmente en la realidad la estructura de valores que constituye la manera como él concibe a Dios y lo que Dios quiere, habría que considerar su predicación. En particular, las parábolas. Mediante ellas, no solo explica mediante imágenes en qué consiste el Reino, sino que, además, enfrenta a aquellos que se oponen al Reino tal como Jesús lo entiende y práctica. Para Juan Luis Segundo, el hilo conductor de todas las discusiones críticas que encierran las parábolas es de orden político-religioso, así como era político-religiosa la autoridad que poseían los adversarios de Jesús. No podemos detenernos aquí en el sugerente análisis que hace este teólogo latinoamericano de más de 20 parábolas, en las que el carácter polémico se aprecia con mayor claridad (1991, pp. 186–232). Simplemente hay que señalar que una primera serie de parábolas están orientadas a desmantelar la falsa seguridad de aquellos que se sienten protegidos ante el Reino que viene, ya sea porque piensan que nada cambiará su situación material privilegiada (los ricos) o, bien, porque creen tener “derechos adquiridos” en cuanto autoridades delegadas por Dios. Una segunda serie, para destacar la alegría de Dios cuando logra recuperar para sí y para la sociedad de Israel, a cuantas y cuantos se hallaban perdidos, empobrecidos o marginados. Una tercera, para hacer ver que los verdaderos pecadores en Israel son aquellos que están en contradicción con el corazón de Dios, los que se oponen a la prioridad del amor de Dios por los pobres y pecadores; es decir, por los que estaban perdidos en Israel. En los fariseos y su teología verá Jesús el instrumento ideológico de que se valen las autoridades de Israel (sobre todo los sacerdotes que dominan  en el Sanedrín) para mantener oprimido al pueblo y ejercer la marginación en provecho propio y en nombre de Dios. Por último, está la cuarta serie de parábolas, que tienen en común la solidaridad u opción por el pobre como “lugar” para la auténtica lectura o interpretación de la palabra de Dios. Esto, porque en Israel, la religión, en vez de permanecer al servicio de la obra de Dios –que es también promoción de la vida y del bien del ser humano– se había pervertido al convertirse en un absoluto (es decir, había adoptados los rasgos de una ideología patológica). Había olvidado que el sábado estaba hecho para el hombre y no el hombre para el sábado (ver Mc 2, 27).

En fin, el Reino de Dios anunciado y anticipado por Jesús en un contexto conflictivo contempla distintos actores, a todos los cuales les invita a una conversión y a creer en la buena noticia: a los beneficiarios principales, los pobres y marginados, que crean que Dios los ama y desea liberarlos de sus males; a las discípulas y discípulos colaboradores, que como Jesús “busquen el Reino y su justicia” (Mt 6, 33) y estén dispuestos a asumir la carga y consecuencias que ello implica (ver Mc 8, 34-35; Mt 5, 11-12 y par.); a los adversarios, que dejen de oprimir y poner pesadas cargas económicas, morales y religiosas sobre los demás.

En un determinado momento, las mediaciones o sistema de eficacia desplegado por Jesús en Galilea parecen no conseguir los efectos esperados. Luego de lo que algunos exégetas llaman “la crisis de Galilea”, Jesús abandona su región y se pone en camino hacia Jerusalén (ver Mt 16, 21) [10]. Detrás de todo esto pareciera verse a Jesús delante de una disyuntiva: por un lado, liberar a los pobres de la urgencia de sus necesidades, y, por otro, impedir que caigan en el inmediatismo ciego a lo que el Reino traerá en plenitud. Jesús rechaza ser reducido a un Mesías proveedor de milagros: decide subir a Jerusalén precisamente para que su anuncio se cumpla cabalmente, sin ambigüedades. En efecto, para Jesús, Jerusalén constituye algo decisivo: allí se sentirá muy pronto el poder de Dios que trae el Reino, como lo trajo en el pasado a ese mismo lugar. Ahora será con más poder y de manera definitiva. Pero Jesús sabe también que ir a Jerusalén es “subir” en el conflicto con los representantes oficiales de Dios que residen en esa ciudad [11].

Finalmente, Jesús terminará su vida en Jerusalén con una sentencia política, ajusticiado por las autoridades romanas a instancias de las autoridades político-religiosas de Israel, como eran las del Sanedrín. Cabe destacar aquí que, entre las estrategias o sistema de eficacia de Jesús para implantar los valores del Reino, no contempló el uso de la violencia. Tampoco ésta fuera parte del dato trascendente que maneja Jesús de cómo ha de “venir con poder el Reino de Dios” (Mc 9, 1). Sin duda, no puede interpretarse como opción violenta el gesto profético en el templo (Mc 11, 15ss y par.), con el cual, más bien, Jesús buscaba indicar cómo quiere estar Dios presente en el mundo. Jesús no promueve sino que, más bien, padece la violencia; “es crucificado porque su actuación y su mensaje sacuden de raíz ese sistema organizado al servicio de los más poderosos del Imperio romano y de la religión del Templo” (Pagola, 2007: 389). En lugar de responder con violencia, la muerte asumida por Jesús “fue el servicio último y supremo al proyecto de Dios, su máxima contribución a la salvación de todos” (Pagola, 2007: 352).

Obviamente, la última afirmación tiene que ver ya con la fe en Jesús. En efecto, la resurrección que sigue a su muerte en cruz es el punto de partida de la fe en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor. Pero, también, la confirmación de la fe de Jesús: es decir, la certeza de que los valores por los cuales Jesús se jugó la vida no se pierden… Con el género literario que caracteriza a los relatos de la resurrección de Jesús se quiere comunicar el dato trascendente aportado por ese acontecimiento único que sobrepasa la historia: es el dato concreto sobre la forma en que Dios respondió a los valores practicados en la historia de Jesús. Estamos, pues, en el plano de lo escatológico, donde se juzga y verifica el sentido de la historia. Como dice Segundo, “la escatología a la que se asoman (las discípulas y discípulos) con esa profunda experiencia de Jesús resucitado constituye una especie de ‘verificación en promesa’ de que Dios hace suyos y, por ende, de la realidad entera, los valores que presenta la historia de Jesús” (Segundo, 1991: 330).

En definitiva, el Evangelio es una invitación a creer en el dato aportado por ese acontecimiento meta-histórico que es la resurrección: la promesa escatológica de que Dios hará suyos, como lo hizo con Jesús, todos nuestros trabajos y esfuerzos por construir un mundo más digno y humano, en la línea de lo que Jesús nos testimonia con su fe. Buscar que reine la justicia entre todos los seres humanos, responder con misericordia y de manera efectiva ante las miserias y distintas formas de marginación, poner medios que no contemplen la violencia parece ser lo espera Jesús de sus colaboradores y colaboradoras.

2.3.        La igualdad como derecho y la desigualdad como injusticia

Pareciera que la igualdad, de la que habló San Pablo, tuvo que esperar hasta los tiempos de la Revolución francesa para que, al menos en Occidente, junto con la a libertad y fraternidad, fuera destacada como uno de los valores que han de configurar a nuestras sociedades. Por su parte, la Iglesia católica, en su apertura y diálogo con los valores destacados por la Modernidad, vuelve a poner atención en el valor de la igualdad y a denunciar lo que atenta contra ella. A modo de ejemplo, cabe citar los siguientes párrafos del Concilio Vaticano II (1965):

La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino. Es evidente que no todos los hombres son iguales en lo que toca a la capacidad física y a las cualidades intelectuales y morales. Sin embargo, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. En verdad, es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre.

Más aún, aunque existen desigualdades justas entre los hombres, sin embargo, la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa. Resulta escandaloso el hecho de las excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre los miembros y los pueblos de una misma familia humana. Son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional. (Gaudium et Spes, n° 29)

Vemos, pues, que la igualdad como derecho humano fundamental  ha hallado “carta de ciudadanía” y un desarrollo teológico en el discurso social de la Iglesia. No es posible presentar aquí la evolución teológica y moral que ha tenido, en la enseñanza o doctrina social de la Iglesia (DSI), la comprensión del valor de la igualdad y su contracara, la desigualdad.

En cambio, podemos señalar brevemente que, en el contexto latinoamericano, de modo sinodal y colegiado, la Iglesia de la región puso gran atención en las “desigualdades”, en particular, en aquellas que calificaba de “injustas” o “excesivas”. Más aún, podemos decir que hace más de cincuenta años dichas desigualdades fueron consideradas como el factor que más atentaba contra la paz y el desarrollo integral de América Latina. Para un desarrollo más pormenorizado este delicado asunto, me permito remitir a mi investigación teológico-cultural publicada recientemente, con ocasión del 50º aniversario de la Conferencia de Medellín (Verdugo & Arellano, 2019).

Al analizar el documento Paz de Medellín (CELAM, 1968) y describir los males destacados “en el mundo del texto”, pudimos constatar que las desigualdades al interior de cada país y entre los países, si bien aparecen mencionadas en algunas ocasiones como un mal particular, subyacen también como código o norma que regula y mide todos los elementos que conforman el drama de América Latina. Así, por ejemplo, el problema de la distribución de los bienes y de los males configura “sectores” o “clases” dentro de las naciones o países, “centro” y “periferias” en el contexto internacional. La desigualdad económica divide a los sujetos entre sectores acomodados y sectores faltos de lo necesario, entre países pobres y países ricos; la desigualdad política o de relación con el poder divide entre sectores poderosos y sectores oprimidos, entre países imperialistas y países dependientes; la desigualdad cultural divide entre sectores que tienen gran participación en la cultura y sectores que viven en la ignorancia e impedidos de participar en ella, etc. Las desigualdades regulan y dan forma a todo el escenario y drama del relato o documento, y, por ende, constituyen un componente fundamental de la matriz cultural desde donde se comprende el subdesarrollo, el mal capital, y los demás males del relato que se oponen a la paz, el objeto-valor deseado. Es comprensible, entonces, que en un enunciado o sintagma que parece recapitular y sintetizar todos los males descritos, se afirme lo siguiente: “allí… donde existen injustas desigualdades entre hombres y naciones se atenta contra la paz”. Situación que se interpreta teológicamente por los pastores, como “un rechazo del don de la paz del Señor”, como “un rechazo del Señor mismo [Cf. Mt 25, 31-46]” (CELAM, 1968: no 14).

Ofrezco, nuevamente, el cuadro semiótico elaborado con ocasión de la investigación, que nos permite visualizar los valores y antivalores “elementales” en juego en la matriz cultural presente en Medellín:

Como se puede apreciar, la matriz opone primariamente a las desigualdades injustas con la paz, y no con la violencia en cualquiera de sus expresiones, ya sea subversiva o represiva. Éstas encuentran su explicación en las desigualdades, así como el desarrollo integral permite entender cómo se entiende la paz en este escenario. No se trata simplemente de pasar de la violencia a la paz, sino de las desigualdades injustas a la paz, la cual comporta el desarrollo integral de todos en América Latina. Por lo visto, la lectura teológico-cultural de Medellín, puesta de relieve mediante la investigación, desgraciadamente sigue siendo pertinente en América Latina y en Chile, en particular. Digo “desgraciadamente”, porque parece que hemos avanzado poco; digo, “pertinente”, porque este discurso teológico-pastoral inculturado nos muestra un camino e itinerario aún por recorrer.

Para terminar, observemos que el papa Francisco, situado en la línea del Concilio Vaticano II y de Medellín, desde el comienzo de su pontificado ha llamado la atención acerca de las inequidades en cuanto detonantes de la violencia que afectan a nuestras sociedades, tanto entre naciones como al interior de ellas. En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), por ejemplo, advierte: “…hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (EG, n° 59). Más tarde, en la encíclica Laudato Sí (2015), en un tono crítico hacia el modelo económico globalizado, el Papa afirmará que “la visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo” (LS, n° 82). Los procesos de degradación ambiental, afirma allí mismo, afectan de tal manera que profundizan las injustas desigualdades, constituyen una fuente de iniquidad, pues “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos” (n° 48). “El desafío urgente de proteger nuestra casa común –dirá Francisco– incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (n° 13). En la encíclica Fratelli Tutti (2020), recién publicada, es posible reconocer los mismos valores y antivalores “elementales” en juego en la matriz cultural presente en Medellín, en continuidad con el Vaticano II y otros documentos de la DSI. A modo de ejemplo, cito uno de los siete párrafos donde aparece el significante “inequidad”:

Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, ‘sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad’. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos. (FT, n° 235. Las cursivas son nuestras)

3.           Reflexiones finales

Luego del breve recorrido teológico, propongo algunas reflexiones finales que quieren ser una contribución al debate en torno a las desigualdades que hieren la convivencia humana, a nivel global y local, y que demandan una urgente respuesta que nos conduzcan a una paz basada en la justicia.

Tenemos que reconocer, primer lugar, que de los valores “revelados” por Jesús mediante sus palabras y obras, al anunciar y anticipar en su contexto el Reino de Dios, permanecen vigentes y reclaman ser implantados con urgencia en la realidad global y local. Más aún, son parte constitutiva de la misión de las discípulas y los discípulos de Jesús, de los llamados a colaboran con él en la búsqueda del Reino y su justicia, en cada tiempo y lugar. Se trata, pues, de que la fe de Jesús continúe en nuestra historia.

En segundo lugar, la igualdad (ἰσότης), comprendida germinalmente por San Pablo –desde la fe en Jesucristo– como uno de los valores que han de reinar entre todos, urge ser puesta de relieve, sobre todo cuando pareciera que lo que reina es la desigualdad en sus múltiples dimensiones que hieren a los herederos de Dios, y a la creación entera, que también gime esperando que se manifieste –por la acción del Espíritu– la gloriosa libertad de las hijas e hijos de Dios (ver Rm 8). Hacer frente a las desigualdades o inequidades que hieren la convivencia humana y destruyen nuestro planeta, requieren de la promoción de valores tan evangélicos como, la justicia, la libertad, la inclusión… y la igualdad, relevada por el apóstol.

Además de rescatar los valores de Jesús como lo hizo Pablo, es necesario, en tercer lugar, considerar una y otra vez qué sistemas de eficacia pueden contribuir a hacerlos posible. Se requiere del discernimiento de las mediaciones que hacen efectivos dichos valores. En efecto, las “ideologías” no han muerto; están vivas y son necesarias, como mediaciones para la acción (Verdugo, 1992). No es de extrañar, pues, como lo hemos visto en los análisis sociales reseñados en la primera parte de este trabajo, la prioridad que debe dársele a la discusión ideológica y política. Esta es ineludible si no queremos, por una parte, caer en un idealismo ineficaz o, por otra, en la violencia que solo trae más violencia.

Cabe preguntarse, por último, si el valor de la igualdad no podría ser mejor promovido por parte de la Iglesia católica, en su servicio al mundo, si no se abordan, por ejemplo, las inequidades en la forma de sostener roles y la distribución del poder al interior de ella (Castillo, 2017). Parece ser esa una de las preocupaciones del papa Francisco (2013), cuando al comenzar su pontificado afirmó que “todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque ‘el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral’ y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (EG, n° 103). Sin duda, las desigualdades internas al interior de la Iglesia mellan su credibilidad; dificultan que ella pueda tener una palabra profética más convincente en relación a las desigualdades o inequidades en la sociedad, promoviendo así un Reino de justicia y equidad.

Fernando Verdugo, https://www.scielo.cl/

Notas:

1        Este artículo se elaboró a partir de la ponencia presentada en el Seminario Interno  de Profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile, el día 6 de octubre de 2020. Luego de la crisis social desencadenada en Chile en octubre del 2019, el tema escogido para el Seminario anual fue “El despertar de Chile”: abordaje teológico de la crisis presente y de las transformaciones futuras.

2        Tanto el informe completo del PNUD Chile, de 411 páginas, como la síntesis, de 36 páginas,            están disponibles          en internet: https://www.cl.undp.org/content/chile/es/home/library/poverty/desiguales--origenes--cambios-y-desafios-de-la-brecha-social-en-.html. Para este trabajo, nos servimos de la Síntesis.

3     “Usando la medida de pobreza introducida por el Ministerio de Desarrollo  Social  en 2013, y aplicándola a los datos históricos, se tiene que desde 1990 a la fecha el porcentaje de personas viviendo en la pobreza se ha reducido de un 68% a un 11,7%. Solo en los últimos quince años, el ingreso per cápita real de los hogares en el 10% más pobre de la población creció en un 145% real. (…) Si bien el nivel absoluto de ingresos es aún bajo para una gran mayoría, el cambio relativo respecto del propio pasado es indudablemente muy significativo” (PNUD Chile, 2017: 11).

4        En Chile, si bien ha habido disminución en la desigualdad de ingreso desde el 2000 al 2015 (GINI de 54,9 a 47,6), debido a la reducción de la brecha de salarios entre los trabajadores de mayor y menor calificación y las transferencias gubernamentales a los grupos pobres y vulnerables, llama la atención la concentración de ingreso y riqueza en el 1% más rico: capta el 33% del ingreso que genera la economía chilena. La concentración en el tope contribuye a la percepción de que las distancias no se acortan (PNUD Chile, 2017: 13–14). Sobre todo, si en el 2015, la mitad de los asalariados del país, con jornada de 30 o más horas semanales, obtenía un salario bajo: es decir, insuficiente para cubrir las necesidades básicas de un hogar promedio (p. 15); o bien, si la mitad de los jubilados percibe hoy una pensión inferior al 70% del salario mínimo (p. 17).

       En Chile se da una concentración del poder político y sobrerrepresentación de los grupos de mayores ingresos en los espacios de toma de decisiones. De ahí la importancia de cambios en la institucionalidad política que podría inducir correlaciones de fuerza relativamente más igualitarias que las actuales (PNUD Chile, 2017: 31–33).

6        Según el Informe: “en Chile se evidencia una fuerte ‘desigualdad del trato social’.    El análisis muestra que pertenecer a las clases más acomodadas facilita significativamente no tener experiencias de malos tratos, una ventaja considerable cuando lo que está en juego son las formas de reconocimiento social desde las cuales las personas pueden desplegar su subjetividad” (PNUD Chile, 2017: 19). También se constata que “la molestia frente a la desigualdad se concentra en las desigualdades de acceso a la salud y la educación, y que a algunas personas se las trate con mayor respeto y dignidad que a otras” (p. 20). Todo ello ha incrementado, en los últimos quince años, la percepción de injusticia (p. 21).

       A nivel de salarios, por ejemplo: “Las trabajadoras tienen  una  probabilidad  10 puntos superior que los hombres de recibir una paga baja, que aumenta a 20 puntos en el segmento de trabajadores con estudios secundarios” (PNUD Chile, 2017: 23). O bien, la mayor inseguridad que experimentan las mujeres, debido a la menor cobertura y montos de las pensiones que reciben (p. 17).

8     Con una mirada histórica, constata que “la desigualdad socioeconómica en Chile ha tenido una connotación étnica y racial. Las clases altas se configuraron como predominantemente blancas, mientras que mestizos e indígenas ocuparon un grado más bajo en la jerarquía social, y negros y mulatos uno aun más bajo” (PNUD Chile, 2017: 34).

9        Aparte de la obra de Juan Luis Segundo ya mencionada, en lo que sigue tendremos en cuenta a José Antonio Pagola (2007), Armand Puig (2008) y Jon Sobrino (1991).

10        La “crisis de Galilea” ocurriría, según algunos exégetas, luego de la segunda multiplicación de los panes, estaría señalada por la confesión de Pedro, y sería seguida por la primera predicción de la pasión (ver Mc 8 y par.).

11        Ver las tres predicciones de la pasión puestas en boca de Jesús a lo largo de su caminar hacia Jerusalén: Mc 8,31ss; 9,30ss; 10,32ss y par. respectivos.

 

 

 

Evidencia de Dios de la Ciencia: Christian Apologética

Famosos Científicos Que Creyeron en Dios
por Rich Deem

¿Creer en Dios?

¿Es la creencia en Dios irracional? En estos días, muchos científicos famosos son también fuertes defensores del ateísmo. Sin embargo, en el pasado, y aun hoy, muchos científicos creen que Dios existe y que es responsable de lo que vemos en la naturaleza. Esta es una muestra pequeña de científicos que colaboraron en el desarrollo de la ciencia moderna mientras creían en Dios.

Rich Deem

  1. Nicolás Copérnico (1473-1543)
    Copérnico era el astrónomo polaco que puso el primer sistema de planetas basado matemáticamente que giran alrededor del sol. Asistió a varias universidades europeas, y se hizo un Canon en la iglesia católica en 1497. Su nuevo sistema fue en realidad presentado primero en los jardines del Vaticano en 1533 ante el Papa Clemente VII que lo aprobó, y urgió a Copérnico a publicarlo alrededor de ese tiempo. Copérnico nunca estuvo bajo ninguna amenaza de persecución religiosa - y fue instado a que lo publicara por ambos el obispo Católico Guise, el Cardenal Schonberg, y también el profesor Protestante George Rético. Copérnico hizo referencia a Dios a veces en sus obras, y no vio su sistema como en el conflicto con la Biblia.
  2. Sir Fancisco Bacon (1561-1627)
    Bacon era un filósofo que es conocido por establecer el método científico de investigación sobre la base de la experimentación y el razonamiento inductivos. En De Interpretatione Naturae Prooemium, Bacon estableció sus metas como el descubridor de la verdad, servidor a su país, y servidor a la iglesia. Aunque su trabajo estaba basado en la experimentación y el razonamiento, rechazó el ateísmo como que era el resultado de la insuficiente profundidad de la filosofía, diciendo, "Es cierto que una filosofía ligera inclina a la mente del hombre al ateísmo, pero la profundidad en la filosofía conduce las mentes de los hombres a la religión; pues mientras la mente del hombre busca segundas causas dispersadas, puede algunas veces descansar en ellas, y no ir más lejos; pero cuando contempla la cadena de ellas confederadas, y acopladas juntas, debe necesitar volar a la Providencia y Deidad" (Del ateísmo)
  3. Juan Kepler (1571-1630)
    Kepler era un matemático brillante y astrónomo. Hizo un trabajo temprano sobre la luz, y estableció las leyes del movimiento planetario sobre el sol. También llegó a estar cerca de llegar al concepto Newtoniano de la gravedad universal - incluso antes de que Newton naciera! Su introducción de la idea de la fuerza en la astronomía cambió de manera radical en una dirección moderna. Kepler era un Luterano sumamente sincero y piadoso, cuyas obras sobre astronomía contienen escritos sobre cómo el espacio y los cuerpos celestes representan la Trinidad. ¡Kepler no sufrió persecución por su declaración abierta del sistema centrado por el sol, y era permitido como un Protestante quedarse en la Graz católica como un catedrático (1595-1600) cuando otros Protestantes habían sido expulsados!
  4. Galileo Galilei (1564-1642)
    Galileo es recordado a menudo para su conflicto con la Iglesia Católica Romana. Su trabajo polémico sobre el sistema solar fue divulgado en 1633. No tenía ninguna prueba de un sistema centrado por el sol (los descubrimientos del telescopio de Galileo no demostraron una tierra móvil) y su sola "Prueba" sobre la base de las mareas era inválida. Ignoraba las órbitas elípticas correctas de los planetas publicada veinticinco años antes por Kepler. Debido a que su trabajo terminó poniendo el argumento favorito del Papa en el diálogo en la boca del simplón, el Papa (un viejo amigo de Galileo) estaba muy ofendido. Después del "Juicio" y siendo prohibido de enseñar el sistema centrado por el sol, Galileo hizo su trabajo teórico más útil, que fue sobre dinámica. Galileo dijo expresamente que la Biblia no puede equivocarse, y vio su sistema como una interpretación alterna de los textos bíblicos.
  5. René Descartes (1596-1650)
    Descartes era un matemático francés, científico y filósofo que ha sido llamado el padre de la filosofía moderna. Sus estudios de la escuela lo hicieron insatisfecho con la filosofía previa: tenía una fe religiosa profunda como un Católico Romano, que conservó hasta su último día, al mismo tiempo que un deseo decidido y apasionado de descubrir la verdad. A la edad de 24 tenía un sueño, y sintió el llamado vocacional de tratar de traer juntos conocimientos en un sistema de pensamiento. Su sistema comenzó preguntando qué podía ser conocido si todo lo demás fuera dudado - sugiriendo al famoso "Pienso, por lo tanto existo". En realidad, es olvidado a menudo que el próximo paso para Descartes fue establecer la certeza por muy poco de la existencia de Dios - porque solamente si Dios ambos existe y no quiere que nosotros seamos engañados por nuestras experiencias - podamos confiar en nuestros sentidos y en los procesos del pensamiento lógicos. Dios es, por tanto, fundamental para toda su filosofía. El lo que realmente quería ver era que su filosofía fuese adoptada como la enseñanza estándar Católica Romana. René Descartes y Francisco Bacon (1561-1626) son en general respetados como figuras clave en el desarrollo de la metodología científica. Ambos tenían sistemas en los que Dios era importante, y ambos parecen más devotos que el promedio por su era.
  6. Isaac Newton (1642-1727)
    En óptica, mecánica, y matemáticas, Newton era una figura de genio indiscutible e innovación. En toda su ciencia (incluyendo química) el vio las matemáticas y los números como central. Lo que es menos conocido es que era fervientemente religioso y vio a los números tan involucrados en el plan de Dios para la historia a partir de la Biblia. Hizo una obra considerable sobre numerología bíblica, y, aunque los aspectos de sus creencias no eran ortodoxos, pensaba que la teología era muy importante. En su sistema de física, Dios es esencial para la naturaleza y el carácter absoluto del espacio. En Principia dijo, "El sistema más hermoso del sol, los planetas, y cometas, podía sólo proceder del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso."
  7. Roberto Boyle (1791-1867)
    Uno de los fundadores y miembros tempranos de la Real Sociedad, Boyle dio su nombre a "La ley de Boyle" para los gases, y también escribió una obra importante sobre química. La Encyclopedia Britannica dice de él: "Por su voluntad dotó de una serie de conferencias de Boyle, o sermones, que todavía continúan", para demostrar la religión cristiana contra los infieles conocidos....' Como un Protestante devoto, Boyle recibió un interés especial promoviendo la religión cristiana por todas partes, dando dinero para traducir y publicar el Nuevo Testamento en irlandés y turco. En 1690 desarrolló sus opiniones teológicas en el Cristiano virtuoso, que escribió para mostrar que el estudio de la naturaleza era un deber religioso principal." Boyle escribió contra los ateos en su día (la noción de que el ateísmo es una invención moderna es un mito), y era evidentemente mucho más fervientemente cristiano que el promedio en su era.
  8. Miguel Faraday (1791-1867)
    Miguel Faraday era el hijo de un herrero que se convirtió en uno de los científicos más grandes del siglo XIX. Su trabajo sobre la electricidad y el magnetismo no sólo revolucionó la física sino también resultó en gran parte de nuestros estilos de vida de hoy, que dependen de ellos (incluir computadoras y líneas telefónicas y sitios web). Faraday era un miembro fervientemente cristiano de los Sandemanianos, que influyeron en él significativamente y afectaron fuertemente la manera en la que se acercó e interpretó la naturaleza. Originados de los Presbiterianos, los Sandemanianos rechazaron la idea de las iglesias estatales, y trataron de regresar a un tipo de Cristianismo del Nuevo Testamento.
  9. Gregorio Mendel (1822-1884)
    Mendel fue el primero en ofrecer los fundamentos matemáticos de la genética, en lo que llegó a ser llamado "Mendelianismo". Empezó su investigación en 1856 (tres años antes que Darwin publicara su Origen de las Especies) en el jardín del monasterio en el que era un monje. Mendel fue elegido abad de su monasterio en 1868. Su obra permaneció comparativamente desconocida hasta finales del siglo, cuando una nueva generación de botánicos empezó a encontrar resultados similares y lo "Redescubrieron" (aunque sus ideas no eran idénticas a la suya). Una idea interesante en los años 1860's fue notable por la formación del X - club, que estaba dedicado a disminuir las influencias religiosas y propagar una imagen de "conflicto" entre la ciencia y la religión. Un simpatizante fue el primo de Darwin, Francisco Galton, cuyo interés científico estaba en la genética (un defensor de la eugenesia - la reproducción selectiva entre los seres humanos para "Mejorar" la estirpe). Estaba escribiendo cómo la "Mente sacerdotal" no era propicia para la ciencia mientras, alrededor del mismo tiempo, un monje austriaco estaba haciendo progresos en la genética. El redescubrimiento del trabajo de Mendel vino demasiado tarde para afectar la contribución de Galton.
  10. Guillermo Thomson Kelvin (1824-1907)
    Kelvin era más importante entre el grupo pequeño de científicos británicos que ayudaron a poner los cimientos de la física moderna. Su trabajo cubrió muchas áreas de la física, y fue dicho que tenía más credenciales que alguien más en la comunidad de naciones, puesto que recibió numerosos títulos honoris causa de universidades europeas, que reconocieron el valor de su trabajo. Era un Cristiano muy comprometido, que era indudablemente más religioso que el promedio por su era. Curiosamente, sus colegas físicos Jorge Gabriel (1819-1903) y Jaime Clerk Maxwell (1831-1879) eran también hombres de profunda dedicación cristiana, en una era cuando muchos eran sólo de nombre, apáticos, o anticristianos. La Encyclopedia Britannica dice "Maxwell es visto por la mayoría de los físicos modernos como el científico del siglo XIX que tenía la influencia más grande sobre física de siglo XX; es clasificado con Sir Isaac Newton y Alberto Einstein por la naturaleza fundamental de sus contribuciones." Lord Kelvin era un creacionista de la tierra vieja, que calculó que la tierra tenía una edad entre 20 millones y 100 millones de años, con un límite superior en 500 millones de años sobre la base de ratios de enfriamiento (un cálculo aproximado bajo atribuible a su falta de conocimientos sobre la calefacción radiogénica).
  11. Max Planck (1858-1947)
    Planck hizo muchas contribuciones a la física, pero fue más conocido por la teoría cuántica, que revolucionó nuestro conocimiento de los mundos atómicos y subatómicos. En su conferencia de 1937 sobre "Religión y Ciencia", Planck expresó la opinión de que Dios estaba por todos lados presente, y sostuvo que "La santidad de la Deidad ininteligible era expresada por la santidad de los símbolos." Los ateos, creía él, dan demasiada importancia a lo que son simplemente símbolos. Planck era una persona que ayudaba al clero en asuntos seculares desde 1920 hasta su muerte, y creyó en un Dios Todopoderoso y Omnisciente y caritativo (aunque no necesariamente uno personal). Tanto la ciencia como la religión hacen una "Lucha incansable en contra del escepticismo y el dogmatismo, en contra de la incredulidad y la superstición" con la meta "Hacia Dios!"
  12. Alberto Einstein (1879-1955)
    Einstein es probablemente el mejor conocido y el más reverenciado científico del siglo veinte, y es relacionado con las revoluciones muy importantes en nuestro pensar en el tiempo, la gravedad, y la conversión de la materia en energía (E = mc2). Aunque nunca llegó a la creencia en un Dios personal, reconoció la quimera de un universo no creado. La Encyclopedia Britannica dice de él: "Firmemente negando el ateísmo, Einstein expresó una creencia en el Dios de Spinoza que se revela a Sí Mismo en la armonía de lo que existe." En realidad esto motivó su interés en la ciencia, como una vez se lo comentó a un joven físico: "Quiero saber cómo Dios creó este mundo, no estoy interesado en este o ese fenómeno, en el espectro de este o ese elemento. Quiero conocer Sus ideas, el resto son detalles." El epíteto famoso sobre el "Principio de incertidumbre" de Einstein era "Dios no juega dados" - y para él ésta era una declaración legítima sobre un Dios en el que él creía. Un famoso refrán suyo era que la "Ciencia sin religión está coja, religión sin ciencia está ciega."

 

 

La mejor espada

Escrito por La hija de Cortés.

La mayoría de los católicos, queriendo congraciarnos con el mundo, hemos cambiado el amor a Cristo por un amor a lo mundano.

No hay duda de que vivimos en tiempos interesantes y también convulsos, pues no pasa semana sin que los medios de comunicación nos saquen de nuestro letargo, con noticias utilizadas a su antojo y conveniencia, a fin de aumentar aún más la división en nuestra ya, de suyo fragmentada sociedad. Una de las últimas noticias que, aunque pasó casi desapercibida en los grandes medios de habla hispana, hizo correr ríos de tinta en los Estados Unidos, fue el artículo escrito por Daniel Panneton, colaborador de “The Atlantic”, en el cual declaró que el rosario se ha convertido en un "símbolo extremista" del radicalismo religioso católico al mencionar que: "así como el rifle AR-15 se ha convertido en un objeto sagrado para los nacionalistas cristianos en general, el rosario ha adquirido un significado militarista para los católicos radicales tradicionales (o, como se les conoce en los Estados Unidos, 'rad trad')".

Es importante resaltar que Panneton dirige su abierta, feroz e injusta critica específicamente contra el catolicismo tradicional; que no es otro que el catolicismo de siempre, el que no busca componendas fáciles ni diluye la doctrina. Ese catolicismo que no prende una vela a Dios y otra al mundo, sino que vive en el mundo sabiendo que no pertenece a él y que; “milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (militia est vita hominis super terram) incomodando terriblemente, con su conducta radical y contestataria, a propios y extraños. No es casual que el articulista dirija sus dardos contra los católicos que son hostiles al liberalismo y el secularismo y que además, defienden a la “familia patriarcal tradicional” rosario en mano. Panetton sabía bien que, al subrayar el carácter militante del catolicismo, ocasionaría grandes reacciones de un occidente acomplejado, acobardado y pacifista, que no sólo desdeña, sino que se avergüenza de las más grandes y heroicas gestas de su historia.

Sea como sea, dicho artículo ha puesto sobre la mesa un tema que todo buen católico debería saber, pero que la mayoría de nosotros evadimos, en parte por ignorancia y mucho por comodidad; la batalla espiritual que todos enfrentamos en esta vida. Y es que la mayoría de los católicos, queriendo congraciarnos con el mundo, hemos cambiado el amor a Cristo por un amor a lo mundano; convirtiéndonos en católicos tibios, en sal sosa, en católicos culturales y hasta practicantes; pero practicantes ante todo de ese respeto humano del cual el santo Cura de Ars advertía: “¡Oh, maldito respeto humano, cuántas almas arrastra al infierno!".

Y es que desafortunadamente, durante las últimas décadas, se ha ido despojando al cristianismo de su carácter sobrenatural reduciéndolo a mero buenismo moralista y terapéutico. Esto, nos ha llevado a buscar la aprobación de los hombres antes que la Dios, por lo que hemos rebajado y adecuado nuestros principios reduciendo, además, nuestro testimonio a la parroquia y la familia y eso, sin tocar temas “sensibles o controversiales” para no disgustar a nadie. Por ello, frente a un mundo en el cual cada uno defiende su derecho a hacer con “su vida” lo que le plazca, es altamente provocador el carácter combatiente de ese pequeño remanente de católicos que, contra un viento y marea, proveniente no pocas veces de nuestras mismas filas, defienden, a pesar de la deserción de la gran mayoría de nosotros, las enseñanzas perennes de la iglesia.

Actualmente, es evidente que debido a que la mayoría de los católicos hemos fraternizado con el enemigo y abandonado las trincheras; el aborto, el divorcio, la cohabitación, la ideología de género, el llamado matrimonio homosexual, la eutanasia y muchos otros males intrínsecos son, no sólo legales en gran parte de un occidente, que alguna vez fue cristiano, sino que maquilladas de un falso amor al prójimo, han encontrado acogida en nuestras propias familias a través de una corrupción de costumbres cada vez más generalizada. Por si fuese poco, la mayoría de los católicos agachamos la cabeza ante imposiciones ilegítimas y absurdas (como la mayoría de los mandatos pandémicos) mientras rehusamos, en nombre de la libertad y apelando a nuestra dignidad, a seguir una tradición que consideramos demasiado rancia y rígida para nuestra época, como si la moral cambiase con el tiempo.

Estamos tan acostumbrados y cómodos con nuestro estado de bienestar que la lucha con; su sudor, sus lágrimas, sus heridas y su sufrimiento, nos provoca horror. Por ello Panetton nos ha hecho, sin quererlo, un gran favor pues nos ha recordado a la gran mayoría de los católicos tibios y mundanos, que pertenecemos a la iglesia militante, que tenemos un enemigo, el "príncipe de este mundo" quien, si al parecer tiene hoy más poder que nunca, es porque los pecados abundan en una sociedad que ha dejado de iluminar con la verdad del evangelio otorgando paso franco a las tinieblas.

Por ello, es paradójico que, quienes promueven la destrucción de la familia, de la vida y hasta de la inocencia de los más pequeños, alerten del carácter militante de un pequeño remanente que no combate con odio sino por amor a lo que defiende; que no busca destruir, sino reconstruir todo aquello que es bueno, bello y verdadero.

En un mundo cuya tibieza vomitiva lo ha hecho presa fácil del totalitarismo económico, político, pero sobre todo moral; molesta demasiado ese pequeño ejército que no elude la batalla, sino que la enfrenta, rosario en mano, con la convicción de que, como dijo San Isaac el Sirio: “El fuego no arde entre la madera húmeda, de la misma forma una vida heroica no crece en la pereza. Y el entusiasmo por Dios no se inflama en un corazón que ama la comodidad”.

El enemigo sabe bien algo que muchos católicos hemos olvidado, el rosario es un arma sumamente poderosa pues es capaz de vencer ejércitos, que podrían considerarse invencibles otorgando, en no pocas ocasiones, la victoria en el combate físico a quienes lo rezan y además, es capaz de vencer al mismo satanás. Es un hecho conocido que un exorcista escuchó del mismo demonio: “Si los cristianos supieran cuán poderoso es el rosario, sería mi final".

¡Desenvainad la espada, prestos al combate! Un combate del cual depende la salvación de muchas almas, comenzando por la nuestra y la de nuestra familia. Por ello la Santísima Virgen María, que nos cuida con Su gran amor maternal, nos ha regalado esta bellísima arma con la que podemos ser capaces de vencer el mal en el mundo. Recordemos las palabras del Papa Pío IX: “Dadme un ejército que rece el rosario y conquistaré el mundo”.

Que todos los días tengamos el rosario en nuestras manos y la meditación de sus santos misterios en nuestro corazón, recordando que luchamos por la gloria de Dios, nuestra santificación y la salvación de las almas. Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc, et in hora mortis nostrae. Amen.

 

 

Carta a mi amigo Juan Pablo I

Escrito por Nemesio Rodríguez Lois.

La elección de Karol Wojtyla no se hubiera comprendido si antes el mundo no hubiera conocido la sonrisa esperanzadora de Albino Luciani.

Querido Juan Pablo:

Con motivo de tu muy próxima beatificación, quiero escribirte una carta.

Durante tu vida le escribiste cartas a los más diversos personajes como lo fueron Mark Twain, Goethe, Charles Dickens e incluso al imaginario Pinocho.

De una manera muy especial me agradó la carta que le escribiste a San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, gremio con el cual siempre te identificaste, tanto así que, durante tu brevísimo pontificado, quienes como arma utilizamos la computadora o el ordenador nos congratulamos al ver como, por primera vez en su historia, la Iglesia era gobernada por un Papa periodista.

Tu bello y a la vez sencillo estilo literario lo pusiste siempre al servicio de la evangelización.

Sin embargo, a ti que tanto te gustaba escribir –de la noche a la mañana, volaste al Cielo sin dejarnos siquiera un mensaje de despedida.

Que luminoso fue aquel 26 de agosto de 1978 cuando el humo blanco que salía de la Capilla Sixtina le anunció al mundo que el nuevo sucesor de San Pedro era el sonriente Albino Luciani.

Pocos eran quienes te conocían. Incluso tu providencial elección fue una sorpresa para el autor de estas letras.

Y fue así como nos encontramos con que al balcón, dispuesto a dar su primera bendición “Urbi et orbi”, se asonó un rostro amable y bondadoso. Era la sonrisa del Apóstol Pedro la que en esos momentos le daba al mundo una esperanza.

A escasos días de tu beatificación, quienes te conocimos te recordamos con cariño. Lástima que la gran mayoría solamente se haya quedado con tu sonrisa.

Olvidan que tu pontificado –a pesar de medirse en días- fue grande.

Y decimos que fue grande porque el tiempo no se mide únicamente por el número de meses o años sino más bien por la intensidad y calidad de vida.

Apenas te eligieron, querido Juan Pablo, dijiste públicamente que “María Santísima, Reina de los Apóstoles, será la fúlgida estrella de nuestro pontificado” (Domingo 27 de agosto de 1978).

Con ello le dabas el honor debido y ponías toda tu confianza en la Santísima Madre de Dios, la Dulce Corredentora del humano linaje, la Medianera de todas las gracias…

Vino después lo de la tiara. En tu ejemplar humildad que tu sucesor imitaría semanas después, preferiste la imposición del palio en lugar de una coronación suntuosa.

Con ello sentaste un precedente que todos seguirían en el futuro.

Hiciste a un lado la Silla Gestatoria para mostrarte más cerca de tu rebaño. No obstante, aceptaste subirte a ella cuando alguien te sugirió que, yendo a pie, muchos no podrían verte.

Y al ser humilde, definiste de un modo magistral la humildad al decirnos que “el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite pecados graves. ¿Por qué? Porque aquellos que han cometido estos pecados, después, arrepentidos, se mantienen humildes.

“A nadie le dan ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves” (Miércoles 6 de septiembre de 1978)

Prometías un pontificado pletórico de grandes realizaciones. Más he aquí que un infortunado día la noticia inesperada de tu postrer viaje hizo que el corazón nos diese un vuelco.

Te llamó el Señor y tú, como fiel Vicario de Cristo, acudiste presuroso a su llamada.

Estuviste entre nosotros durante treinta y tres días. Fuiste como una brisa primaveral que a todos nos enseñó como el Sucesor de San Pedro también sabe sonreír y acariciar a los niños.

El mundo entero lloró tu partida y volvió a poner sus ojos sobre la vieja chimenea de la Capilla Sixtina.

Y fue así como Juan Pablo I fue sucedido por Juan Pablo II, un santo apóstol que se forjó en la lucha, en aquella Iglesia que, detrás del Telón de Acero, pasaba en aquellos tiempos por mil penalidades.

Ni duda cabe, querido Juan Pablo, que el mundo recibió mejor a Juan Pablo II después de haberte conocido a ti.
Fuiste el puente que supo unir de modo admirable el pontificado del adusto San Pablo VI con el del jovial San Juan Pablo II.

La elección de Karol Wojtyla no se hubiera comprendido si antes el mundo no hubiera conocido la sonrisa esperanzadora de Albino Luciani.

Por todo ello, querido Juan Pablo, decimos que tu breve pontificado fue grande y trascendente ya que, después de tu partida, las cosas empezaron a ser de otra manera.

 

El cariño de padres

Parece elemental, pero a veces se encuentra uno con casos un poco penosos. Parece elemental que la familia debe construirse sobre el amor, el cariño entre marido y mujer, entre padres e hijos, el afecto sincero entre hermanos. Pero eso debe educarse. El niño, de nacimiento, es egoísta, va a lo suyo. Cuando hay más hermanos y los padres están cerca puede darse cuenta de que el amor a los demás es algo estupendo. Pero hay que trabajarlo, de lo contrario crece egoísta. No digamos ya en el caso del hijo único; los padres deberán estar especialmente atentos a esa educación pues de lo contrario crece un ególatra.

“No estaríamos dando una educación integral a los hijos, si no educamos sus sentimientos y la afectividad. En los jóvenes prevalece lo afectivo y lo sensorial por encima de la razón y de la reflexión. La educación afectiva es claramente importante”. Lo que más vale, en la educación, es el cariño. Eso supone dedicación, estar cerca, exigir pero con cuidado, manteniendo siempre por encima del todo un amor sensible, lleno de detalles.

Hay que estar con los hijos, hay que hablar con los hijos. No hay cosa que más se quede grabada en los chavales que una conversación tranquila, a solas con su padre o con su madre. Es muy bueno que pueda tener esa conversación con el padre y otras veces con la madre. Para esto hay que estar. No se trata de aprovechar un momentito suelto, entre que llego del trabajo y el niño se va a la cama. Para encontrar el momento idóneo hay que estar.

Estando surge el momento adecuado, porque el chico viene a pedir ayuda para un problemilla en los deberes del cole, y entonces, sin prisas, con cariño, sin exigencias, el papá o la mamá saca la conversación. Los dos sentados tranquilamente en donde no les molesten, y se pregunta por cómo va el cole, y qué tal esa amiga tan simpática o ese amigo del vecindario. Y si por fin a empezado a leer aquel libro que le dejó. Y vete tú a saber cuántas cosas.

Pedro García

 

 

La alegría de los jóvenes en Santiago

La alegría de los primeros días de agosto nos han trasmitido los jóvenes en Santiago de Compostela desconcierta a un mundo en el que esta pieza no encaja en su realidad preconcebida. Es un modo de vivir alegre, que llena las calles sin un solo altercado, dando un espléndido ejemplo cívico, y recordándonos a todos que somos peregrinos y que Europa se construyó peregrinando. Han caminado llevando la bandera de la paz, de forma serena y gozosa, en marcha hacia un mundo, en el que sea posible hacer vida el eslogan que les ha invitado a salir de sí mismos y a ser testigos del Evangelio allá donde se encuentren.

Como hemos podido escuchar y vivir en esos días, por medio de la santidad de los jóvenes, la Iglesia puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico. Es el bálsamo de la santidad que puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo. La mirada y el compromiso sinceros de los jóvenes santos que nos animan a todos a volver a nuestro amor primero y a mirar con confianza a un futuro incierto desde la esperanza en Aquel que no defrauda y que nuestra vieja Europa tanto necesita.

José Morales Martín

 

La campaña veraniega

Escuchaba el otro día a un escritor argentino refiriéndose a la modernidad como un todo que uno debe comprar o rechazar; como los combos de McDonals: si no te gustan los aros de cebolla, no los comas, pero los tienes que pagar. Así, por ejemplo, aunque es una anomalía del sistema, el aborto viene incluido en el combo moderno; también el feminismo llamado radical… Constituye un complejo tejido donde unas opciones apoyan inevitablemente a las otras.

Y es que el feminismo, en tanto que ideología, es a veces peligroso, otras, mentiroso, pero casi siempre ridículo. Tres condiciones que se traslucen en la última campaña que ha promovido el Ministerio de Igualdad para sensibilizar sobre la discriminación que algunas mujeres pueden sentir por razón de su apariencia física cuando están en bañador. Aparentemente, la intención de la iniciativa es correcta, pues el problema social de la dictadura de la imagen no está resuelto. Sin embargo, el proyecto no ha resultado acertado en su planteamiento (querer combatir el yugo que el heteropatriarcado impone a la mujer en la playa) ni en su argumentación (incluir a una mujer corpulenta, otra de color negro, una con el pelo teñido, otra cuya axila está sin depilar y una última con el pecho extirpado, cuando elegir si lucir canas o no usar cera nada tiene que ver con nacer negra, gruesa o sufrir un cáncer de mama). Tampoco el resultado ha sido el esperado, pues se han quejado algunas modelos de haber sido retratadas sin permiso o con sus fotos trucadas.

Jesús Martínez Madrid

 

Ante esa cultura materialista

Unos meses después del primer trasplante de corazón de cerdo a un humano, científicos de la Universidad de Yale han conseguido revivir órganos de cerdos muertos. Son hallazgos revolucionarios que abren la puerta a increíbles avances médicos. La pregunta es hasta qué punto somos conscientes del tipo de implicaciones culturales, éticas y sociales que suscitan estos avances.

Igual que sucede con la crisis climática, no se trata de cuestiones abstractas y lejanas. La crisis demográfica está aquí ya, en Europa, y extendiéndose a Asia y América Latina. Y aunque el alargamiento de la vida es una noticia a celebrar, la caída de la natalidad plantea retos de sostenibilidad que exigen soluciones justas y equitativas. Se abre paso, como horizonte, el concepto de “sociedad de los cuidados”, pero la idea casa mal con una cultura dominante hedonista que idolatra la eficiencia y valora a cada persona en función de cuánto tiene. En la medida en que aumenta la proporción de personas mayores y dependientes, hace aguas, no lo olvidemos, esa cultura materialista.

Jesús Domingo Martínez

 

Hay vida humana desde la concepción

El pleno siglo XXI sería inadmisible biológica y científicamente negar la vida humana desde la concepción. En las primeras fases de su desarrollo no es un conjunto o amalgama de células informes, como si se tratara de un quiste o un tumor, sino un organismo humano vivo, en perfecto desarrollo, siguiendo las leyes biológicas que ha puesto el Creador en la naturaleza humana de todas las personas.  Si no es un ser humano desde el instante de la concepción, no llegará a serlo nunca. El erróneo concepto de "preembrión" -que permitiría abortar a un embrión de 14 días por no considerarlo aún ser humano- ha sido negado por la ciencia médica, por la que obviamente debe regirse el jurista, ya que él, como tal, no tiene competencia científica para determinar cuándo comienza la vida.

En la decisión de los jueces no debería influir el "respeto" a lo que puedan decir determinados medios de comunicación partidarios del aborto (véase las reacciones violentas en USA), porque se supone que un juez no decide en función de lo "políticamente correcto", sino según el juicio de su conciencia, el juicio de la historia y en último término el juicio de Dios. En resumen, la búsqueda sincera de la verdad y el bien.

José Morales Martín

 

Revientan al Estado no saben gobernar

            Esa es la cruda realidad; y la base de todo el empobrecimiento que nos han echado encima, una plaga de políticos, que sin inteligencia y menos, saber de la política auténtica; que para el que no lo sepa, es sencillamente, “saber gobernar bien a los pueblos, para que de verdad, vivan en paz y progresen en todos los sentidos en que puede hacerlo un verdadero ser humano… Pero esa plaga antes señalada, sólo va con el egoísmo “animal”, de “primero yo, después, yo y siempre yo”; o sea y como ya sinteticé hace bastantes años; son simplemente “políticos de panza y bolsillo”, que es lo que les mueve y ha movido siempre. ¿El resultado? El que estamos padeciendo en general y por ello, el mundo camina o le hacen caminar, por “sendas siempre violentas y que acaban en tragedias, más o menos grandes, pero siempre tragedias”; pues llevaba toda la razón, cuando el gran político y estadista que fue Gandhi, afirmó. “En este mundo hay de todo para todos, pero no para los egoístas que lo quieren todo para ellos”; lo dijo con otras parecidas palabras, pero el sentido es igual.

            El que gobierna, generalmente lo hace siempre con la mentira, más o menos cruda, pero mentira, puesto que la tiene que “envolver” siempre en la hipocresía o el engaño, que sólo queda para los tontos incrédulos, puesto que la realidad es siempre encontrable, para aquellos que de verdad, se preocupan por llegar a ella.

            Veamos algunas pruebas de ello:

La masa salarial del sector público crece tres veces más que la del privado: El gasto en salarios de las administraciones aumenta mucho más que el registrado en las empresas privadas.

La reforma laboral ha mejorado la contratación indefinida pero no las retribuciones.   Los efectos de la reforma laboral del Gobierno no se están trasladando a los salarios. Hay más empleo, sobre todo más contrataciones indefinidas como consecuencia de la supresión de contrataciones temporales, ha subido el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), han aumentado los tipos de las cotizaciones y la inflación se ha disparado. Sin embargo, la masa salarial (el conjunto de sueldos y cuota sociales a cargo del empleador) de las empresas privadas sólo ha crecido un 3,8% en el primer trimestre de este año respecto al mismo periodo al comienzo de la pandemia. La tasa de paro cae al 12,4% por primera vez en 14 años por el fuerte impulso del turismo. Los economistas se resisten a avalar la reforma laboral pese a la euforia del Gobierno.

Esta tendencia demuestra que la reforma laboral de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz es más estadística que efectiva, ya que con el canje de contratos temporales por indefinidos se ha ganado calidad en el empleo pero no en los salarios, que es lo que cuenta para los trabajadores, e incluso para la recaudación de las pensiones y de Hacienda y el consumo en general. Mientras, el gasto en remuneraciones en los salarios públicos ha crecido un 10,3% (6,5 puntos más que en el sector privado) en este mismo periodo como consecuencia del espectacular aumento de las plantillas de las Administraciones, ajenas siempre a las crisis y a las reformas”. PUBLICADO 07/08/2022 (Vozpópuli).

            O sea más claro y entendible: Todos los políticos, aparte de la ya bien saturada de empleados, “toda la función pública, menos Sanidad, por las protestas que hay”; esos políticos inútiles, se dedicaron (y los de ahora mucho más) a meter, “de cogotazo o a dedo”, a ejércitos de enchufados al dinero público, sin sopesar del daño que ocasionaban a la economía de todos; motivo de ello y sumados los derroches de dinero que se gastan “en pitos y flautas, o en goces propios y de allegados”; han ido creando un déficit y por tanto UNA DEUDA PÚBLICA YA IMPAGABLE, puesto que así ha sido considerada por entendidos. Deuda que nos la pasan a los contribuyentes, que aún ya “asados” a impuestos CONFISCATIVOS; tenemos que aguantar latentemente, tanto desastre (que debiera estar castigado por LEYES LÓGICAS Y PREVENTIVAS); y mientras del extranjero, compren esa deuda que SIGUE CRECIENDO; seguiremos pagando intereses fabulosos y que lastran los beneficios a recibir, de UNAS ADMINISTRACIONES QUE DE VERDAD HUBIERAN SABIDO GOBERNAR; por lo tanto, esa deuda será una carga durísima de soportar y que va a alcanzar a las generaciones (hijos, nietos, biznietos, tataranietos y vete a saber cuántos más) que aún no nacidas, ya nacerán con esa carga, que gobiernos imbéciles, les han dejado como herencia. Como dato a recordar en esa MEMORIA HISTÓRICA, recordemos también que en el tan criticado régimen anterior, la deuda pública era desconocida; y si alguna había, “las reservas de oro y valores internacionales, propiedad del Estado y depositados en las cajas fuertes del Banco de España, eran sobradas para cubrirla”; pero de esa memoria, “nadie habla”; ni tampoco de “las reservas de agua, que aún en sequías como la de ahora, aún permiten abrir el grifo y que salga agua en los hogares españoles, riegos, suministros industriales, etc.; simplemente se deben a los muchos pantanos que en dicha época fueron construidos; y que después de ella, dejaron de construirse más. Y mientras se malgastan MONTAÑAS DE DINERO PÚBLICO, en mantener parásitos, “compra de voluntades” (SOBORNOS) y “caprichos”, de quienes en mayoría, “nunca dieron un palo al agua”, ni han creado nada en la vida civil, que es donde de verdad se demuestra el que vale y el que no; ¡HASTA CUÁNDO!

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

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