Las Noticias de hoy 6 Junio 2022

Enviado por adminideas el Lun, 06/06/2022 - 12:33

Maria Madre de la Iglesia - Virgen Santa Maria

Ideas  Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 06 de junio de 2022       

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: El Espíritu Santo mantiene la fe siempre joven

El Papa: el Espíritu Santo nos hace reaccionar ante sentimientos negativos

El Papa a los líderes de las naciones: Ucrania, "no lleven a la humanidad a la ruina"

LA MISERICORDIA DIVINA : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: María, Madre de la Iglesia

Santa María, Madre de la Iglesia

“¿No estarás achicado, porque tu amor es corto?” : San Josemaria

Trabajar bien, trabajar por amor (X): Santificar con el trabajo : Javier López

Conocer a San José y amarlo para siempre… : Sheila Morataya

Algunas tesis para un debate sobre los valores : Antonio Argandoña

Diez formas en las que puedes herir a tu esposo más de lo que crees y quieres: ¿qué dice la Biblia? : Molly Parker

El hombre Mediocre :

Inmortalidad y cerebro. : José Luis Velayos

Defender la vida en tiempos difíciles: al servicio de la Verdad para ser libres : Julio Tudela

¿Afecta a la psique de los médicos realizar eutanasias? : JulioTudela Paloma Aznar

Las ‘vacas bombero’ y el cambio climático : Jesús Domingo Martínez

Paseando mascotas y niños : Jesús Martínez Madrid

Espiar a todos : José Morales Martín

La realidad del Pecado. : Juan García. 

La revolución de la ternura : Pedro García

El Versalles alemán y el… “rey loco” (I) : Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

El Papa: El Espíritu Santo mantiene la fe siempre joven

A la hora del Regina Coeli en la Solemnidad de Pentecostés, Francisco instó a invocar al Espíritu Santo en los momentos difíciles, leyendo los pasajes del Evangelio, para recordar el amor de Jesús y no volvernos “cristianos olvidadizos”. “¡Con Él, las palabras de Cristo cobran vida, hoy!”

 

María Cecilia Mutual - Vatican News

“El Espíritu enseña y recuerda lo que Cristo dijo”. Lo afirmó el Papa Francisco este mediodía antes de rezar la oración del Regina Coeli con los fieles romanos y peregrinos en la Plaza de San Pedro, en la solemnidad de Pentecostés.

Tras la celebración de la Santa Misa en la Basílica Vaticana, el Pontífice, reflexionando sobre el Evangelio de la liturgia del día, explicó el significado de esta solemnidad que recuerda “la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua”.

“Jesús lo había prometido varias veces” afirma Francisco y el Evangelio de este domingo recoge una de estas promesas, cuando Jesús dijo a los discípulos: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).

El Papa centra su reflexión en estas dos acciones “enseñar” y “recordar”, porque así es como Él penetra nuestros corazones con el Evangelio de Jesús.

 

05/06/2022El Papa a los líderes de las naciones: Ucrania, "no lleven a la humanidad a la ruina"

El Espíritu Santo nos ayuda a acortar distancias

“En primer lugar, el Espíritu Santo enseña”, ayudándonos a superar el obstáculo de la distancia, explica el Papa. Y señala que “puede surgir la inquietud de que hay mucha distancia entre el Evangelio y la vida cotidiana” porque "Jesús vivió hace dos mil años, eran otros tiempos, otras situaciones”. “¿Qué puede decir el Evangelio en la era de Internet y de la globalización? ¿Cómo puede impactar su palabra?” Pregunta el Papa y añade:

“El Espíritu Santo es especialista en acortar las distancias; nos enseña a superarlas. Es Él quien conecta la enseñanza de Jesús con cada tiempo y cada persona. ¡Con Él, las palabras de Cristo cobran vida, hoy! Sí, el Espíritu las hace vivas para nosotros. A través de la Sagrada Escritura nos habla y nos orienta en el presente. Él no teme el paso de los siglos, sino que hace que los creyentes estén atentos a los problemas y acontecimientos de su tiempo. De hecho, cuando el Espíritu enseña, actualiza, mantiene la fe siempre joven”

El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a nuestro corazón

“Nosotros corremos el riesgo de hacer de la fe una cosa de museo, Él en cambio la pone en sintonía con los tiempos” advierte Francisco, y explica cómo actúa el Espíritu, a través de la memoria, haciendo que recordemos, “re-cordar, es decir, traer de vuelta al corazón”.

“El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a nuestro corazón. Ocurre como con los Apóstoles: habían escuchado a Jesús muchas veces, pero lo habían comprendido poco. Pero a partir de Pentecostés, con el Espíritu Santo, recuerdan y comprenden, pasan de un conocimiento externo a una relación viva, convencida y alegre con el Señor. Es el Espíritu el que hace esto, el que pasa del hecho de “haber escuchado acerca de él” al conocimiento personal de Jesús, el que entra en el corazón”

Sin el Espíritu que nos recuerda a Jesús, la fe se vuelve olvidadiza

 

05/06/2022El Papa: el Espíritu Santo nos hace reaccionar ante sentimientos negativos

El Pontífice evidencia cómo tantas veces la fe se vuelve un recuerdo sin memoria. En cambio - asegura -  la memoria está viva y la memora viva lleva al Espíritu Santo. Entonces cuestiona: ¿somos cristianos olvidadizos? ¿Quizás basta una adversidad, un cansancio, una crisis para olvidar el amor de Jesús y caer en la duda y el miedo? El remedio - dice - es invocar al Espíritu Santo:

“Hagámoslo a menudo, especialmente en los momentos importantes, antes de las decisiones difíciles. Tomemos el Evangelio en la mano e invoquemos al Espíritu. Podemos decir: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Luego, abrimos el Evangelio y leemos un pequeño pasaje, lentamente. Y el Espíritu lo hará hablar a nuestras vidas”

 

El Papa: el Espíritu Santo nos hace reaccionar ante sentimientos negativos

El Papa Francisco, en la homilía de la misa de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, recordó que el Espíritu Santo, el Consolador, es concreto, no es idealista y quiere que nos concentremos en el aquí y ahora, porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia.

 

Patricia Ynestroza - Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco, en la misa de Pentecostés recordó que el Espíritu Santo, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar las heridas que nos queman dentro. La ceremonia fue presidida por el Cardenal Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio.

El Espíritu -dijo el Santo Padre en la homilía- nos invita a no perder nunca la confianza. El Espíritu es concreto, no es idealista y quiere que nos concentremos en el aquí y ahora, porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia. El espíritu del mal nos distrae del aquí y del ahora, lleva nuestra cabeza a otra parte.

El Papa pide que "entremos en la escuela del Espíritu Santo, para que nos enseñe todo. Invoquémoslo cada día, para que nos recuerde que debemos partir siempre de la mirada de Dios sobre nosotros, tomar decisiones escuchando su voz, y caminar juntos, como Iglesia, dóciles a Él y abiertos al mundo".

El Espíritu Santo nos hace reaccionar ante sentimientos negativos

La amargura, el pesimismo y los pensamientos tristes que se agitan dentro de nosotros, vienen del mal -afirmó el Papa- nunca vienen del Espíritu Santo. Vienen del mal, “que se siente cómodo en la negatividad y usa a menudo esta estrategia: alimenta la impaciencia, el victimismo, hace sentir la necesidad de autocompadecernos y de reaccionar a los problemas criticando, y echando toda la culpa a los demás. Nos vuelve nerviosos, desconfiados y quejosos”.

En cambio, el Espíritu Santo, nos hace reaccionar -señaló Francisco- nos invita a no perder nunca la confianza, la fe,  y a volver a empezar siempre. después de cada caída, ¡levántate! y te toma de la mano te da valor. Haciendo que tomemos la iniciativa, sin esperar que sea otro el que comience. Y luego, afirmó, llevando esperanza y alegría a quienes encontremos, no quejas; no envidiando nunca a los demás, sino alegrándonos por sus éxitos. Jamás movernos por la envidia, la envidia, dijo el Papa, es la puerta por la que entra el espíritu maligno, "lo dice la Biblia: por la envidia del diablo ha entrado el mal en el mundo. ¡Nunca envidiar, nunca! El Espíritu Santo te trae el bien".

El Espíritu Santo nos concentra en el aquí y ahora

El Espíritu Santo es concreto, no idealista, aseveró el Pontífice, hace que nos concentremos en el aquí y ahora, “porque el sitio donde estamos y el tiempo en que vivimos son los lugares de la gracia. El espíritu del mal, en cambio, quiere distraernos del aquí y del ahora, y llevarnos con la cabeza a otra parte”.

Es allí donde el espíritu del mal “con frecuencia nos ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado; o bien nos proyecta hacia el futuro, alimentando temores, miedos, ilusiones y falsas esperanzas. El Espíritu Santo, en cambio, nos lleva a amar el aquí y el ahora, no un mundo ideal, ni una Iglesia ideal, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez”, señaló el Papa. Y agregó: “¡Qué diferencia con el maligno, que fomenta las cosas dichas a las espaldas, las habladurías y los chismorreos!”  

El Espíritu Santo transforma las heridas que tenemos dentro

El Papa nos recordó que no debemos desfallecer. Ante los muchos problemas, heridas y preocupaciones, que creemos no se resuelven con consuelos fáciles, debemos tener confianza, porque:“es precisamente ahí que el Espíritu pide poder entrar. Porque Él, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar esas heridas que te queman por dentro”.

El Espíritu Santo, dijo el Papa, nos enseña a no suprimir los recuerdos de las personas y de las situaciones que nos han hecho mal, sino a dejarlos habitar por su presencia:

“Así hizo con los Apóstoles y con sus fallas. Habían abandonado a Jesús antes de la Pasión, Pedro lo había negado, Pablo había perseguido a los cristianos. ¡Cuántos errores, cuántos sentimientos de culpa! Por sí mismos no podían encontrar una salida. Solos no; con el Consolador sí. Porque el Espíritu sana los recuerdos. ¿Cómo? Dándole importancia a lo que cuenta, es decir, el recuerdo del amor de Dios y su mirada sobre nosotros. De este modo pone orden en la vida; nos enseña a acogernos, a perdonarnos a nosotros mismos y a reconciliarnos con el pasado. A volver a empezar”.

En vez de recordar lo mal que nos va, recordar que somos hijos amados de Dios

Más adelante, el Santo Padre afirmó que “siempre recordamos lo que va mal, con frecuencia resuena en nosotros esa voz que nos recuerda los fracasos y las deficiencias, que nos dice: 'Ves, otra caída, otra desilusión, nunca lo conseguirás, no eres capaz".

El Espíritu Santo, en cambio, señaló Francisco, nos recuerda todo lo contrario: “Eres hijo, eres hija de Dios, eres una criatura única, elegida, preciosa, siempre amada; aunque hayas perdido la confianza en ti mismo, Dios confía en ti”.

Además, Francisco dijo que el Espíritu "nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús. "En el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar". 

Y retomando la frase final del Evangelio, dijo: 

"En la frase final del Evangelio que hemos escuchado, Jesús hace una afirmación que nos da esperanza y al mismo tiempo nos lleva a reflexionar. Dice a los discípulos: «El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26). Nos impacta ese “todo”, y nos preguntamos, ¿en qué sentido el Espíritu da esta comprensión nueva y plena a quienes lo reciben? No es una cuestión de cantidad, ni una cuestión académica: Dios no quiere convertirnos en enciclopedias o en eruditos. No. Es una cuestión de calidad, de perspectiva, de olfato".

Por dónde empezar

Francisco nos señaló que el Espíritu, nos indica el punto de partida de la vida espiritual:

"Jesús habla de ello en el primer versículo de hoy, cuando dice: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos» (v. 15). Si me aman, cumplirán; esta es la lógica del Espíritu. Nosotros a menudo pensamos al revés: si cumplimos, amamos. Estamos acostumbrados a pensar que el amor proceda esencialmente de nuestro cumplimiento, talento y religiosidad. En cambio, el Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, sino que es un don suyo. El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar. Él es el “motor” de nuestra vida espiritual, es Él quien mueve todo dentro de nosotros. Pero si no empezamos por el Espíritu o con el Espíritu o a través del Espíritu, no se puede hacer el camino.".

El Espíritu Santo es una memoria activa, es la memoria de Dios, nos recuerda todas las palabras de Jesús, afirmó Francisco, es una memoria que "enciende y reaviva el amor de Dios en nuestro corazón. Hemos experimentado su presencia en el perdón de los pecados, cuando nos hemos sentido llenos de su paz, de su libertad y de su consolación".

Alimentar esta memoria espiritual, dijo el Papa, es esencial, "Dios se acuerda de ti. Tú perderás la memoria de Dios, pero Dios no la pierde de ti: se acuerda continuamente de ti".

Qué caminos tomar

El Papa señaló que además el Espíritu no sólo nos recuerda por dónde empezar, sino que también nos enseña qué caminos tomar:

"Nos lo dice la segunda Lectura, donde san Pablo explica que «quienes se dejan conducir por el Espíritu de Dios» (Rm 8,14) caminan «según el Espíritu y no según la carne» (v. 4). En otras palabras, el Espíritu, frente a las encrucijadas de la existencia, nos sugiere el mejor camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal, ambos nos hablan: aprender a discernir para entender dónde está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir el camino, para seguir las cosas que nos dice".

Y cómo discernir, pues el Papa hace la diferencia, al explicar que el Espíritu Santo nunca nos dirá que en nuestro camino va todo bien. Al contrario, nos corregirá, nos hará llorar por nuestros pecados, y nos animará a cambiar, a "combatir contra nuestras falsedades e hipocresías, aun cuando eso implique esfuerzo, lucha interior y sacrificio".

"El mal espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que tú quieras y te guste; te lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero después, cuando te quedas vacío interiormente, te acusa y te tira al suelo. El Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta".

Cómo caminar

Cómo caminar, juntos, así nos quiere el Espíritu, señaló Francisco por último, nos funda como Iglesia y hoy:

"Los discípulos estaban escondidos en el cenáculo, después el Espíritu descendió e hizo que salieran. Sin el Espíritu estaban encerrados en ellos mismos, con el Espíritu se abrieron a todos".

En cada época, aseveró el Papa, el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad; "siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto, sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios, una casa acogedora sin muros divisorios". 

El Espíritu mundano, dijo el Pontífice, nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias nacionales y de grupo.

"El Espíritu Santo no. Él nos invita a olvidarnos de nosotros mismos y a abrirnos a todos. Y así rejuvenece a la Iglesia. Pero pongamos atención, es Él quien la rejuvenece, no nosotros. Porque la Iglesia no se programa, y los proyectos de renovación no bastan. El Espíritu nos libera de obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos, los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo".

 

El Papa a los líderes de las naciones: Ucrania, "no lleven a la humanidad a la ruina"

Tras el Regina Coeli, el Papa Francisco hizo un nuevo llamamiento por el fin de la guerra en Ucrania, pensando también en los pescadores y trabajadores penalizados por el conflicto, expresó su satisfacción por la tregua en Yemen y su dolor por las víctimas de las recientes lluvias torrenciales en Brasil. El Pontífice recordó también la beatificación de los mártires capuchinos Padre Leonard Melki y Padre Thomas George Saleh, ayer en Beirut, en el Líbano

 

Alessandro Di Bussolo - Ciudad del Vaticano

"Renuevo mi llamamiento a los líderes de las naciones: ¡no lleven a la humanidad a la ruina, por favor! Que se lleven a cabo verdaderas negociaciones, concretas tratativas para un alto el fuego y para una solución sostenible. Que se escuche el grito desesperado de la gente que sufre, que se respete la vida humana". A cien días "del inicio de la agresión armada a Ucrania", es el apremiante llamamiento del Papa Francisco por la paz.

Que se detenga la destrucción de las ciudades

Tras rezar el Regina Coeli, en la solemnidad de Pentecostés, después de pronunciar la homilía de la misa presidida en la basílica vaticana por el cardenal Decano Re, el Papa recuerda a los 25.000 fieles presentes en la plaza y a los muchos que le siguen a través de los medios de comunicación, que hoy es un día de fiesta en el que "el sueño de Dios sobre la humanidad se hace realidad: 50 días después de la Pascua, pueblos que hablan lenguas diferentes se encuentran, se entienden".

Pero ahora, 100 días del inicio de la agresión armada contra Ucrania, la pesadilla de la guerra, que es la negación del sueño de Dios, ha descendido de nuevo sobre la humanidad. Pueblos que se enfrentan, pueblos que se matan, gente que en lugar de acercarse son expulsadas de sus casas. Y mientras la furia de la destrucción y la muerte arrecia y la confrontación se recrudece, alimentando una escalada cada vez más peligrosa para todos, renuevo mi llamamiento a los líderes de las naciones: ¡no lleven a la humanidad a la ruina, por favor! No lleven a la humanidad a la ruina. Que se lleven a cabo verdaderas negociaciones, concretas tratativas para un alto el fuego y una solución sostenible. Que se escuche el grito desesperado de la gente que sufre -lo vemos en los medios de comunicación todos los días-; que se respete la vida humana, que se detenga la espantosa destrucción de ciudades y pueblos en todas partes. Sigamos, por favor, rezando, luchando por la paz sin cansarnos.

La Beatificación en Beirut de dos mártires capuchinos

Francisco recuerda además que ayer fueron beatificados en Beirut dos frailes menores capuchinos: Leonardo Melki y Tommaso Giorgio Sale, sacerdotes y mártires, asesinados por odio a la fe en Turquía en 1915 y en el '17 respectivamente.

Estos dos misioneros libaneses, en un contexto hostil, dieron prueba de una confianza inquebrantable en Dios y de abnegación por el prójimo. Que su ejemplo refuerce nuestro testimonio cristiano. Eran jóvenes, no tenían 35 años. Aplaudamos a los nuevos Beatos.

Satisfacción por la prolongación de la tregua en Yemen

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Hay satisfacción en las palabras del Pontífice cuando recuerda "que la tregua en Yemen ha sido renovada por otros dos meses".

Gracias a Dios y a ustedes. Espero que esta señal de esperanza sea un paso más para poner fin al sangriento conflicto que ha generado una de las peores crisis humanitarias de nuestro tiempo. Y, por favor, no nos olvidemos pensar en los niños, en los niños de Yemen: hambre, destrucción, falta de educación, falta de todo. Pensemos en los niños.

Oración por las víctimas de los desprendimientos de tierra en Recife, Brasil

A continuación, el Papa Francisco dirige su mirada paterna a Brasil, asegurando sus oraciones "por las víctimas de los deslizamientos de tierra causados por las lluvias torrenciales en la región metropolitana de Recife". Y al final de los saludos, expresa su cercanía a los pescadores:

Pensemos en los pescadores que, debido al aumento del coste del combustible, corren el riesgo de tener que cesar su actividad; y lo hago extensivo a todas las categorías de trabajadores gravemente penalizados por las consecuencias del conflicto en Ucrania.

 

LA MISERICORDIA DIVINA

— La misericordia de Dios es infinita, eterna y universal.

— La misericordia supone haber cumplido previamente con la justicia, y va más allá de lo que exige esta virtud.

— Frutos de la misericordia.

I. San Pablo llama a Dios Padre de las misericordias1, designando su infinita compasión por los hombres, a quienes ama entrañablemente. Pocas otras verdades están tan insistentemente repetidas, quizá, como esta: Dios es infinitamente misericordioso y se compadece de los hombres, de modo particular de aquellos que sufren la miseria más profunda, el pecado. En una gran variedad de términos e imágenes –para que los hombres lo aprendamos bien–, la Sagrada Escritura nos enseña que la misericordia de Dios es eterna, es decir, sin límites en el tiempo2; es inmensa, sin limitación de lugar ni espacio; es universal, pues no se reduce a un pueblo o a una raza, y es tan extensa y amplia como lo son las necesidades del hombre.

La encarnación del Verbo, del Hijo de Dios, es prueba de esta misericordia divina. Vino a perdonar, a reconciliar a los hombres entre sí y con su Creador. Manso y humilde de corazón, brinda alivio y descanso a todos los atribulados3. El Apóstol Santiago llama al Señor piadoso y compasivo4. En la Epístola a los Hebreos, Cristo es el Pontífice misericordioso5; y esta actitud divina hacia el hombre es siempre el motivo de la acción salvadora de Dios6, que no se cansa de perdonar y de alentar a los hombres hacia su Patria definitiva, superando las flaquezas, el dolor y las deficiencias de esta vida. «Revelada en Cristo la verdad acerca de Dios como Padre de la misericordia, nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad»7. Por eso, la súplica constante de los leprosos, ciegos, cojos... a Jesús es: ten misericordia8.

La bondad de Jesús con los hombres, con todos nosotros, supera las medidas humanas. «Aquel hombre que cayó en manos de los ladrones, que lo desnudaron, lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto, Él lo reconfortó, vendándole las heridas, derramando en ellas su aceite y vino, haciéndole montar sobre su propia cabalgadura y acomodándolo en el mesón para que tuvieran cuidado de él, dando para ello una cantidad de dinero y prometiendo al mesonero que, a la vuelta, le pagaría lo que gastase de más»9. Estos cuidados los ha tenido con cada hombre en particular. Nos ha recogido malheridos muchas veces, nos ha puesto bálsamo en las heridas, las ha vendado... y no una, sino incontables veces. En su misericordia está nuestra salvación; como los enfermos, los ciegos y los lisiados, también debemos acudir nosotros delante del Sagrario y decirle: Jesús, ten misericordia de mí... De modo particular, el Señor ejerce su misericordia a través del sacramento del Perdón. Allí nos limpia los pecados, nos acoge, nos cura, lava nuestras heridas, nos alivia... Es más, en este sacramento nos sana plenamente y recibimos nueva vida.

II. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia10, leemos en el Evangelio de la Misa. Hay una especial urgencia por parte de Dios para que sus hijos tengan esa actitud con sus hermanos, y nos dice que la misericordia con nosotros guardará proporción con la que nosotros ejercitamos: con la medida con que midiereis seréis medidos11. Habrá proporción, no igualdad, pues la bondad de Dios supera todas nuestras medidas. A un grano de trigo corresponderá un grano de oro; a nuestro saco de trigo, un saco de oro. Por los cincuenta denarios que perdonamos, los diez mil talentos (una fortuna incalculable) que nosotros debemos a Dios. Pero si nuestro corazón se endurece ante las miserias y flaquezas ajenas, más difícil y estrecha será la puerta para entrar en el Cielo y para encontrar al mismo Dios. «Quien desee alcanzar misericordia en el Cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el Cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena»12.

En ocasiones, se pretende oponer la misericordia a la justicia, como si aquella apartara a un lado las exigencias de esta. Se trata de una visión equivocada, pues hace injusta a la misericordia, siendo así que es la plenitud de la justicia. Enseña Santo Tomás13 que cuando Dios obra con misericordia –y cuando nosotros le imitamos– hace algo que está por encima de la justicia, pero que presupone haber vivido antes plenamente esta virtud. De la misma manera que si uno diera doscientos denarios a un acreedor al que solo debe cien no obra contra la justicia, sino que –además de satisfacer lo que es justo– se porta con liberalidad y misericordia. Esta actitud ante el prójimo es la plenitud de toda justicia. Es más, sin misericordia se termina por llegar a «un sistema de opresión de los más débiles por los más fuertes» o a «una arena de lucha permanente de los unos contra los otros»14.

Con la justicia sola no es posible la vida familiar, ni la convivencia en las empresas, ni en la variada actividad social. Es obvio que, si no se vive la justicia primero, no se puede ejercitar la misericordia que nos pide el Señor. Pero después de dar a cada uno lo suyo, lo que por justicia le pertenece, la actitud misericordiosa nos lleva mucho más lejos: por ejemplo, a saber perdonar con prontitud los agravios (en ocasiones imaginarios, o producidos por la propia falta de humildad), a ayudar en su tarea a quien ese día tiene un poco más de trabajo o está más cansado, a dar una palabra de aliento a quien tiene una dificultad o se le ve más preocupado o inquieto (puede ser la enfermedad de un familiar, un tropiezo en un examen, un quebranto económico...), prestarnos para realizar esos pequeños servicios que tan necesarios son en toda convivencia y en todo trabajo en común...

III. Por muy justas que llegaran a ser las relaciones entre los hombres, siempre será necesario el ejercicio cotidiano de la misericordia, que enriquece y perfecciona la virtud de la justicia. La actitud misericordiosa se ha de extender a necesidades muy diversas: materiales (comida, vestido, salud, empleo...), de orden moral (facilitar a nuestros amigos el que se confiesen, combatir la gran ignorancia acerca de las verdades más elementales de la fe enseñando el Catecismo, colaborando en una tarea de formación...). La misericordia es, como dice su etimología, una disposición del corazón que lleva a compadecerse, como si fueran propias, de las miserias que encontramos cada día. Por eso, en primer lugar debemos ejercitarnos en la comprensión con los defectos ajenos, en mantener una actividad positiva, benevolente, que nos dispone a pensar bien, a disculpar fácilmente fallos y errores, sin dejar de ayudar en la forma que resulte más oportuna. Actitud que nos lleva a respetar la igualdad radical entre todos los hombres, pues son hijos de Dios, y las diferencias y peculiaridades de cada personalidad. La misericordia supone una verdadera compasión, el compartir efectivamente las desdichas de nuestros hermanos, tanto materiales como espirituales.

El Señor hizo de esta bienaventuranza el camino recto para alcanzar la felicidad en esta vida y en la otra. «Es como un hilillo de agua fresca que brota de la misericordia de Dios y que nos hace participar de su misma felicidad. Nos enseña, mucho mejor que los libros, que la verdadera felicidad no consiste en tomar y poseer, en juzgar y tener razón, en imponer la justicia a nuestro modo, sino más bien en dejarnos tomar y asir por Dios, en someternos a su juicio y a su justicia generosa, en aprender de Él la práctica cotidiana de la misericordia»15. Entonces comprendemos que hay más gozo en dar que en recibir16. Un corazón compasivo y misericordioso se llena de alegría y de paz. Así alcanzamos también esa misericordia que tanto necesitamos; y se lo deberemos a aquellos que nos han dado la oportunidad de hacer algo por ellos mismos y por el Señor. San Agustín nos dice que la misericordia es el lustre del alma, la enriquece y la hace aparecer buena y hermosa17.

Al terminar este rato de oración, acudimos a nuestra Madre Santa María, pues Ella «es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia»18.

Aunque ya tengamos abundantes pruebas de su amor maternal por cada uno de nosotros, podemos decirle a la Santísima Virgen: Monstra te esse matrem!19, muestra que eres madre, y ayúdanos a mostrarnos como buenos hijos tuyos y hermanos de todos los hombres.

1 Primera lectura de la Misa. Año I, 2 Cor 1, 1-7. — 2 Sal 100. — 3 Mt 11, 28. — 4 Sant 5, 11. — 5 Heb 2, 17. — 6 Tit 2, 11; 1 Pdr 1, 3. — 7 Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, 2. — 8 Mt 9, 27; 14, 20; 15, 22; 20, 30; Mc 10, 47; Lc 17, 13. — 9 San Máximo de Turín, Carta 11. — 10 Mt 5, 7. — 11 Mt 7, 2. — 12 San Cesáreo de Arlés, Sermón 25. — 13 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 21, a. 3, ad 2. — 14 Juan Pablo II, o. c., 14. — 15 S. Pinckaers, En busca de la felicidad, Palabra, Madrid 1981, pp. 126-127. — 16 Cfr. Hech 20, 35. — 17 Cfr. San Agustín, en Catena Aurea, vol. I, p. 48. — 18 Juan Pablo II, o. c., 9. — 19 Liturgia de las Horas, Segundas Vísperas del Común de la Virgen, Himno Ave, maris stella.

 

 

Evangelio del lunes: María, Madre de la Iglesia

Comentario del lunes después de Pentecostés, María, Madre de la Iglesia. “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. San Juan nos representaba a todos al pie de la Cruz, acogiendo a la Virgen María como madre nuestra. Vivamos cada día como hijos de santa María.

06/06/2022

Evangelio (Jn 19, 25-34)

“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:

—Mujer, aquí tienes a tu hijo.

Después le dice al discípulo:

—Aquí tienes a tu madre.

Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

—Tengo sed.

Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús, cuando probó el vinagre, dijo:

—Todo está consumado.

E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Como era la Parasceve, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les rompieran las piernas y los retirasen. Vinieron los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que había sido crucificado con él. Pero cuando llegaron a Jesús, al verle ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. Y al instante brotó sangre y agua”.


Comentario

Es éste uno de los pasajes más comentados del Evangelio, por lo que resulta difícil añadir uno más. Sin pretender ser originales, podríamos subrayar dos aspectos:

—El verbo “estar”, traducción del verbo latino “stare” empleado por la Vulgata. Su significado es mucho más importante que una sencilla precisión material, para indicar la posición. Quiere decir que nuestra Madre estaba junto a la Cruz por una decisión personal, totalmente voluntaria. Sin limitarse a soportar algo desagradable que le ha sido impuesto casi por la fuerza.

—San Juan habla de la “Cruz de Jesús”, en realidad una precisión inútil, puesto que ninguna confusión con las cruces de los dos ladrones era posible. Lo que quiere decir que, detrás, hay una intención espiritual. Se trata de la Cruz de Jesús, nuestro Salvador, la fuente de todas las gracias. Así el evangelista insiste en la contribución personalísima de la Virgen María en la obra de la Redención.

Por esta razón, sin duda, la Iglesia ha escogido este pasaje para la memoria que celebramos hoy, la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Como complemento para meditar el texto del Evangelio previsto para la misa, puede ayudarnos leer de nuevo algunas ideas del Decreto correspondiente de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

El documento subraya perfectamente la conveniencia de la institución de esta nueva memoria: “El Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año”.

Por consiguiente, tratemos de incrementar este sentido “materno” en las relaciones con los demás, sintiéndonos instrumentos entre las manos de Dios y de su Madre, que ejercen en parte por medio nuestro su paternidad y su maternidad. Y no dudemos en rezar con frecuencia la jaculatoria que forma parte de las letanías de Loreto: Mater Ecclesiæ, ora pro ea, ora pro nobis! Sobre todo, si algunos acontecimientos o comentarios nos entristecen o nos preocupan.

 

Santa María, Madre de la Iglesia

El lunes después de Pentecostés la Iglesia celebra la Memoria de “María, Madre de la Iglesia”. Ofrecemos algunos textos para considerar esa fiesta litúrgica.

Icono de María Madre de la Iglesia (Mater Ecclesiae), en la plaza de san Pedro (Roma).

05/06/2022

∙ Decreto sobre la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el Calendario Romano General (descargar en PDF)

∙ Comentario “La memoria de María, Madre de la Iglesia”, de Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos (descargar en PDF)

∙ Comentario del Evangelio.


La historia del mosaico de María, Mater Ecclesiae

Uno de los elementos arquitectónicos más recientes en la plaza de San Pedro es el mosaico dedicado a María "Mater Ecclesiae" junto con el texto Totus Tuus, una muestra más del cariño a la Virgen de san Juan Pablo II.

l mosaico (inspirado en la Madonna della colonna que procedía de la basílica constantiniana) fue colocado el 7 de diciembre de 1981.


Texto del Papa Francisco

Me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen gentium: “Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (n. 63).

MARÍA VIVIÓ LA FE EN LA SENCILLEZ DE LAS MILES DE OCUPACIONES Y PREOCUPACIONES COTIDIANAS DE CADA MADRE

Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.

¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

Podemos hacernos una pregunta: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella tenía!

Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.

Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.

Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amor fuerte, o débil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado?

MARÍA REZABA, TRABAJABA, IBA A LA SINAGOGA… PERO CADA ACCIÓN SE REALIZABA SIEMPRE EN PERFECTA UNIÓN CON JESÚS

Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal de los demás, cuidamos cada uno nuestro “patio trasero”? O nos cuidamos unos a otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!

Y un último punto brevemente: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.

Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?

Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia (Audiencia, 23 octubre 2013).


Textos de san Josemaría

 Hace falta que meditemos con frecuencia, para que no se vaya de la cabeza, que la Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la Santa Iglesia.

En la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio —Iglesia purgante—, o con los que gozan ya —Iglesia triunfante— de la visión beatífica, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí y, al mismo tiempo, trasciende la historia. La Iglesia, que nació bajo el manto de Santa María, y continúa —en la tierra y en el cielo— alabándola como Madre (‘El fin sobrenatural de la Iglesia’en Amar a la Iglesia. 28-V-1972).

DIOS NOS LA ENTREGA COMO MADRE DE TODOS LOS REGENERADOS EN EL BAUTISMO, Y CONVERTIDOS EN MIEMBROS DE CRISTO: MADRE DE LA IGLESIA ENTERA

 Viendo Jesús a María y al discípulo amado, que estaba allí, se dirige a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después habla con el discípulo: ahí tienes a tu Madre. Desde aquel momento la recibió el discípulo por suya. Y nosotros por nuestra. Dios nos la entrega como Madre de todos los regenerados en el Bautismo, y convertidos en miembros de Cristo: Madre de la Iglesia entera. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros unidos a otros miembros, escribe San Pablo. La que es Madre del Cuerpo es Madre de todos los que se incorporan a Cristo, desde el primer brote de la vida sobrenatural, que se inicia en el Bautismo y se robustece con el crecimiento de los dones del Espíritu Santo (Artículo titulado ‘La Virgen del Pilar’. Publicado en Libro de Aragón, por la CAMP de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1976). También se recoge en Por las sendas de la fe (ed. J. A. Loarte) ed Cristiandad.

 Seguramente también vosotros, al ver en estos días a tantos cristianos que expresan de mil formas diversas su cariño a la Virgen Santa María, os sentís más dentro de la Iglesia, más hermanos de todos esos hermanos vuestros. Es como una reunión de familia, cuando los hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto a su Madre, con ocasión de alguna fiesta. Y, si alguna vez han discutido entre sí y se han tratado mal, aquel día no; aquel día se sienten unidos, se reconocen todos en el afecto común (Es Cristo que pasa, 139, 3).

 Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima -que está en la Iglesia, pero sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro-; pido que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes (Amigos de Dios, 155, 2).

 Me gusta volver con la imaginación a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su Madre y de José, su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y, después de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al Salvador.

Que en cada uno de vosotros, escribía San Ambrosio, esté el alma de María, para alabar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María, para gozarse en Dios. Y este Padre de la iglesia añade unas consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del cristiano. Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros[1].

Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con El por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.

Su mucho amor a Nuestra Señora y su falta de cultura teológica llevó, a un buen cristiano, a hacerme conocer cierta anécdota que voy a narraros, porque —con toda su ingenuidad— es lógica en persona de pocas letras.

Tómelo —me decía— como un desahogo: comprenda mi tristeza ante algunas cosas que suceden en estos tiempos. Durante la preparación y el desarrollo del actual Concilio, se ha propuesto incluir el tema de la Virgen. Así: el tema. ¿Hablan de ese modo los hijos? ¿Es ésa la fe que han profesado siempre los fieles? ¿Desde cuándo el amor a la Virgen es un tema, sobre el que se admita entablar una disputa a propósito de su conveniencia?

LA MADRE DE DIOS Y, POR ESO, MADRE DE TODOS LOS CRISTIANOS, ¿NO SERÁ MADRE DE LA IGLESIA, QUE ES LA REUNIÓN DE LOS QUE HAN SIDO BAUTIZADOS Y HAN RENACIDO EN CRISTO?

Si algo está reñido con el amor, es la cicatería. No me importa ser muy claro; si no lo fuera —continuaba— me parecería una ofensa a Nuestra Madre Santa. Se ha discutido si era o no oportuno llamar a María Madre de la Iglesia. Me molesta descender a más detalles. Pero la Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y han renacido en Cristo, hijo de María?

No me explico —seguía— de dónde nace la mezquindad de escatimar ese título en alabanza de Nuestra Señora. ¡Qué diferente es la fe de la Iglesia! El tema de la Virgen. ¿Pretenden los hijos plantear el tema del amor a su madre? La quieren y basta. La querrán mucho, si son buenos hijos. Del tema —o del esquema— hablan los extraños, los que estudian el caso con la frialdad del enunciado de un problema. Hasta aquí el desahogo recto y piadoso, pero injusto, de aquella alma simple y devotísima.

Sigamos nosotros ahora considerando este misterio de la Maternidad divina de María, en una oración callada, afirmando desde el fondo del alma: Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien los Cielos no pueden contener, se ha encerrado en tu seno para tomar la carne de hombre[2].

Mirad lo que nos hace recitar hoy la liturgia: bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que acogieron al Hijo del Padre eterno[3]. Una exclamación vieja y nueva, humana y divina. Es decir al Señor, como se usa en algunos sitios para ensalzar a una persona: ¡bendita sea la madre que te trajo al mundo! (Amigos de Dios, nn. 281-283).

 

 

“¿No estarás achicado, porque tu amor es corto?”

La gracia de Dios no te falta. Por lo tanto, si correspondes, debes estar seguro. El triunfo depende de ti: tu fortaleza y tu empuje –unidos a esa gracia– son razón más que suficiente para darte el optimismo de quien tiene segura la victoria. (Surco, 80)

6 de junio

No seáis almas de vía estrecha, hombres o mujeres menores de edad, cortos de vista, incapaces de abarcar nuestro horizonte sobrenatural cristiano de hijos de Dios. ¡Dios y audacia! (Surco, 96)

Audacia no es imprudencia, ni osadía irreflexiva, ni simple atrevimiento.

La audacia es fortaleza, virtud cardinal, necesaria para la vida del alma. (Surco, 97)

He leído un proverbio muy popular en algunos países: "el mundo es de Dios, pero Dios lo alquila a los valientes", y me ha hecho reflexionar.

–¿A qué esperas? (Surco, 99)

No soy el apóstol que debiera ser. Soy... el tímido.

–¿No estarás achicado, porque tu amor es corto? –¡Reacciona! (Surco, 100)

 

Trabajar bien, trabajar por amor (X): Santificar con el trabajo

Al santificar su trabajo e identificarse ahí con Cristo, el cristiano necesariamente da fruto —santifica a los demás— con su trabajo. El servicio a los demás a través de la propia profesión es el tema de este editorial.

15/02/2014

En la historia de la Iglesia y de la humanidad, el espíritu que Dios hizo ver a san Josemaría Escrivá de Balaguer, en 1928, lleva consigo una enseñanza nueva y antigua como el Evangelio, con toda su fuerza transformadora de los hombres y del mundo.

La santificación del trabajo profesional es semilla viva, capaz de dar fruto de santidad en una inmensa multitud de almas: para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo [1]En esta frase gráfica —afirmó el Prelado del Opus Dei en la homilía del 7 de octubre de 2002, día siguiente a la canonización de San Josemaría— resumía el Fundador del Opus Dei el núcleo del mensaje que Dios le había confiado, para recordarlo a los cristianos [2].

El Sembrador divino ha sembrado esta semilla en las vidas de miles de personas para que crezca y se multiplique su fruto: el treinta por uno, el sesenta por uno y el ciento por uno [3]. Repasar con calma cada uno de estos tres aspectos puede constituir frecuentemente una trama de diálogo con Dios en la oración. ¿Estoy santificando mi trabajo? ¿Me estoy santificando en el trabajo?, es decir, ¿me voy transformando en otro Cristo a través de mi profesión? ¿Qué frutos de apostolado estoy dando con mi trabajo?

Un hijo de Dios no ha de temer hacerse estas preguntas sobre el sentido último de su tarea. Más bien ha de temer no hacérselas porque correría el peligro de que la corriente de sus días no acabase de encontrar el cauce hacia el verdadero fin, disipando sus fuerzas en actividades dispersas, como regueros estériles.

En unidad vital

Esos tres aspectos en los que san Josemaría resume el espíritu de santificación del trabajo, se encuentran intrínsecamente unidos, como en una espiga de trigo lo están la raíz, el tallo y el grano que es su fruto.

El primero, santificar el trabajo: hacer santa la actividad de trabajar realizándola por amor a Dios, con la mayor perfección que cada uno pueda lograr, para ofrecerla en unión con Cristo—, es el más básico y como la raíz de los demás.

El segundo —santificarse en el trabajo—, es en cierto modo consecuencia del anterior. Quien procura santificar el trabajo, necesariamente se santifica: es decir, permite que el Espíritu Santo le santifique, identificándole cada vez más con Cristo. Sin embargo, lo mismo que en una planta no basta regar la raíz, sino que también hay que cuidar el tallo para que crezca derecho, y a veces ponerle un apoyo —un rodrigón— para que no lo quiebre el viento, o protegerlo de los animales y de las plagas... Así también hay que poner muchos medios para identificarse con Cristo en el trabajo: oración, sacramentos y medios de formación, con los que se van cultivando las virtudes cristianas. Gracias a esas virtudes se fortalece también la misma raíz y resulta cada vez más connatural santificar el trabajo.

Con el tercero —santificar con el trabajo— ocurre algo semejante. Ciertamente se puede considerar como una consecuencia de los otros dos, pues al santificar su trabajo e identificarse ahí con Cristo, el cristiano necesariamente da fruto —santifica a los demás con su trabajo—, según las palabras del Señor: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto [4]. Esto no significa que un cristiano se pueda despreocupar de dar fruto, como si éste surgiese espontáneamente de la raíz y del tallo.

En la santificación del trabajo, los tres aspectos están vitalmente unidos entre sí, de modo que unos influyen en otros. Quien no buscara santificar a los demás con su trabajo, preocupándose sólo de santificar el suyo, en realidad no lo estaría santificando. Sería como la higuera estéril, que tanto desagradó a Jesús porque, aún teniendo raíces y hojas, carecía de fruto [5]. De hecho, un buen índice de la rectitud de intención, con la que debéis realizar vuestro trabajo profesional es precisamente el modo en que aprovecháis las relaciones sociales o de amistad, que nacen al desempeñar la profesión, para acercar a Dios esas almas [6].

Vamos a considerar ahora con más detalle este último aspecto de la santificación del trabajo, que de algún modo da a conocer los otros dos, como los frutos manifiestan la planta y la raíz. Por sus frutos los conoceréis [7], dice el Señor.

«Ego elegi vos...»

Si se considera el propio trabajo profesional con simple visión humana, seguramente se pensará que uno se encuentra allí como resultado de diversas circunstancias —capacidades y preferencias, obligaciones y casualidades, etc.— que le han llevado a realizar esa tarea y no otra. Un cristiano ha de mirar las cosas con más profundidad y altura, con un sentido sobrenatural que le haga descubrir ahí la llamada personal de Dios a la santidad y al apostolado.

Lo que parecía una situación vulgarmente fortuita adquiere entonces sentido de misión, y se comienza a estar de un modo nuevo en el mismo sitio donde ya se estaba [8]. No ya como quien ha caído por caso en ese lugar, sino como quien ha sido enviado allí por Cristo. Yo os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca [9]. El lugar de trabajo, el ambiente profesional en el que cada uno se encuentra, es su campo de apostolado, la tierra apropiada en la que sembrar y cultivar la buena semilla de Cristo. La promesa de Jesús no puede fallar: cuando se procura santificar el propio trabajo y santificarse en él, siempre hay fruto apostólico.

Es preciso, sin embargo, no dejarse llevar por las apariencias. El Señor advierte también que el Padre celestial poda al que ya produce, para que dé más fruto [10]. Obra de este modo porque quiere bendecir aún más a sus hijos. Los poda para mejorarles, aunque la podadura sea dolorosa. Muchas veces consiste en dificultades que Él permite para purificar el alma, quitando lo que sobra. En ocasiones, por ejemplo, desaparece la ilusión humana por el propio trabajo, y se ha de realizar a contrapelo, por un amor sin más complacencia que la de agradar a Dios; otras veces es una dificultad económica seria, que quizá Dios permite para que sigamos poniendo todos los medios humanos, pero con más confianza filial en Él, como Jesús nos enseña [11], sin dejarnos dominar por la tristeza y el agobio del futuro. Otras, en fin, se trata de un fracaso profesional, de esos que pueden hundir a quienes trabajan sólo con miras humanas y que, en cambio, elevan sobre la Cruz a los que desean corredimir con Cristo. La poda lleva frecuentemente consigo que los frutos se retrasen, que no se vean los frutos apostólicos del trabajo.

En todo caso, sería un error confundir esta situación con aquella otra a la que también se refiere Jesús en una parábola: Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró; entonces dijo al viñador: "Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?" [12]. Es el caso de quien no da fruto apostólico en su trabajo a causa de su comodidad y poltronería, del aburguesamiento y de estar pendiente sólo o principalmente de sí mismo. Entonces la ausencia de fruto no es sólo aparente. No hay fruto porque no hay generosidad, ni empeño, ni sacrificio; en último término, porque falta buena voluntad.

Cristo mismo nos enseña a distinguir las situaciones por los signos. Aprended de la higuera esta parábola: cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las hojas, sabéis que está cerca el verano [13]. A quienes el Señor poda, parece que no llevan fruto, pero están llenos de vida. Su amor a Dios tiene otras señales evidentes, como la delicadeza en el cuidado de los tiempos de oración, la caridad con todos, el empeño perseverante en poner todos los medios humanos y sobrenaturales en el apostolado...: signos tan inconfundibles como los brotes tiernos de la higuera, mensajeros de los frutos que llegarán a su tiempo. En realidad, están santificando a otras almas con su tarea profesional porque todo trabajo que es oración, es apostolado [14]. El trabajo convertido en oración alcanza efectivamente de Dios una lluvia de gracias que fructifica en muchos corazones.

Los otros, en cambio, ni dan fruto ni están en camino de darlo. Pero aún están vivos y pueden cambiar, si quieren. No les faltarán los cuidados que Dios les envía, escuchando los ruegos de sus amigos, como los del viñador que le pedía por la higuera: Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás [15]. Siempre es posible salir de esa situación de esterilidad apostólica de algún modo voluntaria. Siempre es hora de convertirse y de dar mucho fruto, con la gracia divina. Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor... [16]. Y sólo entonces se llena de sentido la labor profesional, aparece todo el atractivo de su belleza y surge un entusiasmo nuevo, hasta entonces desconocido. Un entusiasmo como el de San Pedro después de obedecer el mandato de Jesús: ¡Mar adentro! [17], y escuchar, tras la pesca milagrosa, la promesa de un fruto de otro orden e importancia: No temas; desde ahora serás pescador de hombres [18].

En nuestra vida se pueden presentar las dos situaciones anteriores, en unos momentos la primera y en otros la segunda. Externamente quizá coincidan en que no se ven los frutos apostólicos del propio trabajo profesional, pero no es difícil saber si responde a la una o a la otra. Basta ser sinceros en la oración. Responder con claridad a la siguiente pregunta: ¿estoy poniendo todos los medios a mi alcance para santificar a los demás con el trabajo, o me desentiendo y me conformo con poco, pudiendo realmente hacer mucho más? ¿quiero a los que trabajan conmigo? ¿trato de servirlos? Y siempre, buscar la ayuda exigente en la dirección espiritual. Este es el camino de la santidad y de la fecundidad apostólica.

Como brasa encendida

Transformar la profesión en medio de apostolado es parte esencial del espíritu de santificación del trabajo, y señal de que, efectivamente, se está santificando. Santidad y apostolado son inseparables, como el amor a Dios y a los demás por Dios.

Tú has de comportarte como una brasa encendida, que pega fuego donde quiera que esté; o, por lo menos, procura elevar la temperatura espiritual de los que te rodean, llevándoles a vivir una intensa vida cristiana [19]. El trabajo profesional es lugar natural en el que nos encontramos, como las brasas en el brasero. Ahí deben realizarse estas palabras de San Josemaría, de modo que las personas que nos rodean reciban el calor de la caridad de Cristo. Se trata de dar ejemplo de serenidad, de sonreír, de saber escuchar y comprender, de mostrarse servicial.

Cualquiera debería poder percibir a nuestro lado el influjo de alguien que eleva el tono del ambiente porque —junto a la competencia profesional— el espíritu de servicio, la lealtad, la amabilidad, la alegría, y el empeño por superar los propios defectos, no pasan desapercibidos.

Todo eso forma parte del prestigio profesional que han de cultivar quienes desean atraer a los demás a Cristo. El prestigio profesional de un cristiano no se deriva del simple realizar técnicamente bien el trabajo. Es un prestigio humano, tejido de virtudes informadas por la caridad. De este modo, el trabajo profesional —sea el que sea— se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos [20]. Sin caridad, en cambio, no puede haber prestigio profesional cristiano, no al menos el que Dios pide, el anzuelo de pescador de hombres [21] e instrumento de apostolado. Sin caridad no es posible atraer las almas a Dios, porque Dios es amor [22]. Vale la pena remarcarlo: un buen profesional, eficaz y competente, si no procura vivir no ya la justicia sino la caridad, no tendrá el prestigio profesional propio de un hijo de Dios.

El prestigio, de todas formas, no es fin sino medio: medio para acercar las almas a Dios con la palabra conveniente (...) mediante un apostolado que he llamado alguna vez de amistad y de confidencia [23]. Conscientes de que, junto con la filiación divina, hemos recibido por el Bautismo una participación en el sacerdocio de Cristo y, por tanto, el triple oficio de santificar, enseñar y guiar a otros, tenemos un título para entrar en la vida de los demás, para llegar a ese trato profundo de amistad y confidencia con todos los que sea posible, en el amplio campo que comprenden las relaciones profesionales.

Este campo no se reduce a las personas que trabajan en el mismo lugar o que tienen una edad semejante, sino que se extiende a todas aquellas con las que, de un modo u otro, se puede tomar contacto con ocasión del trabajo. El cristiano buscará oportunidades para convivir, para poder hablar a solas, fomentando el trato: una comida, un rato de deporte, un paseo. Habrá, pues, que dedicar tiempo a los demás, ser asequible, sabiendo encontrar el momento oportuno. Hemos de dar lo que recibimos, enseñar lo que aprendemos; hacer partícipes a los demás —sin engreimiento, con sencillez— de ese conocimiento del amor de Cristo. Al realizar cada uno vuestro trabajo, al ejercer vuestra profesión en la sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de servicio [24].

Orientar la sociedad

Con el trabajo profesional —cada uno con el suyo—, los cristianos pueden contribuir eficazmente a orientar la entera sociedad con el espíritu de Cristo. Más aún, el trabajo santificado es necesariamente santificador de la sociedad, porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales [25].

En este sentido, san Josemaría escribió en ForjaEsfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana [26].

Poner en práctica seriamente las normas de moral profesional propias de cada trabajo, es una exigencia básica y fundamental en esta labor apostólica. Pero hay que aspirar además a difundirlas, haciendo lo posible para que otros las conozcan y las vivan. No cabe la excusa de que es poco lo que uno puede hacer en un ambiente en el que han arraigado costumbres inmorales. Del mismo modo que esas costumbres son consecuencia de la acumulación de pecados personales, sólo desaparecerán como fruto del empeño en poner práctica personalmente las virtudes cristianas [27]. Muchas veces será necesario pedir consejo. En la oración y en los sacramentos el trabajador encontrará la fortaleza, cuando haga falta, para mostrar con los hechos que ama la verdad sobre todas las cosas, a costa, si es necesario, del propio empleo.

«Desde que el 7 de agosto de 1931, durante la celebración de la Santa Misa, resonaron en su alma las palabras de Jesús: cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí ( Jn 12, 32), Josemaría Escrivá comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes» [28]. Este ideal de orientar la sociedad con el espíritu cristiano es realizable, no es un sueño inútil [29]. San Josemaría —afirmaba Juan Pablo II el día de la canonización— «continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior» [30].

El Señor previene de un peligro: dice que llegará un tiempo en que al desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos [31]. Los cristianos, avisados por sus palabras, en lugar de desanimarnos por la abundancia de mal —también por las propias miserias— reaccionaremos con humildad y confianza en Dios, acudiendo a la intercesión de Santa María. Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios [32].

Javier López


[1] San Josemaría, Conversaciones, n. 55. Cfr. Es Cristo que pasa, nn. 45, 122.

[2] Mons. Javier Echevarría, Homilía en la misa de acción de gracias por la canonización de san Josemaría, 7-X-2002.

[3] Mc 4, 20.

[4] Jn 15, 5.

[5] Mt 21, 19.

[6] San Josemaría, Carta 15-X-1948 , n. 18, cit. por Mons. Javier Echevarría, Carta Pastoral, 2-X-2011, n. 34.

[7] Mt 7, 16.

[8] Cfr. Santo Tomás, S.Th . I, q. 43, a. 1, c.

[9] Jn 15, 16.

[10] Jn 15, 2.

[11] Cfr. Mt 6, 31-34.

[12] Lc 13, 6-7.

[13] Mt 24, 32.

[14] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 10.

[15] Lc 13, 8-9.

[16] San Josemaría, Camino, n. 1.

[17] Lc 5, 4.

[18] Ibid. 5, 10.

[19] San Josemaría, Forja, n. 570.

[20] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 61.

[21] Camino, n. 372.

[22] 1 Jn 3, 8.

[23] San Josemaría, Carta 24-III-1930, n. 11, cit. por Luis Ignacio Seco, La Herencia de Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid, Palabra, 1986.

[24] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 166.

[25] San Josemaría, Conversaciones, n. 10.

[26] San Josemaría, Forja, 718.

[27] Cfr. Juan Pablo II, Exhort. apost. Reconciliatio et paenitentia, 2-XII-1984, n. 16; Litt. enc. Centesimus annus, 1-V-1991, n. 38.

[28] Juan Pablo II, Homilía en la canonización de San Josemaría 6-X-2002.

[29] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 183.

[30] Juan Pablo II, ibid.

[31] Mt 24, 12.

[32] Rm 8, 28.

 

Conocer a San José y amarlo para siempre…

A  San José lo ame desde que lo conocí. Tenía yo 29 años y había llegado por fortuna a un centro del Opus Dei, en El Salvador.  Me paso, cuando escuché por primera vez esta oración: “Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí. Que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón por mis pecados y  Gracias para hacer con fruto este momento de oración. Madre mía Inmaculada, San José, Mi Padre y Señor, angel de mi guarda interceded por mí.” No recuerdo cuánto tiempo pase conmovida después de escuchar lo que para mí en ese momento fue tremenda oración. Era una maestro de modelos profesionales, tenía una academia de modelos y organizaba desfiles de moda, concursos de belleza…. Caminaba en el mundo de la frivolidad y la vanidad……. Era exitosa y famosa. La gente me reconocía y todas las niñas y jóvenes hermosas querían estudiar con Sheila Morataya. Estaba también en las empresas y en la televisión y nunca en mi familia se nos instruyo en la fe  y la piedad.

Llegar a un centro y un oratorio del Opus Dei fue para mi entrar en un territorio completamente desconocido pero donde primera vez sentí la presencia de un verdadero Dios. Entonces, esta oración sacudió  mi corazón al escuchar la frase “ San José, Mi Padre y Señor “…….. luego me dieron a leer una lectura de Josemaría Escrivá de San José llamada “En el taller de José” ….. creo que en ese momento lo que me cautivo más fue saber lo enamorado que estaba de María y ella de él, más sin embargo Dios tenía un plan diferente para su amor y son quienes , pero sobre todo San José ya que era hombre como tú y yo, nos ayuda a comprender y vivir la virtud de la castidad y la pureza.

San José tenía un corazón casto, un corazón sin malicia, un corazón puro por eso como padre spiritual es quién mejor nos ayuda a tener un corazón que quiera y pueda amar hermosamente, sin lujuria. ¿En verdad se puede hacer esto? Sólo imagina todo lo que puede haber vivido una persona que vivió en un mundo lleno de hedonismo, vanidad, fama, intenciones personales….. ¿sigo?

Si San José se necesita con urgencia en nuestro tiempo. Y digo con urgencia porque la pornografía se ha metido en los hogares, porque la masculinidad tambián está en crisis y la palabra humildad parece no gustarle inclusive a muchos católicos. No conozco santo más humilde y prudente que él. Puedo hablar de su silencio en la Sagrada Escritura pero en otro artículo lo hare. Lo prometo.

En la batalla por la pureza todos necesitamos mirar a  San José . Los hombres especialmente necesitan mirar su corazón casto. El mundo necesita hombres que amen a sus esposas como San José amo a María. Las mujeres necesitamos de San José para comprender lo que es la ternura de un padre, sobre todo cuando no se ha tenido Buena relación con el terrenal y para aprender de su obediencia en cuanto a desear hacer siempre la voluntad de Dios.

Te invito a participar en una conferencia en línea que se estará llevando a cabo con motive del año de San José este viernes 19 de marzo, ¡aprenderás tanto!

Da clic aquí si quieres participar en la conferencia en línea

Sheila Morataya

 

Algunas tesis para un debate sobre los valores

Por Antonio Argandoña, Profesor de la Cátedra de Economía y Ética y Secretario General del IESE de la Universidad de Navarra

Sumario

1. Introducción.
2. Los valores.
3. Valores personales y sociales.
4. Niveles de valores.
5. La variedad de los valores.
6. ¿Podemos decir algo objetivo sobre los valores?.
7. El relativismo axiológico.
8. El declive de los valores.
9. Cómo se forman los valores.
10. Conclusiones.

Es verdad que se ha escrito ya mucho sobre los valores, y no me refiero aquí a los valores económicos o mobiliarios, sino a los que nos guían en la acción. Ahora bien, la acumulación de materiales escritos no garantiza la calidad y coherencia del pensamiento contenido en ellos. Por ello, este artículo pretende ser una reflexión más sobre los valores, un intento de contribuir a poner un poco más de orden en la gran variedad de proposiciones que se formulan sobre ellos, en el discurso científico y en la vida ordinaria, empezando por mis propias ideas sobre el tema. Palabras clave. aprendizaje, ética, valores, virtudes.

1. Introducción

Mi objetivo es contribuir al debate sobre la calidad de los valores que profesamos y vivimos, sus fortalezas y deficiencias, si es legítimo intentar cambiarlos y cómo se puede conseguir esto. En concreto, me interesa analizar en qué puede consistir un debate sobre los valores y cómo puede ponerse en marcha. Porque los valores suelen ser apreciados en nuestro entorno cultural algunos más que otros y, sin embargo, se evita a menudo la discusión abierta sobre ellos.

Esto puede deberse a que la manera de entenderlos excluye precisamente ese debate. «Yo tengo mis valores parecemos decir y tú tienes los tuyos; yo no intentaré convencerte de que mis valores son mejores que los tuyos; respeta tú también mis actitudes axiológicas, porque -y este es un supuesto que me parece que impregna muchas de las discusiones sobre el tema- no hay criterios objetivos para defender la primacía de unos valores sobre otros». De modo que quien censure los valores ajenos (o, al menos, algunos de ellos, más «políticamente correctos») corre el riesgo de aparecer como intolerante o fanático, algo que se considera inadmisible a la hora de construir una convivencia democrática. Pero la aceptación de estas hipótesis convierte el diálogo sobre los valores en algo insípido, e incluso cínico.

El método que utilizaré en este trabajo será la presentación de un conjunto de tesis de contenido y alcance muy diferentes, más aún, algunas de ellas son más hipótesis provisionales que resultados contrastados. Empezaré tratando de algunas ideas generales sobre los valores, para ocuparme luego de los valores individuales y sociales, de los niveles y la jerarquía de los valores, de su variedad y objetividad y del relativismo axiológico, del declive o crisis de los valores y de cómo se forman y consolidan, para acabar con las conclusiones.

Antes de continuar, me parece importante aclarar que el punto departida de mi análisis no es la definición de los valores (es poco probable que nos pongamos de acuerdo sobre ella), ni siquiera «mi» definición (pues las probabilidades de aceptación son aún menores), sino la idea vaga, imprecisa y quizás poco coherente con que ese término se utiliza en el lenguaje popular y en los medios de comunicación. Porque no pretendo dar una explicación teórica sobre los valores, sino explorar hasta dónde podemos llegar en el debate sobre los mismos, partiendo de la concepción popular vigente y soslayando, en la medida de lo posible, las dificultades que presenta la diversidad de puntos de vista. De ahí que, por ejemplo, no intente, en ningún momento, dar una definición de valores.

2. Los valores

Empecemos con una afirmación de existencia:

Tesis 1: Todos los hombres y mujeres llevan a cabo valoraciones.- Esto es así aunque no seamos conscientes de ello. Estamos juzgando y valorando continuamente las cosas, los acontecimientos, las informaciones, etc., para decidir y actuar. Y valorar es crear o atribuir valores.

Pero me parece que cuando hablamos de «valores» pretendemos ir más allá de la mera «valoración» de cosas, acontecimientos o personas concretas. Cuando manifestamos que la última película que hemos visto es «buena» o «mala» estamos haciendo un juicio de valor, pero probablemente no afirmaremos que ese juicio forma parte de «mis valores», como lo diríamos de la lealtad, el sentido de la justicia o la tolerancia. Por ello, me parece que podemos afirmar

Tesis 2: Los valores motivan y definen las decisiones de las personas «desde dentro» de ellas mismas.- Lo que implica una cierta consistencia, arraigo o permanencia, más allá de las meras valoraciones ocasionales. Debo reconocer que esta distinción entre «valoraciones concretas» y «valores» es ambigua, pero me parece que eso es lo que eso es lo que encontramos en el debate sociológico y ético sobre el tema. Las valoraciones concretas pueden ser consecuencia de los valores (la película me gusta porque destaca el sentido de la justicia, que forma parte de mis valores), o de meros gustos o preferencias (me gusta el helado de vainilla).

En este sentido, los valores se parecen a las virtudes. Y sospecho que lo que queremos decir cuando afirmamos, por ejemplo, que nuestra sociedad considera a la justicia como un valor, es que sus ciudadanos tratan de vivir la justicia como virtud. Pero el hombre de la calle, los medios de comunicación y no pocos expertos parecen preferir hablar de valores y no de virtudes. Por ello, no insistiré en la proximidad entre ambos, entre otras razones porque:

1) Algunos valores tienen un contenido más social o político que ético y, por tanto, no pueden identificarse directamente con las virtudes. Tal es el caso, por ejemplo, de la democracia (lo que no quiere decir que la práctica de la democracia no implique o exija el ejercicio de virtudes).

2) Los valores no forman una «segunda naturaleza» en los sujetos, como ocurre con las virtudes. Uno puede adherirse a la veracidad como valor, y tratar de comportarse de acuerdo con él, pero no tener adquirida la virtud de la veracidad, porque le falta el hábito de ser veraz. En este sentido, los valores tienen un sentido más ligero, menos arraigado y, probablemente, más mudable que las virtudes, aunque, a la larga, si uno se esfuerza por vivir siempre de acuerdo con la sinceridad como valor acabará viviendo la sinceridad como virtud (quizás sin saberlo).

Tesis 3: Los valores tiene una dimensión subjetiva.- Porque no hay valores sin alguien que valore. Ahora bien, esa dimensión no agota el contenido de los valores, que hacen siempre referencia a realidades que merecen ser valoradas porque son buenas (pero somos nosotros los que las valoramos así). Volveremos más adelante sobre este tema que, por ahora, nos permite presentarla

Tesis 4: La palabra valor tiene un sentido ambiguo.- No tanto porque la apliquemos a diversas realidades culturales, sociológicas, económicas o éticas la pluralidad de significados de las palabras forma parte de nuestro lenguaje desde sus orígenes, sino porque no hay una definición de valor universalmente aceptada, de modo que utilizamos el mismo término para contenidos distintos. Pero esto significa que:

Tesis 5: En los debates sobre valores suele haber muchas discrepancias.- Lo cual no nos debe extrañar, ni debe desincentivar el diálogo. Pero si al lector no le parece que, efectivamente, hay agrias polémicas sobre los valores, es quizás porque ha oído hablar poco de ellos. Y es que

Tesis 6: En nuestra sociedad (occidental, europea, española) hay un cierto pudor, una resistencia a hablar de los valores.- Y más aún a intentar convencer a otros acerca de algo que tenga que ver con los valores (pero esta es una tesis sobre nuestra cultura, no sobre los valores). Ahora bien, no debemos dejarnos amilanar por estos comentarios, porque

Tesis 7: La ambigüedad de la palabra «valor» puede ser una ventaja a la hora de iniciar un debate sobre los valores.- En efecto, es este un término «light» con el que se puede evitar el uso de otros más compactos y precisos (virtud, principio, norma), que suelen exigir una mayor finura en la discusión, y que pueden provocar recelos (infundados en el plano científico, pero, a menudo, presentes en el ideológico). De este modo, a partir de afirmaciones genéricas sobre las causas de conductas incorrectas (insolidaridad, discriminación contra las minorías, violencia, consumismo, … ), es relativamente fácil orientar el debate hacia los valores ausentes.

La debilidad de la tesis 7 se pone de manifiesto cuando la formulamos al revés y afirmamos que los esfuerzos por precisar el concepto de valor pueden ser contraproducentes. Porque si, como decían los escolásticos, «donde no hay distinción hay confusión», empezar con conceptos explícitamente confusos no puede ser una vía adecuada para un diálogo fructífero. Pero, como ya he dicho más arriba, mi propósito no es presentar aquí una definición de valor, sino trabajar a partir del concepto popular, impreciso, del mismo.

Tesis 8: Los valores se identifican mediante el discurso (encuestas, declaraciones, etc.), pero, sobre todo, mediante la observación.- Aquí se cumple lo de «obras son amores, y no buenas razones»: las respuestas a las encuestas sobre los valores de las personas o de las colectividades deben contrastarse siempre con los hechos.

En este punto se aprecia, de nuevo, la diferencia o la proximidad entre valores y virtudes. Afirmamos que una persona es justa no porque lo diga, ni siquiera porque un día lleve a cabo una decisión justa, sino por su actitud permanente y práctica de actuar justamente. En el caso de los valores, solemos admitir con más facilidad, por ejemplo, que los valores manifestados en las respuestas a un cuestionario son los que, efectivamente, poseen y viven los que contestan al mismo. Pero, estrictamente hablando, deberíamos contrastarlos con sus conductas. 0 sea,

Tesis 9: Los valores lo son en la medida en que guían a la acción.- Porque, en efecto, los valores motivan y definen la acción humana, desde dentro del hombre mismo. Pertenecen al ámbito del conocimiento, pero se orientan a la acción. Ahora bien, la tesis 8 admite otra presentación más ilustrativa:

Tesis 10: Los valores se explicitan en las decisiones en la medida en que existen en las personas o en las colectividades. Esto vale para todas las decisiones, pero especialmente para las difíciles o arriesgadas, porque es entonces cuando se ponen mejor de manifiesto los valores que se poseen y la profundidad con que se poseen (y, de nuevo, la frontera entre valores y virtudes resulta borrosa).

3. Valores personales y sociales

Tesis 11: Los valores se predican de las personas y de las colectividades, pero de diferente manera. Por eso hablamos de valores individuales o personales y de valores colectivos o sociales.

Ahora bien, si una persona es tolerante, y otra también lo es, y una tercera, y otra, ¿podemos concluir que la sociedad formada por todas ellas será tolerante? Sí, pero sólo como condición de posibilidad. Para hablar de un valor social pedimos algo más, porque la sociedad no es un mero agregado de personas, sino que tiene una entidad propia: unos fines propios, no necesariamente coincidentes con los de sus miembros, una organización, reglas, normas, instituciones, costumbres, etc. (aunque esta afirmación no la aceptarán algunos individualistas).

Por ello, la tolerancia será un valor social no sólo porque la mayoría de los individuos sean, cada uno por separado, tolerantes, sino en la medida en que comprometa las actuaciones de las personas, no sólo individual, sino también socialmente, como colectividad, es decir, incluyendo sus instituciones, leyes, costumbres y conductas. Son las personas las que deciden actuar de acuerdo con ciertos valores, pero el acuerdo (habitualmente implícito) de todas las que forman una sociedad (o de una gran parte de ellas) de vivir de acuerdo con esos valores los convierte en valores colectivos o sociales.

De este modo, la dimensión social de los valores añade a la dimensión personal un entorno (instituciones, leyes, incentivos, costumbres, premios y castigos, motivaciones, etc.) que trata de conseguir, como mínimo, que las conductas no sean contrarias al valor y, como ideal, que las personas se adhieran al valor, aprendan a ponerlo en práctica y vivan de acuerdo con el mismo, lo que, a su vez, reafirmará el papel de aquellas instituciones y normas. Por su parte, la dimensión personal de los valores el convencimiento con que cada persona los vive, más o menos independientemente de su entorno; las razones por las que se solidariza con ellos, etc., añade, sobre todo, firmeza a la práctica promovida por la comunidad. Pero no sólo eso, porque

Tesis 12: Los valores personales no tienen por qué coincidir con los sociales.- Y, de hecho, a menudo no coinciden. Y las relaciones entre ambos tipos de valores son complejas: coherentes o discrepantes, más o menos coherentes o discrepantes, con todos los matices. Ambos tipos de valores coexisten (lo que no crea problemas cuando son coherentes, pero sí cuando son discrepantes), se interrelacionan y se influyen mutuamente. Y como los hombres y mujeres formamos parte de numerosos grupos, de numerosas comunidades, con diversos grados de permanencia y compromiso, esas relaciones de coherencia y discrepancia se multiplican, y aquellas interrelaciones e influencias pueden presentar trayectorias dinámicas muy complejas.

Este posible conflicto tiene dos dimensiones: una, social cada agente puede pensar y actuar de manera distinta a los demás de su entorno, y otra personal, algunos valores del individuo entran en conflicto con otro valor, también personal, que es el que le mueve a actuar de acuerdo con los criterios de la comunidad a la que pertenece (lealtad, conformidad, sentido de pertenencia, compromiso con el bien común, gregarismo … ). La resolución de ese conflicto dependerá, entre otros factores, de los mecanismos que la sociedad emplee para conseguir la adhesión de los ciudadanos (por ejemplo, la coacción legal o social que ejerza), de la naturaleza y permanencia de los lazos de la persona con la comunidad, de la madurez de los miembros de la misma, etc.

De lo anterior podemos deducir también la

Tesis 13: Es muy probable que la gama de valores de una persona presente contradicciones, y más aún la de una sociedad.- Esto puede ocurrir porque ha elegido o aceptado valores contradictorios. 0 porque los está cambiando, y algunos de los nuevos valores no se compaginan con algunos de los antiguos. Pero vivir instalado en la incoherencia no es fácil ni, a la larga, compatible con la estabilidad psíquica, emocional y moral de la persona, debido a la existencia de procesos de aprendizaje individual y social y a la consiguiente adaptación de las conductas. Por tanto,

Tesis 14: Las contradicciones en los valores no pueden ser permanentes.- Al menos si se trata de valores que definen la trayectoria de las personas o de las sociedades. En definitiva, «o se vive como se piensa, o se acaba pensando como se vive», aunque el proceso de ajuste puede ser muy largo, y la capacidad de las personas para actuar en situaciones de ambigüedad axiológica puede ser muy alta, aunque con costes no despreciables.

Y podemos acabar esta sección con una perogrullada:

Tesis 15: Los valores son cambiantes: pueden cambiar y, de hecho, cambian.- Del cambio en los valores nos ocuparemos más adelante.

4. Niveles de valores

Tesis 16: Los valores (cada uno de ellos) admiten grados en la forma como se poseen o viven.-En efecto, una persona o una comunidad puede ser más o menos tolerante, solidaria, laboriosa, etc. (puede ser tolerante siempre, o sólo en ciertos casos, o con ciertas personas, etc.). Por ello, afirmaciones como «nuestra sociedad es intolerante» deben ser matizadas. Y, además,

Tesis 17: Existen niveles o jerarquías de valores.- Aquí nos referimos a la jerarquía subjetiva de los valores, en el sentido de que cada persona o sociedad concede más importancia a unos valores que a otros (sea con carácter absoluto, o dependiendo de las circunstancias).

La existencia de esa jerarquía es importante, porque permite entender (y explicar, y resolver) tanto las relaciones entre valores como las contradicciones axiológicas. Si se trata de valores de distinto nivel, en principio el de nivel superior adquiere precedencia sobre el inferior, de modo que, en este caso, no se puede hablar de un verdadero conflicto de valores (lo que no significa que su solución sea banal, sobre todo en el plano emocional). Y si se trata de valores del mismo nivel, el agente decidirá en función de la prioridad de uno de ellos (en general, o en cada caso concreto), o por el recurso a un valor superior, o por otros medios, como el uso de reglas prácticas (sobre todo en valores de bajo nivel) y la consideración de las circunstancias (que pueden hacer que un valor adquiera prioridad sobre los demás).

Tesis 18: Los valores de orden superior suelen referirse a los fines (valores finales o básicos), y los de orden inferior, a los medios (instrumentales o no básicos).- De todos modos, es posible que los valores instrumentales al servicio de fines de mayor nivel dominen a los valores finales de orden inferior.

Tesis 19: Si el contenido de los valores cambia, la jerarquía de los valores puede cambiar también.- Y, de hecho, cambia. Por ejemplo, la aparición de inmigrantes procedentes de otra cultura y religión puede obligar a una sociedad a replantearse su concepto de tolerancia y, seguidamente, el papel de ese valor, junto con otros como unidad, solidaridad, trato no discriminatorio, etc.

Tesis 20: Los valores de nivel superior (aquellos que no ceden a otros valores, y hacia los que se orientan los valores de nivel inferior, los instrumentales) suelen ser más permanentes.- Los valores superiores son los que nos llevan a ser la persona que somos; de ahí su permanencia. Pero la firmeza en los valores superiores no es síntoma de intolerancia.

Tesis 21: Los valores superiores cambian, principalmente, cuando lo hace el paradigma teórico del sujeto (paso de la fe religiosa al ateísmo, por ejemplo), cuando aparecen problemas o circunstancias nuevos e importantes (convulsiones sociales, cambios políticos, enfermedades graves, etc.), cuando las contradicciones entre los distintos valores mantenidos por el sujeto se hacen más agudas, cuando se producen discrepancias importantes con los valores del entorno en que uno vive, etc.- Esta es una lista abierta, pero indicativa de las causas que llevan a revisiones importantes en la jerarquía de valores.

Tesis 22: Los cambios en los valores principales provocan otros cambios (a menudo radicales) en la estructura de valores y en la vida de la persona.- Por el contrario, los valores instrumentales suelen cambiar con más frecuencia y ser más inestables, pero su cambio, o los conflictos que los afectan, suelen ser menos traumáticos.

5. La variedad de los valores

Tesis 23: Es un hecho de experiencia que los valores de distintas personas son distintos.- Esta tesis es importante porque, a menudo, se ha utilizado para rechazar la existencia de un referente común a todas las personas, para afirmar la relatividad y subjetividad de todos los valores, o para negar la existencia de criterios objetivos para decidir sobre los valores. Veamos, pues, con algo más de detalle estos argumentos.

La conducta de las personas viene condicionada por sus valores (sus fines, sus preferencias y su ponderación de los medios para conseguirlos), pero también por otros factores, como los recursos materiales y la información de que disponen. Por eso hemos dicho antes que los valores dirigen la conducta «desde dentro». Por tanto,

Tesis 24: La diversidad de valores viene complicada por la diversidad de «hechos».- Aquí utilizaré la palabra «hechos» en un sentido muy amplio, para referirme a todo aquello que, en la toma de decisiones, no pertenezca al ámbito de los valores (o, si se prefiere, de los fines, actitudes, virtudes o principios), como las relaciones económicas, las restricciones tecnológicas, las leyes, normas e instituciones sociales, la dotación de recursos, la información disponible, etc. Lo que esta tesis afirma es, en definitiva, que nuestra observación de los valores no suele ser directa, sino a través de las decisiones. Y en esas decisiones se combinan valores (y no uno cada vez, sino muchos) y otras realidades, a las que llamo «hechos».

El primer motivo de una discrepancia sobre valores puede ser el contenido de esos u otros valores. Veamos un ejemplo, quizás un poco rebuscado, pero me parece que ilustrativo. Los médicos piden a dos madres de familia, ambas de profundas convicciones religiosas, la autorización para practicar una transfusión de sangre a sus hijos. Una argumenta que su religión le prohíbe esas prácticas médicas, y se opone a la transfusión, mientras que la otra no se siente sometida a esa restricción y la autoriza. ¿Significa esto que la primera no valora la vida, y la segunda sí, o que la primera concede a los preceptos religiosos un valor mayor que la segunda? No necesariamente: ambas pueden coincidir en que la vida es un valor Muy importante, pero que, en ocasiones, otro valor puede pasar por delante de éste. Igualmente, ambas pueden sentirse profundamente comprometidas con la religión que practican, pero la primera considera que, en ese caso concreto, hay un valor de índole religiosa que se antepone al valor de la vida de su hijo, mientras que la segunda considera que, también en ese caso concreto, no existe ese valor religioso superior. La diferente conducta no se basa en la diferencia de valores, sino de «hechos» (en este caso, sobre el contenido de ese valor superior que ambas reconocen).

Otro ejemplo, que se refiere más directamente a la discrepancia sobre «hechos». Dos personas suben a un autobús en el que hay varios viajeros de otra raza. Una no tiene inconveniente en sentarse al lado de uno de ellos; la otra prefiere quedarse de pie. ¿Es racista la segunda? No necesariamente: quizás le preocupa que le puedan robar, y piensa que la probabilidad de que una persona de otra raza sea un ladrón es mucho mayor que si se trata de una persona de su misma raza (puede argumentarse que ese mismo pensamiento prueba que es racista, pero la inferencia es incorrecta: su decisión tiene que ver con una cuestión de hecho, o de información sobre un hecho -quién es más probable que sea un ladrón-, no con su actitud hacia el color de la piel o los rasgos faciales).

Los ejemplos puestos antes son sólo eso, ejemplos. Pero nos llevan a formular la tesis anterior de un modo más explícito:

Tesis 25: La variedad de los valores que observamos en nosotros, en los demás y en nuestras sociedades es, probablemente, consecuencia más de la variedad de los «hechos» (relaciones económicas, restricciones tecnológicas, leyes, dotaciones de recursos, información, etc.) y de cómo los juzga el agente, que de la de los valores mismos (al menos, de los de nivel superior).- Ésta es más una hipótesis (acerca de la frecuencia con que se da un fenómeno) que una tesis apoyada en evidencias empíricas. Para justificarla (que no para demostrarla), volveré a recurrir a otro ejemplo.

Hasta los años cuarenta, y sobre todo en ámbitos rurales o entre recién llegados a las ciudades, era normal, en países como España, que los padres ancianos viviesen con los hijos, que les atendían en todas sus necesidades. En los años noventa, esa práctica era poco frecuente. ¿Significa esto que los hijos son ahora menos generosos con sus padres, o que la familia ha perdido cohesión, es decir, que se han perdido los valores correspondientes?

No necesariamente. Hasta hace algunas décadas, la mayoría de personas de edad avanzada no tenía protección médica (seguro de enfermedad) ni económica (pensión de vejez), de modo que los hijos debían atender a sus necesidades (a excepción de aquellos con niveles elevados de riqueza). La familia era, en este sentido, una entidad aseguradora: los padres dedicaban todos sus recursos a mejorar el nivel de vida de sus hijos (ésta era la prima del seguro), y éstos cuidaban luego de sus padres (ésta era la prestación). Y las nuevas generaciones aprendían el funcionamiento de ese mecanismo en su propia experiencia familiar.

Pues bien, con la extensión de la seguridad social, este esquema protector resultó innecesario. Pero la reducción de las transferencias recíprocas pudo interpretarse como un deterioro de los valores familiares, cuando lo que había cambiado eran los «hechos», la manera concreta de atender a las necesidades de los ancianos.

Esto resulta patente cuando, ante la quiebra de un valor, nos preguntamos por otros valores que están más altos en la escala. En el ejemplo que acabamos de poner, el valor vivido por la gran mayoría de las familias se tradujo en principios de actuación como, en el caso de los padres, «debo transferir a mis hijos toda mi riqueza). Este principio resulta de dos valores de nivel superior (el de la autonomía personal: «no debo ser una carga para mis hijos en la vejez», y el de la solidaridad familiar: «debo cuidar del nivel y calidad de vida de mis hijos»), más un «hecho» («en mi vejez no tendré otra ayuda que la de mis hijos). Y a estos hay que añadir, probablemente, otros principios y «hechos»: por ejemplo, la expectativa social de que, llegado el momento, los hijos cuidan de sus padres ancianos, expectativa basada en un deber moral, pero también en la existencia de instituciones (en Cataluña, el «hereu», es decir, el hijo que hereda las propiedades de la familia, debe atender también a los padres ancianos), costumbres, presiones sociales, etc.

Pues bien: al generalizarse la seguridad social, el «hecho» mencionado antes ya no se da. El principio inferior («debo transferir a mis hijos toda mi riqueza») deja de estar vigente, pero el principio superior («debo cuidar del nivel y calidad de vida de mis hijos») no ha perdido fuerza. Para determinar si se ha producido un cambio en los valores, habrá que analizar si, efectivamente, los padres siguen sintiéndose responsables del nivel y calidad de vida de sus hijos: si cuidan de su educación, si les facilitan el acceso a un trabajo, si velan por su salud, si les hacen regalos y les dejan herencias, etc.

Desde el punto de vista de los hijos, el razonamiento es similar. El principio inferior («debo atender a las necesidades de mis padres mayores o enfermos») puede explicarse como la confluencia de un principio o valor superior (un deber de justicia y de amor para con los padres) con dos «hechos» («ellos me han dado todo lo que tenían» y «ellos no tienen otro medio de subsistencia más que mi socorro»), que acaban de definir el contenido de aquel deber de justicia (junto con otros valores y «hechos», como la gratitud, la presión social para que los padres estén bien atendidos, o la necesidad de transmitir el mensaje a la siguiente generación). Pues bien, con la evolución de la protección social, esos dos «hechos» han cambiado y, con ellos, el principio inferior, pero no el principio superior (el deber de justicia y de amor para con los padres), que ahora se materializará de otro modo (visitándolos con frecuencia, manifestándoles el afecto, etc.).

Este tipo de análisis nos puede ayudar a entender mejor cómo se relacionan los valores entre sí y con los hechos. Si, por continuar con nuestro ejemplo, la seguridad social cubre suficientemente las necesidades futuras de los ciudadanos, éstos tienen una mayor libertad en el uso de sus ingresos (por ejemplo, en gastos suntuarios, o en donaciones a terceras personas), sin incumplir por ello el deber de justicia para con sus hijos. Del mismo modo, el hecho de que los hijos no tengan que responsabilizarse plenamente de sus padres ancianos o enfermos implica que podrán organizar su vida con mayor independencia, que adquirirán otros compromisos, etc. Y esto, de nuevo, cambiará otros «hechos», así como el ejercicio de otros valores. Y esos cambios no tienen por qué ser neutrales. En las nuevas condiciones, por ejemplo, las nuevas generaciones pueden no recibir aquel aprendizaje sobre cómo vivir los deberes de justicia con los padres. Y esto sí que sería una pérdida de valores.

Un ejemplo más. Antes, los padres reparaban los juguetes de los hijos, porque sustituirlos por otros era caro. De este modo, actuaban de acuerdo con sus valores (económicos, pero también de otro tipo), y les enseñaban prácticamente que debían cuidar las cosas, por razones (valores) de tipo económico (porque las cosas son caras) y no económico (respeto a las cosas y a las personas, autodominio, orden, disciplina, etc.). En la actualidad, reparar un juguete es, a menudo, una pérdida de tiempo y de dinero: lo racional puede ser tirarlo y sustituirlo por otro nuevo. Pero esto puede llevar a la omisión de aquel mensaje a los jóvenes. El valor superior («hay que cuidar las cosas») sigue vigente, aunque el valor inferior («hay que reparar los juguetes rotos») ya no lo está (por un cambio de «hechos»).

Completaré esas ideas con otra tesis, ya sugerida antes:

Tesis 26: Los cambios en «hechos» o en valores provocan, a su vez, cambios en otros «hechos» y valores.- Por ello, en una época de transformaciones (por ejemplo, tecnológicas) observamos muchos cambios en valores, que pueden ser reales, o sólo aparentes. Con otras palabras, esos cambios no suelen venir solos.

Pero todo lo anterior no debe llevarnos a la conclusión de que todos los cambios en valores son aparentes, porque

Tesis 27: Hay auténticas discrepancias sobre valores.- Es decir, diferentes personas tienen, de hecho, valores diferentes, incluso después de tomar en consideración las diferencias en los «hechos». La negación de esta tesis implicaría que los valores de máximo nivel son los mismos para todas las personas y que no cambian nunca, lo que es contrario a nuestra experiencia. Por decirlo de una forma cruda, es verdad que podemos afirmar que, entre los valores de un sádico asesino de niños figura el respeto a la dignidad de los demás, pero que su concepto de persona no incluye a los niños, o que su concepto de respeto a la dignidad no excluye la tortura y la muerte. Pero me parece que ésta no sería una descripción correcta del caso.

Demos un paso más:

Tesis 28: La variedad de valores, las discrepancias que apreciamos en ellos (entre personas y sociedades) y su continuo cambio no son incompatibles con la unicidad y estabilidad de los valores de niveles superiores.- En uno de los ejemplos puestos más arriba, las muchas y cambiantes maneras de ejercer la justicia para con los padres son, en definitiva, variantes de un mismo valor de la justicia, que permanece inalterado a pesar del cambio de circunstancias. Esto no pretende contradecir. las tesis 23 y 27: simplemente, incide de nuevo en las ideas de las tesis 24 y 25.

Tesis 29: La variedad y el cambio en los valores son compatibles con la existencia de un referente común a todos los hombres.- Ese referente podría ser la «naturaleza humana»: algo común a todos los hombres, que cada uno va realizando en el tiempo con su libertad. Negar la variedad de valores en nombre de la naturaleza humana equivaldría a dejar ésta cristalizada y negar la libertad.

6. ¿Podemos decir algo objetivo sobre los valores?

Nuestras apreciaciones y valoraciones sobre las cosas, las personas y las situaciones son necesariamente subjetivas (tesis 3). ¿Significa ello que no podemos decir nada objetivo acerca de los mismos? ¿Debe interrumpirse el debate sobre los valores cuando llegamos a los que posee, afirma o sostiene cada persona? Éste es un punto clave en el tema que nos ocupa, y lo abordaremos en varias etapas. Para empezar, en los niveles bajos de la escala de valores,

Tesis 30: Los medios a los que se refieren los valores instrumentales, y esos mismos valores, pueden valorarse en función de su capacidad para cumplir los fines a los que se ordenan.- Y también con otros criterios, pero éste es, al menos, fácil de entender por todos.

En los valores encontramos, pues, una dimensión subjetiva, pero también otra objetiva. Mi valoración (subjetiva) de un cuchillo radica, por ejemplo, en su capacidad (objetiva), real o esperada, de cortar (y puedo comprobar, a posteriori, si es así o no y, por tanto, cambiar mi valoración del cuchillo). Y lo mismo podemos decir no ya de las valoraciones, sino de los valores, en el sentido más permanente, como guías para la conducta (no sólo para unas decisiones aisladas), tal como los hemos presentado antes.

Esto no parece ser de aplicación a los gustos o meras preferencias: si me gustan los zapatos negros, les doy un valor independientemente de su utilidad. Pero también puedo decir que, una vez comprobado que los zapatos sirven para proteger los pies es decir, una vez cumplida una exigencia objetiva, el color les añade, de nuevo, otra dimensión meramente subjetiva. En definitiva, podemos hacer (al menos algunas) afirmaciones objetivas sobre los valores instrumentales.

Y, en un plano superior,

Tesis 31: Los valores de nivel superior dependen de cómo sean capaces de contribuir al fin de la persona (al desarrollo de su humanidad, de acuerdo con su naturaleza).- Esta tesis no será aceptada por aquellos que niegan que el hombre tiene una finalidad a la que se dirige por naturaleza. Para ellos, por tanto, los fines instrumentales pueden tener una dimensión objetiva, pero los finales no. No insistiré en este tema, pero daré un rodeo para explicar mejor esa dimensión objetiva de los valores.

Hasta ahora no hemos distinguido los valores por razón de su contenido. Pero no nos costaría mucho hacer una lista con arreglo a este criterio:

Tesis 32: Hay valores de muchas clases: morales (por ejemplo, la bondad), estéticos (la belleza), lógicos (la sencillez o elegancia en una demostración), sociales (la amistad), etc.- A efectos de nuestro análisis, la distinción más relevante es la que se da entre valores Morales (también llamados metavalores) y no morales. Antes de continuar, convendrá aclarar la existencia de éstos:

Tesis 33: La variedad y variabilidad de los valores no puede tomarse como una demostración de la ausencia de valores morales permanentes.- En efecto, me parece que nadie ha demostrado la existencia (o aun la posibilidad de existencia) de personas o sociedades que no tengan ningún estándar sobre lo que es una conducta éticamente buena o mala (salvo quizás tratándose de enfermos mentales). Más aún: aunque se demostrase su posibilidad y aun su existencia, aún habría que comprobar que una persona o una sociedad pueden no ya existir en un instante, sino subsistir durante un tiempo. Sobre esto volveremos más adelante.

Los valores morales se refieren a la bondad de una acción, y llevan consigo un juicio ético sobre la misma, mientras que los no morales se refieren, sobre todo, a las preferencias del agente o de la sociedad que los adopta: la música clásica o el rock, el chocolate con churros o la verdura hervida. A estos últimos se aplica, en buena medida, el viejo dicho: «sobre gustos no hay disputa» (de gustibus non est disputandum).

Pero, ¿realmente no hay disputa? ¿Podemos decir algo objetivo sobre los valores no morales? Para algunos, la respuesta es radicalmente «no»: si me gusta el chocolate con churros, nadie puede tener nada que añadir. Y, sin embargo, podemos añadir, por ejemplo, que esa dieta puede producir obesidad, colesterol y estreñimiento (el hecho de que esos resultados sean sólo probabilísticos no cambia la naturaleza objetiva del comentario). Pero -objetará nuestro oponente- esas no son afirmaciones sobre mis gustos o valores. Y tendremos que responder que no se refieren a mis gustos, pero sí a mis valores, porque mi valoración de un alimento no se refiere sólo al placer que me proporciona, sino también a otros muchos aspectos, desde sus efectos sobre mi salud hasta la reacción de los demás (piénsese en el tabaco, por ejemplo), la creación de efectos adictivos, etc., de acuerdo con la

Tesis 34: Los valores tienen también algún componente objetivo.- Esta afirmación puede parecer contradictoria con la de la tesis 3 (los valores tienen una dimensión subjetiva), pero me parece que se entiende, a la vista de lo dicho en los párrafos anteriores.

Esa dimensión objetiva es, probablemente, irrelevante, si los valores son una creación cultural y, por tanto, esencialmente relativos y transitorios. Sin embargo,

Tesis 35: No todos los valores son sólo culturales, y aun los valores culturales tienen también dimensiones objetivas.- El relativismo cultural de los valores supone que el único ámbito en el que se dan los valores es el de la cultura, y que todo valor está definido sólo por la cultura. Ambas afirmaciones son gratuitas, a no ser que se restrinja, arbitrariamente, el ámbito de los valores al de la cultura.

En definitiva, se puede decir algo objetivo sobre todos los valores, también sobre si son buenos o malos, al menos de manera condicional (para la salud, para la estética, para la economía personal, etc.).

En los párrafos anteriores me he referido explícitamente a los valores no morales. Pero la objetividad de los valores me parece también aplicable, y con más razón aún, a los valores morales, usando el mismo argumento: los valores o mejor, las decisiones inspiradas en ellos tienen efectos, y esos efectos pueden ser buenos o malos, condicionalmente, pero también absolutamente. De ahí que

Tesis 36: Podemos hacer afirmaciones objetivas sobre los valores morales.- Podemos decir, por ejemplo, que «la solidaridad contribuye a la cohesión social» (y, como esto es sólo un ejemplo, no me siento obligado a definir con precisión esos términos), o que «la discriminación por razón del género reduce la cohesión , social», y, por tanto, que el primer valor es «bueno» para la cohesión social, y el segundo es «malo». O que el primero es «mejor» que el segundo, cuando se persigue ese fin (y el hecho de que no tenga certeza sobre las afirmaciones expuestas, o de que haya excepciones a las mismas, no afecta al carácter objetivo de esas frases).

Y si, dando un paso más, admitimos la existencia de un fin en el hombre (un fin objetivo, hacia el que tiende, sin que él se lo haya fijado explícitamente), podemos hacer también valoraciones absolutas, no condicionales, como «la solidaridad es buena» o «el consumismo es malo», en términos absolutos, esto es, para el cumplimiento de ese fin superior y, en definitiva, para el hombre. Ahora bien, si el lector prefiere afirmar que el fin se lo propone cada uno a sí mismo, sin ningún condicionante objetivo, podemos, al menos, continuar en el ámbito de las valoraciones condicionales: (del tipo: «si el fin que te has propuesto en tu vida es hacer feliz al mayor número de perros posible, la solidaridad con otros hombres es indeseable, es un mal para ti, porque te impide conseguir ese fin»).

Esta proposición sobre los juicios absolutos acerca de los valores puede parecer demasiado extrema a algunos, por lo cual no la presentaré en forma de tesis, aunque estoy convencido de su validez. Con todo, ya es mucho que podamos hacer afirmaciones condicionales y objetivas sobre los valores.

7. El relativismo axiológico

Ahora estamos en condiciones de discutir la tesis del relativismo axiológico, que rechaza que todos las personas y las sociedades deben admitir algunos valores morales básicos y vivir de acuerdo con ellos (la variedad de valores de niveles inferiores no puede tomarse como un argumento en favor de dicho relativismo).

Es un hecho que distintas personas pueden tener, y de hecho tienen, valores morales fundamentales radicalmente distintos y aun opuestos. Estoy de acuerdo con esto, aunque ya he explicado antes que muchas de esas discrepancias pueden deberse a causas distintas de la diversidad axiológica (tesis 24 y 25). Pero para que esto confirme la tesis del relativismo lógico hace falta, además, que se cumpla una de las siguientes condiciones:

1) Que no exista un fin del hombre (es decir, que cada uno se pueda poner a sí mismo el fin que prefiera, sin ninguna restricción objetiva). En tal caso, los valores elegidos o practicados por una persona no tendrán nada que ver con los que elija otra, si persiguen fines distintos (aunque los valores de cada una deberán estar ordenados a su fin, de modo que aun en este caso se podrán hacer afirmaciones objetivas del tipo: «este valor no es compatible con la consecución de este fin»). Independientemente de los esfuerzos teóricos en este sentido, parece que muchas personas viven de acuerdo con este modo de pensar, lo que no es garantía de su corrección.

2) 0 que los valores conforme a los que se vive sean totalmente irrelevantes para la consecución de ese fin. Pero ésta es una tesis difícil de admitir, porque nuestras acciones tienen consecuencias: cambian nuestro entorno (o su respuesta a nuestras acciones), nuestros conocimientos y percepciones, nuestras capacidades y actitudes y, como hemos dicho, nuestros mismos valores. Basta pensar en las consecuencias del consumo de droga para entender que muchas de las cosas que queremos alcanzar en nuestra vida -y no hace falta remontarse en nuestro fin último, sino a cosas de nivel inferior, como tener una familia estable, unos ingresos regulares, una salud aceptable, etc.- no son compatibles con cualesquiera valores.

Todo esto vale para las personas, pero también, con más razón, para las sociedades. Porque aceptar el relativismo de los valores dentro de una colectividad implica que el terrorista puede y debe convivir con el pacífico, el violador sexual con las mujeres y el racista con los ciudadanos de otras razas. Y esto resulta imposible, a la larga, si se dan aquellos fenómenos de aprendizaje social y adaptación (o rechazo). Lo que nos lleva a presentar las siguientes tesis, que enunciaré del modo menos extremo posible:

Tesis 37: Las personas y las sociedades pueden tener valores morales radicalmente distintos, pero esto no muestra que todos ellos sean igualmente aptos para la consecución de sus fines.-

Tesis 38: La adopción de valores morales de nivel superior (metavalores) incompatibles con los fines exige un proceso de adaptación (en los fines, en los valores, o en ambos).- Es decir, estoy suponiendo que una persona elige los valores que considera idóneos para la consecución de sus fines (y, al hacerlo, está eligiendo los valores morales de nivel superior que ella considera compatibles, mejor aún, necesarios para alcanzar su fin último: su felicidad, su autorrealización, el despliegue de su humanidad, etc.). Pero, en la práctica, esos valores pueden ser idóneos para la consecución de sus fines, o no serlo. Dada la flexibilidad en la conducta humana, es probable que, aunque aquellos valores no sean los adecuados, pueda actuar de acuerdo con ellos durante más o menos tiempo: el relativismo axiológico parece triunfar. Pero esto sólo podríamos afirmarlo en el largo plazo, si «no pasa nada» como consecuencia de esa discrepancia axiológica.

Ahora bien, si los valores no idóneos son suficientemente importantes por sus consecuencias sobre la persona o su entorno, o por los cambios que provocan en su propia escala de valores, o por la acumulación de esos efectos en el tiempo, el agente tendrá que cambiar sus valores o sus fines (o, simplemente, reconocer su fracaso en la consecución de esos fines).

Completaré estas consideraciones con otra variante de la tesis anterior:

Tesis 39: La existencia de valores morales distintos y aun contrarios no apoya la tesis del relativismo de los valores, a no ser que se pueda mostrar que las personas o sociedades que presentan esos valores siguen siendo estables en el largo plazo (en el sentido de no necesitar posteriores ajustes en su jerarquía de valores, sea en los valores finales, sea en los instrumentales).- Es decir, el predominio de valores que conducen a conductas inmorales lleva consigo cambios en «hechos» y en valores, que alteran la situación inicial. Y es a la vista de esos cambios cuando se pueden hacer afirmaciones sobre la deseabilidad o no de aquellos valores, por lo menos desde el punto de vista condicional («si te drogas, acabarás haciéndote adicto, contraerás enfermedades, necesitarás robar para conseguir más droga, te rechazará la sociedad, etc.») y también absoluto (» … y no conseguirás tu objetivo como persona, no realizarás tu humanidad, serás un fracasado»).

Todo esto nos lleva a una conclusión que me parece muy útil para nuestros propósitos:

Tesis 40: El debate sobre los valores puede moverse en un plano objetivo.- Esto se puede llevar a cabo discutiendo sobre las relaciones lógicas de unos valores con otros, sobre las consecuencias esperadas de las conductas derivadas de esos valores, etc. Es decir, puedo argumentar con el racista acerca de las consecuencias que para él y para la sociedad pueden derivarse de las acciones llevadas a cabo de acuerdo con ese principio, sin necesidad de hacer juicios de valor sobre sus propios valores. Esto no quiere decir que el debate sobre los valores deba girar única o principalmente acerca de los efectos esperados de las acciones dictadas por nuestros valores, sino sólo que, por lo menos, podemos hacer afirmaciones objetivas sobre la deseabilidad o no de ciertos valores, en función de sus efectos.

Y esto vale tanto en el plano personal como en el social. La justicia, por ejemplo, es un valor en una colectividad no (sólo) porque está conforme con su tradición, o porque sea generalmente aceptada, o por otras razones de tipo sociológico, sino, sobre todo, porque refleja el conocimiento que los ciudadanos tienen de las consecuencias de que la sociedad no respete la justicia. Y a esta conclusión podemos llegar tanto por el estudio teórico como por la observación de la realidad (de la propia sociedad o de otras). Una sociedad que radicalmente rechaza la justicia y opta por la injusticia como modo de vida no podrá sobrevivir.

Lo que no quiere decir que el debate sobre los valores sea fácil. Por ejemplo, el debate sobre la pena de muerte no enfrenta sólo a una parte de la sociedad, que clama por el respeto a la vida, con otra parte, que la desprecia, ni tampoco a una parte de la sociedad, que atribuye un valor superior a la vida, frente a otra, que reivindica la superioridad de la justicia. Ambas partes tienen, probablemente, ambos valores en lugares preeminentes. Pero la organización para proteger a la sociedad contra el crimen será, probablemente, distinta cuando prevalece un principio u otro, lo que significa que la abolición de la pena de muerte debe ir acompañada de otros cambios en la legislación penal, en el funcionamiento de los tribunales, en las actuaciones de la policía, etc. Y es la magnitud de este cambio, y lo incierto de sus resultados, lo que hace que aquel debate sobre la pena de muerte sea, a veces, muy difícil.

Tesis 41: La ética tiene la responsabilidad última de juzgar a los demás valores.- Esto es así al menos en el sentido de que un valor «inmoral» no será compatible con el desarrollo de la persona o de la sociedad. o, dicho de otra manera, la ética viene a ser la «condición de equilibrio» de todo sistema, personal o social (en el sentido de que una persona o una sociedad radicalmente inmoral no puede perdurar). Y esta tesis nos lleva a otra, que es como su corolario, y que quizás provoque la ira de algunos «progresistas» de los valores:

Tesis 42: Los valores no se autovalidan.- Es decir, el valor de los valores no radica en los valores mismos.

8. El declive de los valores

Tesis 43: Puede haber y, de hecho, hay verdaderas crisis de valores.- Si lo que he dicho más arriba es válido, las sociedades y las personas pueden sufrir verdaderas crisis de valores: no simples racionalizaciones por la pérdida de poder que el abandono de algunos valores representa, sino verdaderos pasos atrás en el equilibrio y en el progreso de las sociedades y de las personas.

Pero también he explicado que no es fácil entender la naturaleza de un declive de los valores, que no consiste en la simple supresión de algunos, sino en su sustitución por otros (a menudo, debido a cambios en los hechos: tesis 24 y 25) o, en un plano más alto, en el traslado de la preeminencia de unos valores a otros.

Por tanto, la hipótesis de que «estamos ante una gran crisis de valores» no debe ser aceptada sin un cuidadoso análisis de los valores y de los «hechos» a que antes me he referido. Como tampoco hay que aceptar sin más su contraria, de que «hemos dado un gran paso al frente al sustituir valores exclusivos, excluyentes e intocables por otros dinámicos, abiertos y flexible» (una tesis que se escucha con frecuencia, quizás sin un análisis suficientemente detallado de lo que eso significa). Por ejemplo, una sociedad económicamente atrasada, rural, cerrada y sometida a graves crisis potenciales -invasiones, epidemias, hambrunas, etc.- necesita una estructura de valores muy rígida, y no podría sobrevivir con los que hoy tienen nuestras sociedades abiertas, democráticas e innovadoras. Desde nuestro punto de vista, el cambio de aquéllos a éstos parece un progreso, pero esto no pasa de ser un calificativo, dado quizás con criterios emocionales. De ahí la siguiente

Tesis 44: Los Juicios sobre valores formulados desde otros entornos -culturales, geográficos, históricos- deben hacerse con gran circunspección.- Lo que tiene también su corolario:

Tesis 45: En el mundo de los valores, la tesis de que «cualquier tiempo pasado fue peor» es, probablemente, tan falsa como la de que «cualquier tiempo pasado fue mejor». O sea, la sociedad cultural del siglo XXI no es necesariamente una cima en la historia de la civilización, y basta mirar a nuestro alrededor para comprobarlo. Y la razón es que, en ética, cabe el aprendizaje negativo, es decir, el aprendizaje que nos lleva a hacer no lo que es bueno, sino lo que es malo, a consolidarlo en nuestra vida, a vivir de acuerdo con ello y a hacerlo norma de nuestra conducta. Y, de nuevo, basta el recurso a la propia experiencia y a la historia reciente para verificarlo.

9. Cómo se forman los valores

La postura optimista enunciada en los párrafos anteriores lleva a la conclusión de que la sociedad se ve abocada, sin que sepamos cómo, hacia una evolución positiva de los valores, en un doble sentido: los valores cambian en la dirección adecuada (de la intolerancia a la tolerancia, del conflicto a la solidaridad, del desprecio a la naturaleza a la preocupación ecológica) y se difunden entre todos los agentes mediante mecanismos no bien especificados, sea por la «evidencia» de la superioridad de los nuevos valores, sea por el papel benéfico de ciertos «creadores» de valores, como los medios de comunicación, las organizaciones no gubernamentales o algunos grupos de científicos sociales, o bien por una no bien definida evolución social. No faltan, desde luego, obstáculos y retrocesos (temporales), pero, finalmente, el progreso triunfará.

Esa postura me parece ingenua y peligrosa, porque ignora los verdaderos mecanismos de forrnación de los valores, la naturaleza de los cambios que experimentan y los obstáculos que se presentan. Pero, sobre todo, porque, metiendo el progreso en las leyes rígidas de la historia, acaba prescindiendo del hombre y de su libertad.

Pero no quiero extenderme sobre esto ahora. Lo que me interesa es explicar cómo afloran los valores en una persona y en una sociedad.

Recordemos algunas de las afirmaciones hechas antes: hay valores de contenidos muy distintos y de diversos niveles, los valores se reconocen en la vida y con ellos dirigimos nuestras acciones desde dentro de nosotros mismos. Por tanto

Tesis 46: Los valores se poseen con diversos niveles de firmeza.- Esto parece lógico. Hay valores bien asentados en las convicciones de una persona lo que, como dijimos, no es síntoma de intolerancia, valores ejercitados y practicados con frecuencia, valores trabajados en el diálogo con los demás, en la reflexión y el estudio, valores sometidos repetidas veces a prueba y siempre confirmados,… y otros superficiales, aceptados sin reflexión, como una moda, con la conciencia de ser transitorios.

Tesis 47: Los valores se adquieren de muchas maneras distintas: Por estudio y reflexión, por copia e imitación, por el ejemplo de otros, etc.- En la adquisición de valores procedentes de otros influirán el diálogo, la discusión, el estudio, la lectura, los modelos, el ejemplo, etc. Obviamente, se puede decir que los valores proceden de nuestra elaboración personal, pero sólo en el sentido de que somos nosotros los que los aceptamos y utilizamos. Y esto no es algo propio del hombre actual, en contraposición a la supuesta actitud acrítica y pasiva de las generaciones pasadas.

Tesis 48: La filosofía, la tradición y la religión son importantes fuentes de valores.- Que esas fuentes no estén hoy bien vistas no quiere decir que no sean fuentes reales de valores.

A la filosofía -el estudio científico de las ideas, en sentido amplio- se puede aplicar lo que el economista inglés John M. Keynes decía de los políticos: que aquellos que se creen más independientes en sus convicciones son, sin saberlo, deudores de algún oscuro economista difunto. La tradición es también importante, porque no podemos negar que los valores con los que iniciamos nuestra vida son, en buena medida, los de nuestros padres y maestros. Y la religión, porque hay pocas fuentes más ricas de valoraciones fundamentales sobre el hombre, la vida, la sociedad, la naturaleza, los demás, Dios… y de preceptos sobre cómo aplicar esos valores en las más diversas circunstancias.

El hecho de que nos hayan querido transmitir una visión cerrada y agobiante de los valores presentes en la religión, la filosofía o la tradición no cambia la naturaleza de las cosas. El valor (laico) de la solidaridad, por ejemplo, no es sino una variante pobre variante del amor al prójimo: el término puede sonar mejor que el de la «caridad», pero, sin duda, el precepto de «arnar al prójimo como a uno mismo», incluyendo el amor a los enemigos hasta dar la vida por ellos, es un valor muy superior, mucho más exigente, que numerosas formas de solidaridad de las que hoy están de moda.

Tesis 49: Los valores no se pueden imponer.- Nadie «valora» algo a lo que no da valor, aunque le obliguen a ello, es decir, aunque le obliguen a adaptar su conducta a unos valores que no comparte. Sí cabe, por supuesto, que uno acabe convencido de los valores que la sociedad le invita o le obliga a vivir. En definitiva, ya hicimos notar que el grado de adhesión a los valores es variable.

Esta tesis tiene otra interpretación: los valores actuales no los inventan los científicos sociales, las organizaciones gubernamentales o los medios de comunicación. Naturalmente, ellos pueden llevar a cabo interesantes propuestas sobre los valores que convendría adoptar, pero me parece que conviene someter esas propuestas a un análisis crítico. Y la razón es que no hay mente humana capaz de captar todas las consecuencias derivadas de un suceso. Por ejemplo, es bueno que se fomente la solidaridad con los países más atrasados, pero muchos intentos de materializar ese valor en acciones concretas no están suficientemente apoyados en las leyes de la economía, en el estudio de las motivaciones humanas o en las recomendaciones de la ciencia política. Y, por ello, pueden resultar contraproducentes.

Tesis 50: Los valores se consolidan por la práctica, es decir, Por la repetición de su ejercicio.- Y también por el estudio, el conflicto, etc. Importa, pues, no sólo cómo se crean los valores, sino cómo arraigan en las personas, cómo crecen, se transmiten y, en su caso, cómo cambian y cómo mueren.

Tesis 51: Los valores se justifican o racionalizan por vías muy diversas. la teoría (filosofía, sociología, política, economía, etc.), la tradición (lo que siempre se ha hecho), la práctica social (lo que se lleva), la convicción religiosa, la necesidad, el miedo, etc.-

Tesis 52: La justificación o racionalización de los valores es poco importante en su puesta en práctica, pero puede serlo en situaciones de conflicto, cambio axiológico, etc.-

10. Conclusiones

El objeto de este artículo ha sido llevar a a cabo un conjunto de reflexiones que nos ayuden a la hora de orientar el debate sobre los valores en nuestra sociedad pluralista y laica, escéptica e ingenuamente ilusionada, crítica y acrítica a la vez, impregnada de modas pero sometida a la dura prueba de unos conflictos que las modas no pueden solucionar. Mi conclusión es que ese debate es posible, que no es fácil, y que debe dirigirse no ya al simple intercambio de ideas, sino a un intento serio de contrastar la calidad de nuestros valores, intentando entender por qué los aceptamos (y por qué rechazamos sus contrarios) y cuáles serán las consecuencias personales y sociales que se derivan de ellos, como base para posteriores procesos de cambio, consolidación y aprendizaje de nuevos valores.

He aquí, para acabar, algunas ideas para orientar ese debate:

1) Desconfiemos de las declaraciones: los valores deben buscarse en las conductas, porque son ellos los que guían nuestras acciones.

2) Los valores tienen una dimensión objetiva, que debemos tratar de encontrar siempre. Quedarse en la subjetividad de los valores hace inútil y aun imposible el diálogo.

3) Tanto las declaraciones sobre los valores como las acciones que se derivan de ellos se mezclan con los «hechos». Y hay que separar unos y otros, para que el diálogo sea fructífero. Por ejemplo, el debate entre los que rechazan a los inmigrantes porque (algunos o muchos de ellos) son delincuentes y los que los quieren proteger porque proceden de sociedades pobres en las que no han tenido oportunidades de desarrollo debe empezar clarificando los hechos, antes de definir el componente valorativo contenido en las propuestas.

4) Los valores de una sociedad no son independientes de los de sus componentes, pero tampoco se confunden con ellos. Lo que se vive en el plano personal puede no coincidir con lo que se valora en el plano social.

5) No tiene mucho sentido elaborar jerarquías de valores abstractas, pero sí puede convenir que, en los debates sobre valores, se clarifiquen los de diferentes niveles que se vayan encontrando, porque la clave de los de nivel inferior la encontraremos en los superiores.

6) El debate sobre los valores puede tener lugar en el terreno de los principios, pero sólo será fructífero para aquellos que compartan los mismos principios. Por el contrario, cuando el debate se centra en el contenido de los valores, en los aprendizajes que generan, en las acciones que se derivan de los mismos y en sus consecuencias (no sólo en las de naturaleza económica y fácilmente cuantificables), es posible el diálogo incluso con aquellos que no participan del mismo paradigma. Naturalmente, esto es sólo el inicio del diálogo, pero suele ser también la fase más difícil.

7) Ese debate pertenece al ámbito de la filosofía (de la antropología y de la ética, principalmente) y de la sociología (entendida como ciencia de los comportamientos humanos en sociedad, y no necesariamente en algunas de sus vertientes hoy de moda).

8) Pero no es un debate fácil, aunque sólo sea porque a nadie le gusta que se expliciten críticamente las consecuencias derivadas de sus concepciones y de sus conductas.

9) El debate, planteado en los términos señalados, puede y debe entrar también en los valores morales.

10) Un debate profundo sobre los valores debe estar dispuesto a discutir todos los valores, sin excluir ninguno (por ejemplo, la democracia o la tolerancia) por razones ideológicas, filosóficas, religiosas, políticas o prácticas.

11) El debate sobre los valores no debe convertirse en un juicio sobre intenciones.

12) Tan importante como el diálogo sobre los valores, o incluso más importante, es el proceso de aprendizaje, desarrollo y cambio de los valores que debe seguir a aquel debate.

 

Diez formas en las que puedes herir a tu esposo más de lo que crees y quieres: ¿qué dice la Biblia?

Un hombre se recupera de la conciencia de haber fallado, dice la autora: de sentirse un fracaso absoluto es más difícil salir.

05 junio 2022 07:58

En su momento recogimos en ReL un artículo bajo el título Diez formas en las que puedes herir a tu esposa sin darte cuenta: la Biblia advierte de ellas.

Su autora, Molly Parker, casada hace 22 años y madre de tres hijos, residente en California, ha escrito en Crosswalk otro dirigido a la segunda parte del matrimonio: ellas y algunas actitudes que de forma inconsciente pueden dañar mucho a ellos, hacerles sentir como unos fracasados, y perjudicar la relación misma. Como en el caso de los errores masculinos, acude a la Biblia buscando orientación... y la encuentra.

Molly ha extraído sus diez conclusiones preguntando a su marido y a amigos, y hace una observación general: una cosa es tener un fallo, "de lo cual cualquier hombre puede reponerse y salir adelante", y otra sentirse un fracasado, porque eso "es más duradero, puede convertirse en una etiqueta, un distintivo, una identidad". Y ahí está el peligro.

Por fortuna, Parker recuerda a quienes se sientan así que Dios ya emitió su propio juicio sobre el hombre: "Algo menor le hiciste que los ángeles y de gloria y honor le coronaste" (Sal 8, 6).

1. No está satisfecha con los ingresos familiares

Es natural desear cosas y es normal que muchas cosas que se desean no se puedan tener. El problema viene cuando "cojo mi lista de deseos y la agito sobre su cabeza dos veces al día": "Eso no puede ser bueno para nuestro matrimonio. Si yo siento la tentación de sentirme una fracasada por no tener esas cosas... ¿cómo le haré sentirse a él, que me regalaría el mundo si pudiese?". En vez de contar dinero, la esposa debería ser, como en un dicho del siglo XVII, "la mejor compañera de su marido en la prosperidad y su amiga más fiel en la adversidad".

"Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús" (Filip 4, 19).

2. No olvida ningún fallo del pasado

"Recordar los fallos del pasado genera una doble carga sobre el corazón de un hombre", advierte Parker: "Ya es bastante tener que lidiar con las deficiencias de hoy, para que encima su mujer se abalance sobre él recordándole deficiencias de ayer que no tienen nada que ver". Una esposa que se comporta así "no entiende la profundidad de la gracia de Dios", y por tanto no puede darla a su vez.

"Hermanos, una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante" (Filip 3, 13).

3. Plantea expectativas desmedidas para las vacaciones

Pedir un masaje con piedras calientes una vez en la vida por tu cumpleaños es una cosa, pedirlo todos los años y en Hawai "quizá es pedir demasiado", ironiza Molly. "Una vez", recuerda, "establecí unas expectativas poco realistas para la participación de mi marido en la cena de Nochebuena. Pero el año pasado se durmió antes que los niños y todas las fantasías de abrir los regalos junto al árbol bebiendo sidra se vinieron abajo".

Foto: Nik Shuliahin / Unsplash.

Pero ella se hace esta reflexión: "Si en el contexto de un matrimonio de 22 años ha demostrado ser un buen hombre, ¿por qué hacerle sentir como si me hubiese fallado... y además en Navidad?".

"Sed prontos para escuchar, tardos para hablar, tardos para la ira" (Sant 1, 19).

4. Pone excusas para las relaciones íntimas

Puede haber razones de todo tipo con las que la mujer evita las relaciones íntimas con su marido, "pero cuando las excusas se acumulan sin motivo aparente, un hombre puede pensar que ha fallado en algo: '¡Solía volverla loca! ¿Por qué mis necesidades ya no son una prioridad para ella?'". Tal vez la esposa considera que hay que resolver los problemas conyugales antes de mantener relaciones, "pero los expertos no están de acuerdo", dice: "La probabilidad de arreglar las cosas es mucho mayor después del sexo".

"Lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mc 10, 9).

5. Le recuerda que se supone que él debe ser el líder

Hay algo más enojoso que un marido recordándole a su mujer que debe obedecerle, dice la autora: ¡una esposa recordándole que el líder es él... y un "líder a su servicio"! Resulta paternalista, sermoneador y presuntuoso, especialmente si se usa cierto "tono". Molly sugiere que una esposa amable, humilde y sabia tiene más poder, "y si las oraciones por su marido sustituyen a las impertinencias sobre sus fallos, es más probable que ella le convierta en el hombre de sus sueños".

"Las mujeres estén sujetas a sus maridos, para que, si algunos no se rinden a la Palabra, sin palabra sean ganados por el comportamiento de las mujeres, al considerar vuestra conducta casta y respetuosa" (I Pe 3, 1-2).

6. Cuestiona la forma en la que educa a sus hijos

Molly confiesa que es demasiado correctora y quisquillosa con la forma en la que su marido educa a los hijos: "Fuiste muy duro con ella... Fuiste muy blando con él... Ve ahora a darle un abrazo...". Y considera "ridículo" actuar asi porque "¡es un padre increíble que incluso les hace los deberes de ciencias!". Y plantea una idea importante: "Si un hombre fracasa como padre, lo arrastrará el resto de su vida. Pero si lo hace bien... ¡no hay mayor medida del éxito! Así que una mujer debe estar junto a su marido cuando ambos abordan juntos el trabajo más difícil sobre la tierra: educar hijos que se conviertan en buenos adultos".

"No es bueno que el hombre esté solo. Le haré una ayuda semejante a él" (Gén 2, 18).

7. Le compara con otros hombres

Lo cual es una "faena" para ellos, educados desde el colegio en competir continuamente. Pero luego está "el hogar, un lugar donde sentirse libre de la trampa de las comparaciones... ¿o no?". Escuchar de su esposa el dinero que ganan otros hombres, o lo galantes que son con sus mujeres, o cómo les ofrecen una vida de emoción y aventuras... "sugiere que ellas están más interesadas en moldear a su marido según su ideal que según el ideal de Dios", en vez de "dejar margen a Dios para que actúe en su vida". Las cosas requieren su tiempo: ¡incluso Jesús, en cuanto hombre, maduró!

"Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52).

8. Se avergüenza de sus actividades

"Si una mujer no respeta, admira y apoya su profesión, sus aficiones y sus intereses, es seguro que él se sentirá un fracasado": no hace falta darle muchas vueltas. Es posible que el hombre se entregue en exceso a cualquiera de esas actividades, pero entonces será probablemente más eficaz rezar para que él establezca mejor sus prioridades teniendo presente a Dios en su camino.

"En todos tus caminos piensa en Él, y Él allanará tus senderos" (Prov 3, 6).

9. No disfruta de su vida juntos

Molly recuerda que, cuando llevaban 12 años casados, tuvieron que trasladarse de California a Alabama por razones de trabajo que su marido no podía evitar. Para ella fue un disgusto y no consiguió dejar a un lado sus sentimientos: "Él se sintió desesperanzado y desanimado, como si hubiese fallado en darme una vida feliz". Puede haber otras razones que hagan difícil la alegría, pero... "una mujer sin alegría hace que su hombre se considere un fracaso". Lo importante en estos casos es siempre "mantener abierta la línea de comunicación".

"Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumplid plenamente la ley de Cristo" (Gál 6, 2).

10. Le corrige en público

"Nada le chupa la vida a un hombre más que una esposa que le empequeñece en público, y a veces basta para ello una mirada", afirma la autora del artículo: "Incluso si él se lo merece, una mujer se ganará más el respeto, de él y de los demás, si lo guarda para sí y ama profundamente a su marido".

"Mantened la caridad unos con otros, porque la caridad cubre la muchedumbre de los pecados" (I Pe 4, 8).

 

 

El hombre Mediocre

Al mediocre le parece ridículo todo lo que está encima de él, porque teme las cosas superiores. Al activista de la mediocridad le queda al actuar una preocupación: es el miedo a comprometerse.

 

 

«Al mediocre le agradan los escritores que no dicen ni sí ni no, sobre ningún tema, que nada afirman y que tratan con respeto todas las opiniones contradictorias.

«Toda afirmación les parece insolente, pues excluye la proposición contraria. Pero si alguien es un poco amigo y un poco enemigo de todas las cosas, el mediocre lo considerará sabio y reservado, admirará su delicadeza de pensamiento y elogiará el talento de las transiciones y de los matices.

«Para escapar a la censura de intolerante, hecha por el mediocre a todos los que piensan sólidamente, sería necesario refugiarse en la duda absoluta; y aún en tal caso, sería preciso no llamar a la duda por su nombre. Es necesario formularla en términos de opinión modesta, que reserva los derechos de la opinión opuesta, toma aires de decir alguna cosa y no dice nada. Es preciso añadir a cada frase una perífrasis azucarada: «parece que», «osaría decir que», «si es lícito expresarse así».

«Al activista de la mediocridad le queda al actuar una preocupación: es el miedo a comprometerse. Así, expresa algunos pensamientos robados a Perogrullo (1), con la reserva, la timidez y la prudencia de un hombre receloso de que sus palabras, por demás osadas, estremezcan al mundo.

Nuestros mayores no fueron mediocres…

«Al juzgar un libro, la primera palabra de un hombre mediocre se refiere siempre a un pormenor, habitualmente un pormenor de estilo. «Está bien escrito», dice él, cuando el estilo es corriente, incoloro, tímido. «Está mal escrito», afirma él, cuando la vida circula en una obra, cuando el autor va creando para sí un lenguaje a medida que habla, cuando expresa sus pensamientos con ese desembarazo osado que es la franqueza de un escritor.

“El mediocre detesta los libros que obligan a reflexionar. Le agradan los libros parecidos a todos los otros, los que se ajustan a sus hábitos, que no hacen romper su molde, que caben en su ambiente, que los conoce de memoria antes de haberlos leído, porque tales libros se parecen a todos los otros que él leyó desde que aprendió a leer.

«El hombre mediocre dice que hay algo de bueno y de malo en todas las cosas, que es preciso no ser absoluto en su juicio, etc.

«Si alguien afirma categóricamente la verdad, el mediocre lo acusará de exceso de confianza en sí mismo. El, que tiene tanto orgullo, no sabe qué es el orgullo. Es modesto y orgulloso, dócil frente a Marx y rebelde contra la Iglesia. Su lema es el grito de Joab: «Soy audaz solamente contra Dios».

«El mediocre, en su temor de las cosas superiores, afirma amar ante todo el sentido común; sin embargo no sabe qué es el sentido común. Pues por esas palabras entiende la negación de todo cuanto es grande.

«El hombre inteligente eleva su frente para admirar y para adorar; el mediocre eleva la frente para bromear; le parece ridículo todo lo que está encima de él, y el infinito le parece el vacío».

(1)»Monsieur de la Palisse», en el original francés

 

 

Inmortalidad y cerebro.

El hombre ha sido creado para vivir con Dios, en diálogo con El, como algo natural, como el respirar o el latir del corazón. Sin oración (que es diálogo con Dios), el alma se queda sin “oxígeno”, se anquilosa.

De acuerdo con Zubiri, el hombre es un animal de relaciones. Por eso, la oración es relación con Dios.

Autores místicos, como Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, vivieron momentos de contemplación, de contacto íntimo con el Creador, no provocados por ellos, sino por Dios. Él toma la iniciativa. A este respecto, San Juan de la Cruz, en “Subida al Monte Carmelo”, dice: “visiones, revelaciones, locuciones, son puramente espirituales, porque no se comunican al entendimiento por vía de los sentidos corporales sino que se le ofrecen por vía sobrenatural, pasivamente”. Santa Teresa, en el libro de su “Vida”, dice: “Todo parece obra del Señor”.

Para Freud, la vida de oración es una sublimación de los instintos. Para el psiquiatra vienés todo es sexo. Sin embargo, en la vida del hombre hay muchos más registros.

Para algunos, la vida espiritual se explica en base al funcionamiento de determinadas zonas de la corteza cerebral, especialmente del lóbulo temporal. Es lógico que en la meditación, en la oración, en los arrobos místicos, esté activo el cerebro. Pero como de lo material no puede surgir algo de un nivel diverso, lo espiritual no puede ser una emanación del cerebro; por ejemplo, la idea del bien, la idea de lo que es la verdad, son inmateriales, no pueden localizarse en ninguna área cerebral concreta. Y como el hombre es una unidad corpórea-espiritual, es lógico que en la experiencia mística participe también el organismo (en estas situaciones puede haber modificaciones en la presión arterial, en la temperatura corporal, en la percepción sensorial, etc.). Estamos hechos de barro y aliento.

Y el ser humano desea vivir para siempre, deseo de inmortalidad, que se experimenta ya en la más temprana infancia, que, si se desenfoca, puede llevar en algunos casos a angustias y desequilibrios psicológicos. Y desea la inmortalidad de verdad, no la de vivir en el recuerdo. Es algo inscrito en su naturaleza, deseo que no puede localizarse en ninguna zona cerebral concreta. Es vivir eternamente y personalmente.

No todos admiten la inmortalidad en tal sentido. Kurzweil, en 2012 afirmaba: “En poco más de 30 años, los humanos serán capaces de cargar toda su mente a las computadoras y convertirse en un inmortal digital”. Dice que las partes biológicas de nuestro cuerpo serán reemplazadas con piezas mecánicas, algo que podrá suceder hacia el año 2100. Y cree que las diferencias entre la máquina y el ser humano se irán difuminando con el tiempo. Sería en realidad, no una inmortalidad del sujeto concreto, sino, supuestamente, de las máquinas. (Markram, entre otros, piensa que pronto podremos construir un cerebro humano).

El cristiano cree en la resurrección de la carne, por la que el hombre vivirá eternamente, provisto de su propio cuerpo, congruente éste con su alma. En este sentido, Tresmontant afirma que cada alma se corresponde con una entidad material propia, adecuada; así, el cuerpo resucitado será el que corresponda a la realidad material concreta, personal, de cada individuo.

El alma humana no es la de una rana. o la de un caballo, o la de uh arbusto, y  ni siquiera es intercambiable con la de otro ser humano. Por eso, es una falacia la idea, bastante difundida, de la reencarnación, cuya base al fin y al cabo está en el innato deseo de inmortalidad del ser humano.

José Luis Velayos

 

Defender la vida en tiempos difíciles: al servicio de la Verdad para ser libres

Defender la vida en tiempos difíciles: al servicio de la Verdad para ser libres

El milagro de la vida. El asombro de la vida humana

Dos pequeñas células, los gametos masculino y femenino, que no vivirán más de 120 ó 24 horas respectivamente, protagonizan un suceso biológico impresionante: su fusión complementaria da lugar a una forma de vida sorprendente: podrá vivir más de 100 años.

Los hallazgos científicos recientes relacionados con las primeras etapas evolutivas de la vida humana embrionaria resultan asombrosos.

La penetración del espermatozoide a través de la membrana del ovocito, en un ritual biológico bien organizado, desencadena en este una tormenta bioquímica acompañada de profundos cambios metabólicos y estructurales que señala el comienzo de la andadura de una nueva unidad biológica: ha nacido un individuo de la especie humana.

A pesar de su inmadurez -posee una sola célula al comienzo de su existencia- muestra un potencial sorprendente. El programa de desarrollo contenido en su dotación genética se abre como un complejo manual de instrucciones que empieza a fraguar el milagro.

“La genética humana puede resumirse en este credo básico: En el inicio está el mensaje, y el mensaje está en la vida, y el mensaje es la vida. Y si el mensaje es un mensaje humano, entonces la vida es una vida humana.” (Jérôme Lejeune)

La célula inicial, el cigoto, comenzará a dividirse, y cada célula resultante comenzará a aprender la ruta evolutiva que debe seguir. Las células embrionarias se dividen y especializan progresivamente, completando paulatinamente, su propio manual de instrucciones, perfeccionándolo, para dotar a este embrión de una estructura organizada, programada, evolutiva y continua, camino del nacimiento, de la edad adulta y de la muerte.

Estas primeras etapas del viaje, aún en la trompa de Falopio de su madre, resultan apasionantes. El embrión deberá progresar, ayudado por ella, hasta llegar al endometrio uterino, que, si todo ha ido bien, se habrá desarrollado para acogerlo. Aquí pueden empezar sus dificultades.

Este endometrio puede no estar en condiciones para esta función por muchas causas, algunas naturales y otras provocadas. Muchos contraceptivos actúan convirtiendo este endometrio en un lugar inhóspito para albergar la vida.  El frágil y complejo embrión humano se verá entonces obligado a “pasar de largo”, precipitándose a una muerte segura.

Pero si se le deja crecer, sigue produciendo el asombro de los científicos, que observan como una simple célula contiene toda la información para desarrollar un sofisticado programa de diferenciación, perfectamente ordenado, progresivo, de complejidad creciente y sin interrupción.

Sucede además un hecho sorprendente: en su primer viaje a través de las trompas de Falopio de su madre, y avanzando ayudado por ella, establece su primer diálogo maternofilial. Hoy se conocen multitud de sustancias químicas segregadas por el embrión que actúan como “señales” para su madre, que le contesta, a su vez, con nuevas moléculas que el embrión recibe. Este diálogo es un maravilloso cortejo entre la madre y su hijo que prepara la posterior implantación, inhibiendo selectivamente la posible respuesta inmune de la madre hacia su hijo, que es genéticamente distinto a ella, posee proteínas que ella reconoce como extrañas y podría rechazar. Pero no es así. La madre, sorprendentemente, desencadena una repuesta excepcional: su hijo, aunque genéticamente distinto, no es su enemigo, como lo son bacterias, virus, hongos, tumores, o tejidos trasplantados de donantes. Y, por tanto, lo respeta, modulando su respuesta inmune para que siga protegiéndola y, a la vez, respetando algo valioso, diverso de ella: su propio hijo.[1]

Las células embrionarias, al principio muy parecidas entre sí, van especializándose y formando tejidos, órganos, estructuras, sustancias químicas reguladoras… que no solo van apareciendo sorprendentemente, sino que saben dónde deben posicionarse dentro de la pequeña estructura embrionaria, que va adquiriendo muy pronto una fisionomía reconocible en su cabeza, sus extremidades, el latido cardiaco, sus ojos… que ya pueden distinguirse en apenas cuatro semanas desde la concepción.

Y las células de su retina saben perfectamente donde deben viajar y como formarla, lo mismo que las células de su hígado o su corazón, sus neuronas, sus glóbulos rojos o sus huesos. Y lo hacen ordenadamente: todas siguen el programa al pie de la letra y las estructuras embrionarias y fetales van perfilándose como si de una obra de arte se tratara, dejando asomar poco a poco el rostro de una persona original, única e irrepetible.

Pronto desarrollará su olfato que le ayudará a identificar a su madre más adelante. Su crecimiento le impulsa hacia el nacimiento, donde continuará su maduración hasta su edad adulta.

Los intentos por definir un cambio de naturaleza en la evolución del embrión, que lo excluyera de su identidad humana -el preembrión- en sus etapas iniciales de desarrollo, han fracasado ante la acumulación de evidencias científicas que reconocen un continuo, sin cambio de naturaleza, que define a un individuo desde el primer instante de su existencia: la fecundación.

Hasta aquellos que propusieron el término preembrión en los años ochenta, tras la aparición de la fecundación in vitro, han abandonado esta pretensión.[2]

Hablar hoy de agregado celular, como algo distinto a un individuo, al referirse al embrión temprano, demuestra desconocimiento de las evidencias científicas que se acumulan sobre la naturaleza de los seres humanos en sus etapas iniciales de desarrollo.[3]

Tiempos difíciles en la defensa de la vida

Pero este asombro ante la vida humana naciente, su complejidad, su originalidad y la perfección de su programa de desarrollo, pasa desapercibida para muchos.

El embrión humano es débil, dependiente, frágil, no puede hacer valer sus derechos, y es su madre su protección, su alimento,

 su custodia. Aunque muchos de ellos no tienen ni esto: generados en el laboratorio, expuestos a un medio extraño, quedan a merced de quienes los manipulan.

Son seleccionados por su calidad o desechados por su imperfección. O por sus características, que pueden resultar más o menos útiles a quienes los manipulan.  O son directamente destruidos para extraer sus células, aún inmaduras, desdiferenciadas, pluripotentes, ansiadas por los científicos que quieren producir tejidos, órganos o utilizarlos en otras investigaciones.

Pero, aunque muy inmaduras aún, son personas. Eso es lo que pensó Shinya Yamanaka, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 2012, cuando un día en su laboratorio, trabajando con embriones humanos de los que extraía, tras destruirlos, estas células pluripotentes, cayó en la cuenta de que los embriones que observaba a través de los oculares de su microscopio eran semejantes a aquellos que fueron sus hijas en sus primeras etapas de desarrollo. Alguien que hubiera hecho lo que él hacía con esos embriones hubiera acabado con sus vidas.

Esta reflexión le movió a la necesidad de dejar de destruir embriones en sus investigaciones, y buscar las células pluripotentes -o células madre- en otro lugar. Así diseñó un proceso de edición genética de células adultas que les conferiría un estatus parecido al de las células embrionarias, sin necesidad de seguir destruyendo embriones.

Pero no todos los científicos han tenido esa sensibilidad, que les permita observar mejor la realidad de la vida humana.

Más de 600.000 embriones humanos, esperan congelados a 196 grados bajo cero en nitrógeno líquido solo en España. Más de 1.500.000 en EE. UU. Pueden ser muchos más.

Solo un reducido número de ellos será implantado en el útero de sus madres o donados a otras mujeres para su gestación. El resto está condenado a su destrucción.

Estos embriones, sobrantes de las técnicas de reproducción asistida, se siguen produciendo en grandes cantidades, porque estas técnicas mejoran así sus probabilidades de éxito, pudiendo ir utilizándolos en nuevos intentos en caso de fracasar en sus tentativas.

De tanto en tanto, se informa de algún incidente en alguno de estos congeladores que provoca la muerte de los cientos de embriones allí criopreservados.[4]

Derecho al aborto

En junio de 2021, el mismo día que en España se aprobaba la ley de eutanasia, se aprobó en el Parlamento Europeo el Informe Matic, que reclamaba que el aborto fuera reconocido como un derecho para la mujer, con lo que ello implica: debe procurársele siempre que lo pida y no debe en ningún caso obstruirse el proceso abortivo, incluyendo la objeción de conciencia como un obstáculo más.[5]

Más tarde, hace algunas semanas, el presidente francés Emmanuel Macron, instaba a incluir la defensa del aborto en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

Otros movimientos en esta dirección, como la ley del Gobierno español que sanciona con prisión “a los que informan o rezan a favor de la vida” en las inmediaciones de las clínicas abortistas, son calificados también por nuestro arzobispo como “una barbaridad de gravísimas consecuencias”.

Eugenesia

La posibilidad de manipular el embrión en el laboratorio abre la puerta a las prácticas eugenésicas que buscan seleccionar a los seres humanos en función de sus características o estado de salud.

Este tipo de experimentos no es nuevo, y recordamos con amargura los intentos por obtener razas “puras” seleccionando o exterminando a los individuos en función de determinados intereses. Cabría esperar de la humanidad y la civilización un mejor aprendizaje de sus propios errores, que no parece producirse en muchos casos.

Así, el número de bebés que nacen con síndrome de Down en Dinamarca continúa disminuyendo, con el número más bajo registrado desde que el país comenzó un registro de síndrome de Down en 1970: El Copenhague Post señaló que solo nacieron 18 bebés con síndrome de Down en el año 2019.

Islandia llegó a los titulares internacionales hace varios años cuando se reveló que el país tiene una tasa de abortos de casi el 100% de bebés con síndrome de Down.

En Polonia, de poco menos de 1.100 abortos cometidos en 2016, casi todos se debieron a discapacidad. En los Países Bajos, a las mujeres se les dice que tienen el «deber moral» de abortar si su hijo tiene síndrome de Down, y los medios australianos elogiaron con entusiasmo una nueva prueba de detección prenatal que podría, en sus palabras, «acabar de manera efectiva con el síndrome de Down». Obviamente no se refería a acabar con el síndrome, sino con las personas que lo sufren. [6]

“Para evitar exacerbar el debate, retrocederé muchos años, hasta los espartanos, los únicos que eliminaban a los recién nacidos cuando pensaban que no serían capaces de portar armas ni engendrar a futuros soldados. Esparta era la única ciudad griega que practicaba este tipo de eugenesia, esta eliminación sistemática. Y nada queda de ella: No nos ha dejado ni un solo poeta, ni un solo músico, ¡ni siquiera una ruina! Esparta es la única ciudad griega que no contribuyó con nada a la humanidad. ¿Es una coincidencia o existe una relación directa? Los genetistas se hacen la pregunta: ¿Se volvieron estúpidos porque mataban a sus futuros pensadores y artistas cuando mataban a sus hijos menos bellos?” (Jérôme Lejeune)

Las secuelas del aborto

Las mujeres que abortan sufren. Muchas no deciden con libertad, porque no son debidamente informadas. No conocen alternativas, no se les ofrecen ayudas, se les oculta la naturaleza de sus hijos, y se les obliga a decidir en circunstancias de angustia en muchos casos, de desesperación. Es decir, sin libertad. Los abortos provocados incrementan el riesgo en las mujeres que abortan de sufrir trastornos psicológicos futuros. Más si el aborto es reiterado.[7]

En las mujeres que han sufrido un aborto provocado (TOP) el riesgo de mortalidad es un 170 % mayor respecto de las que han dado a luz a un hijo vivo, y el doble respecto de las que han sufrido un aborto espontáneo.[8]

Las adolescentes que abortan reducen su esperanza de vida respecto a las que prosiguen con su embarazo, según un reciente estudio. Continuar el embarazo en adolescentes es un factor protector que reduce el riesgo de suicidio en un 50 % y la muerte por otras causas en un 40 %.[9]

No solo el embrión que muere es víctima del aborto. También lo es la mujer, o los que cooperan con ello. Pero lo es también la sociedad, que ve envejecer la población, originando un problema demográfico descomunal, al que el aborto contribuye significativamente.

Manipulación de embriones

Pero hay más. Los embriones pueden ser manipulados, editados genéticamente para que reproduzcan determinadas características, o directamente, para mejorarlos, como proponen las tesis transhumanistas, que buscan alterar lo humano, creando el “posthumano”.[10]

Los avances en edición genética, de la mano de las técnicas CRISPR, abren peligrosas oportunidades a muchos investigadores, que pueden modificar el código genético humano, con consecuencias tan impredecibles como catastróficas.

Los experimentos de clonación humana, de hibridación con animales produciendo quimeras, la posible obtención de gametos o incluso embriones artificialmente a partir de cualquier célula del organismo o la gestación artificial dibujan un sombrío panorama para el progreso humano.

Limitación a la objeción de conciencia

Extinguir las conciencias, parece un paso ineludible para garantizar el derecho a matar. Señalar y perseguir a los objetores que se niegan a abortar o practicar eutanasias, parece posible si matar es reconocido como un derecho[11]

Eutanasia legal

Análogamente a lo anterior, la fase final de la vida humana ofrece una fragilidad similar a la de su comienzo. Un enfermo incurable, dependiente, sufriente, incapaz, se parece mucho a un embrión. No es autónomo, no produce, no puede hacer valer sus derechos en muchos casos, no se resistirá a ser exterminado.

Recientemente, como hemos publicado en nuestro Observatorio, un médico que practica eutanasias trata de justificarse afirmando que él no termina con el paciente, sino con su dolor. Creo que huelga el comentario.[12]

Esa es la misión del sistema sanitario en su conjunto cuando no puede curar: paliar el sufrimiento de los débiles, los enfermos, los ancianos o los moribundos. Dignificar la vida y no la muerte, es la medida de la verdadera civilización. Cuidar al vivo, acompañarle, calmarle, animarle, llorar con él, sufrir con él, pero minimizando sus sufrimientos es dignificar la vida. Acabar con él es indigno.

“Debemos ser claros: La calidad de una civilización puede medirse por el respeto que tiene hacia sus miembros más débiles. No existe ningún otro criterio.” (Jérôme Lejeune)

Libertad y verdad: los límites de la autonomía personal

“Es mi cuerpo, déjame hacer con él lo que quiera”: La libertad de elección es algo más complejo que la simple posibilidad de optar.

No existe libertad sin que el que elige conozca la verdad de aquello que evalúa, toma o deja. Optar sin conocer qué es lo que hago, a qué renuncio, qué alternativas existen y qué consecuencias tienen mis decisiones, supone optar sin libertad.

Además, determinadas circunstancias pueden incapacitarnos para elegir en libertad. Estas circunstancias deben identificarse para evitar que elecciones erróneas resulten lesivas. Suelen darse en situaciones de vulnerabilidad, lo que puede arrastrar a la persona débil a su destrucción.

Julio Tudela

Observatorio de Bioética

 

¿Afecta a la psique de los médicos realizar eutanasias?

¿Afecta a la psique de los médicos realizar eutanasias?

A principios del mes de abril se publicó en El Diario un artículo con el siguiente titular: “No es acabar con la vida de alguien, sino con su sufrimiento”. Dicha noticia relata la experiencia de uno de los primeros médicos que ejercieron la eutanasia tras su entrada en vigor en España en junio de 2021. Andreu Pallars, el seudónimo con el que se da a conocer este facultativo por respeto a sus pacientes, afirma que “tenemos que preservar la memoria de las personas. Sabiendo mi nombre, se puede saber dónde ejerzo y, como no se han realizado muchas eutanasias, eso puede ser suficiente para saber a quién asistí… Las condiciones de la muerte deben quedar en privado”.

Pallars es médico de cabecera en una pequeña población de Cataluña. Poco antes de jubilarse, uno de sus pacientes enfermo de cáncer de 75 años a quien había acompañado a lo largo de toda su enfermedad, le solicitó la práctica de la eutanasia, siendo uno de los primeros en realizarla. “Tenía una enfermedad terminal, pero todavía le quedaban unos años de vida. Aun así, decidió que no quería seguir adelante… No fue fácil, pero le ayudamos a cumplir su deseo y a acabar con su dolor antes de que fuera inhumano” explica.

El facultativo deja en evidencia las dificultades psicológicas que atraviesan los profesionales (médicos y enfermeras) antes, durante y después de la intervención. Este califica su vivencia como abrumadora y dura y, afirma: “siempre es triste ver morir a un paciente que conoces, pero en este caso, se le suma el hecho de que lo has ayudado tú. Me sentí… ¿Bien? No diría ni contento ni orgulloso, pero profesionalmente me sentí bien, porque ayudé a alguien que lo necesitaba. Es duro, pero no fue tanto acabar con su vida, sino con su sufrimiento… Todo depende de quién consideres que es propiedad la vida. Si crees que es de un ser superior, objeta, está bien. Pero si crees que la vida pertenece a uno mismo, no hay ningún argumento lógico para negarte… muchos objetan, no por cuestiones religiosas, sino para ahorrarse el papeleo o el mal trago”.

La mejor solución ética a los problemas graves de salud del final de la vida son los cuidados paliativos y no la eutanasia.

La enfermera que ayudó al doctor inyectando el fármaco letal ha relatado “la noche anterior me costó muchísimo dormir: he puesto muchas bombas para que mis pacientes mueran sin dolor, pero esto es distinto. Tenía la sensación de que lo había matado yo… El momento de la muerte fue muy difícil. Luego llamamos a la familia, que esperaba en otra habitación. Se dio una situación muy fría y extraña, que nadie sabía muy bien cómo afrontar”.

Como bien dice B. Kelly en su estudio An indelible mark publicado en 2020, entre el 30 y el 50% de los médicos describe una gran carga emocional tras realizar una eutanasia; entre el 15 y el 20% admite un impacto personal negativo que perdura con el tiempo, subrayando que «pese a la importancia de este asunto (el efecto psicológico de realizar eutanasias) en la práctica médica, es un tema desatendido por la investigación empírica».

Por otra parte, el estudio Emotional and Psychological Effects of Physician-Assisted Suicide and Euthanasia on Participating Physicians de Kenneth R. Stevens de 2006, alega que 1 de cada 4 médicos se arrepintió después de haber practicado una eutanasia, y un 16% declara que la carga emocional les afectó de manera negativa a su trabajo.

En la misma línea, en un interrogatorio realizado a los eutanasiadores holandeses de la Baronesa Finlay en la Cámara británica de los Lores en 2005, el Doctor Mensingh van Charente declaraba que “la eutanasia no es un tratamiento médico, nunca te acostumbras a ella».

Apoyo a los médicos eutanasiadores

La Generalitat de Cataluña ha solicitado a los psicólogos de la Fundación Galatea, especializados en atención a sanitarios, el apoyo a los médicos que practican la eutanasia. “La muerte siempre está presente en este oficio, pero esto es distinto. Hace aflorar miedo, ansiedad, culpa e incluso dudas» afirma Toni Calvo, presidente de la Fundación, quien explica que es necesario “prepararlos” antes de eutanasiar «si no lo hiciéramos nosotros, muchos acabarían abocados a un suicidio terrible y con muchos números de salir mal”.

Nuestra valoración

Al inicio de esta noticia, parafraseando el titular de Diario Médico, el médico que practicó la eutanasia afirma que esta no consiste en acabar con la vida de alguien, sino solo con su sufrimiento. Eso es, precisamente, lo que debiera haber hecho este médico: tratar de aliviar el sufrimiento del paciente, que es una de las funciones del ejercicio de la medicina cuando no se es capaz de curar. Pero, lamentablemente, lo que ha hecho es terminar con el paciente, que es lo que se apresura a negar. Y esto, de lo que trata de justificarse, no es un acto médico, sino el trabajo de un verdugo.

Lamentamos que la Generalitat de Cataluña esté muy preocupada por la salud psíquica de los sanitarios que participan en la práctica de eutanasias y, sin embargo, no lo estén tanto de proveer esta misma ayuda a los pacientes que sufren y necesitan atención paliativa de calidad, lo que implica el tratamiento de sus necesidades clínicas, psíquicas y espirituales.

Matar a un paciente no admite justificación. Omitir el cuidado que necesita en la atención paliativa, tampoco. Esta es la verdadera asignatura pendiente del sistema sanitario, y no la pretendida normalización de la supresión de los pacientes.

Julio Tudela

Paloma Aznar

 

Las ‘vacas bombero’ y el cambio climático

Considero que es un hecho, no existe nada que mantenga mejor los montes que un rebaño de vacas, ya que para mantener la vegetación a raya y los montes libres de materiales altamente inflamables, las vacas que pastan, no facilitan los incendios o les apagan cuando han prendido al no permitir extenderse, juegan un papel realmente fundamental.

El papel de las ‘vacas bombero’ es muy importante para actuar como un cortafuegos natural y eficiente, que ayude a combatir los incendios forestales y reduzca de esa forma el riesgo para las brigadas de extinción, que en muchas ocasiones se juegan la vida frente al fuego cada verano.

El director de PROVACUNO, Javier López, explica muy bien que “el ganado permite al mismo tiempo grandes ahorros económicos porque contratar mano de obra y maquinaria para hacer estas mismas funciones, las que hacen las vacas en pastoreo, de manera mecánica sería impensable así como por sus beneficios medioambientales dada la imposibilidad de actuar sobre miles de hectáreas de terrenos sensibles a los incendios forestales”.

En 2021 se registraron un total de 19 ‘grandes Incendios’, categoría que incluye aquellos que superan las 500 hectáreas forestales afectadas. Quince de ellos tuvieron lugar durante la campaña de verano y otros cuatro durante la campaña de invierno, con una superficie forestal dañada de 31.375 hectáreas.

Por este motivo, Javier López considera que “es mucho mejor y enormemente más barato ‘prevenir que curar’ ¿Por qué no apostamos más por el mantenimiento de la actividad ganadera para luchar contra el fuego?”

Desde PROVACUNO consideran que no se trata sólo de invertir en extinción de incendios, sino que también resulta necesario apostar, de forma enérgica, en materia de prevención. Y esto se consigue apoyando al sector ganadero e impidiendo que abandonen su actividad para que puedan mantener así un trabajo esencial en cuanto a la conservación de nuestros campos y montes que está muy poco reconocido en estos momentos.

De hecho, esta tarea cada vez resulta más fundamental, puesto que el cambio climático está aumentando la dimensión y la gravedad de los ‘grandes incendios’ que, casualmente, coinciden cada temporada en producirse en zonas donde no existe o se ha abandonado la actividad agrícola y ganadera.

Insisten también en recordar que “España es uno de los países más vulnerables de Europa al cambio climático a tenor de lo que advierten cada vez más expertos mundiales. La combinación de olas de calor, sequía, baja humedad, a veces con fuerte viento, unido a una vegetación muy seca y bosques abandonados por la actividad primaria y forestal, convergen en episodios de incendios cada vez más preocupantes. De hecho, ya estamos soportando la aparición de los denominados ‘incendios de sexta generación’ y cada año con mayor frecuencia”.

El director de PROVACUNO concluye diciendo que “es el momento de repensar sobre el papel que pueda jugar el modelo europeo de ganadería sostenible, no sólo en el ámbito de la calidad, seguridad, trazabilidad o soberanía alimentaria, sino también en el de la sostenibilidad”.

Jesús Domingo Martínez

 

Paseando mascotas y niños

Hay muchas ganas de oxigenarse y disfrutar de unas condiciones meteorológicas que invitan a pasear. La primavera, ahora ya de verano, nos ha lanzado a la calle, aunque este año con subidas y bajadas de temperatura y no pocas lluvias, haciendo realidad ciertos aforismos.

Sin ganas ni afán de escudriñar cuanto uno se encuentra por la calle, las calles son un observatorio sociológico de primer orden. Habitualmente, reconocemos que deberíamos caminar más, callejear, tanto por motivos laborales y así evitar un gasto – que no nos viene mal en esta época de precios disparados -, como por razones de salud y descanso, pues algunos van a gimnasios cuando les bastaría caminar regularmente. En fin, viva la libertad, aunque los bolsillos y las familias también mandan.

Muchos sacan a su mascota, que en la mayor parte de los casos es un  perro, al menos en Gerona, o a sus perros, en bastantes casos son dos, a pasear. Vemos muchos perros por las calles, y no digamos en parques, plazas y paseos marítimos.  Da gusto, porque los hay de todas las razas y se ve que los dueños los cuidan.

El número de perros por habitante va en aumento en España, y se nota en las calles de cualquier ciudad, en Gerona mucho.  Hay 7,5 millones de perros censados en nuestro país, en el “censo canino”. España tiene más hogares con perros que con niños: hay 6 millones de niños menores de 14 años.

Hace poco vi en una ciudad  un “Espacio canino”, con sus bancos y fuente de agua, y un letrero que da instrucciones sobre su uso, entre las que hay una que “aclara” que no sustituye al paseo diario del perro: sí, así, paseo diario del perro.

Jesús Martínez Madrid

 

Espiar a todos

Esta misma mañana, me ha entrado una nota en el ordenador, decía, “Te están siguiendo, te espían, necesitas ayuda”. Parece que se ha puesto de moda eso de espiarse los unos a los otros, porque hay medios y programas que facilitan hacerlo. Y porque todos llevamos miles de gigas en nuestro bolsillo, en el teléfono móvil o, si no, en el ordenador que tenemos en casa, ha sido mi caso, que sirven para delatarnos ante los demás.

Desde el punto de vista más positivo, eso se llamaría afán de transparencia; y constantemente hay alguien que siempre la está pidiendo para los demás y no tanto para él, como si fuera el único modo de sobrevivir.

Estamos calcados y, además, la mayoría lo llevamos bien. Que el frutero sepa la fruta que te gusta, después de habértela vendido una y otra vez, no parece que pueda ser inevitable. Mucha gente quiere saberlo todo de los otros, porque, en realidad, los demás son un enigma, al que cuesta conocer del todo.

Y en este mundo traidor, cualquiera te la podría jugar, sea Putin, Mohamed, o el PNV, apoyando la moción de censura,  las chicas de Podemos o el propio Gobierno, espiándose  sí mismo y a los demás, para ver quien sube y quien baja, y si eso va a afectarme en las próximas elecciones, a mi, o a la gente de mi gobierno que viene descaradamente a por mi.

José Morales Martín

 

La realidad del Pecado.

Y una de las verdades de Fe, que la Iglesia ha recordado a lo largo de los siglos, en todos los lugares donde el nombre de Cristo ha sido anunciado, es la realidad del Pecado.

El espíritu de mundanidad entra en la Iglesia cuando se comienza a perder el sentido del Pecado, que lleva siempre consigo un alejamiento del hombre de Dios, a Quien deja de ver como el Creador que anhela nuestro bien, con un amor paterno y materno, y como Padre que nos dice con toda claridad, que los Mandamientos y las Bienaventuranzas nos indican el camino que nos invita a seguir si queremos ser buenos hijos suyos y, por tanto, felices en la tierra y felices en el Cielo.

Lutero introdujo a borbotones ese espíritu, y lo hizo por dos caminos: afirmando la subjetividad de la Fe, al afirmar el principio de la “sola Escritura” interpretada por cada persona; y afirmando después que la misericordia de Cristo perdonaba todo pecado del hombre que, de alguna manera, corrompido como estaba, no podía dejar de pecar; y lo perdonaba sin necesidad de arrepentimiento ni de Sacramento.

Ese espíritu de “mundanidad” ha ido penetrando en la Iglesia, como han señalado los papas muy especialmente desde Pio XII, y se nota de manera muy particular, en la tan extendida aceptación banal en la sociedad occidental actual de tres prácticas directísimamente contrarias a los planes de Dios sobre el hombre: el aborto, el desorden sexual incluido también la práctica homosexual, y el discernimiento de la vida moral basado en una conciencia claramente subjetiva que decide interpretando a su gusto la Ley de Dios.

Una las manifestaciones más claras de los efectos de esta mundanidad está a la vista del pueblo cristiano: el descenso de las confesiones sacramentales, personales, en el Sacramento de la Penitencia; acompañado a veces por la recomendación de que es suficiente pedir perdón a Dios sin necesidad de Sacramento, porque el Señor es “misericordioso”.

Juan García. 

 

La revolución de la ternura

Con ocasión de la próxima Jornada Mundial de los Abuelos, que se celebrará el 24 de julio, el Papa Francisco ha publicado un mensaje en el que define a los mayores como los artífices de la "revolución de la ternura", la única que libera de la guerra. Francisco alude a este tiempo de prueba que vive el mundo, marcado por la pandemia y la guerra que hiere la convivencia y el desarrollo a escala mundial, para insistir en otras "epidemias" y formas generalizadas de violencia que amenazan a la familia humana y nuestra casa común. Dentro de esas nuevas formas de violencia inscribe el Papa el olvido de los ancianos, al pensarse que ya no tienen frutos que dar.

Creo importante recordar que a lo largo de su pontificado, Francisco ha insistido en el concepto de la ternura, que él mismo define como la expresión más serena, bella y firme del respeto y del amor. En uno de sus documentos, al profundizar en la fuerza de la ternura, recordaba un viejo proverbio chino según el cual "una palabra salida del corazón calienta durante tres inviernos".

Pedro García

 

El Versalles alemán y el… “rey loco” (I)

 

Me encuentro en Salzburgo transcurre el año 1993 y, aunque es aún noviembre, pero el invierno alpino, es aquí “el dueño” y como decimos en mi tierra, “hace un frío que pela”. Es noche cerrada cuando salimos del café, son las seis de "la tarde" y en España es aun de día. Emprendemos el recorrido para llegar donde está aparcado el autocar, al que subimos (tras despedirnos de nuestra guía) y  en el que regresamos a nuestro hotel, del que ya no saldremos hasta la mañana, puesto que el frío no invita a realizar "paseos nocturnos"; yo prefiero cenar tranquilo y luego fumar pausadamente mi habitual cigarro puro, mientras pienso lo que escribiré, sobre esta tarde en Salzburgo y lo que "apretadamente" realizo antes de acostarme, ya que necesito recoger "vivas" las imágenes y sonidos, recogidos esta tarde y a lo largo de todo el día... puesto que ha sido un muy buen día de bueno y enriquecedor turismo... me siento cansado y feliz. Por ello dormiré muy bien esta fría noche, que aunque hay calefacción, pero hay que dormir abrigado.

            Son las seis de la mañana, de este veintiuno de noviembre, cuando ya estoy levantado, puesto que quiero tomar un baño y hacerlo con toda la tranquilidad posible. Son las siete cuando amanece y ello lo apreciamos ya instalados en el comedor del hotel, el que está situado en la planta catorce (decimocuarta) del edificio y donde anoche cenamos. Como existen grandes ventanales, ellos me permiten una buenísima vista de la ciudad y alrededores de la misma, por ello veo perfectamente el amanecer y con él a la ciudad totalmente nevada y el bello panorama consiguiente, puesto que todos estos lugares son notables, si bien lo que veo es afeado horriblemente por el espacio que ocupan, una enorme y humeante chimenea y la central eléctrica de la cual procede, y las que instaladas en pleno centro ciudadano, distorsionan todo su entorno. Incomprensible esta instalación en el lugar donde la misma se encuentra... "en fin, son cosas del progreso" y por lo visto no han tenido solución mejor, aquí.

            Bajamos equipajes y los instalamos en el autocar, al que subimos y cuando salimos de la ciudad, son las siete y cuarenta minutos (lo hacemos con 10 m. de retraso) nos acompaña una muy joven y simpática guía, cuyo nombre es el de Teresa, la que con amabilidad y muy agradable voz, nos informa del recorrido que hoy tendremos; después nos pone en el radio casete del autocar, una cinta de música de Mozart, que mucho le agradecemos quienes nos son gratos "estos ruidos", que a otros muchos y al parecer... "molestan bastante", puesto que no guardan el necesario silencio que estos bellos conciertos requieren (que le vamos a hacer).

            Rodamos en dirección a la cercana Alemania, concretamente nos dirigimos hacia Baviera, por ello a las 8,15 estamos ya en la frontera austro-germana y tras unos trámites aduaneros, que afortunadamente resultan muy breves, cruzamos y pasamos a Alemania; diez o quince minutos después, "pisamos suelo alemán".

            Nos dirigimos a un lugar bastante "mítico", puesto que vamos a visitar el denominado, "Palacio del Rey Loco", al menos así es conocido en la Historia a Luis II de Baviera, el que también fuera mecenas de Ricardo "Wagner" durante año y medio; de la turbulenta vida de este (también) famoso compositor de música, y al que "montó" sus grandiosas óperas y le pagó generosamente, puesto que (lo dice nuestra guía) de muy joven, este (entonces) príncipe "loco"... "se enamoró de la música de Wagner" y lo que aprovechó muy bien, este revolucionario músico, lo que ocasionó enormes gastos al tesoro público bávaro y lo que traería consecuencias trágicas, pues no sólo fue Wagner.

            Tras este período de los "dieciocho meses wagnerianos", el rey se retiró y se dedicó casi exclusivamente a vigilar y dirigir las construcciones de los tres grandes y legendarios castillos, que pretendió poseer, este "pequeño rey, lleno de delirios de grandeza"... El que veremos hoy, es el que lleva el nombre de... "Herrenchiemsee".

            Estamos atravesando montañas y valles, de lo que se denominan, pre Alpes "Bávaros" y por tanto, dentro del Tirol, cuya región montañosa ocupa parte de varios países alpinos. Todo ello está cubierto de nieve y por tanto continuaremos disfrutando de estos bellísimos paisajes, los que envueltos en una gran capa de este manto nevado, nos los presenta serenos y apacibles; y por ello, nos transmiten esa quietud, pese a que... "estemos en movimiento". Yo al menos, así lo siento y por ello lo digo.

            Nos va informando Teresa y nos dice, que este palacio está situado dentro del lago "Chiemsee", conocido también en Alemania como "Mar de Baviera"; lago bastante extenso puesto que cuenta con ochenta y cuatro kilómetros cuadrados, teniendo una profundidad de hasta setenta y tres metros y en el que existen tres islas, siendo en la mayor de estas, donde Luis II, se propuso construir (no lo consiguió, puesto que quedó sin terminar)... "su Versalles particular", el que conocido con el nombre de "Herrenchiemsee", fue todo un escándalo para la ciudadanía de aquel pequeño país, puesto que gastó en esta obra, la enorme cifra que representaban dieciséis millones de marcos de los de entonces y por ello (entre otras cosas) fue considerado como loco; y apartado del gobierno bávaro, por sus propios ministros, los que lo desterraron a un apartado lugar, donde en circunstancias no aclaradas, apareció ahogado junto a su médico; habiéndose encontrado los cuerpos de ambos, flotando en las aguas del lago "Starnberg", contiguo a su residencia del Castillo de Berg, donde había sido confinado bajo gran vigilancia...?

            Mientras llegamos al lago Chiemsee y para irnos "ambientando", Teresa nos pone música de Wagner, la que oída "viendo pasar" esta parte de Baviera, completamente nevada, resulta todo ello hermoso y bello, creando todo el conjunto, emociones muy agradables al espíritu de cualquier persona... "Un poco sensible y conocedora de parte de los dramas de ciertos personajes, privilegiados por los dioses", pero a la vez desgraciados por sus propias pasiones y lo que de negativo ocasionó su vivir en esta tierra.

            Tengo que señalar, que a Luis II, los bávaros también le asignan el apelativo de "rey romántico".

            Son las nueve y cinco minutos, cuando llegamos al embarcadero del citado lago, hace un frío enorme, acrecentado por la gran humedad que transmite esta gran cantidad de agua. Mientras nuestra guía realiza los trámites de adquirir los pasajes y llegamos al muelle "lacustre", embarcamos y nos acomodamos en "el Berta", que es uno de los barcos que realizan estos servicios... han transcurrido unos larguísimos veinticinco minutos y cuando emprendemos esta corta travesía, son las nueve y treinta.

            El barco es un poco más grande y mejor acondicionado que el que ocupamos en Venecia, en él caben unas doscientas personas y dentro del mismo, no sentiremos frío. De inmediato a subir nosotros (únicos ocupantes en esta travesía) "el Berta" se dirige a toda máquina, hacia la denominada "Isla de los Señores", lugar donde se encuentra el ya mentado palacio real.

            Está intentando lucir "tímidamente" el Sol, e iluminar este hoy tranquilo lago, en el que proliferan diferentes especies de patos y algunos cisnes. Hay un poco de niebla o brumas y todo ello me impide ver y apreciar en toda su plenitud, las bellezas de estos lugares, que indudablemente deben ser notables, apreciadas a plena luz solar y en días claros y limpios.

            Llegamos a la "Isla de los Señores", hemos tardado unos quince minutos en llegar al embarcadero, pese a que hemos navegado a una velocidad notable.

            Según tenemos "contratado y pagado", esta visita al palacio real, debiera haberse realizado en "coche de caballos", pero en donde desembarcamos, no hay ni caballos ni siquiera "un alma", así es que acompañados y guiados por Teresa (nuestro guía español, se ha quedado "calentito" en un bar, sito en el lugar desde donde embarcamos para llegar aquí) emprendemos a pie el camino, que nos separa del palacio, el que dista bastante trecho desde el embarcadero, puesto que tardamos unos veinte minutos en llegar, haciéndolo a través de un camino que cruza un bosque, todo lo cual encontramos nevado en abundancia; y por cuanto ya he dicho, sufrimos un frío intenso, amén de los inconvenientes, propios y fáciles de comprender, por cuanto ya he relatado anteriormente.

            Este horrible frío, no impide el que apreciemos el grandioso espectáculo de este bosque, compuesto por enormes árboles de, hoja caduca y por tanto desnuda, pero los que se nos ofrecen cubiertos en todo su ramaje, por la abundante nieve, que igualmente cubre todo el follaje del suelo y todo ello resulta enormemente bello en su desolación.

            Y en estas condiciones de “aventureros” llegamos a la soñada obra de aquel loco que reinó y murió soltero, el hoy “land” alemán, o estado federal de Baviera, el que junto a quince más, conforman la hoy poderosa república federal de Alemania. (Mañana el resto)

 

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

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