Las Noticias de hoy 13 Enero 2023

Enviado por adminideas el Vie, 13/01/2023 - 12:07

Catolicidad: 2021

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    viernes, 13 de enero de 2023        

Indice:

ROME REPORTS

Catequesis del Papa: La misión es el oxígeno de la vida cristiana

Trabajar por la paz no con buenas palabras, sino con los hechos

"Educar con fraternidad". Intención de oración del Papa en enero

La fraternidad hacia los enfermos hace el mundo más humano

LA COMUNIÓN SACRAMENTAL : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del viernes: desear su curación

“Que os sepáis perdonar” : San Josemaria

La pasión evangelizadora parte de la mirada de Jesús

“Ve, y haz tú lo mismo” (I): A mí me lo hicisteis

El Bautismo en el cristianismo primitivo : primeroscristianos

Benedicto XVI, un papa sabio y humilde

Libertad, santidad y razón en la enseñanza de Benedicto XVI : Joseph Weiler

Las cosas, por su nombre : Antonio Moreno

«Todo para ti», el testimonio de un joven seminarista : Paloma López Campos

Malas leyes, malas políticas, malos datos : Julio Tudela Cuenca, Cristina Castillo

Creer en Dios, ¿es algo razonable? : Manuel Ribes

Energía limpia, abundante y barata : Manuel Ribes

Adiós a las Navidades. La Fiesta del Bautismo de Jesús : Josefa Romo 

Madurez : Juan García. 

La nomofobia : Jesús D Mez Madrid

Madurar en el amor : Jesús Martínez Madrid

La pérdida del sentido de la vida : Jesús D Mez Madrid

Las emociones se regulan y los sentimientos se educan : Regino Navarro

 

ROME REPORTS

 

 

Catequesis del Papa: La misión es el oxígeno de la vida cristiana

En la Audiencia General el Papa Francisco comenzó un nuevo ciclo de catequesis dedicado a la "pasión por la evangelización". Y afirmó que el anuncio gozoso del Evangelio hasta los confines de la tierra es una dimensión vital para la Iglesia, partiendo cada uno de su propio ambiente, sin proselitismos sino por atracción, como enseñaba Benedicto XVI

 

Vatican News

“En esta catequesis comenzamos un nuevo argumento: la pasión por la evangelización o, dicho de otro modo, el celo apostólico”

La pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico, es el tema del nuevo ciclo de catequesis que el Papa Francisco comenzó este miércoles durante la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI.

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Irradiar la luz de Cristo hasta los confines de la tierra

El Santo Padre introdujo su reflexión afirmando que es "un tema urgente y decisivo para la vida cristiana" y para la Iglesia, que nace misionera y está llamada a ser "testigo contagioso de Jesús”, que se extiende para “irradiar su luz hasta los confines de la tierra".

“Cuando esta dimensión se pierde, la comunidad se enferma, se cierra en sí misma y se atrofia”

Además, Francisco aclaró que ser misionero no significa hacer proselitismo, puesto que evangelización y proselitismo son cosas distintas.

La misión, oxígeno de la vida cristiana

El deseo de salir y llegar a los demás a los que hay que anunciar el Evangelio, observó a continuación el Pontífice, puede borrarse. Y destacó que a veces parece eclipsarse. Pero cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte del anuncio, enferma: se encierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita.

“La misión, en cambio, es el oxígeno de la vida cristiana: la vigoriza y la purifica”

Además, el Santo Padre explicó que el objetivo de estas catequesis será el de "reavivar el fuego que el Espíritu Santo quiere hacer arder siempre en nosotros". De ahí que se halla referido a un episodio tomado del Evangelio: la llamada del apóstol Mateo.

La conversión de Mateo

“Hoy reflexionamos sobre la conversión de Mateo, en particular sobre tres elementos que podemos distinguir en este relato del Evangelio. Todo comenzó cuando Jesús vio a un hombre, Mateo, y no lo juzgó por lo que hacía – era un publicano – sino por su realidad íntima, con sus virtudes y sus defectos”

En efecto – prosiguió explicando el Pontífice – Jesús ve en aquel publicano despreciado por todos por considerarlo "un colaborador, un traidor del pueblo", a “un hombre”.

“Al llamarlo, Mateo se levantó, dejó su puesto de autoridad y sus seguridades, y se puso a disposición de Jesús, en una actitud de servicio a los demás. Después de su conversión, Mateo no se fue a un lugar lejano e idílico, sino que regresó a su casa. Al volver, ya no era el mismo. El encuentro con Jesús lo había cambiado, convirtiéndolo en un auténtico testigo de la alegría del Evangelio”

¿Cómo miramos a los demás?

El Obispo de Roma sugirió preguntarnos: ¿cómo miramos a los demás? Y exclamó: “¡Cuántas veces vemos sus defectos y no sus necesidades; cuántas veces etiquetamos a las personas por lo que hacen o piensan! Incluso como cristianos nos decimos: ¿es de los nuestros o no es de los nuestros? Esta no es la mirada de Jesús”.

“Él mira siempre a cada persona con misericordia y predilección. Y los cristianos están llamados a hacer como Cristo, mirando como Él especialmente a los llamados lejanos”

De manera que Mateo se puso en marcha, pero ¿para hacer qué?, se pregunta el Papa. Nos inclinaríamos a pensar en quién sabe qué nuevas experiencias, y en cambio el futuro discípulo regresa a su propia casa para preparar, como narra el Evangelio de Lucas, "un gran banquete", en el que "participa una gran multitud de publicanos, gente como él". Y el Francisco comentó:

Mateo vuelve a su entorno, pero vuelve cambiado y con Jesús. Su celo apostólico no comienza en un lugar nuevo, puro e ideal, sino allí donde vive, con la gente que conoce. He aquí el mensaje para nosotros: no tenemos que esperar a ser perfectos y haber recorrido un largo camino detrás de Jesús para dar testimonio de Él; nuestro anuncio comienza hoy, allí donde vivimos. Y no comienza tratando de convencer a los demás, sino testimoniando cada día la belleza del Amor que nos ha mirado y nos ha levantado.

Como decía Benedicto XVI

El Santo Padre también recordó una expresión de su predecesor, Benedicto XVI, que decía al respecto: "La Iglesia no hace proselitismo. Se desarrolla más bien por atracción". Y es a "este testimonio atrayente y gozoso", concluyó Francisco, la meta a la que nos conduce el amor de Jesús.

Saludos del Papa

Al saludar cordialmente a los fieles y peregrinos de lengua española, Francisco les dejó una invitación:

“Pidamos a Dios la valentía de Mateo, para que, también nosotros, al sentir la mirada del Maestro – que nos interpela y nos descubre cómo somos – seamos capaces de alzarnos de nuestra postración y ser sus testigos en nuestra vida cotidiana. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias”

Afecto por el pueblo ucraniano

Tras la catequesis, en su saludo a los fieles de lengua italiana, el Papa Francisco no dejó de dirigir un pensamiento al drama que se vive en Ucrania. "No olvidemos a la atormentada Ucrania, siempre en nuestros corazones – dijo –  a este pueblo que experimenta crueles sufrimientos le expresamos nuestro afecto, nuestra cercanía y nuestra oración".

 

Trabajar por la paz no con buenas palabras, sino con los hechos

El Papa recibió esta mañana a los miembros de la Comisaría de la Policía italiana ante el Vaticano, encargada del orden público en la Plaza de San Pedro, Roma e Italia durante las visitas pastorales del Pontífice. El Santo Padre alabó su espíritu de servicio y su amabilidad y acogida hacia los peregrinos. El consejo es llevar siempre un Evangelio en el bolsillo para leerlo a diario y "sembrar el alma de cosas buenas"

 

Michele Raviart – Ciudad del Vaticano

Se puede ser operadores de paz, artesanos de la paz, incluso a través de gestos concretos aparentemente pequeños y haciendo bien su trabajo.  Lo recordó esta mañana el Santo Padre durante su audiencia a los dirigentes y agentes de la Inspección de Seguridad Pública ante el Vaticano, el cuerpo de la Policía del Estado italiano que se ocupa del orden público en la Plaza de San Pedro y sus alrededores y durante las visitas pastorales del Papa a Roma y a Italia. Un servicio, subrayó Francisco, que "puede ser signo de la cercanía de Dios a los hermanos y hermanas que encuentran cada día y que esperan de ustedes un gesto de cortesía y acogida".

“¡Cuánta necesidad hay hoy de personas que trabajen por la paz no con buenas palabras, sino con hechos, cumpliendo cuidadosamente su deber al servicio del bien común!”

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Ejemplo de buenas relaciones entre Italia y la Santa Sede

El Pontífice expresó su "sincera gratitud" por el servicio realizado "con abnegación y espíritu de sacrificio", con frío o calor, y confesó irónicamente que le da vergüenza molestarlos durante sus visitas, porque preferiría estar solo aunque esto no sea posible.

Escuche el informe

“Admiro – dijo el Obispo de Roma – el trabajo desplegado durante las concentraciones de fieles y peregrinos, que vienen de todo el mundo para encontrarse con el Papa, visitar la tumba del apóstol Pedro y rezar ante las de sus sucesores, la mayoría de las cuales se encuentran en la Basílica vaticana.

Un compromiso generoso y disponible para un servicio atento y cualificado que, "mientras obedece a sus deberes como funcionarios del Estado italiano, manifiesta también las buenas relaciones existentes entre Italia y la Santa Sede".

Un Evangelio en el bolsillo para llenar el alma

El Pontífice los animó "perseverar en los ideales y en los propósitos que inspiran su vida y su comportamiento en el ejercicio de las delicadas tareas que les han sido encomendadas".

“Espero que su trabajo, que a menudo se lleva a cabo con renuncias y riesgos, esté siempre animado por el deseo de ayudar al prójimo y a la colectividad”

Por último, el Papa los invitó a redescubrir la belleza y la fuerza siempre nueva del Evangelio. Y a hacerlo entrar de modo incisivo en la conciencia y en la vida, "testimoniando con valentía el amor de Dios en todos los ambientes, incluso en el lugar de trabajo". Mientras su consejo fue tener siempre un Evangelio en el bolsillo y leer cada día algunas palabras, porque "siembra el alma de cosas buenas" y la llena poco a poco de las palabras de Jesús.

 

"Educar con fraternidad". Intención de oración del Papa en enero

En el primer Video del Papa del 2023, Francisco —como ha reiterado varias veces en su pontificado— pone el acento en la importancia de los educadores. El Santo Padre pide añadir un contenido nuevo a la enseñanza: la fraternidad, un ingrediente clave en la búsqueda de un mundo cercano a los más vulnerables.

 

Ciudad del Vaticano

El Video del Papa acaba de comenzar su octavo año consecutivo publicando la intención de oración que el Santo Padre confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa. Para inaugurar el 2023, Francisco ha elegido lanzar un mensaje a los educadores con una propuesta singular: “añadir un nuevo contenido en la enseñanza: la fraternidad”. 

“Quiero proponer a los educadores que añadan un nuevo contenido en la enseñanza: la fraternidad. La educación es un acto de amor que ilumina el camino para que recuperemos el sentido de la fraternidad, para que no ignoremos a los más vulnerables. El educador es un testigo que no entrega sus conocimientos mentales, sino sus convicciones, su compromiso con la vida. Uno que sabe manejar bien los tres lenguajes: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos, armonizados. Y de ahí la alegría de comunicar. Y ellos serán escuchados mucho más atentamente y serán creadores de comunidad. ¿Por qué? Porque están sembrando este testimonio. Oremos para que los educadores sean testigos creíbles, enseñando la fraternidad en lugar de la confrontación y ayudando especialmente a los jóvenes más vulnerables.”

Cabeza, corazón y manos: testigos de fraternidad

En este Video del Papa, Francisco quiere ampliar el alcance de la actividad educadora, para que no esté centrada solo en el contenido. Para el Papa, el educador es un testigo de fraternidad que no entrega “sus conocimientos mentales, sino sus convicciones, su compromiso con la vida”. De este modo, los educadores podrán ser “escuchados mucho más atentamente y serán creadores de comunidad”. “Educar —había dicho también el Santo Padre el año pasado en conversación con una delegación del ‘Global Researchers Advancing Catholic Education Project’— es arriesgar en la tensión entre la cabeza, el corazón y las manos: en armonía, hasta el punto de pensar lo que siento y hago; de sentir lo que pienso y hago; de hacer lo que siento y pienso. Es una armonía”.

Una escuela, un campo de fútbol, un profesor

El video de enero del Papa -que comienza con la palabra fraternidad, escrita en una pizarra como si fuera una asignatura didáctica- acompaña la reflexión de Francisco con la narración de una historia, ambientada en una escuela. Un niño, marginado por sus compañeros durante los partidos de fútbol, permanece solo en un rincón hasta que un profesor, al darse cuenta de su malestar, decide ocuparse de él. No lo hace con palabras, sino con su testimonio de vida: se queda con él, día tras día, y con pasión y perseverancia le enseña a jugar. Hasta que, una mañana, lo encuentra junto a esos mismos compañeros que antes lo habían marginado: está jugando con ellos y, cuando marca su primer gol, se lo dedica precisamente al maestro, al testigo creíble que lo ha ayudado. 

No olvidar a los más vulnerables

El P. Frédéric Fornos S.J., Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, comentó acerca de esta primera intención de oración del 2023: “Una vez más, frente a los desafíos del mundo, el Papa Francisco vuelve a insistir sobre la fraternidad. Es la brújula de su encíclica Fratelli Tutti. Es el único camino para la humanidad, por eso la educación es esencial. El Papa confía en educadores ‘que sean testigos creíbles’, que puedan enseñar la fraternidad en lugar de la confrontación. Cuando miramos a Jesús aprendemos que solo se comunica y transmite a los demás lo que uno vive. Esto pide coherencia de vida entre lo que uno dice y lo que hace. Es una gracia, por eso nos invita a rezar para recibirla”.

 

La fraternidad hacia los enfermos hace el mundo más humano

En su Mensaje para la XXXI Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero, el Papa Francisco señala el modelo del Buen Samaritano como el estilo cristiano de la compasión: no cuenta sólo lo que funciona y no cuenta sólo quién produce, vivir indiferentes ante el dolor no es una opción

 

Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano

¿Quién es un enfermo? Uno a descartar, que molesta con su carga de debilidades. O alguien que rompe la marcha segura de quien no tiene problemas, "que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos".

Es la persona que se encuentra en la encrucijada entre los transeúntes indiferentes y el Buen Samaritano del relato evangélico, en el que el hombre maltratado y medio muerto al borde del camino es el escollo entre una fraternidad que se niega incluso ante la evidencia y el movimiento compasivo de quienes optan por detenerse y ayudar y así generar “un mundo más fraterno". El Papa retoma la parábola tantas veces citada y la sitúa en el centro, con su carga de repercusiones, del Mensaje para la XXXI Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero.

El sufrimiento entre la soledad y la cultura

"Cuida de él" es el título del Mensaje que toma prestada la recomendación del samaritano al posadero, invitado a reservar la atención al herido hasta el regreso solidario del viajero. Palabras, escribe el Papa, que " Jesús nos lo repite también a cada uno de nosotros" y que demuestran – concepto subrayado también en la Fratelli tutti –  "con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común".

Precisamente la encíclica sobre la fraternidad, recuerda Francisco, propone una "lectura actual de la parábola", ya que está atenta a las "muchas maneras" en que hoy se da la espalda a los que sufren. "El hecho de que la persona maltratada y robada sea abandonada en el camino, representa – señala Francisco – la condición en la que demasiados de nuestros hermanos y hermanas son dejados en el momento en que más ayuda necesitan". Son muchos y variados los asaltos a la vida y la dignidad humanas.

“Todo sufrimiento tiene lugar en una ‘cultura’ y en medio de sus contradicciones”

Asistencia organizada

Lo que salva al enfermo y al que sufre de la soledad y el abandono que puede experimentar es ese "momento de atención", el "movimiento interior de compasión". El samaritano –  escribe el Papa – "sin pensarlo siquiera, cambia las cosas, genera un mundo más fraterno", al tratar como a un hermano al forastero y a la persona desafortunada con la que se cruza. Y es con este ejemplo evangélico, prosigue, con el que la Iglesia debe medirse si realmente quiere ser " un auténtico hospital de campaña".

“Su misión, sobre todo en las circunstancias históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos”

La lección de Lourdes

Hacia el final de su Mensaje, Francisco vuelve sobre los años de la pandemia que, afirma, "han aumentado nuestro sentimiento de gratitud por quienes trabajan cada día por la salud y la investigación".

“Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud”

El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado.

Firmado en San Juan de Letrán, el Obispo de Roma concluye su Mensaje encomendando “a la intercesión de María, Salud de los enfermos, a cada uno de ustedes, que se encuentran enfermos; a quienes se encargan de atenderlos – en el ámbito de la familia, con su trabajo, en la investigación o en el voluntariado – y a quienes están comprometidos en forjar vínculos personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les envío cordialmente mi Bendición Apostólica”.

 

 

LA COMUNIÓN SACRAMENTAL

— Jesucristo nos espera cada día.

— Presencia real de Cristo en el Sagrario. Ser consecuentes.

— El Señor nos sana y purifica en la Sagrada Comunión, y nos da las gracias que necesitamos.

I. Llegó un leproso a donde estaba Jesús1, se postró de rodillas, y le dijo: Si quieres puedes limpiarme. Y el Señor, que siempre desea el bien nuestro, se compadeció de él, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. «Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra –lo que es señal de humildad–, para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su oración está además llena de piedad: esto es, reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor»2. En sus manos sigue estando el remedio que necesitamos.

El mismo Cristo nos espera cada día en la Sagrada Eucaristía. Allí está verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Allí se encuentra con el esplendor de su gloria, pues Cristo resucitado no muere ya3. El Cuerpo y el Alma permanecen inseparables y unidos para siempre a la Persona del Verbo. Todo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está contenido en la Hostia Santa, con la riqueza profunda de su Santísima Humanidad y la infinita grandeza de su Divinidad, una y otra veladas y ocultas. En la Sagrada Eucaristía encontramos al mismo Señor que dijo al leproso: Quiero, queda limpio. El mismo que contemplan y alaban los ángeles y los santos por toda la eternidad.

Cuando nos acercamos a un Sagrario, allí le encontramos. Quizá hemos repetido muchas veces en su presencia el himno con el que Santo Tomás expresó la fe y la piedad de la Iglesia, y que tantos cristianos han convertido en oración personal: 

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía solo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame4.

Esta maravillosa presencia de Jesús en medio de nosotros debería renovar cada día nuestra vida. Cuando le recibimos, cuando le visitamos, podemos decir en sentido estricto: hoy he estado con Dios. Nos hacemos semejantes a los Apóstoles y a los discípulos, a las santas mujeres que acompañaban al Señor por los caminos de Judea y de Galilea. «Non alius sed aliter», no es otro, sino que está de otro modo, suelen decir los teólogos5. Se encuentra aquí, con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo. ¿Con qué fe le visitamos?, ¿con qué amor le recibimos?, ¿cómo disponemos nuestra alma y nuestro cuerpo cuando nos acercamos a la Comunión?

II. El cuerpo del leproso quedó limpio al sentir la mano de Cristo. Y nosotros podemos quedar divinizados al contacto con Jesús en la Comunión. Hasta los ángeles se asombran de tan gran Misterio. El Alma de Cristo está en la Hostia Santa, y todas sus facultades humanas conservan en ella las mismas propiedades que en el Cielo. Nada escapa a la mirada amable y amorosa de Cristo: ni la creación material, ni la gloria de los bienaventurados, ni la actividad de los ángeles. Él conoce el pasado, el presente, el porvenir. «Su vida eucarística es una vida de amor. Del Corazón de Cristo sube sin cesar el fervor de una caridad infinita. Toda la vida íntima del alma sacerdotal del Verbo encarnado –adoración, peticiones, acción de gracias, expiación– es inspirada por este amor sin límites»6. La Santísima Trinidad encuentra en Jesucristo presente en el Sagrario una gloria sin medida y sin fin.

Enseña Santo Tomás de Aquino7 que el Cuerpo de Cristo está presente en la Sagrada Eucaristía tal como es en sí mismo, y el Alma de Cristo con su inteligencia y voluntad; se excluyen solo aquellas relaciones que hacen referencia a la cantidad, pues no está Cristo presente en la Hostia Santa a la manera de una cantidad localizada en el espacio8. De un modo misterioso e inefable está con su Cuerpo glorioso.

La Segunda Persona de la Trinidad Beatísima está allí, en el Sagrario que visitamos cada día, quizá muy cercano a la casa donde vivimos o muy próximo a la oficina donde trabajamos, en la Capilla de la Universidad, de un hospital o del aeropuerto; y está con el poder soberano de su Divinidad increada. Él, el Hijo Unigénito de Dios, ante quien tiemblan los Tronos y las Dominaciones, por Quien todo fue hecho, igual en poder, en sabiduría, en misericordia a las otras Personas de la Trinidad Beatísima, permanece perpetuamente con nosotros, como uno de los nuestros, sin dejar jamás de ser Dios. En verdad, en medio de vosotros está uno a quien no conocéis9. Absortos por nuestros negocios, por el trabajo, por las preocupaciones diarias, ¿pensamos con frecuencia que allí, muy cerca, al lado de nuestro hogar, habita realmente Dios misericordioso y omnipotente? Nuestro gran fracaso, el mayor error de nuestra vida, sería que se nos pudiesen aplicar en algún momento aquellas palabras que el Espíritu Santo puso en la pluma de San Juan: Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron10, porque estaban –podemos añadir– ocupados en sus cosas y en sus trabajos, asuntos todos que sin Él no tienen la menor importancia. Pero nosotros hacemos hoy el propósito firme de permanecer con un amor vigilante: alegrándonos mucho cuando divisamos los muros de una iglesia, realizando durante el día muchas comuniones espirituales, y actos de fe y de amor; y le expresaremos nuestros deseos de desagravio por quienes pasan a su lado sin dirigirse a Él.

III. Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame, a mí inmundo, con tu Sangre, de la que una gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero11.

El Señor nos da en la Sagrada Eucaristía, a cada hombre en particular, la misma vida de la gracia que trajo al mundo por su Encarnación12. Si tuviéramos más fe se realizarían en nosotros los mismos milagros al contacto con su Santísima Humanidad: en cada Comunión nos limpiaría hasta lo más profundo del alma de nuestras flaquezas e imperfecciones. ¡Haz que yo crea más y más en Ti!, nos invita a clamar, a suplicar interiormente, el himno eucarístico. Si acudimos con fe, oiremos las mismas palabras que dirigió al leproso: Quiero, sé limpio. Otras veces veremos cómo se levanta ante las olas, como en Tiberíades, para apaciguar la tempestad. Y en el alma se hará también una gran calma, se llenará de paz.

Señor Jesús, bondadoso pelícano... En la Comunión el Señor no solo ofrece un alimento espiritual, sino que Él mismo se nos da como Alimento. Antiguamente se pensaba que cuando morían los polluelos del pelícano, este se abría el costado y alimentaba con su sangre a sus hijos muertos y así los volvía a la vida... Cristo nos da la vida eterna. La Comunión, recibida con las debidas disposiciones, suscita en el alma fervientes actos de amor, y nos transforma e identifica con Cristo. El Maestro viene a cada uno de sus discípulos con su amor personal, eficaz, creador y redentor. Se nos presenta como el Salvador de nuestras vidas, ofreciéndonos su amistad. Este sacramento es alimento insustituible de toda intimidad con Jesús.

En contacto con Cristo, el alma se purifica y allí encontramos el vigor necesario para ejercitar la caridad en los mil pequeños incidentes de cada jornada, para vivir ejemplarmente los propios deberes, para vivir la santa pureza, para realizar con valentía y espíritu de sacrificio el apostolado que Él mismo nos ha encomendado... En la Sagrada Eucaristía hallamos remedio para las faltas diarias, para salir adelante en esas pequeñas dejaciones y faltas de correspondencia, que no matan el alma pero que la debilitan y la conducen a la tibieza. La Comunión fervorosa nos impulsa eficazmente hacia Dios, por encima de las propias flaquezas y cobardías. Allí encontramos diariamente las fuerzas que necesitamos, el alimento imprescindible para el alma. La vida humana tiene en Cristo su realización, su prenda de vida eterna... «Cristo es el pan de vida. Y así como el pan ordinario está en proporción al hambre terrena, así Cristo es el pan extraordinario proporcionado al hambre extraordinaria, desmedida, del hombre, capaz, más aún, inquieto por abrirse a aspiraciones infinitas... Cristo es el pan de vida. Cristo es necesario a todos los hombres, a todas las comunidades»13. Sin Él, no podríamos vivi

En la Sagrada Eucaristía nos espera Jesús para restaurar nuestras fuerzas: Venid a Mí todos los que andáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré14. Y fundamentalmente agobian y fatigan esas enfermedades que fuera de Cristo no tienen remedio. Venid todos: a nadie excluye Jesús: si alguien quiere acercarse a Mí, yo no lo echaré fuera15. Mientras dure el tiempo de la Iglesia militante, Jesús permanecerá con nosotros como la fuente de todas las gracias que nos son necesarias.

Con Santo Tomás de Aquino, podemos decirle a Jesús, presente en la Sagrada Eucaristía, cuando nos acerquemos a recibirle: «me acerco como un enfermo al médico de la vida, como un inmundo a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como un pobre y necesitado al Señor de cielos y tierra. Imploro la abundancia de tu infinita generosidad para que te dignes curar mi enfermedad, lavar mi impureza, iluminar mi ceguera, remediar mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el Pan de los Ángeles, al Rey de reyes y Señor de señores con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y piedad, con tanta pureza y fe, y con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma»16.

Nuestra Madre la Virgen nos impulsa siempre al trato con Jesús sacramentado: «Acércate más al Señor..., ¡más! —Hasta que se convierta en tu Amigo, en tu Confidente, en tu Guía»17.

1 Mc 1, 40-45. — 2 San Beda, Comentario al Evangelio de San Marcos. in loc. — 3 Rom 6, 9. — 4 Himno Adoro te devote. — 5 Cfr. M. M. Philipon, Nuestra transformación en Cristo, p. 116. — 6 Ibídem, p. 117. — 7 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, III, q. 76, a. 5, ad 3.  8 Cfr. Ibídem, III, q. 81, a. 4. — 9 Jn 1, 26. — 10 Jn 1, 11. — 11 Himno Adoro te devote. — 12 Cfr. Santo Tomás, o. c., I, q. 3, a. 79.  13 Pablo VI, Homilía 8-VIII-1976.  14 Mt 11, 28. — 15 Cfr. Jn 6, 37.  16 Misal Romano, Praeparatio ad Missam. — 17 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 680.

 

Evangelio del viernes: desear su curación

Comentario del viernes de la 1.ª semana del tiempo ordinario. “Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: — Hijo, tus pecados te son perdonados”. Pidamos al Señor que nos aumente los deseos de ayudar a nuestros hermanos y amigos para que se encuentren con Él cara a cara y así, puedan empezar una nueva vida llena de felicidad.

13/01/2023

Evangelio (Mc 2,1-12)

Al cabo de unos días, entró de nuevo en Cafarnaún. Se supo que estaba en casa y se juntaron tantos, que ni siquiera ante la puerta había ya sitio. Y les predicaba la palabra. Entonces vinieron trayéndole un paralítico, llevado entre cuatro. Y como no podían acercarlo hasta él por causa del gentío, levantaron la techumbre por el sitio donde se encontraba y, después de hacer un agujero, descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:

— Hijo, tus pecados te son perdonados.

Estaban allí sentados algunos de los escribas, y pensaban en sus corazones: «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?»

Y enseguida, conociendo Jesús en su espíritu que pensaban para sus adentros de este modo, les dijo:

— ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: «Tus pecados te son perdonados», o decirle: «Levántate, toma tu camilla y anda»?

Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados — se dirigió al paralítico —, a ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Y se levantó, y al instante tomó la camilla y salió en presencia de todos, de manera que todos quedaron admirados y glorificaron a Dios diciendo:

— Nunca hemos visto nada parecido.


Comentario

En la escena que se nos presenta hoy, un paralítico copa la atención de Jesús. Se trata de una persona dependiente, pues necesita de hasta cuatro personas para que le acerquen al Maestro y pedirle la curación. De hecho, las primeras palabras del Señor “Tus pecados te son perdonados” (v. 5) las pronuncia el Señor viendo la fe de esas personas que cargan con el inválido.

Más allá del gran milagro de sanación que realiza el Señor sobre el alma y el cuerpo del enfermo y de la tremenda dureza de corazón de los escribas que observan el prodigio, la actitud de estas cuatro personas que llevan al paralítico nos da una lección de cómo estamos llamados a actuar cristianamente con las personas que deseamos que se acerquen al Señor.

Podemos pensar que, antes de buscar una camilla y cargar con el enfermo, sortear a la multitud que se agolpaba en torno a Jesús y poder hacerse un hueco justo delante del Maestro, estas cuatro personas se convencieron de que el milagro de la curación era posible. Lo deseaban con todas sus fuerzas porque su amor hacia el enfermo –que probablemente sería su amigo– era grande y buscaban lo mejor para él. Después, ponerse manos a la obra y llegar hasta Jesús, no les resultó tan complicado.

Además, Jesús, como hace tantas veces con nosotros, nos sale al encuentro enseguida porque Él está deseando que le mostremos nuestras necesidades y anhelos profundos para colmarlos. A veces seremos capaces de hacerlo por nuestra cuenta… pero la mayoría de las veces, necesitaremos al lado a algún hermano o amigo que nos ayude a dar ese paso de encontrar a Jesús.

 

“Que os sepáis perdonar”

¡Con cuánta insistencia el Apóstol San Juan predicaba el “mandatum novum”! –“¡Que os améis los unos a los otros!” –Me pondría de rodillas, sin hacer comedia –me lo grita el corazón–, para pediros por amor de Dios que os queráis, que os ayudéis, que os deis la mano, que os sepáis perdonar. –Por lo tanto, a rechazar la soberbia, a ser compasivos, a tener caridad; a prestaros mutuamente el auxilio de la oración y de la amistad sincera. (Forja, 454)

13 de enero

Jesucristo, Señor Nuestro, se encarnó y tomó nuestra naturaleza, para mostrarse a la humanidad como el modelo de todas las virtudes. Aprended de mí, invita, que soy manso y humilde de corazón.

Más tarde, cuando explica a los Apóstoles la señal por la que les reconocerán como cristianos, no dice: porque sois humildes. Él es la pureza más sublime, el Cordero inmaculado. Nada podía manchar su santidad perfecta, sin mancilla. Pero tampoco indica: se darán cuenta de que están ante mis discípulos porque sois castos y limpios.

Pasó por este mundo con el más completo desprendimiento de los bienes de la tierra. Siendo Creador y Señor de todo el universo, le faltaba incluso el lugar donde reclinar la cabeza. Sin embargo, no comenta: sabrán que sois de los míos, porque no os habéis apegado a las riquezas. Permanece cuarenta días con sus noches en el desierto, en ayuno riguroso, antes de dedicarse a la predicación del Evangelio. Y, del mismo modo, no asegura a los suyos: comprenderán que servís a Dios, porque no sois comilones ni bebedores.

La característica que distinguirá a los apóstoles, a los cristianos auténticos de todos los tiempos, la hemos oído: en esto -precisamente en esto- conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tenéis amor unos a otros(Amigos de Dios, 224)

 

 

La pasión evangelizadora parte de la mirada de Jesús

El Papa Francisco ha comenzado un ciclo de catequesis centrado en “la pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico”. Planteó que la evangelización comienza con una mirada, un movimiento y una meta.

11/01/2023

Queridos hermanos y hermanas:

Empezamos hoy un nuevo ciclo de catequesis, dedicado a un tema urgente y decisivo para la vida cristiana: la pasión por la evangelización, es decir, el celo apostólico

Se trata de una dimensión vital para la Iglesia: la comunidad de los discípulos de Jesús de hecho nace apostólica, nace misionera, no proselitista y desde el principio debíamos distinguir esto: ser misionero, ser apostólico, evangelizar no es lo mismo que hacer proselitismo, no tiene nada que ver una cosa con la otra. 

Se trata de una dimensión vital para la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús nace apostólica y misionera. El Espíritu Santo la plasma en salida ―la Iglesia en salida, que sale―, para que no se repliegue en sí misma, sino que sea extrovertida, testimonio contagioso de Jesús ―también la fe se contagia―, orientada a irradiar su luz hasta los últimos confines de la tierra. 

Pero puede suceder que el ardor apostólico, el deseo de alcanzar a los otros con el buen anuncio del Evangelio, disminuya, se vuelva tibio. A veces parece eclipsarse, son cristianos cerrados, no piensan en los demás. Pero cuando la vida cristiana pierde de vista el horizonte de la evangelización, el horizonte del anuncio, se enferma: se cierra en sí misma, se vuelve autorreferencial, se atrofia. Sin celo apostólico, la fe se marchita. 

Sin embargo, la misión es el oxígeno de la vida cristiana: la tonifica y la purifica. Emprendemos, pues, un camino al descubrimiento de la pasión evangelizadora, empezando por las Escrituras y la enseñanza de la Iglesia, para obtener de las fuentes el celo apostólico. Después nos acercaremos a algunas fuentes vivas, a algunos testimonios que han encendido de nuevo en la Iglesia la pasión por el Evangelio, para que nos ayuden a reavivar el fuego que el Espíritu Santo quiere hacer arder siempre en nosotros.

Y hoy quisiera empezar por un episodio evangélico de alguna manera emblemático, lo hemos escuchado: la llamada del apóstol Mateo, y él mismo lo cuenta en su Evangelio, en el pasaje que hemos escuchado (cfr. 9,9-13).

Todo empieza por Jesús, el cual “ve” ―dice el texto― «un hombre». Pocos veían a Mateo tal y como era: lo conocían como aquel que estaba «sentado en el despacho de impuestos» (v. 9). De hecho, era un recaudador de impuestos: es decir, uno que recaudaba tributos de parte del imperio romano que ocupaba Palestina. En otras palabras, era un colaboracionista, un traidor del pueblo. Podemos imaginar el desprecio que la gente sentía por él: era un “publicano”, así se llamaba. Pero, a los ojos de Jesús, Mateo es un hombre, con sus miserias y su grandeza. 

Estad atentos a esto: Jesús no se detiene en los adjetivos, Jesús busca siempre el sustantivo. “Este es un pecador, este es un tal para cual…” son adjetivos: Jesús va a la persona, al corazón, esta es una persona, este es un hombre, esta es una mujer, Jesús va a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, olvida los adjetivos. Y mientras entre Mateo y su gente hay distancia ―porque ellos veían el adjetivo, “publicano” ―, Jesús se acerca a él, porque todo hombre es amado por Dios; “¿También este desgraciado?”. Sí, también este desgraciado, es más, Él ha venido por este desgraciado, lo dice el Evangelio: “Yo he venido por los pecadores, no por los justos”. Esta mirada de Jesús que es hermosa, que ve al otro, sea quien sea, como un destinatario de amor, es el inicio de la pasión evangelizadora. Todo parte de esta mirada, que aprendemos de Jesús.

Podemos preguntarnos: ¿cómo es nuestra mirada hacia los otros? ¡Cuántas veces vemos los defectos y no las necesidades; cuántas veces etiquetamos a las personas por lo que hacen o lo que piensan! También como cristianos nos decimos: ¿es de los nuestros o no es de los nuestros? Esta no es la mirada de Jesús: Él mira siempre a cada uno con misericordia, es más, con predilección. Y los cristianos están llamados a hacer como Cristo, mirando como Él especialmente a los llamados “alejados”. 

De hecho, el pasaje de la llamada de Mateo se concluye con Jesús que dice: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (v. 13). Y si cada uno de nosotros se siente justo, Jesús está lejos, Él se acerca a nuestros límites y a nuestras miserias, para sanarnos.

Por tanto, todo empieza por la mirada de Jesús “Vio a un hombre”, Mateo. A esto le sigue ―segundo paso― un movimiento. Primero la mirada, Jesús vio, después el segundo paso, el movimiento. Mateo estaba sentado en el despacho de los impuestos; Jesús le dijo: «Sígueme». Y él «se levantó y le siguió» (v. 9). Notamos que el texto subraya que “se levantó”. 

¿Por qué es tan importante este detalle? Porque en esa época quien estaba sentado tenía autoridad sobre los otros, que estaban de pie delante de él para escucharlo o, como en ese caso, para pagar el tributo. Quien estaba sentado, en resumen, tenía poder. Lo primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: del estar sentado recibiendo a los otros le pone en movimiento hacia los otros; no recibe, no: va a los otros; le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con los hermanos y abrirle los horizontes del servicio

Esto hace y esto es fundamental para los cristianos: nosotros discípulos de Jesús, nosotros Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente venga o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los otros, buscar a los otros? No es cristiano decir: “Pero que vengan, yo estoy aquí, que vengan”. No, ve tú a buscarlos, da tú el primer paso.

Una mirada ―Jesús vio―, un movimiento ―se levanta― y tercero, una meta. Después de haberse levantado y haber seguido a Jesús, ¿dónde irá Mateo? Podríamos imaginar que, cambiada la vida de ese hombre, el Maestro lo conduzca hacia nuevos encuentros, nuevas experiencias espirituales. No, o al menos no enseguida. En primer lugar, Jesús va a su casa; ahí Mateo le prepara «un gran banquete», en el que «había un gran número de publicanos» (Lc 5,29) es decir, gente como él. 

Mateo vuelve a su ambiente, pero vuelve cambiado y con Jesús. Su celo apostólico no empieza en un lugar nuevo, puro, un lugar ideal, lejano, sino ahí, empieza donde vive, con la gente que conoce. 

Este es el mensaje para nosotros: no debemos esperar ser perfectos y tener hecho un largo camino detrás de Jesús para testimoniarlo; nuestro anuncio empieza hoy, ahí donde vivimos. Y no empieza tratando de convencer a los otros, convencer no: sino testimoniando cada día la belleza del Amor que nos ha mirado y nos ha levantado y será esta belleza, comunicar esta belleza la que convenza a la gente, no comunicarnos nosotros, sino al mismo Señor. Nosotros somos los que anuncian al Señor, no nos anunciamos a nosotros mismos, ni anunciamos un partido político, una ideología, no: anunciamos a Jesús. 

Es necesario poner en contacto a Jesús con la gente, sin convencerles, sino dejar que el Señor convenza. Como de hecho nos ha enseñado el Papa Benedicto, «la Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por atracción» (Homilía en la misa inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007). No olvidéis esto: cuando veáis a cristianos que hacen proselitismo, que te hacen una lista de gente para que vayas… estos no son cristianos, son paganos disfrazados de cristianos, pero el corazón es pagano. La Iglesia crece no por proselitismo, crece por atracción. 

Una vez recuerdo que en el hospital de Buenos Aires se fueron unas monjas que trabajaban allí porque eran pocas y no podían sacar adelante el hospital y vino una comunidad de hermanas de Corea y llegaron, pongamos un lunes, por ejemplo, no recuerdo el día. Tomaron posesión de la casa de las hermanas del hospital y el martes bajaron a visitar a los enfermos del hospital, pero no hablaban una palabra de español, solamente hablaban coreano y los enfermos estaban felices, porque comentaban: “Buenas estas monjas, buenas, buenas” – Pero ¿qué te ha dicho la monja? – “Nada, pero con la mirada me ha hablado, han comunicado a Jesús”. No comunicarse a sí mismo, sino con la mirada, con los gestos, comunicar a Jesús. Esta es la atracción, lo contrario del proselitismo.

Este testimonio atractivo, este testimonio alegre es la meta a la que nos lleva Jesús con su mirada de amor y con el movimiento de salida que su Espíritu suscita en el corazón. Y nosotros podemos pensar si nuestra mirada se parece a la de Jesús para atraer a la gente, para acercar a la Iglesia. Pensemos en esto.

 

“Ve, y haz tú lo mismo” (I): A mí me lo hicisteis

Las necesidades sociales, los derechos y deberes ciudadanos, las relaciones entre países, el diálogo o la acción política nos interpelan como cristianos, hijos de un mismo Padre, a “estar activa, libre y responsablemente presentes en la vida pública” (san Josemaría).

Los cristianos sabemos que formamos parte de la gran familia de los hijos de Dios. Nuestra identidad más profunda, ser hijos del Padre, nos configura como hermanos de todos los hombres, creados a su imagen y semejanza. Sin embargo, también sabemos que las relaciones fraternas no son fáciles. A raíz del pecado original, el trato entre nosotros está marcado por la herida de la primera caída, que destruye la armonía de las relaciones entre los hombres, además de la relación del género humano con la creación[1]. Desde los primeros hermanos de los que nos habla la Biblia, Caín y Abel, y el fratricidio cometido por el mayor, siempre ha habido conflictos familiares: Esaú y Jacob pelearon por la primogenitura, José fue traicionado por sus hermanos mayores, Moisés sufrió a causa de Aarón y Miriam…

También en el Evangelio encontramos hermanos entre los cercanos a Jesús: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, María, Marta y Lázaro. Y también allí se asoman los enfrentamientos entre hermanos, tanto en los ejemplos que Jesús propone a los que le escuchan –cuando el hijo pródigo de la parábola vuelve y su padre lo celebra con una fiesta, el hermano mayor se enfada, negándose a entrar en casa (cfr. Lc 15,28)– como entre las personas que lo rodean: “Maestro, di a mi hermano que comparta la herencia conmigo” (Lc 12,13); “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude” (Lc 10,40).

Sin embargo, Jesús ha dado a las relaciones humanas una nueva dimensión: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Él, haciéndose uno de nosotros, se identifica con el más débil de nuestros hermanos los hombres, el que más sufre, el que más injusticias padece. Ningún cristiano puede permanecer indiferente ante otra persona, porque en ella ve no solo a un igual, sino al mismo Cristo. “En cada uno de ellos hemos de reconocer a Cristo, hemos de ver en cada uno de ellos a Jesús como nuestro hermano; y así nos será más fácil prodigarnos en servicios, en atención, en cariño, en paz y en alegría”[2], anima san Josemaría.

El primer mandamiento

Comentando la parábola del buen samaritano, el Papa Francisco explica que recoge un trasfondo de siglos: “Poco después de la narración de la creación del mundo y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros”[3].

Si nos preguntaran, seguramente afirmaríamos que intentamos ver en los desconocidos a otro Cristo. Pero el desapego del hermano nos puede suceder, con frecuencia, en situaciones ordinarias. Podemos criticar a los políticos que no nos gustan en cuanto aparecen en las noticias, desconfiar de quienes son distintos por su presencia o comportamiento, despreciar o ignorar a quienes pertenecen a otro estrato social o tienen una situación económica distinta, discutir por un resultado deportivo o por cómo deben dormir los bebés. Incluso podemos juzgar con dureza a otros cristianos por considerar –con razón o sin ella– que no actúan como tales.

No podemos olvidar que la parábola del buen samaritano surge a raíz de la pregunta “¿quién es mi prójimo?”, formulada a Jesús por un maestro de la ley, que se quería justificar después de haberle preguntado sobre la vida eterna. La respuesta a la cuestión original la sabían ya sus oyentes, pues estaba en la Torá: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27; cfr. Dt 6,4 y Lv 19,18). Jesús va más allá al identificar ambos mandamientos: “Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,38-40). Al final de la parábola, cuando el maestro de la ley reconoce que la actitud adecuada es la de quien tiene misericordia del hombre malherido, Jesús le dice: “Pues anda, y haz tu lo mismo”.

Al prójimo como a ti mismo

En el Nuevo Testamento, por lo tanto, no hay dudas sobre qué se nos pide a quienes queremos seguir a Jesús. “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno” (Mt 5,21-22). Transcurridos algunos años de esas enseñanzas, Juan exhortaba a los primeros cristianos a vivir la caridad fraterna como parte indispensable del amor a Dios: “Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20).

Nosotros queremos “ver” al prójimo, tal como dice san Juan, y reconocer en él a Cristo mismo, especialmente en el caso de quienes sufren. A veces uno mismo ha estado en una situación dolorosa o de vulnerabilidad, otras veces nos hemos encontrado con ella: alguien que carece de vivienda con quien nos cruzamos habitualmente en la calle; compañeros de trabajo que sufren discriminación por su país de origen o el color de su piel; conocidos con una enfermedad degenerativa o problemas de movilidad que requerirían esfuerzos y gastos extraordinarios para llevar una vida digna; mujeres que encuentran obstáculos en su trayectoria educativa o profesional, por el solo hecho de serlo; niños y jóvenes que asisten a clase sin los recursos necesarios para realizar con éxito sus estudios; amigos enganchados a la pornografía, al juego o a la droga... Por no hablar de las guerras, el hambre, las epidemias o los desastres naturales que a muchos nos afectan o nos pueden afectar en el futuro.

Dignidad humana y responsabilidad cristiana

A lo largo de los siglos, muchos valores cristianos han penetrado en la sociedad y la han hecho más humana. Poco a poco hemos aprendido a reconocer en el otro a alguien con dignidad, que merece ser tratado con respeto y cuyos derechos valen tanto como los míos. La filosofía, la sociología y el derecho, entre otras disciplinas, han ido explorando el valor de cada vida humana y la forma de protegerla, tanto a nivel individual como colectivo. El desarrollo en campos como la ingeniería, la economía y la medicina ha permitido mejorar las condiciones de vida de grandes sectores de la población mundial, aunque todavía queda mucho por hacer y no dejan de aparecer continuamente nuevos retos.

A veces percibimos que muchos echan en cara a los cristianos la falta de coherencia entre principios evangélicos y actuación pública o consideran que la fe es un refugio que permite evadir responsabilidades. Como si rezar fuera sinónimo de pasividad, o esperar la vida eterna llevara a desentenderse del mundo, olvidando a quienes nos necesitan. “En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita». A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común”[4].

El mundo en heredad

El prelado del Opus Dei anima frecuentemente a sentir todo el mundo, con lo que contiene, como algo muy nuestro, siguiendo las palabras de san Pablo: “ya sea el mundo, la vida o la muerte; ya sea lo presente o lo futuro; todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor 3,22-23).

“Ante esta realidad –todas las cosas son vuestras–, nos alegramos con las alegrías de los demás, disfrutamos de todas las cosas buenas que nos rodean y nos sentimos interpelados por los desafíos de nuestro tiempo. A la vez, sentimos muy dentro del alma la situación del mundo, particularmente la triste realidad de la guerra, y de otras situaciones de grandes necesidades y sufrimientos de tantísimas personas, especialmente de las más débiles”[5].

Dios nos ha dado el mundo por heredad (cfr. Sal 2,8), por lo que está en nuestra mano transformarlo. No hemos elegido el momento histórico o el lugar en el que vivimos, pero las circunstancias que nos han tocado son precisamente la ocasión con la que Dios cuenta para que saquemos adelante lo que Él mismo ha puesto en nuestras manos.

Los cristianos queremos un corazón a la medida del de Cristo, un corazón que sienta las necesidades ajenas como propias, y que nos lleve a actuar en consecuencia. Esto es un don de Dios: “llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”[6], pedimos al Espíritu Santo para nosotros y para todos en la Iglesia. A la vez, “obras son amores, y no buenas razones”: un cristiano comprometido con el amor de Dios es necesariamente un cristiano que busca activamente transformar la sociedad, luchando por hacerla cada vez más conforme con la lógica de Dios y su amor a los hombres.

Personal y responsable

Este compromiso se muestra, en primer lugar, en una oración encendida y constante, la insistencia filial de quien pide algo bueno para las personas a las que quiere: “En la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo, de ser cristianos, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, nos proporcione un poco de luz en el camino de la vida”[7].

Además de la actitud de presentar a Dios todas estas necesidades, es un deber de justicia actuar para transformar el mundo, hacerlo más humano, más cristiano, más divino, mostrando la verdad, el bien y la belleza del plan de Dios para la felicidad de hombres y mujeres. Codo a codo con los demás, el cristiano busca, con la creatividad del amor, nuevas formas para que el mensaje que Cristo nos dejó en el evangelio se haga realidad en las circunstancias en las que nos movemos, aquí y ahora.

Esto se puede hacer de muchas formas: dependerá de las circunstancias del lugar, del momento histórico, del carácter personal, de las posibilidades que se tienen por las circunstancias familiares y laborales… y de las propias preferencias políticas, económicas o sociales a la hora de ponderar las soluciones. “Por la propia naturaleza de la creación”, enseña la Iglesia, “todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”[8]; a la vez, “los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común”[9].

Hay muchas maneras de hacer el bien, y la Iglesia anima a sus hijos a actuar desde la libertad y la pluralidad, sin imponer una determinada escuela. Movidos por el mismo ideal, los cristianos pueden agruparse en asociaciones religiosas o civiles; en la mayoría de los casos, sin embargo, trabajan en iniciativas públicas o privadas que no son promovidas por instituciones católicas, pero que se orientan a mejorar un determinado aspecto social.

La caridad “da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”[10]. Por eso, cada uno busca la forma de contribuir a resolver los problemas sociales que ve a su alrededor. San Josemaría alentaba a quienes se acercaban a él a ser ciudadanos responsables, capaces de transformar la sociedad, mejorándola mediante el propio trabajo. “La actuación de cada uno de nosotros, hijos, es personal y responsable”[11].

Muchas veces se puede hacer un gran bien con pequeños gestos, que van configurando una actitud vital ante los demás. Estar disponible para escuchar al hijo adolescente puede facilitar la apertura al diálogo con la cultura contemporánea. Tratar a los abuelos mayores con atención y cariño, contribuye a educar la mirada ante los frágiles y vulnerables. Rechazar en el trabajo las conversaciones en las que se critica o difama a quien no está presente y no puede defenderse, fomenta los ambientes de respeto y confianza.

Otras veces, la capacidad transformadora vendrá por nuestra formación profesional o nuestra posición en la sociedad, mediante el propio trabajo, la movilización ciudadana o la decisión de dedicarse a la política: influir en proyectos de ley que faciliten a las familias el acceso a los recursos que necesitan, denunciar abusos de corrupción económica, acabar con costumbres que segregan a algún sector de la población… Un médico, una parlamentaria, el CEO de una empresa o una periodista pueden hacer bien su trabajo sin “meterse en líos”, pero también pueden “complicarse la vida” para contribuir con su labor a la construcción de un mundo más justo.

La doctrina social de la Iglesia en diálogo con el mundo

La Iglesia proclama los principios morales en el ámbito social cuando están en juego los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas[12]. Instituida por Cristo para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, no puede quedarse de brazos cruzados ante todo lo que es humano. A partir del siglo XIX, para facilitar que la actuación de los cristianos fuera justa ante los nuevos modelos económicos, políticos y sociales, estableció algunos parámetros que ayudaran a no perder de vista el mensaje del Evangelio ante esas situaciones novedosas. Por eso, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia recoge algunos principios que sirven de guía.

El principio del bien común defiende que debe haber un conjunto de “condiciones de la vida social” que permitan “a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”[13]. El principio del destino universal de los bienes nos recuerda que “los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa”, en justicia y caridad[14]. Por el principio de subsidiaridad, “todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda («subsidium») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores”[15]; y así se cuida “la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social”[16].

El principio de participación es consecuencia de lo anterior, y “se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano […] contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común”[17]. Por último, el principio de solidaridad “implica que los hombres de nuestro tiempo cultiven aún más la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos […]. Semejante deuda se salda con las diversas manifestaciones de la actuación social”[18].

Estos principios nos hacen descubrir que muchas de las iniciativas sociales que florecen a nuestro alrededor se apoyan en valores compartidos. Estudiarlos y darlos a conocer puede ser la ocasión de trabajar junto al resto de habitantes de nuestros países en la construcción de una sociedad más justa.

Verdad, libertad, justicia y caridad

Hay cuatro valores fundamentales sobre los que se apoyan los principios de la doctrina social de la Iglesia: la verdad, la libertad, la justicia y el amor.

El amor al prójimo debe impulsar la vida de los cristianos, tanto a nivel personal como social. “La Iglesia no solo debe anunciar la Palabra, sino también realizar la Palabra, que es caridad y verdad”[19]. Lo hemos visto tal vez de forma más clara en los últimos años: ante crisis globales, hay una respuesta de solidaridad que une a quienes sufren juntos. Hay familias que se reencuentran ante la enfermedad de un ser querido, o vecinos que empiezan a hablarse cuando se ven forzados a pasar más tiempo en casa. Son actitudes que podemos incorporar también cuando no son las circunstancias las que nos llevan a ello: ¿Sé los nombres de quienes viven en mi edificio, o en la casa más remota del pueblo? ¿He hablado alguna vez con cada uno, interesándome por sus circunstancias, buscando hacerme cercano?

Lo que desde fuera acaso parezca un simple gesto de buena educación o una muestra de amabilidad, puede de hecho reflejar el amor de Dios por cada uno: “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”[20]. La unidad de vida de un cristiano coherente le lleva a actuar con caridad a todos los niveles, tanto en lo que le toca de cerca como en los temas más lejanos.

Partiendo del respeto a todos, poniendo el bien de cada persona por encima de ideas u opiniones, los cristianos podemos intervenir en todo tipo de cuestiones, con responsabilidad y creatividad, sin atribuir a la Iglesia lo que es el modo de hacer de cada uno. “Los cristianos gozáis de la más plena libertad, con la consecuente responsabilidad personal, para intervenir como mejor os plazca en cuestiones de índole política, social, cultural, etcétera”[21].

“Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es (…) intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad”[22]. Y viceversa: la lucha por el bien común siempre estará guiada por la comprensión y el respeto. No tendría sentido buscar la justicia con dureza de corazón o alegrarnos de algo objetivamente malo porque confirma nuestra opinión.

Ante personas cercanas que sufren las consecuencias de acciones o modos de vida contrarios a la moral, o que rectifican y quieren acercarse a Dios o a otro estilo de vida, la única postura posible en un cristiano es el acompañamiento lleno de cariño y comprensión, nunca una respuesta autocomplaciente que mira a los demás por encima del hombro. Al igual que la Iglesia entra en diálogo con el mundo desde la caridad, nosotros, desde el mundo, buscamos una conversación abierta a todos, que incluya a todos y no se cierre ante propuestas que percibimos como amenazas, sino que sepa acoger distintos puntos de vista, aprendiendo de los demás.

Tampoco los apóstoles eran un conjunto uniforme. Venían de entornos distintos, tenían diferentes profesiones, caracteres a veces poco compatibles, opiniones opuestas… Pero los unía el amor a Cristo y la misión de llevar al mundo la Buena Nueva. Así, conjugando la primacía de Pedro y la colegialidad con su propia identidad, cumplieron el mandato de Cristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).

La promesa de Jesús

Esta obligación cristiana del amor al prójimo se realiza, como todas, partiendo del amor de Dios por los hombres. Es Él quien transforma los corazones y renueva el mundo: “La caridad y la justicia no son únicamente acciones sociales, sino que son acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo”[23].

Sabemos que no podemos conseguir una justicia perfecta en la tierra, y contamos con la justicia de la vida eterna. Sin embargo, eso no nos lleva a descuidar nuestros deberes terrenos, porque sabemos que la vida eterna dependerá de lo que nos hayamos esforzado aquí por vivir ese “a mí me lo hicisteis” de Jesús. Esperamos transformar el mundo, contribuir a la felicidad de aquellos que nos rodean, y ser felices así también nosotros, porque oímos de labios de Jesús lo que prometió un día a quienes le escuchaban: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados” (Mt 5,6).

[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 400.

[2] San Josemaría, Carta n. 3 (“Sobre la misión del cristiano en la vida social”), n. 31.

[3] Francisco, Fratelli tutti, n. 57.

[4] Francisco, Fratelli tutti, n. 85.

[5] Fernando Ocáriz, Carta 19.III.2020, n. 7.

[6] Aleluya de la Solemnidad de Pentecostés, ciclo B.

[7] Benedicto XVI, Audiencia 1-II-2012.

[8] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 36.

[9] Íd., n. 75.

[10] Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 2.

[11] San Josemaría, Carta n. 3, n. 37.

[12] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2032; 2420.

[13] Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 164.

[14] Cfr. íd, n. 171.

[15] Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 186.

[16] Íd., n. 185.

[17] Íd., n. 189.

[18] Íd., n. 195.

[19] Benedicto XVI, Audiencia general, 25-IV-2012.

[20] Francisco, Fratelli tutti, n. 181.

[21] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 11.

[22] Benedicto XVI, Caritas in veritate, n. 6.

[23] Benedicto XVI, Audiencia general, 25-IV-2012.

 

 

El Bautismo en el cristianismo primitivo

bautismo

 

Breve historia del sacramento del bautismo

Conocer la importancia y la simbología del Bautismo nos permite entender la importancia de este sacramento. Gracias al Bautismo, somos purificados del Pecado original y nos convertimos en parte de la Iglesia y del cuerpo de Cristo. Una vez recibido el sacramento del bautismo tenemos acceso a los otros sacramentos y comenzamos a emprender el camino del Espíritu. Purificados por el perdón incondicional de Dios, nos convertimos, a todos los efectos, en sus hijos.

«Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros límites, con nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente por el Sacramento en el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo.»

Papa Francisco, Audiencia General del 8 de enero de 2014

 

¿Qué es el Bautismo?

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1213) “El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión”.

 

bautismo

 

La palabra Bautismo proviene del griego βάπτισμα, báptisma, “inmersión”. Eso es exactamente lo que es, una inmersión en agua purificadora.

Ya se reconocía la simbología del agua y su poder salvador, en el Antiguo Testamento, se consideraba instrumento de la voluntad de Dios. Sucedió en el Diluvio Universal, y en el pasaje del Mar Rojo por Moisés y el pueblo elegido para huir de Egipto.

También en el bautismo de San Juan Bautista, que es lo mas parecido al sacramento del bautismo como lo conocemos hoy en día. Jesús apareció a Juan para recibir el Bautismo, realmente acepta su propio destino. Al salir del agua, Jesús ve el cielo abrirse y el Espíritu Santo aparecer en forma de paloma, mientras desde el cielo se oye una voz: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

El Espíritu Santo desciende sobre él, invirtiéndolo en su papel, transformándolo en el Cordero de Dios. Es el comienzo de una nueva vida y la premonición de la muerte, que conducirá a la Resurrección. El destino de un hombre y de toda la humanidad se logra en las orillas del Jordán.

 

bautismo

 

Desde el día de Pentecostés, bautismo de fuego del Espíritu Santo o descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Jesús, comienza la misión de los Apóstoles y el comienzo de la Iglesia cristiana.

A partir de este momento Pedro y los otros discípulos comienzan a predicar la necesidad de arrepentirse de sus pecados y recibir el Bautismo para obtener el perdón y el don del Espíritu Santo.

«Los cristianos vivimos en el mundo y no estamos exentos de oscuridades y tinieblas. Sin embargo, la gracia de Cristo recibida en el Bautismo nos hace salir de la noche y entrar en la claridad del día. La exhortación más bella que podemos hacernos unos a otros es la de recordarnos nuestro bautismo, porque por medio de él hemos nacido para Dios, siendo criaturas nuevas.»

Papa Francisco, Audiencia General Agosto 2017

Simbología del bautismo

El bautismo, como todos los Sacramentos, implica el uso de elementos sagrados para poder impartirlo. Por ser sagrados se emplean sólo con esa finalidad y deben estar bendecidos por el obispo o por un sacerdote. También hay gestos simbólicos y signos no verbales que todos juntos dan luz a este sacramento precioso e imprescindible en la vida de un cristiano.

Son muchos los símbolos del bautismo para que los hombres seamos capaces de imaginarnos lo que está sucediendo en el alma del bautizado, que no podemos ver con los ojos:

Agua bendita

«el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5).

El agua es el símbolo central del sacramento del Bautismo, representa el amor de Dios. Es derramada sobre la frente del bautizado como fuente de amor inagotable. Tiene la función de purificar, lavar del cuerpo y el alma de pecado. El agua es, además, un elemento universalmente reconocido como símbolo de vida.

El Bautismo en el cristianismo primitivo 4

En el momento en que el sacerdote, derrama tres veces agua sobre la cabeza del bautizado, el fiel se une a Cristo tanto en su muerte como en su resurrección y glorificación.

“Como explica el papa Francisco: El bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, haciendo morir en nosotros al hombre viejo, dominado por el pecado, para que nazca el hombre nuevo, que participa de la vida de la Santísima Trinidad.» También es el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, porque Dios nos ha salvado por su misericordia con el agua que nos hace criaturas nuevas. Nos inserta como miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, y nos hace misioneros en el mundo, cada uno según su propia vocación, para que el mundo crea y sea transformado.”

Audiencia General 

Jesús es bautizado en las aguas del Jordán al inicio de su ministerio público (cfr. Mt 3,13-17), no por necesidad, sino por solidaridad redentora. En esa ocasión, queda definitivamente indicada el agua como elemento material del signo sacramental.

 

Luz del cirio pascual

“Yo soy la luz verdadera”, Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo… Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mt 5,16).

El Bautismo en el cristianismo primitivo 5

En el Antiguo Testamento la Luz, era un símbolo de Fe, y con el advenimiento de Jesús, este simbolismo se ha enriquecido con nuevos significados fundamentales en la vida del cristiano. La luz en el Bautismo es un símbolo que representa la guía en el camino de encuentro con Cristo que a su vez es luz de nuestras vidas y en el mundo. También simboliza la resurrección de Cristo.

“Esa luz es un tesoro que debemos conservar y transmitir a los demás. El cristiano está llamado a ser «cristóforo», portador de Jesús al mundo. A través de signos concretos, manifestamos la presencia y el amor de Jesús a los demás, especialmente a los que están atravesando situaciones difíciles. Si somos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza de Dios y transmitiremos a las futuras generaciones razones de vida.”

Papa Francisco, Audiencia General 

El crisma, Santo Óleo u Óleo de los catecúmenos

“Se abren además los cielos, desciende el Espíritu en forma de paloma y la voz de Dios Padre confirma la filiación divina de Cristo: acontecimientos que revelan en la Cabeza de la futura Iglesia lo que se realizará luego sacramentalmente en sus miembros.” (Jn 3,5)

El Santo Óleo, es un aceite perfumado y consagrado usado en el sacramento del Bautismo. La unción con el aceite crismal simboliza la plena difusión de la gracia. El sacerdote utiliza el Óleo para trazar una cruz en el pecho y otra entre las escápulas del bautizado. También puede utilizarlo para ungir la su cabeza, imprimiéndole un sello que lo consagra a su nuevo papel.

 

El Bautismo en el cristianismo primitivo 6

 

Todo esto simboliza la fortaleza en la lucha contra las tentaciones, una especie de escudo contra el pecado. El fin de este símbolo del bautismo, es consagrar la entrada del cristiano en la gran familia de la iglesia simbolizando el don del Espíritu Santo.

También es utilizado en el sacramento de la confirmación, la ordenación sacerdotal y la unción de los enfermos.  El Santo Óleo se bendice una vez al año por el obispo durante la misa crismal del Jueves Santo.

La vestidura blanca

La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha «revestido de Cristo» (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo.

La pureza del alma sin mancha, que simboliza la vestidura blanca, después del sacramento del Bautismo, el cambio profundo y la renovación interna que el sacramento ha traído a quien lo recibió. El blanco es símbolo de una nueva vida, la nueva dignidad que cubre el bautizado. En la antigüedad, quien iba a ser bautizado usaba un vestido nuevo y blanco antes de unirse a los otros fieles en la Iglesia.

 

Simbología del Bautismo

 

 

Los regalos del Sacramento del Bautismo.

  • Somos Hijos de Dios. Con el bautismo recibimos una vida nueva, la vida de gracia que nos hace participar de la vida divina. Es una filiación real y no una adopción, pues la vida de Dios estará dentro de nosotros.
  • Nos hace miembros de la Iglesia. Al recibir el bautismo, entramos a formar parte de una familia; la familia formada por todos los hijos de Dios, que es la Iglesia. El bautismo nos abre la puerta para poder recibir todos los demás sacramentos.
  • Nos perdona todos los pecados. A diferencia del bautismo de Juan, el bautismo instituido por Jesús sí perdona los pecados del que los recibe, incluyendo al pecado original. Esto significa que si una persona muere acabando de recibir el bautismo, no irá al purgatorio, pues no necesita purificación alguna.
  • Nos infunde las virtudes teologales. En el bautismo, Dios nos hace tres regalos: Son la Fe, la Esperanza y la Caridad. Las recibimos como semillas y es deber nuestro el hacerlas crecer para que lleguen a su máximo desarrollo dentro de nosotros.

 

 

 

Benedicto XVI, un papa sabio y humilde

 

Benedicto XVI, un papa sabio y humilde

Nota del editor: Rafael Domingo Oslé es profesor investigador del Centro de Derecho y Religión de la Universidad Emory y catedrático de Derecho de la Universidad de Navarra. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.

Ha muerto Benedicto XVI, ese papa bávaro, humilde, sencillo y hogareño, de corazón benedictino e intelecto agustiniano, amante de la música y la liturgia y de todo cuanto bello y bueno existe en este mundo, cerveza incluida. Afincado en el Vaticano desde 1981, como tesorero de la fe católica, Ratzinger fue el más estrecho colaborador y el complemento perfecto de Juan Pablo II, a quien sucedió en 2005, más por deseo de los cardenales electores que por voluntad propia.

Su pontificado estuvo repleto de luces, pero tampoco faltaron las sombras. Entre las luces se encuentra la implementación del Concilio Vaticano II, que atravesó su vida como una flecha, sus tres excelentes encíclicas, su fecundo magisterio contra el relativismo moral y el laicismo desafiante, el desarrollo del ecumenismo, la promoción del diálogo interreligioso, la defensa de los derechos humanos y su firme grito de tolerancia cero ante el escándalo de los abusos sexuales.

Benedicto se entrevistó con las víctimas, modificó la legislación eclesiástica, exigió la cooperación con las autoridades civiles y luchó contra la cultura encubridora que campaba a sus anchas en el seno de la Iglesia. Pero los abusos sexuales y el escándalo de los Vatileaks, que evidenciaba la corrupción en el corazón del Vaticano, ensombrecieron su pontificado.

Su renuncia, en 2013, convierte a Benedicto en una figura singular en la historia de la Iglesia. Si Juan Pablo II gobernó enfermo la Iglesia durante años, sin bajarse de la cruz, como se dijo entonces, Benedicto, en cambio, al renunciar a su pontificado, sostuvo la Iglesia, es decir, la cruz, con el silencio sacerdotal de su vida contemplativa. Dos modos distintos, pero sublimes de servir y vivir unidos a Jesucristo. Tanto monta, monta tanto.

Conocí personalmente a Ratzinger en la Universidad de Navarra en 1998, cuando era todavía cardenal. Pasó unos días en el campus universitario de Pamplona, viviendo entre estudiantes, con ocasión del doctorado honoris causa que le otorgó esta institución académica. La profundidad de su pensamiento y la sencillez de su vida cautivaron mi espíritu de joven profesor universitario. Fue entonces cuando comencé a leer, más bien a devorar, los escritos de Ratzinger, que luego fueron de gran utilidad para mis trabajos como jurista.

 

 

Vi en Ratzinger una suerte de Francisco de Vitoria del siglo XXI, que unía de manera magistral teoría y práctica. Comprobé en sus charlas y seminarios cómo Ratzinger captaba con gran sagacidad la unidad del saber, la unidad de la verdad y, en el fondo, la unidad de la realidad.

Por eso, Benedicto fue capaz de trascender e integrar tantos dualismos limitantes y de derribar las falsas murallas levantadas entre la fe y la razón, la tradición y la renovación, el cristianismo y la ilustración, el amor y el sufrimiento, el carisma y la jerarquía, lo positivo y lo natural, el trabajo y la contemplación, lo humano y lo divino.

Sí, la realidad es simple, la realidad es una, porque Dios es la realidad: “Él es la realidad. La realidad que soporta toda la realidad”, enfatizó Ratzinger en una de sus últimas conversaciones (Letzte Gespräche p. 269).

Todo el magisterio de Ratzinger, como teólogo, obispo, cardenal y papa, ha estado dirigido a la búsqueda de la unidad en la verdad, en consonancia con su lema episcopal: servidores de la verdad (cooperatores veritatis) (3 Juan 8). Para Benedicto, esta verdad solo se encuentra en Jesucristo: “Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”, ha dejado escrito en su testamento espiritual.

 

 

No sorprende que la persona de Jesucristo haya ocupado durante decenios la investigación teológica de Benedicto, hasta culminar en una de sus obras maestras: Jesús de Nazaret. Le movió escribirla un intenso deseo pastoral y la necesidad de mostrar el rostro del hijo de Dios, uniendo inseparablemente el Jesús de la historia con el Cristo de la fe.

El último apartado del capítulo décimo del primer volumen es, en mi opinión, el más logrado. Ahí vemos a un Benedicto XVI filósofo, exégeta, pastor, intelectual y teólogo al mismo tiempo, desentrañando con gran acierto el sentido del nombre de Cristo como el que es: “Yo soy”.

Sí, Jesucristo es la única persona que puede decir siempre y en todo momento, en presente: “Yo soy”. Jesucristo no es un fui nostálgico ni un seré prometedor, sino un soy amante, que ama hasta la locura de un Dios que no puede ni quiere dejar de amar.

Este es el Jesús de Nazaret de quien Benedicto XVI se enamoró desde su infancia y con el que hoy y ahora, siempre en presente, se habrá fundido en un abrazo eterno. Descanse en el amor quien pasó su vida sembrando amor.

 

 

Libertad, santidad y razón en la enseñanza de Benedicto XVI

Joseph Weiler, el ganador del Premio Ratzinger 2022, el último de los que el Papa emérito ha podido ver en vida, realiza en este artículo una reflexión sobre la concepción de la libertad y la religión de Benedicto XVI.  

Joseph Weiler·8 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 11 minutos

El Papa Benedicto XVI durante una audiencia en 2010©CNS photo/Paul Haring

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Un Papa habla urbi et orbi, como obispo de Roma, pero también como guía moral para todo el mundo, para las personas pertenecientes a todas las confesiones, incluidas las no creyentes. Y nunca fue esto más evidente que en sus famosos discursos de Ratisbona y en su alocución ante el Bundestag, el parlamento alemán.

Leer a Ratzinger es, en cierto modo, como leer las Escrituras. Está abierto a más de una interpretación. Lo que sigue es, pues, mi interpretación, sin pretender que sea la única, ni siquiera la mejor posible. Caveat, lector!

Libertad “de” religión y libertad “frente a” la religión en un mundo secular

¿Cuál es la “religión cívica” que nos une a todos los europeos? Sin duda creemos en la necesidad de la democracia liberal como marco en el que debe desarrollarse nuestra vida pública. Las elecciones libres con sufragio universal, la protección de los derechos humanos fundamentales y el Estado de Derecho constituyen la “santísima trinidad” de esta fe cívica.

La libertad “de” religión está consagrada en todas las constituciones europeas. Pero se entiende comúnmente, y con razón, que incluye también la libertad “frente a» la religión. Se trata de la libertad religiosa positiva y negativa en la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Sin embargo, la libertad “frente a” la religión plantea un desafío a la teoría liberal. No tenemos una noción similar, por ejemplo, de la libertad “frente al” socialismo. O de la libertad “frente al” neoliberalismo. Si un gobierno socialista es elegido democráticamente, esperamos políticas que deriven de una visión socialista del mundo y la apliquen, obviamente respetando los derechos de las minorías. Y, nos guste o no, se espera que cumplamos las leyes que concretan estas políticas, aunque no seamos socialistas. Lo mismo ocurriría, por ejemplo, con un gobierno neoliberal. Pero si es un gobierno de orientación católica el elegido, tomarse en serio la libertad “frente a” la religión significa que este gobierno tiene las manos atadas a la hora de aprobar leyes derivadas de su visión religiosa del mundo.

En efecto, uno de los más grandes filósofos políticos del siglo XX, John Rawls, ha defendido que nuestra misma práctica democrática, independientemente de si es de izquierdas o de derechas, debe basarse siempre en argumentos derivados de la razón humana, cuyas reglas puedan ser compartidas por todos independientemente de su orientación ideológica, y por tanto estar abierta a la persuasión y al cambio de opinión. La religión, ha afirmado Rawls sin atribuirle una connotación despreciativa, se basa en verdades inconmensurables y no negociables, autorreferenciales y trascendentales. Y, por tanto, inadecuadas para el terreno democrático.

Tenemos, pues, dos retos en el seno de nuestra sociedad multicultural compuesta de creyentes y no creyentes. 

El primero: ¿cómo puede la teoría liberal explicar y justificar la libertad “frente a” la religión? Por supuesto, hay muchos intentos de racionalizar esta cuestión dentro de un marco liberal. Ninguno de ellos me convence realmente. En última instancia, si un socialista tiene el derecho de imponer su visión del mundo a la sociedad, ¿por qué habría de negársele lo mismo a un católico?

Y el segundo, el rawlsiano: ¿qué pretensión tienen los grupos de creyentes de participar en la vida democrática -como personas de fe- si, en efecto, la cosmovisión religiosa está (y lo está) ligada a verdades no negociables, autorreferenciales y trascendentales?

En mi opinión, Benedicto, con sus discursos en Ratisbona y en el Bundestag, ha dado la respuesta más convincente a estos dos desafíos.

II. Juan Pablo II, seguido por Benedicto, tenía la costumbre de reivindicar la libertad de religión como la más fundamental de todas las libertades. En nuestra cultura laica, esta afirmación era recibida generalmente con una sonrisa indulgente: “¿Qué libertad te esperabas que privilegiase un Papa?”, interpretando tal afirmación en un sentido corporativista, como si el Papa fuera un dirigente sindical preocupado por asegurar beneficios a sus afiliados. No hay nada de innoble en que el pastor cuide de su rebaño, pero esta interpretación pasa por alto el verdadero sentido de la postura del Pontífice.

Lo que no había recibido suficiente atención, en todo el alboroto causado por los comentarios del Papa en Ratisbona, era el hecho de que, en la libertad religiosa a la que aludía el Pontífice, la atención estaba concentrada en la libertad frente a la religión: la libertad de adherirse a la religión elegida por cada uno o de no ser religioso en absoluto. Benedicto articuló con fuerza todo esto, y mostró explícitamente lo que ya estaba expresado en la Dignitatis Humanae del Vaticano II, que Juan Pablo II había subrayado, y que ciertamente también forma parte del magisterio del Papa Francisco.

Nótese bien: su justificación y defensa de la libertad “frente a” la religión no fue una expresión de, ni una concesión a, las nociones liberales de tolerancia y libertad. Era la expresión de una profunda propuesta religiosa. “No imponemos la fe a nadie. Ese proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en libertad”, afirmó el Papa en Ratisbona, dirigiéndose a sus fieles y al mundo entero. Así pues, en el corazón de la libertad religiosa está la libertad de decir “no” incluso a Dios.

Evidentemente, aquella libertad debe tener una dimensión externa: el Estado debe garantizar por ley a todos la libertad “de” religión y la libertad “frente a” la religión. Pero no menos importante, según he entendido su mensaje, era la libertad interior. Los judíos decimos: “Todo está en manos de Dios, excepto el temor de Dios”. Así lo quiso Dios, dejándonos la elección a nosotros. La verdadera religiosidad, un verdadero “sí” a Dios, puede venir de un ser que no sólo tiene las condiciones materiales exteriores, sino también la capacidad espiritual interiores para comprender que la elección, del sí o del no, y la responsabilidad de esa elección, son nuestras.

Benedicto ha hecho de la libertad “frente a” la religión, por tanto, una proposición teológica. Al fin y al cabo, este es el corazón del Concilio Vaticano II y de la contribución de Ratzinger al Concilio y a su posterior interpretación. Esto, a su vez, tiene un profundo significado antropológico. La libertad religiosa toca la noción más profunda del ser humano como agente autónomo con la facultad de elección moral, también respecto de su propio Creador. Cuando el hebraísmo y el cristianismo expresan la relación entre Dios y el hombre en términos de alianza, celebran esa doble soberanía: la soberanía del ofrecimiento divino y la soberanía del individuo al que se le ofrece.

Creo que todos, creyentes y no creyentes, pueden comprender que si se aceptara la existencia de un Creador omnipotente, insistir como proposición religiosa intrínseca en la libertad de decir no a tal Creador es fundamental para la comprensión misma de nuestra condición humana. En este sentido es primordial que Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan defendido el primado de la libertad religiosa: esta se erige en emblema de la ontología misma de la condición humana. De lo que significa ser humano.

Se puede dar todavía un paso más allá. Citando a Santiago, Benedicto XVI explica en su homilía de Ratisbona (a la que se ha prestado demasiada poca atención) que “la ley regia”, la ley de la realeza de Dios, es también “la ley de la libertad”. Esto es desconcertante: si, ejerciendo esta libertad, uno acepta la ley regia trascendental, ¿cómo puede esto constituir una mejora real de la propia libertad? ¿No implica la ley, por su propia naturaleza, aceptar restricciones a nuestra libertad?

Entiendo que Benedicto haya dicho que actuando fuera de los vínculos de la ley de Dios me convierto simplemente en esclavo de mi condición humana, de mis deseos humanos. En palabras de San Ambrosio: “Quoam multos dominos habet qui unum refugerit!”. Aceptar la ley de Dios, como “ley regia”, la ley de Aquel que trasciende este mundo, es afirmar mi libertad interior frente a cualquiera y a cualquier cosa de este mundo. No hay mejor antídoto contra toda forma de totalitarismo en este mundo. Esta es la verdadera libertad.

III. ¿Qué decir entonces del segundo reto, el rawlsiano? En mi comprensión del discurso del Bundestag, Benedicto no rechazó la premisa rawlsiana. Sin mencionarla por su nombre, Ratzinger no cuestionó la premisa de Rawls, sino su errónea comprensión del cristianismo.

Cuando el católico, argumentaba Benedicto, entra en el espacio público para avanzar propuestas sobre la normatividad pública que pueden llegar a ser vinculantes por ley, no hace esas propuestas basándose en la revelación y la fe o en la religión (aunque puedan coincidir con éstas). Forma parte, como hemos visto, de la antropología cristiana que los seres humanos estén dotados de la facultad de la razón, común a la humanidad, que, es más, constituye el lenguaje legítimo de la normatividad pública general. El contenido de la pregunta cristiana en el interior de la esfera pública estará, por tanto, en el ámbito de la razón práctica: la moral y la ética como expresadas a menudo a través de la ley natural. Si puedo poner un ejemplo, cuando Caín mató a Abel, no se volvió y le dijo al Señor: tú nunca me has dicho que matar estaba prohibido. Tampoco el lector de las Escrituras plantea tal objeción. Se entiende que en virtud de su creación (para los creyentes a imagen de Dios) todos nosotros tenemos la capacidad de distinguir entre lo justo y lo injusto y no necesitamos la revelación divina para ello.

Tampoco esta es una concesión al secularismo. Es un resultado inevitable de las proposiciones religiosas que informaron el discurso de Ratisbona. Adoptar una norma públicamente vinculante basada únicamente en la fe y la revelación violaría precisamente ese profundo compromiso, religiosamente fundamentado, con la libertad religiosa, para el cual la fe forzada es una contradicción y es contraria a la voluntad divina.

Es también una proposición audaz. Sí, por un lado constituye el visado de entrada del católico en la plaza pública normativa de igual a igual. Al mismo tiempo, impone una disciplina seria y severa a la comunidad de fe. La disciplina de la razón podría obligar a revisar las posiciones morales. Ya no se tiene ese comodín en la baraja: “Esto es lo que Dios ha mandado”. Esto no forma parte de la razón pública compartida. Si se adopta una lengua, hay que hablarla luego correctamente para que ser comprendido y ser convincente. Y esto también sirve también para el lenguaje de la Razón.

El valor de la santidad

IV. Paso ahora a lo que considero una enseñanza extraordinaria dirigida específicamente a la comunidad de los fieles, y que se encuentra oportunamente en la homilía de Ratisbona, más que en el famoso discurso a la comunidad académica.

El nexo entre normatividad general y razón es seductor y, en cierto modo, constitutiva de la identidad cristiana. Pero aquí anida un peligro interesante para el homo religiosus. Es el peligro de reducir la propia religiosidad a la ética como se expresa a menudo en el derecho natural, por muy importante que sea.

“Las cuestiones sociales y el Evangelio son inseparables” fue uno de los mensajes centrales de la homilía de Ratisbona. Es una frase impactante. Para mí, la pregunta más interesante es: ¿por qué el Papa consideró necesario recordar a su rebaño que las preocupaciones sociales y el Evangelio son inseparables?

Comenzaré ahora a responder a esta pregunta, con la obvia humildad y desconfianza que deriva del hecho de que yo, un extraño, entre en el terreno de una comunidad de fe a la que no pertenezco. Si estoy equivocado, estaría encantado de que me corrijan.

El Papa nos advertía, a los creyentes en general, y más específicamente a su grey católica, del peligro de considerar que la exigencia cristiana de normatividad pública expresada a través del lenguaje de la razón general aplicable a todos los seres humanos, agota el significado de una vida religiosa o incluso de una normatividad cristiana.

Las “cuestiones sociales”, como expresión de la moralidad y ética, son centrales para las religiones abrahámicas, pero por sí solas no definen ni la sensibilidad religiosa ni el ímpetu religioso ni el sentido religioso. Al fin y al cabo, la religión no tiene el monopolio de la moral y de la ética. Un ateo puede llevar una vida ética y tener un interés por las cuestiones sociales no menos noble que los creyentes.

La categoría religiosa por excelencia, la que no tiene equivalencia, ni correspondencia, en una visión laica del mundo, es la santidad. Reducir la religión exclusivamente a preocupaciones ético-sociales, por importantes que éstas sean, conduce a disminuir fatalmente el significado de la santidad. Por supuesto, la santidad no está separada de la ética y de la moralidad. La moralidad y la ética son condiciones necesarias, pero no son suficientes para la santidad. La santidad no se agota en la ética y en la moral. Denota algo más: la cercanía al amor de Dios por nosotros y a nuestro amor por Él, Su presencia en toda nuestra existencia.

Quiero compartir un famoso pasaje de la Escritura, que se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento -Ama a tu prójimo como a ti mismo-, que creo que coincide perfectamente con la insistencia de Benedicto en su homilía en el hecho de que las cuestiones sociales y el Evangelio son inseparables.

¿Dónde se encuentra por primera vez este pasaje? Está en el Levítico, capítulo 19. Un capítulo muy especial de toda la Biblia porque aborda explícitamente la noción de santidad.

“El Señor dijo de nuevo a Moisés: ‘Habla a toda la comunidad de los israelitas y ordénales: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lev 19, 1-2).

Es este capítulo donde se encuentra el precepto “Ama a tu prójimo”. Pero todos tendemos a olvidar el final de ese pasaje. No se trata simplemente de “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, sino de “Ama a tu prójimo como a ti mismo, yo soy el Señor”. Y es esta parte final la que introduce al homo religiousus en la noción de santidad, que va más allá de la moral común de toda la humanidad.

Quiero subrayar que, en mi opinión, el “valor añadido” de la santidad no hace al religioso superior a sus hermanos laicos. Simplemente lo hace diferente.

Permítanme investigar el significado más profundo de “Ama a tu prójimo como a ti mismo – Yo soy el Señor”, y ofrecer una interpretación.

Ante todo, en la prescripción del amor se va más allá de nuestra comprensión normal del comportamiento ético que puede traducirse en el derecho natural. A nadie se le ocurriría transponer a una ley laica el deber de amar a nuestro prójimo. Este es más bien una manifestación de la normatividad católica, exquisitamente expresada en el Evangelio según San Mateo: “Y si alguno te pide que le acompañes una milla, acompáñale dos”.

En segundo lugar, la parte final ―Yo soy el Señor― explica por qué este famoso pasaje se encuentra en un capítulo que comienza con la prescripción de buscar la santidad. Cuando cumplimos la obligación de amar al prójimo, no sólo expresamos nuestro amor al prójimo y a nosotros mismos. Su realización es también expresión de nuestro amor al Señor. Y aquí es donde reside la santidad.

Me parece significativo que Benedicto nos haya dado esta enseñanza en el contexto de la celebración eucarística. Porque, en la medida en que los entiendo, los diversos sacramentos, la oración, la Misa en general y la celebración eucarística en particular, así como todas las demás prácticas similares, son los medios por los que la Iglesia ofrece al creyente la posibilidad de expresar el amor y la devoción al Señor. Y esto con toda seguridad va más allá de llevar simplemente una vida ética.

Si hay algún mérito en esta interpretación, es que encierra una notable ironía histórica.

En la época de profetas como Amós e Isaías, y obviamente en el Evangelio, había que recordar a los fieles que la fe y la santidad no podían alcanzarse simplemente siguiendo los sacramentos y rituales si éstos no iban acompañados de un comportamiento ético y de la Ley regia del Amor.

Hoy, la situación se invierte y es necesario recordar a los creyentes que la riqueza del sentido religioso no se agota simplemente en llevar una vida ética y solidaria. Llevar una vida ética es una condición necesaria, pero desde luego no suficiente. La conducta ética y solidaria debe ir acompañada de una relación con lo divino, a través de la oración, a través de los sacramentos, buscando la mano del Creador en el mundo que Él ha creado.

Es parte de la condición moderna que hace que muchos fieles casi se avergüencen del Evangelio, de los sacramentos, así como de las afirmaciones, las palabras utilizadas y de las prácticas que expresan los aspectos sacramentales de su religión y fe. Estos aparecen, ironía de las ironías, como “irrazonables” (¡intenta decírselo a Santo Tomás de Aquino o a San Agustín!) Y este fenómeno está extendido entre todos los hijos de Jacob/Israel.

RATZINGER PRIZE POPE BENEDICT XVIBenedicto XVI junto a los ganadores del Premio Ratzinger 2022: Joseph H. H. Weiler y Michel Fédou,el 1 de diciembre de 2022. ©CNS photo/courtesy Joseph Ratzinger-Benedict XVI Vatican Foundation

El profeta Miqueas predicaba: “Hombre, te sido enseñado lo que es bueno y lo que el Señor te pide: practicar la justicia, amar la piedad, caminar humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8). Camina humildemente, ¡no a escondidas!

Me gustaría terminar con una nota personal. He tenido el privilegio de reunirme con el Papa Benedicto en tres ocasiones. Una vez fue en 2013, poco antes de su jubilación, un encuentro bastante breve en el que le presenté a dos de mis hijas. La segunda ocasión fue unos años más tarde, cuando a petición suya fui invitado, para mi sorpresa, ya que nunca había sido formalmente alumno de Ratzinger, a pronunciar la conferencia principal en el célebre “Ratzinger Schülerkreis”, su Círculo de discípulos, después de la cual tuve el puro placer de mantener una larga conversación de tú a tú con el Papa emérito: pura teología. Y, finalmente, nuestro último encuentro tuvo lugar hace aproximadamente un mes, junto con los padres Fedou, Lombardi y Gänswein, con ocasión del Premio Ratzinger 2022. Estos encuentros han quedado indeleblemente grabados en mi mente. Sus palabras de despedida fueron significativas y conmovedoras: “Por favor, mis recuerdos a sus hijas”.

 

 

Las cosas, por su nombre

Los excesos del lenguaje inclusivo, que rozan a veces el ridículo, o la apisonadora de la ideología de género, que amenaza con convertir en delincuente a quien se niegue a decir que lo blanco es negro, son solo ejemplos de una práctica bien conocida por los gobernantes de todas las épocas.

3 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos

familia

«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Son las tres consignas del partido que rematan el faraónico edificio del Ministerio de la Verdad en la novela 1984. La manipulación del lenguaje alcanza hoy niveles parecidos.

De verdad que no soy nada conspiranoico, pero creo que no estamos nada lejos de la aplastante sociedad distópica que imaginaba George Orwell. Allí, el llamado “neolenguaje” servía al omnipresente Gran Hermano para controlar a los ciudadanos; aquí, las ideologías se sirven del lenguaje para dulcificar lo que no tragaríamos si llamaran a las cosas por su nombre.

Los excesos del lenguaje inclusivo, que rozan a veces el ridículo, o la apisonadora de la ideología de género, que amenaza con convertir en delincuente a quien se niegue a decir que lo blanco es negro, son solo ejemplos de una práctica bien conocida por los gobernantes de todas las épocas.

Las últimas en quejarse de la manipulación del lenguaje han sido las asociaciones de familias numerosas que entienden como una agresión la nueva ley que prepara el Gobierno de España. En la exposición de motivos del anteproyecto que ha desvelado el diario ABC, el Gobierno reconoce a las claras el carácter ideológico de la norma afirmando que “ya no existe la familia, sino las familias en plural”.

Según la norma, desaparece el concepto de familia numerosa, reconociendo en su lugar hasta 16 tipos diferentes de familias entre las que aparece incluso (¡qué cosas!), la compuesta por una sola persona.

Protestan las familias numerosas con razón de que “si todo es familia, ya nada es familia” alegando la falta de reconocimiento, en el contexto demográfico actual, de la función social que cumplen.

A pesar de que, año tras año, la familia siga apareciendo en primer lugar en la clasificación de las instituciones más valoradas, lo cierto es que, conforme los usos sociales la van haciendo cada vez más pequeña y frágil, más se va desdibujando su papel. Hay quien habla ya de que la verdadera familia son los amigos, porque son “los que uno elige”, por lo que el Gran Hermano va cumpliendo, paso a paso, su proyecto de ingeniería social consistente en eliminar vínculos para conseguir individuos cada vez más solos, más desarraigados, más dependientes del Estado y, por lo tanto, más manipulables. Vaciar de significado la palabra familia, nos acerca cada vez más al rebaño –o a la jauría o a la piara, lo que usted prefiera–; nos hace menos humanos y más esa otra cosa en que nos quieren convertir.

Y es que, el nombre de las cosas y también el de las personas, se hace imprescindible para no confundirnos, para saber de qué hablamos, de quién hablamos. ¿Qué pasaría si, en busca de la igualdad efectiva, todos nos llamáramos igual? Pues que el mundo sería un caos, nadie sabría quién es quién, ni uno mismo.

Hoy celebramos, precisamente, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, un término que significa, en hebreo, “Dios salva”, indicando claramente la misión del niño. Ojalá sepamos llamar a las cosas por su nombre y no dejarnos manipular por esos falsos salvadores de la humanidad. Porque la humanidad ya ha sido salvada por un sencillo hombre que aprendió a serlo y a llevar este concepto a plenitud en esa escuela de humanidad llamada familia. Su nombre, sobre todo nombre: Jesús. Acudamos a él cuando estemos confundidos.

 

 

«Todo para ti», el testimonio de un joven seminarista

Un joven que deja su trabajo y entra en el seminario, enamorado de Dios, de las vocaciones, de la Eucaristía. Diego de La-Chica cuenta en Omnes su testimonio como seminarista.

Paloma López Campos·10 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos

Seminarista

Un grupo de seminaristas en Detroit, Estados Unidos (CNS photo/Marek Dziekonski via Detroit Catholic)

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“Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con agua”. Esto afirmó el Santo Cura de Ars. Diego de La-Chica, un joven seminarista, tiene un corazón enamorado de Dios que ha entregado por completo para ser ese cristal que deje pasar la luz. En Omnes cuenta su testimonio en el seminario, explicando su día a día, lo que más le impresiona de su vocación y su relación con Cristo.

¿Cómo pasas de ser un estudiante de Psicología a ser seminarista en Navarra?

Yo ya estaba trabajando, había terminado la carrera y había hecho el máster. Antes de empezar el máster, yo ya lo veía más o menos claro, pero me daba bastante vértigo. Antes de terminar el máster, que era de un año y medio, cuando llevaba un año, me lancé. Hablé con el rector y realicé un año de propedéutico, que es un tiempo de introducción que es obligatorio en España.

Durante el año de propedéutico yo cada vez iba teniendo más ganas porque iba viendo que el Señor me estaba llamando. Lo más difícil fue dejar el trabajo. Llevaba cinco meses trabajando en Proyecto Hombre, estaba en la parte residencial, con personas que pasan nueve meses ahí ingresados. Aprendía mucho de ellos, me lo pasaba muy bien. Era un trabajo muy bonito que me gustaba mucho y es lo que más me ha costado dejar.

¿Tu labor como psicólogo y tus estudios te ayudan a entender cosas o te permiten proyectarte mejor en tu labor como sacerdote?

Claro que me han ayudado, en el seminario tenemos dos asignaturas de psicología. En Proyecto Hombre me di cuenta de que muchas personas tenían problemas que no eran de carácter psicológico o físico, sino espiritual. 

Yo creo que la psicología es muy importante. En la dirección espiritual, en la confesión o para la labor en las parroquias conviene que sepas de psicología, para poder entrar bien, para conocer las causas.

A pesar de todo, la misericordia del Señor es la única que sabe, pero tú puedes ayudar a que vean desde el punto de vista de la psicología. Esto hay que matizarlo, pero creo que en eso los estudios puede ayudar.

¿Cómo es tu día a día en el seminario?

Cambia mucho el horario de lunes a viernes pero nosotros, a excepción del lunes, tenemos oración personal a las siete y cuarto. A las ocho menos cuarto hay Misa con laudes, a las ocho y media desayuno. Luego, de nueve y cuarto hasta la una y cinco o dos menos diez, depende de las asignaturas, tenemos clase.

Después hacemos la hora intermedia, una oración de la Liturgia de las Horas. Al terminar, comemos, recogemos y limpiamos. De tres a cuatro solemos tener tiempo libre, que se dedica casi siempre al deporte. A las cinco y media tenemos merienda y después, dependiendo del día, hay lectio divina, adoración, formación con visitas externas, etc.

Después de cenar, algunos rezamos el Rosario, luego hacemos completas (otra oración) y a partir de las diez hay silencio hasta la mañana siguiente.

En tus manos van a estar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tú vas a ser otro Cristo, ¿cómo reaccionas al saber eso?

Depende del momento. Algunas veces lo piensas y es una pasada, una locura. Hay veces que tengo sensación de vértigo y de miedo porque soy un pecador, sigo igual de pecador que siempre. Muchas veces no somos conscientes pero en alguna asignatura, en la que vamos hablando de las partes de la Misa, hemos profundizado en el misterio, en el lenguaje apocalíptico y su modo de plasmarse en la Santa Misa, y lo vas pensando, lo vas viviendo, y cuando lo ves alucinas.

Hay una tontería que me ocurre mucho y es que hay un momento en la Misa en el que soy consciente de que está Cristo, detrás de Cristo, sosteniendo a Cristo. Cuando el sacerdote, que es Jesús, eleva a Jesús Eucaristía detrás de Cristo altar, es una locura.

Cuanto más consciente eres de lo que es la Misa, de lo que significa cada cosa, todo se vuelve más bonito y, a la vez, te das cuenta de que es algo serio. De hecho creo que el demonio muchas veces ataca con eso, tanto con hacerte pensar que no hay más, que lo importante es solo la Eucaristía y que todo lo demás da igual; o te hace ver que no eres nada y que no mereces nada de esto. Si bien, es verdad que no lo merecemos, no podemos hacer nada que nos haga merecer sostener a Cristo, y menos aún consagrar su Cuerpo y su Sangre.

¿Es saber que vas a consagrar lo que más te impresiona de tu vocación?

Yo diría que sí. Eso y el perdonar pecados que es también una locura. O el bautizar, hacer que alguien sea hijo de Dios. Muchas veces lo vemos de refilón, pero todos los sacramentos son una pasada.

¿Qué tiene que tener claro un chico antes de entrar al seminario?

No hay nada que se pueda imponer, de decir que tiene que tenerlo claro al 100%, porque entonces nadie entraría en el seminario. Lo único es que realmente esa persona, en mayor o menor medida, sea consciente de que Dios le está salvando y que la vocación no es una cosa para ti. Ahora no hablo solo del sacerdocio, cualquier vocación es de entrega. El matrimonio es claramente una entrega completa a Dios a través de tu marido o de tu mujer.

Hay que tener clara, en mayor o menor medida, la entrega, y que la vocación es un don que no mereces, que es para servir a Dios y saber que Él te ha salvado. Si no ves a Cristo como salvador, no tiene sentido que entres al seminario.

Es importante también ser capaz de amar las demás vocaciones y estar dispuesto a lo que te pida el Señor. En general, para saber cuál es tu vocación, para poder escuchar a Dios y saber lo que te está pidiendo realmente, tienes que estar dispuesto a cualquier vocación a la que te llame. Para eso tienes que amar esas vocaciones. Otra cosa es que veas que no es lo tuyo, eso es normal.

¿Ha cambiado tu relación con Cristo desde que estás en el seminario y sabes que vas a ser sacerdote?

En parte sí y en parte no. La oración cada vez es más fácil, cada vez hay más temas, igual que con un amigo. En ese sentido, yo diría que ha cambiado la relación en cuanto que es más, pero no en cuanto a diferente.

Durante la lectio divina cogemos las lecturas del domingo, las meditamos y compartimos entre nosotros lo que el Señor nos dice en esa oración. Ahí sí que noto que Dios habla de muchas formas y una de ellas es a través de la gente.

Cuando estaba en Proyecto Hombre había un hombre, ateo declarado, que me vacilaba mucho por ser católico. Nos llevábamos muy bien y un día me pidió que le bautizara. Yo le dije que no podía porque, sin ser sacerdote, solo le podía bautizar en peligro de muerte. Él me respondió que, por no estar bautizado, ya estaba en peligro de muerte. Dios habla mucho a través de estas cosas y eso lo noto mucho especialmente en la lectio.

Este es uno de los puntos que más me ayuda y más me gusta del seminario en la oración. Es una locura que, cuando estás en la iglesia ayudando, escuchas las lecturas varias veces, recuerdas lo que tus compañeros han dicho porque el Señor les ha inspirado y eso también te habla a ti. Disfrutas la Misa muchísimo. Rezas y estás con el Señor muy cerca.

Acolitar, ser monaguillo, es una locura. Tienes a Dios a dos metros en el momento de la Consagración. Vas viendo, vas entendiendo las cosas que Dios te quiere decir.

La oración al final es conocer y hablar con Dios que te conoce, te ama. Le vas conociendo, te dejas conocer más por Él, te conoces más a ti mismo y te sorprendes de cómo Dios te ha ido ayudando en cada momento. Te das cuenta de los signos y señales que Él ha ido dejando para que te des cuenta de cuál es tu vocación, que pueden ser cosas muy pequeñas pero que son para ti, que es el lenguaje que tú necesitas. El Señor lo hace todo para ti y es maravilloso.

 

 

Malas leyes, malas políticas, malos datos

Los abortos en el último año en España se disparan, recuperando cifras pre pandemia

Los datos

1.920 abortos más que en 2020 se han producido en España en el último año según un informe publicado por el Ministerio de Sanidad coincidiendo con el Día Mundial del Aborto Seguro. Se recuperan las terribles cifras pre pandemia y confinamiento en nuestro país. 90.189 mujeres han abortado, 312 eran niñas de menos de 15 años.

Por comunidades autónomas, Cataluña es la región con la tasa más elevada (13,42%), seguida de la Comunidad de Madrid (11,90%), Baleares (11,56%), Asturias (11,50%), Murcia (11,46%), Andalucía (11,18%) y Canarias (10,61%).

La mayoría de las mujeres que han terminado con su embarazo tienen pareja, cuentan con estudios con un nivel similar a bachillerato, son trabajadoras por cuenta ajena y no tienen hijos. La media de edad que más interrumpe su embarazo estáentre los 25 y los 29 años.

723 mujeres ya habían abortado antes en más de cinco ocasiones, lo que hace pensar que muchas de ellas recurren al aborto como un método contraceptivo.

Más común en las primeras semanas

Como indica el Registro Estatal de Interrupciones Voluntarias del Embarazo (IVE), la mayor parte de los abortos tienen lugar durante las primeras semanas del embarazo. Más del 90% de antes de la semana 14 y el 72,4% con menos de ocho semanas de gestación.

Así, el 71,85% de los mismos se registraron antes de la octava semana de gestación, mientras que sólo el 0,18% se produjo más allá de la vigésimo tercera semana. En cuanto al uso de anticonceptivos, según los datos el 41,31% no utilizaban ninguno.

La mayoría, en centros privados

La gran mayoría de abortos se practican en centros extrahospitalarios privados. Según el informe de 2021, los hospitales públicos los evitan. De las 90.189 interrupciones incluidas en el registro estatal fueron realizadas en 210 centros autorizados, solo el 15,67 % se hizo en centros públicos.

¿Por qué abortan las mujeres en España?

Casi en el 91% de los casos, se interrumpe ‘a petición de la mujer’, es decir, por el deseo de no ser madre. Solo en el 5,58% se realizó porque la salud y la vida de la embarazada corría un grave riesgo, el 3,12 por ciento por riesgo de graves anomalías en el feto y el 0,29 por anomalías fetales incompatibles con la vida o enfermedad extremadamente grave e incurable.

Más aborto químico

Desde la asociación que agrupa a las clínicas acreditadas para la interrupción del embarazo, ACAI, se denuncia el incremento de aborto químico, promovido por la administración de fármacos como la mifepristona o el misoprostol, especialmente en centros hospitalarios públicos, «incluso en semanas de gestación no recomendadas por la Organización Mundial de la Salud, más allá de la semana nueve».

Apoyo institucional al aborto

Sorprende que, ante estos alarmantes datos que ofrece el Gobierno de España, la ministra Carolina Darias haya anunciado su propósito de seguir garantizado el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo en la sanidad pública, sin promover por otro lado planes que ayuden a las mujeres a prevenir embarazos no deseados o incentivos para aquellas que decidan continuar con la gestación.

Para Alicia Latorre, presidenta de la Federación Española de Asociaciones Provida en declaraciones a Europa Press «son cifras de las que deberíamos avergonzarnos y plantearnos seriamente que no puede haber ni recuperación demográfica, ni económica, ni progreso verdadero, en una tierra que considera matar un delito y que abandona a las madres, que dedica el dinero a subvencionar la muerte al principio y final de la vida».

Valoración bioética

De los datos ofrecidos por el Ministerio de Sanidad concluimos la siguiente valoración:

1. El aborto no es seguro en ningún caso. No lo es para la madre que aborta ni para el hijo abortado. Tampoco lo es en el aborto químico, de prevalencia creciente. Además de la muerte del nasciturus, deben señalarse los riesgos asociados a las intervenciones quirúrgicas o farmacológicas empleadas, así como las secuelas que el aborto provoca en las mujeres implicadas.

2. La extensión del aborto es facilitada tanto por su liberalización desde las instituciones, que promueven reconocerlo como un derecho para la mujer obviando el derecho a la vida del hijo, como por la ausencia de propuestas que ofrezcan alternativas a las mujeres que cursan con un embarazo no deseado: sin ayudas para proseguir con el embarazo, sin tiempo de reflexión, sin información, con gratuidad para practicárselo y sin límite alguno, ni necesidad de comunicarlo a los padres en el caso de menores de 16 años.

3. La inmensa mayoría de los abortos, más del 90 % , no responde a causas médicas: se trata de imponer del deseo de la madre contra el derecho a la vida del hijo.

4. El crecimiento en el número de abortos químicos favorece que muchos de ellos no sean contabilizados en las estadísticas: las mujeres abortan solas en sus casas, aunque en muchos casos deben volver al hospital por complicaciones graves. Las cifras de abortos que ofrece el Ministerio, pueden, por tanto, estar subestimadas.

5. La promoción del aborto, en lugar de trabajar por su erradicación, facilita el aborto de repetición: dos mujeres al día en España abortan por, al menos, sexta vez. La reiteración en la práctica del aborto multiplica el riesgo de secuelas en las mujeres implicadas, tal como muestran la mayoría de los estudios relacionados.

Los efectos nocivos del aborto se extienden más allá de la madre y su hijo: implican a toda la estructura social, contribuyendo al grave problema demográfico que los gobiernos que lo promueven parecen ignorar, y constituyen un indicador de la decadencia de una civilización que elimina a sus miembros más débiles, como afirmó en su día Jerome Lejeune. Son éstos los que merecen el mejor de los cuidados.

Julio Tudela Cuenca

Cristina Castillo

 

 

Creer en Dios, ¿es algo razonable?

La homilía de Benedicto XVI en Ratisbona

El 12 de septiembre de 2006, con motivo de una celebración eucarística en Ratisbona, Benedicto XVI pronunció una hermosa y reflexiva homilía que, como sencillo homenaje, nos permitimos glosar, centrándonos en la pregunta que el Papa planteaba y a la que daba respuesta: creer en Dios, ¿es algo razonable?

Estas fueron sus palabras en relación con esta importante cuestión:

Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional[1].

¿Qué cambió en la Ilustración?

Desde los tiempos de Kant y Laplace, en los que el universo conocido estaba circunscrito a nuestro sistema solar, ha existido una importante tendencia hacia el materialismo por parte de la comunidad científica.

En aquellos momentos se consideraba que el universo era estático y que existía eternamente. Laplace estaba convencido de que todos, absolutamente todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el comportamiento humano, obedecían a lasVista previa de los cambios(abre en una nueva pestaña) leyes de Newton y podían explicarse y predecirse a partir de ellas. Y Kant propugnó que el universo no podía considerarse un objeto ordinario, por lo que no cabría preguntarse por su causa, pues la categoría de causalidad no se puede aplicar a algo que no es objeto de nuestra experiencia. Un universo estático, eterno y sin causa alimentó el pensamiento materialista.

¿Cabe hoy pensar en un universo sin Dios?

Evidentemente, las ideas sobre el cosmos que se tenían en la Ilustración han sido superadas: la teoría del Big Bang de un universo en expansión con un comienzo hace 13.800 millones de años invalida las bases del pensamiento de aquella época.

Pero muchos mantienen una y otra vez las ideas que parten de la materia como única causa de nuestra realidad, y por ello debemos plantearnos, a la luz de lo que la ciencia nos informa, las alternativas que se nos presentan.

Como premisa cabe afirmar que la ciencia por sí misma no puede demostrar la existencia o inexistencia de un Creador, ya que está restringida al estudio de las propiedades de nuestro universo, pero sí que puede aportar las bases para el razonamiento filosófico.

Procede por tanto repasar lo que conocemos científicamente sobre el universo y verificar a la luz de ello si es o no razonable la idea de Dios.

El universo según la concepción teísta o la concepción materialista[2]

Como punto de partida, el pensamiento teísta afirma que la inteligencia no es sólo un atributo particular del hombre, sino que este atributo constituye el reflejo de una mente fundante de la naturaleza; por el contrario, el pensamiento materialista sostiene que la materia inerte constituye la realidad fundamental, de la que la inteligencia es tan sólo un derivado.

De acuerdo con ello, podemos deducir tres rasgos contrapuestos que caracterizan el universo. Según el pensamiento teísta el primero sería que el cosmos puede concebirse como un objeto (es decir, como una entidad causada); el segundo, que el cosmos es racional, como consecuencia de ser producto de la razón divina; y el tercer rasgo, que en el universo hay finalidad y uno de los fines es la generación de seres inteligentes, capaces de conocer a Dios y relacionarse, en cierto modo, con Él. Por el contrario, de la idea materialista se derivan los rasgos opuestos: el cosmos no puede concebirse como un objeto; la racionalidad del cosmos es aparente, o debe ser considerada un hecho bruto; el cosmos no persigue ningún fin.

Lo que sabemos del universo

La forma en que entendemos el universo descansa en nuestra comprensión de sus leyes físicas. En particular de las dos grandes teorías forjadas en los últimos cien años: la de la relatividad, que describe el comportamiento de la gravedad a escala cósmica y define la estructura espaciotemporal del cosmos; y el modelo estándar de partículas, que recoge todo el conocimiento que tenemos sobre cómo actúa la materia en sus niveles más elementales.

La historia del universo se puede decir que es una historia térmica: nace como una gran concentración de energía a una enorme temperatura que se va expandiendo y enfriando, dando lugar a los diferentes cambios de energía a materia. De todo este proceso que se inició hace 13.800 millones de años podemos destacar varias características:

  • Todos los procesos de transformación de la energía y la materia que se producen están descritos por las ecuaciones que la ciencia ha ido desarrollando desde principios del siglo XX.
  • A los tres minutos del Big Bang ya estaba generada toda la materia del universo, aunque solamente en forma de iones de hidrógeno y algo de helio.
  • A los 300.000 años se forman los átomos de hidrógeno y helio y se liberan los fotones.
  • Las estrellas nacen, tienen un determinado período de vida y mueren cuando consumen el combustible para las reacciones de fusión nuclear.
  • Estas reacciones nucleares van produciendo los diferentes elementos de la tabla periódica que conocemos. Las estrellas de mayor tamaño mueren provocando una gran explosión que vierte todos sus materiales al espacio.
  • Los materiales que existen en el espacio, sujetos permanentemente a la acción de la gravedad, vuelven a concentrarse, originándose así nuevas generaciones de estrellas y galaxias.
  • A los 9.200 millones de años, después de que varias generacionesde estrellas se hayan formado y hayan desaparecido, de los restos de explosiones de supernovas se formó nuestro Sol y poco después la Tierra y los demás planetas.
  • Hace, pues, 4.600 millones de años que se formó la Tierra; 3.800 millones desde que se originó la primera célula; 700 millones del primer organismo multicelular y tan sólo hace 100.000 años aparece el homo sapiens.

¿Se satisfacen los rasgos que determina el pensamiento teísta?

Vemos que el universo es un sistema evolutivo, que responde a unas leyes que, en términos generales, conocemos. También que el ser inteligente es el producto de una evolución que comienza en el instante del Big Bang. Para llegar al ser humano han tenido que ocurrir todas las fases de la evolución del universo: crearse la materia, los átomos de hidrógeno, las estrellas, todos los elementos de la tabla periódica, el sistema solar, la Tierra, la vida en su forma unicelular y después toda la evolución de la vida en la Tierra hasta llegar a nosotros. Cada átomo de carbono que hay dentro de nuestro cuerpo ha estado antes en alguna estrella.

La filosofía aristotélica concluye que un objeto debe presentar tres características: estar determinado, constituir una unidad y ser independiente. El universo cumple con estos tres rasgos, por lo que debe ser considerado un objeto de nuestro conocimiento. Está determinado, ya que representa una totalidad dotada de una estructura esencial, un movimiento concreto y unos rasgos esenciales definidos por las ecuaciones y parámetros cosmológicos. Constituye una unidad, pues todos los componentes del universo están dotados de un movimiento común. Y es independiente, al constituir un sistema completamente cerrado sin entorno que pueda influir en él.

Además, la descripción del universo nos revela una gran racionalidad. De hecho, la ciencia se basa en la presunción de que el universo es totalmente racional y lógico en todos sus niveles.

Por tanto, el conocimiento científico actual del universo nos permite caracterizarlo como un objeto, lo que exige preguntarse por su causa, y descubre en él una gran racionalidad, acercándonos a los dos primeros rasgos que definen el cosmos teísta, de acuerdo con el esquema trazado anteriormente.

 “Una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo” (Benedicto XVI)

Ante el debilitamiento de los argumentos materialistas tradicionales, algunos científicos han buscado nuevos argumentos, tratando de demostrar la ausencia de un Creador. El período inicial del Big Bang, que tiene una singular importancia en cosmología, se conoce como el tiempo de Planck. Este intervalo de tiempo, sorprendentemente pequeño, es de 10-43 segundos. Después de este tiempo, la relatividad general puede usarse para describir la interacción de la materia y la radiación con el espacio. En el período de Planck no tenemos una teoría para describir el universo. Para poder analizar lo que ocurrió durante este intervalo necesitamos una idea que incorpore los conceptos de física cuántica y relatividad general en una teoría unificada, que hasta este momento se muestra elusiva. De forma que, por ahora, la ciencia no nos informa de por qué hubo una gran explosión o qué pudo haber existido antes. Pero ello no es óbice para que repetidamente se hayan anunciado diferentes formas en las que el universo hubiera podido generarse de la “nada” sin el concurso de un Creador. Para poner en su contexto estas afirmaciones hay que explicar que con ello se refieren a teorías que parten del vacío cuántico, en el cual se dan permanentemente fluctuaciones en el valor de la energía; y, partiendo de este hecho, se han desarrollado teorías que afirman que, si una de estas fluctuaciones es inestable, puede crecer mucho, como una pompa de jabón que se infla. La energía permanece cero en promedio debido a una equilibrada interacción entre la energía positiva de la materia y la energía negativa de la gravedad atractiva. Con ello se afirma que el universo emergió del vacío cuántico. Pero, como es sabido, el vacío cuántico no tiene nada que ver con la nada absoluta, pues en él están presentes la energía, el espacio, el tiempo y las leyes de la naturaleza. Lo que implican estas teorías son transformaciones de energía o materia, que es lo único que la física puede explicar, y que, en el caso de que fueran ciertas, constituirían una de las fases en la evolución del universo.

La cosmología del siglo XX nos depara más sorpresas

Podemos expresar las leyes de la naturaleza mediante un conjunto de ecuaciones que contienen un determinado número de constantes; estas ecuaciones nos permiten hacer cálculos muy precisos de los fenómenos físicos más elementales, cálculos que están confirmados por evidencia experimental. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, la ciencia ha revelado gradualmente una lección impactante: comenzamos a percibir que existe un “ajuste fino” absolutamente preciso de muchas de las constantes de la naturaleza y de las condiciones iniciales del universo en orden a la producción de vida.

Este importante descubrimiento tiene su punto de partida en 1953, cuando Fred Hoyle se pregunta cómo se ha podido producir el carbono en el universo, tan necesario para la existencia de vida. En las etapas iniciales posteriores al Big Bang sólo se produjeron hidrógeno y helio, por lo que la formación del resto de elementos debía tener lugar en las estrellas, una vez constituidas estas. Hoyle observó que podía existir una reacción nuclear en particular, el proceso triple alfa, que generaba carbono, pero con un grave problema: el núcleo de berilio, que interviene en el proceso, se descompone en una milbillonésima de segundo en dos partículas alfa. Por ello, se requeriría que el núcleo de carbono tuviera un nivel excitado de energía muy específico para que funcione. La gran cantidad de carbono en el universo, que hace posible que existan formas de vida basadas en este elemento, le impulsó a pensar que esta reacción nuclear debía funcionar a pesar de que se trataba de un nivel de energía en el núcleo de carbono que era desconocido. La existencia de vida le llevó a esta predicción, tomada por los especialistas con escepticismo, pero que finalmente se confirmó experimentalmente. Se demostró que la existencia de vida en el universo es posible gracias a un preciso nivel de energía en el átomo del carbono. Un nivel tal que, si se desviase una cienmilésima parte de su valor, la reacción no tendría lugar, el carbono no se produciría en las estrellas y el universo no podría evolucionar creando los demás elementos de la tabla periódica. El universo habría permanecido como una acumulación de átomos de hidrógeno y helio sin ninguna posibilidad de vida.

A continuación de este descubrimiento hemos ido conociendo que todas las constantes que incorporan el complejo conjunto de leyes físicas que definen el cosmos poseen valores infinitesimalmente específicos y que, si se produjera la más mínima desviación en cualquiera de estos valores, el universo tal como lo conocemos no podría existir, y mucho menos sustentar la vida. En palabras de Steven Weinberg: “…qué sorprendente es que las leyes de la naturaleza y las condiciones iniciales del universo permitan la existencia de seres que pudieran observarlo. La vida tal como la conocemos sería imposible si cualquiera de las diversas cantidades físicas tuviera valores ligeramente diferentes”[3].

Una vez más se buscan explicaciones al margen de la intervención de un Dios Creador

La probabilidad de que un ajuste de esta naturaleza se deba al azar escapa a nuestro entendimiento. Pero, desde la perspectiva materialista, una vez más, se ha tratado de dar una explicación a este hecho y se han propuesto diferentes interpretaciones. La que más adeptos tiene es la idea del multiverso, según la cual nuestro universo no es más que uno entre los innumerables existentes, cada uno de los cuales está controlado por diferentes parámetros en las leyes de la naturaleza. A esta idea se llega mediante varios modelos científicos diferentes, la llamada teoría de cuerdas o diferentes modelos que utilizan la idea de la inflación. Así se argumenta que, si hay billones y billones de otros universos, el hecho de que el nuestro haya dado con la combinación correcta de leyes finamente ajustadas no sería tan especial. La humanidad podría considerarse un accidente relegado al azar.

Como se ve, la cosmovisión materialista defiende su postura a costa de aceptar un escenario de infinitas entidades no observadas, y potencialmente no observables, yendo más allá de la ciencia a una metafísica altamente especulativa. Además, incluso si los modelos del multiverso son correctos, ello no eliminaría el ajuste fino, ya que todas estas teorías requieren que ciertos parámetros tomen valores particularmente precisos.

Las cuentas sobre el hombre y sobre el universo sólo cuadran teniendo en cuenta a Dios

Las evidencias alcanzadas por la cosmología que muestran un universo con un origen temporal, una gran racionalidad y un preciso ajuste para la vida responden a la lógica de un universo creado por Dios. Esto es precisamente lo que el Papa Benedicto nos transmite en su homilía: “Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran[4]Y esto mismo es lo que estaba debatiendo en su interior, precisamente en torno al año 2006, Antony Flew, el filósofo que había sido durante cincuenta años adalid del ateísmo, sobre el que había desarrollado una completa exposición sistemática, original e influyente. Un año después publicaría su libro Existe Dios donde hace una reflexión sobre todas estas evidencias que nos aporta la cosmología, que le llevaron a abandonar el ateísmo y a concluir que “mi descubrimiento de lo divino ha sido una peregrinación de la razón”[5].

Manuel Ribes

Instituto Ciencias de la Vida

 

Energía limpia, abundante y barata

La energía de las estrellas

Replicar la forma en que las estrellas y nuestro sol producen la energía es un objetivo perseguido desde hace 70 años, que se ha manifestado elusivo para las capacidades y esfuerzos científicos de la humanidad. Se trata de conseguir una energía limpia e ilimitada que podría cambiar drásticamente nuestra manera de vivir. Ante lo que cabe preguntarse si ello será posible y, sobre todo, cuándo.

Desde que el británico Arthur Eddington propuso por vez primera, en la década de 1920, que el sol y las estrellas funcionaban con la fusión de hidrógeno en helio, su idea provocó una avalancha de especulaciones sobre la posibilidad de reproducir esa fuente de energía en la Tierra.

Las ventajas de la fusión nuclear

En el núcleo de las estrellas la gravedad provoca una enorme presión y calor, haciendo que los gases de hidrógeno y helio pasen al estado de plasma[1]; esto permite una variedad de reacciones de fusión que producen una gran cantidad de energía[2].

Las ventajas de esta forma de producción de energía son enormes. Los combustibles que pueden usarse para la fusión están ampliamente disponibles y pueden derivarse de sustancias como el agua y el litio. Un kilogramo de combustible de fusión podría proporcionar la misma cantidad de energía que 10 millones de kilogramos de combustible fósil. El proceso es libre de carbono y produce bajos niveles de desechos radiactivos, que tardan tan solo meses o años en descomponerse, en comparación con los siglos que tardan en desactivarse los desechos de las plantas nucleares tradicionales. Y se trata de un proceso seguro, por lo que ni es posible que se presente un accidente nuclear a gran escala ni existe riesgo de una reacción descontrolada. Además, cabe esperar que en la madurez de su desarrollo constituya una energía barata.

Las investigaciones y pruebas comienzan en los años 50

Las enormes virtudes de esta energía se corresponden con las dificultades para obtenerla. Aquí en la Tierra los científicos no disponen de esas gigantescas presiones existentes en el interior de las estrellas y, como contrapartida, se necesita alcanzar temperaturas aún más altas que las del Sol para obtener la misma reacción. El combustible de fusión, diferentes isótopos de hidrógeno, debe calentarse a temperaturas extremas, superiores a los 100 millones de grados centígrados, y debe mantenerse estable bajo una presión intensa durante el tiempo suficiente para permitir que los núcleos se fusionen. El objetivo es lograr la “ignición», que ocurre cuando tienen lugar suficientes reacciones de fusión para que el proceso se vuelva autosuficiente, para seguir agregando combustible fresco y continuar el proceso. La técnica que ha prevalecido para confinar el hidrógeno y conseguir esas temperaturas ha sido mediante la creación de campos magnéticos. En los años 50 del siglo pasado, científicos rusos desarrollaron un reactor al que se denominó “tokamak”, el cual consistía en un recipiente de vacío toroidal (es decir, con forma de toro o de rosquilla) que utiliza potentes electroimanes para comprimir, confinar y dar forma al plasma, y calentarlo a las temperaturas enormemente altas necesarias para que los núcleos de hidrógeno se unan. Hoy día se alcanzan temperaturas de 150 millones de grados centígrados, lo que significa diez veces más caliente que el núcleo del Sol.

La reacción más favorable se da entre los núcleos de dos isótopos del hidrógeno, el deuterio y el tritio. El deuterio se encuentra naturalmente en el agua de mar (30 gramos por metro cúbico), lo que lo hace muy abundante en relación con otros recursos energéticos. El tritio se encuentra de modo natural sólo en pequeñas cantidades (producidas por los rayos cósmicos), pero puede generarse en un sistema de fusión a partir de litio, que sí se halla en grandes cantidades (30 partes por millón) en la corteza terrestre, y en concentraciones más débiles en el mar.

El proyecto ITER

La investigación se inició en los años 50, pero, en plena guerra fría, la iniciativa quedó restringida a las dos grandes potencias, quienes mantuvieron en secreto todos sus avances, pues, por otra parte, estaban enmarcados en proyectos militares. De esta forma se desarrolló la bomba de hidrógeno basada en la utilización descontrolada de reacciones de fusión. Hasta que en 1958, en la conferencia internacional de Ginebra propiciada por Naciones Unidas y conocida como Átomos para la paz, en recuerdo del título de la conocida intervención del presidente Eisenhower de 1953[3], se levantó el secreto oficial de las grandes potencias sobre la fusión nuclear y  la investigación de la fusión se declaró una empresa de colaboración internacional. La expectación creada fue máxima, hasta el punto de que asistieron 5.000 científicos y observadores de todo el planeta. Y, a pesar de la advertencia del portavoz soviético,  Lev Artsimovich:  «no debemos subestimar las dificultades que habrá que superar antes de aprender a dominar la fusión termonuclear»[4], se creó un ambiente de euforia por la pronta llegada de esta energía.

La dura realidad de los siguientes años, en la que se pusieron de relieve todas las dificultades que había que vencer y sin avances significativos en la dirección anhelada, generó un estado de frustración que dio pie al mantra de “la fusión es la energía del futuro y siempre lo será”.

Así las cosas, en 1984, el presidente soviético Gorbachov propuso una colaboración internacional sobre energía de fusión al presidente Ronald Reagan mediante la construcción, junto con Europa y Japón, de un nuevo reactor  tipo tokamak [5] de mayores prestaciones que los existentes. De este modo nació ITER, un proyecto conjunto al que se fueron paulatinamente agregando países, hasta los 35 que actualmente participan. ITER es el acrónimo de International Thermonuclear Experimental Reactor, pero también responde al término latino para camino o ruta, el que debe conducir a la energía de fusión, inagotable, limpia y barata.

Se concibe como una herramienta experimental, un reactor de 500 MW de potencia que produzca una ganancia neta de energía, es decir, que produzca más energía que la necesaria para su funcionamiento; se espera una relación de 10 a 1 y una duración de la ignición entre 300 y 500 segundos.

Proyecto ITER (Imagen © ITER.org)

El proyecto ITER es seguramente el proyecto más ambicioso de la historia de la humanidad y, por su dimensión, un acuerdo de colaboración entre 35 países por un período de 35 años, se enfrenta no solo a problemas técnicos de gran calado, sino a problemas de organización inéditos; las diferentes agencias nacionales que intervienen contribuyen mediante el desarrollo autónomo de partes del proyecto. Se trata de una organización pesada a la que le cuesta reaccionar frente a los imprevistos del proyecto.

La ubicación del reactor se decidió en 2005 en un paraje del sur de Francia denominado Caradache, donde ya ha comenzado su construcción. Inicialmente estaba prevista su puesta en funcionamiento en 2010, pero ha ido sufriendo sucesivos retrasos y en estos momentos se prevé la puesta en marcha en 2024, el primer plasma en 2025 y el comienzo de la operación de fusión deuterio-tritio en 2035. La entrada en funcionamiento de una planta para producción de electricidad y vertido a la red tendría lugar en 2040 mediante una planta conocida como DEMO, también incluida en este proyecto.[6]

Lo conseguido hasta hoy

En los dos últimos años se han alcanzado hitos importantes, unos ligados al proyecto ITER y otros no. Dentro de este proyecto, en 2021  el tokamak EAST de China consigue mantener una temperatura en el plasma de 120 millones de grados durante 101 segundos; en otro experimento se ha logrado una operación de plasma en estado estacionario durante 1056 segundos a una temperatura cercana a los 70 millones de grados[7]. Así mismo, en 2022 el laboratorio europeo JET en Oxford ha conseguido una fusión sostenida durante 5 segundos obteniendo 59 megajulios, lo que equivale a 11 MW de potencia; Bernard Bigot, director del proyecto ITER, valoraba así el resultado: “Un pulso sostenido de fusión de deuterio-tritio a este nivel de potencia, casi a escala industrial, ofrece una confirmación rotunda para todos los involucrados en la búsqueda de la fusión global”[8].

Pero el hito más celebrado ha sido el alcanzado en Estados Unidos por el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore el pasado mes de diciembre. Hasta ese momento, ningún dispositivo había sido capaz de generar más potencia de fusión que la energía de calentamiento necesaria para iniciar la reacción, y esto es precisamente lo que se consiguió: el “encendido por fusión”. Así lo anunció el director de Política Científica y Tecnológica de la Casa Blanca, Arati Prabhakar, en una conferencia de prensa: «Dispararon un montón de láseres a una bolita de combustible, y se liberó más energía de ese encendido de fusión que la energía de los láseres que entraron»[9]. Este centro de pruebas llamado Instalación Nacional de Ignición (NIF) no forma parte del proyecto ITER y la técnica en la que se basa es completamente diferente. Se trata de un espacio tan grande como tres campos de fútbol que dispone de 192 potentes rayos láser dispuestos simétricamente, que apuntan con precisión a una pequeña cápsula del tamaño de 1 milímetro, la cual contiene los isótopos de hidrógeno que deben ser fusionados; aquí las reacciones de fusión ocurren en una fracción de nanosegundo.

Se abren nuevas expectativas

Proyecto ITER (Imagen © ITER.org)

Desde la concepción en los años 80 del programa internacional ITER, reservado a agencias estatales, se han ido produciendo numerosos cambios tecnológicos de diferente naturaleza que, unidos a los propios avances de la investigación en el terreno de la fusión, han dado pie a la entrada con fuerza y ambición de empresas privadas, quienes también aspiran a ser actores  en el desarrollo de esta nueva energía y no quieren resignarse a los plazos establecidos en ITER.

Además, numerosos avances tecnológicos están facilitando el desarrollo de nuevos reactores para la fusión: los recientes desarrollos en superconductores de alta temperatura y física de plasma; la inteligencia artificial y el aprendizaje automático, que permiten a los físicos evaluar grandes cantidades de datos necesarios para comprender cómo debe funcionar el plasma y para que se produzcan las reacciones de fusión; la impresión 3D, que permite fabricar piezas con formas geométricas complejas que se requieren en las paredes de las máquinas de fusión; o los controles digitales rápidos, que están permitiendo la supresión de las fluctuaciones de plasma, que provocan que la energía se escape de la reacción de fusión del núcleo.

Han aparecido más de una docena de nuevas empresas respaldadas por corporaciones, con sede en los Estados Unidos, China, el Reino Unido y Japón, que están siguiendo sus propios caminos hacia la producción de energía de fusión para su conexión a las redes eléctricas. Estas nuevas empresas están consiguiendo atraer al capital riesgo para su desarrollo, de forma que, según Bloomberg[10], en 2021 se ha alcanzado la cifra de 3.400 millones de dólares de apoyo financiero a estos nuevos proyectos[11] y se prevé un gran crecimiento en los próximos años. Estas empresas emergentes esperan operar reactores de fusión comerciales, con vertido de electricidad a la red, antes de finales de la década de 2020.

El pasado mes de marzo tuvo lugar en Estados Unidos la cumbre patrocinada por la Casa Blanca con el título Desarrollo de una audaz visión decenal para la energía de fusión comercial, en la que más de 1.200 espectadores asistieron a debates con la participación de los líderes de la energía de fusión del gobierno, la industria, la academia y otros grupos de partes interesadas. El clima general transmitía la idea de que estamos cerca de una aplicación práctica de esta energía. Bob Mumgaard, CEO de Commonwealth Fusion Systems, una de las nuevas empresas en el sector, puso la determinación y el optimismo con estas palabras: “Tenemos que ser audaces. Tenemos que decir que hay un objetivo al que ir. En eso es en lo que este tipo de evento es realmente bueno. En diez años, deberíamos poner plantas piloto en todo el país que incorporen lo último en ciencia y tecnología. Sabemos cómo hacer esto porque lo hemos hecho antes, ya sea con el Proyecto Manhattan o Apollo”[12].

La previsión de Mumgaard es que, para el año 2050, se pueda cubrir la mitad de la demanda mundial de electricidad con energía atómica de fusión.

Los éxitos conseguidos en 2022, tanto en el laboratorio europeo JET como en el americano NIF, no son un logro menor y constituyen un importante acicate en el actual cambio de escenario:  ha llegado la hora de olvidar aquello de “la fusión es la energía del futuro y siempre lo será”. Debemos confiar en que los nuevos vectores que recientemente han entrado en escena, los avances científicos y tecnológicos, el dinamismo de un nuevo empresariado y la confianza expresada por el capital riesgo nos acerquen en los próximos años a ese mito de energía limpia, abundante y barata que tratamos de copiar de las estrellas y que puede constituir una revolución para la humanidad.

Manuel Ribes

 

 

Adiós a las Navidades. La Fiesta del Bautismo de Jesús

Ahora, viene la morriña de separaciones y el aterrizaje en la realidad de lo cotidiano, tras los días hermosos de las Navidades. Como broche del ciclo navideño, la Fiesta de la “Solemnidad del Bautismo del Señor”, hecho del que tratan los cuatro evangelistas (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34) y que la Iglesia católica celebra el domingo después de Reyes ( fue el 8 de enero).

El hecho histórico  del Bautismo de Jesús, el Papa Benedicto XVI lo trata magistralmente en la Primera Parte de su libro “Jesús de Nazaret” (desde el Bautismo a la Transfiguración). El Bautismo que impartía Juan en el Jordán, era un sacramental de reconocimiento de los pecados y de propósito de enmienda para prepararse a recibir al Mesías. Jesús se mezcló entre la gente  porque, aunque no tenía pecado, quiso llevar sobre sí los pecados del mundo con todas sus consecuencias  para salvarnos, y “cumplir, así, toda justicia”, o sea, la voluntad del Padre Celestial. Al descender el agua sobre Él, se abrieron los Cielos y el Espíritu Santo, bajó sobre Él en forma de paloma, y se oyó una voz, la del Padre    “Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco” . Fue una teofanía impresionante de la Santísima Trinidad, que también desciende sobre el neófito cuando recibe el bautismo sacramental del “Agua y del Espíritu”. El Bautismo nos introduce en la Iglesia,  limpia los pecados, nos configura como hijos de Dios y herederos de su Reino Celestial.  Se recibe sólo una vez e imprime carácter, una señal indeleble incluso para los que fueron cristianos renegados y se condenaron.

Como escribe Benedicto XVI, “Jesús se presenta ante nosotros como «el Hijo Predilecto» que, por si un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» ( san Agustín. Confesiones,).

El mayor bien que los padres podemos hacer a nuestros hijos, es llevarlos bautizar y educarles en la Fe. Así, en lo que está de nuestra parte, les facilitamos, al despedirse de este mundo, entrar en la Vida Eterna con una felicidad que no acaba.

Josefa Romo 

 

 

Madurez

Al iniciar el año entre otras preguntas me han hecho una sobre la madurez. Madurez suena a algo completado, algo que ha llegado a un término adecuado. Si preguntamos a la RAE nos dirá que es el período de la vida en el que se ha alcanzado la plenitud. Pero cuando pensamos en el amor, cuando recapacitamos sobre el matrimonio, parece evidente que hay que seguir madurando siempre, o sea, perfeccionándolo constantemente. En el momento en que uno cree que ya ha llegado a la perfección se detiene, no empeña su vida en detalles nuevos, en sorprender, en mejorar.

Y es que el amor hay que cuidarlo siempre, quizá sobre todo cuando el matrimonio llega a los tres o cuatro años, ese tiempo en que ya se conocen los defectos del otro, en que humanamente podrían verse más dificultades que maravillas. Cuando se llevan tres o cuatro años de matrimonio y cuando son veinticinco o cincuenta. Hay que cuidar la ternura, el cariño, la pasión.

“Dedicar tiempos específicos al diálogo. No se trata de esperar a que surjan, sino de establecerlos y buscarlos. Cada pareja debe determinar el momento y la frecuencia de sus tiempos, sabiendo que son indispensables”. O sea, no dar por hecho que surgirán. Un cierto orden en la vida matrimonial supone que hay momentos previstos para compartir las novedades, las dificultades, los problemillas de los hijos, los cansancios. Momentos para comprenderse, para animarse. Y esto cuando hay niños pequeños y cuando ya hay muchos años de vida en común.

Juan García. 

 

 

La nomofobia

La baja autoestima o la inseguridad personal es una de las principales causas de la adición al móvil y de la nomofobia. Cabe señalar algunos síntomas de estos trastornos, como por ejemplo: el consultar de forma compulsiva mensajes o correos, el ser incapaz de postponer la respuesta a un mensaje, etc.

Los adolescentes son las primeras víctimas de estos trastornos, por esto los padres y educadores han de ayudarles a conseguir un buen uso del móvil y evitar que sufran nomofobia. Para ello, los expertos aconsejan fijar los momentos en los que no vamos a utilizar el móvil, como en las comidas o en las reuniones con otras personas o durante el estudio. Prevenir vale más que curar, así que lo mejor es evitar tener el móvil en la mano sin necesidad.

La comunicación digital está cambiándonos la vida, ya no caben las conversaciones amistosas. Hay un video, circulando por las redes, que asegura: "Somos una generación de idiotas, de teléfonos inteligentes y gente estúpida. Así que levanta la vista del teléfono y apaga la pantalla".

Hay que apagar el móvil y levantar la vista para vivir una vida en plenitud, disfrutando de la familia, de los amigos y de tantas otras cosas de nuestra vida que nos hacen mejores personas. Vale la pena, poner en práctica este mensaje al menos de vez en cuando y reflexionar sobre él.

Jesús D Mez Madrid

 

Madurar en el amor

En lo que hace referencia al amor entre hombre y mujer. “Es muy importante cuidar mi lenguaje no verbal: el tono, las formas, las palabras, los silencios, los gestos… Todo debe contribuir a que el diálogo lleve a la comunión y no a la desunión”. Sabemos muy bien lo que pueden ofender ciertos gestos, que no necesitan palabras pero son precisos. Expresivos porque manifiestan enfados, porque ridiculizan ante un fallo, o porque de alguna manera muestran cansancio. Estoy harto de tus manías, de tu forma de ser, de tu desorden… Hay que mirarse alguna vez al espejo para ser consciente de lo antipático que puede resultar un solo y leve gesto.

Si quiero madurar en el amor debo ser muy consciente de lo que significa amar. Lo que supone de entrega, de comprensión, de detallitos agradables. De saber pedir perdón. En definitiva, hay que tener una decisión íntima de amar, y amar es inseparable de crecer. Nunca es suficiente. Hay que reinventarse en los detalles. “Hay algunas personas que necesitan objetos físicos para sentirse amadas, regalos valiosos no en el sentido económico sino emocional, porque un regalo implica que tu pareja se ha acordado de ti y te ha tenido presente. Además, ese regalo permanece tangible para recordar y revivir el acto de amor donde te fue entregado”.

O sea, es siempre. “Las palabras adecuadas, dichas en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día. Todo esto se realiza en un camino de permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio está llamada a una constante maduración”. No depende ni de la edad, ni de la salud, ni del abundante trabajo, ni de un olvido o una pequeña ofensa.

Jesús Martínez Madrid

 

 

La pérdida del sentido de la vida

Aunque no existe una única causa que esté provocando esta oleada de suicidios, los especialistas apuntan al proceso educativo y al entorno personal y social como los factores que inciden en esta trágica decisión. Parece sorprendente que, en una sociedad desarrollada, con un estado asistencial de bienestar, en la que priman las formas de vida volcadas en el disfrute, en el aprovechar la vida hasta el último momento, se produzcan tal cantidad de suicidios. Es una contradicción que debiera alertar a los responsables educativos que limitan los procesos de prevención a la técnica de detección de síntomas, olvidando que la desesperanza y la pérdida del sentido de la vida se están generalizando. La pregunta por el sentido de la vida necesita una respuesta adecuada. Hasta hace bien poco la información sobre el suicidio era un tema tabú en la opinión pública. La gravedad de este fenómeno debe hacer posible una repuesta integral a un síntoma evidente de que algo grave está fallando en nuestra sociedad.

Jesús D Mez Madrid

 

Las emociones se regulan y los sentimientos se educan

Por Regino Navarro/Blogs LaFamilia.info - 04.01.2023

En este título, en estas tres palabras, se puede condensar algunas claves para lograr más felicidad en la vida. Veamos como estas tres realidades están interconectadas y como se manifiestan en la propia vida.

El mundo emocional está íntimamente relacionado con la racionalidad pues los sucesos que afectan al ser humano son interpretados por la razón y de acuerdo con esta visión se produce una respuesta determinada. Dos personas van en un avión cuando de repente se escucha un ruido fuerte, como resultado del cual una de ellas entra en pánico y a otra, por el contrario, se le ve tranquila y sosegada. ¿Qué ocurre? La primera asocia el ruido a una noticia que leyó hace poco tiempo que a veces hay pájaros que chocan con las hélices y hay peligro. La otra persona piensa que el piloto acaba de sacar el tren de aterrizaje y de ahí el ruido. Es la mente la que provoca una emoción u otra.

Hablemos primero de la afectividad humana en relación con los otros dos componentes de la personalidad aquí mencionados. La afectividad es el conjunto de manifestaciones interiores y exteriores con las que el psiquismo responde a estímulos de personas, situaciones y cosas. La estructura afectiva de la persona humana se ha estructurado tradicionalmente en torno a tres realidades: emociones, sentimientos y pasiones.

Las emociones son estados de la afectividad humana caracterizados por ser intensos, de corta duración y que suelen venir acompañados de repercusiones corporales. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos asustamos ante la posibilidad de un impacto yendo en un vehículo; el pulso se acelera, la piel se afecta o la voz se altera.

Los sentimientos, en cambio, presentan menos intensidad psíquica, tienen más larga duración y no suelen existir manifestaciones externas. Y las pasiones son otros estados afectivos que tienen elementos de los dos anteriores- Son intensos como las emociones y de larga duración como los sentimientos, y las manifestaciones físicas pueden existir o carecer de ellas.

Sobre los sentimientos no se actúa directamente, sino que se llega a ellos a través de caminos indirectos como los pensamientos y la conducta. El mundo emocional cambia a través del manejo de los pensamientos y de la conducta. Una forma de pensar pesimista, negativa, trágica, dominante, absolutista…producirá emociones y sentimientos negativos. Y, al contrario, pensar de modo positivo y realista ayudará a tener serenidad y objetividad. También se influye sobre los sentimientos obligándose, en cierta medida, a hacer lo que se debe hacer, aunque no exista la disposición inicial de hacerlo. El lenguaje y una conducta como hablar, reír vestirse, etc., suelen producir un cambio metabólico que cambia el estado de ánimo.

El único responsable de los propios sentimientos es uno mismo. Las demás personas, los acontecimientos y las cosas inciden en ellos, pero no son los responsables de mi estado emocional. En eso consiste la responsabilidad emocional. El ser humano, al ejercer su capacidad de decidir el lenguaje, la forma de pensar y la conducta, puede manejar sus sentimientos. Estas ideas son una llamada a involucrarnos en la propia educación de tal suerte que lleguemos a poseer una inteligencia emocional desarrollada.